METODOS DE INTERPRETACION
La historia de la exposición
bíblica, tal como se la descubre en las obras de los grandes exegetas
y críticos, nos muestra los diversos métodos que han prevalecido en
varios períodos. Indudablemente, al través de los siglos, el sentido
común de los lectores ha aceptado el significado obvio de las
principales partes de la Biblia; pues, como lo hace notar Stuart: "Desde
el primer instante en que un ser humano se dirigió a otro, mediante el
uso del lenguaje, hasta la hora actual, las leyes esenciales de la
interpretación fueron, y han continuado siéndolo‑, un asunto
práctico. La persona a quien se hablaba, siempre ha sido un intérprete
en cada caso en que ha oído y entendido lo que se le decía. Por
consiguiente, toda la raza humana es, y siempre ha sida, intérprete.
Esto es una ley de su naturaleza racional, inteligente y comunicativa".
La mayor parte de los métodos de explicación erróneos y absurdos
tienen su origen en falsas ideas acerca de la Biblia misma. Por una
parte hallamos una reverencia supersticiosa por la letra de la
Escritura, lo que induce a escudriñar en busca de tesoros de
pensamiento escondidos en cada palabra; por otra parte, los prejuicios
y suposiciones hostiles a las Escrituras han engendrado métodos de
interpretación que pervierten, y a menudo contradicen, las
declaraciones mas claras de las Escrituras. Las antiguas exposiciones
judaicas del Antiguo Testamento exhiben numerosos métodos absurdos de
interpretación. Por ejemplo, las letras de una palabra eran reducidas
a su valor numérico; luego se buscaba alguna otra palabra o
declaración que contuviera las mismas letras en otro orden, u otras
letras que sumaran el mismo valor numérico y, halladas, se
consideraban las dos palabras como equivalentes en significado. El
valor numérico de las letras que, en hebreo, componen el nombre "Eliezer",
es trescientos dieciocho, igual al número de los siervos de Abraham (Gén.
14: 14) de lo cual se infería que el mayordomo de Abraham, Eliezer,
era tan poderoso solo como los otros trescientos. Y así, por medio de
ingeniosas manipulaciones, toda forma gramatical rara, todo caso de
pleonasmo o de elipsis, o el empleo de cualquier partícula
aparentemente superflua, se la hacía contribuir algún significado
notable. Es fácil ver que métodos tan caprichosos necesariamente
tenían que envolver la exposición de las Escrituras en la mayor
confusión.
Y sin embargo, los eruditos
rabinos que tales métodos empleaban buscaban por estos medios
demostrar las múltiples excelencias y sabiduría de sus libros
sagrados. Así que el estudio de las antiguas exégesis judías es de muy
poco valor para dar con el verdadero significado de las Escrituras.
Los métodos de procedimiento son fantásticos y arbitrarios y alientan
el hábito pernicioso de escudriñar los oráculos de Dios con objetos
que sólo tiene en vista el satisfacer curiosidades insanas. Pero para
ilustrar antiguas opiniones judías, especialmente para la elucidación
de ciertas doctrinas y costumbres y, a veces, para la crítica del
texto hebreo‑ los comentarios de los rabinos pueden ser de mucha
utilidad.
El método alegórico de
interpretación obtuvo prominencia, desde temprano, entre los judíos
de Alejandría.
Generalmente se atribuye su origen
a la mezcla de la filosofía griega con las concepciones bíblicas
acerca de Dios. Muchas de las teofanías y de los antropomorfismos del
Antiguo Testamento repugnaban a las mentes filosóficas; de allí el
esfuerzo por descubrir detrás de la forma exterior una sustancia
interna de verdad. A menudo se trataron las narraciones bíblicas como
los mitos griegos, explicándolas, ora como una incorporación
histórica, ora como una incorporación enigmática de las lecciones
morales y religiosas. El representante más distinguido de la
interpretación alegórica judía, fue Filón, de Alejandría, y un mal
ejemplo de sus alegorizaciones se halla en las siguientes
observaciones acerca de los ríos del Edén (Gén 2:10‑14). Dice Filón:
Con estas palabras Moisés se
propone bosquejar las actitudes particulares. Y también ellas son
cuatro en número: prudencia, templanza, valor y justicia. Ahora bien,
el río mayor, del cual fluyen los cuatro ramales, es la virtud
genérica, a la que ya hemos llamado bondad; y los cuatro ramales son
el mismo número de virtudes. La virtud genérica, por consiguiente,
deriva su principio del Edén, que es la sabiduría de Dios, la que se
regocija y alegra y triunfa, deleitándose y honrándose en una sola
cosa, su Padre, Dios. Y las cuatro virtudes particulares son ramas de
la virtud genérica, la cual, como un río, baña todas las buenas
acciones de cada una, con una abundante corriente de beneficios".
Alegorías análogas abundan
en las
primitivos padres cristianos. Así vemos que Clemente de
Alejandría,
comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo, el
halcón,
el águila y el cuervo, hace la siguiente observación: "El
cerdo es el
emblema de la codicia voluptuosa y sucia, de alimento... El
águila
indica latrocinio, el halcón injusticia y el cuervo
voracidad". Acerca
de Éxodo 15: 1, "Jehová se ha magnificado... echando en la mar
al
caballo y su jinete". Clemente observa: "Al efecto brutal y
con
muchos miembros, la codicia, con el jinete montado, que da las
riendas a los placeres, lo lanza al mar, arrojándolos a los
desórdenes del mundo". Así también Platón, en su libro acerca
del alma
(Timaeus), dice que "el cochero y el caballo que dispararon
(la parte
irracional, que se divide en dos, en cólera y en
concupiscencia) caen; de modo que el mito da a entender que fue por
medio de la
lascivia de los corceles que Phaethon fue arrojada".‑
El método alegórico de
interpretación se basa en una profunda reverencia por las Escrituras y
un deseo de exhibir sus múltiples profundidades de sabiduría. Pero se
notará inmediatamente que su costumbre es desatender el significado
común de las palabras y dar alas a toda clase de ideas fantásticas. No
extrae el significado legítimo del lenguaje del autor sino que
introduce en él todo lo que al capricho o fantasía del intérprete se
le ocurre. Como sistema, pues, se coloca fuera de todos los
principios y leyes bien definidos.
En bastante estrecha alianza con
la Interpretación Alegórica hallamos a la Mística, según la cual deben
buscarse múltiples profundidades y matices de significado en cada
palabra de la Biblia. Por lo tanto los intérpretes alegóricos, muy
naturalmente, caen en muchas cosas que deben clasificarse con las
teorías místicas. Clemente de Alejandría sostenía que las leyes de
Moisés contienen un cuádruplo significado, el natural, el místico, el
moral y el profético. Orígenes sostenía que como la naturaleza humana
consiste en cuerpo, alma y espíritu, así también las Escrituras tienen
un correspondiente triple sentido: el corporal o literal, el psíquico
o moral y el espíritu, al que él, más tarde distingue como alegórico,
tropológico y anagógico. En la primera parte del siglo IX, el erudito
Rhabanus Maurus recomendaba cuatro métodos de exposición, el
histórico, el alegórico, el anagógico y el tropológico. Observa él:
"Por medio de éstos, la
madre
Sabiduría alimenta los hijos de su adopción. A los jóvenes y
los de
tierna edad concede bebida, en la leche de la historia; a los
que se
han aprovechado de la fe, alimento en el pan de la alegoría; a
los
buenos, a los que luchan esforzándose en buenas obras, les da
una
porción que satisface en el rico nutrimento de la tropología. A
aquellos, en fin, que se han elevado sobre el nivel común de
la
humanidad, por medio de un menosprecio de las cosas terrenas y
han
avanzado a lo más elevado por medio de deseas celestiales, les
da la
sobria embriaguez de la contemplación teórica en el vino de la
anagogía... La Historia, que narra ejemplos de hombres
perfectos, excita al lector a imitar la santidad de ellos; la alegoría
lo excita
a conocer la verdad en la revelación de la fe; la tropología
lo
alienta al amor a la virtud por el mejoramiento de la moral; y
la
anagogía promueve los deseos de felicidad eterna por la
revelación de
goces eternos... Puesto que parece
que mediante estos cuatro modos de
entendimiento las Escrituras descubren todas las cosas secretas que
hay en ellas, debiéramos considera cuándo deben ser entendidas según
uno de esos modos; según los cuatro juntos".
Entre los intérpretes místicos
podemos colocar también al famoso Emmanuel Swedenborg, quien sostenía
la existencia de un triple sentido de las Escrituras, de acuerdo con
lo que él titulaba "la Ciencia de las Correspondencias". Así como hay
tres cielos, el bajo, el medio y el superior, así hay
tres sentidos en la Palabra: el natural o literal, el espiritual y el
celestial. Dice él:
"La Palabra en su letra, es como
una alhajera, donde vemos, en orden, piedras preciosas, perlas y
diademas; y cuando un hombre aprecia la Palabra santa y la lee para
provecho de su vida, los pensamientos de su mente son,
comparativamente, como quien tiene en sus manos semejante mueble y lo
envía hacia el cielo; y en su ascensión se abre y las cosas preciosas
que en él hay llegan a los ángeles, quienes se deleitan profundamente
al verlas y examinarlas. Este deleite de los ángeles se comunica al
hombre y forma consorcio y también una comunicación de percepciones".
Explica el mandamiento: "No
matarás" (Ex. 20 13), primeramente en su sentido natural, como
prohibiendo el asesinato y también el acariciar pensamientos de odio y
de venganza; en segundo lugar, en sentido espiritual, como
prohibiendo "portarse como diablo y destruir el alma de un hombre"; y,
en tercer lugar, en el sentido celestial los ángeles entienden por
matar, el aborrecer al Señor y la Palabra.
Algo semejante al místico es el
modo de exposición Pietista, según el cual el intérprete pretende ser
guiado por "una luz interna", recibida como "una unción del Santo" (1
Juan 2: 20) . Las reglas de la gramática y el significado y el uso
común se abandonan, sosteniéndose que la Luz interna del Espíritu es
el Revelador permanente e infalible. Algunos de los últimos pietistas
de Alemania, así como los cuáqueros de Inglaterra y de Norte América,
se han dado, especialmente, a esta manera de manejar las Escrituras.
Naturalmente, debiera suponerse que esta santa luz interna nunca se
contradiría ni guiaría a sus seguidores a diversas exposiciones de un
mismo texto, pero las interpretaciones divergentes e irreconciliables
prevalecientes entre los adherentes de este sistema demuestran que la
tal "luz interna" no merece confianza: Como los sistemas alegórico y
místico, de interpretación, el Pietismo admite la santidad de las
Escrituras y busca en ellas lecciones de vida eterna, pero en cuanto a
principios y reglas de exégesis es más ilegal e irracional. El
alegorista profesa seguir ciertas analogías y correspondencias pero
el cuáquero pietista es ley para sí mismo, de modo que su propio
sentimiento o fantasía subjetivos es lo que pone fin a toda
controversia. El se establece como un nuevo oráculo, y en tanto que
profesa seguir la palabra escrita de Dios, establece su propio
dicho como otra revelación. Es muy natural que semejante proceder
nunca se podrá recomendar al sentido común ni al juicio racional.
Un método de exposición que debe
su origen al famoso J. S. Semler, padre de la escuela destructiva del
Racionalismo Alemán, es conocido con el nombre de Teoría del
Acomodamiento. Según ella, las enseñanzas bíblicas acerca de los
milagros, el sacrificio vicario y expiatorio, la resurrección, el
juicio eterno y la existencia de ángeles y demonios, deben
considerarse como acomodamientos a las ideas supersticiosas, las
preocupaciones y la ignorancia de la época. De esta manera se hacía a
un lado todo lo sobrenatural. Semler se obstinó en la idea de que
debemos distinguir entre religión y teología y entre la piedad
personal y la enseñanza pública de la Iglesia. Rechazó la doctrina
de la inspiración divina de las Escrituras y sostuvo que como el
Antiguo Testamento fue escrito para los judíos, cuyas ideas religiosas
eran estrechas y erradas, no podemos aceptar sus enseñanzas como una
regla general de fe. Sostenía él que el Evangelio según Mateo fue
preparado para judíos que estaban fuera de Palestina, así como el de
Juan fué escrito para cristianos saturados, en mayor o menor grado, de
cultura griega. Pablo, al principio, se adaptó a las modalidades
judías de pensamiento con la esperanza de atraer al Cristianismo a
muchos de sus compatriotas; pero, fracasando en su propósito, se
volvió a los gentiles y alcanzó gran distinción al presentar el
Cristianismo como una religión para todos los hombres. Por
consiguiente, los diferentes libros que componen las Escrituras habían
tenido por objeto, únicamente, servir a una necesidad del momento y
muchas de sus declaraciones pueden, sin mayores trámites, hacerse a un
lado como falsas.
La objeción fatal para este método
de interpretación es que, necesariamente, impugnan la veracidad y el
honor de los escritores sagrados y aun el del mismo Hijo de Dios, pues
los representa a todos en connivencia para disimular tos errores y la
ignorancia del pueblo y para confirmarles a ellos y a todos los
lectores de la Biblia en tales ignorancias y error. Admitir semejante
principio en nuestras exposiciones de la Biblia significaría
desprendernos de nuestras anclas y dejarnos llevar, mar afuera, por
sobre las revueltas aguas de la conjetura y la incertidumbre.
Aunque sea de paso, debemos
mencionar lo que generalmente se llama la Interpretación Moral, y que
debe su origen al célebre filósofo Kant. La prominencia que da a la
razón pura y al idealismo mantenido en su sistema metafísico, conducen,
naturalmente, a la práctica de hacer inclinar las Escrituras a las
exigencias preconcebidas de la razón porque aunque toda la Escritura
sea dada por inspiración de Dios, tiene por su valor y propósito
prácticos la mejora moral del hombre. De aquí que cuando del sentido
literal e histórico de un pasaje no pueda extraerse ninguna lección
moral provechosa que se recomiende a la razón práctica, estamos en
libertad de hacerla a un lado y de dar a las palabras un significado
compatible con la religión de la razón. Se sostiene que tales
exposiciones no deben ser acusadas de faltas de sinceridad, por cuanto
no debe presentárselas como el significado estricto de los sagrados
escritores sino, únicamente, como un significado que ellos,
probablemente, pudieron haber intentado dar. El único valor real de
las Escrituras es ilustrar y confirmar la religión de la razón.
Fácil es ver que semejante sistema
de interpretación, que públicamente desconoce el sentido gramatical e
histórico de la Biblia, no puede tener reglas dignas de confianza o
consistentes. Al igual que los métodos místico y alegórico, deja todo
librado a la fe o a la fantasía del intérprete.
Tan expuestos a la objeción y a la
crítica son todos esos métodos de interpretación que no hay por qué
sorprenderse si los vemos reemplazados por otros extremos. De todas
las teorías racionalistas, la Naturalista es la más violenta y
radical. Una aplicación rígida de esta teoría la hallamos en el
Comentario del Nuevo Testamento, por Paulus, en el que se sostiene que
el crítico bíblico debiera siempre hacer distinción entre lo que son
hechos y lo que son meras opiniones. Acepta la verdad histórica de las
narraciones de los evangelios pero sostiene que la manera de
explicarlas es asunto de opinión. Rechaza toda agencia sobrenatural en
los asuntos humanos y explica los milagros de Jesús ora coma actos de
bondad, ora como demostraciones de pericia medica, o como
ilustraciones de sagacidad y tacto personales, registrados en la
narración de una manera característica de la época y de las opiniones
de los diversos escritores. El caminar de Jesús sobre las aguas, era,
simplemente, una caminata por la playa; el bote estuvo todo el tiempo
tan cerca de la orilla, que cuando Pedro saltó al agua, Jesús pudo
alcanzarle y salvarle desde la playa. La excitación fue tan grande y
tan profunda la impresión sobre los discípulos, que les pareció que
Jesús, milagrosamente, había caminado sobre las aguas e ido en su
auxilio.
El milagro aparente de alimentar a
cinco mil personas con cinco panes, se realizó, sencillamente, por el
ejemplo que Jesús ordenó a sus discípulos que dieran, de distribuir a
los que les rodeaban de las pocas provisiones que tenían. Este ejemplo
fue pronto seguido por otros grupas T se halló que había comida más
que suficiente para todos. Lázaro no murió realmente; sufrió un
desmayo y se le creyó muerto. Jesús sospechó estas cosas y, llegando a
la tumba en el momento oportuno, halló confirmada su suposición; y su
sabiduría y poder, en este caso, hicieron una impresión profunda y
duradera.
Se vio inmediatamente que este
estilo de exposición anulaba las leyes racionales del lenguaje humano
al mismo tiempo que minaba la credibilidad de toda la Historia. Por
otra parte exponía los libros sagrados a toda clase de sátiras. Sólo
por muy corto tiempo despertó algún interés.
El Método Naturalista de
interpretación fue seguido por el Mítico. Su más distinguido
representante fue David Federico Strauss, cuya "Vida de Jesús",
publicada primeramente en 1835, creó profunda sensación en el mundo
cristiana. La teoría mítica, tal como Strauss la desarrolló y la
aplicó rígidamente, era una aplicación lógica y consistente que se
hacía a la exposición bíblica dé la doctrina de Hegel (panteísta) de
que la idea de Dios y del absoluto no brota milagrosamente ni se
revela en el individuo, sino que se desarrolla en la conciencia de la
humanidad. Según Strauss, la idea mesiánica se desarrolló
gradualmente en las expectativas y anhelos de la Nación Judía y en
la época en que Jesús apareció ella estaba alcanzando su completa
madurez. El Cristo había de surgir de la línea de David, nacer en
Belén, ser un profeta semejante a Moisés y hablar palabras de
infalible sabiduría. Su época había de estar llena de señales y
maravillas. Se abrirían los ojos de los ciegos, se destaparían los
oídos de los sordos y las lenguas de los mudos cantarían. Entre estas
esperanzas y expectativas apareció Jesús, un israelita de notable
belleza y fuerza de carácter, quien, por su excelencia y sabia
conducta hizo una poderosa impresión sobre sus amigos y allegados.
Después de su fallecimiento. sus discípulos no sólo cedieron a la
convicción de que debió resucitar de entre los muertos sino que
empezaron a asociarse con todos sus ideales mesiánicos. El argumento
de ellos era: "Tales y tales cosas deben haber pertenecido a Cristo:
Jesús era el Cristo; por consiguiente, tales y tales cosas le
acontecieron". La visita de los sabios del Oriente fué sugerida por la
profecía de Balaam acerca de la "estrella de Jacob" (Núm. 24: 17). La
huída de la santa familia a Egipto fué sacada de la huida de Moisés a
Madian y la masacre de los niños de Belén, de la orden del faraón
que ordenó destruir todos los varoncitos que nacieran a los israelitas
en Egipto. La alimentación milagrosa de los cinco mil, con unos
cuantos panes, fue un arreglo de la historia del maná tomada del Antiguo Testamento. La transfiguración en el Monte se tomó de los relatos
acerca de Moisés y de Elías en el Monte de Dios. En fin, Cristo no
instituyó la Iglesia Cristiana ni envió su Evangelio a los pueblos
según lo relata el Nuevo Testamento; antes bien, el Cristo de los
evangelios fue la creación mítica de la Iglesia primitiva. Unos
adoradores entusiastas revistieron la memoria de aquel hombre, Jesús,
con todo lo que pudiera engrandecer su nombre y su carácter como el
Mesías del mundo. Pera el análisis crítico debe determinar lo que es
hecho y lo que es ficción. A veces puede ser imposible trazar la línea
divisoria.
Entre los rasgos mediante los
cuales debemos distinguir el mito, Strauss da los siguientes ejemplos:
Una narración no es histórica (1) cuando sus declaraciones son
irreconciliables con las leyes conocidas y universales que; rigen el
curso de los acontecimientos; (2) cuando es inconsecuente consigo
misma o con otros relatos de la misma cosa; (3) cuando los actores
conversan poéticamente o en discurso de elevado lenguaje, inadecuado a
su educación y posición; (4) cuando la sustancia esencial, lo
fundamental de un asunto de que se da cuenta, es inconcebible en sí
mismo o se halla en notable armonía con alguna idea mesiánica de los
judíos de aquella época.
No es necesario que entremos en una exposición
detallada de las falacias de esta teoría mítica. Basta el observar,
sobre las cuatro reglas enumeradas, que la primera niega,
dogmáticamente, la posibilidad del milagro; la segunda (especialmente
en manos de Strauss) supone, virtualmente, que cuando dos relatos
difieren entre sí, ambos deben ser falsos. La tercera carece de valor
mientras no se demuestre claramente, en cada caso, lo que es
apropiado o conveniente y lo que no lo es; y en cuanto a la cuarta,
si se la reduce a último análisis, resulta simplemente una apelación a
las nociones subjetivas que uno posea. A estas consideraciones debe
añadirse el hecho de que el Jesús que los evangelios nos describen es
sumamente distinto del concepto judío de su época, acerca del Mesías.
Es demasiado perfecto y maravilloso para ser el producto de la
fantasía humana. Los mitos sólo surgen en épocas no históricas y eso,
largo tiempo después de la persona o acontecimiento que representan;
en tanto que Jesús vivió T realizó sus maravillosas obras en el
período más crítico de la civilización griega y de la romana. Por otra
parte los escritos del Nuevo
Testamento se publicaron demasiado pronto,
después de la aparición actual de Jesús, lo que impide la
incorporación de semejante desarrollo mítico como Strauss pretende.
Esforzándose por demostrar de qué manera la Iglesia, espontáneamente,
originó al Cristo de los evangelios, toda esta teoría nos deja a
obscuras, sin mostrarnos causa o explicación suficiente del origen de
la Iglesia y del Cristianismo mismo. La interpretación mítica no ha
tenido aceptación entre los estudiantes cristianos y tiene muy pocos
adeptos en la época actual.
Los cuatro métodos de interpretación
últimamente mencionados pueden, a una, ser designados como
racionalistas; pero bajo este nombre caben también otros que
armonizan con la teoría naturalista, la mítica, la moral y la
acomodativa, en cuanto a negar el elemento sobre. natural de la Biblia.
Los métodos peculiares por medio de los cuales los señores F. C. Baur,
Renán, Schenkel y otros críticos racionalistas, han tratado de
retratar la vida de Jesús y de explicar el origen de los evangelios,
de los Actos y de las Epístolas, frecuentemente envuelven principios
igualmente peculiares de interpretación. Siga embargo, todos estos
escritores proceden con suposiciones que, de hecho, dan por sentado lo
que está en discusión entre naturalistas y supernaturalistas. Pero
todos difieren entre sí notablemente. Baur rechaza la teoría mítica de
Strauss y halla en los partidos petrino y paulino de la Iglesia
Primitiva el origen de muchos de los escritos neotestamentarios. Estos
partidos o facciones surgieron con motivo de la abolición de
ceremoniales del Antiguo. Testamento y del rito de la circuncisión. A los
Actos de los Apóstoles los considera como el monumento de pacificación
entre estos partidos rivales, efectuada en la primera parte del
siglo segundo. Representa al libro, en su mayor parte, como una
ficción, en la cual su autor, discípulo de Pablo, representa a Pedro
como el primero en predicar a los gentiles, y a Pablo como
conformándose a diversas costumbres judías, asegurándose, en tal
forma, una reconciliación entre los cristianos petrinos y paulinos.
Por su parte, Renán sostiene una teoría legendaria acerca del origen
de los evangelios y atribuye los milagros de Jesús, al igual que las
maravillas de los santos medioevales, en parte a la ciega adoración y
al entusiasmo de sus adeptos y, en parte, al fraude piadoso. Schenkel
trata de hacer inteligibles la vida y el carácter de Cristo
despojándolo de lo divino y milagroso y presentándonos simplemente a
un hombre.
Es justo hacer notar que todas
estas teorías racionalistas se destruyen una a la otra. Strauss le
pinchó el parche al método naturalista de Paulus y Baur demostró que
la teoría mítica de Strauss es insostenible. Renán se pronuncia contra
las teorías de Baur y demuestra lo manifiesto del fraude de pretender
que las facciones petrina y paulina sean la explicación del origen de
los libros del Nuevo Testamento, a la vez que esos libros expliquen lo de
las facciones. El propio método de crítica, de Renán, parece ser
completamente sin ley, y sus observaciones llenas de ligereza y
capciosas han hecho que muchos de sus lectores le consideren falto de
toda convicción seria o sagrada y como hombre listo para emplear
cualquiera clase de medios con tal de lograr su fin. Lo vemos
continuamente introduciendo en las Escrituras sus propias ideas y
haciendo decir a sus escritores lo que, probablemente, jamás soñaron.
Por ejemplo, supone que el hombre rico fue al lugar de sufrimiento
porque era rico y que Lázaro fue glorificado a causa de su extrema
pobreza. Muchas de sus interpretaciones se basan en las suposiciones
más insostenibles y son indignas de tomarlas en serio para refutarlas.
El resultado lógico está mucho más allá de su exégesis, en las
cuestiones fundamentales de un Dios personal y de una providencia
predominante.
El desarrollo de la filosofía especulativa
por medio de Kant, Jacobi, Herbart, Fichte, Schelling y Hegel ha
ejercido un influjo profundo sobre las mentes críticas de Alemania y
ha afectado el estilo y métodos exegéticos de muchos de los grandes
estudiantes bíblicos del siglo XIX. Esta filosofía ha tendido a hacer
intensamente subjetiva la mente alemana y ha impulsado a no pocos
teólogos a mirar tanto la Historia como las doctrinas en relación con
alguna teoría preconcebida, más bien que en sus aspectos prácticos
sobre la vida humana. Así vemos que los métodos críticos de Reuss,
Kuenen y Wellhausen, en su tratamiento de la literatura del A.
Testamento parecen basados, no tanto en un examen ingenuo de todo el
contenido de los libros sagrados de Israel, como sobre la aplicación
de la filosofía de la historia humana a los libros. Un estudio
desapasionado de las obras de estos críticos induce a creer que los
argumentos detallados con que pretenden sostener sus posiciones, no
son los verdaderos pasos del camino andado para alcanzar sus primeras
conclusiones. Los varios ataques a la autoridad mosaica del Pentateuco
se ve claramente que ha sido una sucesión de arreglos. Una teoría
crítica ha dado lugar a otra como en los ataques a la credulidad de
los evangelios; y los métodos empleados son especialmente de la
naturaleza de un alegato especial para mantener una teoría
preconcebida. Reuss, en el prefacio de su gran obra acerca de
la Historia de las Escrituras Judías nos dice que su punto de vista no
es el de historia bíblica sino uno inferido de la comparación de los
códigos legales y comenzando con una "intuición" él se propuso "hallar
el hilo de Ariadna que guiase fuera del laberinto de las hipótesis
corrientes acerca del origen de los libros mosaicos y otros libros del
Antiguo
Testamento, a la luz de un curso psicológicamente inteligible de
desarrollo para el pueblo israelita". Por consiguiente, su
procedimiento es una tentativa ingeniosa para hacer que su filosofía
de la historia en general explique los registros de la historia de
Israel; y, lejos de interpretar de acuerdo con principios legítimos
los registros escritos, él los rearregla de acuerdo con su fantasía
y, de hecho, fabrica una nueva historia notablemente inconsistente con
el significado obvio de los antiguos registros.
Los ataques escépticos y los
racionalistas contra las Escrituras han hecho surgir un método de
interpretación que podemos llamar apologético. Se propone defender, a
toda costa, la autenticidad, genuinidad y credibilidad del sagrado
canon, y sus puntos de vista y métodos son tan semejantes al de la
Exposición Dogmática de la Biblia, que presentamos los dos juntos. La
fase más criticable de restos métodos es que ellos, de hecho, parten
con el objeto ostensible de sostener una hipótesis preconcebida. La
hipótesis puede ser correcta, pero ese procedimiento siempre está
expuesto a conducirnos al error.
Trata constantemente de
descubrir deseados significados en las palabras y de desconocer
el objeto y propósito general del escritor. Hay casos en los que está
bien que se adopte una hipótesis y se la emplee como un medio de
investigación; pero en todos esos casos la hipótesis sólo se adopta
tentativamente, no la afirma dogmáticamente.
En la exposición de la Biblia, la
apología y el dogma tienen su puesto legítimo. La correcta apología
defiende los libros sagrados contra la crítica desenfrenada o capciosa
y presenta sus derechos a ser considerados como la revelación de Dios.
Pero esto sólo puede hacerse
siguiendo métodos racionales y por medio del uso de una lógica
convincente. Así también las Escrituras son provechosas para el dogma,
pero es necesaria que se demuestre que el dogma es una enseñanza
legítima de las Escrituras y no una simple idea tradicional que
nuestras preocupaciones quieren añadir a las Escrituras. El exterminio
de los cananeos, la poligamia de los santos del Antiguo Testamento y la
complicidad de éstos en el asunto de la esclavitud, son sucesos
susceptibles de explicaciones racionales y, en tal sentido, de una
apología correcta. El apologista correcto no tratará de justificar las
crueldades de las antiguas guerras ni sostendrá que Israel tenía
derechos legales sobre Canaán, ni juzgará necesario defender la
práctica de la poligamia o de la esclavitud por hombres eminentes del
Antiguo Testamento. Lo que hará será dejar los hechos y declaraciones
tales como aparecen en su propia luz pero los guardará contra falsas
inferencias y conclusiones temerarias. De la misma manera, las
doctrinas de la Trinidad, de la divinidad de Jesucristo, la
personalidad del Espíritu Santo, la expiación vicaria, la
justificación, la regeneración, la santificación y la resurrección
están firmemente basadas en las Escrituras; pero cuán anticientíficos
y cuán censurables son muchos de los métodos por medio de los cuales
se han mantenido estas y algunas otras doctrinas. Cuando un teólogo
adopta el punto de vista de un credo eclesiástico y desde esa posición,
con aire de polemista, procede a buscar textos bíblicos aislados,
favorables a sí mismo o desfavorables a su adversario, es más que
probable que se exceda. Su credo podrá ser tan verdadero como la
misma Biblia, pero su método es reprensible. Como ejemplo de lo que
decimos, ahí están las disputas de Lutero y Zwinglio acerca de la
consubstanciación. Léase también la literatura polemista de las
controversias antinomianas, calvinistas y sacramentalistas. Se
revuelve toda la Biblia tratándolas como si ella fuese una colección
atómica de textos de prueba dogmática. ¡Cuán difícil es, aun en el
día de hoy, para el teólogo y polemista, el conceder que el verso 7
del capítulo 5 de 1ª Juan, sea espurio! Es menester recordar que
ninguna apología es sana ni ninguna doctrina segura, si descansan
sobre métodos faltos de crítica o si proceden de suposiciones
dogmáticas. Semejantes procedimientos no son exposiciones sino
imposiciones. Por otra parte, el hábito de tratar con menosprecio las
opiniones de los demás, o de declarar lo que un pasaje dado debe
significar y lo que de ninguna manera puede significar, no
es cosa que pueda captarse la confianza de hombres estudiosos que
piensan por sí mismos. Hengstenberg y Ewald representaron dos extremos
opuestos de opinión: pero el dogmatismo imperioso y ofensivo de sus
escritos ha restado mucho al influjo de sus contribuciones a la
literatura bíblica, contribuciones de grandísimo valor, a no haber
sido por ese defecto.
Distinguiéndose de todos los
métodos de interpretación mencionados podemos referirnos el Histórico‑Gramático
como el método que más se recomienda al criterio y a la conciencia de
los estudiantes cristianos. Su principio fundamental consiste en
conseguir de las Escrituras mismas el significado preciso que los
escritores quisieron dar. Ese método aplica a los libros sagrados los
mismos principios, el mismo proceso gramatical y el mismo proceso de
sentido común y de razón que aplicamos a otros libros. El exegeta
histórico‑gramático dotado de convenientes cualidades intelectuales,
educacionales y morales, aceptará las demandas de la Biblia sin
prejuicios o prevenciones; y sin ambición alguna de demostrarlas como
verdaderas o falsas investigará el lenguaje y tendencias de cada
libro con toda independencia y sin temor de ninguna clase; se
posesionará del idioma del escritor, del dialecto especial que hablaba,
así como de su estilo y manera peculiar de expresión; averiguará las
circunstancias en que escribió, las maneras y costumbres de su época y
el motivo u objeto que tuvo en vista al escribir. Tiene el derecho de
suponer que ningún autor en su sano juicio será, a sabiendas,
inconsecuente consigo mismo ni tratará de extraviar o de engañar a sus
lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario