INTERPRETACIÓN DE SÍMBOLOS
En muchos respectos el simbolismo
bíblico es uno de los asuntos más difíciles con que tiene que tratar
el intérprete de la Revelación Divina. Las verdades espirituales, los
oráculos proféticos y las cosas no vistas y eternas, han sido
representadas enigmáticamente en símbolos sagrados y parece haber sido
el placer del Gran Autor del libro envolver en esa forma muchos de los
más profundos misterios de la providencia y de la gracia. Y a causa
de su carácter místico y enigmático, todo este asunto del simbolismo
exige del intérprete un discernimiento muy sano y sobrio, un gusto
delicado, una confrontación prolija de los símbolos bíblicos y un
procedimiento racional y consecuente en su explicación.
El método apropiado y lógico de
investigar los principios de la simbolización consiste en comparar
suficiente número y variedad de los símbolos bíblicos, especialmente
los que están acompañados por una solución autorizada. Y es de suma
Importancia que no admitamos en esa comparación ningún objeto que no
sea verdadero símbolo, porque semejante falacia fundamental,
necesariamente, viciaría todo nuestro procedimiento subsiguiente.
Habiendo reunido en un campo de vista un buen número de ejemplos
incuestionables, el próximo paso consiste en notar atentamente los
principios y métodos exhibidos en la exposición de aquellos símbolos a
los cuales acompaña su solución. Así como en la interpretación de
parábolas, hicimos de las exposiciones de nuestro Señor la guía
principal para la comprensión de todas las parábolas, de la misma
manera, de la solución de símbolos suministrada por los escritores
sagrados debemos, hasta donde sea posible, aprender los principios
por los cuales han de interpretarse todos los símbolos.
Apenas habrá quien niegue que el
querubín y la espada flameante colocados al oriente del Edén (Gén.
3:24), la zarza ardiendo en Horeb (Éxodo 3:2) y las columnas de nube y
de fuego que iban delante de los israelitas (Éxodo 13:21) eran cosas
de tendencia simbólica. Quizá son lo suficientemente excepcionales
para colocarlas aparte y designarías como milagrosamente importantes,
en una clasificación científica de símbolos. A otros símbolos, con
justicia se les califica de materiales porque consisten en objetos,
tales como la sangre ofrecida en los sacrificios expiatorios, el pan
y el vino de la Eucaristía, el tabernáculo y el templo con sus
departamentos y su mobiliario. Pero fuera de toda duda, los símbolos
más numerosos son los de visiones, incluso todos los de los sueños y
visiones de los profetas. Bajo una u otra de estas tres divisiones
podemos colocar todos los símbolos bíblicos; y en este punto de
nuestras investigaciones es innecesaria e inconveniente toda
tentativa de clasificación minuciosa.
Como los símbolos de visiones son los
más numerosos y comunes y muchos de ellos tienen explicaciones
especiales, y comenzamos con éstas y tomamos primero la más simple y
menos importante. En Jer. 1:11, se representa al profeta como viendo
"una vara de almendro", la que enseguida se explica como símbolo de la
vigilancia activa con que Jehová atendería la ejecución de su palabra.
La clave para la explicación se halla en el nombre hebreo del
almendro, que Gesenius define. como "el despertador, llamado así por
ser el primero de los árboles que despierta del sueño del invierno .
En el versículo 12 el Señor se apropia esta palabra en su forma verbal
y dice: "...porque yo apresuro mi palabra para ponerla por obra".
Una olla hirviente ( una olla
soplada encima, es decir, por el fuego) apareció al profeta con
"su haz de la parte del aquilón" (Ter. 1:13), esto es: su frente y
abertura estaba vuelta hacia el profeta en Jerusalén, como si un
viento furioso estuviese arrojando su llama sobre su lado que miraba
al norte, amenazando volcaría y derramar sus aguas hirvientes hacia
el sur, sobre "todas las ciudades de Judá" (v. 15). En el contexto
inmediato se explica esto como la irrupción de "todas las familias de
los reinos del norte" sobre los habitantes de Judá y de Jerusalén.
"Las aguas impetuosas de una inundación son el símbolo usual de una
calamidad abrumadora (Salmo 69:1-2) y especialmente de una invasión
hostil (Isaías 8:7-8); pero ésta es una inundación de aguas
escaldantes, cuyo contacto mismo implica muerte". También aquí, en la
exposición inspirada de la visión, aparece un juego de las palabras
hebreas. En el v. 14, Jehová dice: "Del aquilón se soltará el mal
sobre todos los moradores de la tierra".
El símbolo de los higos buenos y los
malos, en Jer. 24 se halla acompañado de una amplia exposición. El
profeta vio "dos cestas de higos puestas delante del templo de
Jehová" (v. 1), como si hubiesen sido puestos allí como ofrenda al
Señor. Los higos buenos se declaran ser excelentes y los malos, tan
malos que eran incomibles (v. 3). Según la indicación del Señor mismo,
los higos buenos representan las clases mejores del pueblo judío, que
a fin de disciplinarles piadosamente habían de ser conducidos a la
tierra de los caldeos y a su debido tiempo, devueltos a su país. Los
higos malos representaban a Sedechías y el mísero residuo dejado con
él en la tierra de Judá, pero pronto cortados.
Muy semejante es la visión de Amos, de
"un canastillo de fruta de verano" (Amos 8:1), es decir, fruta
madurada temprano, lista para cosecharse. Era un símbolo del fin que
estaba por sobrevenir a Israel. Como en los símbolos de la rama del
almendro y de la olla hirviente, aquí también hay una paranomasia de
las palabras hebreas equivalentes la fruta madura y fin
(quayitis y quets). El pueblo está maduro para el
juicio y Dios va a ponerle pronto fin; y como si hubiese
llegado el ~n, está escrito (v. 3): "Y los cantores del templo
aullarán en aquel día, dice el Señor Jehová; muchos serán los cuerpos
muertos; en todo lugar echados serán en silencio.
La resurrección de huesos secos, en
Ezeq. 37:1-14, se explica como la restauración de Israel a su propia
tierra. La visión no es una parábola (Jerónimo) sino un símbolo de
visión, compuesto, símbolo de vida de entre los muertos. Expresamente
se declara que los huesos secos son "toda la casa de Israel" (v. 11) y
se representa al pueblo como diciendo: "Nuestros huesos no estaban
encerrados en sepulcros ni sepultados en la tierra sino que se les
veía, en vasto número, "sobre la haz del campo". En esa forma los
proscriptos israelitas fueron diseminados entre las naciones y las
tierras de su destierro fueron sus sepulturas. Pero la profecía ahora
proviene de Jehová (v. 12): "Hé aquí, yo abro vuestros sepulcros,
pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas". En el v. 14 se
añade: "Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis y os haré reposar
sobre vuestra tierra y sabréis que yo, Jehová, hablé y lo hice, dice
Jehová". Según toda apariencia externa, Israel estaba política y
espiritualmente arruinado y la restauración prometida era, en
realidad, como vida de entre los muertos.
En la visión inicial del Apocalipsis
Juan vio la semejanza del Hijo del hombre en medio de los siete
candeleros de oro y se le dijo que los candeleros eran símbolo de las
siete iglesias de Asia, y no cabe duda acerca de que el candelero de
oro, con sus siete lámparas, visto por el profeta Zacarías (4:2) y el
candelero de siete ramificaciones del tabernáculo mosaico (Éxodo
35:3140) eran de análoga intención simbólica.
Todos ellos denotan a la Iglesia o
pueblo de Dios, considerados como la luz del mundo (comp. Mat. 5:14;
Fil. 2:15; Ef. 5:8).
Los símbolos empleados en el libro de
Daniel, felizmente están tan ampliamente explicados que no hay porqué
preocuparse mucho en cuanto a lo que representa la mayor parte de
ellos. La gran imagen del sueño de Nabucodonosor (2:31-35) era un
símbolo de una sucesión de potencias mundiales. La cabeza de oro
denotaba a Nabucodonosor en persona como la cabeza poderosa y
representativa de la monarquía babilónica (vs. 37 y 38). Las otras
partes de la imagen, compuestas de otros metales, simbolizaban reinos
que habían de surgir. Las piernas de hierro denotaban un cuarto reino,
de gran fortaleza, que "como el hierro, doma y desmenuza todas las
cosas" (vs. 40). Los pies y los dedos de éstos, en parte de hierro y
en parte de arcilla, indicaban la mezcla de fuerza y de debilidad de
este reino en 511 último período (vs. 4143). La piedra que hirió a la
imagen y se convirtió en gran montaña que llenaba toda la tierra era
un símbolo profético del reino del Dios del cielo (vs. 44 y 45).
Las cuatro grandes bestias en Dan.
7:1-8, se dicen representar cuatro reyes que habían de surgir de la
tierra (v. 17). A la cuarta bestia también se la define en el v. 23
como un cuarto reino, de lo cual deducimos que una fiera puede
simbolizar a un rey o a un reino. Así, en la imagen, el rey
Nabucodonosor era la cabeza de oro (2:38) y también el representante
de su reino. Los diez cuernos de la cuarta bestia son diez reyes, (v.
24) pero comparando Dan. 8:8 y 22 con Apoc. 17:11-12, se desprende
que también los cuernos pueden simbolizar tanto reyes como reinos. En
cualquier imagen semejante, de una fiera con cuernos, la bestia
apropiadamente representaría el reino o poder mundial y el cuerno o
cuernos algún rey o reyes especiales o secundarios en los cuales se
centraliza el poder del reino propiamente dicho. De modo que un
cuerno puede representar un rey o un reino pero siempre con esa
distinción implicada. No se nos da explicación de lo que significan
las cabezas y las alas de las bestias ni de otros puntos notables de
la visión, pero apenas puede dudarse de que también tenían algún
intento simbólico. La visión del carnero y el macho cabrío, en el
capítulo 8, no \contiene símbolos esencialmente diferentes, porque se
nos explica que el carnero representa a los reyes de Media y Persia,
el macho cabrío al rey de Grecia y el gran cuerno, como el primer rey
(vs. 20-21).
El rollo que volaba (Zac. 5:1-4)
era un símbolo de la maldición de Jehová sobre ladrones y perjuros.
Sus dimensiones, veinte por veinte cubitos, exactamente las del
pórtico del templo (1 Rey 6:3) naturalmente podría ser un indicio de
que el juicio indicado debe comenzar por la casa de Jehová (Ezeq. 9:6;
1 Pedro 4:17). En conexión inmediata con esta visión el profeta vio
también un efa que salía, (v. 6) un talento elevado, de plomo, y una
mujer sentada en medio del efa. Se declara (v. 8) que aquella mujer
simbolizaba la Maldad, pero ¿qué clase de maldad? El efa y la pesa de
plomo, naturalmente sugestivos de medida y de peso,
indicarían la maldad del tráfico lleno de latrocinio, el pecado
denunciado por Amós (8:5) de "achicar la medida y aumentar el precio y
falsear el peso". Este símbolo de maldad está representado aquí por
una mujer que tiene por trono una medida vacía y una pesa de plomo por
enseña. Pero su castigo y confusión son producidos por los
instrumentos de su pecado (comp. Mat. 7:2). Ella es arrojada dentro
del efa y el plomo arrojado sobre su boca. No se la destruye, sin
embargo, sino que se la transporta a tierras lejanas, lo que se
realiza por otras dos mujeres, aparentemente ayudantes y cómplices
suyos, las que tenían como alas de cigüeña, por lo que pudieron, con
rapidez y presteza, salvar de destrucción inmediata a la mujer y
llevarla a establecerse en otro país. De tal manera los hijos de este
mundo son prudentes en su generación (Luc. 16:8). Se da el nombre de
Shinar a aquella tierra distante, quizá por ser aquélla en la que
primeramente se desarrolló la maldad después del Diluvio (Gén. 11:2).
Las cuatro carrozas, probablemente
carrozas de guerra, que este mismo profeta vió salir de entre las dos
montañas de metal, tiradas por caballos de distintos colores (Zac.
6:1-8) no son más que otra forma más completa de representar los
hechos simbolizados en la visión de los jinetes, en el capítulo
1:8-11. El significado de las montañas de metal no se nos define. Las
carrozas y caballos son "los cuatro vientos que salen de donde están
delante del Señor de toda la tierra" (v. 5). Se nos dice que los
caballos negros iban a la tierra del norte, los blancos, tras ellos
(quizá significando a regiones detrás o más allá de ellos)
y los overos a la tierra del sur. A dónde fuesen los rucios no se nos
dice, a excepción de que se les permiti6 moverse a su gusto (v. 7),
añadiéndose que los que fueron hacia el norte "hicieron reposar mi
espíritu en juicio en la tierra del norte"'.
No cabe duda de que estos símbolos
guerreros dentaban ciertas agencias de juicio divino. Eran, como los
vientos de los cielos, mensajeros y ministros de la voluntad
divina (comp. Salmo 104: 4; Jer. 49:36) y debe notarse que los jinetes
del capítulo 1:8-11 y estas carrozas, respectivamente, abren y cierran
la serie de las visiones simbólicas de Zacarías. Las Escrituras no
suministran explicación más clara del significado de ellas que el
citado. Tal vez en la distinción de la tendencia de los varios
símbolos podríamos, razonablemente, suponer que los cabalgantes
guerreros representaban otros tantos capitanes y conquistadores (como
por ej. Salmanasar, Nabucodonosor, Faraón Necho y Ciro) y la visión,
más impersonal, de las carrozas y caballos, como poderes mundiales
conquistadores, con referencia más bien a las fuerzas
militares de un reino que a ningún conquistador individual:
como cuando en Isaías 10:5 Asiria (y no el asirio, como la Versión
Inglesa) es la vara de Jehová.
Al determinar los principios generales
del simbolismo bíblico debemos atribuir gran peso a los precedentes
ejemplos de símbolos más o menos explicados. Notaremos que los nombres
de todos estos símbolos deben tomarse literalmente. Árboles, higos,
huesos, candeleros, olivos, bestias, cuernos, caballos, jinetes y
carrozas son todas simples designaciones de lo que los profetas
vieron. Pero no tanto que las palabras hayan de entenderse
literalmente, son símbolos de alguna otra cosa. De la manera que en la
metonimia se pone una cosa por otra, o como en la alegoría se dice
una cosa significando otra, así también el símbolo siempre denota
alguna cosa aparte de sí mismo. Ezequiel vio una resurrección de
Israel de las tierras del cautiverio. Daniel vio un gran cuerno en la
cabeza de un macho cabrío, lo que representaba al poderoso
conquistador griego Mejandro el Grande. Pero aunque en el uso de
símbolos se dice una cosa y se significa otra, siempre puede
rastrearse alguna similitud, más o menos detallada entre el símbolo y
lo simbolizado. En algunos casos, como por ej., en el de la rama de
almendro (Jer. 1:11) el nombre sugiere la analogía. Un candelero
representa la Iglesia o pueblo de Dios, sosteniendo una luz en un
sitio donde puede iluminar toda la casa (Mat. 5:15) así como los
discípulos de Cristo deben ocupar una posición en la iglesia visible
y esparcir su luz para que otros vean sus buenas obras y por ello
glorifiquen a Dios. Las correspondencias entre las bestias que
aparecen en los relatos de Daniel y las potencias que representaban
son, en algunos casos, muy detallados. En vista de estos hechos
aceptamos lo siguiente como tres principios fundamentales del
simbolismo: (1) Los nombres de los símbolos han de entenderse
literalmente; (2) el símbolo siempre denota algo distinto de si mismo
y (3) alguna semejanza, más o menos minuciosa, puede descubrirse
entre el símbolo y lo que simboliza.
Por consiguiente, la gran preocupación
del intérprete de símbolos debe ser: ¿Qué probables puntos de
parecido existen entre este signo y la cosa que se quiere que
represente? Y es muy natural que al responder esta pregunta no pueda
esperarse que haya ninguna serie de reglas rígidas y minuciosas que
deban suponerse aplicables a todos los símbolos; porque existe un aire
de enigma y de misterio, rodeando todos los emblemas y los ejemplos
arriba citados demuestran que mientras en algunos los puntos de
semejanza son muchos y minuciosos, en otros son pocos e incidentales.
En general puede decirse que el intérprete al contestar la pregunta
planteada, debe prestar estricta atención a (1) la posición
histórica desde la cual el escritor o el profeta nos hablan, (2) el
objeto y el contexto y (3) la analogía y el intento de símbolos y
figuras similares usados en otras partes. Tal es, indudablemente, la
verdadera interpretación de cada símbolo que mejor satisface estas
varias condiciones, y que no intenta empujar ningún punto de supuesta
semejanza más allá de lo que los hechos, la razón y la analogía lo
permiten claramente.
Los principios hermenéuticos derivados
del examen que acaba de hacerse de los símbolos de visión, en las
Escrituras, son igualmente aplicables a la interpretación de símbolos
materiales, tales como el tabernáculo, el arca del pacto, el
propiciatorio, los sacrificios y ofrendas, y los lavamientos
ceremoniales exigidos por la Ley, el agua del bautismo y el pan y el
vino en la Cena del Señor; porque en cuanto presentan algún hecho o
pensamiento espiritual sus imágenes son esencialmente del mismo
carácter.
El significado simbólico del
derramamiento de sangre en el culto de sacrificios aparece en Lev.
17:11, donde se declara, como el motivo de la prohibición de
comer sangre, que "el alma (en hebreo nepheh, aliento, vida,
persona, alma) de la carne está en la sangre y yo os la he dado para
expiar vuestras personas sobre el altar, porque la sangre hace
expiación en el alma". El sentido exacto de la última cláusula es
oscuro. La Versión Común inglesa, la Septuaginta, la Vulgata y Lutero
traducen "para el alma". Pero el hebreo no admite esa traducción y
opinamos que es mejor traducir, como Keil, "Porque la sangre hace
expiación en virtud del alma". Dice Keil: "No era la sangre como tal,
sino ella como vehículo del alma, la que poseía la virtud expiatoria,
porque el alma del animal se ofrendaba a Dios sobre el altar como
substituto del alma humana.
Este solemne derramamiento de sangre
era la ofrenda de una alma viviente, pues la sangre con calor de vida
se concebía como el elemento en el cual el alma subsistía, o con el
cual, de alguna manera misteriosa, se hallaba identificada (comp.
Deut. 12:23). Al ser derramada sobre el altar simbolizaba la entrega
de una vida que había sido perdida por el pecado, y el adorador que
ofrecía el sacrificio, con aquel acto reconocía su culpabilidad digna
de muerte. Dice Fairbairn: "El rito del sacrificio expiatorio era, en
su propia naturaleza, una transacción simbólica que envolvía una
triple idea; primera, la de que el adorador, al hacerse culpable de
pecado, había perdido su vida ante Dios; segundo, que la vida así
perdida debía entregarse a la justicia divina; y, finalmente, que
siendo entregada de la manera designada, le era devuelta por Dios, o,
en otras palabras, el trasgresor, como persona justificada, quedaba
restablecido en el favor divino.
El simbolismo y la tipología del
tabernáculo mosaico están reconocidos en el capitulo nueve de la
Epístola a los Hebreos, donde aparece que objetos especiales tales
como el candelero, el pan de la proposición y el arca tenían
significado simbólico y que las varias ordenanzas del culto eran
sombras que anunciaban las cosas buenas que habían de venir. Pero el
significado especial de los varios símbolos y del tabernáculo como un
todo, se deja al intérprete deducirlo de los varios pasajes que tratan
del asunto. Debe determinárselo, como el de todos los otros símbolos
no explicados formalmente en la Biblia, de los nombres y
designaciones particulares que se usan, así como de aquellas alusiones
de los sagrados escritores que puedan sugerir o ilustrar algo.
No debe considerarse al tabernáculo
como un símbolo de cosas externas y visibles, ni aun del cielo mismo,
considerado meramente como un lugar, sino como de la reunión y
habitación de Dios y de su pueblo, tanto en el tiempo como en la
eternidad. De esta bendita relación si es símbolo significativo y
siendo también sombra de las buenas cosas venideras, era tipo de la
Iglesia del Nuevo Testamento o reino de Dios, esa casa espiritual,
edificada de piedras vivas (1 Pedro 2:5) que es habitación de Dios en
el espíritu (Efes. 2:22).
Los dos departamentos del "lugar santo"
y el "santísimo" naturalmente representarían la doble relación, la
divina y la humana. El "Santo de los Santos", siendo el lugar especial
de la morada de su testimonio y relación para con su pueblo; el "lugar
santo", con sacerdote ministrante, altar del incienso, mesa del pan de
la proposición y candelabro, expresaba la relación para con Dios de
los verdaderos adoradores.
Los dos sitios, sólo separados por el
velo, denotaban, por consiguiente, por una parte, lo que Dios es, en
su gracia condescendiente para con su pueblo y, por la otra, lo que
su pueblo redimido, sal de la tierra y luz del mundo, es para con
él. Era conveniente que lo divino y lo humano se distinguiesen así.
Pero la más elevada devoción continua
de Israel hacia Dios está representada por el altar del incienso,
situado inmediatamente delante del velo y enfrente del propiciatorio
(Éxodo 30:6). La ofrenda del incienso era un símbolo expresivo de las
oraciones de los santos (Salmo 141:2; Rev. 5:8; 8:34) y toda la
multitud del pueblo acostumbraba orar afuera a la hora de ofrecer el
incienso (Luc. 1:10). Jehová se complacía en "habitar entre las
alabanzas de Israel" (Salmo 22:3) porque todo lo que su pueblo puede
ser y hacer en su relación de consagración hacia él se expresa en sus
oraciones ante el altar y el propiciatorio.
No hay para qué detenernos en detalles
acerca del simbolismo del patio del tabernáculo, con su altar del
holocausto y su fuente de metal. No podía haber aproximación a Dios
de parte de los pecadores, ningún encuentro ni morada con él,
excepto mediante las ofrendas hechas ante el gran altar situado en el
frente de la sagrada tienda.
El
profundo simbolismo del tabernáculo se ve, además, en conexión con
las ofrendas del gran día de expiación. Una vez al año el sumo
sacerdote entraba al Lugar Santísimo para hacer expiación por sí mismo
y por Israel; pero en conexión con su obra de ese día todas las partes
del tabernáculo se ponían en evidencia. Habiendo lavado su cuerpo en
agua y vestídose las vestiduras sagradas, primeramente ofrecía la
ofrenda del holocausto sobre el gran altar, a fin de hacer expiación
por sí mismo y por su casa (Lev. 16:2-6). Luego, tomando un incensario
con carbones encendidos del altar, ofrecía incienso sobre el fuego,
delante del Señor, de manera que la nube cubría el propiciatorio; y
tomando la sangre de un toro y de un macho cabrío, pasaba adentro del
velo y rociaba siete veces con la sangre de cada uno (Lev. 16:12-14).
En la Epístola a los Hebreos se nos dice que todo esto prefiguraba la
obra de Cristo por nosotros. "Estando ya presente Cristo, sumo
sacerdote de los que habían de venir, por el más amplio y más
perfecto tabernáculo no hecho de manos, es a saber, no de esta
creación (no material, tangible, local); no por sangre de machos
cabríos ni de becerros mas por puntos de semejanza son muchos y
minuciosos, en otros son pocos e incidentales. En general puede
decirse que el intérprete al contestar la pregunta planteada, debe
prestar estricta atención a (1) la posición histórica desde la
cual el escritor o el profeta nos hablan, (2) el objeto y el contexto
y (3) la analogía y el intento de símbolos y figuras similares usados
en otras partes. Tal es, indudablemente, la verdadera interpretación
de cada símbolo que mejor satisface estas varias condiciones, y que no
intenta empujar ningún punto de supuesta semejanza más allá de lo que
los hechos, la razón y la analogía lo permiten claramente.
Los principios hermenéuticos derivados
del examen que acaba de hacerse de los símbolos de visión, en las
Escrituras, son igualmente aplicables a la interpretación de símbolos
materiales, tales como el tabernáculo, el arca del pacto, el
propiciatorio, los sacrificios y ofrendas, y los lavamientos
ceremoniales exigidos por la Ley, el agua del bautismo y el pan y el
vino en la Cena del Señor; porque en cuanto presentan algún hecho o
pensamiento espiritual sus imágenes son esencialmente del mismo
carácter.
El significado simbólico del
derramamiento de sangre en el culto de sacrificios aparece en Lev.
17:11, donde se declara, como el motivo de la prohibición de comer
sangre, que "el alma (en hebreo nepheh, aliento, vida, persona,
alma) de la carne está en la sangre y yo os la he dado para expiar
vuestras personas sobre el altar, porque la sangre hace expiación en
el alma". El sentido exacto de la última cláusula es oscuro. La
Versión Común inglesa, la Septuaginta, la Vulgata y Lutero traducen
"para el alma". Pero el hebreo no admite esa traducción y opinamos
que es mejor traducir, como Keil, "Porque la sangre hace expiación en
virtud del alma". Dice Keil: "No era la sangre como tal, sino ella
como vehículo del alma, la que poseía la virtud expiatoria, porque el
alma del animal se ofrendaba a Dios sobre el altar como substituto
del alma humana.
Este solemne derramamiento de sangre
era la ofrenda de una alma viviente, pues la sangre con calor de vida
se concebía como el elemento en el cual el alma subsistía, o con el
cual, de alguna manera misteriosa, se hallaba identificada (comp.
Deut. 12:23). Al ser derramada sobre el altar simbolizaba la entrega
de una vida que había sido perdida por el pecado, y el adorador que
ofrecía el sacrificio, con aquel acto reconocía su culpabilidad digna
de muerte. Dice Fairbairn: "El rito del sacrificio expiatorio era, en
su propia naturaleza, una transacción simbólica que envolvía una
triple idea; primera, la de que el adorador, al hacerse culpable de
pecado, había perdido su vida ante Dios; segundo, que la vida así
perdida debía entregarse a la justicia divina; y, finalmente, que
siendo entregada de la manera designada, le era devuelta por Dios, o,
en otras palabras, el trasgresor, como persona justificada, quedaba
restablecido en el favor divino.
El simbolismo y la tipología del
tabernáculo mosaico están reconocidos en el capitulo nueve de la
Epístola a los Hebreos, donde aparece que objetos especiales tales
como el candelero, el pan de la proposición y el arca tenían
significado simbólico y que las varias ordenanzas del culto eran
sombras que anunciaban las cosas buenas que habían de venir. Pero el
significado especial de los varios símbolos y del tabernáculo como un
todo, se deja al intérprete deducirlo de los varios pasajes que tratan
del asunto. Debe determinárselo, como el de todos los otros símbolos
no explicados formalmente en la Biblia, de los nombres y
designaciones particulares que se usan, así como de aquellas alusiones
de los sagrados escritores que puedan sugerir o ilustrar algo.
No debe considerarse al tabernáculo
como un símbolo de cosas externas y visibles, ni aun del cielo mismo,
considerado meramente como un lugar, sino como de la reunión y
habitación de Dios y de su pueblo, tanto en el tiempo como en la
eternidad. De esta bendita relación sí es símbolo significativo y
siendo también sombra de las buenas cosas venideras, era tipo de la
Iglesia del Nuevo Testamento o reino de Dios, esa casa espiritual,
edificada de piedras vivas (1 Pedro 2:5) que es habitación de Dios en
el espíritu (Efes. 2:22).
Los dos departamentos del "lugar santo"
y el "santísimo" naturalmente representarían la doble relación, la
divina y la humana. El "Santo de los Santos", siendo el lugar especial
de la morada de su testimonio y relación para con su pueblo; el "lugar
santo", con sacerdote ministrante, altar del incienso, mesa del pan
de la proposición y candelabro, expresaba la relación para con Dios de
los verdaderos adoradores.
Los dos sitios, sólo separados por el
velo, denotaban, por consiguiente, por una parte, lo que Dios es, en
su gracia condescendiente para con su pueblo y, por la otra, lo que
su pueblo redimido, sal de la tierra y luz del mundo, es para con
él. Era conveniente que lo divino y lo humano se distinguiesen así.
Pero la más elevada devoción continua
de Israel hacia Dios está representada por el altar del incienso,
situado inmediatamente delante del velo y en frente del
propiciatorio (Éxodo 30:6). La ofrenda del incienso era un símbolo
expresivo de las oraciones de los santos (Salmo 141:2; Rev. 5:8; 8:34)
y toda la multitud del pueblo acostumbraba orar afuera a la hora de
ofrecer el incienso (Luc. 1:10). Jehová se complacía en "habitar entre
las alabanzas de Israel" (Salmo 22:3) porque todo lo que su pueblo
puede ser y hacer en su relación de consagración hacia él se expresa
en sus oraciones ante el altar y el propiciatorio.
No hay para qué detenernos en detalles
acerca del simbolismo del patio del tabernáculo, con su altar del
holocausto y su fuente de metal. No podía haber aproximación a Dios
de parte de los pecadores, ningún encuentro ni morada con él,
excepto mediante las ofrendas hechas ante el gran altar situado en el
frente de la sagrada tienda.
El profundo simbolismo del tabernáculo
se ve, además, en conexión con las ofrendas del gran día de
expiación. Una vez al año el sumo sacerdote entraba al Lugar
Santísimo para hacer expiación por sí mismo y por Israel; pero en
conexión con su obra de ese día todas las partes del tabernáculo se
ponían en evidencia. Habiendo lavado su cuerpo en agua y vestidose las
vestiduras sagradas, primeramente ofrecía la ofrenda del holocausto
sobre el gran altar, a fin de hacer expiación por sí mismo y por su
casa (Lev. 16:2-6). Luego, tomando un incensario con carbones
encendidos del altar, ofrecía incienso sobre el fuego, delante del
Señor, de manera que la nube cubría el propiciatorio; y tomando la
sangre de un toro y de un macho cabrío, pasaba adentro del velo y
rociaba siete veces con la sangre de cada uno (Lev. 16:12-14). En la
Epístola a los Hebreos se nos dice que todo esto prefiguraba la obra
de Cristo por nosotros. "Estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de
los que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo
no hecho de manos, es a saber, no de esta creación (no material,
tangible, local); no por sangre de machos cabríos ni de becerros mas
por su propia sangre, entró, una vez por todas en los santuarios
(taagia,) plural, e intimando indefinidamente más que lugares
meramente habiendo obtenido eterna redención. Porque no entró Cristo
en santuarios (plural) hechos de mano, figuras de los verdaderos, sino
en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia
de Dios". Hebr. 9:11,12,24). De acuerdo con esto se exhorta al
creyente a entrar con confianza en los lugares santos, mediante la
sangre de Jesús y a acercarse con corazón verdadero en plena
certidumbre de fe (Hebr. 10:19, 22). Donde ha ido nuestro sumo
sacerdote, nosotros, también, podemos ir y la posición del querubín
sobre el propiciatorio y en el jardín del Edén sugiere la
glorificación final de todos los hijos de Dios. Esta es la doctrina
inspiradora y sugestiva de Pablo en Efesios 1:18-20, donde habla de
"las riquezas de la gloria de su herencia en los santos" y la
"supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,
por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en
Cristo resucitándole de los muertos y colocándole a su diestra en los
cielos" (en tois epouranjois, "en los celestiales", no lugares
celestiales meramente, sino compañerismos o comuniones, potencias,
glorias; y luego pasa a decir que Dios, de igual manera, levanta a
los muertos en delitos y pecados, les da vida juntamente con Cristo,
los resucita y los sienta juntos en las mismas regiones celestiales,
asociaciones y glorias a las cuales Cristo misma ha ido. Así vemos la
plenísima revelación de los medios por los cuales Israel será
santificado en la gloria de Jehová y la extensión en que lo logrará.
(Éxodo 29:43). Entonces, en el sentido más elevado y santo, "el
tabernáculo de Dios (será) con los hombres y morará con ellos; y ellos
serán su pueblo y él mismo será su Dios con ellos" (Rev. 21:3). En la
gloria celestial no habrá sitio para templo ni ningún santuario y
símbolo local "pues su templo es el Señor Dios Todopoderoso, y el
Cordero". (Rev. 21:22).
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