ACCIONES SIMBÓLICOS - TÍPICAS
Al recibir su comisión divina como
profeta, Ezequiel vio un rollo del libro extendido delante de él en
ambos lados del cual estaban escritas muchas cosas penosas. Se le
ordenó comerse el libró y él obedeció y halló que lo que parecía tan
lleno de lamentación y de dolor en su boca era dulce como miel (Ezeq.
2: 8 a 3: 3) . En
sustancia se repite la misma cosa es el Apocalipsis (10:2, 8‑11) donde
expresamente se añade que el libro que en la boca era dulce como miel
tornósele amargo en el estómago. Evidentemente estas cosas tuvieron
lugar en visión. El profeta cayó en un trance divino o éxtasis, en el
cual le pareció que vio, oyó, obedeció y experimentó los efectos que
describe. Fue un asunto simbólico, realizado subjetivamente en un
estado de éxtasis. Era un método impresionante para grabar en su alma
la convicción de su misión profética y no era difícil entender su
significado. El
libro contenía los juicios amargos que había que pronunciar contra la
"casa de Israel" y el profeta recibió orden de que su estómago lo
recibiera y sus intestinos se hinchieran con él (3: 3 ); es decir,
debía hacer que la palabra profética, por así decirlo, se convirtiese
en parte de sí mismo, recibirla en lo más interna de su ser (v. 10) y
allí digerirla. Y aunque a menudo le fuese amargo a su sentido interno,
el proceso de la obediencia profética produce una dulce experiencia en
el que la realiza. "Es infinitamente dulce y amable ser órgano y
vocero del Altísimo".
Pero en los capítulos cuarto y
quinto de Ezequiel, se nos introduce a una serie de cuatro acciones
simbólico típicas en las que el profeta aparece no como el vidente
sino como el actor. Primeramente se le ordena tomar un
ladrillo y trazar en él una representación de Jerusalén sitiada.
Tiene también que colocar una plancha de hierro entre sí y la ciudad y
dirigir su rostro contra ella como si él fuese el sitiador y hubiese
erigido un muro de hierro entre sí y la ciudad sentenciada. Se declaró
que esto sería "señal a la casa de Israel" (4.:1‑3) . Es evidente que
se quería que la señal fuese externa, efectiva y visible, pues de otra
manera, si sólo fuesen cosas imaginadas en la mente del profeta, ¿cómo
podían ser señal a Israel? Luego había de dormir sobre su costado
izquierdo durante trescientos noventa días y después sobre el derecho
cuarenta días, de esa manera llevando simbólicamente la culpa de
Israel y Judá cuatrocientos treinta días, cada uno de los cuales
denotaría un año de la abyecta condición de Israel. Durante aquel
tiempo había de mantener su rostro tornado hacia Jerusalén sitiada y
tener su brazo desnudo (comp. Is. 52:10) y Dios puso cuerdas sobre él
para que no se moviera de un lado a otro (Ezeq. 44‑8). Como los días
de su postración son simbólicos de años, parecería que el número
cuatrocientos treinta fue tomado del término de la estancia de Israel
en Egipto (Ex. 12:90), habiendo sido los últimos cuarenta años, los
que Moisés pasó en el destierro,
los más opresivos de todos. Esta
cifra, a causa de sus obscuras asociaciones se habría convertido
naturalmente en símbolo de humillación y destierro, sin denotar
necesariamente un período cronológico de años exactos. Aún más, el
profeta recibe orden de prepararse comida con diversos cereales y
otros vegetales, algunos agradables y otros no, y juntarlos en una
vasija, como si fuese menester usar toda clase de comida asequible y
una vasija bastase para toda. Su comida y bebida han de pesarse y
medirse, y esto en medidas tan mezquinas como para denotar la escasez
más abrumadora. También se le ordena cocer su pan en fuego hecho con
excrementos humanos, para denotar la manera cómo Israel comería,
entre los paganos, pan contaminado pero en vista del asco del profeta
ante esta indicación se le permitió usar excremento del ganado. Todo
esto tenía por objeto simbolizar la espantosa miseria y angustia que
había de sobrevenir a Israel (vs. 9‑17). Una cuarta señal sigue en el
capitulo 5:14 y está acompañado (vs. 5‑17) por una interpretación
divina. Se ordena al profeta raerse cabello y barba con una navaja
afilada y pesar y dividir los innumerables cabellos en tres partes.
La tercera parte ha de quemarlos en medio de la ciudad (es decir, la
dibujada en el ladrillo) otra tercera parte ha de atacarla con espada
y la otra arroparla a los vientos. Estos tres actos se explican corno
símbolos de un triple juicio pendiente sobre Jerusalén una parte de
cuyos habitantes perecería por el hambre, otra por las armas de guerra
y una tercera por dispersión entre las naciones, donde también les
seguiría el peligro de la espada.
Se han dado cinco razones para
sostener que estas acciones no pudieron haber sido externas y
efectivas: (1) El espectáculo de semejante sitio en miniatura no
habría hecho más que provocar la burla de los israelitas que lo viesen,
pero aunque esto fuese cierto, de ninguna manera demostraría que los
actos, a pesar de todo, no se realizaran puesto que aun muchos de los
más nobles oráculos de la profecía fueron ridiculizados y escarnecidos
por la rebelde casa de Israel. Mientras los actos fuesen posibles y
practicables y calculados para hacer una impresión notable, no existe
objeción a su ocurrencia literal que no pudiera aducirse con igual
fuerza contra la opinión de los que creen que se trató de ideas y no
de actos reales.
Pero (2) se sostiene que el
permanecer inmóvil, acostado sobre un costado, durante trescientos
noventa días,. Era una imposibilidad física, pero el lenguaje del
profeta indica con bastante claridad que tal posición no era
constante durante las veinticuatro horas del día. El se preparaba su
comida y bebida, la pesaba y medía; y debemos suponer que como el
ayuno judío, cuando se prolongaba por días, permitía comer de noche,
requiriendo la abstinencia durante el día, la larga postración de
Ezequiel tenía muchos alivios incidentales. La prohibición de darse
vuelta, exigiría, a lo sumo, que durante el largo período no se
acostase sobre el lado derecho y durante el de cuarenta nunca se
acostara sobre el izquierdo. (3) Fairbairn declara que hubiera sido
una imposibilidad moral el comer pan compuesto de materias tan
abominables, puesto que habría sido una violación de la ley de Moisés,
pero no puede demostrarse que la Ley prohíba, en ninguna parte, los
elementos que constituían el pan que se ordenó al profeta que
preparara; y aunque lo prohibiera, no se seguiría de ello que Ezequiel
no pudiera en esa forma exhibir simbólicamente los juicios penales que
iban a caer sobre Israel en los días en que los padres habrían de
comerse a sus hijos y los hijos a sus padres (cap. 5:10).
Otra objeción (4) es que entre las
fechas dadas en Ezeq. 1:1, 2 y 8:1, no pudo haber cuatrocientos
treinta días para ejecutar materialmente estos actos simbólicos Pero
entre el quinto día del cuarto mes del quinto año de la cautividad de
Joachim (cap. 1:1‑2) y el quinto día del
sexto mes del sexto año (cap. 8:1) intervinieron un año
y dos meses, o sean cuatrocientos veintisiete días, período no sólo
suficientemente aproximado para satisfacer las necesidades del caso
sino tan aproximado como para constituir, en sí mismo, una evidencia
de la ejecución real de estos actos. Y todo esto podría decirse,
después de substraer del período los siete días mencionados en el
capítulo 3:15, pero las visiones de los capítulos VIII‑XI, pudieron
tener lugar cuando Ezequiel aún permanecía echado de costado. No hay
por qué suponer que su cuerpo fue transportado a Jerusalén, puesto que
él declara explícitamente que ello aconteció "en visiones de Dios"
(cap. 8: 3) . Lo de estar sentado en su casa, rodeados por los
ancianos de Israel (8:1) no define, necesariamente, su postura ni la
de ellos y la palabra yashab se usa comúnmente en el sentido de
permanecer o estar. La larga postración y otros actos
simbólicos del sacerdote‑profeta naturalmente atraerían la atención
de los ancianos de Judá y los haría detenerse largo tiempo en su
presencia; y todo ese tiempo su brazo estaba desnudo y él profetizaba
contra Jerusalén (4:7). Nada había en su postura que le impidiera
recibir muchas palabras y visiones de Dios durante esos catorce meses.
(5) Se ha objetado, además, que le era literalmente imposible quemar
la tercera parte de sus cabellos "en medio de la ciudad" (5:2). Pero
por la ciudad a que aquí se hace referencia debe entenderse la
miniatura dibujada en el ladrillo, consideración que resuelve la
objeción.
Por consiguiente, no hay motivos
para negar que las acciones simbólicas de Ezequiel que se describen en
sus capítulos IV y V, fueran ejecutadas literalmente. Ni es difícil
concebir la impresión que su ejecución, naturalmente, debió producir
sobre la casa de Israel, especialmente sobre los ancianos.
La cuádruple señal denotaba (1) el
próximo sitio de Jerusalén, (2) el destierro y la consiguiente
postración de Israel y Judá (compar. Is. 50:11; Amos 5:2) que debería
ser como otra esclavitud egipcia, (3) la miseria y humillación de
este triste período y (4) finalmente, el triple juicio con que debía
terminar el sitio, a saber: pestilencia y hambre, la espada y la
dispersión entre las naciones.
De todas las acciones simbólicas
de los profetas, el ejemplo más difícil y disputado es el Oseas
tomando para sí "una mujer fornicaria e hijos de fornicaciones" (Os.
1:2) y la orden que se le da de "amar una mujer amada de su compañero,
aunque adúltera" (Os. 3:1) . El gran asunto es: ¿Han de entenderse
estos actos como meros símbolos de visión o como hechos reales en la
vida externa del profeta? Nadie se aventurará a negar que el lenguaje
de Oseas muy naturalmente implica que los acontecimientos fueron
reales. Dice claramente que Jehová le ordenó ir y casarse con una
adúltera y que él obedeció. Da el nombre de la mujer y el de su padre
y dice que ella concibió y le dio un hijo, al cual él llamó Jezreel,
y que más tarde, le dio una hija y otro hijo, a quienes también,
dirigido por Dios, dio nombres significativos. No existe insinuación
alguna de que se tratase de meras visiones del alma o de que estas
cosas hubiesen de declararse a Isreal como un mero discurso parabólico.
Si el relato de algún acto simbólico que exista es tan explícito como
para requerir una interpretación literal, ciertamente éste es uno,
pues sus términos son claros, sencillo su lenguaje y su intento
general no difícil de comprender.
¿Dónde, pues, están las
dificultades con que tropiezan los expositores para su interpretación?
Especialmente se hallan en la suposición de que semejante casamiento,
ordenado por Dios y realizado por un santo profeta era una
imposibilidad moral. Parte de la dificultad, también, ha surgido del
mal entendimiento del significado de ciertas alusiones y del objeto de
todo el pasaje. Sobre estos malos entendimientos se han basado falsas
suposiciones y, naturalmente, han seguido falsas interpretaciones.
Así, se ha supuesto que los tres hijos del profeta, Jezreel, Lo‑ruhamah
y Lo‑ammi eran ellos mismos "hijos de fornicaciones" que el profeta
debía recibir y que la esposa del profeta continuaba su vida disoluta,
después de casarse con él. De todo esto nada hay en el texto. El
significado más simple y natural de "una mujer fornicaria e hijos de
fornicaciones" (cap. 1: 2) es una mujer notable como ramera y quien,
como tal, ha engendrado hijos que siguen su mala vida. Si hubiese sido
de otro modo y al profeta se hubiese ordenado tomar una virgen pura,
el lenguaje de nuestro texto hubiese estado enteramente fuera de lugar,
porque, ¿cómo podría Oseas saber cómo y dónde elegir una virgen que,
después de casarse con él, se transformase en ramera? en ninguna parte
se insinúa que la esposa del profeta continuase sus malas prácticas
después de casada con él.
No se ordenó al profeta Oseas ir y
recitar una parábola en oídos del pueblo ni relatarles lo que le
había ocurrido en una visión, sino a realizar ciertos actos. El
tiempo necesario para su casamiento y para el nacimiento de los tres
niños de Gomer no necesitaba ser mayor que aquel en que a Isaías se le
ordenó andar desnudo y descalzo, corno una "señal" (Isaías 20:3‑). Los
nombres de los tres niños son simbólicos de ciertos propósitos y
planes de Dios en sus tratos con la casa de Israel; pero no hay
insinuación alguna de que estos niños fuesen, en lo más mínimo,
licenciosos. Sus nombres señalan juicios venideros, como pasó con el
de Isaías ( Isaías 8: 3) pero esos nombres simbólicos no implican
descrédito del carácter de los que los usaban. Por cuanto Gomer no era
esposa legítima de nadie, su casamiento con Oseas, por más que fuese
notable como ramera y hubiese, así, engendrado "hijos de
fornicaciones", no envolvía ningún quebrantamiento de la ley. La ley
respecto al casamiento de un sacerdote (Lev. 21:7‑1 5) que hasta
prohibía a éste el casarse con una viuda, no se aplicaba al profeta
más que a cualquier otro hombre de Israel. Que un profeta se casase
con una ramera y tomase sus hijos juntos con ella era cosa realmente
sorprendente y calculada para excitar asombro, y maravilla; pero el
excitarlo en la forma más profunda posible era el objeto de todo este
asunto. No podemos concebir de qué manera los actos que aquí se
registran pudieran haber sido señales y maravillas en Israel (comps.
8:18) o producido impresión alguna, si se hubiese sabido que jamás
habían ocurrido. En tal caso habrían sido ridiculizados como una tonta
fantasía del profeta o declarados enteramente falsos. Sin embargo, el
haber realmente ocurrido, hubiese sido un signo y maravilla demasiado
notables para jugar con ellos; pero no es probable que habiendo el
pueblo de todo el país fornicado gravemente en su relación espiritual
para con Jehová (cap. 1: 2) su sentido moral se escandalizara tanto
por estos actos del profeta como muchos críticos modernos se imaginan.
El principal intento y objeto del
pasaje puede indicarse en esta forma: Se ordenó a Oseas casarse con
una ramera "porque la tierra se ha dado a fornicar, apartándose de
Jehová". De este modo, la mujer adúltera representaría al idólatra
Israel, cuyos pecados frecuentemente se representan bajo la figura del
adulterio. El casamiento del profeta con una ramera era un símbolo
notable de la relación de Jehová para can su pueblo al que se
supondría que tuviera la mayor aversión. Sin embargo, de ese pueblo
tan culpable de adulterio espiritual Jehová engendrará una simiente
santa y los tres nombres simbólicos, Jezreel, Lo‑ruhamah y Lo‑ammi,
denotan las severas medidas establecidas en 'el pasaje mismo mediante
las cuales debe realizarse la redención de Israel. El oráculo del
capítulo II, por consiguiente, debe entenderse como el acto de Dios
apelando a Israel. Se dirige a los "hijos de fornicaciones", a quienes
se llama a pleitear con su madre" (2:2). Consiste en quejas, amenazas
y promesas y desde el verso 14 hasta el fin del capítulo indica el
proceso mediante el cual Jehová cortejará y se casará con aquella
madre de hijos licenciosos, haciendo para ella "el valle de Achor por
puerta de esperanza" (v.1 5) y realizando en esa forma su redención.
Para dar énfasis a esta maravillosísima profecía y promesa, el
casamiento de Oseas con Gomer sirvió de señal en sumo grado
impresionante.
El tercer capítulo de
Oseas
registra otra acción simbólica de este profeta mediante la
cual se
muestra en otra forma, de qué manera Jehová reformaría y
regeneraría
los hijos de Israel. Quien fuese adúltera amada por un amigo
(v. 1) no
se nos dice y es ocioso el conjeturarlo. La suposición de
muchos, de
que era idéntica con Gomer, armoniza con la forma apocalíptica
de
repetir profecías simbólicas bajo formas diversas. Pudo así,
este
profeta, haber repetido el relato del gran acto simbólico de
su vida a
manera de exhibirlo desde otro punto de vista. Sin embargo, la
suposición es innecesaria. En la larga vida y extenso ministerio de
Oseas (comp. 1:1) hubo sitio para hechos de esta naturaleza y
debemos
presumir, muy naturalmente, que en el ínterin, Gomer, su
esposa,
había fallecido.
Estas acciones de Oseas, pues, de
acuerdo con toda regla de sana interpretación histórico‑gramatical,
han de entenderse como habiendo ocurrido, efectivamente en la vida del
profeta y debe clasificárselas junto con otras acciones que hemos
denominado simbólico‑típicas. Tales acciones, como antes lo hemos
observado, combinan elementos esenciales, tanto de símbolo como de
tipo y sirven para ilustrar, a un tiempo mismo, el parentesco y la
diferencia que entre ellos existe. Sirviendo como signos e imágenes
visibles de hechos o verdades invisibles, son simbólicos; pero siendo,
al mismo tiempo, acciones representativas de un agente inteligente,
ejecutadas efectiva y físicamente y señalando especialmente a cosas
venideras, son típicas. De aquí la propiedad de designarlas con el
nombre compuesto "simbólico‑típico". Y es digno de notarse que cada
ejemplo de tales acciones está acompañado por una explicación de su
designio, más o menos detallada.
No habrá impropiedad en calificar
de simbólico‑típicos los milagros de nuestro Señor. Ellos eran
semeia kai térata, señales y maravillas, y todos ellos, sin
excepción, tienen un significado moral y espiritual. La curación del
leproso simbolizó el poder de Cristo para sanar el pecador; y así,
iodos sus milagros de amor y misericordia llevan el carácter de actos
redentores y son típicamente proféticos de lo que está realizando
perennemente en su reino de gracia. El calmar la tempestad, el andar
sobre la mar y el abrir los ojos del ciego, suministran lecciones
sugestivas de la gracia y poder divinos, como lo atestiguan algunos de
los himnos más nobles que canta la Iglesia.
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