domingo, 17 de junio de 2012

Historia el AT - Cap 6 a 10


Capítulo    VI
La ocupación de Canaán 

El día tan largamente esperado llegó al fin. Con la muerte de Moisés, Josué fue comisionado para conducir la nación de Israel a la conquista de Palestina. Habían transcurrido siglos desde que los patriarcas habían recibido la promesa de que sus descendientes heredarían la tierra de Canaán. Mientras tanto y en ese interregno, cada generación sucesiva del pueblo palestino había estado influenciado por varios otros pueblos procedentes del Creciente Fértil. Motivados por intereses económicos y militares, atravesaron Canaán de vez en cuando.
Memorias de Canaán
En el apogeo de los éxitos militares, la poderosa XII Dinastía (2000-1780 a. C.) extendió espasmódicamente el control egipcio a través de Palestina incluso hasta llegar tan al norte como el Eufrates. En las subsiguientes décadas, Egipto no solo declinó en su poderío, sino que fue ocupado por los poderosos hicsos, que gobernaron desde Avaris, en el Delta. Poco antes de 1550 a. C. el gobierno de los hicsos, como invasores e intrusos, había terminado en la tierra del Nilo.
El reino hitita tuvo sus principios en Asia Menor al comenzar el siglo XIX a. C. Referidos en el Antiguo Testamento como los "hijos de Het" los hititas se mencionan frecuentemente como ocupantes de Canaán. Allá por el 1600 su poder se había incrementado tanto en el Asia Menor que llegaron a extender sus dominios hasta Siria & incluso destruyeron Babilonia sobre el Eufrates por el 1550 a. C. Dentro de la siguiente centuria la expansión hitita fue detenida por dos reinos que entonces surgieron.
Por el tiempo en que los hicsos invadieron Egipto y Babilonia, se hallaba floreciendo bajo la I Dinastía, ejemplarmente representada por Hamurabi, el nuevo reino de Mitanni que emergió en las altas tierras de Media. Este pueblo indoario estaba compuesto de dos grupos: la clase común, conocida por los hurríanos, y la nobleza, o clase gobernante, llamada arianos. Procedente del territorio al este de Harán, esas gentes de Mitanni continua­mente extendieron su reino hacia el oeste de tal forma que en 1500 a. C. alcanzaron el mar Mediterráneo. El principal deporte del pueblo ario o ariano, era el de las carreras de caballos. Se han descubierto tratados escritos sobre la cría y el entrenamiento de los caballos, a principios del presente siglo en Boghazkóy donde habían estado preservados por los hititas que conquistaron al pueblo mitanni. Por el 1500 a. C., el poder mitanni detuvo el avance de los heteos por casi un siglo.
Los egipcios enviaron frecuentemente sus ejércitos a través de Canaán para desafiar el poder mitanni. Tutmosis III llevó a cabo diez y siete o diez y ocho campañas en la región de Siria y más allá todavía. Durante los pri­meros intentos hacia la conquista asiática, una confederación siria, apoyada por el rey de Cades (localizado en el río Orontes) resistió el avance egipcio. Muy verosímilmente la tierra de Siria una tierra de prósperas ciudades, fértiles llanuras rica en minerales y otros recursos naturales, y con vitales rutas de comercio, que unían los florecientes valles del Nilo y el Eufrates había permanecido bajo la hegemonía mitanni. Tras de la derrota de los sirios en Meguido, el poder de Egipto se extendió hasta Siria. Por un cierto tiempo los mitanni parecían apoyar a Cades como un Estado‑tapón, pero eventualmente, Tutmosis marchó con sus ejércitos a través del Eufrates y temporalmente acabó con el dominio mitanni en, Siria. Cuando murió Tutmosis, virtualmente toda Siria se hallaba bajo el gobierno de Egipto.
La fricción continuó entre el poder egipcio y el mitanni durante los reinos de Amenofis II (1450‑1425) y Tutmosis IV (1425‑1417), por lo que Siria vaciló en su fidelidad y acatamiento. Aunque Saussatar, rey de Mitanni, extendió su poder hacia el este llegando hasta Asur y más allá del río Tigris, su hijo Artatama parece que fue frenado a causa del poder hitita. Esta amenaza parece que fue la causa de que Artatama I hiciese un convenio de paz con Tutmosis IV. Bajo los términos de esta política, las princesas mitanias se casaron con los faraones durante tres reinados sucesivos. Por aquel tiempo, Damasco se hallaba bajo administración egipcia. Las cartas de Amarna (ca. 1400 a C.) reflejan las condiciones en Siria, indicando que las relaciones diplomáticas y fraternales existían entre las familias reales de Mitanni y Egipto.
El poder hitita pronto se incrementó y desafió este control mitanni­egipcio del Creciente Fértil. Bajo el reinado del rey Suppiluliune (1380­1346) los hititas cruzaron el Eufrates hasta Wasshugani, reduciendo Mitanni a la situación de un Estado‑tapón entre el reino hitlta y el creciente imperio asirio en el valle del Tigris. Este, por supuesto, eliminó a Mitanni como factor político en Palestina. Aunque el reino Mitanni estaba completamente absorbido por los asirios (1250 a. C.), los hurrianos, conocidos como horeos en el Antiguo Testamento, se hallaban en Canaán cuando entraron los israelitas. Posiblemente los heveos eran también de origen mitanni. Con la eliminación de la amenaza mitanni, los hititas dirigieron sus intenciones hacia el sur. Por casi un siglo, los hititas desde su capital en Boghazköy y los egipcios rivalizaron por el control de la vacilante frontera de Siria. Durante este período, Cades se convirtió en el centro de un reino amorreo revivido. Muy verosímilmente adoptaron una politica de acomodación manteniendo amistad con el más poderoso.
Cuando Ramsés II (1304‑1237) llegó al trono, los egipcios renovaron sus esfuerzos para eliminar los hititas de la Palestina del norte con objeto de recobrar sus posesiones asiáticas. Mutwatallis, el rey hitita, se atrincheró firmemente en la ciudad de Cedes y ayudado por ejércitos procedentes de ciudades de Siria, al igual que de Carquemis, Ugarit y otras ciudades de la zona. Ramsés extendió su frontera hasta Beirut a expensas de los fenicios y después marchó por el Orontes hacia Cedes, enfrentándose un enemigo que tenía comprometido a los egipcios en una situación de guerra desde hacía ya dos décadas. Esta batalla de Cedes en el año 1286 a. C. estuvo lejos de ser decisiva para los egipcios. Tras otras numerosas conquistas de ciudades en Canaáa y en Siria, Ramsés II y Hattusilis, el rey hitita, concluyeron un tratado en 1280 a. C., un prominente pacto de no agresión en la historia. Copias de este famoso acuerdo han sido halladas en Babilonia, Boghazköy y en Egipto. Aunque no se mencionan fronteras en el tratado, es muy posible que el estado amorreo formase una influencia neutralizadora entre los egipcios y los hititas.
En los días de Merneptah, unos invasores procedente del norte, cono­cidos como los arios, destruyeron el imperio hitita y debilitaron el amorreo, destruyendo Cedes y otras plazas fuertes. Aunque el imperio hitita se desin­tegró, este pueblo es frecuentemente mencionado en el Antiguo Testamento. Ramsés III rechazó a estos invasores procedentes del norte, en una gran batalla por tierra y mar y una vez su poder menguado, unificó la Palestina bajo control egipcio. Tras Ramsés III, declinó también el poder egipcio, permitiendo la infiltración de los arameos en el área de Siria, que llegó a ser una poderosa nación, aproximadamente dos siglos más tarde.
El pueblo de Canaán no estaba organizado en fuertes unidades políticas. Los factores geográficos, al igual que la presión de las naciones vecinas que la rodeaban, del Creciente Fértil, y que utilizaban a Canaán como un Estado‑tapón, cuenta mucho para el hecho de que los cananeos nunca formaron un imperio fuertemente unido. Numerosas ciudades‑estado, controlaban tanto territorio local como les era posible, con la ciudad bien fortificada para resistir un posible ataque del enemigo. Cuando los ejércitos marcharon sobre Canaán, estas ciudades con frecuencia impedían el ataque mediante el pago de un tributo. No obstante, cuando el pueblo llegó para ocupar la tierra, como Israel hizo mandada por Josué, tales ciudades for­maron ligas y se unieron oponiéndose al invasor. Esto se halla, por cierto, bien ilustrado en el libro de Josué.
La localización de Palestina en el Creciente Fértil y la configuración geográfica de la tierra en sí misma, con frecuencia afectó a su desarrollo político y cultural. Sobre las llanuras aluviales del Tigris y el Eufrates, lo mismo que en el valle del Nilo, numerosas diminutas ciudades‑reinos, y pequeños principados o distritos, estuvieron más de una vez unidos en una gran nación. Esto no se llevó a cabo fácilmente en Siria‑Palestina, ya que la topografía era opuesta a la fusión. Como resultado, Canaán, se hallaba en una posición debilitada, puesto que ninguna de sus ciudades‑reinos era igual en fuerza para las fuerzas invasoras que venían procedentes de los reinos más poderosos establecidos a lo largo del Nilo o del Eufrates. Al propio tiempo, Canaán era el precio codiciado de esas naciones más fuertes. Hallán­dose situada entre dos grandes centros de civilización, Canaán con sus fér­tiles valles estaba frecuentemente sujeta a la invasión de fuerzas más poderosas. Reyezuelos no lo bastante fuertes para hacer frente a una invasión enemiga, encontraban la solución al expediente, momentáneamente, al humillarse y pagar un tributo a grandes reinos como el de Egipto. Con frecuencia, sin embargo, cuando el invasor se retiraba, los "regalos" terminaban. Aunque aquellas ciudades‑reinos eran fácilmente conquistadas, resultaba difícil para los vencedores el retenerlas como posesiones permanentes.
La religión de Cancán era politeísta. El, era considerado como la principal entre las deidades cananeas. Parecido a un toro en una manada de vacas, el pueblo se refería a él como "el padre toro" y lo consideraban como su creador. Asera era la esposa de El. En los días de Elías, Jezabel patrocinó a cuatrocientos profetas de Asera (I Reyes 18:19). El rey Mana­sés colocó su imagen en el templo (II Reyes 21:7). Como jefe principal en­tre setenta dioses y diosas que eran considerados como vástagos de El y Asera, estaba Hadad, más comúnmente conocido como Baal, que significaba "señor". Reinaba como rey de los dioses y controlaba el cielo y la tierra. Como dios de la lluvia y de la tormenta, era responsable de la vegeta­ción y la fertilidad. Anat, la diosa que amaba la guerra, era hermana, y al propio tiempo su esposa. En el siglo IX, Astarté, diosa de la estrella de la mañana, era adorada como su esposa. Mot, el dios de la muerte, era el jefe enemigo de Baal. Yom, el dios del mar, fue derrotado por Baal. Esos y muchos otros forman la introducción del Panteón cananeo.
Puesto que los dioses de los cananeos no tenían carácter moral, no es de sorprender que la moralidad del pueblo fuese extremadamente baja. La brutalidad y la inmoralidad en las historias y relatos respecto de tales dioses es con mucho, la peor de cualquier otra hallada en el Cercano Oriente. Puesto que todo ello se reflejaba en la sociedad cananea, los cananeos, en los días de Josué, practicaban el sacrificio de los niños, la prostitución sagrada, y el culto de la serpiente en, sus ritos y ceremonias con la religión. Naturalmente, su civilización degeneró bajo tan desmoralizadora influencia.
Las Escrituras atestiguan esta sórdida condición por numerosas pro­hibiciones dadas como aviso a los israelitas. Esta degradante influencia religiosa era ya aparente en los días de Abraham (Gén. 15:16; 19:5). Siglos más tarde, Moisés encargó solemnemente a su pueblo el destruir a los cananeos, y no solo a castigarles por su iniquidad, sino para prevenirles de la contaminación del pueblo elegido por Dios (Lev. 18:24‑28; 20‑23; Deut. 12:31; 20:17‑18).
La era de la conquista
La experiencia y el entrenamiento habían preparado a Josué para la misión desafiante de conquistar Cancán. En Refidín condujo el ejército israelita, derrotando a Amalec (Ex. 17:8‑16). Como espía, obtuvo el conocimiento de primera mano de las condiciones existentes en Palestina (Núm. 13‑14).
Bajo la tutela de Moisés, Josué fue entrenado para el mando y la dirección de la conquista y ocupación de la tierra prometida.
Como fue el caso en el relato de la peregrinación en el desierto, el registro de la actividad de Josué está incompleto. No se hace mención de la conquista de la zona de Siquem entre monte Ebal y monte Gerizim; pero fue allí donde Josué reunió a todo Israel para escuchar la lectura de la ley de Moisés (Jos. 8:30‑35). Muy posiblemente, muchas otras zonas locales fueron conquistadas y ocupadas, aunque no sean mencionadas en el libro de Josué. Durante la vida de Josué la tierra de Cancán fue poseída por los israelitas, pero de ningún modo todos sus habitantes fueron expulsados. Así, el libro de Josué tiene que ser considerado como solo un relato parcial de la empresa emprendida por Josué.
No se declara la duración del tiempo empleado para la conquista y división de Cancán. Asumiendo que Josué tenía la edad de Caleb, los acontecimientos registrados en el libro de Josué ocurrieron en un período de veinticinco a treinta años.
Entrada en Cancán
Al asumir Josué la jefatura de Israel, se aseguró por completo del total apoyo de las fuerzas armadas de Rubén, de los gaditas y de la tribu de Manasés, quienes se habían asentado al este del Jordán en la herencia que se les había atribuido antes de la muerte de Moisés. Parece completamente razonable el asumir que la petición de apoyo, en Jos. 1:16‑18, es la respuesta de la totalidad de la nación de Israel al dictado de las órdenes de Josué para la preparación del paso sobre el río Jordán. Dos espías fueron enton­ces despachados hacia Jericó para ver la tierra. Por Rahab, quien dio cobijo a aquellos espías, se supo que los habitantes de Canaán eran conscientes del Dios de Israel y que había intervenido de una forma sobrenatural en favor de Israel. Los dos hombres volvieron asegurando a Josué y a Israel que el Señor había preparado el camino para una victoriosa conquista (Jos. 2:1‑24).
Como una visible confirmación de la promesa de Dios, de que estaría con Josué como lo había estado con Moisés, y la seguridad adicional de la victoria en Palestina, Dios procuró un milagroso paso a través del Jordán. Esto constituyó una razonable base para que todos los israelitas ejerciesen su fe en Dios (Jos. 3:7‑13). Con los sacerdotes que portaban el Arca abriendo el camino y permaneciendo en medio del Jordán, los israelitas pasaron por un terreno seco. forma las aguas se detuvieron para realizar este paso y hacerlo.
De qué posible, no se establece en el relato. Ciertos hechos declarados estar, sin embargo, mostrando su significación positiva. El lugar del paso está iden­tificado como "cerca de Jericó" que sería aproximadamente de ocho kms. al norte del mar Muerto. Las aguas se cortaron o se detuvieron en Adam, que hoy está identificada con ed‑Damieh, localizada a 32 kms. del mar Muerto o aproximadamente a 24 kms. desde donde Israel cruzó realmente. El Jordán sigue un curso de 322 kms. en la distancia de 97 kms. entre el mar de Galilea y el mar Muerto, descendiendo 183 metros. En Adam, los arrecifes de piedra caliza salpican los bancos de corriente. Tan recientemente como en el pasado 1927, parte de un arrecife de 46 mts. cayó en el Jordán, bloqueando el agua durante veintidos horas. Tanto si Dios causó que esto ocurriera o no cuando Israel pasó el río, es algo que no está claramente determinado, pero puesto que el Señor empleó medios naturales vara hacer cumplir su voluntad en otras ocasiones (Ex. 14:21), existe la posibilidad de que un terremoto pudo haber sido la causa de la obstrucción en semejante ocasión.
También fue hecha la provisión para que Israel no olvidase lo sucedido. Se elevaron dos memoriales para este propósito. Bajo la supervisión de Josué, doce grandes piedras apiladas una sobre otra, marcan el lugar donde el sacerdocio con el arca de la alianza en el medio del Jordán, permaneció de pie mientras que el pueblo marchó cruzando el río (Jos. 4:9). En Gilgal, se erigió otro memorial en formó de amontonamiento de piedras ( Jos. 4:3, 8 y 20). Doce hombres, representando a las tribus de Israel, llevaron doce piedras a Gilgal para este memorial que recordaba a las futuras generaciones la provisión milagrosa que se había hecho para los israelitas en el cruce del río Jordán. De esta forma, las acciones de Dios deberían ser recordadas por el pueblo de Israel en los años venideros.
La conquista
Acampados en Gilgal, Israel estaba realmente preparado para vivir en Canaán como la nación elegida por Dios. Durante cuarenta años, mientras que la generación incrédula había muerto en el desierto, la circuncisión como un signo de la alianza (Gén. 17:1‑27) no había sido observada. Mediante este rito, las nuevas generaciones recordaban dolorosamente la alianza y la promesa de Dios hecha para llevarles hacia la tierra que "manaba leche y miel". La entrada en aquella tierra fue también marcada por la observancia de la Pascua y el cese de la provisión del maná. El pueblo redimido se alimentaría de entonces en adelante de los frutos de aquella tierra.
El propio Josué estaba preparado para la conquista a través de una ex­periencia similar a la que tenía Moisés cuando Dios le llamó (Ex. 3). Mediante una teofanía, Dios impartió a Josué la conciencia de que la conquista de la tierra dependía entonces no solamente de su persona; sino que estaba divinamente comisionado y dotado de los poderes precisos. Incluso aunque estaba a cargo de Israel, Josué no era sino un servidor más y sujeto al mando del ejército del Señor (Jos. 5:13‑15).
La conquista de Jericó fue una sencilla victoria. Israel no atacó la ciudad de acuerdo con las normas usuales de estrategia militar, sino simplemente siguiendo las instrucciones del Señor. Una vez por día, durante seis días, los israelitas marcharon alrededor de la ciudad. Al séptimo día, cuando marcharon siete veces alrededor de las murallas de la ciudad, éstas cayeron y los israelitas pudieron entrar fácilmente y posesionarse de ella. Pero no se permitió a los israelitas el apropiarse del botín ni los despojos por sí mismos. Las cosas que no fueron destruidas ‑‑objetos metálicos‑ fueron colocadas en el tesoro del Señor. Excepto Rahab y la casa de sus padres, los habitantes de Jericó fueron exterminados.
La milagrosa conquista de Jericó fue una convincente demostración para los israelitas de que sus enemigos podían ser vencidos. Hai fue el próximo objetivo de conquista. Siguiendo el consejo de su reconocimiento previo, Josué envió un ejército de tres mil hombres, que sufrieron una grave derrota. Por medio de la oración y de una investigación de Josué y los ancianos, se reveló el hecho de que Acán había pecado en la conquista de Jericó apropiándose de un atractivo ornamento de origen mesopotámico, además de plata y oro. Por esta deliberada acción de desafío a las órdenes emanadas del Señor sobre el botín y los despojos de la victoria, Acán y su familia fueron apedreados en el valle de Acor.
Seguro del éxito, Josué renovó sus planes de conquistar Hai. Contrariamente al procedimiento anterior, los israelitas echaron mano al ganado y a otros objetos de propiedad movible. Las fuerzas enemigas fueron atraídas hacia campo abierto de tal forma, que los treinta mil hombres que había estacionados más allá de la ciudad por la noche, estuviesen en condiciones de atacar Ha¡ desde atrás y prenderle fuego. Los defensores fueron aniqui­lados, el rey fue ahorcado y el lugar reducido a cascotes.
Wright identifica et‑Tell, localizado a unos 2,5 kms. al sudeste de Betel, como la situación de Ha¡. Las excavaciones llevadas a cabo indican que et‑Tell floreció como una fortaleza cananeo en 3330‑2400 a. C. Subsi­guientemente fue destruida y quedó en ruinas hasta aproximadamente el año 1000 a. C. Betel, sin embargo, fue una floreciente ciudad durante este tiempo y, de acuerdo siempre con Albright, que excavó allí en 1934, fue destruida durante el siglo XIII. Puesto que nada se establece en el libro de Josué respecto a su destrucción, Wright sugiere tres posibles explicaciones:
(1) el relato de Hai es una invención posterior para justificar las ruinas; (2) el pueblo de Betel utilizó Ha¡ como puesto fronterizo militar; (3) la teoría de Albright de que el relato de la conquista de Betel fue más tarde transferida a Ha¡. Wright apoya la última teoría, asumiendo la última fecha del éxodo y la conquista.
Otros no están tan ciertos respecto a la identificación de et‑Tell y Hai. El Padre H. Vincent sugiere que los habitantes de Ha¡ tenían un sencillo puesto fronterizo militar allí, por cuya razón no queda nada hoy que sumi­nistre evidencia arqueológica de su existencia en la época de Josué. Unger plantea la posibilidad de que el actual lugar de Ha¡ pueda todavía ser iden­tificada en la vecindad de Bete1.
Aunque nada esté definitivamente establecido respecto a la conquista de Betel, esta ciudad, que figura tan prominentemente en tiempos del Antiguo Testamento desde los días de la entrada de Abraham en Canaán, se menciona en Jos. 8:9, 12, y 17. Una razonable inferencia es la de que los betelitas estuvieron implicados en la batalla de Hai. No se afirma nada respecto a su destrucción, pero el rey de Betel está citado como habiendo sido muerto (Jos. 12:16). Los espías enviados a Hai llevaron la impresión de que Hai no era muy grande (Jos. 7:3). Más tarde, cuando Israel hace su segundo ataque, el pueblo de Hai, al igual que los habitantes de Betel, abandonaron sus ciudades para perseguir al enemigo (Jos. 8:17). Es probable que Hai solamente fuese destruida en aquella ocasión y que Betel fuese ocupada sin destruirla. La conflagración del siglo XIII puede ser identificada con el relato dado en Jueces 1:22‑26, subsiguiente al tiempo de Josué.
Siguiendo esta gran, victoria, los israelitas erigieron un altar en el monte Ebal con objeto de presentar sus ofrendas al Señor, de acuerdo con lo ordenado por Moisés. Allí, Josué hizo una copia de la ley de Moisés. Con Israel dividido de forma tal que una mitad del pueblo permaneciese frente al monte Ebal y la otra mitad frente al monte Gerizim, de cara al arca, la ley de Moisés fue leída al pueblo (Jos. 8:30‑35). De esta forma, los israeli­tas fueron solemnemente puestos sobre el recuerdo de sus responsabilidades, conforme se hallaban al borde de ocupar la tierra prometida, a no ser que se apartasen del curso que Dios les había trazado.
Cuando la noticia de la conquista de Jericó y de Hai se esparció por toda Canaán, el pueblo, en varias localidades, organizó la resistencia a la ocupación de Israel (Jos. 9:1‑2). Los habitantes de Gabaón, una ciudad situada a 13 kms. al norte de Jerusalén, imaginaron astutamente un plan de engaño. Fingiendo ser de una lejana tierra por la evidencia de sus ropas rotas y sucias y sus alimentos descompuestos, llegaron al campamento israelita en Gilgal y expresaron su temor del Dios de Israel, ofreciéndoles ser sus sirvientes si Josué hacía un convenio con ellos. A causa de haber fallado en buscar la guía divina, los líderes de Israel cayeron en la trampa y se negoció un tratado de paz con los gabaonitas. Tras tres días, se descubrió que Gabaón y sus tres ciudades dependientes se hallaban en las proximidades. Aunque los israelitas murmuraron contra sus jefes, el tratado no se violó.
En su lugar, los gabaonitas fueron encargados de suministrar madera y agua para el campamento israelita.
Gabaón era una de las grandes ciudades de Palestina. Cuando capituló a Israel, el rey de Jerusalén, se alarmó grandemente. En respuesta a su llamada, otros reyes amorreos de Hebrón. Jarmut, Laquis y Egión formaron una coalición con él para atacar la ciudad de Gabaón. Habiendo hecho una alianza con Israel, la ciudad sitiada despachó inmediatamente mensaje­ros en demanda de socorro para aquel lugar. Mediante la marcha de toda una noche desde Gilgal. Josué apareció inesperadamente en Gabaón, donde derrotó y empujó al enemigo a través del paso de Bet‑horón (también cono­cido como el valle de Ajalón) hasta Azeca y Maceda.
La ayuda sobrenatural en esta batalla resultó una aplastante victoria para los israelitas. Además del elemento sorpresa y pánico en campo enemigo, las piedras del granizo hicieron enormes bajas entre los amorreos, más de las que hicieron los combatientes de Israel (Jos. 10:11). Además, a los israelitas se les permitió un largo día para que persiguieran al enemigo. La ambigüedad del lenguaje concerniente a este largo día de Josué, ha dado origen a variadas interpretaciones. ¿Era este un lenguaje poético? ¿Solicitó Josué una mayor duración de la luz del sol o para descanso del calor del día? Si se trata de un lenguaje poético, entonces sólo se trata de una llamada hecha por Josué para ayuda y fortaleza. Como resultado los israelitas estuvieron tan llenos de fortaleza y vigor que la tarea de un día fue llevada a cabo en medio día. Aceptado como una prolongación de la duración de la luz, esto fue un milagro en el cual el sol o la luna y la tierra, quedaron detenidos. Si el sol y la luna retuvieron sus cursos regulares, pudo haber sido un milagro de refracción o un espejismo dado sobrenaturalmente, extendiendo la luz del día de forma tal que el sol y la luna parecieron quedar fuera de sus cursos regulares. Esto proporcionó a Israel más tiempo para perseguir a sus enemigos. La llamada de Josué en favor de la ayuda divina pudo haber sido una solicitud de alivio para que disminuyera el calor del sol, ordenando que el sol permaneciese silencioso o sordo, es decir, que evitara el brillar tanto. En respuesta, Dios envió una tormenta de granizo que les proporcionó tanto el alivio del calor solar y la destrucción del enemigo. Los soldados, refrescados, hicieron un día de marcha en medio día de duración desde Gabaón hasta Maceda, una distancia de 48 kms. y les pareció un día completo cuando en realidad sólo había transcurrido medio día. Aunque el relato de Josué no nos proporcione detalles de cómo ocurrió aquello, resulta aparente que Dios intervino en nombre de Israel y la liga amorea fue totalmente derrotada.
En Maceda, los cinco reyes de la liga amorrea fueron atrapados en una cueva y subsecuentemente despachados por Josué. Con la conquista de Maceda y Libra, esta última situada en la entrada del valle de Ela, donde más tarde David venció a Goliat, los reyes de aquellas dos ciudades igualmente fueron muertas. Josué, entonces asaltó la bien fortificada ciudad de Laquis (la moderna Tell‑ed‑Duweir) y al segundo día de sitio, derrotó dicha plaza fuerte. Cuando el rey de Gezer intentó ayudar a Laquis, también pereció con sus fuerzas; sin embargo, no se afirma que se conquistase la ciudad de Gezer. El siguiente movimiento de Israel fue la victoria al tomar Eglón, que actualmente está identificada con la moderna Tell‑el‑Hesi. Desde allí, las tropas atacaron hacia el este en la tierra de las colinas, y bloquearon Hebrón, que no fue fácilmente defendida. Entonces, dirigiéndose hacia el sudoeste cayeron como una trompa y tomaron Debir, o Quiriat‑sefer. Aunque las fuertes ciudades‑estado de Gezer y Jerusalén no fueron conquistadas, quedaron aisladas por esta campaña, de tal forma que la totalidad del área meridional, desde Gabaón hasta Cales‑barrea y Gaza, quedaron bajo el control de Israel cuando Josué condujo sus guerreros endurecidos por la batalla de nuevo al campamento de Gilgal.
La conquista y ocupación del norte de Canaán está brevemente descrita. La oposición fue organizada y conducida por Jabín, rey de Hazor, que tenía bajo su mando una gran fuerza de carros de batalla. Una gran batalla tuvo lugar cerca de las aguas de Merom con el resultado de que la coalición cananeo fue totalmente derrotada por Josué. Los caballos y los carros de combate fueron destruídos.y la ciudad de Hazor quemada hasta reducirla a cenizas. No se hace mención a la destrucción de otras ciudades en Galilea.
Hazor, identificada como Tell‑el‑Quedah, está estratégicamente situada aproximadamente a 24 kms. al norte del mar de Galilea a unos ocho kms. al oeste del Jordán. En 1926‑1928, John Garstang dirigió una excavación arqueológica de este lugar. Más recientemente, excavaciones de mayor importancia de Hazor fueron llevadas a cabo y dirigidas por el Dr. Yigael Yadin, en 1955‑58. La acrópolis en sí misma, consistía en veinticinco acres que alcanzaban una altura de cuarenta mts. y que aparentemente fue fundada en el tercer milenio a. C. Un área más baja hacia el norte consistente en unas sesenta y siete hectareas estuvo ocupada durante el segundo milenio a. C. y tal vez tuviera una población tan importante como 40.000 habitantes. En los registros de Egipto y Babilonia, Hazor es frecuentemente men­cionada, indicando su importancia estratégica. La parte baja de la ciudad, aparentemente fue construida durante la segunda mitad del siglo XVIII de la era de los hicsos. Tras de que Josué destruyera este poderoso centro cananeo, el poder en Hazor tuvo que haber sido restablecido suficientemente para suprimir a Israel, hasta que fue nuevamente aplastada (Jue. 4:2) tras de lo cual Hazor fue incorporada por la tribu de Neftalí.
En forma resumida, Jos. 11:16‑12:24 relata para la conquista de Israel la totalidad de la tierra de Canaán. El territorio cubierto por las fuerzas de ocupación extendidas desde Cades‑barnea, o las extremidades del Neguev, que llegaba al norte hasta el valle del Líbano, bajo monte Hermón. Sobre el lado oriental del Jordán, se divide el área que previamente había sido conquistada bajo Moisés y que se extendía desde monte Hermón ea el norte, hasta el valle de Arnón, al este del mar Muerto.
Existe una lista de treinta y un reyes derrotados por Josué. Con tantas ciudades‑estados, cada una con su propio rey y tan pequeño territorio, fue posible para Josué y los israelitas el derrotar a aquellos gobernantes locales en pequeñas federaciones. Incluso aunque los reyes fueron derrotados, no todas las ciudades fueron realmente capturadas u ocupadas. Mediante su conquista, Josué sometió a los habitantes hasta el extremo de que durante el subsiguiente período de paz, los israelitas pudieron establecerse en la tierra prometida.
El reparto de Canaán
A pesar de que los reyes cabecillas habían sido derrotados y prevaleció un período de paz, quedaron muchas zonas no ocupadas en la tierra (13:1‑7). Josué fue divinamente comisionado para repartir el territorio conquistado a las nueve tribus y media. Rubén, Gad, y la mitad de Manasés habían recibido sus partes al este del Jordán, bajo Moisés y Eleazar (Jos. 13:8‑33; Núm. 32).
Durante el período de la conquista, el campamento de Israel estuvo si­tuado en Gilgal, un poco al nordeste de Jericó, cerca del Jordán. Bajo la supervisión de Josué y Eleazar, el reparto fue hecho a algunas de las tribus, mientras todavía estaban allí acampadas. Caleb, que había sido un hombre de fe poco común cuarenta y cinco años anterior a aquella época, cuando los doce espías fueron enviados a Canaán (Núm. 13‑14), entonces recibió una especial consideración, siendo recompensado con la ciudad de Hebrón en su herencia (14:6‑15). La tribu de Judá se apropió de la ciudad de Belén, además de la zona existente entre el mar Muerto y el mar Mediterráneo. Efraín y la mitad de Manasés recibieron la mayor parte de la zona al oeste del Jordán entre el mar de Galilea y el mar Muerto (Jos. 16:1­17:18).
Silo fue establecido como el centro religioso de Israel (Jos. 18:1). Fue allí donde las tribus restantes fueron invitadas a poseer sus territorios ya asignados. Mientras se le dio a Simeón la tierra al sur de Judá, las tribus de Benjamín y de Dan recibieron su parte inmediatamente al norte de Judá. Se les entregó su pertenencia a Manasés en el norte, comenzando con el valle de Meguido y monte Carmelo, Isacar, Zabulón, Aser y Neftalí.
Las ciudades para refugio fueron designadas por toda la tierra prometidá (20:1‑9). Al oeste del Jordán esas ciudades eran Cades en Neftalí, Siquem en Efraín, y Hebrón en Judá. A1 este del Jordán en cada una de las áreas tribales, estaban los siguientes: Beser en Rubén, Ramot de Galaad dentro de las fronteras de Gad, y Golán en Basán, en el área de Manasés. A esas ciudades, cualquiera podía huir buscando seguridad para caso de venganza de sangre por la muerte de un hombre.
La tribu de Leví no recibió reparto territorial, ya que era la responsable de los servicios religiosos en toda la nación. Las demás tribus tenían la obligación de proporcionar toda clase de facilidades a los levitas y, de esa forma, la tierra de pastoreo de cada una de las cuarenta y ocho ciudades estaba a disposición de los levitas para que pudiesen dar alimento a sus rebaños.
Con una recomendación por sus fieles servicios y una admonición a permanecer fieles a Dios, Josué despidió a las tribus transjordanas que habían servido con el resto de la nación, bajo su mando, en la conquista del territorio al oeste del Jordán. Tras su retorno a la Transjordania, erigieron un altar, una acción que alarmó a los israelitas que se habían comportado en Canaán debidamente. Finees, el hijo del sumo sacerdote, fue enviado a Silo para hacerse cargo de la situación. Su investigación le aseguró de que el altar levantado en, la tierra de Galaad, servía al propósito de mantener un debido culto a Dios.
La Biblia no establece cuanto tiempo vivió Josué tras sus campañas militares. Una inferencia basada en el libro de Josué, 14:6‑12, es que la conquista de Canaán fue llevada a cabo en un período de aproximadamente siete años. Josué pudo haber muerto poco después de esto o pudo haber vivido como veinte o treinta años como máximo. Antes de morir a la edad de 110 años, reunió a todo Israel en Siquem y severamente les amonestó a temer al Señor. Les recordó que Dios había advertido a Abraham de que no sirviera a ningún ídolo y había verificado el convenio de la alianza hecho con los patriarcas trayendo a Israel a la tierra prometida. Se hizo una alian­za pública mediante la cual los jefes aseguraron a Josué que ellos servirían al Señor. Después de la muerte de Josué, Israel cumplió esta promesa sólo hasta el paso de la generación más vieja.
Cuando gobernaban los Jueces
Los acontecimientos registrados en el libro de los Jueces están íntima­mente relacionados a los de los tiempos de Josué. Puesto que los cananeos no habían sido totalmente desalojados y la ocupación de Israel no era completa, similares condiciones continuaron en el período de los Jueces. En consecuencia, el estado de guerra continuó en zonas locales o en ciudades que fueron vueltas a ocupar en el curso del tiempo. Referencias tales como las citadas en Jueces 1:1; 2:6‑10, y 20:26‑28 parecen indicar que los acontecimientos en Josué y Jueces están íntimamente relacionados cronoló­gicamente o son incluso sincrónicos.
La cronología de este período es difícil de discernir. El hecho de que se hayan sugerido cuarenta o cincuenta métodos diferentes para medir la era de los Jueces, es indicativo del problema.
Indudablemente, este cálculo de años y tabulación es la que tiene Pablo en la memoria cuando divide el período de Josué hasta Samuel, incluyendo 40 años para la judicatura de Elí (Hechos 13:20). Incluso con la aceptación de la temprana fecha de la ocupación de Cancán bajo Josué (1400 a. C.), es imposible permitir una cronológica secuencia para esos años, puesto que David estaba plenamente establecido en el trono de Israel por el año 1000, a. C. En I Reyes 6:1, se calcula un período de 480 años, desde el tiempo del Éxodo al cuarto año del reinado de Salomón. Incluso permitiendo un mínimo de 20 años por cada uno para Elí, Samuel y Saúl, 40 años para David, 4 años para Salomón, 40 años para la peregrinación por el desierto y un mínimo de 10 años para Josué y los ancianos, un total de 154 años tendría que ser añadido a 410, haciendo una gran tabulación de 566 años. La obvia conclusión es que el período de los Jueces no corresponde a una secuencia cronológica.
Garstang tiene en cuenta para este período, considerando a Samgar, Tola, Jair, Ibzán, Elón y Abdón como jueces locales cuyos años son sincrónicos con aquellos de los períodos mencionados Omitiendo esto de la tabulación cronológica, el número total de años entre el Exodo y el cuarto año del reinado de Salomón, aproxima la cifra de 480 años. En Jueces 11:26, se dan 300 años como el tiempo transcurrido entre la derrota de los amonitas bajo Moisés y los días de Jefté. Restando los anos de Josué y los ancianos, y añadiendo 20 años para Sansón, el tiempo que corresponde a los Jueces desde Otoniel a Sansón se aproximaría a tres siglos (1360‑1060 a. C.).
La última fecha para la conquista bajo Josué (1250‑1225 a. C.) limita el período permitido a los Jueces, incluyendo los días de Elí, Samuel y Saúl, a dos siglos o menos. Con este cómputo en I Reyes 6:1, y Jueces 11:26, se tiene la consideración de ser unas últimas inserciones y no fiables históricamente. Aunque Garstang considera la referencia en I Reyes como una inserción, él lo fecha antes y lo acepta como fiable. Esta cronología más corta necesitaría una ulterior sincronización de períodos de opresión y permanencia en los días de los Jueces.
Obviamente, cualquier pauta cronológica propuesta para esta era de los jueces no es sino una solución sugerida. Los datos de la Escritura son suficientes para establecer una cronología absoluta. Parece completamente cierto que los autores de Josué y Jueces no intentan dar un relato que encaje en una completa cronología para el período en cuestión. La fe a las tradi­ciones de I Reyes 6:1 y Jueces 11:26 exige la cronología más larga.
Israel no tenía capital política en los días de los Jueces. Silo, que fue establecido como centro religioso en los días de Josué (Jos. 18:1), continuó como tal en los días de Elí (I Samuel 1:3). Puesto que Israel no tenía rey (Jueces 17:6; 18:1; 19:1; y 21:25) no existía plaza central donde un juez pudiera oficiar. Aquellos jueces intervenían en lugares de liderazgo según la situación local o nacional pudiese demandar. La influencia y el recono­cimiento de muchos de ellos, era indudablemente limitada a su comunidad local o tribu. Algunos de ellos eran caudillos militares que liberaron a los israelitas del enemigo opresor, mientras que otros fueron reconocidos como magistrados a quienes el pueblo se dirigía para decisiones políticas o de carácter legal. Sin tener un gobierno central, ni capitalidad, las tribus israelitas fueron gobernadas espasmódicamente sin inmediata sucesión, cuando uno de los jueces fallecía. Con algunos de los jueces restringidos a zonas locales, es también razonable asumir que varias judicaturas se superpusieran.
La anotación "en estos días no había rey en Israel; y cada lo que bien le parecía" (Jue. 21:25) describe claramente las c que prevalecían en la totalidad del período de los Jueces.
El versículo que sirve de apertura a Jueces, sugiere que este que este libro tiene relación con los acontecimientos que tuvieron lugar tras la muerte de Josué. El relato de Jueces 2:6‑10, puede apoyar la idea de que algunos de tale' acontecimientos se refiere en parte a la conquista de ciertas ciudades bajo` el mando de Josué. La conquista de Hebrón en Jueces 1:10‑15, puede ponerse como paralelo al relato de Josué 15:14‑19. Otras declaraciones reflejan los cambios que ocurrieron en un largo período de tiempo. Jerusalén no fue conquistada en los días de Josué (15:63) y, de acuerdo con Jueces 1:8, la ciudad fue quemada por el pueblo de Judá, pero en el versículo está claramente establecido que los benjaminitas no desalojaron a los jebuseos de Jerusalén. La ciudad no fue realmente ocupada por los israelitas hasta los días de David. La victoria judaica tuvo que haber sido solo temporal.
Aunque Josué había derrotado las principales fuerzas de la oposición cuando conducía a Israel hacia Canaán y dividió la tierra a las diversas tribus, muchos locales permanecieron en manos de los cananeos y otros habi­tantes. En sumensaje final a los israelitas Josué advirtió al pueblo de no mezclarse o contraer matrimonio con los habitantes locales que se quedaron, sino que les amonestó a apartar a aquellas gentes idolátricas y ocupar sus tierras. Se hicieron ulteriores intentos para desalojar a tales gentes, pero según lo escrito se deduce que los israelitas sólo fueron parcialmente obe­dientes.
Mientras que se conquistaron algunas zonas, ciertas ciudades fuertemente fortificadas tales como Taanac y Meguido permanecieron en posesión de los cananeos. Cuando Israel fue lo suficientemente fuerte, Israel quiso for­zar a aquellas gentes al trabajo y a pagar tributos; pero fracasaron en su propósito de expulsarles fuera de la tierra. Consecuentemente, los amorreos, cananeos y otros, permanecieron en la tierra que había sido entregada por completo a Israel para su posesión y ocupación. Hubiera parecido completamente natural, que cuando Israel se hubiera debilitado, aquellas gentes in­cluso volviesen a tomar posesión de sus tierras, ciudades y poblados que Israel hubo una vez conquistado (ver Jueces 1:34).
La ocupación parcial de la tierra dejó a Israel en permanentes dificultades. Mediante la fraternización con los habitantes, los israelitas participaron en el culto a Baal, conforme apostataban del culto a Dios. Los pueblos particularmente mencionados que fueron culpables de que Israel se apartase de Dios, fueron los cananeos, los heteos, los amorreos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. Durante este período de apostaría, los matrimonios mixtos condujeron a mayores abandonos en el servicio y verdadero culto a Dios. En el curso de una generación el populacho de Israel llegó a ser tan idólatra que las bendiciones prometidas por Dios a través de Moisés y Josué, les fueron retiradas. A1 rendir culto a Baal los israelitas rompieron con el primer mandamiento del Decálogo.
El juicio les llegó en forma de opresión. Ni Egipto ni la Mesopotamia eran lo bastante fuertes como para dominar el Creciente Fértil durante esta era. La influencia egipcia en Palestina había disminuido durante el reinado de Tut‑ank‑Amón (1360 a. C.). Asiria surgía poderosa (1250 a. C.), pero ya no se interfería en las cuestiones de Canaán. Esto permitió a los pueblos de las inmediaciones, al igual que a las ciudades‑estados usurpar sobre las posesiones de Israel en Canaán. Los oponentes políticos de esta época son los mesopotámicos, moabitas, filisteos, cananeos, madianitas y amonitas. Estos invasores tomaron ventaja de los israelitas, arrebatándoles sus propiedades y cosechas. Cuando la situación llegó a hacerse insoportable, se desesperaron lo bastante como para volverse hacia Dios.
El arrepentimiento fue el siguiente paso de este ciclo. Conforme los israelitas perdían su independencia y se sometían a la opresión, reconocieron que estaban sufriendo las consecuencias de su desobediencia a Dios. Cuando se hicieron conscientes de su pecado, se volvieron hacia Dios en peni­tencia Su llamada no fue en vano.
La liberación llegó a través de campeones que Dios envió para desafiar a los opresores. Jefes militares que condujeron a los israelitas a atacar al enemigo, fueron como notables, Otoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Jefté y Sansón. Especialmente dotados con una divina capacidad, aquellos jefes rechazaron a los enemigos e Israel de nuevo gozó de un periodo de paz y tranquilidad.
Estos ciclos religioso‑políticos se sucedieron frecuentemente en los días de los Jueces. El pecado, la tristeza, la súplica y fa salvación eran cosa del día. Cada generación, aparentemente, tenía bastante gente que era consciente de la posibilidad de asegurarse el favor de Dios y sus bendiciones, y la idolatría rechazada, restaurándose la adhesión a los preceptos de Dios que quedaban así instaurados.
Los jueces y las naciones opresoras
La opresión por un período de ocho años por una fuerza de invasión procedente de las altiplanicias de Mesopotamia, de comienzo al primer ciclo. Garstang sugiere que Cusham‑Risha‑taim era un rey heteo que se había anexionado el norte de la Mesopotamia, también conocido por Mitanni, y extendió su poder hasta la tierra de Israel. Otoniel, de la tribu de Judá,'¡ tomó la iniciativa en convertirse en campeón de la causa de Israel, conforme s el Espíritu del Señor cayó sobre él. Siguió a esto un período de calma de cuarenta años.
Moab fue la próxima nación que invadió a Israel. Apoyados por los amo­nitas y amalecitas, los moabitas ganaron una posición en territorio de Israel, y exigió tributos. Aod, de la tribu de Benjamín se levantó como liberador para terminar con los diez y ocho años de la dominación moabita. Habiendo pagado el tributo, Aod obtuvo una audiencia privada con Eglón, el rey de Moab. Utilizando la espada con la mano izquierda, Aod le atacó cuando estaba desprevenido, y mató al citado rey de Moab, escapando después antes que fuera descubierta su hazaña. Los moabitas quedaron desmoralizados, mientras que los israelitas se envalentonaron para apoyar a Aod en toda su ofensiva contra el enemigo. Aproximadamente unos 10.000 moabitas perdieron la vida en el encuentro, lo que proporcionó a Israel una notable victoria. Con la expulsión de Moab, Israel gozó de un período de tranquilidad de ocho años. Durante esta época, Ramsés II, que gobernaba Egipto (1290-­1224 a. C.) y Merneptah su hijo (1224‑1214) mantuvieron un equilibrio. de poder con los heteos controlando Palestina tan lejos como al sur de Siria. La sola mención de Israel en las inscripciones egipcias procede de la. baladronada de Merneptah de que Israel era considerada como un erial. En su totalidad las condiciones de paz prevalecieron por algún tiempo.
Solamente en un versículo se hace mención a la carrera de Samgar. No se indica nada respecto a la opresión, ni existen tampoco detalles respecto al origen de Samgar ni a su pasado. Una lógica inferencia parece ser que los filisteos penetraron dentro del territorio de Israel y que Samgar se levan­tó para ofrecerles resistencia, matando a 600 enemigos en un valeroso esfuerzo.
El hostigamiento por los cananeos, seguido por un período de veinte años, conforme la influencia egipcia declinaba en Palestina bajo Merneptah y otros gobernantes débiles, ocurrió cerca del siglo XIII. Mientras Jabín, rey de los cananeos, gobernaba en Hazor, situado al norte del mar de de Galilea, Sísara, el capitán del ejército de Jabín, persiguió a los israelitas desde Haroset‑goim, situada cerca del arroyo de Cisón a la entrada noroeste de la llanura de Esdraelón.
Durante la época de esta opresión cananea, Débora ganó el, reconocimiento como profetisa en la tierra de Efraín, cerca de Ramá y Betel. Habiendo enviado por Barac, no sólo le amonestó para que entrase en la batalla, sino que personalmente se unió a él en Cedes en Neftalí. Allí, Barac reunió una fuerza combatiente y se dirigió hacia el sur al monte de Tabor, situado al nordeste de la llanura triangular de Esdraelón. Sin embargo, puesto que Sísara tenía la ventaja de 900 carros de guerra en su fuerza combatiente, Barac tuvo miedo de asumir la responsabilidad de combatir a los cananeos con sus 10.000 infantes. Incluso aunque Débora le aseguró la victoria conforme los cananeos fueron, atraídos con engaño hacia el Cisón, Barac no quiso aventurarse fuera sin su valerosa acompañante.
Las fuerzas cananeas fueron sorprendentemente confundidas. Un cuidadoso examen del relato, parece indicar que cuando los carros de guerra del enemigo se hallaban. en le valle de Cisón, una repentina lluvia redujo la ventaja de los cananeos. Los carros guerreros tuvieron que ser abandonados al quedar atascados en el fango (5:4, 20, 21; 4:15). Con las fuerzas cananeas derrotadas y Sísara muerto, por Jael, los israelitas ganaron una paz que duró cuarenta años. La victoria fue celebrada en un canto que expresa la alabanza por la ayuda divina (Jueces 5).
La reversión de Israel a la idolatría fue seguida por incursiones procedentes del Desierto Sirio por nómadas hostiles montados en camellos, conocidos como madianitas, amalecitas e Hijos de Este, que llegaron a hacerse dueños de las cosechas y el ganado de los israelitas. Siete años de depredación fue un período excesivo, de tal forma, que los israelitas tuvieron que buscar refugio seguro en las cuevas y en lugares montañosos.
En un pueblo llamado Ofra, Gedeón se hallaba ocupado secretamente buscando grano para su padre, cuando el ángel del Señor le comisionó para liberar a su pueblo. Aunque Ofra no puede ser definitivamente iden­tificado, probablemente estaba situado cerca del valle de Jezreel en la Palestina central, donde la presión madianita era mayor. Lo primero que hizo Gedeón fue destruir el altar de Baal en el estado de su padre. Aunque las gentes de la población se alarmó ante el hecho, el padre de Gedeón, Joás, no era partidario de la idolatría. Por esta memorable acción Gedeón fue llamado Jerobaal que significa "Contienda Baal contra él" (Juec. 6:32).
Cuando las fuerzas del enemigo estaban acampadas en el valle de Jezreel, Gedeón reunió un ejército. Por el uso de un vellón dos veces expuesto, tuvo la seguridad de que Dios le había llamado ciertamente para liberar a Israel (Jueces 6:36‑40). Cuando Gedeón anunció a su ejército de 32.000 hombres reunidos de Manasés, Aser, Zabulón y Neftalí, que cualquiera que tuviese miedo podría volverse a casa vio a 22.000 hombres salir de las filas. Como resultado de una nueva comprobación perdió otros 9.700 hombres. Con una compañía de solo 300 hombres que preparó para la batalla, se dispuso a atacar a las hordas nómadas.
En las faldas del monte More, hacia la terminación oriental de la llanura de Meguido, permanecía acampada la gran hueste de los madianitas con sus camellos. Gedeón, dividiendo su banda de 300 hombres en tres compañías, hizo un ataque por sorpresa durante la noche. Al principio de la mitad de la guardia ‑tras las 10 de la noche‑ cuando el enemigo dormía profunda­mente, los hombres de Gedeón soplaron las trompetas, aplastaron sus cántaros y gritaron el grito de batalla diciendo "¡Por la espada del Señor y de Gedeón!" (Juec. 7:20). Los madianitas sumidos en la mayor confusión hu­yeron a través del Jordán. Por su fe en Dios, Gedeón puso así en fuga al enemigo y liberó a los israelitas de la opresión (ver Heb. 11:32).
En la persecución de los madianitas, la condición sin ley de los días de los Jueces se refleja de nuevo (Jueces 8). Tras pacificar a los celosos efrateos, que no habían compartido la gran victoria, Gedeón encaminó a los madianitas hacia la Tran.sjordania, tomando una apreciable cantidad de botín de objetos valiosos, objetos de oro, collares de camellos, joyas de toda clase, al igual que ornamentos de púrpura de los que vestían los reyes madianitas. Como resultado, el pueblo ofreció a Gedeón el reinado hereditario.,¡ El rechazo de Gedeón refleja su actitud de resistencia contra la tendencia''', hacia la monarquía. Sin embargo, Gedeón hizo un efod de oro de los despo‑, jos tomados al enemigo. Tanto si aquello era un ídolo o un simple memorial de su victoria o una acción contraria al efod con que se adornaban los sumos sacerdotes (Ex. 27:6‑14) es algo que no está claro. En cualquier caso, el!' objeto se convirtió en un símbolo para Gedeón y su familia, al igual que para los israelitas, allanando el camino hacia la idolatría. Aunque Gedeón había,,' ganado la seguridad para Israel de los invasores, por cuarenta años, median‑. te su victoria militar, su influencia en religión fue negada. Poco después de su muerte, el pueblo se volvió abiertamente hacia el culto de Baal, olvidando que Dios les había garantizado la liberación.
Abimalec, un hijo de una concubina de Gedeón, se nombró a sí mismo como rey en Síquem por un período de tres años tras la muerte de Gedeón.
Ganó la adhesión de los siquemitas, matando traidoramente a todos los setenta hijos de Gedeón, excepto a Jotam. Este último, dirigiéndose a los hombres de Síquem, desde el monte Gerizim, por medio de una parábola, compara a Abimelec con una zarza que fue invitada a reinar sobre los árboles. Invocó la maldición de Dios sobre Siquem por su conducta con la familia de Gedeón.
La revuelta pronto estalló bajo Gaal, quien incitó a los siquemitas a rebelarse. En el transcurso de la lucha civil que siguió, Abimelec fue muerto finalmente por una piedra de molino que una mujer dejó caer sobre su cabeza cuando se aproximaba a una torre fortificada dentro de la ciudad.
Esto acabó con todos los intentos de establecer la monarquía en Israel en los días de los Jueces.
Se conoce poco respecto a Tola y a Jair. Puesto que no se conocen grandes hechos que les conciernan, sus responsabilidades fueron meramente ju­diciales. Tola, de la tribu de Isacar, paró en Samir, situada en algún lugar del país de las colinas de Efraín. Se le asigna un gobierno de 23 años.
Jair hizo su oficio de juez en el territorio de Galaad al este del Jordán durante 22 años. El hecho de que tuviese una familia de 30 hijos indica no sólo una ostentosa poligamia, sino también su rango y su posición de riqueza en la cultura de la época.
La apostasía de nuevo prevaleció en Israel, vuelto hacia el culto de Baal y otras deidades paganas. La opresión de esta época proviene de dos direcciones: los filisteos presionaban desde sudoeste y los amonitas invadieron desde oriente. La liberación en la Transjordania y su zona llegó bajo el caudillaje de Jefté.
A causa de ser hijo de una ramera, Jefté fue condenado al ostracismo desde su comunidad hogareña a temprana, edad. Llegó a ser un jefe de bandoleros o capitán de merodeadores en Tob, que probablemente estaba situada al nordeste de Galaad. Cuando los galaaditas buscaron un caudillo, fue llamado Jefté. Antes de aceptar este nombramiento, se hizo un solemne pacto mediante le cual los ancianos galaaditas le reconocieron como jefe y caudillo.
Cuando Jefté apeló a los amonitas, éstos respondieron con la fuerza. Antes de presentar batalla, hizo un voto que le obligaba a ser cumplido en el caso de que volviera victorioso. Vigorizado con el Espíritu del Señor, Jefté obtuvo una gran victoria de tal forma que los israelitas fueron liberados de los amonitas quienes les habían oprimido durante diez y ocho años. Cuando Efraín protestó de que no se les había llamado para tomar parte en la ba­talla contra los amonitas, Jefté supo responderle militarmente con su ejército.
¿Sacrificó Jefté realmente a su hija en cumplimiento del voto que había pronunciado? En aquel dilema, no habría agradado ciertamente a Dios que se le hiciera un sacrificio humano, que en ningún lugar de la Escritura tiene la divina aprobación. De hecho, este fue uno de los grandes pecados por los cuales los cananeos tenían que ser exterminados. Por otra parte, ¿cómo pudo agradar a Dios no cumpliendo con su voto? Aunque los votos en Israel eran voluntarios, una vez que una persona hacía un voto, se hallaba bajo la obligación de cumplirlo (Núm. 6:1‑21). La clara implica­ción en Jueces 11, es que Jefté cumplió el suyo (v. 39). Su manera de hacerlo está sujeta a varias interpretaciones.
Que los líderes israelitas no se conformaban a la religión pura en los días de los Jueces, resulta aparente en los registros bíblicos Jefté, que tenía un pasado a medias cananeo, pudo haber conformado la realización de su voto, prevaleciendo las costumbres paganas, sacrificando a su hija. Puesto que las montañas eran consideradas como símbolos de la fertilidad por los cananeos, su hija fue a las montañas a guardar luto por su virginidad con objeto de evitar cualquier posible cesación de la fertilidad de la tierra. Periódicamente, durante cada año, las doncellas israelitas empleaban cuatro días recordando el luto de la muchacha sacrificada.
Si la familiaridad de Jefté con la ley le volvió consciente del disgusto de Dios con los sacrificios humanos, él pudo haber dedicado a su hija al servicio del tabernáculo. Haciéndolo así, pudo haber cumplido con su voto y conformado su actuación a la ideal esencial de la completa consagración significada en la ofrenda del fuego. Puesto que su hija era su único vástago, Jefté perdió el derecho de sus esperanzas a la posteridad. En esta forma, pudo haber conjugado sus obligaciones del cumplimiento del voto pronunciado sin hacer ningún sacrificio humano, un voto que tal vez hubiese sido realizado apresuradamente bajo una determinada presión.
Aunque la manera en la cual Jefté cumplió su voto no está detallada en la narrativa bíblica, hizo frente al desafío de liberar a su pueblo de la opresión y está considerado como un héroe de la fe (Heb. 11:32).
Ibzán juzgó en Israel durante siete años. Se ignora si Belén, el lugar de su actividad y enterramiento, es la bien conocida ciudad de Judá o un pueblo en Zabulón. La mención de treinta hijos y treinta hijas indica su posición, riqueza e influencia.
Elón tiene asignados diez años como juez. En Ajalón, en la tierra de Zabulón, tuvo su hogar y su lugar de servicio a su pueblo.
Abdón, el siguiente juez de la lista, vivió en Efraín. Estando en una posición de proporcionar asnos para los setenta miembros de su familia, Abdón tuvo que haber sido un hombre de grandes riquezas e influenció en su país. Juzgó en Israel durante ocho años.
Israel fue oprimida simultáneamente por los amonitas y filisteos (Juec. 10:6). Mientras que Jefté derrotó a los primeros, Sansón es el héroe que resistió y desafió el poder de los últimos. Puesto que Sansón nunca alivió completamente a Israel de la dominación palestina, es difícil fechar el período de 40 años que se menciona en Jueces 13:1. Veinte años es el período que se calcula que Sansón ostentó su caudillaje (Juec. 15:20).
Sansón fue un gran héroe dotado de una fuerza sobrenatural recordado. en primer término por sus hazañas militares. Que fue un nazareno, fue anunciado a sus padres darlitas antes de su nacimiento. Manoa y su esposa fueron instruidos mediante la revelación divina de que su hijo comenzaría la liberación de Israel de la opresión filistea. A través de numerosos relatos, referencias, se conoce el hecho de que el Espíritu del Señor estaba sobri, él 13:25; 14:5, 19; 15:14). Sus actividades estuvieron limitadas a la llanura marítima y el país de las colinas de Judá, donde emprendió la lucha contra la ocupación filistea del territorio Israelita.
Numerosos relatos que sólo pueden ser una muestra de todo lo que Sansón hizo, están registrados en el libro de los Jueces. En su camino hacia Timnat, destrozó un león con sus propias manos. Cuando fue obligado a suministrar treinta ornamentos de fiesta a los filisteos, quienes deshonestamente obtuvieron la respuesta al acertijo que él puso en sus bodas en Timnat, mató a treinta de ellos en Ascalón. En otra ocasión, soltó a trescientas zo­rras con ramas ardientes para destrozar las cosechas de los filisteos. En respuesta a sus represalias, Sansón mató a muchos filisteos cerca de Etam. Cuando los hombres de Judá le entregaron atado de manos al enemigo, sus ataduras quedaron sueltas conforme el Espíritu del Señor llegó sobre él. Sin otras armas que sus manos, mató a mil hombres con la quijada de un asno. En Gaza arrancó las puertas durante la noche y se las llevó casi a 64 kms. al este a una colina cercana al Hebrón.
Las relaciones de Sansón con Daljla, cuyas simpatías estaban con los filisteos, le condujeron a su ruina. Por tres veces rechazó con éxito a los filisteos, cuando la mujer le traicionó; sin embargo, cuando reveló el secreto de su colosal fuerza y poder a ella y le cortaron los cabellos, Sansón perdió su fuerza. Los filisteos le sacaron los ojos y le forzaron a trabajar en un molino como un esclavo. Pero Dios restauró su fuerza para su hazaña final y pudo derrumbar los pilares del templo de Dagón, matando más filisteos de los que había muerto en sus anteriores encuentros.
A despecho de su debilidad, Sansón ganó renombre entre los héroes de la fe (Heb. 11:32). Dotado con tan grande fuerza, indudablemente pudo haber hecho mucho más, pero envuelto en el pecado, fracasó en su misión de liberar a Israel. De todos modos hizo lo bastante como para hacer desistir a los filisteos de que Israel no fuese desalojado de la tierra prometida.
Condiciones religiosas, políticas y sociales
Los últimos capítulos del libro de los Jueces y el libro de Rut, describen las condiciones que existían en los días de los heroicos jefes tales como Débora, Gedeón, y Sansón. Sin referencias mezcladas a las actividades de cualquiera de los jueces particulares nombrados en los capítulos precedentes, es difícil fechar estos acontecimientos específicamente. Los rabinos asocian la historia de Micaía y la emigración danita con la época de Otoniel; pero a causa de la falta de detalles históricos, es imposible hallarse ciertos de la fiabilidad de todo esto y de las tradiciones similares de los rabinos. Lo más que puede ser hecho es limitar tales acontecimientos a los días "cuando los Jueces gobernaban" y "no había rey en Israel" (Rut 1:1 y Jue. 21: 25).
Micaía y su casa de dioses son un ejemplo de la apostaría religiosa que prevaleció en los días de los Jueces. Cuando Micaía, un efrainita, devolvió 1160 siclos robados a su madre, ella dio 200 siclos a un joyero, el cual hizo una imagen grabada en la madera y recubierta de plata, al igual que otra ima­gen fundida de plata. Con aquellos símbolos idolátricos, Micaía estableció un santuario al que añadió un efod y terafiues e hizo sacerdotes a uno de sus hijos. Cuando un levita procedente de Belén se detuvo por azar en aquella capilla en monte Efraín, Micaía hizo un acuerdo con él, alquilándole como su sacerdote oficial con, la esperanza de que el Señor haría prosperar su empresa.
Cinco danitas enviados como grupo de reconocimiento para localizar más tierra para su tribu, se detuvieron en el santuario de Micaía para pedir consejo a este levita. Tras haberles asegurado el éxito de su misión, siguieron su camino y encontraron condiciones favorables para la conquista de más territorio en Lais, una ciudad situada en la vecindad del hontanar del río Jordán Como resultado, seiscientos danitas emigraron hacia el norte. En el camino, convencieron al levita de que era mejor para él servir como sacerdote para una tribu más bien que para un solo individuo. Cuando Micaía y sus vecinos objetaron la cuestión, los danitas, mucho más fuertes, se limitaron simplemente a tomar al levita y a los dioses de Micaía y llevárselos a Lais, desde entonces llamada Dan. Allí, Jonatán, que indudablemente era el levita, estableció un santuario para los danitas como un substituto para Silo. De no haber ninguna omisión en la genealogía (18:30) de este Jonatán, es muy verosímil que la emigración tuviese lugar en los primeros días del período de los Jueces.
El crimen sexual en Gabaa y los acontecimientos que siguieron, condujeron a Israel a la guerra civil. Un levita de las colinas de la tierra de Efraín y su concubina, al retorno de una visita a los padres de la mujer en Belén, se detuvieron en Gabaa por la noche. Había pasado por Jebús, esperando recibir mejor hospitalidad en Gabaa, que era una ciudad benr; jaminita. Durante la noche, los hombres de Gabaa exigieron y después:, obtuvieron a la concubina del levita. En la mañana ella fue encontrada muerta a la puerta de la casa. El tomó el cadáver y la llevó a su hogar;, cortándola en doce piezas que envió por todo el país. Todo Israel, desde Dan a Beerseba, fue tan horrorizado por semejante atrocidad, que se reunieron en Mizpa. Allí, ante una reunión de 400.000 hombres, el levita habló de lo que habían hecho con ellos los benjaminitas.
Cuando la tribu de Benjamín rehusó entregar los hombres de Gabaa, habían cometido aquel crimen, estalló la guerra civil. Los benjaminitas dispusieron una fuerza combativa de 26.000 hombres, incluyendo una división;: de honderos. El resto de Israel, entonces, se reunió en Betel, donde estaba situada el Arca del Señor, para recibir consejo para la batalla de Finees, el sumo sacerdote. Por dos veces las fuerzas israelitas fueron derrotadas en su ataque a Gabaa. La tercera vez, la conquistaron y quemaron la ciudad, matando a todos los benjaminitas excepto a 600 que huyeron y encontraron refugio en la roca de Rimón. La destrucción y devastación de Benjamín fue completa, hasta el extremo de que la totalidad de la tribu quedó arruinada. Tras cuatro meses, se efectuó una reconciliación con los 600 hombres que; quedaban. Se tomaron medidas para la restauración y el matrimonio de aquellos hombres, de forma tal que los benjaminitas pudiesen ser re instaurados en la nación de Israel.
La historia de Rut suministra una visión rápida de una era más pacíúl en los días en que los Jueces gobernaban. Esta narrativa cuenta con la emigración de una familia israelita ‑Elimelec, Noemí y sus dos hijos­ hacia Moab, cuando había hambre en Judá. Allí, tos dos hijos se casaron con dos mujeres moabitas, Rut y Orfa. Tras la muerte de su marido y ambos hijos, Noemí se volvió a Belén acompañada de Rut. En el curso del tiempo, Rut se casó con Booz y, subsiguientemente, figura en la línea genealógica davídica de la familia real de Israel.

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Capítulo VII
Tiempos de transición

En los siglos X y XI Israel estableció y mantuvo la más poderosa mo­narquía de toda su historia. Ni antes ni después, la nación tuvo tan extensas fronteras y sostuvo tanto respeto internacional. Tal expansión fue posible en gran medida a causa de la no interferencia que pudo haberle llegado desde las extremidades del Creciente Fértil durante esta época de su historia.
Las naciones vecinas
Egipto había declinado a una posición de debilidad. Ramsés III (1198­1167 a. C.), el Faraón de la XX dinastía que había sido fuerte lo bastante como para rechazar a todos los invasores, murió a manos de un asesino. Bajo Ramsés IV‑XII (ca. 1167‑1085) el poder de los reyes egipcios sucumbió gradualmente a la política agresiva de la familia sacerdotal. Por el 1085 a. C. Heri‑Hor, el sumo sacerdote, comenzó a gobernar Egipto desde Karnak en Tebas, mientras que príncipes de la familia controlaban Tanis. La pérdida de prestigio de Egipto se refleja por el tratamiento despectivo que se permitió Wen‑Amun en, su jornada hacia Biblos como un enviado egipcio (ca. 1080 a. C.). No fue sino hasta el cuarto año de Roboam (927 a. C.) en que Egipto estuvo en posición de invadir Palestina (I Reyes 14: 25‑26).
Los asirios, bajo Tiglat‑pileser (1113‑1074 a. C.), extendieron su in­fluencia hacia el oeste, a Siria y a Fenicia. Sin embargo, antes de que trans­curriera mucho tiempo, los propios asirios sintieron los efectos de la invasión procedente del Oeste Durante el reinado de Asur‑Rabi 11 (1012­975 a. C.), los establecimientos asirios a lo largo del Eufrates fueron; desplazados por emigración de las tribus arameas. Sólo después del año: 875 a. C. Asiria volvió a recobrar el control del alto valle del Eufrates para desafiar a los poderes occidentales en Palestina.
El enemigo que tan seriamente amenazaba el creciente poder Israel era el de los filisteos. Rechazados en su intento de entrar en Egipto, los filisteos se establecieron en gran número sobre la llanura marítima de Palestina poco después del 1200 a. C. Cinco ciudades se convirtiere en plazas fuertes de los filisteos: Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza y Gat Sam. 6:17). Sobre cada una de esas ciudades independientes gobernaba un "señor" que supervisaba el cultivo de la tierra anexionada. Aunque eran' activamente competitivos con los fenicios en el lucrativo negocio del comer­cio, como registraba Wen‑Amun, los filisteos amenazaban con dominar Israel en los días de Sansón, Elí, Samuel y Saúl. Independientes en mismas, las cinco ciudades y sus gobernantes se unían ocasionalmente par propósitos políticos y militares.
La explicación real de la superioridad filistea sobre Israel se encuentra en el hecho de que los filisteos guardaban el secreto del hierro fundido. Los heteos en Asia Menor habían sido fundidores de hierro antes del 12 a. C. pero los filisteos fueron los primeros que utilizaron el proceso en Palestina. Guardando su monopolio celosamente, tenían a Israel a su merced. Esto queda claramente reflejado en I Sam. 13:19‑22. "Ahora no se encuentra un solo herrero en toda la tierra de Israel". No solo se encontraban 1a israelitas sin herreros para forjar espadas y lanzas, sino que incluso dependían de los filisteos para el arreglo de sus instrumentos de trabajo agrícola. Con semejante amenaza pesando sobre Israel, se encontraba al borde caer en una esclavitud sin remisión por parte de los filisteos.
Aunque Saúl ofreció alguna resistencia al enemigo que avanzaba, fue sino hasta los tiempos de David, en que el poder de los filisteos quedó roto. Por la ocupación de Edom, David aprendió los secretos de la utilización del hierro y ganó acceso a los recursos naturales que existían en península del Sinaí. En tales condiciones, se encontró capaz de unir firmemente la nación de Israel y de establecer una supremacía militar, que n un fue seriamente desafiada por los filisteos.
Del norte, la principal amenaza para Israel y su expansión, procedía Aram. Ya a principios de los tiempos patriarcales, los arameos se hab establecido en el distrito de Khabur en la alta Mesopotamia, conocido co Aram‑Naharaim. La zona bajo su control, pudo muy bien haberse extendí hacia el oeste hasta Alepo y al sur hasta Cades sobre el Orontes. H dónde pudieron haberse extendido en la zona de Damasco y hacia el s durante la época de los jueces, es algo incierto.
El estado arameo más poderoso fue Soba, situado al norte de Damas Hadad‑ezer, gobernador de Soba, extendió sus dominios hacia el Eufra (II Sam. 8:3‑9) y posiblemente tomó por la fuerza algunas colonias asirias de Asur‑Rabi II, rey de Asiria (1012‑975 a. C.). Las dinastías hititas en Hamat y Carquemis, fueron gradualmente reemplazadas por los arameos conforme se expandieron, hacia el norte. Otros estados arameos situados hacia el sur de Damasco, fueron Maaca, Gesur y Tob. Al este del Jordán y al sur de monte Hermón yace Maaca, con Gesur directamente hacia el sur. Puesto que su madre procedía de aquella zona, Absalón se apresuró a acu­dir a Gesur en busca de seguridad después de haber matado a Amnón. Tob (Jue. 3:11) estaba al sudeste del mar de Galilea, pero al norte de Galaad. Estos estados, bajo la jefatura de Hadad‑ezer, representaban una formidable coalición para la expansión de Israel en los días de David.
Los fenicios o cananeos ocuparon la costa marítima del Mediterráneo hacia el norte. Mientras los arameos estaban formando un fuerte reino más allá de la cadena del Líbano, los fenicios se concentraban en intereses marítimos. Por el tiempo de David, las ciudades de Tiro y Sidón habían establecido un fuerte estado incluyendo el territorio costero inmediato. Mediante el comercio y los tratados, extendieron su influencia comercialmente por todo el Mediterráneo. Hiram, rey de Tiro, y David, rey de Israel, lo encontraron mutuamente beneficioso para mantener una actitud de amistad sin fricciones militares.
Los edomitas, que habitaban la zona montañosa del sur del mar Muerto, fueron gobernados por reyes antes del resurgimiento de la monarquía de Israel (Gén. 36:31‑39). Aunque Saúl luchó contra los edomitas (I Sam. 14: 47) fue David quien, realmente les sometió ,ellos. La declaración de que habían convertido en servidores de David, quien había estacionado guarniciones por todo el país, tiene la mayor importancia (II Sam. 8:14). De las minas de Edom, David obtuvo recursos naturales tales como cobre y hierro que Israel necesitaba desesperadamente para acabar con el monopolio filis­teo en la producción de armamentos.
Los amalecitas, también descendientes de Esaú (Gén. 36:12), mantu­vieron el territorio al este de Edom hacia la frontera egipcia. Saúl intentó destruir a los amalecitas (I Sam 15) pero fracasó en hacer una completa purga. Más tarde, los amalecitas atacaron a Siclag una ciudad ocupada por David cuando era un fugitivo del territorio filisteo, pero apenas si son men­cionados.
Los moabitas, situados al este del mar Muerto, fueron derrotados por Saúl (I Sam. 14:47) y conquistados por David. Por casi dos siglos, permanecieron obedientes a Israel como una nación tributaria.
Los amonitas ocuparon la franja del territorio sobre la frontera oriental de Israel. Saúl les derrotó en Jabes‑galaad cuando se estableció por sí mismo temo un rey (I Sam. 11:1‑11). Cuando los amonitas desafiaron las aperturas a la amistad de David por una alianza con los arameos, no les venció (II Sam. 10) pero conquistó Rabá en Amón, su ciudad capital (II Sam. 12:27). Nunca más desafiaron la superioridad israelita .durante el período del reinado.
Bajo el caudillaje de Elí y Samuel
Los tiempos de Elí y Samuel marcan la era de transición desde el esporá­dico e intermitente caudillaje de los Jueces hasta la implantación de la monarquía Israelita. Los dos hombres están mencionados en el libro de los jueces, pero se les considera en los primeros capítulos de I Samuel (1:1‑8: 22) como una introducción a la narrativa respecto al primer rey de Israel.
La historia de Elí sirve como fondo para el ministerio de Samuel. Como sumo sacerdote, Elí estaba a cargo del culto y sacrificio en el tabernáculo en Silo. Fue a él, a quien los israelitas consideraron y buscaron para guía jefatura de los asuntos civiles y religiosos.
La religión de Israel se hallaba a un bajo nivel en los días de Elí. El mismo fracasó en enseñar a sus propios hijos en, reverenciar a Dios; "no tenían conocimiento del Señor" (I Sam. 2:12) y bajo su jurisdicción asumie­ron responsabilidades sacerdotales tomando ventaja del pueblo conforme se aproximaba al culto y al sacrificio. No sólo robaban a Dios solicitando la porción sacerdotal antes del sacrificio, sino que se conducían de tal forma que el pueblo aborrecía el llevar sacrificios a Silo. También profanaron el santuario con las acciones paganas propias de la religión cananea. Como era de esperar, rehusaron el escuchar la amonestación y la denuncia de semejante conducta. No es de sorprender que Israel continuase degenerándo­se al incrementar tales prácticas religiosas corrompidas.
En semejante atmósfera corrompida, Samuel fue llevado desde su niñez y dejado al ciudadano de Elí. Dedicado a Dios y alentado por una santa madre, Samuel creció en el entorno del tabernáculo, incorruptible a la malé­fica influencia falta de religiosidad de los hijos de Elí.
Un profeta cuyo nombre se ignora, reprobó a Elí porque honraba a sus hijos más de lo que honraba a Dios (I Sam. 2:27). Su relajación había provocado el juicio de Dios, de ahí que sus hijos perdieran sus vidas inútilmente Y un fiel sacerdote ministrase en su lugar. La reiteración de este decreto llegó a Samuel cuando Dios le habló durante la noche (I Sam. 3:1‑18).
Pronto y de forma repentina aquellas proféticas palabras recibieron su total cumplimiento. Cuando los asustados israelitas vieron que estaban per­diendo su enfrentamiento con los filisteos, se impusieron sobre los hijos de Elí para llevar el arca del pacto de Dios, el objeto más sagrado de Israel, al campo de batalla. La religión había llegado a un extremo tal, que el arca, que representaba la verdadera potencia de Dios, les salvaría de la derrota. Pero no podían forzar a Dios a que les sirviera. Su derrota fue aplastante. El enemigo capturó el arca, matando a los hijos de Elí. Cuando Elí oyó las sorprendentes noticias de que el arca estaba en manos de los filisteos, sufrió un colapso que le costó la vida.
Aquello fue un día de catástrofe para Israel. Aunque la Biblia no dice nada respecto a la destrucción de Silo, otra evidencia aboga de que por ese tiempo, los filisteos redujeron a ruínas el santuario central que había sostenido y mantenido unidas a todas las tribus. Cuatro siglos más tarde, Jeremías advirtió a los habitantes de Jerusalén, de no depositar su confianza en el templo (Jer. 7:12‑24; 26:6‑9). Mientras que los israelitas habían confiado en el arca para su propia seguridad, así, la generación de Jeremías asumió que Jerusalén, como lugar de la residencia de Dios, no po­día caer en manos de las naciones gentiles. Jeremías sugirió de que se fijasen en las ruínas de Silo y se aprovecharan de aquel histórico ejemplo Las excavaciones arqueológicas pusieron al descubierto el aniquilamiento de Silo en el siglo XI. Su destrucción en aquel tiempo cuenta para el hecho de que poco tiempo después los sacerdotes oficiaban en Nob (I Sam. 21:1). Es también digno de notar en relación con esto que Israel, en ninguna oca­sión intentase volver el arca a Silo.
La victoria filistea desmoralizó efectivamente a los israelitas. Cuando la nuera de Eli dio a luz un hijo, ella le puso por nombre "Icabod" porque, ella sintió profundamente que las bendiciones de Dios hubiesen sido retira­das de Israel (I Sam. 4:19‑22). El nombre del niño significaba "¿Dónde está la gloria?" y al mismo tiempo podía demostrar que la religión cananea había ya penetrado en el pensar de los israelitas, ya que un devoto de Baal, ha­bría sido como una alusión a la muerte del dios de la fertilidad.
El lugar de Samuel en la historia de Israel es único. Siendo el último de los Jueces, ejerció la jurisdicción por toda la tierra de Israel. Además, ganó el reconocimiento como el más grande profeta de Israel desde los tiempos de Moisés. También ofició como sumo sacerdote, aunque él no pertenecía al linaje de Aarón, a quien pertenecían las responsabilidades del sacerdocio.
La Biblia ha conservado comparativamente poco respecto al ministerio real de este gran caudillo. Cuando Elí murió, y la amenaza de la opresión filistea se hizo más pronunciada, los israelitas se volvieron naturalmente hacia Samuel para que les sirviera de caudillo. Después de haber escapado al despojo y destrucción de Silo, Samuel estableció su hogar en Ramá, donde erigió un altar. No hay indicación, sin embargo, de que aquello se convirtiese en el centro religioso o civil de la nación. El tabernáculo, que de acuerdo con el Salmo 78:60 había sido abandonado por Dios, no se menciona en relación con Samuel. Israel recuperó el arca de manos de los filisteos (I Sam. 5:1‑7:2); pero lo guardó en Quiriat‑jearim en el hogar privado de Abinadab hasta los días de David. Aparentemente, no estaba en uso público durante este tiempo. Samuel, no obstante, actuó con sus debe­res sacerdotales, al ofrecer sacrificios en Mizpa, Ramá, Gilgal, Belén y dondequiera que se precisasen por todo el país. Y continuó cumpliendo con este deber y esta función incluso tras haber entregado todos los asuntos de estado a Saúl.
En el curso del tiempo, Samuel reunió a su alrededor un grupo profético, sobre el cual tuvo una enorme influencia (I Sam. 19:18‑24). Es muy verosímil que Natán, Gad y otros profetas activos en el tiempo de David, recibiesen sus ímpetus procedentes de Samuel.
Para ejecutar sus responsabilidades judiciales, Samuel iba anualmente a Betel, Gilgal y Mizpa (I Sam. 7:15‑17) y puede inferirse de que en los primeros años, antes de que delegase las responsabilidades en sus hijos Joel y Abías (I Sam. 8:1‑5) incluyese puntos tan, distantes como Beerseba en, su circuito por la nación.
Acredita a Samuel, el hecho de que prevaleciese sobre Israel para purgar el culto cananeo de sus filas (I Sam. 7:3 ss.). En Mizpa, el pueblo se reunía para la oración, el ayuno y el sacrificio. La palabra de la convocación se divulgó hasta los filisteos, quienes por esta causa tomaron la ventaja de la situación para lanzar un salto. En medio del fragor, una terri­ble tormenta de truenos sembró el miedo en los corazones de los filisteos mercenarios produciendo la confusión y poniéndoles en fuga. Evidentemente, el efecto de los truenos adquirió un carácter portentoso en su significado para los filisteos, ya que nunca más intentaron comprometer a los israelitas en una batalla mientras Samuel estuvo al mando de las tribus.
Eventualmente, los jefes tribales sintieron que debían formar una re­sistencia contra la agresión filistea y de acuerdo con ello, clamaron por un rey. Como excusa para el establecimiento de la monarquía, resaltaron que Samuel era ya anciano y sus hijos no estaban moralmente dotados para tomar su lugar. Samuel, astutamente, rechazó la propuesta, implorándoles elocuentemente el "no imponer sobre sí mismo una institución cananea, extraña a su forma de vida". Cuando a despecho de aquello, persistieron en su demanda, Samuel aceptó; pero sólo tras la divina intervención (I Sam. 8).
Cuando Samuel consintió con cierta repugnancia a la innovación del reinado, n,o tenía idea de a quien Dios podría elegir. Un día, mientras esta­ba oficiando en un sacrificio, fue encontrado por un benjarninita que llegó para consultarle algo concerniente a la localización de unos asnos perdidos de su padre. Advertido de su llegada, Samuel comprobó que Saúl era el elegido de Dios para ser el primer rey de Israel. No sólo Samuel atendió a Saúl como huésped de honor en la fiesta sacrifical, sino que privadamente le ungió como "príncipe sobre su pueblo" indicando mediante aquellas palabras que el reinado era una cuestión sagrada de fe. Mientras volvía a Gabaa, Saúl fue testigo del cumplimiento de la predicción hecha por Samuel en sus palabras en confirmación de ser elegido para aquella responsabilidad. En una subsiguiente convocación en Mizpa, Saúl públicamente fue elegido y entusiásticamente apoyado por la mayoría en su aclamación popular de "¡Viva el rey!" (I Sam. 10:17‑24). Puesto que Israel no tenía capitalidad, se volvió hacia su ciudad nativa de Gabaa en Benjamín.
La amenaza amonita a Jebes de Galaad proporcionó a Saúl la oportunidad de afirmar su jefatura. En respuesta a su llamada nacional, el pueblo acudió en su apoyo, resultando una impresionante victoria sobre los amonitas. En una asamblea de todo Israel en Gilgal, Samuel públicamente proclama a Saúl como rey. Les recordó que Dios había aprobado su deseo. Sobre la base de la historia de Israel, les aseguró la prosperidad nacional, teniendo en cuenta que el rey y todos los ciudadanos obedecerían la ley de Moisés. Este mensaje de Samuel fue divinamente confirmado a los israelitas con una súbita lluvia, un fenómeno ocurrido durante la cosecha del trigo. El pueblo quedó profundamente impresionado y agradeció a Sa­muel por aquella continuada intercesión. Aunque los israelitas habían vuelto a un rey para su gobierno, las palabras de seguridad de Samuel, el profeta que había barrido la marea de apostasía e iniciado un efectivo movimiento profético en su enseñanza y ministerio, les volvió conscientes de su sincero interés por su bienestar: "Lejos sea de mi que pequé yo contra el Señor cesando de rogar por vosotros" (I Sam. 12:23).
El primer rey de Israel
Seúl gozó del entusiástico apoyo de su pueblo, tras una inicial victoria sobre los amonitas en Jebes de Galaad. Es cierto que no todos consideraron su acceso al reinado con la misma satisfacción; pero aquellos contrarios no pudieron soportar su extraordinaria popularidad (I Sam. 10:27; 11:12, 13). Y así, mediante una deliberada desobediencia Saúl pronto arruinó sus 1 oportunidades para obtener el éxito deseado. A causa de las sospechas el odio, sus esfuerzos estuvieron tan mal dirigidos y la fuerza nacional se ­disgregó de tal forma que su reinado acabó en un completo fracaso. 
Saúl fue un guerrero que condujo a su nación a numerosas victorias militares. En el lugar estratégico sobre una colina a tres kms. al norte de Jerusalén, Saúl fortificó Gabaa para contraatacar la superioridad militar de los filisteos. Aprovechando el victorioso ataque hecho por sus hijos Jonatán, Saúl puso en fuga a los filisteos en la batalla de Micmas (I Sam. 13‑14). Entre otras naciones derrotadas por Saúl (I Sam. 14:47‑48) se contaban los amalecitas (I Sam. 15:1‑9).
El éxito inicial del primer rey de Israel, no obscureció su debilidad per­sonal. El rey de Israel tenía una posición única entre los gobernantes con­temporáneos en lo cual, él fue el responsable en conocer el profeta que representaba a Dios. En este respecto, Saúl falló por dos veces. Esperando impacientemente la llegada de Samuel a Gilgal, Saúl mismo ofició el sacrificio (I Sam. 13:8). En su victoria sobre los amalecitas, se entregó a las presiones del pueblo en lugar de ejecutar las instrucciones de Samuel. El profeta le advirtió solemnemente que a Dios no se le complacía mediante sacrificios, que debían ser sustituidos por la obediencia. Con este amargo reproche Samuel dejó al rey Saúl que siguiera sus propios impulsos y decisiones. Mediante su desobediencia, Saúl había perdido el derecho al trono.
La unción de David por Samuel en una ceremonia privada, fue desco­nocida para Saúl. Con la muerte de Goliat, David emerge en el escenario nacional. Cuando fue enviado por su padre a llevar suministros a sus hermanos que servían en el ejército israelita acampado contra los filisteos, oyó las blasfemias y las amenazas de Goliat. David razonó que Dios que le había ayudado a él en matar osos y leones, también sería capaz de matar a su enemigo, quien desafiaba a los ejércitos de Israel. Cuando los filisteos comprobaron que Goliat, el gigante de Gat, había sido muerto, huyeron ante Israel. El reconocimiento nacional de David como héroe fue expresado sub­siguientemente en el dicho popular, "Seúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles" (I Sam. 18:7).
En anteriores ocasiones, David había hecho gala de sus dotes musicales en la corte del rey, para calmar el espíritu turbado de Saúl. Tan grave era el desorden mental del rey, que incluso intentó matar al joven músico. Tras esta heroica hazaña, Saúl no sólo tomó conciencia del reconocimiento de David, posiblemente para premiar a su familia con la exención de tributos, que también le agregó permanentemente a su corte real.
Dejado a sus propios recursos, Saul se hizo sospechoso y extremadamente celoso de David. Con numerosas y sutiles añagazas Saúl intentó suprimir al joven héroe nacional. Expuesto a los tiros de jabalina de Saúl o a los peligros de la batalla, David escapó con éxito de todas las maniobras concebidas para su perdición. Incluso cuando Saúl fue personalmente a Naiot, donde David se había refugiado con Samuel, fue influenciado con el espíritu de los profetas hasta el extremo de que le resultó inútil dañar o capturar a David.
Estando agregado a la corte real, resultó ventajoso para David en varios aspectos. En hazañas militares, se distinguió por sí mismo conduciendo las unidades del ejército de Israel en victoriosos ataques contra los filisteos. En sus relaciones personales con Jonatán, compartió una de las amistades más nobles que se advierten en los tiempos del Antiguo Testamento. Mediante su íntima asociación con el hijo del rey, David estuvo en condiciones de captar los bastardos designios de Saúl más minuciosamente y de esa forma, asegurarse contra cualquier peligro innecesario. Cuando David y Jonatán, comprobaron que había ya llegado el momento para que David huyera, ambos sellaron su amistad mediante una alianza (I Sam 20:11‑23).
David huyó con los filisteos buscando seguridad. Denegado el refugio por Aquis, rey de Gat, fue hacia Adulam donde cuatrocientos compañeros de las tribus se reunieron a su entorno. Estando al cuidado de semejante grupo, procuró hacer los convenientes arreglos para algunas de sus gentes que residían en el país moabita. Entre los consejeros asociados con él, estaba el profeta Gad.
Cuando Saúl oyó que Abimelec, el sacerdote de Nob, había proporcionado suministros a David en ruta hacia los filisteos ordenó su ejecución con ochenta y cinco sacerdotes. Abiatar, el hijo de Abimelec, escapó y se reu­nió con el bando fugitivo de David.
Hacía ya tiempo que Saúl daba rienda suelta a sus maliciosos sentimientos hacia David mediante una abierta persecución. Varias veces David estuvo seriamente en peligro. Tras socorrer la ciudad de Keila de los ataques filisteos, residió allí hasta que fue desalojado por Saúl. Escapando a Zif, seis kms, al sur del Hebrón,, fue traicionado por los zifeos y rodeado por el ejército de Saúl. Un ataque de los filisteos previno a Saúl de capturar esta vez a David. Después, en otra expedición a En‑gadi (I Sam. 24) y finalmente en Haquila, Saúl también fue frustrado en sus esfuerzos para matarle.
David tuvo muchas ocasiones de haber podido matar al rey de Israel En cada ocasión rehusó el hacerlo, teniendo la conciencia y el reconocimiento de que Saúl estaba ungido por Dios. Aunque Saúl solía reconocer tem­poralmente su aberración, pronto volvía a su abierta hostilidad.
Mientras que David y su grupo se hallaba en los desiertos del Patán, rendían servicios a los residentes de aquella zona protegiendo sus propiedades contra los ataques de bandas de ladrones y bandidos. Nabal, un pastor de Maón que pastoreaba sus ovejas cerca del pueblo de Carmelo, ignoró la demanda de David de "protección monetaria". Para encubrir su propia codicia rehusando compartir su riqueza, Nabal protestaba de que David había huido de su amo. Dándose cuenta de que la situación era grave, Abigail, la esposa de Nabal, juiciosamente conjuró la venganza por su apelación personal a David con regalos. Cuando Nabal se recuperó de su intoxicación y comprendió cuán cerca había estado de la venganza a manos de David, quedó tan impresionado que murió diez días después. Como consecuencia, Abigail se convirtió en la esposa de David.
David temía que cualquier día Saúl podría sorprenderle inesperadamente. Para asegurarse a sí mismo y a su grupo de casi seiscientos hombres, además de mujeres y niños, le fue concedido permiso por Aquis para residir en territorio filisteo y en la ciudad de Siclag. Se quedó allí aproximadamente durante el último año y medio del reinado de Saúl. Cerca del fin de este período, David acompañó a los filisteos a Afec para luchar contra Israel. Pero le fue negada su participación. Entonces volvió a Siclag a tiempo de recobrar sus posesiones perdidas en un ataque por sorpresa por los amalecitas.
Los ejércitos de Israel acampados en el monte de Gilboa para luchar contra los filisteos, a quienes había derrotado otras varias veces, se encontraron con que más que el miedo al enemigo era la turbación del rey de Israel quien complicó las cosas por aquel tiempo. Samuel, hacía tiempo ignorado por Saúl, no estaba disponible para una entrevista. Saúl se volvió a Dios pero no hubo respuesta para él, ni en sueños, ni por Urim o por el profeta. Estaba enfermo de verdadero pánico. En su desesperación se volvió hacia los medios espiritualistas que él mismo había barrido en el pasado. Localizando a la mujer en Endor, que tenía un espíritu similar, Saúl preguntó por Samuel. Fuese cual fuese el poder que tenía esta mujer, se hace aparente en lo que se registra en I Sam. 28:3‑25, que la intervención del poder sobrenatural en mostrar al profeta Samuel en forma de espíritu, estaba más allá de su control. A Saúl se le recordó una vez más por Samuel, que a causa de su desobediencia, había perdido el derecho a la legitimidad del reino. En su mensaje a Saúl, el profeta predijo la muerte del rey y de sus tres hijos, lo mismo que la derrota de Israel.
Con el corazón endurecido y el pensamiento de tales trágicos acontecimientos que habían de caer sobre él, Saúl volvió al campamento aquella funesta noche. En el curso de la batalla en la llanura de Jezreel, las fuerzas israelitas fueron derrotadas, retirándose a monte Gilboa. Durante la perse­cución, los filisteos tomaron la vida de los tres hijos del rey. El propio Saúl fue herido por arqueros enemigos. Para evitar un bestial tratamiento a manos del enemigo, se clavó contra su espada, acabando así su vida. Los filisteos vencieron con una victoria definitiva, ganando el indisputable con­trol del fértil valle desde la costa del río Jordán. Ocuparon también muchas ciudades de donde los israelitas se vieron forzados a huir. Los cuerpos de Saúl y sus hijos fueron mutilados y colgados en la fortaleza filistea de Betsán, pero los ciudadanos de Jabes de Galaad los rescataron para su ente­rramiento. Más tarde, David hizo lo necesario para transferir los restos a la propiedad de la familia de Saúl en Zela, en la tribu de Benjamín (II Sam. 21:14).
Ciertamente trágica fue la terminación del reinado de Saúl como primer rey de Israel. Aunque elegido por Dios y ungido por la oración por el profeta Samuel, fracasó en poner en práctica aquella obediencia que era esencial en el sagrado y único principio de fe que Dios le permitió: el ser "príncipe sobre su pueblo."

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Capítulo VIII
Unión de Israel bajo David y Salomón 

La edad de oro de David y Salomón, no tuvo repetición en los tiempos del Antiguo Testamento. La expansión territorial y los ideales religiosos, como fueron imaginados por Moisés, fueron realizados en un grado máximo que antes o después de la historia de Israel. En los siglos siguientes, las esperanzas proféticas para la restauración de la fortuna de Israel, repetidamente se refiere al reino de David, como ideal supremo.
La unión davídica y expansión
Los esfuerzos políticos de David fueron marcados con el sello del éxito. En menos de una década tras la muerte de Saúl, todo Israel acudía en apoyo de David, que había comenzado su reinado con sólo el pequeño reino de Judá. Mediante éxitos militares y amistosas alianzas, pronto controló el territorio existente entre el río de Egipto y el golfo de Acaba hasta la costa fenicia y la tierra de Hamat. El respecto internacional y el reconocimiento que David ganó para Israel no fue desafiado por poderes foráneos hasta el final de los últimos años de Salomón.
El nuevo rey también se distinguió como caudillo religioso. Aunque denegado el privilegio de construir el templo, él hizo las más elaboradas provisiones para su erección bajo su hijo Salomón. Con el caudillaje real de David, los sacerdotes y levitas fueron extensamente organizados para la efectiva participación en las actividades religiosas de la totalidad de la nación.
El segundo libro de Samuel detalla y explica el reino de David con gran minuciosidad. Una larga sección (11-20) suministra el relato exclusivo del pecado, el crimen y la rebelión en la familia real. La transferencia del reinado a Salomón y la muerte de David, están relatadas en los primeros capítulos del primer libro de Reyes. El primer libro de Crónicas también hace referencia al período davídico y representa una unidad independiente, enfocando la atención sobre David como el primer gobernante en una continuada dinastía. Por vía de introducción al establecimiento del trono de David, el cronista traza el fondo genealógico de las doce tribus sobre las cuales gobernaba David. Saúl no está sino muy brevemente mencionado, tras lo cual David se presentaba como rey de Israel. La organización de Israel políticamente lo mismo que en el aspecto religioso está más elaborada dada la supremacía de David sobre las naciones circundantes y recibe un mayor énfasis. Antes de concluir con la muerte de David, los últimos ocho capítulos en este libro dan una extensa descripción de su preparación para la construcción del templo. En consecuencia I Crónicas es un valioso complemento para lo registrado en II Samuel.
El bosquejo del reinado de David en este capítulo, representa un arreglo cronológico sugerido de los acontecimientos conforme están registrados en II Samuel y I Crónicas:
El rey de Judá 
Nacido en tiempos turbulentos, David estuvo sujeto a un rudo período de entrenamiento para el reinado de Israel. Fue requerido por el rey para el servicio militar tras haber matado a Goliat y ganado una experiencia inapreciable en hazañas militares contra los filisteos. Tras que fue forzado a dejar la corte, condujo a un grupo fugitivo y se congració a sí mismo con los terratenientes y dueños de grandes rebaños en la parte meridional de Israel, proporcionándoles un efectivo servicio. Al propio tiempo, negoció con éxito diplomático las relaciones con los filisteos y moabitas, mientras que se hallaba considerado en Israel como un individuo al margen de la ley.
David estuvo en la tierra de los filisteos cuando el ejército de Saúl fue decisivamente derrotado en monte Gilboa. Muy poco después de que David rescatase a sus esposas y recobrase el botín que había sido tomado por los asaltantes amalecitas, un mensajero le informó de los desgraciados acontecimientos que habían tenido lugar en Israel. Sobrecogido por el dolor, David dio un inmortal tributo a Saúl y a Jonatán en una de las más grandes elegías que existen en el Antiguo Testamento. No solo Israel había perdido a su rey sino que David había perdido a su más íntimo amigo de siempre, a Jonatán. Cuando el portador de las noticias, un amalecita, reclamó una recompensa por la muerte de Saúl, David ordenó su ejecución por haber tocado al ungido de Dios.
Tras de hallarse cierto de la aprobación de Dios, David volvió a la tierra de Israel. En Hebrón, los jefes de su propia tribu (Judá) le un gierony reconocieron como a su rey. David era bien conocido en todos los clanes de la zona, habiendo protegido los intereses de los propietarios de tierras y compartido con ellos el botín obtenido al atacar a sus enemigos (I Sam. 30:26-31). Como rey de Judá, David envió un mensaje de felicitación a los hombres de Jabes por dar al rey Saúl un respetable enterramiento. No hay duda de que este amistoso y gentil gesto tenía también implicaciones políticas, en lo que David se sentía necesitado para procurarse toda clase de apoyo.
Israel estuvo en muy serias dificultades cuando acabó el reinado de Saúl. La capital en Gabaa, o experimentó la destrucción o gradualmente fue cayendo hasta convertirse en ruinas. Eventualmente, Abner el jefe del ejército israelita estuvo en condiciones de restaurar lo bastante el orden para tener a Isboset (Isbaal) ungido como rey. La coronación tuvo lugar en Galaad, ya que los filisteos tenían el control sobre la tierra situada al oeste del Jordán. Puesto que el hijo de Saúl reinaba sobre las tribus del norte sólo por dos años (II Sam. 210) durante los siete años y medio que David reinó sobre Hebrón, aparece que el problema de los filisteos demoró el acceso del nuevo rey por aproximadamente cinco años.
Es así como el pueblo de Judá abogó por su alianza con David, mientrasque el resto de los israelitas permanecía leal a la dinastía de Saúl, bajo el liderazgo de Abner e Isboset. El resultado fue que prevaleciese la Guerra civil. Tras ser severamente reprobado por Isboset, Abner apeló a David y le ofreció el apoyo de Israel, en su totalidad. De acuerdo con la petición de David, Mical, la hija de Saúl, le fue devuelta como esposa. Aquello tuvo lugar bajo la supervisión de Abner con el consentimiento de Isboset. De esto quedó patente públicamente que David no sostenía ninguna animosidad hacia la dinastía de Saúl. El propio Abner fue a Hebrón donde prometió a David la lealtad de su pueblo. Tras esta alianza y una vez completada, Abner fue muerto por Joab en lucha civil. La muerte de Abner dejó a Israel sin un fuerte y poderoso caudillo militar. Hacía tiempo ya que Isboset había sido asesinado por dos hombres procedentes de la tribu de Benjamín. Cuando los asesinos aparecieron ante David, fueron inmediatamente ejecutados. Desaprobaba así la muerte de una persona justa. Sin malicia ni venganza, David ganó el reconocimiento de todo Israel, mientras que la dinastía de Saúl fue eliminada del poder político.
Jerusalén—la capital nacional 
No hay indicación de que los filisteos interfirieran con la ascendencia de David como rey en Hebrón. Es posible que ellos le considerasen como a un vasallo, en tanto que el resto de Israel, revuelto por la guerra civil, no ofrecía resistencia unificada.
Pero se alarmaron seriamente cuando David ganó la aceptación de la totalidad de la nación. Un ataque filisteo (II Sam. 5:17-25 I Crón. 14:8-17) tuvo lugar muy verosímilmente antes de la conquista y ocupación de Sión. David les derrotó por dos veces, previniendo así su interferencia en la unificación de Israel bajo el nuevo rey. Sin duda, la amenaza filistea en sí misma tuvo un efecto unificador sobre Israel.
Buscando un lugar central para la capital del reino unido de Israel, David se volvió hacia Jerusalén. Era un lugar estratégico y menos vulnerable para ser atacado. Como una fortaleza cananea ocupada por los jebuseos, había resistido con éxito la conquista y la ocupación por los israelitas.
En los registros egipcios ya por el 1900 a. C. esta ciudad ya se conocía como Jerusalén. Cuando David invitó a sus hombres a conquistar la ciudad y ex pulsar a los jebuseos, Joab aceptó y fue recompensado con el nombramiento de jefe de los ejércitos de Israel. Con la ocupación de la fortaleza por David, se hizo conocida como "la Ciudad de David" (I Crón. 11:7). En el período davídico, Jerusalén ocupaba la cima de una colina directamente al sur del área del templo a una elevación aproximada de 762 mts. sobre el nivel del mar.El lugar era conocido más particularmente como Ofel. A lo largo de la orilla oriental estaba el valle de Cedrón, reuniéndose hacia el sur con el valle de Hinom, que se extendía hacia el oeste. Separándolo de una elevación occidental, que en tiempos modernos es llamado monte Sión, estaba el valle Tiropoeon. De acuerdo con Josefo, existía un valle en la parte norte, separando Ofel del lugar ocupado por el templo. Aparentemente esta zona Ofel-Sión era de una elevación mayor que el lugar del templo en la época de la conquista de David. En el siglo II a. C. sin embargo, los macabeos allanaron la colina arrojando los escombros de la ciudad davídica en el valle existente debajo. Como resultado, los arqueólogos han sido incapaces de eslabonar debidamente cualquier objeto procedente del reinado de David.
Cuando David asumió el reinado sobre las doce tribus, eligió a Jerusalén como su capital política. Durante sus días como un fuera de la ley, había estado seguido por cientos de hombres. Tales hombres fueron bien organizados bajo su mando en Siclag y más tarde en Hebrón (I Crón. 11:10-12:22). Aquellos hombres se habían distinguido en hazañas militares de tal forma, que fueron nombrados príncipes y jefes. Cuando Israel apoyó a David, la organización fue agrandada para incluir a la totalidad de la nación, con Jerusalén como centro (I Crón. 12:23-40). Mediante contrato con los fenicios, fue construido un magnífico palacio para David como rev (II Sam. 5:11-22).
Al propio tiempo, Jerusalén se convirtió en el centro religioso de toda a nación (I Crón. 13:1-17:27 y II Sam. 6:1-7:29). Cuando David intentó llevar el arca de Dios desde el hogar de Abinadab en Quiriat-jearim por medio de un carro en lugar de ser llevada por los sacerdotes (Núm. 4), Uza fue muerto repentinamente. En lugar de llevar el arca a Jerusalén, David la dejó en el hogar de Obed-edom en Gabaa. Cuando sintió que el Señor estaba bendiciendo su casa, David transfirió inmediatamente el objeto sagrado a Jerusalén para ser alojada en una tienda o tabernáculo, y un culto apropiado se restauró entonces para Israel a escala nacional.
Con el renovado interés en la religión de Israel, David se volvió deseoso de construir un local permanente para el culto. Cuando compartió su plan con Natán, el profeta, encontró su inmediata aprobación. A la noche siguiente, sin embargo, Dios comisionó a Natán para informar al rey que la construcción del templo quedaría pospuesta hasta que el hijo de David fuese establecido en su trono. Aquello fue una seguridad divina para David, de que su hijo le sucedería y que él no estaría sujeto a un hado tan fatal como le había sucedido al rey Saúl. La magnitud de esta promesa para David, no obstante, se extiende mucho más allá del tiempo y del alcance del reinado de Salomón. La semilla de David incluía más que a Salomón, puesto que la orden divina claramente establecía que el trono de David quedaba establecido para siempre. Incluso si la iniquidad y el pecado prevaleciese en la posteridad de David, Dios temporalmente juzgaría y castigaría, pero no haría perder el derecho a la promesa ni retiraría su merced indefinidamente.
Ningún reinado terrestre o dinastía ha tenido jamás una duración eterna, tales como el cielo y la tierra. Tampoco la tuvo el reinado terrenal del trono de David, sin eslabonar su linaje con Jesús, quien específicamente está identificado en el Nuevo Testamento como el hijo de David. Esta seguridad, dada a David mediante el profeta Natán, constituye otro eslabón en la serie de promesas mesiánicas dadas en los tiempos del Antiguo Testamento. Dios iba desenvolviendo gradualmente el compromiso inicial de que la última victoria llegaría a través de la semilla de la mujer (Gen. 3:15). Una revelación completa del Mesías y su reinado eterno, se da por los profetas en siglos subsiguientes.
¿Por qué se le negó a David el privilegio de construir el templo? En los años de su reinado, él llegó a la comprobación de que había sido comisionado como un hombre de estado y un caudillo militar para establecer el reino Israel (I Crón. 28:3; 22:8). Mientras que el reinado de David estuvo caracterizado por una situación de estado de guerra, Salomón gozó de un extenso período de paz. Tal vez la paz prevaleciese por el tiempo en que David expresó su intención de construir el templo, pero no hay forma de discernir con certeza en la Escritura cómo las guerras relatadas están relacionadas cronológicamente a este mensaje dado por Natán. Posiblemente, hasta que llegase el fin del reinado de David, se tuviera en cuenta que los días de Salomón eran una mejor oportunidad para la construcción del templo.
Prosperidad y supremacía 
La expansión del gobierno de David desde la zona tribal de Judá a un vasto imperio, extendiendo sus dominios desde Egipto a las regiones del Eufrates, recibe escasa atención en la Biblia. Y con todo, este hecho registrado es de básica importancia históricamente, puesto que Israel era la nación de primera fila en Creciente Fértil a comienzos del siglo X a. C. Afortunadamente, las excavaciones arqueológicas han proporcionado informaciones complementarias.
David fue inmediatamente desafiado por los filisteos cuando fue reconocido como rey de todo Israel (II Sam. 5:17-25). Les derrotó dos veces, pero en un largo período de tiempo es completamente verosímil que hubiese frecuentes batallas antes de reducirlos a un estado tributario y sometido. La captura de un jefe de sus ciudades, Gat, y la muerte de los gigantes filisteos (II Sam. 8:1, y 21:15-22), no son más que ejemplos y muestras de encuentros en este período crucial en que Israel ganó su hegemonía.
Bet-sán fue conquistada durante este período. En Debir y Bet-semes, murallas con casamatas sugieren que David construyó una línea de defensa contra los filisteos. Las observaciones de que los filisteos tenían el monopo­lio del hierro en los días de Samuel (I Sam. 3:19-20) y de que David lo utilizaba libremente cerca del fin de su reinado (1 Crón. 22:3), sugieren que pudo haberse escrito un largo capítulo en la revolución económica de Israel. El período de proscripción y la residencia de los filisteos no solo proporcionaron a David la preparación para el caudillaje militar, sino que indudablemente le dieron un conocimiento de primera mano con la fórmula y los métodos utilizados por los filisteos en la producción de armamento. Tal vez muchos de los planes para la expansión económica y militar fueron hechos mientras David estaba en Hebrón pero realmente ejecutados después de que Jerusalén fue convertida en capital. Los filisteos tenían razón en estar alarmados cuando la desolada y derrotada. Israel fue unificada bajo la égida de David.
La conquista y la ocupación de Edom tuvo una gran importancia estratégica. Dio a David una valiosa fuente de recursos naturales. El desierto árabe, que se extiende hacia el sur del mar Muerto y hasta el golfo de Acaba, era rico en hierro y cobre necesitado para romper el monopolio filisteo. Para estar seguros de que estos suministros no sufrirían peligro, los israelitas establecieron guarniciones por todo Edom (II Sam. 8:14).
Aparentemente, Israel tuvo poca interferencia procedente de Moab y los amalecitas en aquella época. Estaban incluidos entre los estados tributarios que enviaban plata y oro a David.
Hacia el nordeste, el resurgir del poder de David, expandiendo el estado de Israel, fue desafiado por las tribus amonitas y arameas. Las primeras se habían establecido desde Carquemis sobre el Eufrates hasta los límites orientales de Palestina. Ya eran considerados como enemigos en los días de Saúl (I Sam. 14:47). Cuando David estuvo considerado como un hombre fuera de la ley, al menos uno de aquellos estados árameos tuvo que haber sido amigo de él, puesto que Talmai, el rey de Gesur, le había dado a su hija Maaca como esposa (II Sam. 3:3). Luego que David derrotase a los filisteos y concluido un tratado con los fenicios, los árameos temieron el resurgir del poder de Israel. La expansión de Israel puso en peligro sus riquezas y desafiaba su control de las fértiles llanuras y su gran comercio. Tras la vergonzosa recepción y tratamiento de los mensajeros de buena voluntad enviados por David, los amonitas inmediatamente implicaron a los árameos en su oposición a Israel, pero sus fuerzas combinadas fueron esparcidas por las tropas de David.
Más tarde, la ciudad de Raba en Amón fue capturada por los israelitas (I Crón. 20:1). Las fuerzas arameas entonces se organizaron bajo Hadad-ezer que empleó y reunió fuerzas desde tan lejos como Aram-Naharaim o Mesopotamia (I Crón. 19:6). Esta vez las fuerzas israelitas avanzaron hacia Elam, derrotando su fuerte coalición. Aquello expandió la condenación para la alianza amonita.
Subsiguiente a esto, David atacó a Hadad-ezer una vez más cuando los sirios se hallaban al alcance del Eufrates para reclamar el territorio bajo control asirlo (II Sam. 8:3). Damasco, que estaba tan íntimamente aliada con Haded-ezer (I Crón. 18:3-8), cayó bajo el control de David, añadiendo así otra victoria para los israelitas. Sus guarniciones ocuparon la ciudad, colocándola bajo un fuerte tributo, y Hadad-ezer concedió grandes cantidades de oro y bronce a David. La dominación de los estados árameos de Hamat, sobre el Orontes, añadió grandemente muchos más recursos que enriquecieron a Israel. La administración de Damasco por parte de los israelitas, no fue desafiada hasta los años pióximos al reinado de David.
En los días de la expansión nacional, las provisiones hechas por Mefiboset ilustran la magnánima actitud de David hacia los descendientes de su predecesor (II Sam. 9:1-13). Cuando David supo la desgracia que se había abatido sobre el hijo de Jonatán. Mefiboset, le concedió una pensión procedente de su tesoro real. Al inválido le fue entregado un hogar en Jerusalén y colocado bajo el cuidado del sirviente Siba.
Mefiboset recibió especial consideración en una crisis subsiguiente (II Sam. 21:1-14), cuando el hambre se produjo en la tierra de Israel. Dios reveló a David que el hambre era un juicio por el terrible crimen de Saúl de atentar con el exterminio de los gabaonitas con quien Josué había hecho una alianza (Jos. 9:3 ss.). Dándose cuenta de que aquello sólo podía ser expiado (Núm. 35:31), David permitió que los gabaonitas ejecutaran a siete de los descendientes de Saúl. Mefiboset, sin embargo, fue excluido. Cuando David fue informado del luto de Rizpa, una concubina de Saúl tomó las medidas necesarias para el adecuado enterramiento de los restos de aquellas víctimas en el sepulcro familiar de Benjamín. Los restos de Saúl y Jonatán también fueron trasladados a dicho lugar. Con aquello, el hambre tocó a su fin.
Como rey del imperio israelita, David no falló en reconocer que Dios había sido el único que garantizó las victorias militares de Israel y el autor de su prosperidad material. En un salmo de acción de gracias (II Sam. 22:1-51), David expresa su alabanza al Dios Omnipotente por la liberación de los enemigos de Israel, al igual que para las naciones paganas. Este Salmo también se cita el capítulo 18 del libro de los Salmos. Ello representa un ejemplo de muchos de los que él compuso en varias ocasiones durante su azarosa carrera de muchacho pastor, sirviente de la corte real, proscrito de Israel, y finalmente como el arquitecto y constructor del gran imperio de Israel.
El pecado en la familia real
Las imperfecciones en el carácter de un miembro de la familia real, no están minimizadas en la Sagrada Escritura. Un rey de Israel que cayó en el pecado no podía escapar a los juicios de Dios. Al mismo tiempo, David, como pecador, arrepentido, reconoció su iniquidad y de esta forma se calificó como un hombre que agradaba a Dios (I Sam. 13:14).
David practicaba la poligamia (II Sam. 3:2-5; 11:27) y aunque esto está definitivamente prohibido en la más amplia revelación del Nuevo Testamento, era tolerado en el Antiguo y en su tiempo, a causa de la dureza de corazón de Israel. La poligamia estaba igualmente practicada por todas las naciones circundantes. Un harén en la corte era una cosa aceptada. Aunque advertido de la multiplicidad de esposas en la ley de Moisés (Deut. 17:17), David se hizo con varias. Algunos de aquellos matrimonios tenían, indudablemente implicaciones de tipo político, tal como por ejemplo el casamiento con Mical, la hija de Saúl y con Maaca, la hija de Talmai, rey de Gesur. Como otros, David tuvo que sufrir las consecuencias de los crímenes de incesto, asesinato y rebelión llevados a cabo en la vida de su familia.
El pecado de asesinato y adulterio de David constituía un crimen perfecto desde el punto de vista humano. Se produjeron en los días de los éxitos militares y la expansión del imperio. Los filisteos ya habían sido derrotados y la coalición aramea-amonita había sido rota el año anterior. Mientras David permaneció en Jerusalén, los ejércitos israelitas, bajo el mando de Joab, fueron enviados a conquistar la ciudad amonita de Raba. Siendo seducido por Betsabé, David cometió adulterio. El sabía que ella era la esposa de Urías, el heteo; un mercenario leal del ejército de Israel. El rey envió a Unas al frente de batalla y después mandó llamarlo ordenando a Joab su vuelta mediante una carta arreglando las cosas para que fuese muerto por el enemigo. Cuando llegaron a Jerusalén los informes de que Urías había muerto en la batalla contra los amonitas, David se casó con Betsabé. Tal vez los hechos que dieron lugar al repugnante crimen de David quedaran en el secreto, ya que una baja en la línea del frente de batalla, era algo común, y corriente. Incluso si ello fue conocido por Joab ¿quién era el que reprobaba o desafiaba al poder del rey?
Aunque David no era responsable ante nadie en su reino, falló en no darse cuenta de que este "crimen perfecto" era conocido por Dios. En una nación pagana, una acción criminal de adulterio y muerte pudo haber pasado ignorada; pero aquello no podía ocurrir en Israel, donde un rey sostenía su posición de realeza mediante una fe sagrada. Cuando Natán describe el crimen de David en la dramática historia del hombre rico que toma ventaja de su pobre sirviente, David se enfureció protestando de que semejante hecho pudiera ocurrir en su reino. Natán claramente declaró que David era el hombre culpable de asesinato y adulterio. Afortunadamente para Natán, el rey se arrepintió. Las crisis espirituales de David encuentran su expresión en la poesía (Salmos 32 y 51). Se le concedió perdón, pero las consecuencias fueron ciertamente graves en lo doméstico (II Sam. 12:11).
La inmoralidad y el crimen dentro de la familia, prorito envolvieron a David en una lucha civil y una rebelión. La falta de disciplina de David y su autolimitación fueron un pobre ejemplo para sus hijos. La conducta inmoral de Amnón con su hermanastra, resultó en su asesinato por Absalón, otro hijo de David. Naturalmente, Absalón incurrió en el disfavor de su padre. Como consecuencia, halló su única salida en salir de Jerusalén, refugiándose con Talmai, su abuelo, en Gesur. Allí permaneció durante tres años.
Entre tanto, estaba buscando una reconciliación entre David y Absalón. Empleando una mujer de Tecoa (II Sam. 14), Joab obtuvo la autorización del rey para que Absalón volviese a Jerusalén, con el bien entendido de que no podría aparecer más por la corte real. Después de dos años, Absalón, finalmente, recibió permiso para ir a la presencia de su padre. Habiendo vuelto a ganar el favor del rey, se aseguró para sí una guardia real de cincuenta hombres con caballos y carros de combate. Durante cuatro años, el hermoso Absalón fue activo con exceso en las relaciones públicas a las puertas de Jerusalén, venciendo y ganando el favor y la aprobación de los israelitas. Pretendiendo dar cumplimiento a un voto, se aseguró el obtener permiso del rey para marcharse a Hebrón.
La rebelión que Absalón estableció en Hebrón, fue una completa sor­presa para David. Espías fueron enviados por toda la tierra de Israel para proclamar que Absalón sería rey al son de las trompetas. Muy verosímilmente, muchas de las gentes que habían sido impresionadas por Absalón, llegaron a la conclusión de que, como hijo de David, iba a hacerse dueño del reino. A cualquier precio, eran muchos los que apoyaban a Absalón, incluido Ahitofel, consejero del rey David. Las fuerzas rebeldes, conducidas por Absalón, marcharon sobre Jerusalén y David, que no estaba preparado para resistir, huyó a Mahanaim, más allá del Jordán. Husai, un amigo devoto y consejero, siguió el consejo de David y permaneció en Jerusalén para contrarrestar el consejo de Ahitofel. Este último, que pudo haber planeado la totalidad de la rebelión y ofrecido su apoyo a Absalón desde el principio, aconsejó que le permitiese perseguir a David inmediatamente, antes de que se pudiera organizar una oposición. Pero Absalón solicitó consejo de Husai, quien le persuadió de posponer semejante persecución, ganando así un tiempo precioso que necesitaba David para organizar sus fuerzas. Habiéndose convertido en un traidor, y comprobando que David sería res­tablecido en el trono, Ahitofel se ahorcó.
David fue un brillante militar. Preparó sus fuerzas para la batalla y pronto puso en fuga los ejércitos de Absalón. Joab, contrariamente a las órdenes de David, mató a Absalón mientras perseguía al enemigo. David, habiendo perdido el sentido de la prioridad, llevó a cabo el luto por su hijo en lugar de celebrar la victoria. Este turno en los acontecimientos dieron por resultado que Joab se encarase con el rey por descuidar el bienestar de los israelitas quienes le habían prestado su más leal apoyo.
Con Absalón fuera de combate, el pueblo volvió de nuevo hacia David acatando su jefatura. La tribu de Judá, que había apoyado la rebelión del hijo rebelde de David, fue el último grupo en volver hacia él tras haber hecho una rápida concesión de sustituir Amasa por Joab.
Cuando David volvió a la capital, otra rebelión surgió como consecuencia de la confusión reinante. Seba, un benjaminita, tomando como base de que Judá había traído de nuevo a David a Jerusalén, fustigó la oposición contra él. Amasa fue comisionado para suprimir la rebelión. En subsiguientes acontecimientos, Joab mató a Amasa y después condujo la persecución de Seba, quien, fue decapitado en la frontera asiría por el pueblo de Abel-bet-maaca. Joab hizo sonar la trompeta, retornó a Jerusalén y continuó sirviendo como comandante del ejército bajo David.
A través de casi una década del reinado de David, las solemnes palabras pronunciadas por Natán fueron realmente cumplidas. Comenzando con la inmoralidad de Amnón y continuando con la supresión de la rebelión de Seba, el mal había fermentado en la propia casa de David.
Pasado y futuro 
Un Proyecto favorito de David, durante los últimos años de su vida, fue el hacer los preparativos para la construcción del Templo. Planes muy elaborados y arreglos dispuestos en sus más mínimos detalles, fueron cuidadosamente llevados a cabo en la adquisición de los materiales de construcción. El reino estaba bien organizado para el eficiente uso del trabajo local y extranjero. David incluso perfiló los detalles para el culto religioso en la estructura propuesta.
La organización militar y civil del reino se desarrolló gradualmente, durante todo el reinado de David, conforme el imperio se expandía. La pauta básica de organización utilizada por David pudo haber sido similar a la practicada por los egipcios. El registrador o cronista estaba al cuidado de los archivos, y como tal, tenía la muy importante posición de ser el hombre de relaciones públicas entre el rey y sus oficiales. El escriba o secretario, era el responsable de la correspondencia propia o extraña, teniendo grandes conocimientos en cuestiones diplomáticas. En un período avanzado del reinado de David (II Sam. 20:23-25), un, oficial adicional estaba a cargo de los trabajos forzados. Muy verosímilmente, otros oficiales de alta categoría estaban agregados al gobierno, conforme se multiplicaban las responsabilidades. Las cuestiones de la judicatura parecen ser que eran manejadas por el propio rey (II Sam. 14:4-17; 15:1-6).
El comandante en jefe de las fuerzas militares era Joab. Hombre sobresaliente en capacidad y condiciones de caudillaje, no solamente era responsable de las victorias militares, sino que ejercía considerable influencia sobre el propio David. Una unidad de tropas extranjeras o mercenarias, compuesta por cereteos y péleteos bajo el mando de Benaia, pudo haber sido el ejército de David. El rey también tenía un consejero privado. Ahitofel había servido en este puesto hasta que apoyó a Absalón con motivo de la rebelión de este último. Los hombres poderosos que se habían agregado a David antes de que se convirtiese en rey, estaban entonces conceptuados como formando un Consejo o Legión de honor (I Crón. 11:10-47; II Sam. 23:8-39). Cuando David organizó su reino con Jerusalén como capital se hallaban treinta hombres en este grupo. Con el tiempo, se fue agrandando la cantidad y el rango de los hombres que se distinguieron por hechos heroicos. De este selecto grupo de héroes, fueron elegidos doce hombres para estar a cargo del ejército nacional, consistente en doce unidades (I Crón. 27:1-24). Por todo el reino, David nombró supervisores de las granjas, los cultivos y los ganados (I Crón. 27:25-31).
El censo militar de Israel y las punitivas consecuencias para el rey y su pueblo están detalladamente relatadas en los elaborados planes de David para la construcción del Templo. La razón para el divino castigo sobre David, al igual que para la totalidad de la nación, no se establece explícitamente. El rey ordenó que se hiciera el censo. Joab protestó pero fue ignorado al respecto (II Sam. 24). En menos de diez meses, completó el censo de Israel con la excepción de las tribus de Levi y Benjamín. La fuerza militar de Israel era de aproximadamente de un millón y medio lo que sugiere una población total de cinco o seis millones de personas.
David se hallaba firmemente consciente del hecho de que había pecado al hacer su censo. Puesto que ambos relatos preceden a este incidente con una lista de héroes militares, el censo pudo haber sido motivado por orgullo y una seguridad y confianza sobre la fuerza militar de Israel en sus logros nacionales. Al mismo tiempo, el estado de la mente de David al imponer este censo, fue considerado como un juicio sobre Israel (II Sam. 24:1; y I Crón. 21:1). Tal vez Israel fuese castigado por las rebeliones bajo Absalón y Seba durante el reinado de David.
David, arrepentido de su pecado, fue informado mediante Gad, el profeta, que podía elegir uno de los siguientes castigos: el hambre por tres años, un período de tres meses de reveses militares o una peste de tres días. David se resignó a sí mismo y a su nación a la misericordia de Dios, eligiendo lo último. La peste duró un día, pero murieron 70.000 personas en todo Israel. Mientras tanto, David y los ancianos, vestidos con ropas de saco, reconocieron al ángel del Señor en el lugar de la era, al norte de Jerusalén sobre el monte Morían. Reconociendo que era el ángel destructor, David ofreció una plegaria intercesoria por su pueblo. Mediante instrucciones dadas por Gad, David compró a Omán, el jebuseo, la era. Mientras ofrecía el sacrificio ante Dios, David era consciente de la divina respuesta, cuando cesó la peste, terminando así el juicio sobre su pueblo. El ángel destructor desapareció y Jerusalén fue salvada.
David quedó tan impresionado, que determinó hacer de la era el lugar para el altar de los holocaustos. Allí tenía que ser erigido el templo. Pudo muy bien haber sido el mismo lugar donde Abraham, casi un milenio antes, se prestó a sacrificar a su hijo Isaac, e igualmente tuvo la revelación y la aprobación divinas.
Aunque el monte de Moríah estaba al exterior de la ciudad de Sión (Jerusalén) en tiempo de David, Salomón lo incluyó en la ciudad capital del reino. David había traído previamente el arca a Jerusalén, alojándola dentro de una tienda. El altar del holocausto y el tabernáculo construido bajo la supervisión de Moisés fueron puestos en Gabaón, en un lugar alto a ocho kms. al noroeste de Jerusalén. Puesto que a David le fue denegado el privilegio de construir realmente el templo, es muy vero­símil que no se hubieran desarrollado planes previamente, como la colocación del santuario central. Mediante la teofanía de la era, David llegó a la conclusión de que aquel era el lugar donde tendría que ser cons­truida la casa de Dios.
David reflexionó sobre el hecho de que había sido un hombre sangriento y guerrero. Puede que entonces comprobase que de haber intentado construir el templo, todo se habría quedado parado por una guerra civil, que con tanta frecuencia se encendía en su reinado. Los siete años y medio en Hebrón había sido un período de preparación. Durante la próxima década, Jerusalén quedó establecida como la capital nacional, mientras que la nación esta­ba siendo unificada en la conquista de las naciones circundantes. Es muy Posible que Salomón naciese durante aquella época. Tuvo que haber sido hacia el fin de la segunda década del reinado de David, cuando Absalón asesinó a Amnón, puesto que Absalón nació mientras que David se enconaba en Hebrón. Las dificultades domésticas, que acabaron con la rebelión de Absalón, duraron casi diez años y probablemente coincidieron con la tercera década del reino de David. Cuando David hubo establecido con éxito la supremacía militar de Israel y organizado la nación, parece que había llegado la hora de concentrarse en los preparativos para la construcción del templo.
Con el monte Moríah como lugar de erección, David imaginó la casa del Señor construida bajo Salomón, su hijo. Hizo un censo de los extranjeros en el país e inmediatamente les organizó para trabajar la piedra, el metal y la madera. Anteriormente, y en su reinado, David ya había tratado con el pueblo de Tiro y Sidón para construir su palacio en Jerusalén (II Sam. 5:11). Los cedros para el proyecto del edificio fueron suministrados por Hiram, rey de Tiro. Salomón recibió el encargo de acatar la responsabilidad de obedecer la ley como había sido promulgada a través de Moisés. Como rey de Israel, contaba con Dios y si era obediente, gozaría de sus bendiciones.
En una asamblea pública, David encargó a los príncipes y a los sacerdotes de reconocer a Salomón, como su sucesor. Entonces, procedió a bosquejar cuidadosamente los servicios del templo. Los 38.000 levitas fueron organizados en unidades y asignados al ministerio regular del templo. Pequeñas unidades recibieron la responsabilidad de guardadores de las puertas y los músicos todo lo concerniente a la música vocal e instrumental. Otros levitas fueron asignados como tesoreros para cuidar los lujosos regalos dedicados por los príncipes israelitas, procedentes de toda la nación (I Crón. 26:20 ss). Aquellas donaciones eran esenciales para la ejecución de los planes cuidadosamente hechos para el templo (I Crón. 28:11-29:9). La realización se colocaba así bajo el glorioso reinado de Salomón.
Las últimas palabras de David (II Sam 23:1-7) revelan la grandeza del héroe más honrado de Israel. Otro canto (II Sam. 22), expresando su acción de gracias y alabanza por toda una vida repleta de grandes victorias y liberaciones, pudo haber sido compuesto en el último año de su vida e íntimamente asociado con este poema. Aquí, él habla proféticamente respecto de la eterna duración de su reino. Dios le había hablado, afirmando una alianza eterna. Este testimonio por David habría constituido un apropiado epitafio para su tumba.
La era dorada de Salomón
La paz y la prosperidad caracterizaron el reino de Salomón. David había establecido el reinado; ahora Salomón iba a recoger los beneficios de los trabajos de su padre.
El relato de esta era está brevemente dado en I Reyes 1:1-11:43 y II Crón. 1:1-9:31. El punto focal en ambos libros es la construcción y dedicación del templo, que recibe mucha más consideración que cualquier otro aspecto del reinado de Salomón. Otros proyectos, el comercio y los negocios, el progreso industrial y la sabia administración del reinado, están sólo brevemente mencionados. Muchas de esas actividades, escasamente mencionadas en los registros de la Biblia, han sido iluminados a través de excavaciones arqueológicas durante las pasadas tres décadas. Excepto por lo que respecta a la construcción del templo, que se asigna a la primera década del reinado, y la construcción de su palacio, que fue completado trece años más tarde, hay poca información que pudiera utilizarse como base para un análisis cronológico del reinado de Salomón.
Establecimiento del trono
El acceso de Salomón al trono de su padre, no fue sin oposición. Puesto que Salomón no había sido públicamente coronado, Adonías concibió ambiciones para suceder a David. En cierto sentido, estaba justificado. Amnón y Absalón habían sido muertos. Quileab, el tercer hijo mayor de David, aparentemente había muerto también, ya que no es mencionado, y Adonías se hallaba el próximo en la línea sucesoria. Por otra parte, la debilidad inherente a David en sus problemas domésticos, era evidente en la falta de disciplina de su familia (I Reyes 1:6). Evidentemente, Adonías no había sido enseñado a respetar el hecho divinamente revelado de que Salomón tenía que ser el heredero del trono de David (II Sam. 7:12; I Reyes 1:17). Siguiendo la pauta de Absalón, su hermano, Adonías se apropió de una escolta de cincuenta hombres con, caballos y carros de guerra, y pidió el apoyo de Joab invitando a Abiaíar, el sacerdote de Jerusalén, para proceder a ser ungido como rey. Este suceso tuvo lugar en los jardines reales de En-rogel, al sur de Jerusalén. Conspicuamente ausentes en aquella reunión de los oficiales gobernantes y la familia real, estaban Natán el profeta, Benaía el comandante del ejército de David, Sadoc el sacerdote oficiante en Gabaa y Salomón con su madre, Betsabé.
Cuando las noticias de aquella reunión de fiesta llegaron a palacio, Natán V Betsabé inmediatamente apelaron a David. Como resultado, Salomón cabalgó sobre la muía del rey David hasta Gihón, escoltado por Benaía y el ejército real. Allí, en la falda oriental de Monte Ofel, Sadoc ungió a Salomón y así públicamente le declaró rey de Israel. El pueblo de Jerusalén se unió en la pública aclamación de: "¡Viva el rey Salomón!". Cuando el ruido de la coronación resonó por el valle de Cedrón, Adonías y sus adictos quedaron grandemente confundidos y consternados. La celebración cesó inmediatamente, el pueblo se dispersó y Adonías buscó seguridad en ios cuernos del altar en el tabernáculo de Jerusalén. Sólo después de que Salomón le diera palabra de respetar su vida, sujeta a buena conducta, dejó Adornas! el sagrado refugio.
En una reunión subsiguiente, Salomón fue oficialmente coronado y rej conocido (I Crón. 28:1 ss.). Con los oficiales y hombres de estado de la totalidad de la nación presente, David hizo entrega de su poder confiandc sus responsabilidades a Salomón y explicó al pueblo la realidad de lo dido, ya que era Salomón el rey elegido por Dios.
En una charla privada con Salomón (Reyes 2:1-12), David recordó a sil hijo su responsabilidad de obedecer la ley de Moisés. En sus últimas palabras en el lecho de muerte, hizo saber a Salomón el hecho de que sangre inocente había sido derramada por Joab en la muerte de Abne y Amasa, del tratamiento irrespetuoso de Simei cuando tuvo que huir de Jerusalén,  y de  la hospitalidad que le  fue  concedida  por  Barzilai, galaadita, en los días de la rebelión de Absalón.
Tras la muerte de David, Salomón reforzó su derecho al trono eliminando a cualquier posible conspirador. La petición de Adonías de esposar Abisag, la doncella sunamita, fue interpretada por Salomón como una traición. Adonías fue ejecutado. Abiatar fue suprimido de su lugar de honor que había mantenido bajo el reinado de David y fue desterrado a Anatot. Puesto que era del linaje de Eli (I Sam. 14:3-4) la deposición de Abiatar marcó el cumplimiento de las solemnes palabras dichas por Eli por un profeta innominado que llegó a Silo (I Sam. 2:27-37). Aunque Joab había sido culpable de conducta traicionera en su apoyo a Adonías, fue ejecutado principalmente por los crímenes durante el reino de David. Simei, que estaba en libertad bajo palabra, fracasó por las restricciones que se le impusieron y de igual forma sufrió la pena de muerte.
Salomón asumió el caudillaje de Israel a una temprana edad. Ciertamente tenía menos de treinta años, quizás sólo veinte. Sintiendo la necesidad de la sabiduría divina, reunió a los israelitas en Gabaón, donde estaban situados el tabernáculo y el altar de bronce e hizo un gran sacrificio. Mediante un sueño, recibió la divina seguridad de que su petición para la sabiduría le sería concedida. Además de una mente privilegiada, Dios también le dotó de riquezas, honores y una larga vida, condicionado todo ello a su obediencia (I Reyes 3:14).
La sagacidad de Salomón se convirtió en una fuente de hechos maravi­llosos. La decisión dada por el rey cuando dos mujeres contendieron por la maternidad de un niño (I Reyes 3:16-28), indudablemente representa una muestra de los casos en que demostró su extraordinaria sabiduría. Cuando esta y otras noticias circularon por toda la nación, los israelitas reconocieron que la plegaria del rey en súplica por sabiduría, había sido escuchada y concedida.
Organización del reino
Comparativamente, es muy poca la información que se da respecto a la organización del vasto imperio de Salomón. Aparentemente, fue sencilla en sus principios; pero indudablemente se hizo más compleja con el paso de los años de responsabilidad siempre creciente. El propio rey constituía por sí mismo, el tribunal supremo de apelación, como está ejemplificado en la famosa contienda de las dos mujeres. En I Reyes 4:1-6, los nombramientos están establecidos por los siguientes cargos: tres sacerdotes, dos escribas o secretarios, un canciller, un supervisor de oficiales, un cortesano de la casta sacerdotal, un supervisor de palacio, un oficial al cargo de los trabajos forzados y un comandante del ejército. Esto no representa sino una ligera expansión de los cargos instituidos por David.
Para la cuestión tributaria, la nación fue dividida en doce distritos (I Reyes 4:7-19). El oficial a cargo de cada distrito tenía que suministrar pro­visiones para el gobierno central, un mes de cada año. Durante los otros once meses, tendría que recolectar y depositar las provisiones en los almacenes situados en cada distrito al efecto. El suministro de un día para el rey y su corte, cí ejército y demás personal, consistía en unos 11.100 litros de harina, casi 22.200 de viandas, 10 bueyes gordos, 20 bueyes de pasto y 100 ovejas, además de otros animales y aves (I Reyes 4:22-23). Aquello requería una extensa organización dentro de cada distrito.
Salomón mantuvo un gran ejército (I Reyes 4:24-28). Además de la organización del ejército establecido según David, Salomón también utilizó una fuerza de combate de 1.400 carros de batalla y 12.000 jinetes a quienes instaló en Jerusalén y en otras ciudades por toda la nación (1 Crón. 1:14-17). Aquello añadía a la carga de los tributos, un suministro re­gular de cebada y heno. Una organización eficiente y una sabia administración eran esenciales para mantener un estado de prosperidad y progreso.
Construcción del templo
Lo más importante en el vasto y extenso programa de construcciones del rey Salomón, fue el templo. Mientras que otros edificios apenas si son mencionados, aproximadamente el 50% del relato bíblico del reinado de Salomón, se dedica a la construcción y dedicación de este centro focal en la religión de Israel. Ello marcó el cumplimiento del sincero deseo de David expresado en los principios de su reinado en Jerusalén, el establecer un lugar central para el culto divino.
Los arreglos del tratado que David había hecho con Hiram, el rey de Tiro, fueron continuados por Salomón. Como "rey de los sidonios", Hiram gobernó sobre Tiro y Sidón, que constituían una unidad política procedente de los siglos XII al VII a de C. Hiram era un rico y poderoso gobernante con extensos contactos comerciales por todo el Mediterráneo. Ya que Israel tenía un potente ejército y los fenicios una gran flota, resultaba de mutuo beneficio el mantener relaciones amistosas. Como los fenicios se hallaban muy avanzados en construcciones arquitectónicas y en el manejo de costosos materiales de construcción, que controlaban con su comercio, fue particularmente un acto de sabiduría política el atraerse el favor de Hiram. Arquitectos y técnicos de Fenicia fueron enviados a Jerusalén. El jefe de todos ellos era Hiram (Hiram-abi) cuyo padre procedía de Tiro y cuya madre era una israelita de la tribu de Dan (II Crón. 2:14). Para ayudar a los hábiles trabajadores y abonar la madera del Líbano, Salomón efectuó los pagos en grano, aceite y vino.
La labor para la construcción del templo fue cuidadosamente organizada. Treinta mil israelitas fueron reclutados para preparar los cedros del Líbano, con destino al templo. Bajo Adoniram, que estaba a cargo de aquella leva, sólo 10.000 hombres trabajaban cada mes, volviendo a sus hogares durante dos meses. De los extranjeros residentes en Israel, se utilizaron un total de 150.000 hombres como portadores de carga (70.000) y cortadores de piedra (80.000), además de 3.600 capataces (II Crón. 2:17-18). En el segundo libro de Crónicas 8:10, un grupo de 250 gobernadores son mencionados como siendo israelitas. Sobre la base de I Reyes 5:16 y 9:23, hubo 3.300 encargados de los cuales 550 eran oficiales jefes. Aparentemente 250 de estos últimos, eran israelitas. Ambos relatos tienen un total de 3.850 hombres para supervisar la ingente labor de 150.000 trabajadores.
No quedan restos del templo salomónico conocidos por las modernas excavaciones. Además, y abundando en el problema, ni un simple templo ha sido descubierto en, Palestina que date de las cuatro centurias durante las cuales la dinastía davídica gobernó en Jerusalén (1000-600 a. de C.). La cima del monte Moríah, situada al norte de Jerusalén y ocupada por David fue nivelada suficientemente para el templo de Salomón. Es di­fícil captar el tamaño de semejante área en aquel tiempo, puesto que el edificio fue destruido en el año 586 a. C, por el rey de Babilonia. Tras haber sido reconstruido en el 520 a. C, el templo fue de nuevo demolido en el año 70 de nuestra era. Desde el siglo VII de la era cristiana, la mezquita mahometana, la Cúpula de la Roca, ha permanecido en ese lugar, que está considerado como el sitio más sagrado de la historia del mundo. Hoy, la zona del templo cubre unos 35 o 40 acres, indicando que la cima del monte Moríah es considerablemente más grande ahora que en los días de Salomón.
El templo era dos veces mayor que el tabernáculo de Moisés en su área básica de emplazamiento. Como estructura permanente era mucho más elaborado y espacioso con apropiadas adiciones y una corte de entorno mucho más grande. El templo daba cara al este, con un porche o entrada de casi cinco mts. de profundidad que se extendía a través de su parte frontal. Una doble puerta de cinco mts. de anchura laminada de oro y decorada con flores, palmeras y querubines daba acceso al santo lugar. Esta habitación de nueve mts. de anchura y catorce de alto, extendiéndose dieciocho mts. en longitud, tenía el suelo de madera de ciprés y apandada en cedro por encima y alrededor. Chapeada de oro fino con figuras labradas de querubines adornaban los moros. La iluminación natural, estaba realizada mediante ventanas en cada lado de la parte más alta. A lo largo de cada lado, en esta habitación había cinco mesas de oro para los panes de la proposición y cinco candeleros de siete brazos, todo ello hecho de oro puro. Al fondo estaba el altar del incienso hecho de madera de cedro y chapeada de oro. Más allá del altar, existían dos puertas plegables que daban acceso al lugar santísimo, o el lugar más sagrado. Esta habitación también tenía nueve mts., de anchura, pero sólo nueve mts. de profundidad y otros nueve de altura. Incluso con aquellas puertas abiertas un velo de azul, púrpura y carmesí de lino fino, obscurecía la vista del objeto más sagrado. A cada lado se elevaba un enorme querubín con las alas abiertas de 4,5 mts. de forma tal que las cuatro alas se extendiesen por la totalidad de la habitación.
Tres ringleras de cámaras se hallaban adheridas a las paredes del exterior del templo, en los lados norte y sur, lo mismo que al final de la parte oeste. Esas cámaras, indudablemente debieron ser para almacenar objetos y para uso de los oficiales. A cada lado de la entrada del templo, surgía una enorme columna, uno llamado Boaz y el otro Jaquín. De acuerdo con I Reyes 7:15 ss., tenían casi ocho mts. de altura, cinco metros y medio de circunferencia y estaban hechas de bronce y adornadas con granadas. Por encima terminaban con un capital hecho de bronce fundido de poco más de dos mts. de altura.
Extendiéndose hacia la parte oriental, en frente del templo habían dos atrios abiertos (II Crón. 4:9). La primera área, el atrio de los sacerdotes, tenía 46 mts. de anchura y 9 mts. de longitud. Allí se levantaba el atrio de los sacrificios de cara al templo. Hecho de bronce con una base de 9 mts. cuadrados y 5 mts. de altura, aquel altar era aproximadamente cuatro veces más grande que el utilizado por Moisés en sus tiempos. El mar de bronce fundido, levantado al sudeste de la entrada, era igualmente impre­sionante en aquel atrio. De forma de copa, tenía unos dos metros de altura, cinco metros de diámetro con un, perímetro de catorce metros. Estaba hecho de bronce fundido de 7,6 cms. da espesor y descansaba sobre 12 bueyes, tres de los cuales mirando en cada dirección. Una estimación razonable del peso de aquella gigantesca fuente es de aproximadamente 25 toneladas. De acuerdo con I Reyes 7:46, este mar de bronce, los altos pilares y los costosos recipientes y vasijas fueron hechos para el templo y fundidos en tierra arcillosa del valle del Jordán.
Además de esta enorme fuente, que proveía de agua para los sacerdotes y levitas en su servicio del templo, había diez fuentes más pequeñas de bronce, cinco a cada lado del templo (I Reyes 7:38; II Crón. 4:6). Estos eran de casi dos metros de alto y se apoyaban sobre ruedas con objeto de poder transportar donde en el curso del sacrificio, se necesitaban para el lavado de varias partes del animal sacrificado.
También en el atrio de los sacerdotes, se hallaba la plataforma de bronce (II Crón. 6:13), el lugar donde el rey Salomón permanecía durante las ceremonias de dedicación.
Hacia el este, unos escalones conducían hacia abajo, desde el atrio de los sacerdotes al exterior o gran atrio (II Crón. 4:9). Por analogía con las medidas del tabernáculo de Moisés, esta zona tenía 91 mts. de ancho y 182 de largo. Este gran atrio estaba rodeado por una sólida muralla de piedra con cuatro puertas macizas, chapadas en bronce, para regular la entrada al lugar del templo (I Crón. 26:13-16). De acuerdo con Ezequiel 11:1, la puerta oriental servía como la entrada principal. Grandes columnadas y cámaras en esta parte proveían de espacio de almacenamiento para los sacerdotes y los levitas, para que pudieran realizar sus respectivos deberes y servicios.
La cuestión de la influencia contemporánea en el templo y su construcción, ha sido reconsiderada en recientes décadas. Los relatos bíblicos han sido cuidadosamente examinados a la luz de los restos arqueológicos con relación a templos y religiones en las civilizaciones contemporáneas, en Egipto, Mesopotamia y Fenicia. Aunque Edersheim escribió (1880) que el plan y designio del templo de Salomón era estrictamente judío, es de general consenso de los arqueólogos de hoy de que el arte y la arquitectura eran básicamente fenicios. Está claramente indicado en la Escritura que David empleó arquitectos y técnicos de Hiram, rey de Tiro. Mientras que Israel suministraba el trabajo, los fenicios suplían el papel de los artesanos y supervisores de la construcción real. Desde la excavación del sirio Tell Tainat (antigua Hattina) en 1936 por la Universidad de Chicago, se ha hecho aparente que el tipo de arte y arquitectura del templo de Jerusalén era común en Fenicia en el siglo X a. C. Por tanto, parece razonable conceder el crédito a los artesanos fenicios y a sus arquitectos por los planos finales del templo, ya que David y Salomón los empleaban para este servicio particular. Con la limitada información disponible, sería difícil marcar una clara línea de distinción entre los planos presentados por los reyes de Israel y la contribución hecha por los fenicios en la construcción del templo.
Dedicación del templo
Puesto que el templo fue completado en el octavo mes del año duodécimo (I Reyes 6:37-38), es completamente verosímil que las ceremonias de la dedicación fueran llevadas a cabo en el séptimo mes del año duodécimo y no un mes antes de que fuese terminado. Esto habría permitido tiempo para el elaborado planeamiento de este gran acontecimiento histórico (I Reyes 8:1-9; II Crón. 5:2-7:22). Para esta ocasión, todo Israel estaba representado por los ancianos y los jefes.
La fiesta de los tabernáculos, que no solamente recordaba a los israelitas que una vez fueron peregrinos en el desierto, sino que también era una ocasión para dar gracias tras el tiempo de la cosecha, que comenzaba en el día 15.° del mes séptimo. Edersheim concluye que las ceremonias de la dedicación tuvieron lugar durante la semana precedente a la fiesta de los tabernáculos. La totalidad de la celebración duró dos semanas (II Crón. 7:4-10), y valía para todo Israel, que acudió por medio de sus representantes desde Hamat hasta la frontera de Egipto. Keil, en su comentario sobre I Reyes 8:63, sugiere que hubo 100.000 padres y 20.000 ancianos presentes. Esto explica el por qué millares de animales fueron llevados hasta allí por esta ocasión que no tenía precedentes.
Salomón era la persona clave en las ceremonias de las dedicaciones. Su posición como rey de Israel era única. Bajo el pacto, todos los israelitas eran servidores de Dios (Lev. 25:42, 55; Jer. 30:10 y otros pasajes) y considerados como reino de sacerdotes con, relación a Dios (Ex. 19:6). Mediante los servicios dedicatorios, Salomón toma el lugar de un siervo de Dios, representando a la nación elegida por Dios para ser su pueblo. Esta relación con Dios era común al profeta, al sacerdote, al laico, al igual que al rey, en verdadero reconocimiento de la dignidad del hombre. En esta capacidad, Salomón ofreció la oración, dio el mensaje dedicatorio, y ofició en las ofrendas de los sacrificios.
En la historia religiosa de Israel, la dedicación del templo fue el acon­tecimiento más significativo, desde que el pueblo abandonó el Sinaí. La repentina transformación desde la esclavitud en Egipto, a una nación independiente en el desierto, fue una demostración del poder de Dios en nombre de su nación. En aquel tiempo, el tabernáculo fue erigido para ayudarles en su reconocimiento y servicio de Dios. Ahora el templo había sido erigido bajo el poder de Salomón. Esto constituye la confirmación del establecimiento del trono davídico en Israel. Como la presencia de Dios era visible, mediante la columna de humo sobre el tabernáculo, así la gloria de Dios se cernía sobre el templo y significaba la bendición de Dios. Esto confirmaba de forma divina el establecimiento del reino que había sido anticipado por medio de Moisés (Deut. 17:14-20).
Proyectos de construcción extensiva
El palacio de Salomón Oa casa del bosque del Líbano) no está sino brevemente mencionado (I Reyes 7:1-12; II Crón. 8:1). Fue completado en trece años, habiendo un período de construcción de veinte años para el templo y el palacio. Muy verosímilmente estaba situado en la falda meridional del monte Moríah entre el templo y Sión, la ciudad de David. Este palacio era complejo y elaborado, conteniendo oficinas de gobierno, habitaciones para la hija de Faraón, y la residencia privada del propio rey Salomón, y cubría un área de 46 por 23 por 14 metros. Incluido en este gran edificio y su programa de construcciones, estaba la extensión de las murallas de Sión (Jerusalén) hacia el norte, de forma que se unieran el palacio y el templo dentro de las murallas de la ciudad capital de Israel.
El poderoso ejército en armas de Salomón, también requería mucha actividad en las construcciones por todo el reino. La construcción de ciudades de almacenamiento para propósitos administrativos y de sistemas de defensa, fueron íntimamente integrados. Una impresionante lista de ciudades, que sugiere el extenso programa de construcciones de Salomón, se da en I Reyes 9:15-22, y II Crón. 8:1-11. Gezer, que había sido una plaza fuerte cananea, fue capturada por el faraón de Egipto y utilizada como fuerte por Salomón, tras haberla recibido como dote. Excavaciones hechas en el lugar de 5,8 hectáreas de Meguido, indican que Salomón había adecuado allí acomodó para alojar 450 caballos y 150 carros de batalla. Esta fortaleza guardaba la importante Meguido o el valle de Esdraelón a través del cual discurría la calzada más importante entre Egipto y Siria. Desde un punto de vista militar y comercial, este camino era vital para Israel. Igualmente fue excavado Hazor, primero por Garstang y más recientemente bajo la supervisión de Israel. Otras ciudades mencionadas en la Biblia son Bet-horón, Baalat, Tamar, Hamat-zobah y Tadmor. Además de estas, otras ciudades funcionaron, como cuarteles o capitales de distritos administrativos (I Reyes 4:7-19). Hallazgos arqueológicos en Betsemes y Laquis indican que existían edificios con grandes habitaciones en esas ciudades para ser utilizados como almacenes. Es indudable que tuvieron que haberse escrito largas descripciones respecto a los programas de construcciones llevadas a cabo por el rey Salomón, pero los relatos bíblicos sólo sugieren su existencia.
Comercio, negocios y rentas públicas
Ezión-geber y Elot se hallan brevemente anotadas en I Reyes 9:26-28 y II Crón. 8:17-18 como puertos marítimos en el golfo de Acaba. Tell-el-Kheleifeh al extremo norte de este golfo es el único lugar conocido que muestra la historia ocupacional de Elat, Ezión-geber. Tell-el-Kheleifeh, como un centro marítimo industrial, fortificado, de almacenamiento y caravanero para tales ciudades, pudo haber tenido igual importancia con otros distritos fortificados y ciudades con guarniciones de carros de batalla, tales como Hazor, Meguido y Gezer.
Las minas de cobre y hierro eran numerosas por todo el Wadi-Arabah. David ya había establecido fortificaciones por toda la tierra de Edom, cuando instauró su reinado (II Sam. 8:14). Numerosos centros de fundición en el Wadi-Arabah pudieron haber suministrado a Tell-el-Kheleifeh con hierro y cobre o para procesos de refinamiento y la producción de moldes con propósitos comerciales. En el valle del Jordán (I Reyes 7:45-46), y en Wadi-Arabah, Salomón tuvo que haber realizado la comprobación de la verdad de las declaraciones hechas en Deut. 8:9, de que la tierra prometida tenía recursos naturales en cobre.
Al desarrollar y controlar la industria de los metales en Palestina, Salomón estuvo en una posición de comerciar. Los fenicios, bajo Hiram, tenían contactos con refinerías de metal en distantes puntos del Mediterráneo, tales como España, y así estaban en situación de construir, no sólo refinerías para Salomón, sino también para aumentar el comercio. Los barcos de Israel traficaron con el hierro y el cobre tan lejos como el sudoeste de Arabia (el moderno Yemen) y la costa africana de Etiopía. A cambio, ellos llevaron oro, plata, marfil, y asnos a Israel. Aquella extensión naval con sus expediciones llevando oro desde Ofir, duró "tres años" (II Crón. 9:21), o un año completo y parte de dos años más. Proporcionó a Salomón tales riquezas, que fue clasificado como el más rico de todos los reyes (II Crón. 9:20-22; I Reyes 10:11-22).
Los israelitas obtuvieron caballos y carros de combate de los gobernantes héteos en Cilicia y su vecino Egipto. Los corredores y agentes representantes de los caballos y carros guerreros entre Asia Menor e Israel, fueron los árameos (I Reyes 10:25-29; II Crón. 1:14-17). Aunque David lisiaba o dejaba inútiles todos los caballos que capturaba con la excepción de un centenar (II Sam. 8:4) es obvio que Salomón acumuló una fuerza considerable. Aquello resultaba importante para la protección, al igual que como control de todo el comercio que cruzaba el territorio de Israel. Las rentas y tributos de Salomón fueron incrementadas por las vastas caravanas de camellos empleadas en el comercio de las especias procedente del sur de Arabia y hacia Siria y Palestina, al igual que con Egipto.
El rey Salomón ganó tal respeto internacional y reconocimiento, que sus riquezas fueron grandemente incrementadas por los regalos que recibía de lugares próximos y lejanos. En respuesta a su petición inicial, había sido divinamente dotado con la sabiduría de tal forma que las gentes de otras tierras iban a oír sus proverbios, sus cantos, y sus discursos sobre varios aspectos (I Reyes 4:29-34). Si el relato de la visita de la reina de Sabá no es sino una muestra de lo que ocurría frecuentemente durante el reinado de Salomón, puede apreciarse del por qué el oro no cesaba de llegar a la capital de Israel. El hecho de que la reina atravesara diversos territorios y viajase 1.931 kms., en camello pudo también haber estado motivado por intereses comerciales. Las expediciones navales desde Ezión-geber pudo haber estimulado las negociaciones para acuerdos favorables de intercambio comercial. Su misión, tuvo éxito (I Reyes 10:13). Aunque Salomón, además de garantizar las peticiones de la reina, le devolvió todo lo que le había llevado, resulta dudoso de que hiciese lo mismo con todos los reyes y gobernantes de Arabia, quienes le enviaban presentes (II Crón. 9:12-14). Aunque resulta difícil valorar el importe de las riquezas que se describen, no hay duda de que Salomón representó el epítome en riqueza y sabiduría de todos los reyes que gobernaron en Jerusalén.
Apostasía y sus consecuencias
El capítulo final del reino de Salomón es trágico (I Reyes 11). El por qué el rey de Israel, que alcanzó el cénit de los éxitos en sabiduría, riqueza, fama y prestigio internacional bajo la bendición divina, terminase sus 40 años de reinado bajo augurios de fracaso, es de lo más sorprendente. A tenor de esta consideración, algunos han considerado el relato como no fiable y contradictorio y han buscado otras explicaciones. La verdad de la cuestión es que Salomón, que jugó el papel más destacado en la dedicación del templo, se apartase de la devoción que con todo corazón había dedicado a Dios; una experiencia paralela a la de Israel en el desierto tras la construcción del tabernáculo. Salomón rompió el mismísimo primer mandamiento por su política de permitir la adoración de los ídolos y su culto en la propia Jerusalén.
La mezcla de alianzas matrimoniales entre las familias reales, era una práctica común en el Cercano Oriente. A principios de su reinado, Salomón hizo una alianza con Faraón, aceptando a una hija de este último en matrimonio. Aunque se la llevó a Jerusalén, no existe indicación de que se le permitiese a ella el llevar consigo la idolatría (I Reyes 3:1). En la cúspide de sus triunfos, Salomón tomó esposas de los moabitas, amonitas, edomitas, sidonios e héteos. Además de todo ello, se hizo con un harén de 700 esposas y 300 concubinas. Tanto si esto fue motivado por causas diplomáticas y políticas para asegurar la paz y la seguridad, o por un intento de superar a los demás soberanos de otras naciones, es algo que no está indicado. Sin embargo, era contrario a lo expresado en los mandamientos de Dios (Deut. 17:17). Salomón permitió la multiplicidad de esposas y que fuese su ruina, al apartar su corazón de Dios.
Salomón no solamente toleró la idolatría, sino que él mismo prestó reconocimiento a Astoret, la diosa de la fertilidad de los fenicios, conocida como Astarté entre los griegos y Ishtar para los babilonios. Para el culto de Milcom o Moloc, el dios de los amonitas y para Quemos, el dios de los moabitas, Salomón erigió un lugar sobresaliente en una montaña al este de Jerusalén, que no fueron suprimidos como tales lugares de culto durante tres siglos y medio, sino que permanecieron como una abominación en las proximidades del templo, hasta los días de Josías (II Reyes 23:13). Además, construyó altares para otros dioses extraños no mencionados por su nombre (I Reyes 11:8).
La idolatría, que era una violación de las palabras de apertura del Decálogo (Ex. 20), no podía ser tolerada. La repulsa de Dios (I Reyes 11:9-13) fue probablemente entregada a Salomón mediante el profeta Ahías, que aparece más tarde en el capítulo. A causa de su desobediencia, el reinado de Israel tenía que ser dividido. La dinastía de David continuaría gobernando parte del reino en gracia a David, con quien Dios había hecho una alianza, y porque Jerusalén había sido escogida por Dios. Dios no rompería su promesa, incluso aunque Salomón hubiese perdido sus derechos y sus bendiciones. También, por amor a David, el reino no sería dividido mientras viviese Salomón, aunque surgirían adversarios y enemigos que amenazasen la paz y la seguridad, antes de la terminación del reinado.
Hadad, el edomita, fue un caudillo que se opuso a Salomón. En la conquista de Edom por Joab, Hadad, que era un miembro de la familia real, había sido rescatado por servidores y llevado a Egipto cuando era un niño. Allí se casó con una hermana de la reina de Egipto y gozó del favor y los privilegios de la corte real. Después de la muerte de Joab y David, volvió a Edom y con el tiempo se hizo lo suficientemente fuerte como para ser una amenaza para Salomón en sus últimos años (I Reyes 11:14-23). La posición de Salomón como ''rey del cobre" quedó en precario, al igual que el lucrativo negocio de Arabia y el comercio sobre el Mar Rojo.
Rezón de Damasco significó tal vez una amenaza mayor (I Reyes 11: 23-25). La formación de un reino independiente arameo o sirio, constituyó una seria amenaza política que implicaba consecuencias comerciales. Aun­que David había conquistado Hamat, cuando el poder de Hadad-ezer fue roto, Salomón lo encontró necesario para suprimir una rebelión allí y construir ciudades de almacenamiento (II Crón. 8:3-4). Incluso controló Tifsa sobre el Eufrates (I Reyes 4:24) que era extremadamente importante para el dominio de las rutas del comercio. En el curso del reinado de Salomón, Rezón estuvo en condiciones de establecerse por sí mismo en Damasco, donde llegó a ser el mayor de los constantes peligros para la paz y la prosperidad de Israel en los últimos años del reinado de Salomón.
Conforme cambiaban las cosas, uno de los hombres del propio Salomón, Jeroboam, hijo de Nabat, demostró ser el factor real devastador en Israel. Siendo un hombre verdaderamente capaz, había sido colocado al mando de los trabajos forzados que reparaba las murallas de Jerusalén y construyó Milo. Utilizó aquella oportunidad para su propia ventaja política y ganarse seguidores. Un día Ahías, el profeta, le encontró y rompió la capa nueva en doce pedazos, dándole diez de ellos. Mediante aquel acto simbólico, informó a Jeroboam que el reino de Salomón sería dividido, no dejando sino dos tribus a la dinastía davídica, mientras que las otras diez constituiría el nuevo reino. Bajo la condición de su obediencia de todo corazón, Jeroboam recibió la seguridad de que su reino quedaría permanentemente establecido como el de David.
Aparentemente, Jeroboam no quiso esperar los acontecimientos, lo que implicaba abiertamente su oposición al rey. Por todos conceptos, Salomón sospechó una insurrección y buscó a Jeroboam para matarle. En consecuencia, Jeroboam huyó a Egipto donde encontró asilo con Sisac hasta la muerte de Salomón.
Incluso aunque el reino se sostuvo y no fue dividido hasta después de su muerte, Salomón estuvo sujeto a la angustia de una rebelión interna y de la secesión de varias partes de su reino. Como resultado de su fallo personal en obedecer y servir a Dios de todo corazón, el bienestar general y la prosperidad pacífica del reino quedaron seriamente amenazadas y en constante peligro.

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Capítulo  IX
El reino dividido 

Los dos reinos que surgieron tras la muerte de Salomón, son comúnmente conocidos y diferenciados por los apelativos de "Norte" y "Sur". Este último designa el estado más pequeño gobernado por la dinastía de David desde su capital en Jerusalén hasta el 586 a. C. Consistía en las tribus de Judá y Benjamín, quienes apoyaron a Roboam con un ejército cuando el resto de las tribus se levantaron en rebelión contra las opresivas medidas de Salomón y su hijo (I Reyes 12:21). El Reino del Norte designa las tribus disidentes, que hicieron a Jeroboam su rey. Este reino duró hasta 722 a. C, con su capital sucesivamente en Siquem, Tirsa y Samaría.
Las designaciones bíblicas comunes para estos dos reinos, son "Israel" y "Judá". La primera está restringida usualmente en su uso al Reino del Norte, mientras que la segunda se refiere al Reino del Sur. Originalmente el nombre de "Israel" fue dado a Jacob (Gen. 32:22-32). Durante toda su vida fue ya aplicado a sus hijos (Gen. 44:7), y siempre desde entonces cualquier descendiente de Jacob ha sido referido como un "israelita". Desde los tiempos patriarcales a la ocupación de Canaán, "Israel" ha especificado la totalidad de la nación hebrea. Esta designación prevaleció durante la monarquía de David y Salomón, incluso aunque estaba dividida a principios del reinado de David.
La tribu de Judá, que se hallaba estratégicamente situada y excepcional-mente fuerte, llegó a su prominencia durante el tiempo de Saúl (ver I Sam. 11:8, etc). Después de la división en 931 a. C. el nombre de Judá iden­tificaba el Reino del Sur, que continuó su alianza con la dinastía davídica. A menos que no se indique otra cosa, los nombres de "Israel" y "Judá" en este volumen representan respectivamente a los reinos del Norte y del Sur.
Otro apelativo para el Reino del Norte es "Efraín". Aunque este nom­bre es originalmente dado a uno de los hijos de José (Gen. 41:52), designa específicamente a la tribu que condujo la secesión. Estando situada al norte de Benjamín y Judá, "Efraín" representaba la oposición a Judá y con fre­cuencia incluía la totalidad del Reino del Norte (ver Isaías y Oseas).
Cronología
Este es el primer período en la historia del Antiguo Testamento en que algunas fechas pueden ser fijadas con virtual certeza. La historia se­cular, descubierta mediante la investigación arqueológica, proporciona una lista epónima que cuenta para cada año en la historia de Asiria desde 891 a 648 a. C. Tolomeo, un brillante erudito que vivió aproximadamente en 70-161 a. C, compuso un canon, relacionando a los gobernantes babilonios y persas, desde el tiempo de Nabonassar, 747 a. C. hasta Darío III, 332 a. de C. Además de esto, también da una lista los gobernantes griegos, Alejandro y Filipo de Macedonia, los gobernantes tolomeicos de Egipto y los gobernantes romanos que llegan hasta el año de nuestra era, 161. Como astrónomo, geógrafo, historiador y cronologista, Tolomeo proporciona una vital información. Lo más valioso para los historiadores modernos es el material astronómico que ha hecho posible comprobar la precisión de sus datos en numerosos puntos, de tal forma, que "el canon de Tolomeo puede ser utilizado como guía histórica con la mayor confianza".
Dos hechos significativos suministran el eslabón entre la historia asiría y el relato bíblico de los reyes hebreos durante el período del reino dividido. Las inscripciones asirías indican que Acab, rey de Israel, participó en la batalla de Karkar (853 a. C.), contra Salmanasar III, y que Jehú, otro rey de Israel, pagó tributo al mismo rey asirio en 841 a. C. Al equiparar los datos bíblicos concernientes a los reyes hebreos Ocozías y Joram a este período de doce años de la historia asiría, Thiele ha sugerido una pista para la adecuada interpretación de la cronología. Con estas dos fechas de­finitivamente establecidas en el sincronismo entre la historia hebrea y asiría, propone un esquema de absoluta cronología para el período que va desde la disgregación a la caída de Jerusalén. Esto sirve como una clave práctica para las interpretaciones de las numerosas referencias cronológicas en los relatos de Reyes y Crónicas.
Permitiendo un año como factor variable, las fechas terminales para Israel (la caída de Samaría) y para Judá (la caída de Jerusalén) están fijadas respectivamente como 722 y 586 a. C. Lo mismo puede decirse para la batalla de Karkar en 853 a. C. La fecha para el comienzo de los dos reinos está sujeta a mayor variación.
Una simple adición de todos los años admitidos para los reyes hebreos totalizan casi cuatro siglos. Sobre la base de esta tabulación, muchos eru­ditos, tales como Hales, Oppert, Graetz y Mahler, han fechado la disgrega­ción del reino salomónico dentro del período de 990-953 a. C. La fecha más popularizada es la dada por Ussher, adoptada por Edersheim, e in­corporada al margen de muchas Biblias durante el pasado siglo. Los re­cientes descubrimientos arqueológicos relacionados a la historia contem­poránea del Próximo Oriente, han iluminado muchos pasajes bíblicos que necesitaban una reinterpretación de los datos bíblicos.
El período del reino dividido está adecuado a un período aproximado de tres siglos y medio. Sobre la base de la cronología asiría y la historia contemporánea del Cercano Oriente, Olmstead, Kittel, Albright y otros fe­chan el comienzo de este período dentro de los años 937-922 a. C. La fecha más popularizada en la literatura corriente del Antiguo Testamento es el año 922 a. C.
El más amplio estudio de la cronología para el período del Reino Divi­dido está publicado en el libro de E. R. Thiele, The Mysterious Numbers of the Hebrew Kings. Mediante un detallado análisis de ambos datos es­tadísticos, en el relato bíblico y en la historia contemporánea, concluye que el 931 a. C. es la más razonable fecha para el comienzo de este período. Mientras que muchas cronologías se han construido bajo la presunción de que existen numerosos errores en el presente texto de Reyes y Crónicas, Thiele comienza con el supuesto de que el texto presente es fiable. Con ello en mente, el número de referencias cronológicas que permanecen proble­máticas a la luz de nuestro entendimiento de tal período, es mucho menor que los problemas textuales que implica el resultado a priori de la presunción de que el texto hebreo está en el error. Aunque permanecen aún sin resolver problemas en la cronología de Thiele, parece ser la más razonable y completa interpretación de las fechas escriturísticas y los hechos históricos contempo­ráneos que nos son conocidos hasta el presente. De ser la fecha del año 959 a. C. para el comienzo del templo de Salomón, confirmada como co­rrecta, podría apelar a una reinterpretación de parte de esta cronología. En el presente, esta fecha está aceptada con un alto grado de probabilidad A través de todo este análisis del reino dividido, la cronología del período del reino dividido de Thiele está adoptada como patrón. Cualquier desvia­ción de la misma se indica oportunamente.
Algunos de los factores básicos que tengan una relación sobre el análisis de las fechas cronológicas de este período, merecen una breve consideración. En Judá, el sistema del año de accesión y su cuenta, fue utilizado desde el principio de los tiempos de Joram (850 a. C.), quien adoptó el sistema de la no accesión que ha utilizado en Israel desde los días de Jeroboam I. Durante los reinados de Joás y Amasias (800 a. C.), ambos reinados cambiaron al sistema del año de accesión.
La cuestión de la corregencia tiene que ser considerada estableciendo una cronología para este período. A veces, los años durante los cuales un padre y un hijo gobernaron juntos fueron acreditados a ambos reyes, calculando la duración de su reinado.
Fechas importantes
Un cierto número de fechas son de importancia para una adecuada comprensión de cualquier período histórico. Los tres acontecimientos más importantes de esta era del reino dividido, son como sigue:
931—La división del reino
722—La caída de Samaria
586—La caída de Jerusalén
Sin tener que acudir a listas tabulares para estos reinos, con fechas para cada rey, resulta apropiado sugerir un índice cronológico para esos siglos. El desarrollo ocurrido en el Reino del Norte conduce por sí mismo a un esquema simple en el orden cronológico, como sigue:
931—Dinastía de Jeroboam I
909—Dinastía   de  Baasa
885—Dinastía de Omri
841—Dinastía de Jehú
752—Últimos reyes
722—Caída de Samaria
Todos los reyes, los profetas e importantes acontecimientos pueden ser aproximadamente fechados utilizando esta estructura cronológica.
Los acontecimientos contemporáneos en el Reino del Sur, pueden ser convenientemente relacionados a esta estructura de referencia. Colocando los cuatro importantes reyes de Judá en su propia secuencia, y añadiendo una fecha, se convierte en una cuestión sencilla para desarrollar una crono­logía que sirva en forma simplificada.  
Utilizando estas fechas sugeridas como un esquema útil, la cuestión de las fechas cronológicas en el relato bíblico puede ser reducida a un mínimo. Aunque las fechas individuales para cada rey se dan subsiguiente­mente, no son necesarias para una comprensión del desarrollo general. Para propósitos de examen las fechas arriba citadas son suficientes, mientras que las individuales se hacen de mayor importancia para un estudio detallado.
El relato bíblico
La primera fuente literaria de la era del reino dividido es I Reyes 11:1 hasta II Reyes 25:30 y II Crón. 10:1-36:23. Puede encontrarse material suplementario en Isaías, Jeremías y otros profetas que reflejan la cultura contemporánea.
La única fuente que presenta un relato histórico continuo del Reino del Norte es I Reyes 12:1 - II Reyes 17:41. Integrado en este registro se hallan los acontecimientos contemporáneos del Reino del Sur. Con la ter­minación del Reino del Norte en el año 722 a. C., el autor del libro de los Reyes continúa el relato del Reino del Sur en II Reyes 18:1-25:30, hasta la caída de Jerusalén en el 586 a. C. Un registro paralelo para el Reino del Sur, desde 931 a 586 a. C. se da en II Crón. 10:1-36:23, donde el autor concluye con una referencia final al cese del cautiverio bajo Ciro (538 a. C.). El relato en Crónicas suplementa la historia registrada en el Reino del Norte, y en los libros de los Reyes, donde tiene una relación directa sobre los acontecimientos del Reino del Sur.
Puesto que cada reino tuvo aproximadamente una lista de veinte go­bernantes, es esencial un simple análisis para evitar la confusión. La memorización de dos listas de reyes con frecuencia impide un cuidadoso análisis de este período como fondo esencial en el estudio de los mensajes profetices del Antiguo Testamento. Puesto que todo un número de familias gobernaron el Reino del Norte, en contraste con una sola dinastía en Judá, sugiere un simple bosquejo basado en las dinastías remantes en Israel. Esto puede ser utilizado como una conveniente estructura para la asociación de otros nombres y sucesos.
Puesto que Israel cesó de existir como gobierno independiente, la última parte de Reyes se dedica al relato del Reino del Sur. Israel quedó reducida a una provincia asiria. 
Acontecimientos concurrentes
Las relaciones internacionales son vitalmente significativas durante esos siglos, cuando el imperio salomónico se dividió en dos reinos, y que final­mente sucumbió a fuerzas y poderes extranjeros. Estando estratégicamente situado en el Creciente Fértil, entre Egipto y Mesopotamia, no podían escapar a la presión de varias naciones que surgían con gran poder durante ese período. Consecuentemente, para una adecuada comprensión de la historia bíblica, esas naciones merecen consideración.
El reino de Siria
El reino de Aramea, con Damasco como capital, es mejor conocido como Siria. Durante dos siglos gozó de poder y prosperidad a expen­sas de Israel. Cuando expandió su reino, derrotó a Hadad-ezer, gobernante de Soba, y estableció amistad con Toi, rey de Hamat. Salomón extendió la frontera de su reino a 160 kms. más allá de Damasco y Soba, conquis­tando Hamat sobre el Orontes y estableciendo ciudades de aprovisionamien­to en aquella zona. Durante la última parte de su reinado, Rezón, que ha­bía sido un joven oficial militar bajo las órdenes de Hadad-ezer en Soba con anterioridad a su derrota por David, se apoderó de Damasco y puso los cimientos para el resurgir del reino arameo de Siria. La rebelión surgida bajo Roboam sirvió de pretexto a esta oportunidad. Durante dos siglos, Siria llegó a ser un serio contendiente por el poder en la zona Sirio-Palestina.
La guerra entre Judá y el Reino del Norte, con Asa y Baasa como respectivos gobernantes, permitió a Siria, bajo Ben-Adad, la oportunidad de emerger como la nación más fuerte en Canaán, cerca del final del siglo IX a. C. Cuando Baasa comenzó a fortificar la ciudad fronteriza de Rama, a solo ocho kms. al norte de Jerusalén, Asa envió los tesoros del templo a Ben-Adad como un soborno, haciendo una alianza con él y contra el Reino del Norte. Aunque esto hizo que se cumpliese el inmediato propósito de Asa y fuese relevado de la presión militar procedente de Baasa, en realidad dio a Siria la superioridad, de tal forma que los dos reinos israelitas fueron con el tiempo amenazados de invasión desde el norte. Tomando posesión de una parte del reino de Israel en el norte, Ben-Adad estuvo en condiciones de controlar las rutas de las caravanas a Fenicia, que proporcionó una inmensa riqueza a Damasco, reforzando así el reino de Siria.
La supremacía de Siria como poder militar y comercial fue atemperada por el Reino del Norte, cuando la dinastía de Omri comenzó a gobernar en el 885 a. C. Omri quebrantó el monopolio comercial con Fenicia, al esta­blecer relaciones amistosas con Etbaal, rey de Sidón. Esto resultó en el matrimonio de Jezabel y Acab. El creciente poder de Asiría en el este sirvió como otra prueba para Siria en los días de Acab. Durante los años que Assurnasirpal, rey de Asiría, estuvo contento de no pasar por Siria hacia el norte, extendiendo sus contactos en el Mediterráneo, Acab y Ben-Adad frecuentemente se opusieron el uno al otro. En el curso del tiempo Acab ganó el equilibrio del poder. En el 853 a. C., sin embargo, Acab y Ben-Adad unieron sus fuerzas en la famosa batalla de Qarqar en el valle de Orontes, al norte de Hamat. Aunque Salmanasar III afirmó haber obte­nido una gran victoria es dudoso de que esto fuese efectivo, puesto que no avanzó a Hamat ni a Damasco hasta varios años más tarde. Inmediatamen­te tras esto, la hostilidad sirio-efraimítica continuó, siendo muerto Acab en una batalla. Como Asiría renovó sus ataques contra Siria, Ben-Adad no pudo tener el apoyo de Joram. Cuando murió Ben-Adad, aproximadamente por el 843 a. C., Siria fue fuertemente presionada por los invasores asirios, al igual que sufrió la falta de apoyo del Reino del Norte.
Hazael, el siguiente gobernante, usurpó el trono y se convirtió en uno de los reyes más poderosos, extendiendo el dominio de Siria hasta Palestina. Aunque Jehú, el nuevo rey en Israel, se sometió a Salmanasar III pagando impuestos (841 a. C.), Hazael resistió la invasión de este rey asirio con sus solas fuerzas. En pocos años, Hazael estuvo en condiciones de agrandar su reino cuando los asirios retrocedieron. Se anexionó un extenso territorio del Reino del Norte a expensas de Jehú. Tras el año 841 a. C. Joacaz, rey de Israel, se hallaba tan debilitado que los ejércitos de Hazael pasaron a través de su territorio y tomaron posesión de la llanura filistea, destruyendo a Gat, exigiendo tributo del rey de Judá en Jerusalén.
Ben-Adad (ca. 801 a. C.) fracasó en mantener el reino establecido por su padre Hazael. Durante los últimos años de su reinado, Adad-Nirari III de Asiría sometió a Damasco lo bastante como para exigirle un fuerte tributo. Además de todo esto, Ben-Adad tuvo que enfrentarse con una hostil opo­sición procedente de los estados sirios del norte. Esto dejó a Damasco en una condición tan débil que cuando la presión asiría continuó, Joás reclamó para Israel mucho del territorio tomado por Hazael. En los días de Jeroboam II (793-753), Siria incluso perdió Damasco y "los accesos a Hamat", res­taurando la frontera norte sostenida por David y Salomón (II Sam. 8:5-11).
Damasco tuvo una vez más una oportunidad para afirmarse cuando el poderoso Jeroboam murió en 753 a. C. Rezín (750-732 a. C.), el último de los reyes árameos en Damasco, volvió a ganar la independencia siria. Con la accesión al trono asirio de Tiglat-pileser III (745 a. C.) tanto Siria como Israel estuvieron sujetas a la invasión y a un pesado tributo. Mientras Tiglat-pileser (Pul) estaba luchando en Armenia (737-735 a. C.), Rezín y Peka organizaron una alianza para evitar el pago del tributo. Aunque Edom y los filisteos se unieron a Siria y a Israel en una especie de pacto anti-asirio, Acaz, rey de Judá, envió tributo a Pul, rogándole una alianza. En respuesta a esta invitación, Pul llevó a cabo una campaña contra los filisteos estable­ciendo contacto con Acaz, y por el 732 había conquistado Damasco. Sama-ria fue salvada en esta época cuando Peka fue reemplazado por Oseas, quien voluntariamente pagó tributo como un rey marioneta. Con, la muerte de Rezín y la" caída de Damasco, el reino de Siria llegó a su fin, para no levantarse de nuevo jamás.
El gran imperio Asirlo
En el rincón nordeste del Creciente Fértil, extendiéndose en unos 563 kms. a lo largo del río Tigris y con una anchura aproximada de 322 kms. se encontraba el país de Asiria. El nombre probablemente se debe al dios nacio­nal, Asur, una de cuyas ciudades fue llamada así. La importancia de Asiria durante el período del reino dividido se hace aparente inmediatamente por el hecho de que en la cima de su poder absorbió los reinos de Siria, Israel y Judá, e incluso Egipto hasta Tebas. Por aproximadamente dos siglos y medio ejerció una tremenda influencia sobre los acontecimientos de la tierra de Canaán y de aquí que con tanta frecuencia aparezca en los registros bíblicos.
Aunque algunos eruditos trazan los comienzos de Asiria al principio del tercer milenio, se conoce poco anterior al siglo XIX, cuando los agresivos establecimientos comerciales de esta zona extendieron sus intere­ses comerciales en el Asia Menor. En los días de Samsi-Adad I (1748-1716), Asiria gozó de un período de prosperidad con Asur como ciudad más im­portante. Por varios siglos a partir de entonces, Asiria fue obscurecida por el reino heteo en Asia Menor y el reino mitanni que dominaba la zona su­perior del Tigris-Eufrates.
La verdadera historia de Asiria tiene sus comienzos aproximadamente en el 1100 a. C. con el reinado de Tiglat-pileser I (1114-1076 a. C.). De acuerdo con los anales propios, extendió el poder de su nación hacia el oeste en el mar Mediterráneo, dominando las naciones más pequeñas y débiles existentes en aquella zona. Sin embargo, durante los siguientes dos siglos el poder asirlo retrocede mientras que Israel, bajo David y Salomón, surge como un poder dominante en el Creciente Fértil.
Comenzando con el siglo IX, Asiria emerge como un poder creciente. Las listas epónimas asirías desde aproximadamente el 892 a. C. al 648 a. C. hacen posible correlacionar e integrar la historia de Asiria con el desa­rrollo de Israel, como se registra en el relato bíblico. Asur-nasir-pal II (883-859 a. C.) estableció Cala como su capital. Tras haber desarrollado un fuerte poder militar, comenzó a presionar hacia el oeste, aterrorizando las naciones que se le oponían con dureza y crueldad cruzando el Eufrates y estableciendo contactos comerciales sobre el Mediterráneo. Frecuentes contactos con los sirios hacia el sur, tuvieron como resultado la batalla de Qar-qar sobre el río Orantes en el 853 a. C. en los días de su hijo Salmanasar III (858-824 a. C.). En la coalición encabezada por Ben-Adad de Damasco, y Acab, rey de Israel, se unieron 2.000 carros de batalla y 10.000 soldados constituyendo la mayor unidad en este grupo. Aunque el rey asirio afirmó su victoria, resulta dudoso que así fuera, ya que Salmanasar III evitó el contacto con los sirios por varios años después de la batalla. En 848 y de nuevo en 845 a. C., Ben-Adad resistió dos invasiones asirías más, pero no se hace mención de cualquier fuerza israelita que ayudara a los sirios en. aquel tiempo, Jehú, que usurpó el trono en Samaría (841 a. C), hizo propo­siciones de subordinación a Salmanasar III enviándole tributo. Esto dejó a Hazael, el nuevo rey de Damasco, con el problema de resistir la agresión asiría. Aunque Salmanasar acosó a Siria durante unos pocos años en los días de Hazael, volvió su atención hacia las conquistas de zonas en el norte tras el año 837 a. C., proporcionando a Canaán un respiro de la presión asi­ría durante varias décadas.
Por casi un siglo, el poder asirio se pierde en las neblinas del fondo histórico. Samsi-Adad V (823-811 a. C.) se mantuvo muy ocupado supri­miendo revueltas en varias partes de su reino. Adad-Nirari III (810-783 a. C.) atacó Damasco antes de terminarse el siglo, capacitando a los israelitas para obtener un respiro de la presión siria. Salmanasar IV (782-773 a. C.), Asurdán III (772-755), y Asur-Nirari (754-745) mantuvieron con éxito la importancia de Asiria como nación poderosa pero no eran lo suficientemen­te fuertes como para ensanchar sus dominios como había hecho el preceden­te gobernante.
Tilgat-pileser III (745-727 a. C.) fue un guerrero sobresaliente que con­dujo a su nación a ulteriores conquistas. En Babilonia, donde era reconoci­do como rey, era conocido como Pulu. I Reyes 15:19 se refiere a él como Pul. En la conquista de territorios adicionales hacia el oeste, adoptó la política de dividir la zona en provincias sometidas para un más seguro con­trol. Aunque esta práctica ya había sido utilizada anteriormente, él fue efectivo en aterrorizar a las naciones al cambiar grandes grupos de personas en una ciudad conquistada con cautivos de una zona distante. Esto defini­tivamente comprobó la posibilidad de una rebelión. También sirvió como un proceso de nivelación lingüística, de tal manera, que el idioma arameo desplazó a otros en el gran, territorio del reino. Al principio de su reinado, Pul exigió tributo de Manahem, rey de Israel, y Rezín, rey de Damasco. Puesto que Judá era la nación más fuerte en Canaán en aquella época, es posible que Azarías pudiese haber organizado una coalición de fuerzas para oponerse a los asirios. Parece que sus sucesores, Jotam y Acaz, resistieron la presión procedente de Israel y Siria uniéndose a ellas al igual que los filisteos y Edom al oponerse a Pul. En su lugar, Acaz inició amistosas rela­ciones hacia Pul, en respuesta a lo cual las fuerzas asirías avanzaron hasta el país de los filisteos en el 733 a. C., poseyendo territorios a expensas de esas naciones opuestas. Tras un terrible asedio, cayó la gran ciudad de Damasco, Rezín fue muerto y el reino sirio capituló. Samaría conjuró la conquista reemplazando a Peka con Oseas.
Salmanasar V (727-722 a. C.) siguió con los procedimientos y la po­lítica de su padre. En los días de Oseas los israelitas estaban ansiosos de terminar con su servidumbre a Asiria. Salmanasar respondió con una invasión del país y por tres años sitió a Samaría. En el 722 a. C. Sargón II» que servía como general en el ejército, usurpó el trono y fundó una nueva dinastía en Asiria. En los registros se afirma que capturó a Samaría, aunque algunos creen que Salmanasar V fue quien realmente tomó la ciudad y Sargón se adjudicó el éxito. Gobernando desde 721-705 a. C. utilizó a Asur, Cala, y Nínive como capitales, pero finalmente construyó la gran ciu­dad de Korsabad, por la cual se le recuerda mejor. Su campaña contra As-dod en el 711 puede ser la que se menciona en Is. 20:1. El reino de Sargón terminó abruptamente por su muerte en una batalla.
Senaquerib (704-681 a. C.) hizo famosa la ciudad de Nínive como su gran capital, construyendo una muralla de 12 a 15 mts. en su entorno y de cuatro kms. de longitud, a lo largo del río Tigris. En sus anales, él anota la conquista de Sidón, Jope, cuarenta y seis ciudades amuralladas en Judá, y su asalto a Jerusalén en los días de Ezequías. En 681 fue muerto por dos de sus hijos.
Aunque Senaquerib se había detenido en las fronteras de Egipto, su hijo Esar-hadón (681-668 a. C.) avanzó hacia Egipto y derrotó a Tirhaca. Su interés en Babilonia está evidenciado por la reconstrucción de la ciudad de Babilonia, posiblemente porque su esposa pertenecía a la nobleza de Ba­bilonia. Senequerib nombró a Samasumukin como gobernante de Babilonia; pero este último se rebeló, tras un período de gobierno de diez y seis años, contra su hermano Asurbanipal y pereció en la quema de Babilonia (648 a. C.). Durante el reinado de Esar-hadón, Manases, rey de Judá, fue tomado cautivo en Babilonia (II Crón. 33:10-13). La muerte le llegó a Esar-hadón cuando dirigía sus ejércitos contra Egipto.
Durante el reinado de Asurbanipal (668-630 a. C.), el Imperio Asirio alcanzó su cénit en riqueza y prestigio. En Egipto llevó sus ejércitos hasta algo así como 800 kms. por el río Nilo capturando Tebas en el 663 a, C. La guerra civil (652 a. C.) con su hermano, que estaba a cargo de Babilonia, resultó con la captura de dicha ciudad en el 648. Aunque era cruel y rudo como general y militar, Asurbanipal es mejor recordado por su profundo interés en la religión, en lo científico y en obras literarias. Enviando escribas por toda Asiría y Babilonia para copiar registros de creación, diluvios y la antigua historia del país, obtuvo una gran cantidad de material en la gran biblioteca real de Nínive.
En menos de tres décadas tras la muerte de Asurbanipal, el reino asirio, que había ejercido tan tremenda influencia por todo el Creciente Fértil, se desvaneció, para no volver a levantarse jamás. Los tres gobernantes que le sucedieron, fueron incapaces de enfrentarse con los reinos que surgían en Media y Babilonia. Nínive cayó en 612 a. C. Con las batallas de Harán (609) y Carquemis (605) desapareció el último vestigio de la oposición asiría. Expandiéndose hacia el oeste, el reino babilonio" absorbió al Reino del Sur y destruyó a Jerusalén en el año 586 (a. C.).

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Capítulo X
La secesión septentrional

La unión de Israel establecida por David, terminó con la muerte de Salomón. Lo primero entre la división resultante, fue el Reino del Norte, localizado entre Judá y Siria. En menos de un siglo (931-841 a. C.) habían surgido y caído tres dinastías para dar paso al nuevo reino.
La familia real de Jeroboam
Jeroboam I se distinguió como un administrador bajo el remado de Sa­lomón, supervisando la construcción de la muralla de Jerusalén conocida como Milo (I Reyes 11:26-29). Cuando el profeta Ahías impartió dramá­ticamente un mensaje divino al desgarrar su manto en doce trozos y le dio diez a Jeroboam, ello significaba que iba a gobernar sobre diez tribus de Israel. A desemejanza de David, quien también había sido elegido rey antes de acceder al trono, Jeroboam mostró signos de rebelión e incurrió en el disfavor de Salomón. Consecuentemente, huyó a Egipto, donde encontró re­fugio hasta la muerte de Salomón.
Cuando Roboam, hijo de Salomón, hizo un llamamiento para una asam­blea nacional en Siquem, Jeroboam fue invitado como campeón de los ancianos que solicitaban una reducción en los impuestos. Ignorándolo, Ro­boam se enfrentó con una rebelión y huyó a Jerusalén. Mientras Judá y Benjamín corrieron en su apoyo, las tribus separadas hicieron rey a Jero­boam. La guerra civil y el derramamiento de sangre quedaron conjurados cuando Roboam escuchó la advertencia del profeta Semaías para retener sus fuerzas. Esto dio a Jeroboam la oportunidad para establecerse como rey de Israel.
La guerra civil prevaleció durante 22 años del reinado de Jeroboam, aunque la Escritura no indica la extensión de dicha guerra. Indudablemente la agresividad de Roboam fue atemperada por la amenaza de la invasión egipcia, pero II Crón. 12:15 informa de una constante situación de gue­rra. Incluso ciudades en el Reino del Norte fueron atacadas por Sisac. Tras la muerte de Roboam, Jeroboam atacó Judá, cuyo nuevo rey, Abíam, había rechazado a Israel hasta el extremo de tomar el control de Betel y otras ciudades israelitas (II Crón. 13:13-20). Esto pudo haber tenido algún efecto sobre la elección de Jeroboam de una capital. Al principio, Siquem fue fortificada como la ciudad capital. Si la fortificación de Penuel, al este del Jordán, tuvo la misma implicación, es algo que no parece cierto. Jero­boam residió en la bella ciudad de Tirsa, que fue utilizada como la capital bajo la próxima dinastía (I Reyes 14:17). Aparentemente Jeroboam encon­tró interesante el retener la pauta gubernamental del reino como había preva­lecido en tiempos de Salomón.
Jeroboam tomó la iniciativa en cuestiones religiosas. Naturalmente no quiso que su pueblo acudiese a las sagradas festividades de Jerusalén, por si acaso volviesen a una alianza con Roboam. Erigiendo becerros de oro en Dan y en Betel, instituyó la idolatría en Israel (II Crón. 11:13-15). Nom­bró sacerdotes libremente ignorando las restricciones de Moisés y permitien­do a los israelitas ofrecer sacrificios en varios lugares altos por todo el país. Como sacerdote, no solamente oficiaba ante el altar sino que también, cambió un día de fiesta desde el mes séptimo al octavo (I Reyes 12:25-13:34).
La agresividad de Jeroboam en religión fue atemperada cuando fue advertido por un profeta innominado de Judá. Este hombre de Dios, intré­pidamente advirtió al rey, mientras se hallaba de pie y quemaba incienso ante el altar en Betel. El rey inmediatamente ordenó su arresto. El men­saje del profeta, sin embargo, recibió confirmación divina en el destrozo del altar y la incapacidad que tuvo el rey de retirar la mano con la que apun­taba hacia el hombre de Dios. Repentinamente, el mandato desafiante del rey se cambió en súplica por su intercesión. La mano de Jeroboam fue restau­rada conforme el profeta oraba a Dios. El rey deseó recompensar al profeta, pero este último no quiso ni siquiera aceptar su hospitalidad. El hombre de Dios estaba bajo órdenes divinas de marcharse inmediatamente.
La consecuencia para el fiel ministerio de este hombre de Dios es digna de notarse. Siendo engañado por un viejo profeta de Betel, el profeta de Judá aceptó su hospitalidad y así precipitó el juicio divino. De vuelta a su hogar, fue muerto por un león y llevado a Betel para su entierro. Tal vez la tumba de este profeta sirvió como recordatorio para las sucesivas generacio­nes de que la obediencia a Dios era esencial. Ciertamente que tuvo que haber tenido una gran significación para Jeroboam.
Otro aviso le llegó a Jeroboam por mediación del profeta Ahías. Cuan­do su hijo, Abías, cayó gravemente enfermo, Jeroboam envió a su esposa a consultar al anciano profeta a Silo. Aunque ella iba disfrazada, el profeta ciego la reconoció inmediatamente. Fue enviada de vuelta a Tirsa con el sombrío mensaje de que su hijo no se recobraría. Además, el profeta la advirtió que el fallo en guardar los mandamientos de Dios precipitaría el jui­cio divino, el exterminio de la dinastía de Jeroboam y la cautividad para los israelitas. Antes de que ella llegara al palacio, el niño murió.
A despecho de todas las advertencias proféticas, Jeroboam continuó practicando la idolatría. La lucha civil indudablemente debilitó tanto a Israel, que Jeroboam incluso perdió la ciudad de Betel en los días de Abiam, el hijo de Roboam.
Al paso de pocos años, el terrible aviso del profeta fue cumplido en su totalidad. Nadab, el hijo de Jeroboam, reinó menos de dos años. Mientras ponía sitio a la ciudad filistea de Gibetón, fue asesinado por Baasa.
La dinastía de Baasa
Baasa, de la tribu de Isacar, se estableció como rey sobre Israel en Tirsa. Aunque la ya crónica guerra prevalecía con Judá por la totalidad del reino, una notable crisis ocurrió cuando intentó fortificar Rama. Aparentemente, muchos israelitas desertaron hacia Judá en el año 896-895 a. C. (II Crón. 15:9). Para contrarrestar esto, Baasa avanzó su frontera a Rama, ocho kms. al norte de Jerusalén. Al ocupar esta importante ciudad, pudo controlar las principales rutas procedentes del norte, que convergían en Rama y que conducían a Jerusalén. A cambio de su acto agresivo, Asa, rey de Judá, con­siguió una importante victoria diplomática renovando su alianza con Bcn-Adad I de Damasco. Como resultado, Ben-Adad anuló su alianza con Israel e invadió el territorio norte de Baasa tomando el control de ciudades tales como Cedes, Hazor, Merom y Sefat. También adquirió el rico y fértil terreno al oeste del mar de Galilea lo mismo que las llanuras que había al oeste del monte Hebrón. Esto también proporcionó a Siria el dominio del lucrativo comercio de las rutas de las caravanas para Acó, en la costa fenicia. En vista de la presión procedente del norte, Baasa abandonó la fortificación de Rama, aliviando así la amenaza de Jerusalén.
En los días de Baasa, el profeta Jehú, hijo de Hanani, estuvo activamen­te proclamando el mensaje del Señor. Amonestó a Baasa para que sirviera a Dios, quien le había exaltado hasta el trono. Desafortunadamente, Baasa ignoró al profeta y continuó en el mismo camino pecaminoso en que había estado Jeroboam.
Ela sucedió a su padre, Baasa, y reinó menos de dos años (886-885). Habiendo sido hallado borracho en casa de su mayordomo jefe, Ela fue asesinado por Zimri, que se hallaba al mando de los carros reales de comba­te. En pocos días, la palabra de Jehú halló su cumplimiento, al perecer ase­sinados por Zimri todos los parientes y amigos de la familia de Baasa y Ela. El reinado de Zimri como rey de Israel, fue establecido con premura y acabado rápidamente, todo en siete días. Indudablemente, había fallado en aclarar sus planes con Omri, que estaba al frente del mando de las tropas israelitas acampadas contra Gibetón. Resulta obvio considerar que Zirnn no contaba con el apoyo de Omri, puesto que este último hizo marchar sus tropas contra Tirsa. En su desesperación Zimri se recluyó en el palacio real, mientras que iba siendo reducido a cenizas. Puesto que sólo estuvo como rey siete días, Zimri apenas merece mención como dinastía gobernante.
Los gobernantes omridas
Omri fue el fundador de la más notoria dinastía del Reino del Norte. Aunque el relato escriturístico de su reinado de doce años está confirmado en ocho versículos (I Reyes 16:21-28), Omri estableció el prestigio internacional del Reino del Norte.
Mientras mandaba el ejército bajo Ela (quizás también bajo Baasa), Omri ganó una experiencia militar de gran valor. Con apoyo militar, se hizo cargo del reino dentro de los siete días después de ocurrido el asesinato de Ela. Aparentemente contaba con la oposición de Tibni, que murió seis años más tarde, y dejó a Omri como el único gobernante de Israel.
Samaría fue el nuevo lugar elegido como capital. Bajo sus órdenes, se convirtió en la ciudad mejor fortificada de todo Israel. Estratégicamente situada a once kms. al noroeste de Siquem sobre el camino que conducía a Fenicia, Galilea y Esdraelón, Samaria estaba asegurada como la inexpugna­ble capital de Israel y así lo fue durante siglo y medio hasta que fue con­quistada por los asirios en el 722 a. C.
Las excavaciones en Samaria dieron comienzo en 1908 por dos grandes arqueólogos americanos, George A. Reisner y Clarence S. Fisher, quien supervisó la expedición de Harvard que fue continuada por otros en años sucesivos. Parece ser que Omri y Acab construyeron una fuerte muralla alrededor del palacio y terreno circundante. Con otra muralla sobre una te­rraza más baja y una muralla adicional al fondo de la colina, la ciudad estaba bien asegurada contra los invasores. El trabajo de construcción y los materia­les empleados de esas murallas era tan superior, que no ha sido encontrada otra igual en ninguna otra parte de Palestina. Marfiles utilizados como traba­jos de taracea encontrados en las ruinas, fechan los trabajos en los tiempos de la dinastía Omri, indicando la importación y el comercio con Fenicia y Damasco.
Omri estableció con éxito una favorable política exterior. De acuerdo con la piedra moabita, que fue descubierta en 1868 en la capital, Dibón, por Clemont-Ganneau, y que se encuentra ahora conservada en el Museo del Lpuvre de París, fue Omri quien sojuzgó a los moabitas para Israel. Obte­niendo tributos y controlando el comercio, Israel obtuvo una gran riqueza. Omri estableció amistosas relaciones con Fenicia que quedo sellada en el matrimonio de Acab, su hijo, y Jezabel, la hija de Etbaal, rey de los sidonios (I Reyes 16:31). Aquello fue de importancia vital para la expansión comercial de Israel e indudablemente inició una política de sincretismo religioso que floreció en los días de Acab y Jezabel. Esta última Parece implicada en I Reyes 16:25, donde Omri es acusado de haber hecho mas maldad que todos los que habían existido antes que él.
Las relaciones sirio-israelitas en los días de Omri, son en cierta forma algo ambiguo (I Reyes 20:34). Parece improbable que Omri, que fue tan astuto y tuvo tanto éxito como militar y diplomático, hubiese concedido ciu­dades a Siria y garantizado derechos de comercio en su ciudad capital. Du­rante los días de Baasa, los sirios, bajo Ben-Adad, obtuvieron el control de las valiosas rutas de las caravanas hacia el oeste y a Acó pero indudable­mente Omri se opuso a este monopolio por su tratado con los fenicios y la construcción, de Samaría con sus fuertes fortificaciones. Interpretando la palabra "padre" como "predecesor", en el texto arriba citado, y aplicando la palabra "Samaría" al Reino del Norte, las concesiones que Israel hizo a Siria tienen referencia a los días de Jeroboam. Sin conclusiva evidencia para lo contrario, parece razonable concluir que Israel no fue invadida por Siria y no fue tributaria para Ben-Adad en los días de Omri. Es posible que Omri pudo haber tenido algún contacto con Asiría y que ciertamente hu­biese atemperado la actitud siria hacia Israel.
Aunque la guerra civil había prevalecido entre Israel y Judá en los días de Baasa, no hay indicación en la Escritura de que esto continuase en el reinado de Omri. Muy verosímilmente, el estado de guerra fuese reemplaza­do por amistosas aperturas hacia el Reino del Sur, que culminaron con el matrimonio entre las familias reales de Israel y Judá.
Cuando murió Omri en el 874 a. C. la ciudad de Samaría se convirtió en un monumento permanente de su gobierno. Incluso habiendo establecido el reino de Israel, sus pecados excedieron a los de todos sus predecesores.
Acab (874-853) fue el más sobresaliente rey de la dinastía Omri. Heredero de un reino que disponía de política favorable respecto a las naciones circundantes, Acab expansionó con éxito los intereses políticos y comerciales de Israel durante los veintidós años de su remado.
Estando casado con Jezabel de Sidón, Acab alimentó las favorables re­laciones con los fenicios. Incrementando el comercio entre aquellos dos países, representaba una seria amenaza al lucrativo comercio de Siria. Y pudo ser muy bien que Ben-Adad tuviese en cuenta esta afinidad fenicio-is­raelita con una maniobra diplomática que resultase o bien con un matrimonio real o en devoción religiosa hacia el dios tiro, Melcarth. En tanto que su competencia con Siria no dio lugar a que se abriese un estado de guerra, Acab astutamente tomó ventaja de la oportunidad de asegurar el bienestar de su nación.
Por todo Israel, Acab construyó y fortificó muchas ciudades incluyendo a Jericó (I Reyes 16:34; 22:39). Además de esto, impuso pesados tributos en ganados de Moab (II Reyes 3:4) que le proporcionó un favorable equili­brio en el comercio con Fenicia y Siria. Respecto a Judá, aseguró una polí­tica de amistad por el matrimonio de su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat (865 a. C.). El apoyo de Judá fortaleció a Israel contra Siria. Man­teniendo la paz y desarrollando un lucrativo comercio, Acab estuvo en con­diciones de continuar el programa de construcciones en Samaría. La riqueza que codiciaba para sí mismo, está indicada en I Reyes 22:39 donde se hace referencia a una "casa de marfil". El marfil descubierto por los arqueólogos en las ruinas de Samaría puede muy bien ser del tiempo de Acab.
Mientras Omri pudo haber introducido a Baal, el dios de Tiro, en Israel, Acab promocionó el culto a este ídolo. En su gran ciudad capital, Samaría, construyó un templo a Baal (I Reyes 16:30-33). Cientos de profetas fueron llevados a Israel para hacer del baalismo la religión del pueblo de Acab. En vista de esto, Acab ganó la reputación de ser el más pecador de todos los reyes que habían gobernado a Israel.
Elías fue el mensajero de Dios en esta época de franca y abierta apostasía. Sin ninguna información concerniente a su llamada o a su pasado, emergió súbitamente de Galaad y anunció una sequía en Israel que terminó sola­mente por su palabra. Por tres años y medio (Sant. 5:17) Elías estuvo en reclusión. Mientras que faltaba el agua en el riachuelo de Querit, Elías fue alimentado por cuervos. El resto de este período fue cuidado por una viuda en Sarepta cuyas provisiones fueron milagrosamente multiplicadas diaria­mente. Otro gran milagro llevado a cabo fue la curación del hijo de la viuda.
Mientras que persistió el hambre en Israel, ocurrieron drásticas reper­cusiones. Incapaz de localizar a Elías, Jezabel mató a algunos de los profetas del Señor, pero Abdías, un sirviente de Acab, protegió a un centenar escon­diéndoles en cuevas y ocupándose de su bienestar. Por todo Israel y en las ciudades circundantes, se produjo una intensiva busca de Elías pero no pudo ser encontrado. Entonces el profeta retornó a Israel y demandó a Abdías el emplazar a Acab.
Cuando el rey cargó a Elías la culpa de lo que apesadumbraba a Israel, el profeta valiente reprendió a Acab y a su familia por descuidar los man­damientos de Dios y el culto a Baal. Con Elías dando órdenes, Acab amo­nestó a los 450 profetas de Baal y a los otros 400 de Asera que estaban apoyados por Jezebel. Como el hambre asolaba a Israel y prevalecía sobre toda la nación, hubo que tomar una acción decisiva. Con todo Israel y los profetas reunidos ante el monte Carmelo, Elías valerosamente confrontó al pueblo con el hecho de que no podía servir al Señor y a Baal al mismo tiem­po. Los profetas de Baal fueron desafiados para que consiguiesen de su dios, el quemar las ofrendas preparadas. Desde la mañana hasta bien tarde, cumplieron en vano rituales mientras que Elías ridiculizaba sus esfuerzos inútiles. Elías, entonces, reparó el altar de Dios, preparó el sacrificio, lo roció con agua e imploró a Dios para una divina confirmación. La ofrenda fue consumida, y todo Israel reconoció a Dios. Inmediatamente, los falsos profetas fueron ejecutados en el arroyo de Cisón. Tras que Elías hubo per­manecido en oración en la cúspide de la montaña, advirtió a Acab que la Uuvia tan largamente esperada comenzaría pronto. A toda prisa, Acab hizo el viaje en carro de 24 kms. a Jezreel, pero Elías le precedió.
Acab suministró a Jezebel un informe de primera mano de los aconte­cimientos de monte Carmelo. Inmediatamente, ella amenazó a Elías. Afortunadamente él recibió la noticia con 24 horas de anticipación. Aunque él había desafiado valerosamente a los cientos de falsos profetas el día anterior, dirigió hacia la frontera más próxima en un esfuerzo de abandonar a Israel. Yendo hacia el sur dejó a su sirviente en Beerseba y continuó una jornada de un día de duración más lejos, donde descansó bajo un enebro y oró para que pudiese morir. Un mensajero angélico le proveyó de refres­cos y el desalentado profeta recibió instrucciones de continuar hacia el mon­te Horeb. Allí tuvo una divina revelación, le fue dada la seguridad de que había 7.000 en Israel que no habían aceptado el baalismo, y le dio una triple comisión: ungir Hazael como rey de Siria, Jehú como rey sobre Israel y nombrar a Eliseo como su propio sucesor. Cuando Elías retornó a Israel, impartió la llamada de Dios a Eliseo mediante la transferencia de su manto. Eliseo, entonces, se convirtió en su colaborador.
Mediante una diplomacia efectiva y favorables tratados Acab estuvo en condiciones de mantener pacíficas relaciones con los países del entorno hasta la última parte de su reinado. No se menciona la razón del ataque de Siria contra el reino resurgido de Israel (I Reyes 20:1-43). Tal vez el rey sirio tomó ventaja de Israel tras que el país hubo padecido el hambre. También puede ser posible que la amenaza asiría motivase una acción agresiva de Ben-Adad en aquel tiempo. Apoyado por treinta y dos reyes vasallos, los sirios pusieron sitio a Samaría. Avisado por un profeta, Acab empleó sus gobernadores de distrito en montar una fuerza de 7.000 hombres para un ataque por sorpresa. Con el apoyo de tropas regulares, los israelitas deshicieron a los sirios, quienes tuvieron grandes pérdidas en hombres, caballos y carros de batalla. Ben-Adad apenas sí pudo escapar con vida.
Los sirios volvieron a luchar contra Israel nuevamente en la siguiente primavera, de acuerdo con el aviso del profeta hecho a Acab. Con una bri­llante estrategia, Acab derrotó una vez más a Ben-Adad. Aunque se hallaba grandemente superado en número, Acab acampó en las colmas, cargó con repentina furia y ganó una decisiva victoria en la captura de Afee, cinco kms. al este del mar de Galilea. Ben-Adad fue capturado, pero Acab le dejó en libertad e incluso le permitió establecer sus propios términos y con­diciones de paz, mediante las cuales algunas ciudades fueron devueltas a Israel y los derechos del comercio fueron dados a los victoriosos en Damasco. Este generoso y benévolo tratamiento de Israel a su peor enemigo, era parte de la política exterior de Acab de establecer alianzas amistosas con las naciones circundantes. Acab pudo haber anticipado la agresión asi­ría, y así el tratado de Afee representaba su plan para retener a Siria como estado tapón amistoso.
Acab falló en reconocer ante Dios esta grandiosa victoria militar (I Re­yes 20:26-43). En ruta a Samaría, un profeta le recordó de forma dramática que un soldado ordinario pierde el derecho a su vida a causa de la desobe­diencia. Por tanto, cuánto más el rey de Israel que no había cumplido su comisión cuando Dios le aseguró la victoria. La ominosa advertencia del profeta estropeó la celebración de la victoria de Acab.
El encuentro final entre Elías y Acab tuvo lugar en la viña de Nabot (I Reyes 21:1-29). Frustrado en su intento de comprar aquella viña, la decepción de Acab se hizo pronto aparente para su esposa Jezabel. Esta no sentía el menor respeto por la ley israelita y desoyó el rechazo consciente de Nabot en vender su propiedad heredada, ni siquiera a un rey. Acusado por falsos testigos, Nabot fue condenado por los ancianos y apedreado. Acab tuvo poca oportunidad de disfrutar su codiciada propiedad. Valientemente, el portavoz de Dios inculpó a Acab por haber derramado sangre inocente. Por aquella tremenda injusticia, la dinastía Omrida fue condenada a la des­trucción. Incluso aunque Acab se hubo arrepentido, el juicio sólo fue atem­perado y pospuesto para que sucediera tras la muerte de Acab.
Aunque no se menciona en la Escritura, la batalla de Qarqar (853 a. C.) tuvo una gran significación, lo bastante para ser narrada en los anales asi­rios, ocurriendo durante la tregua de tres años entre Siria e Israel (I Reyes 22:1). Los asirios, bajo Asur-nasir-pal II (883-859 a. C.), habían establecido contactos con el Mediterráneo pero evitado cualquier agresión hacia Siria e Israel. Salmanasar III (859-824 a. C.), no obstante, encontró oposición. Tras tomar numerosas ciudades al norte de Qarqar, los asirios fueron de­tenidos en su avance por una fuerte coalición, la cual Salmanasar registró en una monolítica inscripción, como sigue: Hadad-ezer (Ben-adad) de Damasco tenía 1.200 carros de combate, 1.200 jinetes de caballería y 20.000 hombres de infantería; el rey Irhuleni de Hamet contribuyó con 700 carros, 700 jine­tes y 10.000 soldados de infantería; Acab el israelita suministró 2.000 ca­rros y 10.000 infantes. Aunque a Acab no se le atribuye haber poseído ninguna caballería, es recordado por haber hecho la gran contribución con los carros de combate utilizados en Israel, la mayor conocida desde los tiempos de David. Salmanasar alardeó de una gran victoria. Cuan decisiva fue, es algo discutible, puesto que los asirios no avanzaron hacia Hamat ni renovaron su ataque durante los siguientes cinco o seis años.
Con el inmediato peligro de una invasión asiría conjurada, la tregua de tres años entre Israel y Siria terminó cuando Acab intentó recobrar Ramot de Galaad (I Reyes 22:1-40). Thiele sugiere que la batalla de Qarqar tuvo lugar en julio o a principios de agosto, de tal forma que esta batalla siró-is­raelita ocurrió más tarde en el mismo año, antes de que Acab hubiese licen­ciado sus tropas. La afinidad entre las familias reales de Israel y Judá implicaba a Josafat en este intento de desalojar a los sirios de Ramot de Galaad. Por tres años el fracaso de Ben-Adad de recuperar la ciudad, de acuerdo con el pacto de Afee, tuvo indudablemente que haber sido descui­dado por Acab mientras se enfrentaban a la común amenaza asiría.
Josafat apoyó a Aacab en esta aventura, pero su interés genuino estuvo en la dirección divina. Los 400 profetas de Acab, unánimemente aseguraron a los reyes de la victoria con Sedequías incluso usando un par de cuernos de hierro para demostrar cómo Acab corneaba a los sirios. Pero el rey Josafat tuvo una incómoda intuición. Aunque Micaías sarcásticamente envalentona­ba a los reyes para aventurarse contra Siria, afirmó sinceramente que Acab sería muerto en aquella batalla. Como resultado, Micaías fue puesto en prisión con órdenes reales de dejarle en libertad, si Acab retornaba en paz.
Sabiendo esto, Acab se enmascaró mientras Israel y Judá se lanzaban con su ataque sobre Ramot de Galaad. Reconociendo la capacidad de Acab como líder triunfador de Israel, el rey de Siria dio órdenes de matarle. Cuando los sirios perseguían al carro real, y se dieron cuenta que su ocupan­te era Josafat, se aplacaron. Sin que los sirios lo supieran, una flecha perdi­da atravesó a Acab que le hirió mortalmente. No solamente quedó Israel sin un pastor, como Micaías había predicho, sino que las palabras de Elías el profeta quedaron literalmente cumplidas a la muerte de Acab (I Reyes 21:19).
Acab fue sucedido por Ocozías, quien reinó aproximadamente un año (853-852 a. C.). Dos cosas hay que recordar de sus asuntos con el extran­jero. No solamente no tuvo éxito Ocozías al reclamar Moab para la dinastía omrida (II Reyes 3:5) sino que su expedición naval conjunta con Josafat en el golfo de Acaba también terminó con el fracaso (II Crón. 20:35). Cuando Ocozías propuso otra aventura, Josafat, habiendo sido amonesta­do por esta alianza por el profeta Eliezer, rehusó cooperar (I Reyes 22:47-49).
Con ocasión de una grave caída, ignoró al profeta Elías y envió mensa­jeros a Baalzebub en Ecrón. Elías intercepto a tales mensajeros con la solemne advertencia de que Ocozías no se recobraría. Tras varios intentos de capturar a Elías, fue llevado directamente hasta el rey. Como con Acab, su padre, Elías advirtió personalmente a Ocozías que el juicio de Dios le aguardaba porque había reconocido dioses paganos e ignorado al Dios de Israel. Esta pudo haber sido la última aparición de Elías ante un rey (852 a. C.), puesto que no se hace ninguna mención de cualquier acción con Joram, rey de Israel.
Elías y Eliseo habían cooperado estableciendo escuelas para profetas. Cuando Eliseo comprobó que su ministerio conjunto tocaba a su fin, pidió una doble porción del espíritu que había quedado sobre Elías. Unos caballos de fuego y un carro separaron a los compañeros y Elías fue llevado a los cielos por un torbellino. Cuando Eliseo vio a su maestro desaparecer, recogió el manto de Elías y volvió a cruzar el Jordán con la conciencia de que su solicitud había sido atendida. En Jericó, el pueblo reconoció en masa a Eliseo como al profeta de Dios. En respuesta a su pe­tición, él endulzó milagrosamente sus aguas amargas. Yendo a Betel fue ridiculizado por un grupo de muchachos que fueron devorados por los osos, por juicio divino. Desde allí, Eliseo fue a monte Carmelo y a Samaria, ha­biendo sido públicamente establecido como el profeta del Señor en Israel.
Joram, otro hijo de Acab y Jezabel, se convirtió en rey de Israel, tras la muerte de Ocozías en el 852 a. C. Durante los doce años de este último rey omrida en Israel, Eliseo estuvo frecuentemente asociado con Joram. Consecuentemente, el relato que se dedica a este período (II Reyes 3:1-9:26) está extensamente dedicado al valioso ministerio de este gran profeta.
La rebelión de Moab fue uno de los primeros problemas con que tuvo que encararse Joram cuando llegó a ser rey de Israel. Yendo en apoyo de Josafat, Joram condujo las unidades armadas de Israel y Judá en una marcha de siete días alrededor de la parte del sur del mar Muerto, donde Edom se juntó a la alianza formada. Aunque Israel controlaba la tierra moa-bita del norte del río Arnón, Joram planeó su ataque desde el sur. Mientras se hallaba acampado en la zona del desierto a lo largo de la frontera edo-mita-moabita, los ejércitos aliados se enfrentaron con una escasez de agua. Cuando Eliseo fue localizado, aseguró a los tres reyes el suministro milagroso de agua a causa de la presencia de Josafat. A la mañana siguiente, atacaron los moabitas, pero fueron rechazados. Retirándose de los invasores que avan­zaban, el rey de Moab tomó refugio en Kirareset (la moderna Kerak) que fue construida sobre una elevación de 1.134 mts. sobre el nivel del Me­diterráneo. En su desesperación, Mesa ofreció su hijo mayor en un holocaus­to como una ofrenda de fuego al dios moabita, Quemos. Aterrorizados, los invasores aliados dejaron a Moab sin que pudiera subyugar a Israel dicha ciudad.
Eliseo había tenido un muy efectivo ministerio por todo Israel. Un día, una viuda, cuyo marido había sido uno de los profetas, apeló a Eliseo en ayuda de rescate para sus hermanos de un acreedor que estaba dispuesto a llevarlos como esclavos. Mediante una milagrosa multiplicación del aceite, ella estuvo en condiciones de tener el suficiente dinero para pagar su deuda (II Reyes 4:1-7).
Mientras viajaba con su sirviente Giezi, Eliseo gozó de la hospitalidad de una rica anfitriona en Sunem, a pocos kms. al norte de Jezreel. Por esta buena acción, Eliseo le aseguró a ella que a su debido tiempo tendría un hijo. El hijo prometido tendría que nacer en la próxima primavera. Cuando su hijo murió de una insolación la sunamita fue a la casa de Eliseo en mon­te Carmelo en demanda de ayuda. Y a su hijo' le fue devuelta la vida (II Reyes 4:8-37). Algún tiempo más tarde, cuando amenazaba el hambre, Eliseo avisó a la sunamita que se trasladase a una comunidad más próspera. Tras una permanencia de siete años en tierra de los filisteos, ella volvió y fue ayudado por Giezi en recobrar sus propiedades (II Reyes 8:1-6).
Cuando los profetas de Gilgal se enfrentaron con el hambre, Eliseo pro­porcionó un antídoto para las plantas venenosas que estaban preparando para comer. Además, multiplicó veinte panes de cebada y unas cuantas espigas de trigo de tal forma que fueron alimentados cien hombres y aún sobró alimento (II Reyes 4:38-44).
El relato de Naamán (II Reyes 5:1-27) implica a Eliseo con los líderes políticos tanto de Siria como de Israel. Mediante una doncella cautiva israe­lita que tenía en su hogar, Naamán, el capitán leproso del ejército sirio, oyó hablar del sagrado ministerio curativo del profeta Eliseo. Llevando car­tas escritas por Ben-Adad, Naamán llegó a Samaria y suplicó a Joram que le curase de la lepra que padecía. Joram, aterrado, desgarró sus ropas, porque temía que el rey sirio buscase complicaciones. Eliseo salvó el pro­blema recordándole que Joram era profeta en Israel.
Apareciendo en el hogar de Eliseo, Naamán recibió unas simples instruc­ciones de lavarse en el Jordán siete veces. Tras de obtener de sus sirvientes la persuasión de que el capitán llevase a efecto lo que había dicho, Naamán fué curado. Volvió para otorgar una recompensa a Eliseo, que el profeta declinó. Con una orden de rendir culto al Señor quien le había curado Por medio de Eliseo, el capitán sirio salió para Damasco. El triste colorido de la curación de Naamán es el hecho de que Giezi, el sirviente de Elisfue tocado por la lepra como castigo por haber intentado apropiarse la recompensa que el profeta Eliseo había declinado aceptar.
Cuando Eliseo visitó una de las escuelas de los profetas, los estudiantes del seminario propusieron edificar otro edificio porque su vivienda actual resultaba demasiado pequeña. Acompañados por Eliseo, fueron al Jordán para cortar árboles con tal propósito. Cuando uno de ellos perdió la cabeza de su hacha en el agua, Eliseo realizó un milagro haciendo que flotara en el agua (II Reyes 6:l-7).
El estado de guerra entre Israel y Siria continuó intermitentemente du­rante el reinado de Joram (II Reyes 6:8-17:20). Cuando Ben-Adad compro­bó que sus movimientos militares en Israel eran conocidos por Joram, sospe­chó que cierto sirio se había convertido en un traidor. No era tal el caso, sino Eliseo, quien en su ministerio profético había avisado al rey de Israel. En consecuencia, los sirios enviaron a la captura de Eliseo. Cuando el sirviente del profeta, vio al poderoso ejército de Siria rodeando Dotan, se llenó de miedo; pero Eliseo le recordó la presencia de los terribles carros de guerra y la caballería que se encontraba en su entorno. En respuesta a la oración de Eliseo, las huestes sirias quedaron cegadas de tal forma, que el profeta pudo llevarles desde Dotan hasta Samaría. En presencia del rey de Israel, la ceguera quedó suprimida en el acto. Joram recibió instrucciones de prepararles una gran fiesta y después les despidió.
Más tarde, Ben-Adad acampó su ejército alrededor de Samaría sitiando a la ciudad por hambre. Cuando la escasez de alimentos se hizo insoporta­ble y tan desesperada que las madres tuvieron que comerse a sus propios hijos, Eliseo anunció que se produciría una abundancia de alimentos dentro de las veinticuatro horas siguientes. Mientras tanto, cuatro leprosos en la vecindad de Samaría, decidieron aprovechar la oportunidad de acercarse al campamento sirio. Estaban desesperados hasta el punto de morirse literal­mente de hambre. Al entrar en los cuarteles sirios, hallaron que los invasores habían quedado aterrados cuando oyeron el sonido de las trompetas, el ruido de los carros de batalla y el producido por un gran ejército. Cuando los leprosos compartieron las buenas noticias de abundantes provisiones con los samaritanos, se abrieron las puertas y el pueblo de Samaria tuvo abundancia de alimentos, de acuerdo con las palabras proféticas de Eliseo. El capitán que había rehusado creer en Eliseo, vio los suministros pero nunca los disfrutó, pues fue atropellado por la multitud hasta morir en las puertas de Samaría.
El ministerio de Eliseo fue conocido no sólo por todo Israel, sino en Siria al igual que en Judá y en Edom. Mediante la curación milagrosa de Naamán y el peculiar encuentro de los ejércitos sirios con este profeta, Eliseo fue reconocido como "el hombre de Dios" incluso en Damasco, la capital de Siria. Hacia el fin del reinado de Joram (843 o 842 a. C). Eliseo hizo una vista a Damasco (II Reyes 8:7-15). Cuando Ben-Adad lo oyó, envió a su sirviente, Hazael, a Eliseo. Con impresionantes regalos y presentes, distribuidos en una caravana de cuarenta camellos, de acuerdo con la cos­tumbre oriental, Hazael preguntó al profeta si Ben-Adad, rey de Siria, se recobraría o no de su enfermedad. Eliseo describió dramáticamente a Hazael ja devastación y el sufrimiento que esperaba a sus amigos los israelitas. Entonces el profeta cumplió parte de la comisión dada a Elías en el monte Horeb (I Reyes 19:15) informando a Hazael que él sería el próximo rey de Siria. Cuando Hazael retornó a Ben-Adad, entregó el mensaje de Eliseo, asfixiando con un paño mojado al rey enfermo, al día siguiente. Hazael, en­tonces se hizo cargo del trono de Siria, en Damasco.
Con el cambio de rey en el trono de Siria, Joram hizo un intento de recobrar Ramot de Galaad durante el último año de su reinado (II Reyes 8:28-29). En esta tentativa fue apoyado por su sobrino, Ocozías, que había estado gobernando en Jerusalén aproximadamente un año (II Crón. 22:5). Aunque Joram capturó sus fortalezas estratégicas, fue herido en la batalla. Mientras que estaba recuperándose en Jezreel, Ocozías, rey de Judá, fue a visitarle. Jehú fue dejado al cuidado del ejército israelita estacionado en Ramot de Galaad, al este del Jordán.
Eliseo vuelve a convertirse en el foco de la escena nacional, nuevamente, al dar cumplimiento a las otras misiones no cumplidas aún dadas a Elías en el monte Horeb (I Reyes 19:15-16). Esta vez, no fue él en persona, sino que envió a uno de los estudiantes del seminario a Ramot de Galaad, para ungir a Jehú como rey de Israel (II Reyes 9:lss.). Jehú estuvo encargado con la responsabilidad de vengar la sangre de los profetas y servidores del Señor. La familia de Acab y Jezabel tenía que ser exterminada como las dinastías de Jeroboam y Baasa lo habían sido ante Omri.
Con el sonido de la trompeta, Jehú fue proclamado rey de Israel. En un rápido asalto a Jezreel, Joram fue fatalmente herido y arrojado al mismo terreno que Acab había tomado a expensas de la sangre de Nabot. Ocozías intentó escapar, pero también fue mortalmente herido. En esto fue cumplida la palabra de Elías (I Reyes 21). Escapó a Meguido donde murió y fue lle­vado a Jerusalén para ser enterrado. Aunque Jezabel hizo un llamamiento a Jehú, ella fue brutalmente arrojada por una ventana hasta morir. Su cuerpo fue comido por los perros. El juicio cayó así sobre la dinastía de los Omri, cumpliéndose literalmente las palabras del profeta Elías.

 

 

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