domingo, 17 de junio de 2012

Historia el AT -- Cap 1'7 a 20


Capítulo  XVII
Interpretación de la vida

Cinco unidades literarias conocidas como los libros poéticos son: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares. Ninguno de ellos puede ser clasificado debidamente como libros de carácter histórico o profético. Como parte del canon del Antiguo Testamento, proporcionan una adicional perspectiva de la vida de los israelitas.
Los libros poéticos no pueden ser fechados con certidumbre. Las alusio­nes a sus fechas históricas están tan limitadas en esta literatura, que el tiempo de composición es relativamente insignificante. Tampoco tienen pri­mordial importancia el autor. Reyes, profetas, filósofos, poetas, el pueblo común, todos están representados entre los que contribuyeron a su confec­ción, muchos de los cuales son anónimos.
En esta literatura se hallan reflejados los problemas, las experiencias, las creencias, la filosofía y la actitud de los israelitas. Tal amplia variedad de intereses, está expresada como un llamamiento universal. El uso frecuen­te por el pueblo común por todo el mundo de la voluminosa literatura escri­ta desde el Antiguo Testamento y sus tiempos, indica que los libros poéticos tratan con problemas y verdades familiares a todo el género humano. Sin embargo, las diferencias en tiempo, cultura y civilización, las ideas básicas expresadas por los escritores israelitas en su interpretación de la vida, son todavía vitalmente importantes para el hombre en todas partes.

Job — el problema del sufrimiento

El sufrimiento humano es el gran problema, antiguo como el tiempo, discutido en el libro de Job. Esta cuestión ha continuado siendo uno de los Problemas insolubles del hombre. Tampoco el libro de Job proporciona una solución final a la cuestión. Sin embargo, verdades de verdadera significación se encuentran proyectadas en esta extensa discusión.
Considerado como una unidad, el libro de Job es en su presente forma, lo que podría calificarse de un drama épico. Aunque la mayor parte de la composición es poética, su estructura general es en prosa. En esta última forma, la narrativa proporciona base para su total discusión. Ni la fecha de su fondo histórico, ni el tiempo de su composición, puede ser localizado en este libro con seguridad, y el autor es anónimo.
El libro de Job ha sido reconocido como una de las producciones poéti­cas de todos los tiempos. Entre los escritores hebreos el autor de este libro, despliega el más extenso vocabulario; a veces se le ha considerado como el Shakespeare de los tiempos del Antiguo Testamento. En este libro se ex­hibe un vasto tesoro de conocimientos, un soberbio estilo de vigorosa expre­sión, profundidad de pensamiento, excelente dominio del lenguaje, nobles ideales, y un alto nivel ético, además de un genuino amor por la naturaleza. Las ideas religiosas y filosóficas han merecido la consideración de los más grandes teólogos y filósofos hasta el presente.
No sólo tiene una multiplicidad de interpretaciones —demasiado numero­sas para ser consideradas en este volumen— sino que el texto en sí mismo ha sufrido considerablemente de extensas enmiendas, conjeturas, fantásticas correcciones y reconstrucciones. Numerosos han sido las opiniones y las especulaciones concernientes a su origen.
El lector que se enfrenta con él, debería considerar este libro como una unidad. Las variadas interpretaciones y las numerosas teorías de su origen, merecen la oportuna investigación para los estudiosos avanzados pero la sim­ple verdad contenida en este libro como una unidad, es una significativa fa­ceta de la revelación del Antiguo Testamento.
El hogar patrio de Job era el país de Uz. Aunque falta la correlación cronológica específica, los tiempos en que vivió Job encajan mejor en la era patriarcal. Los infortunios de este hombre justo, dan pie a la base para el diálogo que constituye la mayor parte de este libro.
Vividamente, la personalidad de Job aparece retratada en tres situacio­nes diferentes: en tiempos de una prosperidad sin precedentes, la extrema pobreza, y su inconmensurable sufrimiento personal. La fe de Job va más allá de lo mundano y apunta siempre a una esperanza eterna. Incluso aunque lo último no está claramente definido, Job no llega a la completa desespera­ción durante el tiempo crucial de sus sufrimientos.
Job es descrito como una persona temerosa de Dios, que no ha tenido parigual jamás en toda la raza humana (1:1,8; 2:3; 42:7-8). El alto nivel ético por el que vivió está más allá de la realización de la mayor parte de los hombres (29-31). Incluso después de que sus amigos han analizado la pauta completa de su conducta, la moral de Job y su conducta permanece más allá de todo reproche.
Para comenzar con el relato, Job era el hombre más rico del Este. Las posesiones materiales, sin embargo, no obscurecen su devoción hacia Dios. En tiempos felices de continuas fiestas, hace sucesivos sacrificios para el bienestar de toda su familia (1:1-5). El uso de su riqueza en ayudar al necesitado, se refleja a todo lo largo del libro.
Repentinamente, Job queda reducido a una extrema pobreza. En cuatro catastróficos acontecimientos, pierde todas sus posesiones materiales. Dos de esas grandes desgracias, aparentemente, provienen de causas naturales, los ataques de los sábeos y caldeos. Las otras dos, un terrible fuego que lo consume todo y un gran viento huracanado, estaban fuera del control humano. Job no solamente queda reducido a una total bancarrota sino que Pierde a todos sus hijos.
Job fue sumido en una terrible confusión, se desgarra las vestiduras y se afeita la cabeza. Entonces, se vuelve hacia Dios en adoración. Reconociendo que todo lo que había poseído había provenido de Dios, él también reconoce que en la providencia de Dios lo había perdido todo. Y por eso le bendice, no acusándolo de ninguna culpa.
Atacado de terrible sarna (2:7-8), Job se sienta en un muladar lleno de cenizas y desesperadamente busca alivio rascándose con un trozo de teja sus heridas y pústulas. En ese momento, su esposa le aconseja que maldiga a Dios y que muera. De nuevo, este hombre justo surge por encima de toda circunstancia y reconoce a Dios como dueño y señor de todas las vicisitudes de la vida.
Tres amigos, Elifaz, Bildad y Zofar, llegan a visitarle con el propósito de confortarle. Ellos apenas sí le reconocen sumido en un estado de agudo sufrimiento. Tan sorprendido estaban, que se sientan en silencio durante siete días. Job finalmente rompe con su actitud pasiva y maldice el día de su nacimiento, la no existencia habría sido mejor que soportar tales sufri­mientos. Con la angustia en el alma y el tormento físico en el cuerpo, sopesa el enigma de la existencia en la pregunta: ¿Por qué habré nacido?
El problema que sirve de base en la totalidad de la discusión, era el he­cho de que ni Job ni sus amigos, conocían la razón para aquellas evidentes desgracias e infortunios. Para ellos, la razón de todo es desconocida. Sa­tanás aparece ante Dios para poner a prueba la devoción de Job y su fe. Y hace la acusación de que Job simplemente sirvió a Dos por las recompen­sas materiales y se le concede permiso para destrozar todas posesiones del hombre más rico del Este, aunque para hacerle daño al propio Job. Cuan­do la filosofía resultante de Job respecto a la vida, resiste a la de Satanás, Dios concede al acusador la libertad de eligir a Job, pero con la específica restricción de no atentar contra su vida. Aunque Job había maldecido el día en que vino al mundo, nunca maldijo contra Dios. Consciente por com­pleto de sus sufrimientos y no encontrando ninguna explicación, Job propo­ne la pregunta "¿por qué?" mientras que ahonda en el misterio de su peculiar suerte en la vida.
Con cierta repugnancia, sus amigos intentan consolarle, ya que él lo había hecho con muchos otros en tiempos pasados (4:1 ss.). Elifaz, preca­vidamente, resalta que ningún mortal con sabiduría limitada puede aparecer perfectamente justo ante un Dios omnipotente. Fallando en reconocer la genuína devoción de Job hacia Dios, Elifaz llega a la conclusión de que está sufriendo a causa del pecado (4-5).
En respuesta, Job describe la intensidad de su miseria, que incluso sus propios amigos no comprenden. Para él, parece como si Dios le hubiese abandonado a un continuo sufrimiento. En vano desea con vehemencia que llegue una crisis en la cual pueda encontrar alivio, o bien, la muerte para su pecado (6-7).
Bildad, inmediatamente, le replica que Dios no trastocaría la justicia. Apelando a la tradición y afirmando que Dios no rechazaría a un hombre sin tacha, Bildad implica que Job está sufriendo precisamente por sus propios pecados (8).
          ¿Cómo un hombre puede ser justo ante Dios? es la siguiente pregunta de Job. Nadie es igual a Dios, Dios es omnipotente y actúa siguiendo su voluntad sin tener que dar cuentas a nadie. Sin arbitro ni juez que inter­venga o explique la causa de sus sufrimientos, Job apela directamente al Todopoderoso. Hastiado de la vida en tan insoportable estado, Job espera el alivio con la muerte (9-10).
Zofar, decididamente, increpa a Job por plantear tales cuestiones. Dios podría revelar su pecado; pero la sabiduría divina y el poder de Dios están fuera del alcance de la comprensión del hombre. Aconseja a Job que se arrepienta y confiese su culpabilidad, concluyendo que la sola esperanza para el malvado es la muerte (11).
Job, valientemente, afirma que la sabiduría no está limitada a sus amigos. Toda la vida, lo mismo que la humana que la de las bestias, está en las manos de Dios. De acuerdo con sus oponentes reafirma que Dios es omnipotente, omnisciente, y justo. Con una intensa vehemencia hacia Dios, pero no comprobando el recibir ningún alivio temporal, Job se hunde en las profundidades de la desesperación. En un período de duda, se pre­gunta si habrá vida después de la muerte (12-14).
Elifaz acusa a Job de hablar cosas sin sentido, faltando así el respeto debido a Dios. Afirmando que es demasiado arrogante, Elifaz insiste que la tradición tenía la respuesta: el sufrimiento es el resultado del pecado. El conocimiento común enseña que el malvado tiene que sufrir (15).
Recordando a sus oyentes que aquello no era nada nuevo, Job concluye rectamente que sus amigos son unos miserables consoladores. Aunque su espíritu está roto, sus planes deshechos y su vida tocando a su fin, mantiene que su testimonio en el cielo abogará por él (16-17).
Bildad tiene poco que añadir. Simplemente reafirmar la aserción de sus colegas, de que el malvado tiene que sufir. Todo el que sufre forzosa­mente tiene que ser impío (18).
Olvidado por sus amigos, alejado y abandonado por su familia, aborrecido por su esposa, e ignorado por sus sirvientes, Job describe su solitaria condición de estar sufriendo por la mano de Dios. Solamente la fe lleva más allá de sus presentes circunstancias. Y anticipa la futura vindicación sobre la base de su conducta (19).
La esencia de la réplica de Zofar, es de que la prosperidad del malvado es muy corta y breve. Vuelve obstinadamente a repetir que el sufrimiento es la parte que toca al hombre malvado (20).
Job termina el segundo ciclo de discursos, rechazando las conclusiones básicas de sus amigos. Mucha gente malvada goza plenamente de las cosas buenas de la vida, recibe un honorable enterramiento y son respetadas por sus éxitos. Esto siempre fue constatado por los que observan y por aquellos que tienen un amplio conocimiento de los hombres y los asun­tos del mundo (21).
En el tercer ciclo de sus discursos, continúa el problema de encontrar la solución para Job. Creyendo firmemente que aquel sufrimiento es el resultado del pecado, los amigos de Job llegan a la conclusión de que Job había sido un pecador. Puesto que la causa del sufrimiento no puede ser atribuida a un Dios justo, omnipotente, tiene que encontrarse en el sufrimiento individual. Elifaz, por tanto, culpa a Job con pecados secretos, acusa a Job de que ha asumido que Dios en su lejanía infinita no se da cuenta de su tiránico tratamiento con los pobres y los oprimidos. Puesto que ws pecados de Job son la causa de su miseria, Elifaz le aconseja de que se vuelva hacia Dios y se arrepienta (22).
Job aparece confuso. Su sufrimiento continúa y los cielos permanecen silenciosos. Una sensación de urgencia y de impaciencia le sobrecoge al ver que Dios no actúa en su nombre. Todo lo que él había hecho era totalmente conocido por el Dios a quien había servido fielmente con fe y obediencia. Al mismo tiempo, la injusticia, la violencia, y la iniquidad continúan, y Dios sostiene la vida de los perversos y malvados (23-24).
Bildad habla brevemente. Ignorando los argumentos, intenta que Job caiga de rodillas ante Dios. Y en esto, no tuvo éxito (25).
Job está de acuerdo con sus amigos, de que el hombre era inferior a Dios (26). Afirmando de que él era inocente, y que no tenía razón en sus cargos, él es el vivo retrato del malvado. Sus amigos no tenían ningu­na garantía de perder su prosperidad. Aunque el hombre ha explorado y bus­cado los recursos de la naturaleza, él todavía estaba confuso en su busca por la sabiduría. Esta no podía ser comprada, aunque Dios ha mostrado su sabiduría por todo el Universo. ¿Podría el hombre hallarla? Sólo el temeroso de Dios, el hombre moral, tiene acceso a tal sabiduría y a su comprensión (28).
Job concluye su tercer ciclo de discursos, revisando todo su caso. Contrasta los días dorados de extrema felicidad, prosperidad y prestigio con su presente estado de sufrimiento, humillación, y angustia del amia en la con­ciencia, de que lo que a él le está sucediendo estaba ordenado por Dios. Con considerables detalles, Job hace un recuento de su nivel ético e integri­dad tratando con todos los hombres. No manchado por la inmoralidad, la vanidad, la avaricia, la idolatría, la amargura y la insinceridad, Job reafir­ma su inocencia. Ni el hombre ni Dios podrían sostener los cargos que sus amigos han levantado contra él (29-31).
Aparentemente, Eliú ha escuchado pacientemente los debates entre Job y sus tres amigos. Siendo más joven, se retrae de hablar hasta que es compelido a ello para intentar discernir lo que era verdad de Dios. Tras denun­ciar a Job por su actitud hacia el sufrimiento, refuta sus quejas. Con una tierna sensibilidad hacia el pecado y una genuina reverencia hacia Dios, Eliú sugiere la sublimidad de Dios como maestro que busca disciplinar al hombre. La grandeza de Dios, desplegada en las obras de la creación de la naturaleza, es sobrecogedora. La comprensión del hombre hacia Dios y sus caminos, está condicionada por la limitación de su mente. ¿Cómo po­dría el hombre conocer rectamente a Dios? Por lo tanto, no sería prudente hacerlo con su fatuidad, sino practicar el temor de Dios que es grande en poder, justicia y rectitud (32-37).
En una multitud de palabras, ni Job ni sus amigos, han resuelto el problema de la retribución, el misterio del sufrimiento, o los disciplinarios de­signios en lo que toca a la vida de Job. Tampoco los discursos sobre el Altísimo presentan un razonado argumento que permita una detallada y lógica explicación (38-41). La respuesta de Dios desde un torbellino reside en la grandeza de su propia majestad. Las maravillas del universo físico, y las del reino animal, muestran la sabiduría de Dios, más allá de cualquier concepción o entendimiento. Incluso Job, que ha respondido a sus amigo8 repetidamente, reconoce humildemente que él no podría responder a Dios. Pero Dios continúa hablando. ¿Acaso no ha creado El los monstruos del mar lo mismo que a Job? ¿Es que Job tendría el poder de controlar al behemot (hipopótamo) y al leviatán? (cocodrilo). Si el hombre no puede enfrentarse con esas criaturas, ¿cómo podría esperar hacer frente a su creador, el Uno que los ha creado a ellos?
Job está sobrecogido con la sabiduría y el poder de Dios. Ciertamente, los propósitos y designios de Aquel que tiene tal sabiduría y poder, no pue­den ser cuestionados por mentes finitas. ¿Quién pone en duda la propiedad de los caminos de Dios en el sufrimiento de los justos o en la prosperidad del malvado? Los secretos y motivaciones de Dios en su justicia hacia el género humano, están más allá de todo alcance humano. En el polvo y en la ceniza, Job se inclina humildemente en adoración, confesando su insignificancia. En una nueva perspectiva de Dios, al igual que por sí mismo, comprueba que ha hablado más allá de su limitado conocimiento y comprensión. Por la fe y la confianza en Dios, él se sobrepone a las limitaciones de la razón humana en la solución de los problemas, que tan audazmente ha planteado ante el silencio de los cielos y antes de que éste se rompa (42:1-6).
Identificado por Dios como "mi siervo", Job se convierte en el sacerdote oficiante e intercesor para sus tres amigos que tan estúpidamente habían hablado. Su fortuna fue restaurada en doble medida. En la camara­dería de sus parientes y amigos, Job vuelve a experimentar el bienestar y las bendiciones de Dios, tras el tiempo de su severa prueba.

Los Salmos — Himnología de Israel

Por más de dos milenios, el libro de los Salmos ha sido la más popular colección de escritos del canon del Antiguo Testamento.
Los Salmos fueron utilizados en servicios del culto religioso por los israelitas, comenzando en los tiempos de David. La Iglesia cristiana ha in­corporado los Salmos a la liturgia y a su ritual a lo largo de los siglos. En todos los tiempos, el libro de los Salmos ha merecido más interés personal y mayor uso en público y en el culto que cualquier otro libro del Antiguo Testamento, superando todas las limitaciones geográficas o raciales.
La popularidad de los Salmos descansa en el hecho de que reflejan la experiencia común de la raza humana. Compuestos por numerosos autores, los varios Salmos expresan, las emociones, sentimientos personales, la gra­titud, actitudes diversas, e intereses del promedio individual de las personas. Las personas de todo el mundo han identificado su participación en la vida con la de los Salmistas.
Aproximadamente, dos tercios de los 150 Salmos, están asignados a varios autores por su título. El resto, es anónimo. En la identificación hecha hasta ahora 73 se adscriben a David, 12 a Asaf, 10 a los hijos de Coré, 2 a Salomón, uno a Moisés y uno a cada de los esdraítas Hernán y Etán. Los títulos también pueden proporcionar información concerniente a la ocasión en que fueron compuestos los Salmos por las instrucciones musicales y su ade­cuado uso en el culto.
Cómo y cuándo fueron coleccionados los Salmos, es asunto sujeto a variada y múltiple discusión. Puesto que David tenía tan genuino interés en establecer el culto y comenzó con el uso litúrgico de algunos de ellos, es razonable asociar la primera colección con él, como rey de Israel (I Crón. 15-16). El cantar de los salmos en la casa del Señor también fue un uso introducido por David (I Crón. 6:31). Con toda probabilidad, Salomón, Josafat, Ezequías, Tosías y otros, construyeron al arreglo y extensión del uso de los Salmos en subsiguientes centurias. Esdras en la era post-exílica, pudo haber sido el editor final del libro.
Con pocas excepciones, cada Salmo es una unidad simple, sin relación con el precedente o el que le sigue. Consecuentemente, la longitud del libro con 150 capítulos, es muy difícil de reseñar. Una división quíntuple preser­vada en el texto hebreo y en las más antiguas versiones, es como sigue: I (Salmos 1-41), II (42-72), III (73-89), IV (90-106), V (107-150). Cada una de esas unidades termina con una doxología. En la última división, el Salmo final sirve como la doxología concluyente. Aunque se han hecho numerosas sugerencias para este arreglo, aún permanece en pie la cuestión que concier­ne a la historia o al propósito de tales divisiones.
El sujeto de la cuestión parece proporcionar la mejor base para un estudio sistemático de los Salmos. Varios tipos pueden, ser clasificados en ciertos grupos, puesto que representan una similaridad de experiencia como fondo, y tienen un tema común.
La necesidad de la salvación del hombre es universal. Esto está expre­sado en muchos Salmos en los cuales la voz del justo apela a Dios en busca de auxilio. Agobiado por la ansiedad, el peligro inmediato, un sentimiento de vindicación o una necesidad para la resurrección, hacen que el alma se vuelva hacia Dios.
Los más intensamente expresados, son los anhelos del individuo penitente. Con pocas excepciones, esos Salmos están adscritos a David. Libre­mente, él expresa sus sentimientos de la sincera confesión del pecado. Más ejemplarmente es el Salmo 51, cuyo fondo histórico se encuentra en II Sam. 12:1-13. Totalmente consciente de su terrible culpabilidad, que se expresa con un triple énfasis —el pecado, la iniquidad y la trasgresión— David no busca el evadirse de su personal responsabilidad. Sobrecogido y totalmente humillado, se vuelve hacia Dios con la fe, dándose cuenta de que un espíritu roto y humillado es aceptado a Dios. Los sacrificios y servicios de un individuo arrepentido, son la delicia del Dios de la misericordia. El Salmo 32 está relacionado con la misma experiencia, e indica la guía divina y alabanza que se convierte en realidad en la vida de uno que haya confesado con arrepentimiento su pecado.
Los Salmos de alabanza son numerosos. Estas expresiones de exultación y gratitud son a menudo la consecuencia natural de una gran liberación. La alabanza a Dios, con frecuencia, se expresa por el individuo que comprueba las obras de la creación en la naturaleza del Todopoderoso (Salmos 8, 19, etc.). La acción de gracias por las cosechas (65), la alegría en la adoración (95-100), la celebración de las fiestas (111-118), y los "Grandes Aleluyas" (146-150) se hacen partes importantes de la salmodia de Israel.
Los Salmos de los peregrinos (120-134) están etiquetados como "Can­tos de los Antepasados" o "Cánticos graduales". El fondo histórico para esta designación es desconocido. Se han emitido varias teorías asumiéndose ahora generalmente, que esos Salmos estaban asociados con los peregrinajes anuales de los israelitas a Sión para los tres grandes festivales. Este grupo distintivo ha sido reconocido como un salterio en miniatura, puesto que su contenido representa una amplia variedad de emociones y experiencias.
En los Salmos históricos, los salmistas reflejan las relaciones de Dios con Israel en tiempos pasados. Israel tuvo una historia de variadas experien­cias que proporcionó un rico fondo que inspiró a sus poetas y escritores de cantos. En toda la extensión de esos Salmos, hay numerosas referencias a los hechos milagrosos y divinos favores que se le concedieron a Israel en tiempos pasados.
Los Salmos mesiánicos indicaban proféticamente algunos aspectos del Mesías como fue revelado en el Nuevo Testamento. Sobresaliendo en esta clasificación, está el Salmo 22, que tiene varias referencias y que estable­cen un paralelo con la pasión de Jesús, retratadas en los cuatro Evangelios. Aunque este grupo refleja la experiencia emocional de sus autores, sus ex­presiones, bajo inspiración divina, tiene importancia profética. Interrelacionado con la vida y el mensaje de Jesús, este elemento en los Salmos es vitalmente significativo como está interpretado en el Nuevo Testamento, vagamente expresado en los Salmos de culto, las referencias mesiánicas se hacen más aparentes al ser cumplidas en Jesús, el Mesías.
Otro grupo de Salmos puede ser clasificado por el uso del acróstico en su arreglo. El más familiar en su categoría, es el Salmo 119. Por cada serie de ocho versos, se utiliza sucesivamente una letra del alfabeto hebreo. En otros Salmos sólo se asignan una simple línea para cada letra. Naturalmente, el uso de este dispositivo no puede ser efectivamente transmitido a las versiones en otros idiomas.
Con este análisis ante él, el lector principiante reconocerá que el libro de los Salmos es tan diverso como un himnario de iglesia. La clasificación extendida de los Salmos, incrementa necesariamente la duplicación, en las diversas categorías. Que esta consideración no sea sino un principio para el ulterior estudio de cada Salmo individual.


Los Proverbios — una antología de Israel

El libro de los Proverbios es una soberbia antología de expresiones sa­bias. Provocativo en estimular el pensamiento, un proverbio resalta una simple verdad, evidente por sí misma. En el uso popular, tuvo con frecuencia una desfavorable conotación. La literatura de los Proverbios, sin embargo, representa la sabiduría del sentido común expresada en una forma breve y aguada. En el transcurso del tiempo, un proverbio —mashal en hebreo— no solamente se convirtió en un instrumento de instrucción sino que ganó un uso extensivo como tipo de discurso didáctico.
La colección de proverbios preservada en el libro, por tal nombre, contiene repetidas rúbricas de origen en sus diversas partes.
Una breve consideración, de estas anotaciones, hace aparente que el libro de los Proverbios es, en su forma presente, un resumen que cubre siglos de tiempo transcurrido. Incluso aunque la mayor parte de esta colec­ción está asociada con Salomón, es obvio que se añadieron ciertas partes durante o posteriormente al tiempo de Ezequías (700 a. C).
La asociación de la sabiduría con Salomón está bien, atestiguada en Re­yes y Crónicas. Los relatos históricos de este gran rey, le retratan como el compendio de la sabiduría en la gloria de Israel en su período más próspero. En humilde dependencia con Dios, comenzó su reinado con una oración en solicitud de la sabiduría. En su amor por Dios, su preocupación por hacer siempre el juicio justo, y la sabia administración de sus problemas domésticos y extranjeros, Salomón representa la esencia de la sabiduría práctica (I Reyes 3:3-28; 4:29-30; 5:12). Sobresaliendo por encima de to­dos los hombres sabios ganó tal fama internacional, que gobernantes extran­jeros, entre la más notable, la Reina de Saba, fueron para expresar su ad­miración y buscar su sabiduría (II Crótx. 9:1-24).
Versátil en sus trabajos literarios, Salomón hizo discursos sobre mate­rias de común interés, tales como las plantas y la vida animal. Con el eré-dito de haber compuesto tres mil proverbios y cinco cantos, las partes del libro de los Proverbios que se le adscriben no son sino una muestra de sus palabras de sabiduría.
La relación entre el libro de los Proverbios y la sabiduría de Amen-en-opet, ha quedado como problema de ulterior estudio. Puesto que la fama de Salomón en sabiduría prevaleció por todo el Creciente Fértil, parece ra­zonable el considerar seriamente que la sabiduría egipcia estuviese influen­ciada por los israelitas. La deuda de Amen-en-opet a los Proverbios parece más verosímil, si Griffith está en lo cierto al fechar al anterior en aproximadamente el 600 a. C., cuando los sabios habían ya sido activos en Israel por varios siglos.
Puede muy bien ser que los Proverbios 1-24 vengan seguramente de los tiempos salomónicos y proporcionen una base para la adicción de otros Proverbios por los hombres de Ezequías (25-29). Aquellos hombres, pro­bablemente, editaron la colección entera en los capítulos precedentes. La identidad de Agur y Lemuel y la fecha para la adición de los dos capítulos finales, permanecen aún desconocida hasta nuestros días.
Una variedad de formas poéticas y dichos llenos de sapiencia se hacen aparentes en los Proverbios. Los primeros nueve y los dos últimos capítulos son extensos discursos, mientras que las secciones restantes contienen cortas coplas, constituyendo cada una, una unidad.
El paralelismo, tan característico en la poesía hebrea, se usa efectivamente en estos proverbios. En paralelismo "sinónimo" el pensamiento es repetido en la segunda línea del dístico, ejemplificado en 20:13:
No ames el sueño, para que no te empobrezcas;
Abre tus ojos, y te saciarás de pan.
Frecuentemente, la segunda línea será "antitética" expresando un con­traste. Nótese el ejemplo en 15:1:
La blanda respuesta quita la ira;
Mas la palabra áspera hace subir el furor.
En un paralelismo "sintético" o "ascendiente" la idea expresada en la primera línea, está completada en la segunda. Esta progresión del pensa­miento está aptamente ilustrada en 10:22:
La bendición de Jehová es la que enriquece,
Y no añade tristeza con ella.
Mientras que muchas partes de los Proverbios están completas en sí mismas, el libro como unidad, merece una seria consideración para el lec­tor principiante.
El título de este libro en su mayor parte se aplica en forma de cortos aforismos en 10:1-22:16, que están caracterizados como proverbios. La introducción en 1:1-7, sin embargo, incluye la entera colección en su de­claración de propósitos. Aunque proyectado como guía para la juventud, tales proverbios ofrecen la sabiduría para todos. Su nota predominante es "el temor de Dios" y la sabiduría tiene como clave una recta relación con Dios. El conocimiento personal de Dios es el fundamento para un vivir rec­to. Una reverencia para Dios en el diario vivir es la verdadera aplicación de la sabiduría.
Se resume un concepto de discusión entre la sabiduría y la insensatez en 1:8-9:18. Se dispone en la relación entre maestro y alumno o padre e hijo con el que escucha al que frecuentemente se dirige como "mi hijo • De la escuela de la experiencia proceden palabras de instrucción a la juventud, que se adentra en los misteriosos y desconocidos caminos de la vida. La sabiduría está personificada. Y habla con una lógica irrefutable-Discute con la juventud para considerar todas las ventajas que ofrece la sabiduría y advierte a la gente joven contra los senderos de la estulticia, resaltando realísticamente los peligros de los crímenes sexuales, malas compañías, y otras malas tentaciones. En una llamada final, la sabiduría se extiende e invita a la mesa del banquete. La ignorancia conduce a la ruina y la muerte; pero los que se deciden por la sabiduría tienen asegurado el favor de Dios.
Los proverbios de Salomón preservados en 10:1-22:16 consisten en 375 versos, cada uno de los cuales normalmente constituye un dístico. La in­mensa mayoría son, antitéticos, mientras que otros son comparaciones o declaraciones complementarias. Varios aspectos de la pauta de la conducta del sabio y el ignorante, se sitúan en primer término. La riqueza, la integri­dad, la observancia de la ley, el discurso, la honestidad, la arrogancia, el castigo, las recompensas, la política, el soborno, la sociedad, la familia y la vida en ella, la reputación, el carácter; casi todas las fases de la vida son situadas en su adecuada perspectiva.
Las palabras de la sabiduría en 22:17-24:34, contienen aforismos ins­tructivos, la mayor parte de los cuales son mayores que los dísticos de la sec­ción precedente. Los peligros de la opresión, la etiqueta a la mesa real, la insensatez de enseñar a los tontos, el temor de Dios, las mujeres, la borrache­ra y los beneficios de la sabiduría reciben consideración en este discurso entre maestro-discípulo.
Los proverbios coleccionados por los hombres de Ezequías, están agru­pados juntos en 25-29. Probablemente la derrota de Senaquerib y la reavivación religiosa en los días de Ezequías estimuló el interés en este propósito literario. No es descabellado suponer que Isaías y Miqueas estuviesen entre ese grupo de hombres. Estos proverbios proporcionan consejo para los reyes y subditos con especial atención a la pauta de conducta de los estultos. En las oportunidades que ofrece la vida, el estulto exhibe su estulticia, mien­tras que el hombre sabio demuestra las formas de la sabiduría.
Los dos últimos capítulos son unidades independientes. Agur, un autor desconocido, habla de las limitaciones del hombre y de la necesidad de guía por parte de Dios, con Su palabra. Como cosa característica de las antiguas formas de literatura, plantea cuestiones retóricas, hablando en ellas de diversos problemas de la vida, concluyendo con consejos prácticos.
El capítulo final abre con las instrucciones de Lemuel, lo correspondien­te a los reyes. En un acróstico alfabético alaba la inteligente e industriosa ama de casa —la madre consagrada a su hogar y a sus hijos es digna de la mayor alabanza.

Eclesiasíés — la investigación de la vida

La filosofía de su autor y fascinantes experiencias, son la base profunda del libro del Eclesiastés. Hablando como "Cohelet" o como "Predicador" establece en prosa y en verso sus investigaciones y conclusiones.
Aunque este libro está asociado con Salomón, la cuestión del autor del mismo, continúa siendo un enigma. ¿Escribió Salomón el Eclesiastés, o lo hizo el rey israelita anónimo que representó el epítome de la sabiduría? Tampoco está establecida la fecha de su escritura. Quienquiera que fuese el autor, utiliza pasajes clásicos de otros libros del Antiguo Testamento. Se trata de un profundo tratado, que junto con Job y los Proverbios, está clasificado como la literatura de la sabiduría de los judíos. Era leído pú­blicamente en la fiesta de los Tabernáculos, e incluido por los judíos en los "Megilloth" o libros utilizados en los días festivos. El énfasis del autor sobre el goce de la vida, hacía de ellos una lectura apropiada en la estación anual de las diversiones.
El Eclesiastés representa una expresión de las vicisitudes del hombre, sus venturas y sus fracasos. El autor no presenta una filosofía sistemática como Aristóteles, Espinoza, Hegel o Kant, con su desarrollo, sino que hace una cuidadosa investigación y examen sobre la base de las observaciones y experiencias, de las que obtiene sus conclusiones. Como un todo, limita sus investigaciones a las cosas hechas "bajo el sol", una frase a la que recurre con frecuencia. Otra expresión, "todo es vanidad" (todo es vapor o aliento) que expresa en veinticinco ocasiones, da la evaluación del autor de las cosas mundanas que él considera. En su fiel deliberación, se vuelve hacia Dios.
De forma escéptica, el autor propone esta cuestión: ¿qué es lo más valioso como objeto de la vida? Como en la naturaleza, así en la vida del hombre existe un repetido ciclo sin fin (1:4-11). En este mundo no existe nada nuevo. Con esta introducción, el autor afirma la futilidad de cualquier cosa que haya bajo el sol.
Explorando los valores de la vida, Cohelet busca la sabiduría; pero esto incrementa la tristeza y el dolor (1:12-18). Buscando la satisfacción en una vida variada y equilibrada, continúa con su investigación. Como un hombre culto, busca el mezclar el placer, la risa, el goce de los jardines, las man­siones, el vino y la música en una armoniosa pauta de la vida, pero también, todo es fútil (2:1-11). En un sentido, es paradójico buscar la sabiduría, puesto que el hombre sabio intenta actuar a la vista de un futuro que le es desconocido. ¿Por qué no vivir como el ignorante que vive al día? (2:12-23). Pero Dios ha creado y diseñado todas las cosas para el goce del hom­bre. En el ciclo sin fin de la vida, hay un propósito para todas las cosas que El ha hecho (2:24-3:15) y en última instancia, es responsable ante Dios (3:16-22).
¿Qué finalidad tiene la situación económica del hombre en la vida? ¿Quién goza más de la vida —el que cumple con las responsabilidades que se le han asignado como un sirviente ordinario (4:1-3) o el industrioso, agre­sivo individuo que busca sólo el ganar riquezas y popularidad (4:4:16)? El practicar la religión como una cuestión de rutina o el hacerlo hipócrita­mente, no es ventajoso. Las ganancias de la vida pueden traer la ruina inclu­so a un rey, puesto que todo está sujeto a lo que Dios haya previsto para la naturaleza (5:1-17). La capacidad de gozar las abundantes provisiones de Dios, procede precisamente del propio Dios (5:18-6:12). El aplicar la sa­biduría y la temperancia en todas las cosas, es prudente. Desgraciadamente, ninguna criatura finita logra una pauta equilibrada del vivir, aunque Dios creó al hombre bueno en el principio (7:1-29).
Ningún hombre alcanza la perfecta sabiduría en esta vida. No conociendo el futuro, el análisis de la vida del hombre está definitivamente limitado. Cuando la muerte le destruye, sea justo o malvado, no tiene remedio ni ayuda (8:1-11). A pesar del hecho de que la muerte llega a todos por igual y que el universo se muestra indiferente a las normas de moral, es, sin embargo, cuestión de sabiduría el temer a Dios (8:12-17). El hombre no puede comprender la vida —y la muerte es inevitable— pero esto no debe­ría impedir que goce de la vida en toda su plenitud (9:1-12). La sabiduría, sin embargo, debería ser aplicada en todas las cosas. Valioso y ejemplar es el caso del hombre pobre cuya sabiduría salvó a toda una ciudad (9:13-18). La temperancia en todas las cosas debería regular el goce del hombre por la vida. Una pequeña locura puede acarrear mucho dolor y privar a uno de numerosos beneficios (10:1-20).
Ciertos principios y prácticas deben guardarse en la mente. Compartir los dones de la vida con otros, incluso aunque ignoremos el futuro (11:1-6). La filosofía epicúrea del vivir sólo por el presente queda planteada así. Permitir que la juventud goce de la vida hasta el máximo, pero recordar que al final se encuentra Dios (11:7-10). Con una prudente alegoría a la edad madura, la juventud queda advertida de recordar a su Creador en ios años tempranos de su vida. La deterioración de sus órganos corporales, facultades mentales, puede anular y hacerle incapaz de tomar a Dios en consideración (IZ:!-?).
La admonición final al hombre está expresada en los dos últimos versos. El deber del hombre es temer a Dios y guardar sus mandamientos, la base para su responsabilidad hacia Dios (12:8-14).

El Cantar de los Cantares

La inclusión del Cantar de los Cantares en los libros poéticos, perma­nece enigmático. Esto resulta evidente por la amplia variedad de interpretaciones. Aunque es imposible asegurar si este libro fue escrito por o para Salomón, el título asocia su composición con el rey literario de Israel. El contenido sugiere que este libro pertenece a Salomón, cuyo nombre se cita cinco veces tras su verso de apertura.
Hay numerosas interpretaciones de esta composición poética. La visión alegórica de judíos y cristianos, la teoría dramática, la teoría del ciclo de las bodas, la teoría de la literatura del Adonis-Tammuz, y otros puntos de vista, han tenido ardientes defensores a través de los siglos. En una reciente publicación, el Cantar de los Cantares representa una soberbia antología lírica con cantos de amor, de la naturaleza, del cortejo amoroso y matrimonio, que va desde la era salomónica hasta el período persa. Al presente, no hay interpretación que goce de una amplia aceptación entre los eruditos del Antiguo Testamento.
El consenso de los eruditos aprueba que esta composición tiene una alta calidad poética como expresión de las cálidas emociones del amor hu­mano. Incorporado como una unidad en el canon judío, merece considera­ción como un simple poema más bien que una colección de cantos. Partes componentes del libro son los monólogos, soliloquios y apostrofes. Una variedad de escena —la corte real de Jerusalén, un jardín, un lugar en el campo, o un entorno pastoral— encaja los componentes de las diferentes partes de este poema, con los personajes presentados en una acción casi dramática. Puesto que se han perdido tantos detalles en este canto de amor, el intérprete se encara a numerosos problemas.
La interpretación literal parece la más natural al lector. La figura principal parece ser una doncella sulamita que es llevada desde un entorno pas­toral al palacio real de Salomón. Conforme el rey galantea a esta atractiva doncella, sus intentos son rechazados. El esplendor del palacio y la llamada coral de las mujeres de la corte, fracasan en impresionarla.
Ella anhela apasionadamente su antiguo amor. Finalmente, su conflicto queda resuelto, al declinar las ofertas del rey y vuelve hacia su pastor héroe.
Aunque la interpretación literal habla de amor humano, la providencial inclusión de este libro en el canon judío, indudablemente, tiene una signifi­cación espiritual. Lo más verosímil es que los judíos reconocieran esto al leer el Cantar de los Cantares anualmente en la pascua, que recordaba a los israelitas el amor de Dios por ellos en su liberación del cautiverio egipcio. Para los judíos, el amor material representa el amor de Dios por Israel como está indicado por Isaías (50:1; 54:4-5), Jeremías (3:1-20), Ezequiel (16 y 23) y Oseas (1-3). El vínculo entre Israel (la doncella sulamita) y su pastor amante (Dios), era tan fuerte que ninguna apelación de palabra (el rey) podía alinear a Israel de su Dios. En el Nuevo Testamento, esta relación tiene un paralelo entre Cristo y su Iglesia. Basado en la interpretación literal, el Cantar de los Cantares ha sido así la base de una espiritual apli­cación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

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Capítulo    XVIII
Isaías y su mensaje

Para comprender el mensaje de este libro, es necesario estar familiarizado con la situación histórica del profeta y del pueblo a quien entregó su men­saje. Muchas de las alusiones, referencias y advertencias pueden malinterpretarse a menos que los acontecimientos políticos en Judá, sean cuidado­samente considerados, en relación con las naciones circundantes.
Con el profeta en Jerusalén

Se conoce muy poco respecto al linaje de Isaías, su nacimiento, juven­tud o educación, más allá del hecho de que fue hijo de Amos. Aparentemen­te, nació y se educó en Jerusalén. Puesto que su llamada al ministerio pro-fético está definitivamente fechado en el año que murió Uzías (740 a. C.), es razonable fechar su nacimiento entre el 765 y 760 a. C.
Isaías nació en días de prosperidad. Judá estaba volviendo a ganar su fuerza militar y económica bajo el competente liderazgo de Uzías. Previa­mente, la absurda política llevada a cabo por Amasias, había llevado a Judá a la invasión y a la opresión por Israel y posiblemente el reproche del en­carcelamiento de Amasias. Este último acontecimiento pudo haber promovi­do el reconocimiento de Uzías como corregente allá por el año 792-91 a. C. Con el cambio de reyes en Israel, Amasias fue restaurado en el trono (782-81) sólo para ser asesinado (768). Esto dio a Uzías el control único de Judá Y la oportunidad de afirmar su efectivo caudillaje.
Ominosos acontecimientos pronto sembraron amenazantes sombras a través de las futuras esperanzas de Judá. En Samaría, Jeroboam al morir en el 753, siguió la revolución y la efusión de sangre hasta que Manahem se apoderó del trono. En Judá, Uzías fue tocado por la lepra como un Juicio divino por asumir responsabilidades sacerdotales. Aunque Jotán fue hecho corregente en aquel tiempo (ca. 750 a. C.), Uzías continuó en el gobierno activo. La prosperidad económica prevaleció en Judá con­forme se extendía hacia el sur con sus fronteras, incluyendo a Elat en el golfo de Acaba. Hacia el este, los amonitas eran tributarios de Judá.
Más portentosa fue el acceso al trono de Tiglat-pileser III, o Pul en, Asiría, en el 745 a. C. La subsiguiente conquista de Babilonia por los asirios, precipitó una preparación unificada de los gobernantes palestinos para la agresión asiría. En el 743-738, esta expectación se convirtió en realidad, cuando el ejército asirio avanzó hacia el oeste en diversas cam­pañas. El rey asirio informa en sus anales que derrotó a la fuerza palestina bajo el mandato de Azarías o Uzías de Judá. Thiele fecha este hecho en el primer año de este período. Manahem, el rey de Israel, tam­bién tuvo que realizar un fuerte tributo a! rey de Asiría (II Reyes 15:19).
Bajo la amenaza pendiente de la agresión asiría, ocurrieron rápidos cambios en Israel y los mismos tuvieron sus repercusiones en Judá. Cuan­do murió Manahem, fue sucedido por su hijo Pekaía, que fue asesinado por Peka tras dos años de gobierno. El último tomó el trono de Samaría en el 740-39 y comenzó una agresiva política anti-asiria. La muerte de Uzías, el notable rey de Judá y el más sobresaliente desde los días de David y Salomón, ocurrió el mismo año.
Durante este año de tensión en el país y en el exterior, el joven Isaías recibió su llamada profética. Es verosímil que hubiese observado los desarrollos internacionales con profundo interés cuando las esperanzas de Judá por la supervivencia nacional se desvanecieron ante los avances de los ejércitos de Asiría. No está indicado cual fue la actitud religiosa de Isaías en aquel tiempo. Pudo haber estado familiarizado con Amos y Oseas, que se mostraban activos en el Reino del Norte. Como hombre joven, pudo haber estado en contacto con Zacarías, el profeta que tuvo tan favorable influencia sobre Uzías. En este año crucial, el joven fue llamado a ser el portavoz de la palabra de Dios, para entregar el mensaje de Dios a una generación encarada con acontecimientos históricos sin precedentes.
Mientras que Peka resistía firmemente a los asirios, un grupo pro-asirio fue ganando poder en Judá. Aparentemente, este movimiento fue el respon­sable de la elevación de Acaz al trono en el 736-35 a. C., cuando los ejér­citos asirios se hallaban activos en. Nal y Urartu. Acaz pudo haber precipi­tado la invasión asiría de los filisteos en el 734. Al menos, tras de su retirada, Peka de Samaría y Rezín de Damasco, lanzaron un. ultimátum a Acaz para unirse a ellos en oposición a Asiría. En este momento, Isaías quedó implicado en la marcha de los acontecimientos. Fue específicamente comisionado para avisar al rey de confiar en Dios (Is. 7:lss.). Ignorando el aviso del profeta, Acaz hizo un tratado con Tiglat-pileser III. Aunque Judá fue invadida por los ejércitos sirio-efraimíticos y perdió a Edom como tributaria, Acaz sobrevivió con el avance del ejército asirio. Las sucesivas campañas asirías dieron por resultado la conquista y capitulación de Siria en el 732 a. C. Simultáneamente, Peka fue ejecutado y substituido por Oseas, que aseguró el tributo de Israel al rey de Asiría. Acaz se encontró con Tiglat-pileser en Damasco y selló su pacto introduciendo el culto de adoración asirio en el templo de Jerusalén.
La actividad de Isaías durante el resto del reinado de Acaz es obscura. Tuvo que haber compartido el profundo interés y ansiedad de los ciudada­nos de Judá concernientes a las luchas de Samaría, a unos sesenta kms., al norte de Jerusalén. Cuando Salmanasar sucedió a Tiglat-pileser sobre el trono de Asiría, Oseas terminó su servidumbre. Siguiendo un asedio de tres años por los asirios, Oseas fue muerto, y Samaría conquistada por el invasor en el 722. Aparentemente, Acaz fue capaz de mantener favorables relaciones diplomáticas con Asiria, evitando así la invasión de Judá en aquel tiempo. No hay indicación de que Acaz pudiese haber conocido a Isaías como un verdadero profeta.
Amaneció un nuevo día para Isaías con el acceso al trono de Ezequías (716-15 a. C.). Acaz había desafiado al profeta soportando el culto idolátrico en el templo, pero Ezequías persiguió un radical y diferente curso de acción. Con todo entusiasmo introdujo reformas, reparaciones y purificación del templo, enviando invitaciones a los israelitas desde Beerseba hasta Dan para unirse a las religiosas actividades de Jerusalén. Mientras que Isaías no hace mención a estas reformas en su libro, la celebración nacional de la pascua y la conformidad con la ley de Moisés, tuvieron que haberle alentado por lo que concernía al futuro de Judá.
El conocimiento que se tiene hoy de las relaciones judo-asirias durante el reinado de Sargón II (722-705 a. C.) es muy limitado. En el relato bíblico, Sargón sólo se menciona una sola vez (Is. 20:1). Se conoce que Asdod fue conquistado por los asirios en el 711 a. C. Isaías finalmente advirtió a su pueblo que no deberían buscar en Egipto ningún apoyo, incluso aunque Sabako, el etíope, había establecido con éxito la XXV dinastía el año ante­rior. Durante tres años, Isaías caminó con los pies desnudos y vestido como un esclavo, explicando su acción como simbólica del hado de Egipto y Etiopía. ¡Qué estúpido era su pueblo buscando ayuda egipcia rebelándose contra Asiria. Aparentemente, Ezequías mantuvo favorables relaciones con Asiria durante este período, pagando tributos. De acuerdo con un prisma frag­mentario, Sargón se jactó de recibir "regalos" procedentes de Judá. De acuerdo con esto, Jerusalén estuvo segura de un ataque durante aquel tiempo.
Mientras tanto, Ezequías estaba construyendo sus defensas. El túnel de Siloé fue construido de forma que Jerusalén estuviese asegurada de un adecuado suministro de agua en caso de sufrir un prolongado asedio. Mucho tiempo antes de esto, en los días de Acaz, Isaías había declarado valientemen­te que Asiria extendería sus conquistas y su control sobre el reino de Judá.
En los acontecimientos cruciales que siguieron a la subida al poder de Senaquerib en Asiria (705 a. C.), Isaías había advertido de forma vital y anticipada lo que sucedería a Ezequías. El nacionalismo emergió en rebe­liones por todo el Imperio Asirio. El éxito de Senaquerib en suprimir tales levantamientos fue el reemplazo de Merodac-baladán por Bel-Ibni sobre el trono de Babilonia en el 702. Al año siguiente, los asirios dirigían su avance hacia el oeste. Mediante una milagrosa intervención, Ezequías so­brevivió.
Cual fue la duración de la vida de Isaías, es algo desconocido de los registros existentes. Aparte de su asociación con Ezequías por el 700 a. C, hay poca evidencia disponible concerniente a sus últimos años. Sin ninguna evidencia escriturística en contra, es razonable concluir con las sugeren­cias indicadas, que Isaías continuó su ministerio en el reino de Manases. Si el registro de la muerte de Senaquerib es conocido como de Isaías en origen, entonces el profeta todavía vivía en el 680 a. C., para indicar lo que final­mente ocurrió al rey asirio quien habló tan despectivamente y con desdoro del Dios en quien Ezequías había puesto su fe. La tradición acredita a Manases con el martirio de Isaías; el profeta fue serrado en dos cuando fue descubierto escondido en el hueco del tronco de un árbol. Desde el punto de vista de su longevidad, es válido proyectar su ministerio hasta los días de Manases. El hecho de que Isaías tuviese unos veinte años cuando recibió su llamada profética en el 740 a. C. es una lógica suposición. Su edad en el momento de su muerte, tras el 680 a. C. no debería sobrepasar los ochenta años aproximadamente.


Los escritos de Isaías

¿Escribió Isaías el libro que lleva su nombre? Ningún erudito competente duda de la historicidad de Isaías ni el hecho de que parte del libro fuese escrito por él. Algunos limitan la construcción de Isaías a porciones escogi­das desde 1 al 32, mientras que otros le acreditan con 66 capítulos com­pletos.
El análisis más popular de este libro es su división tripartita. Aunque existe falta de unanimidad entre los expertos en detalles, el siguiente aná­lisis representa un acuerdo general entre aquellos que no apoyan la unidad de Isaías.
El Primer Isaías consiste del 1 al 39. Dentro de esta división, solo selecciones limitadas desde el 1 al 11, 13 al 23 y 28 al 32, son realmente adscritas al profeta del siglo VIII. La mayor parte de esta sección tiene su origen en subsiguientes períodos. El Segundo Isaías, o Deutero-isaías, 40-55, es atribuido a un autor anónimo que vivió después del 580 a. C. Este escritor vivió entre los cautivos de Babilonia y refleja las condiciones del exilio en sus escritos. A pesar del hecho de que numerosos eruditos le reputan como uno de los más notables profetas del Antiguo Testamento, ni su nombre real ni cualquier clase de hechos atestiguan su existencia. El Ter­cer Isaías, o Trito-isaías, 56-66, es atribuido a un escritor que describe las condiciones existentes en Judá durante el siglo V; los eruditos fechan a su autor con anterioridad al retorno de Nehemías en el 444 a. C. La mayor parte de aquellos que apoyan este análisis no limitan el libro de Isaías a íres autores. Numerosos escritores, muchos de los cuales vivieron después del exilio, ya tarde en el siglo II a. C., hicieron contribuciones fragmentarias.
La opinión de que Isaías escribió la totalidad del libro con su nombre, data con anterioridad de al menos el siglo II a. C. Aunque escritores mo­dernos puedan afirmar que hay "un acuerdo universal entre los eruditos por una diversidad de autores, la unidad de Isaías ha sido capazmente de­fendida. La popularidad de la moderna teoría ha tendido a eclipsar los argumentos de aquellos que han estado convencidos de que Isaías, el pro­feta del siglo VIII, fue el responsable de la totalidad del libro.
Defendiendo la unidad de Isaías, un escritor ha resaltado que la moderna teoría no puede ser considerada como completamente satisfactoria en tanto en que no explica la tradición del origen de Isaías. Las declaraciones de los judíos en el segundo siglo II a. C., atribuyen a Isaías la totalidad del libro. Él reciente descubrimiento de los rollos del mar Muerto, fechándolos en el mismo período anterior, verifica el hecho de que el libro entero fue considerado como una unidad en aquel tiempo.

Análisis de este libro

El libro de Isaías es uno de los más comprensivos de todos los libros del Antiguo Testamento. En el texto hebreo, Isaías se coloca en quinto lu­gar en extensión tras del de Jeremías, Salmos, Génesis y Ezequiel. En el Nuevo Testamento, Isaías es citado por su nombre veinte veces, que excede del número total de referencias de todos los otros profetas en los libros del Nuevo Testamento.
Varios temas pueden ser rastreados a todo lo largo del libro. Los atributos y características de Dios, el remanente, el Mesías, el reino mesiánico, las esperanzas de la restauración, el uso de Dios de las naciones extranjeras y muchas otras ideas se encuentran frecuentemente en los mensajes del profeta.
La siguiente perspectiva abarca el contenido de Isaías:
I. El mensaje y el mensajero
II. Los proyectos del reino: contemporáneos y futuros
III. Panorama de las naciones                                                  
IV. Israel en un mundo de creación                                                      
V. Esperanzas verdaderas y falsas en Sión                                           
VI. El juicio de Jerusalén demorado                                                     
VII La promesa de la divina liberación                                     
VIII. El reinado universal de Dios establecido                           
Con esta perspectiva como guía, el libro de Isaías puede ser analizado completamente considerando cada división por separado.
          I. El mensaje y el mensajero    
                                 
Este pasaje puede ser considerado muy bien como una introducción. Casi todos los temas de mayor importancia, desarrollados más tarde, están inicialmente mencionados aquí. Una lectura cuidadosa y el análisis de estos capítulos introductorios proporcionan una base para la mejor comprensión del resto del libro.
¿Recibió Isaías su llamada al servicio profético tras haber entregado el mensaje en 1-5? ¿Por qué registra esa llamada en cap. 6 en vez de 1 como es el caso en Jeremías y Ezequiel? Tal vez él quisiera retratar la gravedad pecadora de su generación y así proporcionar al lector una mejor compren­sión de la reserva en aceptar la responsabilidad recaída sobre él en este ministerio profético.
Isaías 1 revela y expone las condiciones extremadamente graves en el pecado y en la moral. Israel ha olvidado a su Dios y es peor que el buey que, por lo menos, vuelve a su dueño para que le alimente con el pienso. Las gentes son peores que las de Sodoma y Gomorra en su formalidad religiosa. Los sacrificios que fielmente se hacían de conformidad con la ley, desagradan al Señor mientras prevalece la injusticia social. El sacrificio y la oración son una abominación para Dios si no se ofrecen en un espíritu de contrición, humildad y obediencia. La condenación pesa sobre el pecador pueblo de Judá. Sión, que representa la colina del capitolio, está para ser "redimida por la justicia" significando que el juicio vendrá sobre todo pecador (Is. 1:27-31). La sola esperanza expresada en este capítulo de apertura, se otorga al obediente (vss. 18-21).
En directo contraste a esta condenación de Jerusalén, Isaías anuncia y sostiene la más grande esperanza de restauración. Sin ninguna incertidumbre, anuncia que en el futuro Sión será destruido y arado como un campo, pero en un subsiguiente período será restaurado como el centro que go­bierne todas las naciones. La paz y la justicia saldrán de Sión para todos los pueblos. Prevalecerá la paz universal cuando Sión haya sido restablecida como el gobierno central de todas las naciones.
Amonestando a su pueblo para que se vuelva a Dios en la obediencia (2:5), Isaías atrae la atención a los problemas contemporáneos. Mientras que tengan fe en los ídolos y vivan en el pecado, esta esperanza no les sera aplicada. Les espera el juicio, pero se promete la salvación a aquellos que pongan su confianza en Dios (2:6-4:1). A través del proceso de purificación y juicio, todos gozarán de la protección de Dios y de sus bendiciones. Ellos compartirán la gloria de la restaurada Sión (4:2-6).
Isaías ilustra vividamente su mensaje en el cap. 5. La parábola de la viña ha sido considerada como una de las más perfectas en su clase, en la Biblia. Israel es la viña del Señor. Tras agotar todas las posibilidades de hacerla productiva, el propietario decide destruir esta viña. Consecuente­mente, los votos y juicios pronunciados sobre Judá son justos y razonables, puesto que Dios ha ejercido su amor y misericordia sin percibir los frutos de un vivir recto en su pueblo elegido.
Para esta generación pecadora, Isaías es llamado a ser un portavoz de Dios. No es de extrañar que se halle temeroso y tiemble cuando se hace consciente de la gloria de un Dios santo cuya justicia requiere el juicio sobre el pecado. Asegurado de la limpieza y el perdón de su pecado, Isaías en voluntaria obediencia está de acuerdo en ser el mensajero de Dios. No tiene la respuesta de toda la ciudad a su ministerio. El hecho de que tiene que advertir al pueblo hasta que las ciudades queden destruidas y sin habitantes, le habría sugerido que pocos, relativamente, habrían escuchado su advertencia; sin embargo, no desespera. Se le proporciona un rayo de espe­ranza, que cuando el bosque sea destruido, aún quedará un tronco, signi­ficando con ello un remanente en la destrucción de Judá.
La llamada de Isaías representa un clímax que encaja con esta sección introductoria. Aunque la mayor parte de este pasaje recarga el énfasis sobre la situación pecadora contemporánea del pueblo y de que el juicio les espera, la llamada de un profeta indica la preocupación de Dios por su pueblo. En el ministerio de Isaías, la misericordia de Dios está expresada a Judá antes de que el juicio sea ejecutado.

II. Los proyectos del reino

La crisis que hizo surgir la cuestión de los proyectos del reino, era la guerra siro-efraimítica del 734. Siguiendo a la invasión asiría de los filisteos, a principios de aquel año, Peka y Rezín formaron un pacto para detener a los asirios. Cuando Acaz rehusó unirse a ellos, Israel y Siria declararon la guerra en Judá.
En el preciso momento, cuando Acaz y su pueblo están aterrados por los propósitos de invasión, Isaías llega con un mensaje de Dios. Acaz está inspeccionando su suministro de agua al exterior de Jerusalén en preparación por el ataque que se avecina, y el posible asedio. La simple advertencia de Isaías en este momento crucial, es que Acaz no debería tomar acción alguna, los dos reyes a quien él teme no son sino dos estacas humeantes prontas a ser extinguidas. Asiría es la amenaza real para Judá (5:26). Conse-centemente, Isaías advierte a Acaz de confiar en Dios para la liberación.
Asiría se convierte en el punto focal del mensaje de Isaías conforme discute los proyectos del reino de Judá. Las consecuencias de la alianza de Acaz con Pul será peor que cualquiera de las que hayan ocurrido en Judá desde la muerte de Salomón y la división del reino. Como un hombre, cuyos cabellos son completamente separados de su cabeza al ser afeitados con una navaja, así Judá será esquilado por Asiría (7:20). En el cap. 8, Asiria tiene la similitud de un río que pasa rugiendo sobre Palestina y absorbiendo a Judá hasta el cuello. Es notable y digno de mención que Isaías no predice la terminación de la existencia nacional de Judá, una suerte nefasta que seguramente se abatirá para Israel y Siria.
El avance y éxito de Asiria como una nación pagana, indudablemente plantea serios problemas para el pueblo de Judá. ¿Permitirá Dios que su pueblo elegido sea absorbido por un poder pagano? Isaías indica claramente que Dios toma en alquiler la navaja de afeitar y causa el hecho de que las aguas de Asiria pudiesen ahogar a Judá. Puesto que el pueblo ignora al profeta y vuelve a sus espíritus familiares (Is. 8:19), una práctica que fue prohibida por la ley (Deut. 18:14-22), Dios tiene que castigarle.
Asiria es como una vara en la mano de Dios (Is. 10:5): ¿Serían los asi-rios tan poderosos que pudieran destruir a Jerusalén? ¿Encontrará Jerusalén la misma suerte, ante el avance enemigo de los ejércitos de Asiria, que Calno, Carquemis, Hamat, Arpad, Damasco y Samaría? El profeta presenta claramente la verdad básica de un Dios omnipotente que utiliza a Asiria como una vara en su mano. Tras de que haya cumplido su propósito de llevar el juicio sobre su pueblo en el monte Sión y Jerusalén, Dios tratará con Asiria. Así como el hacha o la sierra que es manejada por el artesano, así Asiria está sujeta a Dios y a su control. La vara no puede utilizar a su dueño, ni tampoco Asiría a Dios. Isaías, valientemente, asegura al pueblo de Sión (10:24) que no deberían temer la invasión de Asiria. El juicio de Dios sobre Jerusalén será cumplido. Asiria asestará su puño a Jerusalén pero Dios detendrá al rey en sus planes para destruir la ciudad. La segu­ridad de que la nación pagana está bajo el control de Dios, proporciona la base de esperanza y tranquilidad para aquellos que depositan su confianza en el Dios de los ejércitos.
Los proyectos del futuro reino ofrecen la contrapartida al desaliento y desmoralización temporal en, el tiempo de Isaías. Su generación tiene que encararse con días difíciles y obscuros. Con un rey impío sobre el trono de David y el culto religioso asirio prevaleciendo en Jerusalén, los impíos que quedan tienen que haber sido descorazonados al anticipar la amenazante invasión asiría. Con la seguridad de la liberación de este enemigo, Isaías ofrece una renovada confianza en el futuro.
Las esperanzas para el futuro reino previamente mencionado (2:1-5), se clarifican en este pasaje. En él se entremezclan con problemas contemporá­neos. En contraste con gobernantes impíos, Isaías manifiesta los proyectos de un remado piadoso y un rey creyente sobre el trono de David. En contraste con el reino temporal de Judá, elabora la promesa de un reino univer­sal que durará siempre.
Él gobernante justo es presentado en 7:14 como Emmanuel, que significa "Dios con nosotros". Ciertamente, el malvado Acaz, que rehusó preguntar por un signo, no comprende el completo significado de esta promesa, el cumplimiento de la cual no tiene fecha. Indudablemente esta simple promesa es vaga y ambigua para aquellos que oyen a Isaías darla en un tiempo de crisis nacional; ellos pudieron fácilmente haberla confundido con el naci­miento del hijo de Isaías, llamado Maher-salal-hasbaz. Aunque el país de Emanuel (8:5-10) tiene que ser dominado por los asirlos y pronto liberado, la promesa de un futuro de grandeza y liberación, queda asegurada en 9:1-7. Esto se cumplirá con el nacimiento de un hijo que es identificado como "Dios fuerte" que establecerá un gobierno y la paz sin fin. En 11, su origen davídico queda indicado, pero sus características van más allá de lo humano. El es divino en el ejercicio del juicio justo mediante su omnipo­tencia.
El reinado será universal. El conocimiento del Señor prevalecerá por todo el mundo. Los malvados serán destruidos por la palabra hablada del gobernante justo, mientras que una absoluta justicia quedará asentada entre el género humano. Incluso el reino animal será afectado en el estableci­miento de este reinado. Sión, ya no será más objeto de ataque y conquista, sino que será el centro del gobierno universal y de la paz, ya indicado en 2. El capítulo 12 expresa la alabanza y la gratitud de los ciudadanos del futuro reino. Dios —no el hombre— ha establecido su morada en Sión, la sede del Santo de Israel.

III. Panorama de las naciones   
                                            
La visión panorámica de las naciones, es vitalmente relacionada al reino Y sus proyectos en los precedentes capítulos. Durante el último siglo y la mitad de la existencia nacional de Judá, desde el tiempo de Isaías hasta la caída de Jerusalén, reyes y reinos caen y surgen. Para el pueblo de Judá y Jerusalén, que tuvo la conciencia de que eran el pueblo elegido por Dios, mediante el cual Sión sería definitivamente restablecido, al final, esas Profecías que implicaban a otras naciones eran vitalmente significativas.
Varios temas básicos se hacen aparentes en los mensajes concernientes a las naciones. Aunque presentados en los precedentes doce capítulos, están más totalmente desarrollados e interrelacionados en este pasaje. Asiria, que fue el problema numero uno para Judá, en Isaías y subsiguientes períodos recibe poca consideración en este pasaje. La atención queda enfocada sobre las naciones prominentes.
La soberanía y la supremacía de Dios son básicas a través de la totalidad de este pasaje. El título de "Dios de los Ejércitos" se da por lo menos 23 veces en estos 11 capítulos. Isaías reconoce a Dios como tal cuando vio al "Rey, Jehová de los Ejércitos" al tiempo de su llamada para el ministerio profético (6:5). En el Señor de los ejércitos, que utiliza a Asiría corno una vara para el juicio, descansa la seguridad del establecimiento de un reino que durará para siempre (9:7).
Los propósitos y planes de este Señor están frecuentemente expresados en todos los mensajes que conciernen a las naciones. El juicio procedente de Dios, no caerá sobre las naciones por accidente, sino de acuerdo con un plan divino.
El orgullo y la arrogancia son castigados cuando Dios es olvidado, sin importar que ello ocurra en naciones paganas, en Israel, en Judá o en cual­quier individuo como Sebna el mayordomo (22:15-25). Ninguna persona altanera ni orgullosa, ni ninguna nación con este pecado podrá escapar al juicio divino.
El ejemplo más gráfico está en los capítulos iniciales de este pasaje (13:1-14:27). Babilonia, con su rey será también enjuiciada. Aunque el apogeo de su fuerza en Babilonia estaba todavía en el futuro, Isaías predijo en los días de Ezequías (39) que Babilonia sería responsable del cautiverio de luda. Para la gente que sobreviviese a la destrucción de Jerusalén, bajo el poder de Babilonia, esos capítulos tuvieron que haber tenido una vital y especial importancia. El juicio aguardaba a este reino que fue tem­poralmente utilizado en el plan de Dios para purgar a Judá de sus pecados. Por aquel tiempo, el pueblo ya había sido testigo de la caída de Asiría y este pasaje les aseguraba de que Babilonia sería igualmente juzgada.
Aunque Babilonia está específicamente mencionada, el rey de Babilonia no está identificado. Los comentarios difieren ampliamente en relacionar esto, a varios reinos y numerosos reyes de Babilonia o Asiría. El principio básico, no obstante, es que cualquier nación o individuo que se exalte a sí mismo por encima de Dios, será destronado más pronto o más tarde por el Señor de los Ejércitos. Las dificultades de relacionar los detalles de este pasaje a Babilonia históricamente, y la falta de acuerdo en identificar este rey en la historia, puede sugerir que lo que se implica es mucho más que un poder temporal o un gobernante determinado. Este rey arrogante puede representar las fuerzas del mal que se oponen a Dios, aparentes en la raza humana desde la caída del hombre (Gen. 3.). Este poder de] mal implicará a individuos o naciones en oposición al Omnipotente hasta el juicio final, cuando Dios actúe de una vez por todas. La destrucción de la nación del mal, representada por Babilonia, es igualada a la suerte corrida por Sodoma y Gomorra, que nunca volvieron a ser repobladas. La deposición del tirano o del malo, representado por el rey de Babilonia, indica que todos aquellos que están asociados con él serán destruidos, suprimiendo asi toda oposición. La finalidad de la destrucción es significativa.
Por contraste, el tema de la restauración de Israel y las esperanzas de su reino, aparece por todo este pasaje. La seguridad de que Israel tendrá un reino universal con Sión como capital, presentado en 2, era el tema principal en 7-12, donde un énfasis especial se enfoca sobre el gobernante justo. En esos capítulos el tema de las últimas esperanzas de Israel, no se olvidan. Es el Señor de los ejércitos quien decretó la caída de Babilonia (21:10). Israel es todavía la herencia de Dios (19:25) aunque tenga que ser tempo­ralmente juzgada. No solamente será restaurada la nación de Israel (14:1-2) sino que permitirá a los extranjeros que se refugien en ella. Sión fue fundado por el Señor (14:32) y será el recipiente de ofrendas (18:7). Mientras otras naciones y reyes son juzgados, un gobernante justo será establecido sobre el trono de David (16:5). Tales fueron las promesas sin paralelo de restau­ración repetidamente dadas a Israel para tranquilidad y esperanza en los períodos en que los israelitas fueron sometidos a los juicios de Dios
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IV. Israel en un puesto mundial

En esos capítulos, el remanente se convierte en el punto focal de interés. Por toda la extensión de los períodos de juicio un remanente justo recibe la seguridad de supervivencia y se promete la restauración; podrá una vez más gozar de las bendiciones de Dios bajo el gobernante justo sobre monte Sión.
Los mensajes de Isaías fueron con frecuencia relacionados con aconte­cimientos contemporáneos. La condenación de Jerusalén había sido clara­mente anunciada en su capítulo de apertura y repetida enfáticamente en subsiguientes mensajes. En 24:1-13a, Isaías dibuja la ruina que espera a la amada ciudad de Judá. Jerusalén será desolada y sus puertas reducidas a ruinas. Esto se convirtió en una vivida realidad en el 586 a. C.
El remanente, sin embargo, es reunido desde distantes tierras de la costa y de los fines de la tierra (24:13ss.), mientras que el malvado es castigado por el Señor de los ejércitos. Las maravillas del cielo que contienen al sol y a la luna se hallan asociadas aquí al igual que en otros pasajes, con este gran juicio así que el Señor reine en Sión. El contexto de este pa­saje parece indicar un alcance a escala mundial. Lo que ocurra a aquellos que se opongan a Dios y el establecimiento del remanente en Sión, en un reino universal que no tiene fin, difícilmente puede quedar limitado a una local o nacional situación.
Es muy apropiado el canto de los redimidos que sigue en 25:1-26:6, en que ellos responden con acción de gracias y alabanza mientras que se gozan de su salvación y disfrutan de las bendiciones del Señor. El reproche, el sufrimiento y la vergüenza desaparecerán conforme Dios haga desaparecer todas las lágrimas y elimine la muerte.
La oración en 26:7-19, expresa el vehemente deseo del pueblo en tiempos de gran tribulación y sufrimiento antes de que sean vueltos a reunir.
Israel anhela la esperanza mientras está presa de la angustia y espera su liberación. Bajo gobierno de los malvados como víctimas de injusticias prevalecientes, ellos expresan su fe en Dios y su esperanza, apelando a El para Su divina intervención.
La liberación está prometida en la réplica (26:20-27:13). Israel, la viña del Señor, será una vez más fructífera. Purgada de sus pecados, la gente será reunida, uno por uno, como el remanente para rendir culto al Señor en Jerusalén.
V. Esperanzas falsas y verdaderas en Sión          
                                 
Las alianzas con, extranjeros eran un constante problema en Jerusalén durante los días del ministerio de Isaías. Por intrigas políticas y la diploma­cia, los jefes de Judá esperaban asegurar su supervivencia como nación al alinearse con los victoriosos. Acaz reemplaza a su padre Jotam sobre el trono de David cuando el grupo pro-asirio gana el control sobre luda en el 735. Desafía las advertencias de Isaías y hace una alianza con Tiglat-pileser en los primeros años de su reinado. Ezequías, el próximo rey, se une en alianza con Edom, Moab y Asdod para resistir a Asiría. Esta coalición anticipa el apoyo de Egipto; pero Asdod cae en el 711, mientras que las otras naciones ofrecen tributo a Asiría para impedir la invasión.
Isaías advierte constantemente contra la locura estúpida de confiar en otras naciones. El profeta denomina a esas alianzas un "acuerdo para la muerte". Por contraste, su consejo es que deberían colocar su fe en Dios, el verdadero Rey de Israel. Tanto si es Acaz, el rey impío, o Ezequías el gobernante creyente, quien responde con amistosas promesas a la embajada babilónica, el profeta Isaías no deja de llamar la atención a los jefes de Judá por depender de otras naciones en lugar de buscar a Dios para su liberación.
Ninguno de estos capítulos en esta sección, está específicamente fechado. Puesto que la alianza con Egipto recibe tan prominente consideración en 30-31, este pasaje entero puede estar fechado en los días de Ezequías cuando Judá tenía esperanzas de liberarse a sí mismo de la dominación asiría. En los primeros años de Senaquerib este interés en la ayuda egipcia indu­dablemente planteó un grave problema en Jerusalén.
¿Refleja 28-29 el mismo fondo histórico? ¿Se refiere el "pacto con la muerte" en 28:15 a una alianza con Egipto en los días de Ezequías o podía referirse posiblemente a la hecha por Acaz con Tiglat-pileser en el 734 a. C.? La última opinión merece alguna consideración. Acaz, en vez de colocar su fe en Dios, ignora a Isaías haciendo una alianza con los asirlos. El paso de la crisis de la guerra siroefraimítica y la suerte aparentemente ven­turosa de una unión judo-asiria en el 732, cuando Acaz, personalmente, se encuentra con Tiglat-pileser en Damasco, puede haber sido la ocasión de una excesiva celebración en Jerusalén. Acaz y sus impíos asociados, que están apoyados por sacerdotes y profetas en la introducción del culto asirio en Jerusalén, probablemente constituye el auditorio de Isaías a quienes dirige las severas palabras de advertencia y de reproche en 28-29. Acaz y Jos que le apoyan, indudablemente, llegan a la conclusión de que el sobre-cogedor azote de la invasión asiría (28:15) no afectará a Judá porque ha hecho un tratado con aquella poderosa nación.
Tanto si los primeros capítulos de este pasaje reflejan una alianza con Asiría o con Egipto, la advertencia es clara, de que tales propósitos acaba­rán en el fracaso. Donde Egipto está específicamente identificado (30:2), la advertencia explícitamente establece que la dependencia de la ayuda egip­cia no está en los planes de Dios. La humillación y la vergüenza serán su destino. En 31:1-3, se hace un vivido contraste entre los egipcios, con sus caballos y carros de combate y el Señor, a quien Judá debería consultar. Cuando el Señor extienda su mano contra ellos, tanto los egipcios como aque­llos a quienes ayuden, perecerán. Asiría, igualmente, será sacudida por el terror (30:31) y aplastada (31:8-9). Esto no se cumplirá por los esfuerzos del hombre, ni por la espada, sino por el decreto de! Señor de Sión. Los fieros asirlos serán destruidos y se convertirán en las víctimas de la traición (33: 1). Por último, la ira y la venganza de Dios se ejecutará sobre todas las nacio­nes del mundo (34:1 ss.). En consecuencia, la confianza en cualquier nación mediante una alianza no puede nunca servir como adecuado substituto de una simple fe en Dios.
La antítesis a esta advertencia contra las alianzas políticas, es la admo­nición para confiar en Dios. La provisión está hecha en Sión y la promesa relacionada con su establecimiento de tal forma, que aquellos que ejerciten la fe, no tienen necesidad de estar ansiosos (28:16) El plan de Dios para Sión, como está desarrollado en esos capítulos, permite una base razonable para la fe de los demás, quienes desean poner su fe en el Señor.
Dos simples ilustraciones sugieren que Dios tenía un propósito eterno en sus acciones con su pueblo (28:23-39). Un granjero no debe arar su campo repetidamente sin tener un propósito. Lo labra con objeto de sem­brar, para que a su debido tiempo pueda recoger la cosecha. Tampoco el grano es trillado ni batido en una acción sin fin. El propósito del trillado es separar el grano de la paja. El propósito de Dios no es destruir Israel, sino evitar el juicio para la purificación de su pueblo, separando a las personas justas de las malvadas. Jerusalén, llamada Ariel, estará sujeta a juicio, pero el Señor de los ejércitos intervendrá y proporcionará su pronta liberación (29:1-8).
Aunque Israel sólo tiene una religión formal, honrando a Dios con los labios más bien que con el corazón (29:9-24), Dios traerá una transforma­ción. Como un alfarero, Dios cumplirá su propósito. Israel será una vez más bendecido, volviendo a ganar prestigio, prosperando y multiplicándose, entre todas las naciones. Aunque es un pueblo rebelde (30:8-14), tiene la seguridad de la restauración de la fe en Dios (30:15-26).
La justicia prevalecerá bajo el justo rey de Sión (32:1-8) y esta futura esperanza no ofrece excusa para la complacencia. El pueblo de Jerusalén, esta, advertido de que el juicio y la destrucción precederán a esas bendiciones hasta que el Espíritu se manifieste desde lo Alto (32:9-20). La oración del sufrimiento y la de los afligidos (33:2-9) no quedará sin recompensa. Los pecadores serán juzgados, mientras que el remanente justo gozará de las bendiciones del Señor (33:10-24).
A su debido tiempo se producirá la reunión de todas las naciones para un juicio del mundo y la restauración de Sión (34-35). Previamente ya fue indicado que Dios cernería las naciones en el cedazo de la destrucción (30: 27-28). Incluso los ejércitos de los cielos responderán cuando el juicio sea ejecutado. Edom, que representaba una avanzada civilización desde el siglo XIII al VI a. C., y era extremadamente rica en los tiempos de Isaías, es presentada tras todas las naciones del mundo que están sujetas al juicio. Sión y Edom representan respectivamente el lugar geográfico para las bendiciones de Dios y sus juicios. Puesto que el día de la venganza es un tiempo de recompensa para la causa de Sión, este juicio podría ser difícil­mente restringido a Edom. Muchas otras naciones fueron y han sido culpa­bles de ofender a Sión.
La gloria de Sión, como está dibujada en 35, permite un esperanzador contraste a los horribles juicios de Dios sobre las naciones pecadoras. Los que queden volverán a la tierra prometida, que ha sido transformada de un desierto en un país de abundancia. Dios ha redimido a sus justos de las garras de los opresores y los retornará a Sión para gozar de una felicidad imperecedera. Sión triunfará sobre todas las naciones.

VI. El juicio de Jerusalén demorado    

Estos capítulos han sido varias veces etiquetados con el nombre de "El libro de Ezequías". El rey de Judá es confrontado con el ultimátum de rendir Jerusalén a los asirlos. Oralmente al igual que por escrito, Senaquerib intenta desconcertar a Ezequías y a su pueblo, acosándolos respecto a confiar en Egipto o confiar en Dios para su liberación. Sarcásticamente, el rey asirio incluso ofrece a Ezequías dos mil caballos si él tiene jinetes para montarlos. Haciendo una lista con la serie de ciudades conquistadas cuyos dioses no han ayudado en nada, Senaquerib afirma que él está enviado por Dios y que la oración por el remanente de Judá es ridicula. Ezequías se refugia en la oración, extendiendo literalmente la carta ante él, conforme apela a Dios para su liberación.
Isaías anuncia decididamente y con valentía la seguridad de Jerusalén. Incluso aunque la presencia de los asirios haya entorpecido la siega de las cosechas para la próxima recolección, los invasores serán expulsados a tiempo para segar lo que haya crecido de la siembra.
La grave enfermedad de Ezequías ocurre, aparentemente, durante este período de presión internacional. Cuando Isaías le advierte de que se prepare para la muerte, Ezequías ora seriamente, recibiendo la seguridad de parte de Isaías de que su vida será extendida a quince años más. La liberación de la amenaza asiría llega simultáneamente. La señal confirmatoria es el mi­lagroso retorno de la sombra sobre el reloj de sol que Acaz había obtenido probablemente de Asiría mediante sus contactos personales con Tiglat-pile-ser. En señal de gratitud por su liberación personal y la recuperación de la salud, Ezequías responde con un salmo de alabanza. Las felicitaciones por su restablecimiento, le llegan desde su embajada en Babilonia, enviadas por Merodac-baladán. La cordial recepción de Ezequías de los babilonios, es la oca­sión para una significativa predicción. La indagación de Isaías implica espe­ranzas de que los babilonios ayudarían a Judá a desprenderse de la supremacía asiría. En simples aunque firmes palabras, el profeta advierte a Ezequías que los tesoros serán llevados a Babilonia y que sus hijos servirán como eunucos en el palacio babilónicos. Incluso en el apogeo del poder de Asiria, Isaías predice el cautiverio de Babilonia para Judá, 75 años antes de los días de la supremacía de Babilonia. Aunque la situación inter­nacional (ca. 700 a. C.) pudo haber garantizado un pronóstico de la capitu­lación de Judá al poder de Asiría. Isaías específicamente predice el exilio de Judá en Babilonia. Su cumplimiento no está fechado más allá de la declaración de que ocurriría subsiguientemente al reinado de Ezequías.

VII. La promesa de la liberación divina 

La promesa de la liberación divina en 40-56 no está necesariamente relacionada a cualquier particular incidente del tiempo de Ezequías. La perspectiva de este pasaje es el exilio de Israel en Babilonia En los últimos años de su ministerio, Isaías pudo muy bien haber estado preocupado con las necesidades del pueblo que iba a ser llevado al exilio cuando Je­rusalén fuese dejado en ruinas y la existencia nacional de Judá terminada, a manos de los babilonios. La ascendencia del malvado Manases al trono de David, indudablemente, obscurece los proyectos inmediatos de los justos que quedan en el pueblo. Seguramente con Isaías ellos anticiparon la inminencia de la condenación de Judá al ser testigos del derramamiento de sangre ino­cente en Jerusalén.
Para Isaías, el exilio que ha de producirse es cierto. Que Babilonia sea el destino de su exilio final es igualmente cierto, puesto que él, específica­mente indica esto en su mensaje a Ezequías (39). Las condiciones del exi­lio son bien conocidas para Isaías y su pueblo en Jerusalén. Los asirios no solamente se llevan el pueblo de Samaría al exilio en el 722, sino en las conquistas de las ciudades en Judá por Senaquerib en el 701, e indudable­mente, muchos de los conocidos por Isaías fueron llevados cautivos. Cartas e informes procedentes de aquellos exiliados retratan las condiciones pre­valecientes entre ellos.
Con hechos históricos y las predicciones de 1-39 como fondo, Isaías tiene un mensaje más apropiado de esperanza y tranquilidad para aquellos que anticiparon el exilio de Babilonia. Muchos detalles se hacen significativos como algunas predicciones se convierten en históricas en subsiguientes períodos. En todas las ocasiones, no obstante, es un mensaje de seguridad y esperanza para aquellos que han puesto su confianza y su fe en Dios.
Varios temas se entremezclan a todo lo largo de este magnífico pasaje. Con la liberación como tema básico, no solamente están la seguridad y la esperanza dadas, sino la provisión para el cumplimiento de estas promesas, que se encuentran vividamente descritas. En alcance y magnitud, lo mismo que en excelencia literaria, este gran mensaje es insuperable. Sin duda, fue una fuente de tranquilidad y bendición para el auditorio inmediato de Isaías al igual que para aquellos que fueron al exilio de Babilonia.
La liberación y restauración se desarrollan en tres aspectos: el retorno de Israel del cautiverio bajo Ciro, la liberación del pecado, y el definitivo establecimiento de la justicia cuando Israel y los extranjeros gozarán para siempre de las bendiciones de Dios. El alcance del cumplimiento cubre un largo período de tiempo. El cumplimiento inicial llena en, parte con el re­torno de la cautividad bajo Zorobabel, Esdras y Nehemías; la expiación por el pecado se produjo históricamente en tiempos del Nuevo Testamento, y el establecimiento del reino universal está todavía pendiente.
La garantía de esta gran liberación, descansa en Dios que puede realizar todas las cosas. Como cautivos buscando socorro y ayuda, el pueblo no necesitó un mensaje de condenación. Aquellos que estuvieron sujetos a la realidad del exilio, fueron conscientes de su pasado pecado por el que estaban sufriendo de acuerdo con las advertencias del profeta Isaías. Para inspirar la fe y asegurar la tranquilidad Isaías, recarga el énfasis sobre los atributos y características de Dios.
El capítulo de apertura presenta esta promesa de liberación con.un magnífico estilo. Mientras que sufre en el exilio, Israel recibe la seguridad de la paz y el perdón por su iniquidad en preparación para la revelación de la gloria de Dios que será revelada ante todo el género humano, según Dios establece su gobierno en Sión. Omnipotente, eterno, e infinito en sabiduría, Dios creó todas las cosas, dirige y controla todas las naciones y tiene un perfecto conocimiento y comprensión de Israel en sus sufrimientos. Aquellos que esperan en Dios, prosperarán. La fe en el Omnipotente, que no puede ser comparado a los ídolos, proporciona paz y esperanza.
Este gráfico retrato de los infinitos recursos de Dios, es un apropiado preludio al majestuoso desarrollo del tema de la liberación. Las frecuentes referencias a Dios a todo lo largo de los siguientes capítulos, están basadas en la realización de que El no tiene limitaciones en el cumplimiento de sus promesas hechas a su pueblo. A todo lo largo del pasaje, los planes y propósitos de Dios están entremezclados con la seguridad de la liberación. Las palabras de tranquilidad tienen un seguro fundamento. El Señor Dios de Israel es único, incomparablemente grande, y trasciende en todas las obras de sus manos. Con frecuencia, se presentan contrastes entre Dios y los paganos, dibujados vividamente. El confiar en un dios hecho por el hombre (46:5-13) se hace irónicamente ridículo en contraste con la fe en el único Dios de Israel, el Señor de los ejércitos.[26]
El tema del sirviente es fascinante e intrigantemente interesante. Se repite veinte veces la palabra "siervo", presentado en 41:8 y mencionado finalmente en 53:11. La identidad del siervo puede ser ambigua en al­gunos aspectos. En un número de usos, el siervo es identificado en el contexto. Para una introductoria consideración de este pasaje, nótese que el siervo puede referirse a Israel o al siervo ideal que tiene un papel sig­nificativo en la liberación prometida.
El uso inicial de la palabra "siervo" está específicamente identificado con Israel (41:8-9). Dios eligió a Israel cuando llamó a Abraham y aseguró a su pueblo que serían restaurados y exaltado a la categoría de nación, por encima de todas las demás naciones. Sin embargo, Israel como siervo de Dios se muestra ciego, sordo y desobediente (42:19). Esto ya estaba indica­do para Isaías en su llamada, de tal forma que el juicio fue anunciado sobre Judá pecador (1-6). Puesto que Dios creó y eligió esta nación, no la aban­donará (44:1-2,21). Se asegura la liberación del exilio. Jerusalén será res­taurada en los días de Ciro. Israel será devuelto del cautiverio de Babilonia (48:20).
Al principio de este pasaje el siervo ideal está identificado como un individuo mediante el cual Dios traerá la justicia a las naciones (42:1-4). Este siervo, también elegido por Dios, será dotado por el Señor con el Espíritu de tal forma que no fallará en cumplir el propósito de establecer la justicia en la tierra y extender Su ley en tierras distantes (Is. 2:1-5 y 11: 1-16). En contraste con la nación que fue elegida, pero que falló, el siervo ideal cumplirá el propósito de Dios.
Israel, en su fracaso, se encuentra en la necesidad de la salvación. Se ha de proveer la expiación por el pecado de Israel, el cual Dios prometió borrar. Para lograr esto, el siervo ideal (49:1-6) ha sido elegido, no sólo Para llevar la salvación a Israel sino para ser la luz de los gentiles. Por ultimo, este siervo tendrá todas las naciones postradas ante él (49:7 y ";2-7). Antes de que esto se cumpla, no obstante, hay que hacer un sacrifi­cio por el pecado. Este sirviente que tiene que ser exaltado (52:13) tiene Primeramente que hacer expiación por el pecado, mediante el sufrimiento y a muerte. Así, el siervo ideal está identificado con el siervo del sufrimiento.
El siervo del sufrimiento está dramáticamente retratado en 52:13, 53:12. Básicamente significativo es el hecho de que este siervo es inocen­te y justo. En contraste con Israel, que sufrió por su pecado en doble medida (40:2), este sirviente sufre solamente por el pecado de los demás. Mediante este sufrimiento, se proporciona la expiación.
El especial uso de la palabra "siervo" en 53:11, provee la imputación de justicia a aquellos cuyas iniquidades y pecados son perdonados mediante el sacrificio. Este siervo no vacilará ni fallará en el propósito para el que ha sido elegido. La redención está prometida con su muerte.     
La inmediata preocupación de los exiliados en Babilonia es el proyecto de hacerlos volver a Jerusalén. Esto estaba prometido para el tiempo de Ciro, a quien Dios designó como un pastor. Mientras que Dios se sirvió de Asiría como de una vara en su mano para hacer el juicio (7-12), el gober­nante Ciro será usado para llevar a los cautivos de vuelta a Jerusalén. Se promete una gran restauración mediante este siervo en la final exaltación de Sión por encima de todas las naciones (49:1-26). Esto ya había sido fre­cuentemente mencionado en precedentes capítulos. La sobresaliente y signi­ficativa liberación, sin embargo, es la provisión para la expiación por el pecado, hecha posible solamente mediante la muerte del siervo que sufre.
Esta salvación es tan única y diferente que Israel es alertada, en un magnífico lenguaje, de tomar nota del sufrimiento y la muerte del siervo ideal. Por tres veces Israel es amonestado a escuchar, en preparación para la liberación que va a llegar (51:1-8). Como Dios eligió a Abraham y le multiplicó para convertirle en una gran nación, así Sión será confortada con bendiciones universales y un triunfo imperecedero. En tres cantos siguientes, Israel es llamado a salir del sueño en que está inmersa (51:9-52:6). Los mensajeros son alertados para proclamar la paz y el bien en anticipación del retorno del Señor a Sión (52:7-12). Pero el mensaje de paz presentado en el siguiente pasaje, no es la liberación del exilio, sino la provisión para la liberación del pecado mediante el siervo que sufre (52:13-53:12).
Cuando el siervo retorna a Sión en triunfo, las naciones y reyes que­darán asombrados de que el exaltado siervo es el que no reconocieron en su sufrimiento. Como una raíz en tierra seca, ha prosperado. Despreciado y desechado, este hombre de dolores fue tratado con iniquidad y lleva­do como un cordero a la muerte. Desprovisto de justicia y de juicio fue condenado a la muerte por su misma generación. Pero Dios aceptó a este siervo en su muerte como sacrificio por el pecado, mediante el cual mu­chos obtuvieron la justicia. Por llevar sobre sí los pecados de muchos, a este siervo se le asegura una herencia y un despojo con el grande y el fuerte.
De una nación árida y sin frutos, Dios obtendrá un pueblo próspero (54: 1-17). Israel es temporalmente juzgado y abandonado. De la misma forma que Dios permitió al destructor que llevase la destrucción y el juicio, asi asegura también la prosperidad a su pueblo, personas que están identificadas como sus siervos. Ellos no serán puestos en la vergüenza y no serán derrotados, sino que poseerán las naciones y será establecida la justicia y la rectitud.
El mensaje de perdón y de esperanza, se expresa para uno y para todos en 55:1-56:8. La respuesta a esta gratuita invitación trae vida y -ciones. Como el malvado abandona su camino y el hombre injusto pensamientos, puede gozar de la misericordia del Señor y obtener el perdón de Dios, ya que la explicación está provista en la muerte del siervo que sufre. La salvación es ofrecida al que se vuelve hacia Dios, al abandonar sus caminos del pecado. La disposición universal es aparente en el hecho de que los extranjeros y los eunucos se conformarán a los caminos del Señor. Las naciones extrañas y el pueblo lejano se asociarán por sí mis­mo con el Señor. El templo será la casa de oración para todos los pue­blos. Los sufrimientos del alma serán satisfechos por la acción del hom­bre de dolores, y muchos individuos procedentes de todas las naciones se convertirán en justos servidores del Señor.
VIII. El reino universal de Dios establecido 

         Habiendo desarrollado el tema de la liberación tan adecuadamente, Isaías revierte a las condiciones contemporáneas de su pueblo. La gloria de Sión en su último estado, tiene significación solo como el individuo tiene la se­guridad de la participación, de aquí la comparación entre lo justo y lo injusto.
En los capítulos de apertura, se ponen de manifiesto de forma aguda, las distinciones (56:9-59:21) entre las prácticas religiosas como las observaba Isaías y los requerimientos de Dios. La resquebrajadura entre lo dispuesto por Dios y lo que hacen los hombres son tan obvias, que este pasaje re­presenta un llamamiento al individuo para que se aparte de la práctica co­rriente y se conforme a los requerimientos de la verdadera religión.
La idolatría y la opresión del pobre prevalecen entre el laicado al igual que entre los jefes, quienes están considerados como guardianes ciegos (56:9-57:13). Simultáneamente, oran y ayunan esperando que Dios les fa­vorezca con juicios justos (58:1-5). El pecado y la iniquidad en la forma de injusticia social, opresión, actos de violencia y derramamiento de sangre continua en abierta práctica (59:1-8). Dios está disgustado con tales accio­nes — el juicio y la condenación esperan, al culpable (ver también capítulos
Por contraste, Dios se deleita en la persona que es contrita y humilde de corazón (57:15). Los ayunos verdaderos que placen al Señor implican la práctica del evangelio social: apartarse de los malvados, alimentar al ham­briento, y aliviar al oprimido (58:6 ss. Ver también cap. 1). Esas personas tienen la seguridad de recibir respuesta de sus oraciones, de guía y abun­dantes bendiciones (v. 11). Aquellos que substituyen el placer y los negocios en el día santo de Dios con una genuina y sincera complacencia en Dios, «enen asegurada la promesa de Su favor (vss. 13-14). La conformidad y « práctica ritualística no reúnen los requerimientos de Dios para la verda­dera religión.
Puesto que los pecados nacionales e iniquidades separaron al hombre de Dios (59:l-15a), El asegura al pueblo justo la divina intervención y la liberación enviando un redentor a Sión. Cuando El no encuentra a ninguno de la raza humana que pueda intervenir adecuadamente, envía al redentor vestido con ropas de venganza, portante el peto de la justicia y el yelmo de la salvación. Este vindicará al justo (59:15b-21).
La gloriosa perspectiva de Sión, está dibujada una vez más con la ve­nida del redentor para establecer a Israel como el centro y el deleite de todas las naciones (60:1-22). Esta capital será conocida como la cuidad del Señor y el Sión del Santo de Israel. La gloria de Dios se extenderá tan universalmente que el sol y la luna no serán precisos ya más. Este reinado continuará para siempre, como está previamente indicado por Isaías 9:2-7 y otros pa­sajes similares. La fecha del cumplimiento de todo ello, no está indicada más allá de la simple y conclusiva promesa de que Dios la aportará a su debido tiempo.
En preparación por la gloria venidera que será revelada, Dios envía a Su mensajero a Sión, ungido por el Espíritu del Señor (61:1-11). Este men­sajero vendrá con buenas nuevas para proclamar el tiempo del favor de Dios, cuando el desgraciado sea aliviado, los cautivos pueden ser dejados en libertad, los doloridos sean confortados y la desesperación se convierta en alabanza. El pueblo de Dios será conocido como los sacerdotes del Señor mientras que otros conocerán las bendiciones divinas con su ministerio. La justicia y la alabanza se elevarán desde todas las naciones.
La vindicación y restauración de Sión sigue en orden natural (62:1-63:6). Sión, que ha sido olvidado y desolado, se convertirá en la delicia de Dios al gozar en su pueblo, como un novio lo hace con su novia. Los que aguar­dan, son alentados a apelar a Dios día y noche hasta que Jerusalén sea establecida como la alabanza de las naciones.
Una vez más, las líneas de demarcación están claramente establecidas en los capítulos siguientes (63:7-65:16) entre los que recibirán las bendi­ciones del Señor y los ofensores que estarán sujetos a la maldición de Dios. El pasaje inicial (63:7-64:12), representa un llamamiento a Dios en solicitud de ayuda y socorro. Sobre la base del favor de Dios, para Israel en el pasado, la oración expresa una demanda para la divina intervención. Dios es vituperado por ser la causa de los errores del pueblo y del endure­cimiento de su corazón (63:17), entregándoles al poder de la iniquidad (64: 7), y haciendo de ellos lo que son. La respuesta de Dios a su oración (65: 1-7) refleja su actitud hacia el que es justo por sí mismo quien le ha igno­rado durante el tiempo que estuvo disponible. Ellos han menospreciado sus llamamientos y fracasaron en volver a él en el día de la misericordia — su apelación de justicia propia llega demasiado tarde.
El día del juicio está sobre ellos (65:8-16). Aquellos que no respon­dieron al llamamiento de Dios ni escucharon cuando El habló de que es­taban condenados, ignoraron la misericordia de Dios que antecede al juicio. Por contraste, los siervos de Dios, mencionados siete veces en estos nueve versos, son los receptores de sus eternas bendiciones.
Finalmente, Isaías describe las últimas bendiciones para los justos en Sión en términos de un nuevo cielo y una nueva tierra (65:17-66:24). Jeru­salén de nuevo es el punto focal desde donde tales bendiciones se extenderán umversalmente. Las condiciones de paz prevalecerán incluso entre los animales. Incluso aunque el cielo es trono de Dios y la tierra su escabel, El se deleita en los hombres que han sido humildes y contritos en espíritu. Aunque hayan estado sujetos al desprecio y el ridículo, triunfarán en el establecimiento de Sión, mientras que los ofensores estarán todos sujetos la condenación. Conforme sean juzgados los enemigos, se hará aparente que Dios tiene sus manos extendidas sobre sus siervos.. Los redimidos proce­dentes de todas las naciones, compartirán las bendiciones de Sión, mientras aquellos que se rebelaron estarán sujetos a un castigo que no tendrá fin (66:24).
Esquema VI    tiempos de isaías

787-81. Amasias probablemente puesto en libertad de su prisión, cuando Jeroboam II                           asume solo el gobierno de Israel tras la muerte de Joás.
768. Uzías asume solo el gobierno en Judá. Muerte de Amasias.
760. Fecha aproximada del nacimiento de Isaías.
753. Fin del reinado de Jeroboam en Israel.
750. Uzías enfermo de la lepra.
745. Tiglat-pileser III comienza su gobierno en Asiria.
743. Los asirios derrotan a Sarduris III, rey de Urartu. Uzías y sus aliados derrotados por         los asirios en la batalla de Arpad.
740. Jotam asume solo el gobierno. Muerte de Uzías.
736-35. Los ejércitos asirios en Nal y Urartu.
            Comienzo del gobierno de Peka en Israel.
735. Acaz hecho rey por un grupo pro-sirio en Judá.
734. Los ejércitos asirios invaden a los filisteos. Guerra siro-efraimítica tras la retirada de los asirios.
733. La invasión asiría de Siria.
732. Damasco conquistado por los asirios, terminando el gobierno sirio. Peka   reemplazado por Oseas en Samaría.
727. Salmanasar V comienza a gobernar en Asiria.
722. Caída de Samaría. Acceso de Sargón II al trono de Asiria.
716-15. Ezequías comienza a   reinar en judá.   Reforma religiosa. Puri­ficación del Templo.
711. Tropas asirías en Asdod.
709-8. Nacimiento de Manases.
705. Senaquerib comienza a gobernar en Asiria.
702. Bel-Ibni reemplaza a Merodac-baladán en el trono de Babilonia.
702-1. La enfermedad de Ezequías. Amenaza de Senaquerib. Isaías afir­ma la seguridad. La embajada babilónica de Merodac-baladán en el exilio visita Jerusalén.
697-6. Manases hecho corregente.
688. La segunda amenaza de Senaquerib a Ezequías.
687-6. Ezequías muere. Manases gobierna solo.
680. Isaías pudo haber sido martirizado por Manases.

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Capítulo XIX
Jeremías—un hombre de fortaleza

Vivir con Jeremías, es comprender a su pueblo, su mensaje, y sus problemas. El tiene mucho que decir a su propia generación conforme les ad­vierte de la condenación que se cierne sobre ella. Pero comparado con Isaías dedica relativamente poco espacio a las futuras esperanzas de restauración. El juicio es inminente en este tiempo, especialmente tras la muerte de Josías. Se concentra en los problemas corrientes en un esfuerzo para hacer volver hacia Dios a su generación. Un hombre con un vital mensaje durante los últimos cuarenta años de la existencia nacional de Judá como reino, Jeremías relata más de sus experiencias personales, que lo que hace cualquier otro profeta en tiempos del Antiguo Testamento.
Un ministerio de cuarenta años
Por el tiempo en que Manases anunció el nacimiento del príncipe here­dero de la corona, Josías, el nacimiento de Jeremías en Anatot seguramente recibió poca atención. Habiendo crecido en este poblado a sólo cinco kiló­metros al nordeste de la capital, Jeremías se hizo versado en las gentes co­rrientes que circulaban por toda Jerusalén.
Josías llegó al trono a la edad de ocho años, cuando Amón fue muerto (640 a. C.). Ocho años más tarde, se hizo evidente que el rey de dieciseis saos ya estaba preocupado con la obediencia hacia Dios. Tras cuatro años más, Josías tomó medidas positivas para purgar a su nación de la idolatría. Santuarios y altares de dioses extraños fueron destruidos en Jerusalén y otras ciudades desde Simeón, al sur de la capital, hasta Neftalí, en el norte. Durante sus primeros años, Jeremías tuvo que haber oído frecuentes dis­cusiones en su hogar respecto a la devoción religiosa del nuevo rey.
Durante el período de esta reforma a escala nacional Jeremías fue lla­mado al ministerio profetice, alrededor del 627 a. C. Donde estaba o cuan­do lo recibió, no se halla registrado en el capítulo 1. Por contraste con la majestuosa visión de Isaías o la elaborada revelación de Ezequiel, la llamada de Jeremías es única en su simplicidad. No obstante, él se vio definitivamente llamado por la divina Potestad para ser un. profeta. En dos simples visiones, esta llamada fue confirmada. La vara de almendro significa la certidumbre del cumplimiento de la palabra profética, mientras que la olla hirviente indica la naturaleza de su mensaje. Conforme se hizo consciente de que en­contraría mucha oposición, también recibió la divina seguridad de que Dios le fortificaría y le haría capaz de soportar los ataques y que le liberaría en tiempos de dificultades.
Poco es lo que se indica en los registros escriturísticos que conciernan a las actividades de Jeremías durante los primeros dieciocho años de su ministerio (627-609). Tanto si participó o no en las reformas de Josías pú­blicamente, que comenzaron en el 628 y culminaron con la observancia de la pascua en el 622, no está registrado por los historiadores contemporáneos ni por el propio profeta. Cuando fue descubierto en el templo "El libro de la ley", era la profetisa Huida y no Jeremías quien explicaba su contenido al rey. Sin embargo, la simple declaración de que Jeremías lloró la muerte de Josías en el 609 (II Crón. 35:25) y el común religioso de ambos, tanto el profeta como el rey, garantizan la conclusión de que él apoyó activamente la reforma de Josías.
Es difícil de determinar cuantos mensajes de Jeremías registrados en su libro, reflejan los tiempos de Josías. El cargo de que Israel era apóstata (2:6) está generalmente fechado en los primeros años de su ministerio. Incluso aunque el renacimiento nacional no había llegado a la masa, es muy verosímil que una abierta oposición a Jeremías, se sucediera en su mínima expresión en los tiempos de Josías y su reinado.
Aunque el problema nacional de la interferencia asiría había disminuido, de forma que Judá gozaba de una considerable independencia bajo Josías, los acontecimientos internacionales en la zona Tigris-Eufrates llegaron hasta Jerusalén y se observaron con el mayor interés. Indudablemente, cualquier temor de que el resurgir del poder babilonio en el este hubiera tenido serias implicaciones para Jerusalén, estaba atemperado por el optimismo de la reforma de Josías. Las noticias de la caída de Nínive en, el 612, seguramente fue muy bien recibida en Judá como la seguridad de no sufrir más interferencias por parte de Asiría. El temor de la reavivación del poder asirio, hizo que Josías se aprestara con prontitud a bloquear a los egipcios en Meguido (609 a. C.), evitando una ayuda de los asirios que se estaban reti­rando ante el avance de las fuerzas de Babilonia.
La súbita muerte de Josías fue crucial para Judá, al igual que para Je­remías personalmente. Mientras que el profeta lamentaba la pérdida de su piadoso rey, su nación estaba arrojada a un torbellino de conflictos internacionales. Joacaz no reinó sino tres meses antes de que Necao de Egipto, le tomara prisionero y colocase a Joacim sobre el trono de David en Jerusalén. No solamente hizo este súbito cambio de los acontecimientos que Jeremías se quedase sin el apoyo político piadoso de su pueblo, sino que incluso quedó abandonado a las fechorías de los jefes apostatas que gozaban del favor de Joacim.
Los años 609-586 fueron los más difíciles, sin paralelo en todo el An­tiguo Testamento. Políticamente, el sol se ponía para la existencia nacional de Judá, mientras que toda serie de conflictos internacionales arrojaban sus sombras de extinción, que por último, dejaron a Jerusalén reducido a ruinas. En cuestiones religiosas, la mayor parte de los viejos malvados eliminados por Josías, retomaron bajo el gobierno de Joacaz. Los ídolos cananeos, egip­cios y asirios fueron abiertamente instaurados, tras el funeral de Josías. Jeremías, sin temor y persistentemente, advertía a su pueblo del desastre que se avecinaba. Puesto que ministraba a una nación apóstata con un go­bierno impío, estaba sujeto a la persecución de sus mismos conciudadanos. Una muerte por el martirio, indudablemente habría sido un alivio compara­do con el constante sufrimiento y la angustia que soportaba Jeremías, mien­tras continuaba su ministerio entre un pueblo cuya vida nacional se hallaba en el proceso de desintegración. En lugar de obedecer al mensaje de Dios, entregado por el profeta, perseguían al mensajero.
Crisis tras crisis llevaron a Judá a una más próxima destrucción mien­tras que las advertencias de Jeremías continuaban ignoradas. El año 605 a. C., marcó el comienzo del cautiverio de Babilonia para algunos de los ciudadanos de Jerusalén, mientras que Joacim solicitaba una alianza con los invasores babilonios. En la lucha de Egipto y Babilonia durante el resto de su reinado, Joacim cometió el fatal error de rebelarse contra Nabucodo-nosor, precipitando la crisis del 598-7. No solamente la muerte acabó brus­camente con el reinado de Joacim, sino que su hijo Joaquín y aproximada­mente diez mil ciudadanos destacados de Jerusalén fueron llevados al exilio. Esto dejó a la ciudad con una débil semblanza de existencia nacional, mien­tras que las clases remanentes más pobres, controlaban el gobierno bajo el mando del rey marioneta Sedequías.
La lucha política y religiosa continuó por otra década conforme las es­peranzas nacionales de Judá iban esfumándose. A veces, Sedequías se preo­cupaba respecto al consejo de Jeremías; pero con más frecuencia cedía a la presión del grupo pro-egipcio en Jerusalén que favorecía la rebelión contra Nabucodonosor. En consecuencia, Jeremías sufría con su pueblo mientras que aguantaban el asedio final de Jerusalén. Con sus propios ojos, el fiel profeta vio el cumplimiento de las predicciones que los profetas ante-nores a él habían pregonado tan frecuentemente. Tras cuarenta años de Pacientes advertencias y avisos, Jeremías fue testigo del horrible resultado: Jerusalén fue reducido a un humeante montón de ruinas y el templo destrui­do por completo.
Jeremías se encaró con mayor oposición y encontró más enemigos que cualquier otro profeta del Antiguo Testamento. Sufrió constantemente por el mensaje que proclamaba. Cuando rompió el cacharro de arcilla ante la pública asamblea de los sacerdotes y los ancianos en el valle de Hinom, fue arrestado en el atrio del templo. Pasur, el sacerdote, le golpeó y lo puso amarrado a las vallas durante toda la noche (19-20). En otra ocasión, pro­clamó en el atrio del templo que el santuario sería destruido. Los sacerdotes y los profetas se levantaron contra él en masa y pidieron su ejecución. Mientras Ahicam y otros príncipes se unieron en la defensa de Jeremías, salvando su vida, Joacim derramó la sangre de Urías, otro profeta que había proclamado el mismo mensaje (26).
Un encuentro personal con un falso profeta llega en la persona de Hananías (28). Jeremías aparece públicamente describiendo el cautiverio de Babilonia, llevando un yugo de madera. Hananías se lo quitó, lo rom­pió y niega el mensaje. Tras una breve reclusión, Jeremías aparece una vez más como portavoz de Dios. De acuerdo con su predicción, Hananías muere antes de que se acabase aquel año.
Otros falsos profetas se mostraron activos en Jerusalén, lo mismo que entre los cautivos en Babilonia, oponiéndose a Jeremías y a su mensaje (29). Entre estos, están Acab y Sedequías, quienes excitan a los cautivos a contrarrestar el aviso de Jeremías de que tendrían que permanecer 75 años en cautiverio. Semaías, uno de los cautivos, incluso escribió a Jerusalén para incitar a Sofonías y a sus sacerdotes colegas a enfrentarse con Jeremías y a meterle en prisión. Otros pasajes reflejan la oposición procedente de otros profetas cuyos nombres no se citan.
Incluso la gente de la misma ciudad se levanta contra Jeremías. Esto queda reflejado en las breves referencias de 11:21-23. Los ciudadanos de Anatot amenazaron con matarle si no cesaba de profetizar en el nombre del Señor.
Sus enemigos se encontraban igualmente entre los gobernantes. Bien re­cordado entre las experiencias de Jeremías, es su encuentro con Joacim. Un día, Jeremías envió a su escriba Baruc al templo a leer públicamente el mensaje de juicio, del Señor, con la admonición de arrepentirse. Alarmados, algunos de los jefes políticos informaron de aquello a Joacim; aunque avi­saron a Jeremías y a Baruc de que se escondiesen. Cuando el rollo fue leído ante Joacim, éste despreció y desafió el mensaje, quemando el rollo en el brasero y ordenando en vano el arresto del profeta y su escriba.
Jeremías sufrió las consecuencias de una vacilante política bajo el go­bierno débil de Sedequías. Esto llegó a hacerse especialmente crucial para el profeta, durante los años finales del reinado de Sedequías. Cuando el asedio de los babilonios fue levantado temporalmente, Jeremías fue arres­tado a su salida de Jerusalén, con el cargo de simpatía hacia Babilonia y fue golpeado y encarcelado. Cuando terminó el asedio, Sedequías buscó el con­sejo del profeta. En respuesta a la repulsa de Jeremías, el rey le condenó a estar preso en el patio de guardia. Bajo presión, Sedequías de nuevo aban­donó al profeta a la merced de sus colegas políticos, quienes arrojaron al profeta en una cisterna donde le dejaron que se ahogara en el cieno. Ebed-melec, un eunuco etíope, rescató a Jeremías y lo devolvió al cuerpo de guardia, donde Sedequías tuvo otra entrevista con él antes de la caída de Jerusalén.
Incluso después de la destrucción de Jerusalén, Jeremías es frustrado con frecuencia, en su intento de ayudar a su pueblo (42:1-43:7). Cuando los jefes desalentados y apatridas apelan finalmente a él para asegurar la voluntad de Dios sobre ellos, él espera en la guía del Señor. Pero cuando les informa de que deberían quedarse en Palestina con objeto de gozar de las bendiciones de Dios, el pueblo, deliberadamente, desobedece, emigra a Egipto, llevándose al anciano profeta con ellos.
Jeremías tuvo relativamente pocos amigos durante los días de Joacim y de Sedequías. El más leal y devoto fue Baruc que sirvió al profeta como secretario. Baruc registró por escrito los mensajes del profeta, y los leyó en el atrio del templo (36:6). Le sirvió también como administrador, mien­tras que Jeremías estuvo en prisión (32:9-14) y finalmente acompañó a su maestro a Egipto.
Entre los jefes de la comunidad que salvaron a Jeremías de la ejecución a las demandas de los sacerdotes y los profetas (26:16-24), estaban los príncipes conducidos por Ahicam. Durante el asedio a Jerusalén, cuando Jeremías fue abandonado a morir en el pozo, Ebedmelec demostró ser un verdadero amigo en la necesidad. Sedequías respondió con bastante interés personal para asegurar al profeta seguridad en el patio de guardia durante lo que quedó del asedio a Jerusalén.
Pasando a través de tiempos de oposición y de sufrimientos Jeremías experimentó un profundo conflicto interior. Un dolor penetrante hirió su alma al comprobar que su pueblo, endurecido de corazón, era indiferente a sus advertencias y avisos y sería sujeto a los severos juicios de Dios. Esta fue la causa de su llorar día y noche, no el sufrimiento personal que tuvo que soportar (9:1). Consecuentemente, el apelativo de "profeta llorón," para Jeremías denota fuerza y valor y la férrea voluntad de encararse con las amargas realidades del juicio que se cernía sobre su pueblo.
A lo largo de todo su ministerio, Jeremías no pudo escapar a la convic­ción, recibida de Dios, de que era Su mensajero. Fiel a la experiencia hu­mana, se hundió en las profundidades de la desesperación en tiempos de persecución, maldiciendo el día en que había nacido (20). Cuando perma­necía silencioso para evitar las consecuencias, la palabra de Dios se con­vertía en un fuego que le consumía impulsándole a continuar en su ministe­rio profético. Continuamente experimentó el divino sostén que le fue prometido en el capítulo uno. Amenazado con frecuencia y al borde de la muerte en las circunstancias de su vida, Jeremías estuvo providencialmente sostenido como un testigo viviente para Dios en los tiempos de completa decadencia para la vida nacional de Judá.
Cuánto vivió Jeremías tras sus cuarenta años de ministerio en Jerusalén, es algo desconocido. En Tafnes, la moderna Tel Defene en el delta del Nilo oriental, Jeremías pronunció su último mensaje fechado documentalmente (4S-44). Probablemente, Jeremías murió en Egipto.


El libro de Jeremías

Las divisiones del libro de Jeremías para un propósito de perspectiva, son menos aparentes que en muchos otros libros proféticos. Para un breve ^surneri de su contenido, pueden anotarse las siguientes unidades:
I. El profeta y su pueblo Jeremías 1:1-18:23
II. El profeta y los líderes 19:1-29:32
III. La promesa de la restauración 30:1-33:26
IV. Desintegración del reino      34:1-39:18
V. La emigración a Egipto 40:1-45:5
VI. Profecías concernientes a naciones y ciudades 46:1-51:64
VII. Apéndice o conclusión 52:1-34
El moderno lector de Jeremías puede sentirse confuso por el hecho de que los acontecimientos fechados y los mensajes no se hallan en orden cronológico. Existen, por lo demás, muchos pasajes que no están fechados en absoluto. Por tanto, es difícil arreglar con absoluta certidumbre el con­tenido de este libro en cronológica secuencia.
El capítulo 1, que registra la llamada a Jeremías, está fechado en el año décimo tercero de Josías (627 a. C.). Los capítulos 2-6 son generalmen­te reconocidos como el mensaje de Jeremías a su pueblo durante los prime­ros años de su ministerio (ver 3:6). En qué medida puede estar relacionado del 7 al 20 con el reino de Josías o el de Joacim, resulta verdaderamente difícil de determinar. Pasajes específicamente fechados en el reino de Joacim, son 25-26, 35-36, y 45-46. Los acontecimientos ocurridos durante el reinado de Sedequías están registrados en 21, 24, 27-29, 32-34, y 37-39. Los capí­tulos 40-44 reflejan los acontecimientos subsiguientes a la caída de Jerusalén en el 586 a. C., mientras que otros son difíciles de fechar.
I. El profeta y su pueblo 1:1-18:23
Introducción, 1:1-3
Llamada al servicio 1:4-19
Condición apóstata de Israel     2:1-6:30
La fe en los templos e ídolos condenada 7:1-10:25
La alianza sin obediencia es fútil 11:1-12:17
Dos signos del cautiverio 13:1-27
La oración intercesoria es inútil 14:1-15:21
El signo de la inminente cautividad 16:1-21
La fe en el hombre denunciada 17:1-27
Una lección, en la alfarería 18:1-23
En su ministerio, Jeremías estuvo asociado con los últimos cinco reyes de Judá. Cuando fue llamado a su ministerio profetice, Jeremías tenía aproximadamente la misma edad que Josías, unos 21 años, quien estaba gober­nando el remo desde que tenía ocho años.
Respondiendo a la divina llamada, Jeremías se dio perfecta cuenta del hecho de que Dios tenía un plan y un propósito para él, incluso antes del tiempo de su nacimiento. Estaba comisionado por Dios y divinamente forta­lecido contra el temor y la oposición. Estaba también bien equipado: el mensaje no era suyo, él era solamente el instrumento humano a quien Dios confió Su mensaje para su pueblo.
Dos visiones suplementan su llamada. El almendro es el primero en mostrar signos de vida en Palestina con la llegada de la primavera. Tan cierto como el florecer de los almendros en enero, era la seguridad de que la palabra de Dios sería mostrada. La olla hirviente indica la naturaleza del mensaje, el juicio estallaría en el norte.
En su llamada, Jeremías es claramente informado de que tendrá que dar cara a la oposición. La esencia de su mensaje es el juicio de Dios sobre la Israel apóstata. En consecuencia, tiene que esperar la oposición procedente de reyes, príncipes, sacerdotes y del laicado. Con esta sobria advertencia, le llega la seguridad del apoyo de Dios.
La condición apóstata de Israel es impresionante (2-6). Los israelitas son culpables de haber desertado de Dios, la fuente de las aguas vivas y el hontanar de todas sus bendiciones. Como substituto, Israel ha buscado y elegido dioses extraños que Jeremías compara a cisternas rotas que no pueden contener agua. El rendir culto a dioses extraños es comparable al adulterio en las relaciones materiales. Como una esposa infiel abandona a su esposo, así Israel ha abandonado a Dios. El ejemplo histórico del juicio de Dios sobre Israel en el 722 a. C., debería ser suficiente aviso. Corno un león rugiente en su cueva, Dios levanta a las naciones para que lleven el juicio sobre Judá. Israel ha despreciado la misericordia divina. El tiempo de la ira de Dios ha llegado y el mal que estalla sobre Judá es el fruto de sus propias culpas (6:19).
El auditorio de Jeremías se muestra escéptico respecto de la llegada del juicio divino (7-10). Ignora sus valientes afirmaciones de que el templo será destruido, creyendo complacientemente que Dios ha elegido su santua­rio como su lugar de permanencia y en la confianza también de que Dios no permitirá que gobernantes paganos destrocen el lugar que estuvo saturado con su gloria en los días de Salomón (II Crón. 5-7). Jeremías señala a las ruinas que hay al norte de Jerusalén como evidencia de que el tabernáculo no salvó a Silo de la destrucción en tiempos pasados. Y tampoco el templo asegurará a Jerusalén contra el día del juicio.
La obediencia es la clave para una recta relación con Dios. Por sus ma­les sociales y la idolatría, el pueblo ha hecho del templo un refugio de la­drones incluso aunque continúen haciendo los sacrificios prescritos. La religión formal y ritual no puede servir como substituto para la obediencia hacia Dios.
Jeremías se siente amargado por el dolor y el sufrimiento al ver la in­diferencia de su pueblo. Desea orar por su nación pero Dios prohibe la in­tercesión (7:16). En las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, están rindiendo culto a otros dioses. Es demasiado tarde para él, el querer inter­ceder en su nombre. Mientras tanto, el pueblo encuentra su tranquilidad en el hecho de que son los custodios de la ley (8:8), y esperan que esto les salvará de la condenación predicha. Pero al profeta se le recuerda que el terrible juicio es cosa cierta.
Sintiéndose aplastado en su propia alma, Jeremías comprueba que la cosecha ha pasado, el verano ha terminado y su pueblo no será salvado. Que­jumbrosamente demanda si es que no hay algún bálsamo en Galaad para curar a su pueblo. Y entonces, llora día y noche por ellos. Incluso aunque el juicio viene sobre la nación, Dios le da la seguridad de que el individuo que no se gloría en su poder, en sus riquezas o en su sabiduría sino que conoce y comprende al Señor en la hermosa práctica de la bondad, la jus­ticia y la rectitud en la tierra, es el que está conforme con el aviso de Dios. Dios, como rey de las naciones, tiene que ser temido (10).
De nuevo, Jeremías es comisionado para anunciar la maldición de Dios sobre el desobediente (11). La obediencia es la clave para su relación en la alianza con Dios desde el principio de su nacionalidad (Ex. 19:5). La alianza en sí misma, es inefectiva e inútil sin obediencia. Con ídolos y altares tan numerosos como las ciudades de Israel y las calles de Jerusalén, el pueblo se ha merecido el juicio. Jeremías, nuevamente, conoce la prohi­bición de que ruegue por su pueblo (11:14). Amenazado y advertido por sus propios conciudadanos en Anatot, se siente totalmente desmoralizado a medida que ve la prosperidad de la maldad. Y ora rogando siempre a Dios (12:1-4). En respuesta, Dios le requiere para que sobrepase más gran­des dificultades y le asegura que la ira de Dios que consume, está a punto de desatarse y mostrarse por todo Israel.
Dos símbolos dibujan el juicio que se cierne de Dios sobre Judá (13:1-14): Jeremías aparece en público con un nuevo cinto de lino. Con el mandato de Dios, lo lleva al Eufrates para esconderlo en la grieta de una roca. Tras un cierto tiempo, vuelve a tomar la prenda, que en, el Oriente está considerada como el ornamento más íntimo y preciado de un hombre. Está podrido y totalmente inservible. De la misma manera, Dios está pla­neando exponer a su pueblo escogido a juicio en las manos de las naciones.
Los recipientes, bien sean vasijas de arcilla o de pieles de animales, lle­nos con vino, también son simbólicos. Los reyes, profetas, sacerdotes y ciu­dadanos estarán también llenos de vino y de borrachera que la sabiduría se desvanecerá en estupefacción y desamparo en tiempos de crisis. El obvio resultado será la ruina del reino.
Conforme el profeta ve aproximarse la condenación que pende sobre Judá, comprueba que su pueblo está indiferente y sigue desobediente y rebelde (13:15-27). El ve su tristeza, expresada en amargas lágrimas, cuan­do su pueblo vaya al cautiverio. Se le recuerda que el pueblo sufrirá por sus propios pecados. Se han olvidado de Dios. Como un leopardo es incapaz de cambiar los lunares de su piel, así Israel no puede cambiar sus malvados caminos.
Una grave sequía trae el sufrimiento a su pueblo al igual que a los ani­males (14:lss.). Jeremías se encuentra profundamente conmovido. De nuevo intercede por Judá, confesando sus pecados. Una vez más, Dios le recuerda que no interceda, ya que ni con ayunos y con ofrendas, evitará el juicio que se les avecina. Jeremías apela entonces a Dios para que salve al pueblo, ya que son los falsos profetas quienes son los responsables por equivocarlo. Cuando eleva a Dios la quejumbrosa cuestión, respecto a la total repulsión de Judá, esperando que Dios escuche su ruego, recibe la más soberana réplica: incluso si Moisés y Samuel intercediesen por Judá, Dios no se enternecerá. Dios manda la espada para matar, los perros para destrozar las carnes, los pájaros y las bestias para devorar a Judá por sus pecados, porque su pueblo le ha rechazado a El, y despreciado sus bendicio­nes. Desolado y sobrecogido por la pena, Jeremías intenta una vez más to­mar la tranquilidad en la palabra de Dios, siendo asegurado de la divina restauración y fortaleza para prevalecer contra toda oposición.
El tiempo es raramente indicado en los mensajes profetices. La inmi­nencia del juicio sobre Judá, sin embargo, está más bien claramente revelada (16:1 ss.). A Jeremías se le prohibe que se case. Si lo hiciera, expondría a su esposa y a sus hijos, de tenerlos, a las terribles condiciones de la invasión, el asedio, el hambre, la conquista y el cautiverio. La condenación de Judá está próxima y cierta. Dios ha retirado su paz, porque ellos le han deste­rrado de sus corazones, servido y adorado a ídolos y rehusado el obedecer Su ley. En consecuencia, Dios enviará cazadores y pescadores para buscar a todos los que sean culpables de forma que Judá conozca Su poder. Los pecados de Judá están inscritos con una punta de diamante y son pública­mente visibles sobre los cuernos del altar de tal forma que no hay oportu­nidad de escapar a la tremenda irritación del Omnipotente. Una vez más, se perfilan los caminos de las bendiciones y de las maldiciones (17:5 ss.).
En la alfarería, Jeremías aprende la lección de que Israel al igual que otras naciones, es como la arcilla en manos del alfarero (18). Como el alfa­rero puede descartar, remoldar o acabar con una vasija fallida, así Dios puede hacer lo mismo con Israel. La aplicación, es pertinente; Dios aporta su juicio por la desobediencia. Incitado por esta advertencia, el auditorio se confabula para librarse del mensajero.

II. El profeta y los jefes 19:1-29:32
Los sacerdotes y los ancianos—Jeremías es
metido en prisión 19:1-20:18
Sedequías conferencia con Jeremías      21:1-14
Cautiverio para reyes y falsos profetas 22:1-24:10
La copa de la ira para todas las naciones 25:1-38
Ahicam salva a Jeremías del martirio 26:1-24
Falsos profetas en Jerusalén y Babilonia 27:1-29:32

En una dramática demostración ante una asamblea de ancianos y sa-erdotes en el valle de Hinom, Jeremías afirma valientemente que Jerusalén será destruida (19:1 ss.). Rompiendo una vasija de barro, muestra el des­tino que aguarda a Judá. En consecuencia, Pasur, el sacerdote, golpea a Jeremías, y le confina a estar sujeto en el cepo de la puerta de Benjamín durante la noche. En una grave, pero normal reacción, Jeremías maldice el día en que nació (20) pero al fin resuelve su conflicto, comprobando que la palabra de Dios no puede ser confinada.
La ocasión para el cambio de mensajes entre Sedequías y Jeremías (21) es el sitio de Jerusalén, que comenzó el 15 de enero del 588 a. C. Con el ejército babilónico rodeando la ciudad, el rey se preocupa respecto a los proyectos de liberación. El está familiarizado con la historia de su nación, y sabe que en tiempos pasados Dios ha derrotado milagrosamente a los ejércitos invasores (ver Is. 37-38). En respuesta a la arrogante petición de Sedequías, Jeremías predice específicamente la capitulación de Judá. Dios está luchando contra ella y hará que el enemigo llegue a la ciudad y la queme con el fuego. Sólo rindiéndose, Sedequías podrá salvar su vida.
En un mensaje general, tal vez durante el reinado de Joacim, el profeta Jeremías denuncia a los gobernantes malvados que son responsables de la injusticia y la opresión (22). Concretamente, predice que Joacaz no volverá del cautiverio egipcio, sino que morirá en aquella tierra Joacim (22:13-23), precipitando la maldición de Dios en el juicio por sus malos caminos, tendrá el enterramiento de un asno, sin que nadie lamente su muerte. Por contraste (23) Israel recibe la seguridad de que volverá a agruparse en el futuro de tal forma que el pueblo pueda gozar de la seguridad y de la rectitud bajo un gobernante davídico que será conocido por el nombre de "Jehová, justicia nuestra". En consecuencia, los sacerdotes contemporáneos y profetas son denunciados en voz alta como falsos pastores que llevan al pueblo descarriado.
Tras de que Joaquín y algunos importantes ciudadanos de Judá fueron llevados al cautiverio de Babilonia en el 597 a. C., Jeremías tiene un mensaje apropiado para el pueblo restante (24). Aparentemente tienen el orgullo del hecho de que escaparon del cautiverio y se consideran a sí mismos favo­recidos por Dios. En una visión, Jeremías ve dos cestos de higos. Los higos buenos representan a los exiliados que volverán. El pueblo que se queda en Jerusalén, será descartado como lo son los higos malos. Dios ha rechazado a su pueblo y los hará un objeto de burla y una maldición donde quiera que sean llevados y esparcidos.
En el crucial año cuarto del reinado de Joacim (605 a. C.), Jeremías de nuevo continúa con una palabra apropiada del Señor (25). Les recuerda con atención que por veintitrés años han estado ignorando sus advertencias y consejos. En consecuencia, por su desobediencia a Dios trae a su siervo Nabucodonosor a Palestina y los sujetará a un cautiverio de setenta años. Con el vaso de vino de la ira como figura, Jeremías declara a sus gentes que el juicio comenzará en Jerusalén, se extenderá a numerosas naciones de los alrededores y finalmente visitará la propia Babilonia.
Próximo al comienzo del reinado de Joacim, Jeremías se dirige al pueblo que va a rendir culto en el templo (26), advirtiéndole que Jerusalén será redu­cida a ruinas. Y cita el ejemplo histórico de la destrucción de Silo, cuyas ruinas pueden aún verse al norte de Jerusalén. Incitado por los sacerdotes y profetas, el pueblo reacciona violentamente. Se apoderan de Jeremías. Tras de que el príncipe escucha el cargo que se la hace de que merece la pena de muerte, escuchan todos la apelación del profeta. Y él les recuerda que ellos derramarán sangre inocente con su ejecución, puesto que Dios le ha enviado. Como los jefes comprueban que Ezequías en tiempos pasados no mató a Miqueas por predicar la destrucción de Jerusalén, razonan que, igual­mente, Jeremías no se merece la pena de muerte. Aunque Ahicam y los príncipes salven la vida de Jeremías, el rey impío, Joacim, es responsable del arresto y martirio de Urías que proclamó el mismo mensaje.
Uno de los actos más impresionantes de Jeremías en el terreno profetice, ocurrió en el año 594 a. C. (27). Aunque Sedequías era un vasallo de Nabucodonosor, existía una constante revuelta para una rebelión. Emisarios procedentes de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón, se reúnen en Jerusalén para unirse a Egipto y Judá en una conspiración contra Babilonia. Ante tales representantes, aparece Jeremías llevando un yugo y anuncia que Dios ha dado todas esas tierras en manos de Nabucodonosor. Por lo tanto, es pruden­te someterse a Babilonia. Para Sedequías, tiene una palabra especial de aviso de que no escuche a los falsos profetas. Jeremías también advierte a los sacerdotes y al pueblo de que los vasos que quedan en el templo y demás ornamentos, serán llevados lejos por los conquistadores. Los delegados fo­rasteros son alertados de que no se dejen engañar por los falsos profetas. La sumisión a Nabucodonosor es la divina orden. La rebelión sólo traerá la destrucción y el exilio.
Poco después de esto, el falso profeta Hananías se opone decididamente a Jeremías. Procedente de Gabaón, Hananías anuncia en el templo que den­tro de dos años Nabucodonosor devolverá los vasos sagrados y los exiliados llevados a Babilonia en el 597. Ante todo el pueblo, toma el yugo de madera que Jeremías lleva puesto, lo reduce a pedazos y quiere demostrar así lo que el pueblo hará con el yugo de Babilonia. Jeremías va temporalmente a re­clusión, pero más tarde vuelve con un nuevo mensaje de Dios. Hananías ha roto las barras de madera del yugo, pero Dios las ha reemplazado con barras de hierro que será la servidumbre de todas las naciones. Hananías es adver­tido que por su falsa profecía morirá antes de que acabe el año. En el séptimo mes de aquel mismo año, el funeral de Hananías indudablemente fue la pública confirmación de la veracidad del mensaje de Jeremías.
Incluso los jefes que están entre los exiliados, causan a Jeremías proble­mas sin fin. Su preocupación por los cautivos de Babilonia está expresada en una carta enviada con Elasa y Gemarías.Esos prominentes ciudadanos de Jerusalén fueron enviados por Sedequías a Nabucodonosor, indudable­mente, para asegurar la lealtad de Judá, incluso mientras la rebelión está siendo planeada en Jerusalén. En su carta, Jeremías advierte a los exiliados que no crean en los falsos profetas que predicen un pronto retorno. Les re­cuerda que la cautividad durará setenta años. Incluso predice que Sedequías y Acab, dos de los falsos profetas, serán arrestados y ejecutados por Nabucodonosor.
La carta de Jeremías inicia una ulterior correspondencia (29:24-32). Semaías, uno de los cabecillas en Babilonia que está planeando un pronto retorno a Jerusalén, escribe a Sofonías el sacerdote, administrador del tem­plo. Reprende a Sofonías por no reprochar a Jeremías y le advierte que con­fine al profeta en el cepo por escribir a los exiliados. Cuando Jeremías oye aquella carta leída, denuncia a Semaías e indica que ninguno de sus descendientes participará en las bendiciones de la restauración.

III. La promesa de la restauración 30:1-33:26
El remanente es restaurado. Un nuevo pacto 30:1-31:40
La compra de propiedades por Jeremías 32:1-44
Cumplimiento del pacto davídico 33:1-26

Jeremías, específicamente, asegura a Israel su restauración. Los exiliados serán devueltos a su propia tierra para servir a Dios bajo un gobernante designado como "David su rey" (30:9). Cuando Dios destruye todas las naciones, Israel será restaurada tras un período de castigo. Dios, que ha esparcido a Israel, volverá a Sión tanto a Judá como a Israel en un nuevo pacto (31:31). En esta nueva relación, la ley será inscrita en sus corazones y todos conocerán a Dios con la seguridad de que sus pecados han sido per­donados. Tan cierto como las luminarias de los cielos están en, sus órdenes fijados, así de cierta es !a promesa de la restauración de Dios para su nación, Israel.
Las futuras esperanzas de restauración, están más realistamente impresas sobre Jeremías (32) durante el asedio de Babilonia a Jerusalén en el 587 a. C. Mientras que está confinado al cuerpo de guardia, él es divinamente instruido para que adquiera una parcela de propiedad en Anatot, procedente de su primo Hanameel. Cuando este último aparece con la oferta, Jeremías compra el campo inmediatamente. Con meticuloso cuidado, el dinero es pe­sado, el documento de la compra se hace en duplicado, es firmado y sellado con testigos. Baruc, entonces, recibe instrucciones de colocar el original y la copia en vasijas de barro para mayor seguridad.
A los testigos y a los observadores, esta transacción tuvo que haberles parecido la cosa más ridícula. ¿Quién podría ser tan iluso como para com­prar una propiedad cuando la ciudad estaba a punto de ser destruida? Más sorprendente es el hecho de que Jeremías, que por cuarenta años había predicho la capitulación del gobierno de Judá, adquiera entonces el título de propiedad de una parcela de terreno. Este acto profetice tenía una gran significación; está de acuerdo con la simple promesa de Dios de que efl aquella tierra las cosas y los campos serían nuevamente adquiridos. La in­versión de Jeremías representaba sencillamente la futura prosperidad de Judá.
Tras haber completado su transacción, Jeremías se pone en oración (32:16-25). La espada, el hambre y la peste son una terrible realidad confor­me continúa la fútil resistencia contra el asedio de Babilonia. Jeremías mis­mo está perplejo por la compra que ha hecho en un tiempo en que la mise­ricordia de Dios ha abandonado a Israel que está siendo destruida y llevada al cautiverio. El fiel profeta es advertido de que Jerusalén levantó la ira de Dios por la idolatría y la desobediencia (32:26-35). Sin embargo, Dios que los esparce, les traerá de regreso y restaurará su fortuna (32:36-44).
Mientras que la ruina nacional se aproxima rápidamente, Jeremías recibe un plan de promesa de restauración. Con una admonición de apelar a Dios, el Creador, el pueblo, mediante Jeremías, es alentado a esperar cosas des­conocidas.
En aquella tierra que está entonces en las fauces de la destrucción, sur­girá una rama justa que brotará del pueblo de David para que prevalezca de nuevo la justicia y la rectitud. El gobierno davídico y el servicio levítico serán restablecidos. Jerusalén y Judá serán una vez más la delicia de Dios. Este pacto será tan seguro como los períodos alternantes fijos del día y la noche. Conforme el gran juicio que Jeremías ha venido anunciando por cuarenta años antes, está a punto de llegar a su culminación, en la destruc­ción de Jerusalén, las promesas y las bendiciones para el futuro están vi­vidamente impresas sobre el fiel profeta.

IV. Desintegración del reino 34:1-39:18
Los jefes infieles en contraste con los recabitas 34:1-22
Aviso a los jefes y al laicado     35:1-36:32
La caída de Jerusalén    37:1-39:18

Los años más obscuros de la existencia nacional de Judá están breve­mente resumidos en esos capítulos. La destrucción de Jerusalén es el mayor de todos los juicios en la historia de Israel y en el Antiguo Testamento. Los acontecimientos registrados en 35-36, que vienen desde el reinado de Joacim, sugieren una razonable base para juicio que se convierte en realidad en los días de Sedequías.
El rey Sedequías ha sido frecuentemente advertido del juicio que se avecina. Entonces, cuando los ejércitos de Babilonia están realmente ponien­do sitio a Jerusalén (588), Sedequías conoce de una forma específica que la capital de Judá será quemada mediante el fuego. La única esperanza para el es rendirse a Nabucodonosor (34). Rehusando conformarse a la obe­diencia del aviso de Jeremías, Sedequías aparentemente busca la forma de encontrar un compromiso que lo substituya. De acuerdo con una alianza entre el rey y su pueblo, todos los hebreos esclavos son libertados en Jeru­salén. La motivación para este acto dramático, no está indicada. Tal vez 'os esclavos se hayan convertido en una responsabilidad o posiblemente, Podrían luchar en el asedio como hombres libres. Con toda certidumbre, aquello no fue motivado en su totalidad por una cuestión religiosa con el deseo de conformarse a la ley, puesto revocaron su pacto tan pronto como el sitio fue temporalmente levantado, mientras los babilonios perseguían a ios egipcios (37:5). En términos que no dejan lugar a duda, Jeremías anuncia que el temible juicio de Dios sobre Sedequías y todos los hombres que rompieron los términos del pacto se producirá inevitablemente (34:17-22). Los babilonios retornarán para quemar la ciudad de Jerusalén.
En los capítulos 35-36, están registrados los incidentes históricos del tiempo de Joacim, indicando claramente que tal actitud de religiosa indi­ferencia ha prevalecido demasiado tiempo en Judá. En una ocasión, Jeremías conduce a algunos recabitas, que habían tomado refugio en Jerusalén, mien­tras que los babilonios ocupaban la Palestina, al templo. Jeremías les ofre­ció vino, pero ellos rehusaron en obediencia al mandato de su antecesor Jonadab, que vivió en los días de Jehú, rey de Israel. Por 250 años, ellos han sido fieles a una legislación hecha por hombres, sin beber vino, sin plan­tar viñas, ni construyendo casas, sino viviendo en tiendas. Si los recabitas se conformaban a un juicio humano, ¿cuánto más debería el pueblo de Judá obedecer a Dios quien repetidamente envió a sus profetas para advertirles contra la servidumbre a los ídolos? En contraste con la maldición de Dios que estaba siendo enviada contra Jerusalén, los recabitas serían bendecidos.
Joacim, el hijo del piadoso Josías, no solo es desobediente, sino que desafía a Jeremías y a su mensaje. En el cuarto año de su reinado, Jeremías instruye a Baruc para registrar los mensajes que él ha dado previamente. Al siguiente año, mientras que el pueblo se reúne en Jerusalén para observar un ayuno, Baruc públicamente lee el mensaje de Jeremías en el atrio del templo, advirtiendo al pueblo que se aparte de sus malvados caminos. Algu­nos de los príncipes se asustan y dan cuenta al rey, que ordena que el rollo sea llevado a su presencia. Mientras Jeremías y Baruc se esconden, el rollo leído ante Joacim es destrozado en pedazos y quemado en el brasero. Aunque el rey ordena su arresto, ellos no son encontrados por ninguna parte. Al mandato de Dios, el profeta una vez más dicta su mensaje a su escriba. Esta vez, se anuncia un juicio especial pronunciado contra Joacim por haber quemado el rollo (36:27-31). Las condiciones serán tales al tiempo de su muerte, que no tendrá un enterramiento real, sino que su cuerpo será expuesto al calor del día y al frío de la noche.
Algunos de los acontecimientos ocurridos durante el sitio de Jerusalén, están registrados en 37-39. Con el fin de alcanzar claridad, el orden de los acontecimientos puede ser tabulado en la forma siguiente:

Comienza el asedio el 15 de enero del 588 39:1; 52:4
Aviso a Sedequías 34:1-7
Encuesta de Sedequías—réplica de Jeremías 21:1-14
Convenio para libertar a los esclavos 34:8-10
Se levanta temporalmente el sitio 37:5
Los esclavos reclamados—repulsa de Jeremías 34:11-22
Jeremías arrestado, golpeado y encarcelado      37:11-16
La continuación del asedio
Encuesta de Sedequías—Jeremías transferido 37:17-21
Adquisición de la propiedad por Jeremías 32:1-33:26
Jeremías lanzado a la cisterna 38:1-6
Ebed-melec rescata a Jeremías 38:7-13
Las últimas entrevistas de Sedequías y Jeremías 38:14-28
Jerusalén conquistada el 19 de julio del 586 39:1-18
Jerusalén destruida el 15 de agosto del 586 II Reyes 25:8-10
Durante el asedio de dos años y medio, Jeremías avisa constantemente al rey de que rendirse a los babilonios sería lo mejor para él. A lo largo de todo ese período, Sedequías parece frustrado al volverse hacia Jeremías en busca de consejo o ceder al grupo de presión pro-asirio para continuar la resistencia contra los babilonios. En vano espera mejores noticias de Jeremías. Finalmente, los babilonios irrumpen en Jerusalén. Sedequías esca­pa y logra llegar hasta Jericó; pero es capturado y llevado ante Nabucodono-sor en Ribla. Tras ser obligado a presenciar la muerte de sus hijos y la de numerosos nobles, Sedequías es cegado y llevado cautivo a la tierra del exilio. Así se cumple la profecía, aparentemente contradictoria de que Sedequías no vería nunca la tierra a la que sería llevado como cautivo.
V. La emigración a Egipto40:1-45:5
Establecimiento en Mizpa bajo Gedalías 40:1-12
Derramamiento de sangre y desunión40:13-41:18
En ruta hacia Egipto      42:1-43:7
Mensajes de Jeremías en Egipto43:8-44:30
La promesa a Baruc45:1-5

Jeremías recibe el más cordial tratamiento de manos de los conquista­dores babilonios. Aunque maniatado y llevado a Rama es dejado en libertad por Naburzaradán el capitán de la guardia de Nabucodonosor. Puesto a elegir, Jeremías escoge el quedarse con los que permanecen en Palestina, incluso aunque recibe la seguridad de un tratamiento favorable si se va a Babilonia.
Con Jerusalén hecho un montón de ruinas humeantes, los que se quedan en Palestina, se establecen en Mizpa, probablemente el actual Nebí Samwil. Situada aproximadamente a unos 16 kms. al norte de Jerusalén, la ciudad de Mizpa se convierte en la capital de la provincia babilónica de Judá, bajo el mando de Gedalías, gobernador al servicio de Nabucodonosor. Esparci­das por todo el territorio hay muchas guerrillas dispersas por el ejército de Babilonia. Al principio buscan el apoyo de Gedalías, pero unas cuantas semanas más tarde, Ismael, uno de aquellos capitanes, es utilizado por Baalis, caudillo de los beduinos amonitas, en un complot para matar a Gedalías. En pocos días, Ismael mata brutalmente setenta de los ochenta Peregrinos en ruta hacia Jerusalén procedentes del norte y fuerza a los ciudadanos de Mizpa a marchar hacia el sur, esperando atraparlos en Amón a través del Jordán. En ruta, son rescatados por Johanán en Gabaón y lle­vados a Quimam, una estación de caravanas, cerca de Belén, mientras Is­mael escapa.
Cambios repentinos encuentran a los que quedan, sin hogar y totalmen­te desalentados. En pocos meses no solamente han visto a Jerusalén reducido a cenizas, sino que habían sido desalojados de su asentamiento en Mizpa. En desesperada necesidad de una guía, se vuelven hacia Jeremías.
Aunque intentan marcharse a Egipto por miedo a los babilonios, el pueblo está con Jeremías para inquirir del Señor el futuro que les aguardaba. Tras un período de diez días, que pone a prueba su paciencia, Jeremías tiene una respuesta. Tienen que permanecer en Palestina (42:10). La emi­gración a Egipto supone la guerra, el hambre y la muerte. Con deliberada desobediencia y cargando sobre Jeremías el no haberles entregado el men­saje completo de Dios, Johanán y sus compinches llevan a los que quedan hacia Egipto (43:1-7). Mientras que el pueblo se mueve en masa, Jeremías y su escriba Baruc, sin duda, carente de alternativa, se van con ellos.
Mientras en Tafnes, en Egipto, Jeremías advierte a su pueblo por un mensaje simbólico, que Dios también enviará a su siervo Nabucodonosor a Egipto para ejecutar el juicio (43:8-13). En el próximo capítulo, Jeremías bosqueja los recientes acontecimientos en un mensaje final. Jerusalén está en ruinas porque los israelitas han ignorado los avisos de Dios enviados me­diante los profetas. El mal que ha caído sobre ellos es justo y recto en vista de su desobediencia. Israel se ha convertido en una maldición y un vituperio entre todas las naciones porque ha provocado la ira de Dios. Entonces el pueblo es apóstata y así desafía a Jeremías cuyas palabras son inútiles para moverles al arrepentimiento. Claramente le dicen que no obedecerán y afir­man que el mal ha caído sobre ellos porque han cesado en adorar a la reina de los cielos. Las palabras finales de Jeremías claramente indican que el juicio de Dios les espera y cuando llegue, comprobarán que Dios está cumpliendo su palabra.
Aunque el capítulo 45 registra un acontecimiento que ocurrió cosa de dos décadas antes, en este punto tiene una singular significación en el libro de Jeremías. Poco después del primer cautiverio en el 605 a. C., Baruc recibió instrucciones para poner escrito el mensaje de Jeremías. Evidente­mente Baruc lamenta y se siente desesperado al anticipar la terrible conde­nación y juicio que espera Judá. Personalmente, él no ve nada por delante que no sea la penuria, la pobreza, el hambre, la guerra y la desolación. Ba­ruc es amonestado para no buscar grandes cosas sino comprobar que la vida en sí misma es un don de Dios. Dios le asegura que su vida será salvada como precio de la guerra. Tras la destrucción de Jerusalén, Baruc está to­davía con Jeremías, indicando que Dios ha cumplido su promesa.

VI. Profecías concernientes a las naciones y ciudades 46:1-51:64
Egipto 46:1-28
Filistea 47:1-7
Moab 48:1-47
Amón   49:1-6
Edom 49:7-22
Damasco 49:23-27
CedaryHazor 49:28-33
Elam 49:34-39
Babilonia 50:1-51:64

El cuarto año de Joacim, fue un momento crucial en la historia política de Judá. En la decisiva batalla de Carquemis. los babilonios deshicieron a los egipcios, y así, subsiguientemente, los ejércitos triunfantes de Nabucodonosor ocuparon Palestina. Con el desarrollo de los problemas interna­cionales tan gravemente para Judá, el profeta Jeremías emite un número de adecuados mensajes fechados en el cuarto año de Joacim. Significativas entre ellas, están las profecías que conciernen a las naciones.
No sólo Egipto sufre la derrota en Carquemis, sino que por último, Nabucodonosor avanza 800 kms. Nilo arriba para castigar a Amón de Tebas (46). Por contraste, Israel será tranquilizado. Filistea será arruinada por una invasión procedente del norte (47). La vida nacional de Moab será destruida bruscamente y su gloria convertida en vergüenza. A causa de su orgullo, no puede escapar a la destrucción, pero se le asegura su retorno del cautiverio al final (48). Amón estará sujeta a juicio, poseída por Israel, y esparcida sin promesa de restauración (49:1-6). Edom también es conde­nada. Repentinamente, será reducida desde su exaltada posición de tal for­ma que los transeúntes silbarán ante ella (49:7-22). Damasco, Cedar, Hazor y Elam, de igual forma, esperan su juicio correspondiente (49:23-39).
Babilonia recibe la más extensa consideración en las profecías contra las naciones (50:1-51:64). Esta que es la más grande y la más poderosa de todas las naciones durante las dos últimas décadas de la vida nacional de Judá, será humillada por su orgullo. El Señor de los ejércitos enviará a los medos contra ella. Ante el Dios Omnipotente y gran Creador, la pode­rosa nación de Babilonia con sus ídolos se encara a la destrucción. Con esas palabras de denuncia, Jeremías envía a Seraías, un hermano de Baruc, a Babilonia (51:59-64). Tras leer este mensaje de juicio sobre Babilonia, Seraías ata el rollo a una piedra y lo lanza al Eufrates. En una forma simi­lar, Babilonia está condenada a la perdición para no volver a levantarse jamás.
VII. Apéndice o conclusión 52:1-34
Conquista y saqueo de Jerusalén 52:1-23
Condenación de los oficiales     52:24-27
Deportaciones52:28-34
Este breve sumario del reinado de Sedequías, la caída de Jerusalén y las deportaciones, concluye adecuadamente el libro de Jeremías. Tras cua­renta años de predicar, Jeremías es testigo del mensaje que él ha proclama­do con toda fidelidad. Sedequías y los suyos sufren las consecuencias de su desobediencia. Los vasos sagrados y los ornamentos del templo y su atrio están enumerados en los versículos 17-23 como llevados a Babilonia antes de que el templo fuese destruido, de acuerdo con las predicciones de Jeremías. Joaquín, quien se entrega, recibe generosa acogida y tratamien­to y finalmente puesto en libertad al final del reinado de Nabucodonosor.

Lamentaciones

El tema del libro de las Lamentaciones, es la destrucción y la desolación que caen sobre Jerusalén en el 586 a. C. Dios es reconocido como justo castigar a su nación elegida por su desobediencia. Puesto que Dios es fiel, existe la esperanza en la confesión del pecado y una implícita fe en El.
Descriptivas del contenido de este libro, son las palabras hebreas "qinoth" o "dirges" en el Talmud, la palabra griega "threnoi" o "eltígies" en la Septuaginta y "threni" o "lamentaciones" en las versiones latinas. Los judíos leen este libro en el día noveno de Ab en conmemoración de la des­trucción de Jerusalén. Los ancianos rabinos atribuyen este libro a Jeremías, agrupándolo con el Ketubim, o cinco rollos, que eran leídos en varias ceremonias públicas.
En un arreglo, los primeros cuatro capítulos son acrósticos alfabéticos. Cada capítulo tiene 22 versículos o un múltiplo de ese número. Las 22 letras del alfabeto hebreo están utilizadas con éxito para que cada versículo co­mience en 1 y 2. Los capítulos 3 y 4 asignan tres y dos versículos respec­tivamente a cada letra hebrea. Aunque el 5 tienen 22 versículos, no representan ningún acróstico alfabético. Esta pauta alfabética, también uti­lizada en numerosos Salmos, escapa al lector de las versiones.
El libro de las Lamentaciones fue atribuido a Jeremías hasta hace pocos siglos. El Talmud, la Septuaginta, los padres de la iglesia antigua y los líderes religiosos del siglo XVIII también consideran que el profeta fue el autor. Desde entonces, numerosas sugerencias adscriben las Lamentacio­nes a varios autores desconocidos y no identificados durante los siglos VI y III a. C.
La más razonable y natural interpretación, sugiere que este libro expresa los sentimientos y las reacciones de un testigo ocular. Entre esos conocidos procedentes de tal período, Jeremías parece ser el mejor cualificado. Por cuatro décadas él había predicho la destrucción de Jerusalén. Atravesando la ciudad en su camino hacia Egipto, tuvo que haber dirigido una última mirada a las ruinas de su amada ciudad que por cuatro siglos había repre­sentado la gloria y el orgullo de su nación, Israel. ¿Quién pudo haber dis­puesto de mejores elementos para escribir las Lamentaciones que el profeta Jeremías?

El libro de las Lamentaciones puede ser subdividido en la forma siguiente:
I. Pasado y presente de Jerusalén Lam.             1:1-22
Condiciones desoladoras 1:1-6
Memorias del pasado   1:7-11
El sufrimiento enviado por Dios 1:12-17
La justicia de Dios reconocida 1:18-22
II. Las relaciones de Dios con Sión 2:1-22
La íra de Dios al descubierto     2:1-10
La busca de la tranquilidad 2:11-22
III. Se analiza el sufrimiento       3:1-66
La realidad del sufrimiento 3:1-18
La fe de Dios para el contrito 3:19-30
Dios es el autor del bien y del mal 3:31-39
La sola esperanza está en Dios 3:40-66
IV. El pecado es la base del sufrimiento 4:1-22
La parte del sufrimiento que hay que soportar 4:1-12
El cargo del derramamiento de sangre inocente 4:13-22
V. La oración del que sufre 5:1-22
Confesión del pecado5:1-18
La apelación final5:19-22

De forma realista, el autor ve a Jerusalén en ruinas. Una vez fue como una princesa, entonces está reducida al vasallaje. En contraste a su pasada gloria, ella está entonces en un estado de sufrimiento y desesperación. Aque­llos que la ven al pasar no pueden concebir su tristeza. No hay nadie que la consuele.
La ira de Dios se ha mostrado en Sión (2). El Señor ha terminado con la ley y todas las observancias religiosas, ha suprimido a los sacerdotes, pro­fetas y reyes, y ha permitido que el enemigo aniquile sus palacios y su santuario. Expuesta a que silben al verla y a irrisión de los enemigos que la rodean, quejumbrosamente busca consuelo.
El sufrimiento es una amarga realidad. El propio Jeremías pudo haber experimentado tal tratamiento a manos de su propio pueblo, como está descrito en 3:1-18. La gloria de Jerusalén ha desaparecido; no hay esperanza para ella, aparte de una divina intervención. Para aquellos que buscan a Dios, —los contritos— el sufrimiento está atemperado por las misericordias eternas del Todopoderoso. Como autor del bien y del mal, Dios lleva el juicio sobre los malvados (vss. 19-39). Por la confesión del pecado y la fe en El, existe la esperanza de que El los vengará (vss. 40-66).
El destino de Sión parece ser peor que el de Sodoma. La brusca destruc­ción aparece como preferible a un continuo sufrimiento por el pecado. Con­ducida por falsos profetas y sacerdotes, Jerusalén ha derramado la sangre inocente de los justos. Consecuentemente, ella ha sido sometida a su presente situación, mientras se esperan mejores días (4:22).
El capítulo final expresa una oración para la misericordia de Dios. El autor describe vividamente el apuro del pueblo de Dios como exilados en tierras extrañas. ¿Podrá el Señor olvidar a su pueblo? Sión está en ruinas e Israel parece estar abandonada. Con el corazón doliente y aplastado y so­brecogido por la pena, el autor hace su dolorosa llamada al Dios que reina para siempre, implorándole que restaure a los suyos. En la confesión del pecado y una implícita fe en Dios descansa la apelación final para la restauración.

Esquema VII tiempos de jeremías

650. Nacimiento de Jeremías—fecha aproximada.
648. Nacimiento de Josías.
641. Acceso de Amón al trono de David.
640. Acceso de Josías.
632. Josías comienza su búsqueda de Dios—II Crón. 34:3.
628. Josías comienza las reformas.
627. La llamada de Jeremías al ministerio profético.
626. El acceso de Nabopolasar al trono de Babilonia.
622. El libro de la ley encontrado en el templo. La observancia de la ley Pascua.
612. Caída de Nínive.
610. Harán capturado por los babilonios.
609. Josías es asesinado. Joacaz reina por tres meses. El ejército asirio-egipcio abandona el sitio de Harán y se retira a Carquemis. Joacim substituye a Joacaz en Judá.
605. Los egipcios de Carquemis derrotan a los babilonios en Quramati.
Los babilonios derrotan decisivamente a los egipcios en Carquemis. Primera      cautividad de Judá. Joacim busca alianzas con Babilonia. Nabucodonosor accede al          trono de Babilonia.
601. Batalla inconclusa entre babilonios y egipcios.

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Capítulo XX
Ezequiel—el atalaya de Israel

Ezequiel estuvo profundamente implicado en los problemas de su generación. Comenzando su ministerio como profeta en la víspera de la capitula­ción de Judá, seis años antes de la destrucción de Jerusalén, no pudo escapar al desastre nacional. Estuvo asimismo viviendo con la aguda conciencia de la gravedad de la situación de su nación, conforme se aproximaba la crisis del terrible juicio de Dios. Su mensaje es específico, pertinente, y se concen­tró en las circunstancias con las que tuvieron que enfrentarse sus conciuda­danos en el exilio. Cuando la destrucción de Jerusalén se hubo convertido en historia, volvió su atención a las futuras esperanzas de Israel como nación.
Un profeta entre los exiliados
Por la época del nacimiento de Ezequiel (622/21 a. C.), Jerusalén estaba en movimiento con la más grande celebración de la pascua en siglos, conforme el reinado de Josías respondía temporalmente a sus reformas de ám­bito nacional. No sólo las esperanzas religiosas prevalecieron de forma optimista, sino que la decadencia influencia de la dominación asiría en Pa­lestina dio lugar al resurgir de proyectos más brillantes en el aspecto político. Asurbanipal, cuyo reinado como gobernante de Asiría acabó en el 630 a. C., no había sido sucedido por reyes poderosos lo suficiente como para resistir a los agresores medas y a los avances de los babilonios. Las noticias de la caída de Nínive en el 612, indudablemente, aliviaron a Judá de los temores de que los ejércitos asirios se propusieran de nuevo amenazar su dependencia.
Con las actividades religiosas floreciendo en el templo, con el apoyo real, Ezequiel, un miembro de una familia sacerdotal, tuvo que haber disfru­tado de agradables relaciones con el devoto pueblo de Judá. Su hogar debió haber estado situado en la muralla oriental de Jerusalén, de tal forma que los atrios exteriores fueran su campo de juego y los adjuntos recintos del templo constituidos en clases para su entrenamiento formal y su educación. Aquellos años juveniles bajo la sombra de Salomón en el templo, le familiarizaron con todos los detalles del magnífico edificio lo mismo que con la diaria ministración ritual. Además, Ezequiel pudo muy bien haber asistido a su padre y a otros sacerdotes, durante los años de su adolescencia. En consecuencia, cuando fue llevado a Babilonia, tuvo que haber conservado vividos recuerdos del templo y de lo que significó en la vida de su pueblo.
Aunque Ezequiel, como un muchacho de nueve años, pudo no haberse impresionado con las noticias de la caída de Nínive, los acontecimientos que siguieron, no pudieron evitar el causarle una indeleble impresión en sus años de formación juvenil. Tras la súbita marcha de Josías y su ejército para Meguido, para que el avance egipcio hacia el norte quedase bloqueado, y ayudar a los asirios que se retiraban, Josías es muerto (609 a. C.). Todos los ciudadanos de Jerusalén, tuvieron que haberse sorprendido ante tan rápidos cambios. El funeral de Josías, la coronación de Joacaz, la subsiguiente cau­tividad de este último y la coronación de Joacim como un vasallo egipcio sobre el trono de David,—todo sucedió en un lapso de tres meses. Lo más perturbador de la totalidad del reino, tuvieron que haber sido las noticias de la decisiva batalla de Carquemis en el 605, conforme los babilonios to­maron ventaja de su victoria para perseguir a los egipcios en retirada al mando de Necao, hasta las fronteras de Egipto. Tal vez Ezequiel como un joven de dieciséis o diecisiete años se considerase afortunado con haber es­capado, siendo incluido con Daniel y otros que fueron tomados como rehe­nes para Babilonia en el 605 a. C.
Aunque él nunca menciona o se refiere a Jeremías, es poco probable que no estuviese enterado del mensaje de este profeta que era tan bien cono­cido en Jerusalén. Seguramente Ezequiel tuvo que haber sido testigo de la reacción de la masa en el sermón de Jeremías en el templo (Jer. 26), cuando los príncipes rehusaron permitir la ejecución de Jeremías por el pueblo y sus líderes religiosos. Quizás quedase confuso por el hecho de que Joacim pudo haber derramado la sangre de Urías el profeta y haber quemado con tanta decisión el rollo de Jeremías, sin haber sido sometido a un inmediato juicio.
Cuando Ezequel rayaba en sus recientes veinte años, los ciudadanos de Jerusalén se hallaban turbados por la política extranjera de Joacim. En el 605, cuando los egipcios se retiraron a sus fronteras, Joacim se convirtió en un vasallo de Nabucodonosor, mientras que tomaba rehenes para ser llevados al exilio. Al año siguiente, Joacim y otros reyes reconocieron a Nabucodonosor como soberano, mientras los ejércitos babilonios marchaban sin encontrar resistencia por toda Sirio-Palestina. Tras tres años de supervivencia, Joacim se rebeló y Nabucodonosor retornó a Palestina en el 601.
Aparentemente, Joacim resolvió su problema mediante la diplomacia y con­tinuó como gobernante en el trono davídico mientras que babilonios y egipcios se comprometían en una batalla decisiva. Vacilando en su lealtad, Joacim, al final, precipitó el advenimiento de graves problemas. Quizás tendría esperanzas de que Egipto le salvaría cuando se rebelase una vez más. Antes de que las fuerzas más importantes de Babilonia llegaran, sin embargo, la muerte de Joacim llevó al trono a Joaquín. Cuando los babilonios pusieron sitio a Jerusalén, la ciudad fue salvada de la destrucción por la rendición de Joaquín. Aproximadamente diez mil de los ciudadanos más destacados de Judá, acompañaron a su joven rey a la tierra de exilio.
Esta vez, Ezequiel no estaba presente meramente para observar lo que les sucedía a los demás. El exilio se convirtió en parte de su personal experiencia. A la edad de 25 años, fue repentinamente transferido de Jerusalén y del templo, que era su centro de interés como sacerdote, al campo de los exiliados junto a las aguas de Babilonia. Aunque el templo no fue destruido, muchos de sus vasos sagrados fueron deshechos por la rudeza y la barbarie de los invasores que los tomaron como botín de guerra y utilizados después en sus templos paganos.
En este nuevo entorno, Ezequiel y sus compañeros de cautiverio, se establecieron en Tel-abib en las orillas del río Quebar, no lejos de Babilo­nia. A los exiliados se les entregó parcelas de tierra y aparentemente vivieron bajo ciertas favorables condiciones. Se les permitió la organización de las cuestiones civiles y religiosas, de tal forma que los ancianos estuvieron en condiciones de hallar la tranquilidad y en el curso del tiempo, desarrollar in­tereses comerciales. Así los exiliados tuvieron una considerable libertad y oportunidades para establecer un respetable nivel de vida.
Al parecer, lo peor de todo en el aspecto de su cautiverio, fue el hecho de que no pudiesen volver a Palestina. Aunque aquello era una imposibilidad política, conforme Nabucodonosor incrementaba su poder y dominio, ellos permanecían optimistas. Los falsos profetas entre los exiliados, les asegura­ron un pronto retorno a su tierra nativa. Informes de Jerusalén, donde Hananías predice que el yugo babilonio será destruido en dos años (Jer. 28 : 1 ss.), alientan a los exiliados con la esperanza de una pronta vuelta al hogar patrio. Cuando Jeremías avisa por carta que tendrán que establecer y perma­necer setenta años en el cautiverio, los falsos profetas se hicieron mas activos (Jer. 29). Semaías escribe a Jerusalén cargando a Jeremías con la responsabilidad de su cautiverio y pide que le pongan en el cepo. En una carta pública a los exiliados, Jeremías, a su vez, identifica a Semaías como yn falso profeta. Aparentemente, la actividad del falso profeta y de otros iguales a él, llega a ser tan grave que dos de sus líderes son ejecutados.
En el cuarto año de su reinado (594 a. C.) Sedequías hace un viaje a Babilonia. Tanto si se les permite a los exiliados que se agrupen en Babilonia Para ver a Sedequías conduciendo un carro o no, es cosa dudosa, ya que más allá dé su excitación, la aparición de Sedequías en persona para pagar romo, levantó las esperanzas para un rápido retorno. Más verosímil es que lo ahogase sus propósitos de liberación, y se hubiera impuesto la predicción y Jeremías, de que Jerusalén sería destruida durante el curso de sus vidas.
Al año siguiente, Ezequiel recibe la llamada al ministerio profetice.  No se indica hasta qué extremo él compartió las falsas esperanzas de sus com­pañeros de exilio. Es comisionado para ser como un atalaya de sus camara-das de exilio. Su mensaje es esencialmente el mismo que Jeremías había proclamado con tanta insistencia; es decir, la destrucción de Jerusalén En oposición a los falsos profetas, Ezequiel es llamado para advertir al pueblo de que su bien amada ciudad será destruida. No podrán volver a su país natal en un próximo futuro.
En su presentación, Ezequiel es un maestro de la alegoría. El simbolismo, las experiencias personales dramatizadas, y las visiones están más íntima­mente entrelazados en su vida y su enseñanza que en cualquier otro profeta de los tiempos del Antiguo Testamento. Desde el tiempo de su llamada, en el 593, hasta las noticias de la destrucción de Jerusalén, está informado, y Ezequiel dirige sus esfuerzos hacia el convencimiento del pueblo de que Jerusalén está esperando el juicio de Dios. En vista de las condiciones de] pecado y la idolatría que prevalecen en la tierra de Judá, es razonable esperar la caída de Jerusalén. En su ministerio público al igual que en su respues­ta a la demanda hecha por la delegación de los ancianos, Ezequiel afirma valientemente que Jerusalén no puede escapar al día que se avecina de la retribución.
Tras la caída de Jerusalén, Ezequiel vuelve su atención a las esperanzas para el futuro. Los proyectos de la restauración constituyen el tema de su nuevo mensaje. Con la destrucción de Jerusalén y el templo como una rea­lidad, los exiliados tal vez fueron condicionados a escuchar el mensaje de la esperanza. Se conoce poco respecto a los años subsiguientes al exilio de Ezequiel. La última referencia fechada en su libro extiende su ministerio hasta el año 571 a. C. (29:17). Aparte del hecho de saberse que está casado, no se conoce nada tampoco con relación a su familia. Puesto que tenía trein­ta años en el tiempo de su llamada, no pudo haber vivido para ver la caída de Babilonia y el retorno de los exiliados, bajo el reinado de Ciro, el rey de Persia.
El libro de Ezequiel
Desde un punto de vista literario, el libro de Ezequiel resalta en distin­ción con Hageo y Zacarías como los mejores fechados entre los libros proféticos.Los datos del libro y sus fechas a lo largo de todo el libro, están cronológicamente en orden, con la excepción de 29:17, 32:1, y 17- Ello ocurre en las profecías contra las naciones fechadas en el 589 y 571 res­pectivamente. El resto de las fechas están en cronológica secuencia, desde el 593 a. C., en 1:1, hasta el 585 a. C. en 33:21, cuando las noticias de Jerusalén y su destino trágico, llegan hasta él. La fecha final está anotada en 40:1, situando la visión del estado restaurado de Israel para el año 573 a. C.
El libro de Ezequiel está lógicamente dividido en tres partes principal. Los capítulos 1-24 describen la condenación pendiente de Jerusalén- sección inmediata (25-32) está dedicada a las profecías contra las naciones extranjeras. Los restantes capítulos (33-48) marcan un cambio completo en énfasis, puesto que la crisis anticipada en la primera sección ocurrió con la destrucción de Jerusalén. El nuevo tema es el avivamiento y la restaura­ción de los israelitas a su propia tierra. Para un análisis más detallado de este libro, puede ser usada la siguiente subdivisión:
I. La llamada y la comisión de Ezequiel Ezeq.    1:1-3:21
II. La condenación de Jerusalén 3:22-7:27
III. El templo abandonado por Dios 8:1-11:25
IV. Los líderes condenados 12:1-15:8
V. Condenación del pueblo elegido de Dio16:1-19:14
VI. La última medida completa 1-24:27
VII. Naciones extranjeras 1-32:32
VIII. Esperanzas para la restauración 33:1-39:29
IX. El estado restaurado 40:1-48:35
El contenido de este libro, tal y como está considerado aquí, es conside­rado como la composición literaria de Ezequiel. El establecimiento para su ministerio en Babilonia entre sus conciudadanos, está allí. Aunque Jerusa­lén es el punto focal de la discusión en 1-24, el contexto no requiere que el autor esté en Palestina, tras la llamada de Ezequiel al ministerio profetice. Es significativo anotar que él discute el destino de Jerusalén con los exilia­dos, y en ningún momento indica que se está dirigiendo a los residentes en Jerusalén en persona como hizo el profeta Jeremías.
I. La llamada y la comisión dada a Ezequiel 1:1-3:21
Introducción 1:1-3
Visión de la gloria de Dios 1:3-28
El atalaya de Israel 2:1-3:21
La fecha es en el 593 a. C. En su quinto año en Babilonia, los cautivos no tienen más brillantes perspectivas de un pronto retorno a la patria. Están confusos y desasosegados al oír a los falsos profetas contrarrestar la adver­tencia de Jeremías. La ejecución de dos falsos profetas, Acab y Sedequías, por Nabucodonosor evidentemente no obscureció sus esperanzas de retornar a Jerusalén en un próximo futuro. En medio de su confusión, Ezequiel es llamado para el ministerio profetice.
La llamada de Ezequiel es de lo más impresionante. Comparado con la visión de Isaías y la simple comunicación a Jeremías, la llamada de Ezequiel al servicio profético puede ser descrita como fantástica. Tiene lugar junto al río Quebar en los alrededores de Babilonia. No hay ningún templo a la vista con el que pudiera haber asociado la presencia de Dios. Es grande la distancia entre él y Jerusalén, de tal forma que él apenas si tiene recuerdos del santuario donde Dios había manifestado su presencia en los días de Salomón. Si Babilonia se hallaba a la vista, Ezequiel pudo haber visto los grandes templos de Marduc y otros dioses babilonios, que ya habían sido reconocidos por el triunfante conquistador Nabucodonosor. Y allí, en aquel entorno pagano, Ezequiel recibe una llamada para ser un portavoz de Dios.
Ezequiel se hace consciente de la presencia de Dios mediante una visión (1:4-28). Inicialmente su atención queda presa por una gran nube brillante con fuego. Cuatro criaturas elaboradamente descritas hacen su apariencia, yendo de un lado al otro como el relámpago en una tempestad. Esas criatu­ras parecen tener características tanto naturales como sobrenaturales. Íntimamente relacionadas con cada criatura, hay una rueda que se mueve en todo momento. Con el espíritu de las criaturas en las ruedas la conducta es espectacular pero ordenada. Por medio de alas para cada criatura, se mue­ven bajo el firmamento. Ezequiel también ve un trono sobre el cual está sentada una persona que tiene parecido con un ser humano, con su forma rodeada por el brillo de un arco iris. Sin explicar o interpretar todas esas cosas, Ezequiel dice que todas esas manifestaciones en apariencia, tienen parecido con la gloria de Dios. Allí, en un país pagano lejos del templo de Jerusalén, Ezequiel toma conciencia de la presencia de Dios.
Aunque él cae postrado ante aquella divina manifestación, Dios le orde­na que se levante mientras que el Espíritu le llena y le capacita para obede­cer. Dirigiéndose a él como un "hijo del hombre", él es comisionado para ser un mensajero para su propio pueblo que es desobediente, testarudo y rebelde. El mensaje le es dado en forma simbólica. Se le ordena que se coma un rollo de lamentaciones, angustias y penas que se convierte en su boca en la dulzura de la miel. Avisado por anticipado de que el pueblo no le escuchará, ni aceptará su mensaje, a Ezequiel se le ordena que no les tenga ningún temor. Al desaparecer la gloria de Dios, el Espíritu hace cons­ciente a Ezequiel de la realidad literal de que se encuentra entre los exiliados del Tel-abib cerca del río Quebar. Sobrecogido por cuanto ha visto, se pasa reflexionando sobre todas aquellas cosas, siete días.
Tras una semana de silencio, Ezequiel es comisionado para que sea como un atalaya para la casa de Israel (3:16-21). Viviendo entre su pueblo, se hace consciente de su propia responsabilidad para lo que tiene que advertir­les. Si ellos perecen a pesar de su aviso, él no será culpable. Sin embargo, si falla en advertirles y ellos perecen, él será cargado con el peso de la sangre derramada. Siendo un guardián fiel, es una cuestión de vida o muerte.

II. La condenación de Jerusalén 3:22-7:27
La destrucción descrita 3:22-5:17
La idolatría trae juicio 6:1-7:27

Mediante una simbólica acción, Ezequiel no sólo detiene la atención de los exiliados, sino que vividamente describe el destino que pende sobre Je­rusalén. Bajo estrictas órdenes de ser sordo y hablar solamente a su audito­rio como el Señor le ha ordenado, Ezequiel graba un bosquejo de Jerusalén en un ladrillo de arcilla. Colocando los elementos precisos de guerra a su alrededor, el profeta demuestra el inmediato futuro de la ciudad, tan bien conocida y tan amada por los que le escuchan. Ellos no necesitan explicación verbal, puesto que están totalmente familiarizados con cada calle de la ciu­dad de la cual han sido tan recientemente sacados por los conquistadores babilonios.
Por un período de 390 días, Ezequiel yace sobre su lado izquierdo, re­presentando así el castigo de Israel, el Reino del Norte. Por otros 40, yace sobre el lado derecho, significando el juicio que aguarda a Judá, el Reino del Sur. Durante este tiempo, las reacciones prescritas para Ezequiel, nor­mal a las consideraciones de un asedio, quedan limitadas a un suministro de unos 340 gramos de pan y menos de un litro de agua. Para cocer su pan, Ezequiel recibe instrucciones de utilizar excrementos humanos como combustible, describiendo de esta forma la inmundicia de Israel. Esto resul­ta tan aborrecible para Ezequiel, que Dios le permite que lo substituya por excrementos de vaca. Una razonable interpretación sugiere que el profeta normalmente duerme cada noche, pero durante el día representa el sino de Jerusalén, al yacer de lado. Rehúsa comprometerse en conversaciones or­dinarias y habla solo como dirigido por Dios. Indudablemente por la pauta de su conducta, la totalidad de la comunidad de exiliados va de vez en cuando a la casa de Ezequiel para ver por sí mismos lo que el profeta está demostrando.
Al final de este período (5:1 ss.), cuando la peculiar conducta de Eze­quiel es conocida por toda la colonia de exilados, el pueblo tuvo que haberse sentido sorprendida al verle afeitarse la cabeza y la barba dividiendo cuidadosamente sus cabellos en tres partes iguales, pesándolas. Al quemar un tercio, cortando otro en trozos pequeñísimos con la espada y esparciendo el último tercio al viento, Ezequiel, de forma realista, demuestra y anuncia lo que Dios hará con Jerusalén en Su juicio.
Un tercio de su población morirá de hambre y de peste, otro tercio caerá por la espada, y el tercio restante, será esparcido por el viento. Dios no tendrá compasión de ellos. Los cargos contra ellos — ellos han escarne­cido el santuario de Dios con abominaciones y cosas detestables (5:11).
Los detalles del juicio pendiente están claramente delineados en 6-7. Dondequiera que los israelitas han rendido culto a los ídolos, las víctimas del hambre y la peste y por la espada, yacerán esparcidas por toda la tierra. Los cuerpos muertos ante sus altares serán el silencioso testimonio de que los dioses que han adorado, no podrán salvarles. Para reforzar el énfasis Ezequiel recibe la orden de patear el suelo y hacer sonar las palmas de sus manos. Por este severo juicio, Dios hará que le reconozcan como al Señor.
La terrible destrucción está próxima. La sentencia de Dios en todos sus temibles aspectos, está a punto de ser ejecutada sobre Judá y Jerusalén. La injusticia, la violencia, y el orgullo están sujetos a la ira de Dios. El asunto está terminado. Nadie responde a los sonidos de la trompeta que les llama a la guerra. La espada les rodea mientras que el hambre prevalece dentro de la capital. Dios está volviendo su rostro para que puedan profanar su santua­rio y permitir que todos los ladrones hagan su rapiña. A causa de sus críme­nes sangrientos El trae lo peor de las naciones contra ellos. Los profetas, ancianos, sacerdotes y el rey, todos fracasarán mientras que el desastre se hace una realidad en Judá. El Todopoderoso está realmente juzgándoles so­bre la base de sus terribles pecados.

III. El templo abandonado por Dios      8:1-11:25
El sitio de la visión 8:1-4
La idolatría en Jerusalén 8:5-18
El juicio ejecutado 9:1-10:22
La misericordia de Dios en el juicio  11:1-25

En el tiempo de catorce meses, el espectacular ministerio de Ezequiel re­surge el interés popular y la reacción entre los exiliados. El oportuno tema del sino de Jerusalén es de preocupación corriente para un pueblo que tiene un interés y un intenso deseo de volver a su país natal a la primera y más rápida oportunidad. Tienen la noción de que Dios no destruirá a su pueblo, que es el custodio de la ley, ni su templo que representa su gloria y presen­cia con ellos (Jer. 7-12). A su debido tiempo (592 a. C.) una delegación de ancianos llega a conferenciar con el profeta. Con los ancianos aparentemente esperando ante él, Ezequiel tiene una visión de las condiciones y de los acontecimientos que sobrevendrán en el templo (8:1-11:25). El relata este mensaje como está indicado en la declaración concluyente del pasaje.
¿Qué es el análisis de las condiciones en Jerusalén desde el punto de vista de Dios según está revelado por Ezequiel? Las condiciones religiosas son un lejano grito de la conformidad a la ley y a los principios de Dios. Aunque la gloria del Señor está todavía en Jerusalén, Ezequiel ve cuatro horribles escenas de prácticas idolátricas en las sombras del templo. Una razonable interpretación es reconocer con Keil, que no todas esas prácticas prevalecieran realmente en el propio templo sino que la visión representa las condiciones idolátricas existentes por todo Judá.
Más conspicua es la imagen de los celos. Tal vez esto es una represen­tación hecha por el hombre del Dios de Israel, una explícita violación del primer mandamiento. Sea cual sea lo que signifique, la imagen de los celos es una temible provocación al santo Dios de Israel. (17) Como representantes de Israel, los setenta ancianos adoran a los ídolos en el templo. Aparente­mente ellos tienen concepciones humanísticas de un Dios omnisciente. A la entrada de la puerta norte del templo, las mujeres están llorando por Tamuz, el dios de la vegetación que murió en el verano y volvió a la vida al llegar la estación de las lluvias. En el atrio ulterior, entre el porche y el altar, veinticinco hombres están de cara hacia el este adorando al sol, cosa que estaba explícitamente prohibida (Deut. 4:19; 17:3).
Esta provocación es la causa de que Dios deje libre su ira en el juicio. Los culpables están advertidos. La gloria de Dios se mueve desde el que­rubín hasta el umbral del templo. La misericordia, sin embargo, precede al juicio conforme un hombre vestido con ornamentos de lino, marca a todos los individuos que deploran la idolatría en el templo. Comenzando con los ancianos en el templo, los seis ejecutores van por toda Jerusalén matando a todos aquellos que no tengan la marca sobre la frente. Sobrecogido por la pena, Ezequiel apela a Dios en Su misericordia, pero se le recuerda que Je­rusalén está llena con sangre e injusticia. Este es el tiempo de la ira—Dios ha olvidado al país.
Cuando el hombre vestido de lino informa que ha identificado y marca­do a todos los justos por toda la ciudad, Ezequiel ve la manifestación de la gloria de Dios que él había visto en el momento de su llamada. En esta apari­ción, las criaturas vivientes, en la parte sur del templo, son identificadas como querubines. El hombre vestido de lino recibe entonces el divino man­dato de ir y colocarse entre las ruedas que giran y el querubín para obtener carbones ardientes y esparcirlos sobre la ciudad de Jerusalén. La divina gloria se transfiere entonces desde el atrio hasta la puerta oriental del templo.
Ezequiel es llevado por el Espíritu a la puerta oriental donde veinticinco hombres responsables del bienestar de Jerusalén se hallan reunidos (11:1-13). Bajo el liderazgo de Jaazanías y Pelatías, dos príncipes cuya identidad es incierta, aquellos hombres malinterpretan las advertencias y se quedan complacientemente en la esperanza de que Jerusalén les protegerá de los jui­cios de Dios. La falacia de esto es evidente para Ezequiel, con la muerte de Pelatías. Jerusalén no será un caldero para protegerles de la condenación pendiente, ellos serán juzgados en los límites de Israel. El pueblo de Dios ha desobedecido sus mandamientos y conformado su conducta siguiendo la pauta de las naciones circundantes.
Aplastado por la pena, Ezequiel cae sobre su rostro ante Dios, implo­rándole que salve a los que quedan. En réplica, se le asegura que Dios, que ha esparcido a su pueblo, lo volverá a reunir trayéndoles de nuevo al hogar patrio. En la tierra del exilio, Dios será un santuario para ellos. Cuando ellos sean traídos de vuelta a la tierra de Israel, El impartirá un nuevo espí­ritu sobre ellos y un nuevo corazón condicionándoles para la obediencia.
En conclusión, Ezequiel ve en esta visión la partida de la presencia de Dios. La gloria de Dios que se cernió sobre Jerusalén, ahora se dirige a la montaña oriental de la ciudad. Jerusalén con su templo es abandonada para el juicio. La destrucción que pende sobre ella, es sólo una cuestión de tiempo.
La visión (8:11) revela a Ezequiel las condiciones en Jerusalén como vistas por Dios. Como un antiguo ciudadano de Jerusalén, Ezequiel estaba familiarizado con la prevaleciente idolatría, pero entonces, como un guardián comisionado para la casa de Israel, él comparte la divina perspectiva. La copa de la iniquidad de Judá está casi llena a rebosar. Esta divina revelación, la comparte con los exiliados (11:25).

IV. Los líderes condenados 12:1-15:8
Demostración del exilio 12:1-20
Los falsos líderes 12:21-14:11
La condición sin esperanza 14:12-15:8

Por una acción simbólica, Ezequiel manifiesta ante su auditorio israelita en Babilonia las amargas experiencias en abastecer para los residentes que permanecen en Jerusalén. Lo más patético es la última partida, de un ciudadano que es forzado a marchar de su hogar, conociendo que su ciudad está condenada y que se encamina hacia el exilio. Ezequiel demostró esto al salir de su hogar a través de un agujero de la muralla, llevando sobre sus hombros un fardo conteniendo algunas cosas necesarias. En forma similar, el príncipe de Jerusalén hará su salida final de la capital de Judá (12:1-16). Describiendo las condiciones en los últimos días del asedio, Ezequiel come ansiosamente su pan y bebe su agua con temor y temblor (12:17-20).
Los jefes religiosos son responsables por engañar al pueblo, asegurándo­les la paz, cuando la ira de Dios les está aguardando. Las mujeres, de igual forma, han sido culpables de causar en el pueblo el que crea en las mentiras. Todos los que profetizan falsamente están condenados por el mal que han causado hablando. Ezequiel, con valentía, culpa a los ancianos, que concurren ante él para inquirir del Señor, teniendo ídolos en sus cora­zones. El profeta les urge a que se arrepientan, no sea que la ira de Dios caiga también sobre ellos.
Jerusalén es tan pecadora, que no habrá nadie que pueda salvarla de su destrucción (14:12-15:8). Muy verosímilmente, el pueblo cree que a causa del grupo de justos que hay en la ciudad, Dios pospondrá sus juicios, como había hecho en el pasado. En una final y solemne advertencia, Ezequiel dice a su auditorio que incluso si Noé, Daniel o Job estuviesen en Jerusalén, Dios no salvaría a la ciudad. Ellos sólo pueden salvarse a sí mismos. Como una viña en el bosque dispuesta para ser quemada, así los habitantes de Jerusalén esperan el juicio de Dios.

V. El pueblo elegido de Dios condenado16:1-19:14
La historia espiritual de Israel 16:1-63
El rey infiel 17:1-24
La responsabilidad individual 18:1-32
Lamentación por los príncipes de Israel 19:1-14

En lenguaje alegórico, Ezequiel describe la corrupción de la religión israelita. Cuando Israel era como un niño recién nacido, inerme y desam­parado, ellos fueron elegidos por Dios y tiernamente nutridos como el pueblo de su elección. Gozando de esas divinas bendiciones, Israel cometió deliberadamente la idolatría en su apostasía, como una ramera en sus pasos pecaminosos. En lugar de ser devotos de Dios, ha malgastado las cosas materiales que tan abundantemente se le habían suministrado. Los padres incluso llegaron a ofrecer a sus hijos en sacrificio a los ídolos. En el curso del tiempo, acariciaron el favor de las naciones paganas, tales como Egipto, Asiría y Caldea. La caída de Samaría debería haber sido interpretada como un aviso dado a tiempo. La sentencia conra Judá concluye con una prome­sa de restauración (16:53-63). Dios recordará su pacto con ellos en recon­ciliación tras de que hayan sido debidamente castigados por sus pecados.
En otra alegoría o adivinanza (17:1-24), Ezequiel presenta la condena­ción política de Judá, ilustrando específicamente el precedente capítulo. El rey de Babilonia, como un águila o un buitre que se cierne sobre la copa de de un cedro, ha interrumpido la dinastía davídica. El rey substituto, obvia­mente Sedequías, romperá su convenido con Babilonia y volverá a Egipto en busca de ayuda, en lugar de depositar su fe en, Dios. En consecuencia, será tomado y llevado cautivo para morir en la tierra del exilio.
Aparentemente, los exiliados han llegado a la conclusión de que se hallan sufriendo a causa de los pecados de sus padres (18:1 ss.). Seguramente, el exilio era un lugar de sufrimiento colectivo (11:14-21) pero en claros y definidos términos Ezequiel traza una línea de demarcación entre los justos y los infieles. Incluso aunque todos tengan que sufrir al presente, la última distinción entre ellos es una cuestión de vida o muerte. Los injustos perecen, los justos tendrán que vivir. Como las leyes básicas del Pentateuco están dirigidas al individuo, así Ezequiel en ello, resalta la responsabilidad de cada israelita.
Habiendo tratado con el problema del individuo, Ezequiel revierte al tema de la máxima importancia: el destino de Jerusalén. En una lamentación (19:1-14), expresa el patético desarrollo que tendrán los acontecimien­tos, mostrando al príncipe de Judá como a un león capturado con cepos Y enjaulado para su deportación a Babilonia. El lamenta que la destrucción del reino sea tan completa, y que no quede un retoño ni siquiera un cetro Para un gobernante.

VI. La última medida completa 20:1-24:27
El fracaso de Israel 20:1-44
El juicio en proceso 20:45-22:31
Consecuencias de la infidelidad 23:1-49
Ezequiel atemperado para el juicio 24:1-27

Durante dos años, el profeta, como un atalaya, ha advertido fielmente al pueblo. Una vez más en el 591 una delegación de ancianos toma asiento ante él, para inquirir la voluntad del Señor. Sedequías está todavía en el trono de Jerusalén.
Ezequiel revisa una vez más la historia de Israel. Esta vez resalta que Dios eligió a Israel en Egipto, le dio su ley, y les llevó a la tierra de Canaán, pero ellos no han hecho otra cosa que provocarle con sus ídolos, ritos paganos, y sacrificios. En su ira, Dios le ha esparcido y finalmente los volve­rá a traer purificados en, gracia a su propio nombre (21:1-44).
La pronunciación de esta revisión recarga el énfasis del juicio que sigue como secuencia natural. Dios está encendiendo un fuego para consumir el Neguev (20:45-49). Está afilando su espada, llevando al rey de Babilonia a Jerusalén en un acto de juicio (21-22). Los príncipes han derramado sangre inocente, el pueblo es culpable de los males sociales, quebrantando la ley y olvidando a Dios. Jerusalén se convertirá en un horno para purificar al pueblo, mientras que derrama su ira.
El pecado de los pactos con los extranjeros, está desarrollado en el ca­pítulo 23, según Samaria, llamada Ahola y Jerusalén, llamada Aholiba, llevan sobre sí el cargo de la prostitución. Las alianzas con naciones extrañas, que frecuentemente implican el reconocimiento de dioses paganos, constitu­yen una grave ofensa hacia el Señor. Infortunadamente, Judá falló en ver la caída de Samaria como un aviso. En vista de sus pecados Jerusalén está advertida de que los caldeos vendrán a ejercitar su juicio sobre ellos. La copa de la ira de Dios está a la mano.
En el mismo día, 15 de enero del 588, en que los ejércitos babilónicos rodearon a Jerusalén, Ezequiel recibió otro mensaje (24). No se indica si Ezequiel dramatizó esto en una acción, sombólica o la produjo verbalmente en forma de alegoría. Teniendo ante él un cordero escogido en la sartén, que representa a Jerusalén, Ezequiel saca la consecuencia de la destrucción. La sartén con manchas de orín, figurando manchas de sangre, es colocada so­bre el fuego hasta que se funde. En el proceso de su fundición, las manchas sangrientas son quitadas, ilustrando claramente con ello que las manchas de sangre de Jerusalén serán quitadas sólo por la completa destrucción. En el curso de esta representación gráfica, muere la esposa de Ezequiel. Como una señal significativa para su auditorio, se le ordena a Ezequiel no llevar luto públicamente. Tampoco el pueblo lo llevará cuando reciba las noticias de que el templo de Jerusalén ha sido destruido. El Dios soberano hace esto para que ellos sepan que El es el Señor. En conclusión, Dios asegura a Eze­quiel que cuando las noticias del sino de Jerusalén, le lleguen, su sordera terminará.

VII. Naciones extranjeras 25:1-32:32
Amón, Moab, Edom y Filistea 25:1-17
Fenicia 26:1-28:26
Egipto 29:1-32:32

Las profecías fechadas en estos capítulos, con la excepción del 29:17-21, ocurren durante el décimo o duodécimo año del cautiverio de Ezequiel. Esto aproxima el período del asedio y sitio de Nabucodonosor en Jerusalén, al 588-586. Con la capitulación de Jerusalén pendiente, surge indudablemen­te la cuestión de a qué nación, entre las otras, tendrá Dios planeado llevarse a Judá. ¿Tendrán ellos que ir allí para juicio?
En el capítulo que abre este pasaje, los amonitas, moabitas, edomitas y filisteos son denunciados por su orgullo y gozosa actitud ante el sino de Judá. Aunque aliados a Judá para conjurarse en una rebelión contra Babi­lonia (Jer. 27:3), ellos la abandonaron para oír el fragor del combate de la invasión de Nabucodonosor. Por su arrogancia y su odio hacia la religión de Israel, serán castigados. La ejecución contra ellos comienza en el subsiguien­te período; pero el completo cumplimiento de esta predicción espera al úl­timo establecimiento de la supremacía de Israel en, su propio suelo. A través de Israel, Dios llevará su venganza contra Edom (25:14).
Los más largos pasajes están dirigidos contra los fenicios y sus ciudades de Tiro y Sidón y contra Egipto. Con los ejércitos de Babilonia concentrados sobre Jerusalén, los exiliados pueden haber imaginado por qué Fenicia y Egipto escaparon al vengativo empuje de Nabucodonosor.
En un análisis de mayor extensión, Ezequiel trata del destino de Tiro y su príncipe con una adecuada lamentación para cada uno de ellos (26:1-28:19). Sidón, que era de menor importancia, recibe sólo una breve con­sideración (28:20-23). Por contraste, Israel será restaurada (28:24-26). La condenación de Tiro es cierta, puesto que Dios está llevando a Nabucodono­sor contra ella. La lamentación, de Tiro describe la pérdida de la gloria y la supremacía que había gozado en su estratégica situación, en su belleza arquitectónica, su fuerza militar y sobre todo, en su fabulosa riqueza co­mercial. Tampoco Sidón escapará a la destrucción (28:24-26).
Para hacer un paralelo de la caída de Tiro, Ezequiel habla del destino del príncipe que gobierna la ciudad y el reino de Tiro (28:1-10). Aunque bueno a sus propios ojos, el rey de Tiro es solamente un hombre por lo que a Dios concierne. Por sus vanas aspiraciones, será castigado.
Egipto, que usualmente juega una parte vital en las relaciones internacio­nales de Judá, recibe una extensa consideración en estas profecías (29-32). En su asociación con Israel, la nación de Egipto ha sido como una caña, que se abandona al enemigo cuando llega la conquista. Egipto y sus gober­nantes también están inculpados con orgullo—el faraón se jacta de que el no Nilo, del cual depende la existencia de Egipto, estaba hecho por él.
La conquista y la rapiña aguardan a Egipto. Aunque sea restaurada en un período de cuarenta años de desolación, Egipto nunca llegará a adquirir su antigua posición. Nunca proporcionará de nuevo una falsa se­gundad para Israel. Dios enviará a Nabucodonosor a Egipto para que despo­je su riqueza, ya que los malos hombres poseen la tierra. Los divinos actos del juicio serán evidentes en la destrucción de los ídolos en Menfis y la «erróla de las multitudes en Tebas.
En forma de advertencia, Egipto es comparado a Asiría, que sobresalía como un cedro del Líbano por encima de todos los demás árboles (31:1-18). Como el poderoso reino de Asiría, Egipto caerá. Ezequiel compara la destrucción a su descenso en el Hades. Un año y dos meses más tarde, tras haber sabido la caída de Jerusalén, se lamenta una vez más de la humillación que pende sobre Egipto (32:1-16). El canto fúnebre del funeral (32:17-32), tal vez fechado en el mismo mes[, expande la lamentación, si­tuando ya en la lista seis naciones para ir al Hades. Egipto, en su destino, se unirá a poderes tan grandes como Asiría, Elam, Mesec y Tubal, y las naciones vecinas tales como Edom, los sidonios y los príncipes del norte-indudablemente, una referencia a los gobernantes sirios. Todos esos darán la bienvenida a Egipto en el Hades, en el día de la calamidad.

VIII. Esperanzas para la restauración 33:1-39:29
El atalaya con una nueva comisión 33:1-33
Los pastores de Israel 34:1-31
Contraste entre Edom e Israel 35:1-36:38
Promesa de restauración y triunfo 37:1-39:29

El mensaje de Ezequiel está ligado a los tiempos en que él vive. Desde el tiempo de su llamada, en el 593 a. C., ha conducido, por la palabra y por la acción simbólica, el destino de Jerusalén. Durante el sitio de Jerusalén, se le dio un, mensaje concerniente al lugar de las naciones extranje­ras en la economía del Dios de Israel. Con la destrucción de Jerusalén cumplida, Ezequiel, una vez más, dirige su atención a las esperanzas nacionales de Israel.
Un fugitivo procedente de Jerusalén informa a Ezequiel y a los exiliados en enero del 585 a. C. que la ciudad ha capitulado realmente ante el ejército de Babilonia. Indudablemente, los informes oficiales en Babilonia habían anunciado previamente la conquista de Judá. Probablemente, la fecha dada (33:21-22) está íntimamente relacionada a la totalidad del contenido de este capítulo. Dios, que había previamente revelado a Ezequiel el hecho de la caída de Jerusalén, en la víspera de la llegada de este mensajero, enton­ces invita al mensajero a que hable de nuevo. Esta terminación de su período de sordera, es un signo de la divina confirmación (24:27). Dios ya había condicionado a Ezequiel, al recordarle que él es un atalaya de la casa de Israel (33:1-20). Dirigiéndose de nuevo como "hijo del hombre", él es el responsable para advertir a su propio pueblo.
Tras de la llegada del fugitivo, Ezequiel es preparado para el mensaje transicional (33:24-33). El remanente no arrepentido que hay en Palestina, transfiere entonces su confianza desde el templo arruinado al hecho de que ellos son la semilla de Abraham. Con. Jerusalén en ruinas, seguramente ninguno de los que se encuentran entre el auditorio de Ezequiel es lo bastan­te estúpido para pensar que puede intentar una rebelión con éxito frente a Nabucodonosor. Ezequiel es advertido de que el pueblo será lo bastante curioso para escuchar su mensaje; pero no lo obedecerá.
El tema de la esperanza comienza con una discusión de los pastores de Israel (34-1:31). En contraste con los falsos pastores, que están condenados por su egoísmo, Dios aparece descrito como el verdadero Pastor de Israel. Mirando en el futuro lejano de los israelitas, se les asegura su restauración nacional. Haciendo un pacto de paz con ellos, Dios les establecerá en su propia tierra para gozar de bendiciones sin límites bajo el pastor, identificado como "mi siervo David". Puesto que la historia no tiene datos del cumplimiento de esta promesa para Israel, parece razonable anticipar esta realización en el futuro.
La tesis de la restauración de Israel está desarrollada en 35:1-36:38, en contraste a la antítesis de la destrucción de Edom. Edom o monte de Seir está cargado con los delitos de enemistad, odio sangriento, avidez y codicia de la tierra de Israel e incluso de blasfemia contra Dios. Edom, incluyendo a todas las naciones (36:5), está ya marcada para su devastación. Por con­traste, los israelitas serán reunidos desde todas las naciones y una vez más gozarán del favor de Dios en su propia tierra. Israel ha profanado el nombre de Dios entre las naciones; pero El actuará trayéndoles de nuevo en gracia a Su nombre. Por una transformación, Dios les impartirá un nuevo corazón y un nuevo espíritu, purificándoles en la preparación para que sean Su pueblo.
Sin duda, tanto Ezequiel como su auditorio tuvieron que haberse pregun­tado cómo sucedería tal cosa. Con Jerusalén en ruinas y el pueblo en el exilio, las perspectivas no podían ser más obscuras y sombrías. En 37:1-39:29, la restauración de Israel en triunfo sobre todas las naciones, queda desarrollada y dibujada. Por divina revelación, Ezequiel llega a la seguridad de que todo esto tendrá su cumplimiento.
El Espíritu del Señor conduce a Ezequiel en medio de un valle lleno con huesos secos. Dios invita al profeta a que hable a aquellos huesos. Ante su asombro total, Ezequiel ve cómo los huesos se animan con la vida. Esta resurrección de los huesos muertos, significa la reavivación y la restauración de la totalidad de la casa de Israel, incluyendo tanto al Reino del Norte como al del Sur. Serán reunidos como los israelitas serán reagrupados procedentes de entre las naciones con la específica promesa de que un rey gobernará sobre ellos. El gobernante o "pastor", de nuevo identificado como "mi siervo David", deberá ser el príncipe para siempre en tanto el pueblo se conforma a los estatutos y ordenanzas de Dios. En la tierra de Israel, Dios establecerá una vez más su santuario de forma tal, que todas las naciones conocerán que El ha santificado y purificado a su nación de Israel.
El establecimiento de Israel no permanecerá oculto ni sin desafío. Na­ciones procedentes de las partes del norte, especialmente Gog y Magog, reunirán en masa sus ejércitos para luchar contra Israel en los postreros días. Viviendo en ciudades sin vallar y gozando de una pros­peridad sin precedentes, Israel se convertirá en el objeto codiciado de los enemigos invasores procedentes del norte. Esto, sin embargo, será un día de divina vindicación. Las fuerzas de la naturaleza en forma de terremotos, lluvia granizo, fuego y azufre serán dejadas sueltas contra el feroz invasor. La confusión, el derramamiento de sangre y la pestilencia prevalecerán mien­tras luchan el uno con el otro. Ave de presa y bestias salvajes devorarán los ejércitos de Gog y Magog y el enemigo quedará sin ayuda, permitiendo así que Israel tome todos sus despojos de guerra. Durante siete meses, enterra­rán a los muertos y purificarán la tierra.
Con todas las naciones conscientes de los juicios de Dios, a Israel se le asegura la restauración de su buena fortuna. Ellos vivirán con seguridad en la tierra donde nadie tendrá miedo. No quedará nadie entre las naciones, cuando Dios vierta su Espíritu sobre ellas.

IX. El estado restaurado 40:1-48:35
El nuevo templo 40:1-43:12
Regulaciones para el culto 43:13-46:24
La tierra de las bendiciones 47:1-48:35

El tiempo de la pascua durante el mes de Nisan (573), indudablemente, recuerda a los exiliados el más grande milagro que Dios hubo llevado a cabo en nombre de Israel a quien liberó del cautiverio de Egipto. Durante los catorce años que habían transcurrido desde la destrucción de Jerusalén, los exilados, probablemente, adaptados a su nuevo entorno, no hubieron tenido ninguna esperanza de un inmediato retorno. Como mucho, si creyeron en la predicción de Jeremías concerniente a un período de exilio de setenta años, sólo unos pocos de los que habían sido tomados en Jerusalén, podrían haber retornado. Sin duda, la promesa de Ezequiel de la definitiva restauración les aseguró del amor de Dios y de Su cuidado por la nación de Israel.
Ezequiel tuvo otra visión. Similar a la revelación de los capítulos Salí, el profeta ve la realidad de la restauración. De nuevo, el punto focal es el templo de Jerusalén, que simboliza la presencia real de Dios con su pueblo. Un hombre inominado, lo más probable un ángel del Señor, toma a Eze­quiel para hacer una visita del templo, sus alrededores y la tierra de Pales­tina. La gloria de Dios, que primeramente abandonó al templo a su condenación, entonces retorna a su sagrado santuario. Una vez más, Dios habita allí entre su pueblo. A Ezequiel se le instruye para que observe bien aquel viaje de la restaurada Israel. Todo lo que ve y oye, lo comparte con sus compañeros en el exilio (40:4).
Desde el ventajoso punto de la cima de una alta montaña, Ezequiel ve una estructura parecida a una ciudad representando el templo y su entorno. El guía, con una vara de medir en la mano, inspecciona cuidadosamente las murallas del área del templo y la de varios edificios, mientras que con­duce a Ezequiel en aquel espectacular viaje. Lo más extraordinario del viaje por el templo es la reparación de la gloria de Dios, que Ezequiel identifica con la revelación que tuvo en el canal de Quebar (ver 1 y 8-11). A Ezequiel se le asegura entonces que aquel es el nuevo templo que Dios estable­cerá para su eterno habitar con su pueblo. Nunca más se despreciará el nombre de Dios con la idolatría. A los penitentes y contritos, que hay entre el auditorio de Ezequiel, este mensaje del templo restaurado les ofrece la esperanza. Y son alentados a conformar sus vidas en obediencia a los requerimientos de Dios (43:10-13).
Las nuevas regulaciones para un culto aceptable están cuidadosamente prescritas (43:13-46:24). Ezequiel ve el altar y toma nota de las ofrendas y sacrificios que proporcionan al pueblo una base aceptable para su aproxi­mación a Dios. Al entrar en el templo, se postra en reconocimiento de la gloria de Dios que llena todo aquel santuario. Una vez más, recibe instruccio­nes para marcar bien las ordenanzas y detalles para aquellos a quienes se les permita oficiar en el nuevo templo. Por romper la alianza y profanar el templo con la idolatría, el sacerdote está sujeto a grave castigo. Dios bende­cirá a Israel con una clase sacerdotal restaurada y un príncipe que enseñará al pueblo, establecerá la justicia y observará las fiestas y las estaciones.
La visión culmina en los viajes de Ezequiel por la tierra de Israel (47:1-48:35). Comenzando en las puertas del templo, el profeta ve un río que sale hacia el sur desde debajo del umbral hasta Arabia, suministrando agua fresca para la abundante vida del mar y para la irrigación de la tierra en la producción de frutos. La totalidad de la zona, resurge con una nueva vida y la industria de la pesca florece, abundando la vida en las granjas en toda la tierra. La tierra de Canaán está cuidadosamente dividida en parcelas para cada tribu, desde la entrada de Hamat en el norte hasta el río de Egipto, en el sur. El príncipe y los levitas recibirán una parcela próxima a la ciudad en donde el templo está situado. Esta ciudad, en la cual se manifiesta la divina presencia de Dios, es identificada como "El Señor está allí".
Israel restaurado a la tierra prometida—esta es la esperanza que Ezequiel tiene para su generación en la tierra del exilio. Dios reagrupará a su pueblo en triunfo y lo bendecirá una vez más.

Esquema VIII cronología para ezequiel

621. Nacimiento de Ezequiel.
            Reformas de Josías—Ministerio de Jeremías.
612. Caída de Nínive.
609. Muerte de Josías.
Joacaz gobierna tres meses—Joacim hecho rey
605. Batalla de Carquemis.
Rehenes tomados de Jerusalén a Babilonia
601. Batalla egipcio-babilónica en las fronteras de Egipto.
598. Joacim se rebela contra Babilonia.
597. Joaquín y cerca de 10.000 personas incluido Ezequiel hechos cautivos.
594. Embajada enviada por Sedequías a Babilonia—Jer. 29:3.
Sedequías aparece en Babilonia—Jer. 51:59.
593. Llamamiento de Ezequiel—1:1 y 3:16.
592. Tableta asignando raciones para Joaquín.
Los ancianos conferencian con Ezequiel—8:1-11:25.
591. Los ancianos conferencian con Ezequiel—20:1
588. El asedio a Jerusalén comienza en enero.
Mensaje de Ezequiel—24:1.
587. Profecías de Ezequiel—29:1, 30:20; 31:1.
586. Los babilonios entran en Jerusalén—Sedequías huye—19 de julio
El templo es incendiado:  15 de agosto
Profecía contra Tiro—26:1
585. Llegan los fugitivos—8 de enero—Ezeq. 33:21
Lamentación sobre Egipto—32:1 y 17
573. Visión de Ezequiel—40:1.
571. La última profecía fechada de Ezequiel—29:17
561. Joaquín liberado de la prisión, 26 marzo del 561 a. C.—II Reyes 25: 27. (De acuerdo con Thiele, un cálculo de Nisan a Nisan es utilizado en Ezequiel, mientras Reyes utiliza Tishri a Tishri; el primero co­mienza en abril y el segundo en octubre).

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