Capítulo
VI
La
ocupación de Canaán
El día tan
largamente esperado llegó al fin. Con la muerte de Moisés, Josué fue
comisionado para conducir la nación de Israel a la conquista de
Palestina. Habían transcurrido siglos desde que los patriarcas
habían recibido la promesa de que sus descendientes heredarían la
tierra de Canaán. Mientras tanto y en ese interregno, cada
generación sucesiva del pueblo palestino había estado influenciado
por varios otros pueblos procedentes del Creciente Fértil. Motivados
por intereses económicos y militares, atravesaron Canaán de vez en
cuando.
Memorias
de Canaán
En el
apogeo de los éxitos militares, la poderosa
XII
Dinastía (2000-1780 a. C.) extendió espasmódicamente el control
egipcio a través de Palestina incluso hasta llegar tan al norte como
el Eufrates. En las subsiguientes décadas, Egipto no solo declinó en
su poderío, sino que fue ocupado por los poderosos hicsos, que
gobernaron desde Avaris, en el Delta. Poco antes de 1550 a. C. el
gobierno de los hicsos, como invasores e intrusos, había terminado
en la tierra del Nilo.
El reino
hitita tuvo sus principios en Asia Menor al comenzar el siglo
XIX
a. C. Referidos en el Antiguo Testamento como los "hijos
de Het" los hititas se mencionan frecuentemente como ocupantes de
Canaán. Allá por el 1600 su poder se había incrementado tanto en el
Asia Menor que llegaron a extender sus dominios hasta Siria &
incluso destruyeron Babilonia sobre el Eufrates por el 1550 a. C.
Dentro de la siguiente centuria la expansión hitita fue detenida por
dos reinos que entonces surgieron.
Por el
tiempo en que los hicsos invadieron Egipto y Babilonia, se hallaba
floreciendo bajo la I Dinastía, ejemplarmente representada por
Hamurabi, el nuevo reino de Mitanni que emergió en las altas tierras
de Media. Este pueblo indoario estaba compuesto de dos grupos: la
clase común, conocida
por los hurríanos, y la nobleza, o clase gobernante, llamada arianos.
Procedente del territorio al este de Harán, esas gentes de Mitanni
continuamente extendieron su reino hacia el oeste de tal forma que
en 1500 a. C. alcanzaron el mar Mediterráneo. El principal deporte
del pueblo ario o ariano, era el de las carreras de caballos. Se han
descubierto tratados escritos sobre la cría y el entrenamiento de
los caballos, a principios del presente siglo en Boghazkóy donde
habían estado preservados por los hititas que conquistaron al pueblo
mitanni. Por el 1500 a. C., el poder mitanni detuvo el avance de los
heteos por casi un siglo.
Los egipcios enviaron
frecuentemente sus ejércitos a través de Canaán para desafiar el
poder mitanni. Tutmosis III llevó a cabo diez y siete o diez y ocho
campañas en la región de Siria y más allá todavía. Durante los
primeros intentos hacia la conquista asiática, una confederación
siria, apoyada por el rey de Cades (localizado en el río Orontes)
resistió el avance egipcio. Muy verosímilmente la tierra de Siria
una tierra de prósperas ciudades, fértiles llanuras rica en
minerales y otros recursos naturales, y con vitales rutas de
comercio, que unían los florecientes valles del Nilo y el Eufrates
había permanecido bajo la hegemonía mitanni. Tras de la derrota de
los sirios en Meguido, el poder de Egipto se extendió hasta Siria.
Por un cierto tiempo los mitanni parecían apoyar a Cades como un
Estado‑tapón, pero eventualmente, Tutmosis marchó con sus ejércitos
a través del Eufrates y temporalmente acabó con el dominio mitanni
en, Siria. Cuando murió Tutmosis, virtualmente toda Siria se hallaba
bajo el gobierno de Egipto.
La fricción continuó entre el poder
egipcio y el mitanni durante los reinos de Amenofis II (1450‑1425) y
Tutmosis IV (1425‑1417), por lo que Siria vaciló en su fidelidad y
acatamiento. Aunque Saussatar, rey de Mitanni, extendió su poder
hacia el este llegando hasta Asur y más allá del río Tigris, su hijo
Artatama parece que fue frenado a causa del poder hitita. Esta
amenaza parece que fue la causa de que Artatama I hiciese un
convenio de paz con Tutmosis IV. Bajo los términos de esta política,
las princesas mitanias se casaron con los faraones durante tres
reinados sucesivos. Por aquel tiempo, Damasco se hallaba bajo
administración egipcia. Las cartas de Amarna (ca. 1400 a C.)
reflejan las condiciones en Siria, indicando que las relaciones
diplomáticas y fraternales existían entre las familias reales de
Mitanni y Egipto.
El poder hitita pronto se incrementó
y desafió este control mitanniegipcio del Creciente Fértil. Bajo el
reinado del rey Suppiluliune (13801346) los hititas cruzaron el
Eufrates hasta Wasshugani, reduciendo Mitanni a la situación de un
Estado‑tapón entre el reino hitlta y el creciente imperio asirio en
el valle del Tigris. Este, por supuesto, eliminó a Mitanni como
factor político en Palestina. Aunque el reino Mitanni estaba
completamente absorbido por los asirios (1250 a. C.), los hurrianos,
conocidos como horeos en el Antiguo Testamento, se hallaban en
Canaán cuando entraron los israelitas. Posiblemente los heveos eran
también de origen mitanni. Con la eliminación de la amenaza mitanni,
los hititas dirigieron sus intenciones hacia el sur. Por casi un
siglo, los hititas desde su capital en Boghazköy y los egipcios
rivalizaron por el control de la vacilante frontera de Siria.
Durante este período, Cades se convirtió en el centro de un reino
amorreo revivido. Muy verosímilmente adoptaron una politica de
acomodación manteniendo amistad con el más poderoso.
Cuando Ramsés II (1304‑1237) llegó
al trono, los egipcios renovaron sus esfuerzos para eliminar los
hititas de la Palestina del norte con objeto de recobrar sus
posesiones asiáticas. Mutwatallis, el rey hitita, se atrincheró
firmemente en la ciudad de Cedes y ayudado por ejércitos procedentes
de ciudades de Siria, al igual que de Carquemis, Ugarit y otras
ciudades de la zona. Ramsés extendió su frontera hasta Beirut a
expensas de los fenicios y después marchó por el Orontes hacia
Cedes, enfrentándose un enemigo que tenía comprometido a los
egipcios en una situación de guerra desde hacía ya dos décadas. Esta
batalla de Cedes en el año 1286 a. C. estuvo lejos de ser
decisiva para los egipcios. Tras otras numerosas conquistas de
ciudades en Canaáa y en Siria, Ramsés II y Hattusilis, el rey hitita,
concluyeron un tratado en 1280 a. C., un prominente pacto de no
agresión en la historia. Copias de este famoso acuerdo han sido
halladas en Babilonia, Boghazköy y en Egipto. Aunque no se mencionan
fronteras en el tratado, es muy posible que el estado amorreo
formase una influencia neutralizadora entre los egipcios y los
hititas.
En los días de Merneptah, unos
invasores procedente del norte, conocidos como los arios,
destruyeron el imperio hitita y debilitaron el amorreo, destruyendo
Cedes y otras plazas fuertes. Aunque el imperio hitita se
desintegró, este pueblo es frecuentemente mencionado en el Antiguo
Testamento. Ramsés III rechazó a estos invasores procedentes del
norte, en una gran batalla por tierra y mar y una vez su poder
menguado, unificó la Palestina bajo control egipcio. Tras Ramsés
III, declinó también el poder egipcio, permitiendo la infiltración
de los arameos en el área de Siria, que llegó a ser una poderosa
nación, aproximadamente dos siglos más tarde.
El pueblo de Canaán no estaba
organizado en fuertes unidades políticas. Los factores geográficos,
al igual que la presión de las naciones vecinas que la rodeaban, del
Creciente Fértil, y que utilizaban a Canaán como un Estado‑tapón,
cuenta mucho para el hecho de que los cananeos nunca formaron un
imperio fuertemente unido. Numerosas ciudades‑estado, controlaban
tanto territorio local como les era posible, con la ciudad bien
fortificada para resistir un posible ataque del enemigo. Cuando los
ejércitos marcharon sobre Canaán, estas ciudades con frecuencia
impedían el ataque mediante el pago de un tributo. No obstante,
cuando el pueblo llegó para ocupar la tierra, como Israel hizo
mandada por Josué, tales ciudades formaron ligas y se unieron
oponiéndose al invasor. Esto se halla, por cierto, bien ilustrado en
el libro de Josué.
La localización de Palestina en
el Creciente Fértil y la configuración geográfica de la tierra en sí
misma, con frecuencia afectó a su desarrollo político y cultural.
Sobre las llanuras aluviales del Tigris y el Eufrates, lo mismo que
en el valle del Nilo, numerosas diminutas ciudades‑reinos, y
pequeños principados o distritos, estuvieron más de una vez unidos
en una gran nación. Esto no se llevó a cabo fácilmente en Siria‑Palestina,
ya que la topografía era opuesta a la fusión. Como resultado, Canaán,
se hallaba en una posición debilitada, puesto que ninguna de sus
ciudades‑reinos era igual en fuerza para las fuerzas invasoras que
venían procedentes de los reinos más poderosos establecidos a lo
largo del Nilo o del Eufrates. Al propio tiempo, Canaán era el
precio codiciado de esas naciones más fuertes. Hallándose situada
entre dos grandes centros de civilización, Canaán con sus fértiles
valles estaba frecuentemente sujeta a la invasión de fuerzas más
poderosas. Reyezuelos no lo bastante fuertes para hacer frente a una
invasión enemiga, encontraban la solución al expediente,
momentáneamente, al humillarse y pagar un tributo a grandes reinos
como el de Egipto. Con frecuencia, sin embargo, cuando el invasor
se retiraba, los "regalos" terminaban. Aunque aquellas ciudades‑reinos
eran fácilmente conquistadas, resultaba difícil para los vencedores
el retenerlas como posesiones permanentes.
La religión de Cancán era
politeísta. El,
era considerado como la principal entre las deidades cananeas.
Parecido a un toro en una manada de vacas, el pueblo se refería a él
como "el padre toro" y lo consideraban como su creador. Asera era la
esposa de El. En los días de Elías, Jezabel patrocinó a
cuatrocientos profetas de Asera (I Reyes 18:19). El rey Manasés
colocó su imagen en el templo (II Reyes 21:7). Como jefe principal
entre setenta dioses y diosas que eran considerados como vástagos
de El y Asera, estaba Hadad, más comúnmente conocido como Baal, que
significaba "señor". Reinaba como rey de los dioses y controlaba el
cielo y la tierra. Como dios de la lluvia y de la tormenta, era
responsable de la vegetación y la fertilidad. Anat, la diosa que
amaba la guerra, era hermana, y al propio tiempo su esposa. En el
siglo IX, Astarté, diosa de la estrella de la mañana, era adorada
como su esposa. Mot, el dios de la muerte, era el jefe enemigo de
Baal. Yom, el dios del mar, fue derrotado por Baal. Esos y muchos
otros forman la introducción del Panteón cananeo.
Puesto que los dioses de los
cananeos no tenían carácter moral, no es de sorprender que la
moralidad del pueblo fuese extremadamente baja. La brutalidad y la
inmoralidad en las historias y relatos respecto de tales dioses es
con mucho, la peor de cualquier otra hallada en el Cercano Oriente.
Puesto que todo ello se reflejaba en la sociedad cananea, los
cananeos, en los días de Josué, practicaban el sacrificio de los
niños, la prostitución sagrada, y el culto de la serpiente en, sus
ritos y ceremonias con la religión. Naturalmente, su civilización
degeneró bajo tan desmoralizadora influencia.
Las Escrituras atestiguan esta
sórdida condición por numerosas prohibiciones dadas como aviso a
los israelitas.
Esta degradante influencia religiosa era ya aparente en los días de
Abraham (Gén. 15:16; 19:5). Siglos más tarde, Moisés encargó
solemnemente a su pueblo el destruir a los cananeos, y no solo a
castigarles por su iniquidad, sino para prevenirles de la
contaminación del pueblo elegido por Dios (Lev. 18:24‑28; 20‑23;
Deut. 12:31; 20:17‑18).
La era
de la conquista
La experiencia y el
entrenamiento habían preparado a Josué para la misión desafiante de
conquistar Cancán. En Refidín condujo el ejército israelita,
derrotando a Amalec (Ex. 17:8‑16). Como espía, obtuvo el
conocimiento de primera mano de las condiciones existentes en
Palestina (Núm. 13‑14).
Bajo la tutela de Moisés, Josué
fue entrenado para el mando y la dirección de la conquista y
ocupación de la tierra prometida.
Como fue el caso en el relato de
la peregrinación en el desierto, el registro de la actividad de
Josué está incompleto. No se hace mención de la conquista de la zona
de Siquem entre monte Ebal y monte Gerizim; pero fue allí donde
Josué reunió a todo Israel para escuchar la lectura de la ley de
Moisés (Jos. 8:30‑35). Muy posiblemente, muchas otras zonas locales
fueron conquistadas y ocupadas, aunque no sean mencionadas en el
libro de Josué. Durante la vida de Josué la tierra de Cancán fue
poseída por los israelitas, pero de ningún modo todos sus habitantes
fueron expulsados. Así, el libro de Josué tiene que ser considerado
como solo un relato parcial de la empresa emprendida por Josué.
No se declara la duración del
tiempo empleado para la conquista y división de Cancán. Asumiendo
que Josué tenía la edad de Caleb, los acontecimientos registrados
en el libro de Josué ocurrieron en un período de veinticinco a
treinta años.
Entrada
en Cancán
Al asumir Josué la jefatura de
Israel, se aseguró por completo del total apoyo de las fuerzas
armadas de Rubén, de los gaditas y de la tribu de Manasés, quienes
se habían asentado al este del Jordán en la herencia que se les
había atribuido antes de la muerte de Moisés. Parece completamente
razonable el asumir que la petición de apoyo, en Jos. 1:16‑18, es la
respuesta de la totalidad de la nación de Israel al dictado de las
órdenes de Josué para la preparación del paso sobre el río Jordán.
Dos espías fueron entonces despachados hacia Jericó para ver la
tierra. Por Rahab, quien dio cobijo a aquellos espías, se supo que
los habitantes de Canaán eran conscientes del Dios de Israel y que
había intervenido de una forma sobrenatural en favor de Israel. Los
dos hombres volvieron asegurando a Josué y a Israel que el Señor
había preparado el camino para una victoriosa conquista (Jos.
2:1‑24).
Como una visible confirmación de
la promesa de Dios, de que estaría con Josué como lo había estado
con Moisés, y la seguridad adicional de la victoria en Palestina,
Dios procuró un milagroso paso a través del Jordán. Esto constituyó
una razonable base para que todos los israelitas ejerciesen su fe en
Dios (Jos. 3:7‑13). Con los sacerdotes que portaban el Arca abriendo
el camino y permaneciendo en medio del Jordán, los israelitas
pasaron por un terreno seco. forma las aguas se detuvieron para
realizar este paso y hacerlo.
De qué posible, no se establece
en el relato. Ciertos hechos declarados estar, sin embargo,
mostrando su significación positiva. El lugar del paso está
identificado como "cerca de Jericó" que sería aproximadamente de
ocho kms. al norte del mar Muerto. Las aguas se cortaron o se
detuvieron en Adam, que hoy está identificada con ed‑Damieh,
localizada a 32 kms. del mar Muerto o aproximadamente a 24 kms.
desde donde Israel cruzó realmente.
El Jordán sigue un curso de 322 kms. en la distancia de 97 kms.
entre el mar de Galilea y el mar Muerto, descendiendo 183 metros. En
Adam, los arrecifes de piedra caliza salpican los bancos de
corriente. Tan recientemente como en el pasado 1927, parte de un
arrecife de 46 mts. cayó en el Jordán, bloqueando el agua durante
veintidos horas. Tanto si Dios causó que esto ocurriera o no cuando
Israel pasó el río, es algo que no está claramente determinado, pero
puesto que el Señor empleó medios naturales vara hacer cumplir su
voluntad en otras ocasiones (Ex. 14:21), existe la posibilidad de
que un terremoto pudo haber sido la causa de la obstrucción en
semejante ocasión.
También fue hecha la provisión
para que Israel no olvidase lo sucedido. Se elevaron dos memoriales
para este propósito. Bajo la supervisión de Josué, doce grandes
piedras apiladas una sobre otra, marcan el lugar donde el sacerdocio
con el arca de la alianza en el medio del Jordán, permaneció de pie
mientras que el pueblo marchó cruzando el río (Jos. 4:9). En Gilgal,
se erigió otro memorial en formó de amontonamiento de piedras ( Jos.
4:3, 8 y 20). Doce hombres, representando a las tribus de Israel,
llevaron doce piedras a Gilgal para este memorial que recordaba a
las futuras generaciones la provisión milagrosa que se había hecho
para los israelitas en el cruce del río Jordán. De esta forma, las
acciones de Dios deberían ser recordadas por el pueblo de Israel en
los años venideros.
La conquista
Acampados en Gilgal, Israel
estaba realmente preparado para vivir en Canaán como la nación
elegida por Dios. Durante cuarenta años, mientras que la generación
incrédula había muerto en el desierto, la circuncisión como un signo
de la alianza (Gén. 17:1‑27) no había sido observada. Mediante este
rito, las nuevas generaciones recordaban dolorosamente la alianza y
la promesa de Dios hecha para llevarles hacia la tierra que "manaba
leche y miel". La entrada en aquella tierra fue también marcada por
la observancia de la Pascua y el cese de la provisión del maná. El
pueblo redimido se alimentaría de entonces en adelante de los
frutos de aquella tierra.
El propio Josué estaba preparado
para la conquista a través de una experiencia similar a la que
tenía Moisés cuando Dios le llamó (Ex. 3). Mediante una teofanía,
Dios impartió a Josué la conciencia de que la conquista de la tierra
dependía entonces no solamente de su persona; sino que estaba
divinamente comisionado y dotado de los poderes precisos. Incluso
aunque estaba a cargo de Israel, Josué no era sino un servidor más y
sujeto al mando del ejército del Señor (Jos. 5:13‑15).
La conquista de Jericó fue una
sencilla victoria.
Israel no atacó la ciudad de acuerdo con las normas usuales de
estrategia militar, sino simplemente siguiendo las instrucciones del
Señor. Una vez por día, durante seis días, los israelitas marcharon
alrededor de la ciudad. Al séptimo día, cuando marcharon siete veces
alrededor de las murallas de la ciudad, éstas cayeron y los
israelitas pudieron entrar fácilmente y posesionarse de ella. Pero
no se permitió a los israelitas el apropiarse del botín ni los
despojos por sí mismos. Las cosas que no fueron destruidas ‑‑objetos
metálicos‑ fueron colocadas en el tesoro del Señor. Excepto Rahab y
la casa de sus padres, los habitantes de Jericó fueron exterminados.
La milagrosa conquista de Jericó
fue una convincente demostración para los israelitas de que sus
enemigos podían ser vencidos. Hai fue el próximo objetivo de
conquista. Siguiendo el consejo de su reconocimiento previo, Josué
envió un ejército de tres mil hombres, que sufrieron una grave
derrota. Por medio de la oración y de una investigación de Josué y
los ancianos, se reveló el hecho de que Acán había pecado en la
conquista de Jericó apropiándose de un atractivo ornamento de origen
mesopotámico, además de plata y oro. Por esta deliberada acción de
desafío a las órdenes emanadas del Señor sobre el botín y los
despojos de la victoria, Acán y su familia fueron apedreados en el
valle de Acor.
Seguro del éxito, Josué renovó
sus planes de conquistar Hai. Contrariamente al procedimiento
anterior, los israelitas echaron mano al ganado y a otros objetos de
propiedad movible. Las fuerzas enemigas fueron atraídas hacia campo
abierto de tal forma, que los treinta mil hombres que había
estacionados más allá de la ciudad por la noche, estuviesen en
condiciones de atacar Ha¡ desde atrás y prenderle fuego. Los
defensores fueron aniquilados, el rey fue ahorcado y el lugar
reducido a cascotes.
Wright identifica et‑Tell,
localizado a unos 2,5 kms. al sudeste de Betel, como la situación de
Ha¡. Las excavaciones llevadas a cabo indican que et‑Tell floreció
como una fortaleza cananeo en 3330‑2400 a. C. Subsiguientemente fue
destruida y quedó en ruinas hasta aproximadamente el año 1000 a. C.
Betel, sin embargo, fue una floreciente ciudad durante este tiempo
y, de acuerdo siempre con Albright, que excavó allí en 1934, fue
destruida durante el siglo XIII. Puesto que nada se establece en el
libro de Josué respecto a su destrucción, Wright sugiere tres
posibles explicaciones:
(1) el relato de Hai es una
invención posterior para justificar las ruinas; (2) el pueblo de Betel
utilizó Ha¡ como puesto fronterizo militar; (3) la teoría de Albright
de que el relato de la conquista de Betel fue más tarde transferida a
Ha¡. Wright apoya la última teoría, asumiendo la última fecha del
éxodo y la conquista.
Otros no están tan ciertos
respecto a la identificación de et‑Tell y Hai. El Padre H. Vincent
sugiere que los habitantes de Ha¡ tenían un sencillo puesto fronterizo
militar allí, por cuya razón no queda nada hoy que suministre
evidencia arqueológica de su existencia en la época de Josué. Unger
plantea la posibilidad de que el actual lugar de Ha¡ pueda todavía ser
identificada en la vecindad de Bete1.
Aunque nada esté definitivamente
establecido respecto a la conquista de Betel, esta ciudad, que figura
tan prominentemente en tiempos del Antiguo Testamento desde los días
de la entrada de Abraham en Canaán, se menciona en Jos. 8:9, 12, y 17.
Una razonable inferencia es la de que los betelitas estuvieron
implicados en la batalla de Hai. No se afirma nada respecto a su
destrucción, pero el rey de Betel está citado como habiendo sido
muerto (Jos. 12:16). Los espías enviados a Hai llevaron la impresión
de que Hai no era muy grande (Jos. 7:3). Más tarde, cuando Israel hace
su segundo ataque, el pueblo de Hai, al igual que los habitantes de
Betel, abandonaron sus ciudades para perseguir al enemigo (Jos. 8:17).
Es probable que Hai solamente fuese destruida en aquella ocasión y
que Betel fuese ocupada sin destruirla. La conflagración del siglo
XIII puede ser identificada con el relato dado en Jueces 1:22‑26,
subsiguiente al tiempo de Josué.
Siguiendo esta gran, victoria, los
israelitas erigieron un altar en el monte Ebal con objeto de presentar
sus ofrendas al Señor, de acuerdo con lo ordenado por Moisés. Allí,
Josué hizo una copia de la ley de Moisés. Con Israel dividido de forma
tal que una mitad del pueblo permaneciese frente al monte Ebal y la
otra mitad frente al monte Gerizim, de cara al arca, la ley de Moisés
fue leída al pueblo (Jos. 8:30‑35). De esta forma, los israelitas
fueron solemnemente puestos sobre el recuerdo de sus responsabilidades,
conforme se hallaban al borde de ocupar la tierra prometida, a no ser
que se apartasen del curso que Dios les había trazado.
Cuando la noticia de la conquista
de Jericó y de Hai se esparció por toda Canaán, el pueblo, en varias
localidades, organizó la resistencia a la ocupación de Israel (Jos.
9:1‑2). Los habitantes de Gabaón, una ciudad situada a 13 kms. al
norte de Jerusalén, imaginaron astutamente un plan de engaño.
Fingiendo ser de una lejana tierra por la evidencia de sus ropas
rotas y sucias y sus alimentos descompuestos, llegaron al campamento
israelita en Gilgal y expresaron su temor del Dios de Israel,
ofreciéndoles ser sus sirvientes si Josué hacía un convenio con ellos.
A causa de haber fallado en buscar la guía divina, los líderes de
Israel cayeron en la trampa y se negoció un tratado de paz con los
gabaonitas. Tras tres días, se descubrió que Gabaón y sus tres
ciudades dependientes se hallaban en las proximidades. Aunque los
israelitas murmuraron contra sus jefes, el tratado no se violó.
En su lugar, los gabaonitas fueron
encargados de suministrar madera y agua para el campamento israelita.
Gabaón era una de las grandes
ciudades de Palestina. Cuando capituló a Israel, el rey de Jerusalén,
se alarmó grandemente. En respuesta a su llamada, otros reyes amorreos
de Hebrón. Jarmut, Laquis y Egión formaron una coalición con él para
atacar la ciudad de Gabaón. Habiendo hecho una alianza con Israel, la
ciudad sitiada despachó inmediatamente mensajeros en demanda de
socorro para aquel lugar. Mediante la marcha de toda una noche desde
Gilgal. Josué apareció inesperadamente en Gabaón, donde derrotó y
empujó al enemigo a través del paso de Bet‑horón (también conocido
como el valle de Ajalón) hasta Azeca y Maceda.
La ayuda sobrenatural en esta
batalla resultó una aplastante victoria para los israelitas. Además
del elemento sorpresa y pánico en campo enemigo, las piedras del
granizo hicieron enormes bajas entre los amorreos, más de las que
hicieron los combatientes de Israel (Jos. 10:11). Además, a los
israelitas se les permitió un largo día para que persiguieran al
enemigo. La ambigüedad del lenguaje concerniente a este largo día de
Josué, ha dado origen a variadas interpretaciones. ¿Era este un
lenguaje poético? ¿Solicitó Josué una mayor duración de la luz del sol
o para descanso del calor del día?
Si se trata de un lenguaje poético, entonces sólo se trata de una
llamada hecha por Josué para ayuda y fortaleza. Como resultado los
israelitas estuvieron tan llenos de fortaleza y vigor que la tarea de
un día fue llevada a cabo en medio día. Aceptado como una
prolongación de la duración de la luz, esto fue un milagro en el cual
el sol o la luna y la tierra, quedaron detenidos.
Si el sol y la luna retuvieron sus cursos regulares, pudo haber sido
un milagro de refracción o un espejismo dado sobrenaturalmente,
extendiendo la luz del día de forma tal que el sol y la luna
parecieron quedar fuera de sus cursos regulares. Esto proporcionó a
Israel más tiempo para perseguir a sus enemigos.
La llamada de Josué en favor de la ayuda divina pudo haber sido una
solicitud de alivio para que disminuyera el calor del sol, ordenando
que el sol permaneciese silencioso o sordo, es decir, que evitara el
brillar tanto. En respuesta, Dios envió una tormenta de granizo que
les proporcionó tanto el alivio del calor solar y la destrucción del
enemigo. Los soldados, refrescados, hicieron un día de marcha en
medio día de duración desde Gabaón hasta Maceda, una distancia de 48
kms. y les pareció
un día completo cuando en realidad sólo había transcurrido medio día.
Aunque el relato de Josué no nos proporcione detalles de cómo ocurrió
aquello, resulta aparente que Dios intervino en nombre de Israel y la
liga amorea fue totalmente derrotada.
En Maceda, los cinco reyes de la
liga amorrea fueron atrapados en una cueva y subsecuentemente
despachados por Josué. Con la conquista de Maceda y Libra, esta última
situada en la entrada del valle de Ela, donde más tarde David
venció a Goliat, los reyes de aquellas dos ciudades igualmente fueron
muertas. Josué, entonces asaltó la bien fortificada ciudad de Laquis
(la moderna Tell‑ed‑Duweir) y al segundo día de sitio, derrotó dicha
plaza fuerte. Cuando el rey de Gezer intentó ayudar a Laquis, también
pereció con sus fuerzas; sin embargo, no se afirma que se conquistase
la ciudad de Gezer. El siguiente movimiento de Israel fue la victoria
al tomar Eglón, que actualmente está identificada con la moderna
Tell‑el‑Hesi. Desde allí, las tropas atacaron hacia el este en la
tierra de las colinas, y bloquearon Hebrón, que no fue fácilmente
defendida. Entonces, dirigiéndose hacia el sudoeste cayeron como una
trompa y tomaron Debir, o Quiriat‑sefer. Aunque las fuertes ciudades‑estado
de Gezer y Jerusalén no fueron conquistadas, quedaron aisladas por
esta campaña, de tal forma que la totalidad del área meridional, desde
Gabaón hasta Cales‑barrea y Gaza, quedaron bajo el control de Israel
cuando Josué condujo sus guerreros endurecidos por la batalla de nuevo
al campamento de Gilgal.
La conquista y ocupación del norte
de Canaán está brevemente descrita. La oposición fue organizada y
conducida por Jabín, rey de Hazor, que tenía bajo su mando una gran
fuerza de carros de batalla. Una gran batalla tuvo lugar cerca de las
aguas de Merom con el resultado de que la coalición cananeo fue
totalmente derrotada por Josué. Los caballos y los carros de combate
fueron destruídos.y la ciudad de Hazor quemada hasta reducirla a
cenizas. No se hace mención a la destrucción de otras ciudades en
Galilea.
Hazor, identificada como Tell‑el‑Quedah,
está estratégicamente situada aproximadamente a 24 kms. al norte del
mar de Galilea a unos ocho kms. al oeste del Jordán. En 1926‑1928,
John Garstang dirigió una excavación arqueológica de este lugar. Más
recientemente, excavaciones de mayor importancia de Hazor fueron
llevadas a cabo y dirigidas por el Dr. Yigael Yadin, en 1955‑58.
La acrópolis en sí misma, consistía en veinticinco acres que
alcanzaban una altura de cuarenta mts. y que aparentemente fue
fundada en el tercer milenio a. C. Un área más baja hacia el norte
consistente en unas sesenta y siete hectareas estuvo ocupada durante
el segundo milenio a. C. y tal vez tuviera una población tan
importante como 40.000 habitantes. En los registros de Egipto y
Babilonia, Hazor es frecuentemente mencionada, indicando su
importancia estratégica. La parte baja de la ciudad, aparentemente fue
construida durante la segunda mitad del siglo XVIII de la era de los
hicsos. Tras de que Josué destruyera este poderoso centro cananeo, el
poder en Hazor tuvo que haber sido restablecido suficientemente para
suprimir a Israel, hasta que fue nuevamente aplastada (Jue. 4:2) tras
de lo cual Hazor fue incorporada por la tribu de Neftalí.
En forma resumida, Jos.
11:16‑12:24 relata para la conquista de Israel la totalidad de la
tierra de Canaán. El territorio cubierto por las fuerzas de ocupación
extendidas desde Cades‑barnea, o las extremidades del Neguev, que
llegaba al norte hasta el valle del Líbano, bajo monte Hermón. Sobre
el lado oriental del Jordán, se divide el área que previamente había
sido conquistada bajo Moisés y que se extendía desde monte Hermón ea
el norte, hasta el valle de Arnón, al este del mar Muerto.
Existe una lista de treinta y un
reyes derrotados por Josué. Con tantas ciudades‑estados, cada una con
su propio rey y tan pequeño territorio, fue posible para Josué y los
israelitas el derrotar a aquellos gobernantes locales en pequeñas
federaciones. Incluso aunque los reyes fueron derrotados, no todas las
ciudades fueron realmente capturadas u ocupadas. Mediante su conquista,
Josué sometió a los habitantes hasta el extremo de que durante el
subsiguiente período de paz, los israelitas pudieron establecerse en
la tierra prometida.
El reparto
de Canaán
A pesar de que los reyes
cabecillas habían sido derrotados y prevaleció un período de paz,
quedaron muchas zonas no ocupadas en la tierra (13:1‑7). Josué fue
divinamente comisionado para repartir el territorio conquistado a las
nueve tribus y media. Rubén, Gad, y la mitad de Manasés habían
recibido sus partes al este del Jordán, bajo Moisés y Eleazar (Jos.
13:8‑33; Núm. 32).
Durante el período de la conquista,
el campamento de Israel estuvo situado en Gilgal, un poco al nordeste
de Jericó, cerca del Jordán. Bajo la supervisión de Josué y Eleazar,
el reparto fue hecho a algunas de las tribus, mientras todavía estaban
allí acampadas. Caleb, que había sido un hombre de fe poco común
cuarenta y cinco años anterior a aquella época, cuando los doce espías
fueron enviados a Canaán (Núm. 13‑14), entonces recibió una especial
consideración, siendo recompensado con la ciudad de Hebrón en su
herencia (14:6‑15). La tribu de Judá se apropió de la ciudad de Belén,
además de la zona existente entre el mar Muerto y el mar Mediterráneo.
Efraín y la mitad de Manasés recibieron la mayor parte de la zona al
oeste del Jordán entre el mar de Galilea y el mar Muerto (Jos.
16:117:18).
Silo fue establecido como el
centro religioso de Israel (Jos. 18:1). Fue allí donde las tribus
restantes fueron invitadas a poseer sus territorios ya asignados.
Mientras se le dio a Simeón la tierra al sur de Judá, las tribus de
Benjamín y de Dan recibieron su parte inmediatamente al norte de Judá.
Se les entregó su pertenencia a Manasés en el norte, comenzando con el
valle de Meguido y monte Carmelo, Isacar, Zabulón, Aser y Neftalí.
Las ciudades para refugio fueron
designadas por toda la tierra prometidá (20:1‑9). Al oeste del Jordán
esas ciudades eran Cades en Neftalí, Siquem en Efraín, y Hebrón en
Judá. A1 este del Jordán en cada una de las áreas tribales, estaban
los siguientes: Beser en Rubén, Ramot de Galaad dentro de las
fronteras de Gad, y Golán en Basán, en el área de Manasés. A esas
ciudades, cualquiera podía huir buscando seguridad para caso de
venganza de sangre por la muerte de un hombre.
La tribu de Leví no recibió
reparto territorial, ya que era la responsable de los servicios
religiosos en toda la nación. Las demás tribus tenían la obligación de
proporcionar toda clase de facilidades a los levitas y, de esa forma,
la tierra de pastoreo de cada una de las cuarenta y ocho ciudades
estaba a disposición de los levitas para que pudiesen dar alimento a
sus rebaños.
Con una recomendación por sus
fieles servicios y una admonición a permanecer fieles a Dios, Josué
despidió a las tribus transjordanas que habían servido con el resto
de la nación, bajo su mando, en la conquista del territorio al oeste
del Jordán. Tras su retorno a la Transjordania, erigieron un altar,
una acción que alarmó a los israelitas que se habían comportado en
Canaán debidamente. Finees, el hijo del sumo sacerdote, fue enviado a
Silo para hacerse cargo de la situación. Su investigación le aseguró
de que el altar levantado en, la tierra de Galaad, servía al propósito
de mantener un debido culto a Dios.
La Biblia no establece cuanto
tiempo vivió Josué tras sus campañas militares. Una inferencia basada
en el libro de Josué, 14:6‑12, es que la conquista de Canaán fue
llevada a cabo en un período de aproximadamente siete años. Josué pudo
haber muerto poco después de esto o pudo haber vivido como veinte o
treinta años como máximo. Antes de morir a la edad de 110 años, reunió
a todo Israel en Siquem y severamente les amonestó a temer al Señor.
Les recordó que Dios había advertido a Abraham de que no sirviera a
ningún ídolo y había verificado el convenio de la alianza hecho con
los patriarcas trayendo a Israel a la tierra prometida. Se hizo una
alianza pública mediante la cual los jefes aseguraron a Josué que
ellos servirían al Señor. Después de la muerte de Josué, Israel
cumplió esta promesa sólo hasta el paso de la generación más vieja.
Cuando
gobernaban los Jueces
Los acontecimientos registrados en
el libro de los Jueces están íntimamente relacionados a los de los
tiempos de Josué. Puesto que los cananeos no habían sido totalmente
desalojados y la ocupación de Israel no era completa, similares
condiciones continuaron en el período de los Jueces. En consecuencia,
el estado de guerra continuó en zonas locales o en ciudades que fueron
vueltas a ocupar en el curso del tiempo. Referencias tales como las
citadas en Jueces 1:1; 2:6‑10, y 20:26‑28
parecen indicar que
los acontecimientos en Josué y Jueces están íntimamente relacionados
cronológicamente o son incluso sincrónicos.
La cronología de este período es
difícil de discernir. El hecho de que se hayan sugerido cuarenta o
cincuenta métodos diferentes para medir la era de los Jueces, es
indicativo del problema.
Indudablemente, este cálculo de
años y tabulación es la que tiene Pablo en la memoria cuando divide el
período de Josué hasta Samuel, incluyendo 40 años para la judicatura
de Elí (Hechos 13:20). Incluso con la aceptación de la temprana fecha
de la ocupación de Cancán bajo Josué (1400 a. C.), es imposible
permitir una cronológica secuencia para esos años, puesto que David
estaba plenamente establecido en el trono de Israel por el año 1000,
a. C. En I Reyes 6:1, se calcula un período de 480 años, desde el
tiempo del Éxodo al cuarto año del reinado de Salomón. Incluso
permitiendo un mínimo de 20 años por cada uno para Elí, Samuel y Saúl,
40 años para David, 4 años para Salomón, 40 años para la peregrinación
por el desierto y un mínimo de 10 años para Josué y los ancianos, un
total de 154 años tendría que ser añadido a 410, haciendo una gran
tabulación de 566 años. La obvia conclusión es que el período de los
Jueces no corresponde a una secuencia cronológica.
Garstang tiene en cuenta para este
período, considerando a Samgar, Tola, Jair, Ibzán, Elón y Abdón como
jueces locales cuyos años son sincrónicos con aquellos de los períodos
mencionados
Omitiendo esto de la tabulación cronológica, el número total de años
entre el Exodo y el cuarto año del reinado de Salomón, aproxima
la cifra de 480 años. En Jueces 11:26, se dan 300 años como el tiempo
transcurrido entre la derrota de los amonitas bajo Moisés y los días
de Jefté. Restando los anos de Josué y los ancianos, y añadiendo 20
años para Sansón, el tiempo que corresponde a los Jueces desde Otoniel
a Sansón se aproximaría a tres siglos (1360‑1060 a. C.).
La última fecha para la conquista
bajo Josué (1250‑1225 a. C.) limita el período permitido a los Jueces,
incluyendo los días de Elí, Samuel y Saúl, a dos siglos o menos. Con
este cómputo en I Reyes 6:1, y Jueces 11:26, se tiene la consideración
de ser unas últimas inserciones y no fiables históricamente. Aunque
Garstang considera la referencia en I Reyes como una inserción, él lo
fecha antes y lo acepta como fiable. Esta cronología más corta
necesitaría una ulterior sincronización de períodos de opresión y
permanencia en los días de los Jueces.
Obviamente, cualquier pauta
cronológica propuesta para esta era de los jueces no es sino una
solución sugerida. Los datos de la Escritura son suficientes para
establecer una cronología absoluta. Parece completamente cierto que
los autores de Josué y Jueces no intentan dar un relato que encaje en
una completa cronología para el período en cuestión. La fe a las
tradiciones de I Reyes 6:1 y Jueces 11:26 exige la cronología más
larga.
Israel no tenía capital política
en los días de los Jueces. Silo, que fue establecido como centro
religioso en los días de Josué (Jos. 18:1), continuó como tal en los
días de Elí (I Samuel 1:3). Puesto que Israel no tenía rey (Jueces
17:6; 18:1; 19:1; y 21:25) no existía plaza central donde un juez
pudiera oficiar. Aquellos jueces intervenían en lugares de liderazgo
según la situación local o nacional pudiese demandar. La influencia y
el reconocimiento de muchos de ellos, era indudablemente limitada a
su comunidad local o tribu. Algunos de ellos eran caudillos militares
que liberaron a los israelitas del enemigo opresor, mientras que otros
fueron reconocidos como magistrados a quienes el pueblo se dirigía
para decisiones políticas o de carácter legal. Sin tener un gobierno
central, ni capitalidad, las tribus israelitas fueron gobernadas
espasmódicamente sin inmediata sucesión, cuando uno de los jueces
fallecía. Con algunos de los jueces restringidos a zonas locales, es
también razonable asumir que varias judicaturas se superpusieran.
La anotación "en estos días no
había rey en Israel; y cada lo que bien le parecía" (Jue. 21:25)
describe claramente las c que prevalecían en la totalidad del período
de los Jueces.
El versículo que sirve de apertura
a Jueces, sugiere que este que este libro tiene relación con los
acontecimientos que tuvieron lugar tras la muerte de Josué. El relato
de Jueces 2:6‑10, puede apoyar la idea de que algunos de tale'
acontecimientos se refiere en parte a la conquista de ciertas ciudades
bajo` el mando de Josué. La conquista de Hebrón en Jueces 1:10‑15,
puede ponerse como paralelo al relato de Josué 15:14‑19. Otras
declaraciones reflejan los cambios que ocurrieron en un largo período
de tiempo. Jerusalén no fue conquistada en los días de Josué (15:63)
y, de acuerdo con Jueces 1:8, la ciudad fue quemada por el pueblo de
Judá, pero en el versículo está claramente establecido que los
benjaminitas no desalojaron a los jebuseos de Jerusalén. La ciudad no
fue realmente ocupada por los israelitas hasta los días de David. La
victoria judaica tuvo que haber sido solo temporal.
Aunque Josué había derrotado las
principales fuerzas de la oposición cuando conducía a Israel hacia
Canaán y dividió la tierra a las diversas tribus, muchos locales
permanecieron en manos de los cananeos y otros habitantes. En
sumensaje final a los israelitas Josué advirtió al pueblo de no
mezclarse o contraer matrimonio con los habitantes locales que se
quedaron, sino que les amonestó a apartar a aquellas gentes
idolátricas y ocupar sus tierras. Se hicieron ulteriores intentos para
desalojar a tales gentes, pero según lo escrito se deduce que los
israelitas sólo fueron parcialmente obedientes.
Mientras que se conquistaron
algunas zonas, ciertas ciudades fuertemente fortificadas tales como
Taanac y Meguido permanecieron en posesión de los cananeos. Cuando
Israel fue lo suficientemente fuerte, Israel quiso forzar a aquellas
gentes al trabajo y a pagar tributos; pero fracasaron en su propósito
de expulsarles fuera de la tierra. Consecuentemente, los amorreos,
cananeos y otros, permanecieron en la tierra que había sido entregada
por completo a Israel para su posesión y ocupación. Hubiera parecido
completamente natural, que cuando Israel se hubiera debilitado,
aquellas gentes incluso volviesen a tomar posesión de sus tierras,
ciudades y poblados que Israel hubo una vez conquistado (ver Jueces
1:34).
La ocupación parcial de la tierra
dejó a Israel en permanentes dificultades. Mediante la fraternización
con los habitantes, los israelitas participaron en el culto a Baal,
conforme apostataban del culto a Dios. Los pueblos particularmente
mencionados que fueron culpables de que Israel se apartase de Dios,
fueron los cananeos, los heteos, los amorreos, los ferezeos, los
heveos y los jebuseos. Durante este período de apostaría, los
matrimonios mixtos condujeron a mayores abandonos en el servicio y
verdadero culto a Dios. En el curso de una generación el populacho de
Israel llegó a ser tan idólatra que las bendiciones prometidas por
Dios a través de Moisés y Josué, les fueron retiradas.
A1 rendir culto a Baal los israelitas rompieron con el primer
mandamiento del Decálogo.
El juicio les llegó en forma de
opresión. Ni Egipto ni la Mesopotamia eran lo bastante fuertes como
para dominar el Creciente Fértil durante esta era. La influencia
egipcia en Palestina había disminuido durante el reinado de Tut‑ank‑Amón
(1360 a. C.). Asiria surgía poderosa (1250 a. C.), pero ya no se
interfería en las cuestiones de Canaán. Esto permitió a los pueblos de
las inmediaciones, al igual que a las ciudades‑estados usurpar sobre
las posesiones de Israel en Canaán. Los oponentes políticos de esta
época son los mesopotámicos, moabitas, filisteos, cananeos, madianitas
y amonitas. Estos invasores tomaron ventaja de los israelitas,
arrebatándoles sus propiedades y cosechas. Cuando la situación llegó
a hacerse insoportable, se desesperaron lo bastante como para
volverse hacia Dios.
El arrepentimiento fue el
siguiente paso de este ciclo. Conforme los israelitas perdían su
independencia y se sometían a la opresión, reconocieron que estaban
sufriendo las consecuencias de su desobediencia a Dios. Cuando se
hicieron conscientes de su pecado, se volvieron hacia Dios en
penitencia Su llamada no fue en vano.
La liberación llegó a través de
campeones que Dios envió para desafiar a los opresores. Jefes
militares que condujeron a los israelitas a atacar al enemigo, fueron
como notables, Otoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Jefté y
Sansón. Especialmente dotados con una divina capacidad, aquellos jefes
rechazaron a los enemigos e Israel de nuevo gozó de un periodo de paz
y tranquilidad.
Estos ciclos religioso‑políticos
se sucedieron frecuentemente en los días de los Jueces. El
pecado, la tristeza, la súplica y fa salvación eran cosa del día. Cada
generación, aparentemente, tenía bastante gente que era consciente de
la posibilidad de asegurarse el favor de Dios y sus bendiciones, y la
idolatría rechazada, restaurándose la adhesión a los preceptos de Dios
que quedaban así instaurados.
Los jueces
y
las naciones opresoras
La opresión por un período de ocho
años por una fuerza de invasión procedente de las altiplanicias de
Mesopotamia, de comienzo al primer ciclo. Garstang sugiere que Cusham‑Risha‑taim
era un rey heteo que se había anexionado el norte de la Mesopotamia,
también conocido por Mitanni, y extendió su poder hasta la tierra de
Israel. Otoniel, de
la tribu de Judá,'¡ tomó la iniciativa en convertirse en campeón de la
causa de Israel, conforme s el Espíritu del Señor cayó sobre él.
Siguió a esto un período de calma de cuarenta años.
Moab fue la próxima nación
que
invadió a Israel. Apoyados por los amonitas y amalecitas, los
moabitas ganaron una posición en territorio de Israel, y
exigió
tributos. Aod, de la tribu de Benjamín se levantó como
liberador para
terminar con los diez y ocho años de la dominación moabita.
Habiendo pagado el tributo, Aod obtuvo una audiencia privada con Eglón,
el
rey de Moab. Utilizando la espada con la mano izquierda, Aod
le atacó
cuando estaba desprevenido, y mató al citado rey de Moab,
escapando
después antes que fuera descubierta su hazaña. Los moabitas
quedaron
desmoralizados, mientras que los israelitas se envalentonaron
para
apoyar a Aod en toda su ofensiva contra el enemigo.
Aproximadamente
unos 10.000 moabitas perdieron la vida en el encuentro, lo que
proporcionó a Israel una notable victoria. Con la expulsión de
Moab,
Israel gozó de un período de tranquilidad de ocho años.
Durante esta
época, Ramsés II, que gobernaba Egipto (1290-1224 a. C.) y
Merneptah
su hijo (1224‑1214) mantuvieron un equilibrio. de poder con
los heteos
controlando Palestina tan lejos como al sur de
Siria. La sola
mención de Israel en las inscripciones egipcias procede de la.
baladronada de Merneptah de que Israel era considerada como un erial.
En su totalidad las condiciones de paz prevalecieron por algún tiempo.
Solamente en un versículo se hace
mención a la carrera de Samgar. No se indica nada respecto a la
opresión, ni existen tampoco detalles respecto al origen de Samgar ni
a su pasado. Una lógica inferencia parece ser que los filisteos
penetraron dentro del territorio de Israel y que Samgar se levantó
para ofrecerles resistencia, matando a 600 enemigos en un valeroso
esfuerzo.
El hostigamiento por los cananeos,
seguido por un período de veinte años, conforme la influencia egipcia
declinaba en Palestina bajo Merneptah y otros gobernantes débiles,
ocurrió cerca del siglo XIII. Mientras Jabín, rey de los cananeos,
gobernaba en Hazor, situado al norte del mar de de Galilea, Sísara, el
capitán del ejército de Jabín, persiguió a los israelitas desde
Haroset‑goim, situada cerca del arroyo de Cisón a la entrada noroeste
de la llanura de Esdraelón.
Durante la época de esta opresión
cananea, Débora ganó el, reconocimiento como profetisa en la tierra de
Efraín, cerca de Ramá y Betel. Habiendo enviado por Barac, no sólo le
amonestó para que entrase en la batalla, sino que personalmente se
unió a él en Cedes en Neftalí. Allí, Barac reunió una fuerza
combatiente y se dirigió hacia el sur al monte de Tabor, situado al
nordeste de la llanura triangular de Esdraelón. Sin embargo, puesto
que Sísara tenía la ventaja de 900 carros de guerra en su fuerza
combatiente, Barac tuvo miedo de asumir la responsabilidad de combatir
a los cananeos con sus 10.000 infantes. Incluso aunque Débora le
aseguró la victoria conforme los cananeos fueron, atraídos con engaño
hacia el Cisón, Barac no quiso aventurarse fuera sin su valerosa
acompañante.
Las fuerzas cananeas fueron
sorprendentemente confundidas. Un cuidadoso examen del relato, parece
indicar que cuando los carros de guerra del enemigo se hallaban. en le
valle de Cisón, una repentina lluvia redujo la ventaja de los cananeos.
Los carros guerreros tuvieron que ser abandonados al quedar atascados
en el fango (5:4, 20, 21; 4:15).
Con las fuerzas cananeas derrotadas y Sísara muerto, por Jael, los
israelitas ganaron una paz que duró cuarenta años. La victoria fue
celebrada en un canto que expresa la alabanza por la ayuda divina (Jueces
5).
La reversión de Israel a la
idolatría fue seguida por incursiones procedentes del Desierto Sirio
por nómadas hostiles montados en camellos, conocidos como madianitas,
amalecitas e Hijos de Este, que llegaron a hacerse dueños de las
cosechas y el ganado de los israelitas. Siete años de depredación fue
un período excesivo, de tal forma, que los israelitas tuvieron que
buscar refugio seguro en las cuevas y en lugares montañosos.
En un pueblo llamado Ofra, Gedeón
se hallaba ocupado secretamente buscando grano para su padre, cuando
el ángel del Señor le comisionó para liberar a su pueblo. Aunque Ofra
no puede ser definitivamente identificado, probablemente estaba
situado cerca del valle de Jezreel en la Palestina central, donde la
presión madianita era mayor. Lo primero que hizo Gedeón fue destruir
el altar de Baal en el estado de su padre. Aunque las gentes de la
población se alarmó ante el hecho, el padre de Gedeón, Joás, no era
partidario de la idolatría. Por esta memorable acción Gedeón fue
llamado Jerobaal que significa "Contienda Baal contra él" (Juec.
6:32).
Cuando las fuerzas del enemigo
estaban acampadas en el valle de Jezreel, Gedeón reunió un ejército.
Por el uso de un vellón dos veces expuesto, tuvo la seguridad de que
Dios le había llamado ciertamente para liberar a Israel (Jueces
6:36‑40). Cuando Gedeón anunció a su ejército de 32.000 hombres
reunidos de Manasés, Aser, Zabulón y Neftalí, que cualquiera que
tuviese miedo podría volverse a casa vio a 22.000 hombres salir de las
filas. Como resultado de una nueva comprobación perdió otros 9.700
hombres. Con una compañía de solo 300 hombres que preparó para la
batalla, se dispuso a atacar a las hordas nómadas.
En las faldas del monte More,
hacia la terminación oriental de la llanura de Meguido, permanecía
acampada la gran hueste de los madianitas con sus camellos. Gedeón,
dividiendo su banda de 300 hombres en tres compañías, hizo un ataque
por sorpresa durante la noche. Al principio de la mitad de la guardia
‑tras las 10 de la noche‑ cuando el enemigo dormía profundamente, los
hombres de Gedeón soplaron las trompetas, aplastaron sus cántaros y
gritaron el grito de batalla diciendo "¡Por la espada del Señor y de
Gedeón!" (Juec. 7:20). Los madianitas sumidos en la mayor confusión
huyeron a través del Jordán. Por su fe en Dios, Gedeón puso así en
fuga al enemigo y liberó a los israelitas de la opresión (ver Heb.
11:32).
En la persecución de los
madianitas, la condición sin ley de los días de los Jueces se refleja
de nuevo (Jueces 8). Tras pacificar a los celosos efrateos, que no
habían compartido la gran victoria, Gedeón encaminó a los madianitas
hacia la Tran.sjordania, tomando una apreciable cantidad de botín de
objetos valiosos, objetos de oro, collares de camellos, joyas de toda
clase, al igual que ornamentos de púrpura de los que vestían los reyes
madianitas. Como resultado, el pueblo ofreció a Gedeón el reinado
hereditario.,¡ El rechazo de Gedeón refleja su actitud de resistencia
contra la tendencia''', hacia la monarquía. Sin embargo, Gedeón hizo
un efod de oro de los despo‑, jos tomados al enemigo. Tanto si aquello
era un ídolo o un simple memorial de su victoria o una acción
contraria al efod con que se adornaban los sumos sacerdotes (Ex.
27:6‑14) es algo que no está claro. En cualquier caso, el!' objeto se
convirtió en un símbolo para Gedeón y su familia, al igual que para
los israelitas, allanando el camino hacia la idolatría. Aunque Gedeón
había,,' ganado la seguridad para Israel de los invasores, por
cuarenta años, median‑. te su victoria militar, su influencia en
religión fue negada. Poco después de su muerte, el pueblo se volvió
abiertamente hacia el culto de Baal, olvidando que Dios les había
garantizado la liberación.
Abimalec, un hijo de una concubina
de Gedeón, se nombró a sí mismo como rey en Síquem por un período de
tres años tras la muerte de Gedeón.
Ganó la adhesión de los siquemitas,
matando traidoramente a todos los setenta hijos de Gedeón, excepto a
Jotam. Este último, dirigiéndose a los hombres de Síquem, desde el
monte Gerizim, por medio de una parábola, compara a Abimelec con una
zarza que fue invitada a reinar sobre los árboles. Invocó la maldición
de Dios sobre Siquem por su conducta con la familia de Gedeón.
La revuelta pronto estalló bajo
Gaal, quien incitó a los siquemitas a rebelarse. En el transcurso de
la lucha civil que siguió, Abimelec fue muerto finalmente por una
piedra de molino que una mujer dejó caer sobre su cabeza cuando se
aproximaba a una torre fortificada dentro de la ciudad.
Esto acabó con todos los intentos
de establecer la monarquía en Israel en los días de los Jueces.
Se conoce poco respecto a Tola y a
Jair. Puesto que no se conocen grandes hechos que les conciernan, sus
responsabilidades fueron meramente judiciales. Tola, de la tribu de
Isacar, paró en Samir, situada en algún lugar del país de las colinas
de Efraín. Se le asigna un gobierno de 23 años.
Jair hizo su oficio de juez en el
territorio de Galaad al este del Jordán durante 22 años. El hecho de
que tuviese una familia de 30 hijos indica no sólo una ostentosa
poligamia, sino también su rango y su posición de riqueza en la
cultura de la época.
La apostasía de nuevo prevaleció en
Israel, vuelto hacia el culto de Baal y otras deidades paganas. La
opresión de esta época proviene de dos direcciones: los filisteos
presionaban desde sudoeste y los amonitas invadieron desde oriente.
La liberación en la Transjordania y su zona llegó bajo el caudillaje
de Jefté.
A causa de ser hijo de una ramera,
Jefté fue condenado al ostracismo desde su comunidad hogareña a
temprana, edad. Llegó a ser un jefe de bandoleros o capitán de
merodeadores en Tob, que probablemente estaba situada al nordeste de
Galaad. Cuando los galaaditas buscaron un caudillo, fue llamado Jefté.
Antes de aceptar este nombramiento, se hizo un solemne pacto mediante
le cual los ancianos galaaditas le reconocieron como jefe y caudillo.
Cuando Jefté apeló a los amonitas,
éstos respondieron con la fuerza. Antes de presentar batalla, hizo un
voto que le obligaba a ser cumplido en el caso de que volviera
victorioso. Vigorizado con el Espíritu del Señor, Jefté obtuvo una
gran victoria de tal forma que los israelitas fueron liberados de los
amonitas quienes les habían oprimido durante diez y ocho años. Cuando
Efraín protestó de que no se les había llamado para tomar parte en la
batalla contra los amonitas, Jefté supo responderle militarmente con
su ejército.
¿Sacrificó Jefté realmente a su
hija en cumplimiento del voto que había pronunciado? En aquel dilema,
no habría agradado ciertamente a Dios que se le hiciera un sacrificio
humano, que en ningún lugar de la Escritura tiene la divina aprobación.
De hecho, este fue uno de los grandes pecados por los cuales los
cananeos tenían que ser exterminados. Por otra parte, ¿cómo pudo
agradar a Dios no cumpliendo con su voto? Aunque los votos en Israel
eran voluntarios, una vez que una persona hacía un voto, se hallaba
bajo la obligación de cumplirlo (Núm. 6:1‑21). La clara implicación
en Jueces 11, es que Jefté cumplió el suyo (v. 39). Su manera de
hacerlo está sujeta a varias interpretaciones.
Que los líderes israelitas no se
conformaban a la religión pura en los días de los Jueces, resulta
aparente en los registros bíblicos
Jefté, que tenía un pasado a medias cananeo, pudo haber conformado la
realización de su voto, prevaleciendo las costumbres paganas,
sacrificando a su hija.
Puesto que las montañas eran consideradas como símbolos de la
fertilidad por los cananeos, su hija fue a las montañas a guardar luto
por su virginidad con objeto de evitar cualquier posible cesación de
la fertilidad de la tierra.
Periódicamente, durante cada año, las doncellas israelitas empleaban
cuatro días recordando el luto de la muchacha sacrificada.
Si la familiaridad de Jefté con la
ley le volvió consciente del disgusto de Dios con los sacrificios
humanos, él pudo haber dedicado a su hija al servicio del tabernáculo.
Haciéndolo así, pudo haber cumplido con su voto y conformado
su
actuación a la ideal esencial de la completa consagración
significada
en la ofrenda del fuego. Puesto que su hija era su único
vástago, Jefté perdió el derecho de sus esperanzas a la posteridad.
En esta forma, pudo haber conjugado sus obligaciones del cumplimiento
del voto pronunciado sin hacer ningún sacrificio humano, un voto que
tal vez hubiese sido realizado apresuradamente bajo una determinada
presión.
Aunque la manera en la cual Jefté
cumplió su voto no está detallada en la narrativa bíblica, hizo frente
al desafío de liberar a su pueblo de la opresión y está considerado
como un héroe de la fe (Heb. 11:32).
Ibzán juzgó en Israel durante
siete años. Se ignora si Belén, el lugar de
su actividad y
enterramiento, es la bien conocida ciudad de Judá o un
pueblo en Zabulón.
La mención de treinta hijos y treinta hijas indica su
posición, riqueza e
influencia.
Elón tiene asignados diez años
como juez. En Ajalón, en la tierra de Zabulón, tuvo su hogar y su
lugar de servicio a su pueblo.
Abdón, el siguiente juez de la
lista, vivió en Efraín. Estando en una posición de proporcionar asnos
para los setenta miembros de su familia, Abdón tuvo que haber sido un
hombre de grandes riquezas e influenció en su país. Juzgó en Israel
durante ocho años.
Israel fue oprimida
simultáneamente por los amonitas y filisteos (Juec. 10:6). Mientras
que Jefté derrotó a los primeros, Sansón es el héroe que resistió y
desafió el poder de los últimos. Puesto que Sansón nunca alivió
completamente a Israel de la dominación palestina, es difícil fechar
el período de 40
años que se menciona
en Jueces 13:1.
Veinte años es el
período que se
calcula que Sansón ostentó su caudillaje (Juec. 15:20).
Sansón fue un gran héroe dotado de
una fuerza sobrenatural recordado. en primer término por sus hazañas
militares. Que fue un nazareno, fue anunciado a sus padres
darlitas antes de su nacimiento. Manoa y su esposa fueron instruidos
mediante la revelación divina de que su hijo comenzaría la liberación
de Israel de la opresión filistea. A través de numerosos relatos,
referencias, se conoce el hecho de que el Espíritu del Señor estaba
sobri, él 13:25; 14:5, 19; 15:14).
Sus actividades
estuvieron limitadas a la llanura marítima y el país de las colinas de
Judá, donde emprendió la lucha contra la ocupación filistea del
territorio Israelita.
Numerosos relatos que sólo pueden
ser una muestra de todo lo que Sansón hizo, están registrados en el
libro de los Jueces. En su camino hacia Timnat, destrozó un león con
sus propias manos. Cuando fue obligado a suministrar treinta
ornamentos de fiesta a los filisteos, quienes deshonestamente
obtuvieron la respuesta al acertijo que él puso en sus bodas en Timnat,
mató a treinta de ellos en Ascalón. En otra ocasión, soltó a
trescientas zorras con ramas ardientes para destrozar las cosechas de
los filisteos. En respuesta a sus represalias, Sansón mató a muchos
filisteos cerca de Etam. Cuando los hombres de Judá le entregaron
atado de manos al enemigo, sus ataduras quedaron sueltas conforme el
Espíritu del Señor llegó sobre él. Sin otras armas que sus manos, mató
a mil hombres con la quijada de un asno. En Gaza arrancó las puertas
durante la noche y se las llevó casi a 64 kms. al este a una colina
cercana al Hebrón.
Las relaciones de Sansón con
Daljla, cuyas simpatías estaban con los filisteos, le condujeron a su
ruina. Por tres veces rechazó con éxito a los filisteos, cuando la
mujer le traicionó; sin embargo, cuando reveló el secreto de su
colosal fuerza y poder a ella y le cortaron los cabellos, Sansón
perdió su fuerza. Los filisteos le sacaron los ojos y le forzaron a
trabajar en un molino como un esclavo. Pero Dios restauró su fuerza
para su hazaña final y pudo derrumbar los pilares del templo de Dagón,
matando más filisteos de los que había muerto en sus anteriores
encuentros.
A despecho de su debilidad, Sansón
ganó renombre entre los héroes de la fe (Heb. 11:32). Dotado con tan
grande fuerza, indudablemente pudo haber hecho mucho más, pero
envuelto en el pecado, fracasó en su misión de liberar a Israel. De
todos modos hizo lo bastante como para hacer desistir a los filisteos
de que Israel no fuese desalojado de la tierra prometida.
Condiciones religiosas, políticas y sociales
Los últimos capítulos del libro de
los Jueces y el libro de Rut, describen las condiciones que existían
en los días de los heroicos jefes tales como Débora, Gedeón, y Sansón.
Sin referencias mezcladas a las actividades de cualquiera de los
jueces particulares nombrados en los capítulos precedentes, es
difícil fechar estos acontecimientos específicamente. Los rabinos
asocian la historia de Micaía y la emigración danita con la época de
Otoniel; pero a causa de la falta de detalles históricos, es imposible
hallarse ciertos de la fiabilidad de todo esto y de las tradiciones
similares de los rabinos. Lo más que puede ser hecho es limitar tales
acontecimientos a los días "cuando los Jueces gobernaban" y "no había
rey en Israel" (Rut 1:1 y Jue. 21: 25).
Micaía y su casa de dioses son un
ejemplo de la apostaría religiosa que prevaleció en los días de los
Jueces. Cuando Micaía, un efrainita, devolvió 1160 siclos robados a su
madre, ella dio 200 siclos a un joyero, el cual hizo una imagen
grabada en la madera y recubierta de plata, al igual que otra imagen
fundida de plata. Con aquellos símbolos idolátricos, Micaía estableció
un santuario al que añadió un efod y terafiues e hizo sacerdotes a uno
de sus hijos. Cuando un levita procedente de Belén se detuvo por azar
en aquella capilla en monte Efraín, Micaía hizo un acuerdo con él,
alquilándole como su sacerdote oficial con, la esperanza de que el
Señor haría prosperar su empresa.
Cinco danitas enviados como grupo
de reconocimiento para localizar más tierra para su tribu, se
detuvieron en el santuario de Micaía para pedir consejo a este levita.
Tras haberles asegurado el éxito de su misión, siguieron su camino y
encontraron condiciones favorables para la conquista de más territorio
en Lais, una ciudad situada en la vecindad del hontanar del río Jordán
Como resultado, seiscientos danitas emigraron hacia el norte. En el
camino, convencieron al levita de que era mejor para él servir como
sacerdote para una tribu más bien que para un solo individuo. Cuando
Micaía y sus vecinos objetaron la cuestión, los danitas, mucho más
fuertes, se limitaron simplemente a tomar al levita y a los dioses de
Micaía y llevárselos a Lais, desde entonces llamada Dan. Allí, Jonatán,
que indudablemente era el levita, estableció un santuario para los
danitas como un substituto para Silo. De no haber ninguna omisión en
la genealogía (18:30) de este Jonatán, es muy verosímil que la
emigración tuviese lugar en los primeros días del período de los
Jueces.
El crimen sexual en Gabaa y los
acontecimientos que siguieron, condujeron a Israel a la guerra civil.
Un levita de las colinas de la tierra de Efraín y su concubina, al
retorno de una visita a los padres de la mujer en Belén, se detuvieron
en Gabaa por la noche. Había pasado por Jebús, esperando recibir mejor
hospitalidad en Gabaa, que era una ciudad benr; jaminita. Durante la
noche, los hombres de Gabaa exigieron y después:, obtuvieron a la
concubina del levita. En la mañana ella fue encontrada muerta a la
puerta de la casa. El tomó el cadáver y la llevó a su hogar;,
cortándola en doce piezas que envió por todo el país. Todo Israel,
desde Dan a Beerseba, fue tan horrorizado por semejante atrocidad, que
se reunieron en Mizpa. Allí, ante una reunión de 400.000 hombres, el
levita habló de lo que habían hecho con ellos los benjaminitas.
Cuando la tribu de Benjamín rehusó
entregar los hombres de Gabaa, habían cometido aquel crimen, estalló
la guerra civil. Los benjaminitas dispusieron una fuerza combativa de
26.000 hombres, incluyendo una división;: de honderos. El resto de
Israel, entonces, se reunió en Betel, donde estaba situada el Arca del
Señor, para recibir consejo para la batalla de Finees, el sumo
sacerdote. Por dos veces las fuerzas israelitas fueron derrotadas en
su ataque a Gabaa. La tercera vez, la conquistaron y quemaron la
ciudad, matando a todos los benjaminitas excepto a 600 que huyeron y
encontraron refugio en la roca de Rimón. La destrucción y devastación
de Benjamín fue completa, hasta el extremo de que la totalidad
de la tribu quedó arruinada. Tras cuatro meses, se efectuó una
reconciliación con los 600 hombres que; quedaban. Se tomaron medidas
para la restauración y el matrimonio de aquellos hombres, de forma tal
que los benjaminitas pudiesen ser re instaurados en la nación de
Israel.
La historia de Rut suministra una
visión rápida de una era más pacíúl en los días en que los Jueces
gobernaban. Esta
narrativa cuenta con la emigración de una familia israelita ‑Elimelec,
Noemí y sus dos hijos hacia Moab, cuando había hambre en Judá. Allí,
tos dos hijos se casaron con dos mujeres moabitas, Rut y Orfa. Tras la
muerte de su marido y ambos hijos, Noemí se volvió a Belén acompañada
de Rut. En el curso del tiempo, Rut se casó con Booz y,
subsiguientemente, figura en la línea genealógica davídica de la
familia real de Israel.
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Capítulo
VII
Tiempos de
transición
En los siglos X y XI Israel
estableció y mantuvo la más poderosa monarquía de toda su historia.
Ni antes ni después, la nación tuvo tan extensas fronteras y sostuvo
tanto respeto internacional. Tal expansión fue posible en gran medida
a causa de la no interferencia que pudo haberle llegado desde las
extremidades del Creciente Fértil durante esta época de su historia.
Las naciones vecinas
Egipto había declinado a una
posición de debilidad. Ramsés III (11981167 a. C.), el Faraón de la
XX dinastía que había sido fuerte lo bastante como para rechazar a
todos los invasores, murió a manos de un asesino. Bajo Ramsés IV‑XII
(ca. 1167‑1085) el poder de los reyes egipcios sucumbió gradualmente a
la política agresiva de la familia sacerdotal. Por el 1085 a. C. Heri‑Hor,
el sumo sacerdote, comenzó a gobernar Egipto desde Karnak en Tebas,
mientras que príncipes de la familia controlaban Tanis. La pérdida de
prestigio de Egipto se refleja por el tratamiento despectivo que se
permitió Wen‑Amun en, su jornada hacia Biblos como un enviado egipcio
(ca. 1080 a. C.). No fue sino hasta el cuarto año de Roboam (927 a.
C.) en que Egipto estuvo en posición de invadir Palestina (I Reyes 14:
25‑26).
Los asirios, bajo Tiglat‑pileser
(1113‑1074 a. C.), extendieron su influencia hacia el oeste, a Siria
y a Fenicia. Sin embargo, antes de que transcurriera mucho tiempo,
los propios asirios sintieron los efectos de la invasión procedente
del Oeste Durante el reinado de Asur‑Rabi 11 (1012975 a. C.), los
establecimientos asirios a lo largo del Eufrates fueron; desplazados
por emigración de las tribus arameas. Sólo después del año: 875 a. C.
Asiria volvió a recobrar el control del alto valle del Eufrates para
desafiar a los poderes occidentales en Palestina.
El enemigo que tan seriamente
amenazaba el creciente poder Israel era el de los filisteos.
Rechazados en su intento de entrar en Egipto, los filisteos se
establecieron en gran número sobre la llanura marítima de Palestina
poco después del 1200 a. C. Cinco ciudades se convirtiere en plazas
fuertes de los filisteos: Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza y Gat Sam.
6:17). Sobre cada una de esas ciudades independientes gobernaba un "señor"
que supervisaba el cultivo de la tierra anexionada. Aunque eran'
activamente competitivos con los fenicios en el lucrativo negocio del
comercio, como registraba Wen‑Amun, los filisteos amenazaban con
dominar Israel en los días de Sansón, Elí, Samuel y Saúl.
Independientes en mismas, las cinco ciudades y sus gobernantes se
unían ocasionalmente par propósitos políticos y militares.
La explicación real de la
superioridad filistea sobre Israel se encuentra en el hecho de que los
filisteos guardaban el secreto del hierro fundido. Los heteos en Asia
Menor habían sido fundidores de hierro antes del 12 a. C. pero los
filisteos fueron los primeros que utilizaron el proceso en Palestina.
Guardando su monopolio celosamente, tenían a Israel a su merced. Esto
queda claramente reflejado en I Sam. 13:19‑22. "Ahora no se encuentra
un solo herrero en toda la tierra de Israel". No solo se encontraban
1a israelitas sin herreros para forjar espadas y lanzas, sino que
incluso dependían de los filisteos para el arreglo de sus instrumentos
de trabajo agrícola. Con semejante amenaza pesando sobre Israel, se
encontraba al borde caer en una esclavitud sin remisión por parte de
los filisteos.
Aunque Saúl ofreció alguna
resistencia al enemigo que avanzaba, fue sino hasta los tiempos de
David, en que el poder de los filisteos quedó roto. Por la ocupación
de Edom, David aprendió los secretos de la utilización del hierro y
ganó acceso a los recursos naturales que existían en península del
Sinaí. En tales condiciones, se encontró capaz de unir firmemente la
nación de Israel y de establecer una supremacía militar, que n un fue
seriamente desafiada por los filisteos.
Del norte, la principal amenaza para
Israel y su expansión, procedía Aram. Ya a principios de los tiempos
patriarcales, los arameos se hab establecido en el distrito de Khabur
en la alta Mesopotamia, conocido co Aram‑Naharaim. La zona bajo su
control, pudo muy bien haberse extendí hacia el oeste hasta Alepo y al
sur hasta Cades sobre el Orontes. H dónde pudieron haberse extendido
en la zona de Damasco y hacia el s durante la época de los jueces, es
algo incierto.
El estado arameo más poderoso fue
Soba, situado al norte de Damas Hadad‑ezer, gobernador de Soba,
extendió sus dominios hacia el Eufra (II Sam. 8:3‑9) y posiblemente
tomó por la fuerza algunas colonias asirias de Asur‑Rabi II, rey de
Asiria (1012‑975 a. C.). Las dinastías hititas en Hamat y Carquemis,
fueron gradualmente reemplazadas por los arameos conforme se
expandieron, hacia el norte. Otros estados arameos situados hacia el
sur de Damasco, fueron Maaca, Gesur y Tob. Al este del Jordán y al sur
de monte Hermón yace Maaca, con Gesur directamente hacia el sur.
Puesto que su madre procedía de aquella zona, Absalón se apresuró a
acudir a Gesur en busca de seguridad después de haber matado a Amnón.
Tob (Jue. 3:11) estaba al sudeste del mar de Galilea, pero al norte de
Galaad. Estos estados, bajo la jefatura de Hadad‑ezer, representaban
una formidable coalición para la expansión de Israel en los días de
David.
Los fenicios o cananeos ocuparon
la costa marítima del Mediterráneo hacia el norte. Mientras los
arameos estaban formando un fuerte reino más allá de la cadena del
Líbano, los fenicios se concentraban en intereses marítimos. Por el
tiempo de David, las ciudades de Tiro y Sidón habían establecido un
fuerte estado incluyendo el territorio costero inmediato. Mediante el
comercio y los tratados, extendieron su influencia comercialmente por
todo el Mediterráneo. Hiram, rey de Tiro, y David, rey de Israel, lo
encontraron mutuamente beneficioso para mantener una actitud de
amistad sin fricciones militares.
Los edomitas, que habitaban la
zona montañosa del sur del mar Muerto, fueron gobernados por reyes
antes del resurgimiento de la monarquía de Israel (Gén. 36:31‑39).
Aunque Saúl luchó contra los edomitas (I Sam. 14: 47) fue David quien,
realmente les sometió ,ellos. La declaración de que habían convertido
en servidores de David, quien había estacionado guarniciones por todo
el país, tiene la mayor importancia (II Sam. 8:14). De las minas de
Edom, David obtuvo recursos naturales tales como cobre y hierro que
Israel necesitaba desesperadamente para acabar con el monopolio
filisteo en la producción de armamentos.
Los amalecitas, también
descendientes de Esaú (Gén. 36:12), mantuvieron el territorio al este
de Edom hacia la frontera egipcia. Saúl intentó destruir a los
amalecitas (I Sam 15) pero fracasó en hacer una completa purga. Más
tarde, los amalecitas atacaron a Siclag una ciudad ocupada por David
cuando era un fugitivo del territorio filisteo, pero apenas si son
mencionados.
Los moabitas, situados al este del
mar Muerto, fueron derrotados por Saúl (I Sam. 14:47) y conquistados
por David. Por casi dos siglos, permanecieron obedientes a Israel como
una nación tributaria.
Los amonitas ocuparon la franja
del territorio sobre la frontera oriental de Israel. Saúl les derrotó
en Jabes‑galaad cuando se estableció por sí mismo temo un rey (I Sam.
11:1‑11). Cuando los amonitas desafiaron las aperturas a la amistad de
David por una alianza con los arameos, no les venció (II Sam. 10) pero
conquistó Rabá en Amón, su ciudad capital (II Sam. 12:27). Nunca más
desafiaron la superioridad israelita .durante el período del reinado.
Bajo el caudillaje de Elí y Samuel
Los tiempos de Elí y Samuel marcan
la era de transición desde el esporádico e intermitente caudillaje de
los Jueces hasta la implantación de la monarquía Israelita. Los dos
hombres están mencionados en el libro de los jueces, pero se les
considera en los primeros capítulos de I Samuel (1:1‑8: 22) como una
introducción a la narrativa respecto al primer rey de Israel.
La historia de Elí sirve como
fondo para el ministerio de Samuel. Como sumo sacerdote, Elí estaba a
cargo del culto y sacrificio en el tabernáculo en Silo. Fue a él, a
quien los israelitas consideraron y buscaron para guía jefatura de los
asuntos civiles y religiosos.
La religión de Israel se hallaba a
un bajo nivel en los días de Elí. El mismo fracasó en enseñar a sus
propios hijos en, reverenciar a Dios; "no tenían conocimiento del
Señor" (I Sam. 2:12) y bajo su jurisdicción asumieron
responsabilidades sacerdotales tomando ventaja del pueblo conforme se
aproximaba al culto y al sacrificio. No sólo robaban a Dios
solicitando la porción sacerdotal antes del sacrificio, sino que se
conducían de tal forma que el pueblo aborrecía el llevar sacrificios a
Silo. También profanaron el santuario con las acciones paganas propias
de la religión cananea. Como era de esperar, rehusaron el escuchar la
amonestación y la denuncia de semejante conducta. No es de sorprender
que Israel continuase degenerándose al incrementar tales prácticas
religiosas corrompidas.
En semejante atmósfera corrompida,
Samuel fue llevado desde su niñez y dejado al ciudadano de Elí.
Dedicado a Dios y alentado por una santa madre, Samuel creció en el
entorno del tabernáculo, incorruptible a la maléfica influencia falta
de religiosidad de los hijos de Elí.
Un profeta cuyo nombre se ignora,
reprobó a Elí porque honraba a sus hijos más de lo que honraba a Dios
(I Sam. 2:27). Su relajación había provocado el juicio de Dios, de ahí
que sus hijos perdieran sus vidas inútilmente Y un fiel sacerdote
ministrase en su lugar. La reiteración de este decreto llegó a Samuel
cuando Dios le habló durante la noche (I Sam. 3:1‑18).
Pronto y de forma repentina
aquellas proféticas palabras recibieron su total cumplimiento. Cuando
los asustados israelitas vieron que estaban perdiendo su
enfrentamiento con los filisteos, se impusieron sobre los hijos de Elí
para llevar el arca del pacto de Dios, el objeto más sagrado de
Israel, al campo de batalla. La religión había llegado a un extremo
tal, que el arca, que representaba la verdadera potencia de Dios, les
salvaría de la derrota. Pero no podían forzar a Dios a que les
sirviera. Su derrota fue aplastante. El enemigo capturó el arca,
matando a los hijos de Elí. Cuando Elí oyó las sorprendentes noticias
de que el arca estaba en manos de los filisteos, sufrió un colapso que
le costó la vida.
Aquello fue un día de catástrofe
para Israel. Aunque la Biblia no dice nada respecto a la destrucción
de Silo, otra evidencia aboga de que por ese tiempo, los filisteos
redujeron a ruínas el santuario central que había sostenido y
mantenido unidas a todas las tribus. Cuatro siglos más tarde,
Jeremías advirtió a los habitantes de Jerusalén, de no depositar su
confianza en el templo (Jer. 7:12‑24; 26:6‑9). Mientras que los
israelitas habían confiado en el arca para su propia seguridad, así,
la generación de Jeremías asumió que Jerusalén, como lugar de la
residencia de Dios, no podía caer en manos de las naciones gentiles.
Jeremías sugirió de que se fijasen en las ruínas de Silo y se
aprovecharan de aquel histórico ejemplo Las excavaciones arqueológicas
pusieron al descubierto el aniquilamiento de Silo en el siglo XI. Su
destrucción en aquel tiempo cuenta para el hecho de que poco tiempo
después los sacerdotes oficiaban en Nob (I Sam. 21:1). Es también
digno de notar en relación con esto que Israel, en ninguna ocasión
intentase volver el arca a Silo.
La victoria filistea desmoralizó
efectivamente a los israelitas. Cuando la nuera de Eli dio a luz un
hijo, ella le puso por nombre "Icabod" porque, ella sintió
profundamente que las bendiciones de Dios hubiesen sido retiradas de
Israel (I Sam. 4:19‑22). El nombre del niño significaba "¿Dónde está
la gloria?" y al mismo tiempo podía demostrar que la religión cananea
había ya penetrado en el pensar de los israelitas, ya que un devoto de
Baal, habría sido como una alusión a la muerte del dios de la
fertilidad.
El lugar de Samuel en la historia
de Israel es único. Siendo el último de los Jueces, ejerció la
jurisdicción por toda la tierra de Israel. Además, ganó el
reconocimiento como el más grande profeta de Israel desde los tiempos
de Moisés. También ofició como sumo sacerdote, aunque él no pertenecía
al linaje de Aarón, a quien pertenecían las responsabilidades del
sacerdocio.
La Biblia ha conservado
comparativamente poco respecto al ministerio real de este gran
caudillo. Cuando Elí murió, y la amenaza de la opresión filistea se
hizo más pronunciada, los israelitas se volvieron naturalmente hacia
Samuel para que les sirviera de caudillo. Después de haber escapado al
despojo y destrucción de Silo, Samuel estableció su hogar en Ramá,
donde erigió un altar. No hay indicación, sin embargo, de que aquello
se convirtiese en el centro religioso o civil de la nación. El
tabernáculo, que de acuerdo con el Salmo 78:60 había sido abandonado
por Dios, no se menciona en relación con Samuel. Israel recuperó el
arca de manos de los filisteos (I Sam. 5:1‑7:2); pero lo guardó en
Quiriat‑jearim en el hogar privado de Abinadab hasta los días de
David. Aparentemente, no estaba en uso público durante este tiempo.
Samuel, no obstante, actuó con sus deberes sacerdotales, al ofrecer
sacrificios en Mizpa, Ramá, Gilgal, Belén y dondequiera que se
precisasen por todo el país. Y continuó cumpliendo con este deber y
esta función incluso tras haber entregado todos los asuntos de estado
a Saúl.
En el curso del tiempo, Samuel
reunió a su alrededor un grupo profético, sobre el cual tuvo una
enorme influencia (I Sam. 19:18‑24). Es muy verosímil que Natán, Gad y
otros profetas activos en el tiempo de David, recibiesen sus ímpetus
procedentes de Samuel.
Para ejecutar sus
responsabilidades judiciales, Samuel iba anualmente a Betel, Gilgal y
Mizpa (I Sam. 7:15‑17) y puede inferirse de que en los primeros años,
antes de que delegase las responsabilidades en sus hijos Joel y Abías
(I Sam. 8:1‑5) incluyese puntos tan, distantes como Beerseba en, su
circuito por la nación.
Acredita a Samuel, el hecho de que
prevaleciese sobre Israel para purgar el culto cananeo de sus filas (I
Sam. 7:3 ss.). En Mizpa, el pueblo se reunía para la oración, el ayuno
y el sacrificio. La palabra de la convocación se divulgó hasta los
filisteos, quienes por esta causa tomaron la ventaja de la situación
para lanzar un salto. En medio del fragor, una terrible tormenta de
truenos sembró el miedo en los corazones de los filisteos mercenarios
produciendo la confusión y poniéndoles en fuga. Evidentemente, el
efecto de los truenos adquirió un carácter portentoso en su
significado para los filisteos, ya que nunca más intentaron
comprometer a los israelitas en una batalla mientras Samuel estuvo al
mando de las tribus.
Eventualmente, los jefes tribales
sintieron que debían formar una resistencia contra la agresión
filistea y de acuerdo con ello, clamaron por un rey. Como excusa para
el establecimiento de la monarquía, resaltaron que Samuel era ya
anciano y sus hijos no estaban moralmente dotados para tomar su lugar.
Samuel, astutamente, rechazó la propuesta, implorándoles
elocuentemente el "no imponer sobre sí mismo una institución cananea,
extraña a su forma de vida". Cuando a despecho de aquello,
persistieron en su demanda, Samuel aceptó; pero sólo tras la divina
intervención (I Sam. 8).
Cuando Samuel consintió con cierta
repugnancia a la innovación del reinado, n,o tenía idea de a quien
Dios podría elegir. Un día, mientras estaba oficiando en un
sacrificio, fue encontrado por un benjarninita que llegó para
consultarle algo concerniente a la localización de unos asnos perdidos
de su padre. Advertido de su llegada, Samuel comprobó que Saúl era el
elegido de Dios para ser el primer rey de Israel. No sólo Samuel
atendió a Saúl como huésped de honor en la fiesta sacrifical, sino que
privadamente le ungió como "príncipe sobre su pueblo" indicando
mediante aquellas palabras que el reinado era una cuestión sagrada de
fe. Mientras volvía a Gabaa, Saúl fue testigo del cumplimiento de la
predicción hecha por Samuel en sus palabras en confirmación de ser
elegido para aquella responsabilidad. En una subsiguiente convocación
en Mizpa, Saúl públicamente fue elegido y entusiásticamente apoyado
por la mayoría en su aclamación popular de "¡Viva el rey!" (I Sam.
10:17‑24). Puesto que Israel no tenía capitalidad, se volvió hacia su
ciudad nativa de Gabaa en Benjamín.
La amenaza amonita a Jebes de
Galaad proporcionó a Saúl la oportunidad de afirmar su jefatura. En
respuesta a su llamada nacional, el pueblo acudió en su apoyo,
resultando una impresionante victoria sobre los amonitas. En una
asamblea de todo Israel en Gilgal, Samuel públicamente proclama a
Saúl como rey. Les recordó que Dios había aprobado su deseo. Sobre la
base de la historia de Israel, les aseguró la prosperidad nacional,
teniendo en cuenta que el rey y todos los ciudadanos obedecerían la
ley de Moisés. Este mensaje de Samuel fue divinamente confirmado a los
israelitas con una súbita lluvia, un fenómeno ocurrido durante la
cosecha del trigo.
El pueblo quedó profundamente impresionado y agradeció a Samuel por
aquella continuada intercesión. Aunque los israelitas habían vuelto a
un rey para su gobierno, las palabras de seguridad de Samuel, el
profeta que había barrido la marea de apostasía e iniciado un efectivo
movimiento profético en su enseñanza y ministerio, les volvió
conscientes de su sincero interés por su bienestar: "Lejos sea de mi
que pequé yo contra el Señor cesando de rogar por vosotros" (I Sam.
12:23).
El primer rey de Israel
Seúl gozó del entusiástico apoyo
de su pueblo, tras una inicial victoria sobre los amonitas en Jebes de
Galaad. Es cierto que no todos consideraron su acceso al reinado con
la misma satisfacción; pero aquellos contrarios no pudieron soportar
su extraordinaria popularidad (I Sam. 10:27; 11:12, 13). Y así,
mediante una deliberada desobediencia Saúl pronto arruinó sus 1
oportunidades para obtener el éxito deseado. A causa de las sospechas
el odio, sus esfuerzos estuvieron tan mal dirigidos y la fuerza
nacional se disgregó de tal forma que su reinado acabó en un
completo fracaso.
Saúl fue un guerrero que condujo a
su nación a numerosas victorias militares. En el lugar estratégico
sobre una colina a tres kms. al norte de Jerusalén, Saúl fortificó
Gabaa para contraatacar la superioridad militar de los filisteos.
Aprovechando el victorioso ataque hecho por sus hijos Jonatán, Saúl
puso en fuga a los filisteos en la batalla de Micmas (I Sam. 13‑14).
Entre otras naciones derrotadas por Saúl (I Sam. 14:47‑48) se contaban
los amalecitas (I Sam. 15:1‑9).
El éxito inicial del primer rey de
Israel, no obscureció su debilidad personal. El rey de Israel tenía
una posición única entre los gobernantes contemporáneos en lo cual,
él fue el responsable en conocer el profeta que representaba a Dios.
En este respecto, Saúl falló por dos veces. Esperando impacientemente
la llegada de Samuel a Gilgal, Saúl mismo ofició el sacrificio (I
Sam. 13:8). En su victoria sobre los amalecitas, se entregó a las
presiones del pueblo en lugar de ejecutar las instrucciones de Samuel.
El profeta le advirtió solemnemente que a Dios no se le complacía
mediante sacrificios, que debían ser sustituidos por la obediencia.
Con este amargo reproche Samuel dejó al rey Saúl que siguiera sus
propios impulsos y decisiones. Mediante su desobediencia, Saúl había
perdido el derecho al trono.
La unción de David por Samuel en
una ceremonia privada, fue desconocida para Saúl. Con la muerte de
Goliat, David emerge en el escenario nacional. Cuando fue enviado por
su padre a llevar suministros a sus hermanos que servían en el
ejército israelita acampado contra los filisteos, oyó las blasfemias y
las amenazas de Goliat. David razonó que Dios que le había ayudado a
él en matar osos y leones, también sería capaz de matar a su enemigo,
quien desafiaba a los ejércitos de Israel. Cuando los filisteos
comprobaron que Goliat, el gigante de Gat, había sido muerto, huyeron
ante Israel. El reconocimiento nacional de David como héroe fue
expresado subsiguientemente en el dicho popular, "Seúl hirió a sus
miles, y David a sus diez miles" (I Sam. 18:7).
En anteriores ocasiones, David
había hecho gala de sus dotes musicales en la corte del rey, para
calmar el espíritu turbado de Saúl. Tan grave era el desorden mental
del rey, que incluso intentó matar al joven músico. Tras esta heroica
hazaña, Saúl no sólo tomó conciencia del reconocimiento de David,
posiblemente para premiar a su familia con la exención de tributos,
que también le agregó permanentemente a su corte real.
Dejado a sus propios recursos,
Saul se hizo sospechoso y extremadamente celoso de David. Con
numerosas y sutiles añagazas Saúl intentó suprimir al joven héroe
nacional. Expuesto a los tiros de jabalina de Saúl o a los peligros de
la batalla, David escapó con éxito de todas las maniobras concebidas
para su perdición. Incluso cuando Saúl fue personalmente a Naiot,
donde David se había refugiado con Samuel, fue influenciado con el
espíritu de los profetas hasta el extremo de que le resultó inútil
dañar o capturar a David.
Estando agregado a la
corte real,
resultó ventajoso para David en varios aspectos. En hazañas
militares,
se distinguió por sí mismo conduciendo las unidades del
ejército de
Israel en victoriosos ataques contra los filisteos. En sus
relaciones
personales con Jonatán, compartió una de las amistades más
nobles que
se advierten en los tiempos del Antiguo Testamento. Mediante
su íntima
asociación con el hijo del rey, David estuvo en condiciones de
captar
los bastardos designios de Saúl más minuciosamente y de esa
forma,
asegurarse contra cualquier peligro innecesario. Cuando David y
Jonatán, comprobaron que había ya llegado el momento para que David
huyera, ambos sellaron su amistad mediante una alianza (I Sam
20:11‑23).
David huyó con los filisteos
buscando seguridad. Denegado el refugio por Aquis, rey de Gat, fue
hacia Adulam donde cuatrocientos compañeros de las tribus se reunieron
a su entorno. Estando al cuidado de semejante grupo, procuró hacer los
convenientes arreglos para algunas de sus gentes que residían en el
país moabita. Entre los consejeros asociados con él, estaba el profeta
Gad.
Cuando Saúl oyó que Abimelec, el
sacerdote de Nob, había proporcionado suministros a David en ruta
hacia los filisteos ordenó su ejecución con ochenta y cinco sacerdotes.
Abiatar, el hijo de Abimelec, escapó y se reunió con el bando
fugitivo de David.
Hacía ya tiempo que Saúl daba
rienda suelta a sus maliciosos sentimientos hacia David mediante una
abierta persecución. Varias veces David estuvo seriamente en peligro.
Tras socorrer la ciudad de Keila de los ataques filisteos, residió
allí hasta que fue desalojado por Saúl. Escapando a Zif, seis kms, al
sur del Hebrón,, fue traicionado por los zifeos y rodeado por el
ejército de Saúl. Un ataque de los filisteos previno a Saúl de
capturar esta vez a David. Después, en otra expedición a En‑gadi (I
Sam. 24) y finalmente en Haquila, Saúl también fue frustrado en sus
esfuerzos para matarle.
David tuvo muchas ocasiones de
haber podido matar al rey de Israel En cada ocasión rehusó el hacerlo,
teniendo la conciencia y el reconocimiento de que Saúl estaba ungido
por Dios. Aunque Saúl solía reconocer temporalmente su aberración,
pronto volvía a su abierta hostilidad.
Mientras que David y su grupo se
hallaba en los desiertos del Patán, rendían servicios a los
residentes de aquella zona protegiendo sus propiedades contra los
ataques de bandas de ladrones y bandidos. Nabal, un pastor de Maón que
pastoreaba sus ovejas cerca del pueblo de Carmelo, ignoró la demanda
de David de "protección monetaria". Para encubrir su propia codicia
rehusando compartir su riqueza, Nabal protestaba de que David había
huido de su amo. Dándose cuenta de que la situación era grave,
Abigail, la esposa de Nabal, juiciosamente conjuró la venganza por su
apelación personal a David con regalos. Cuando Nabal se recuperó de su
intoxicación y comprendió cuán cerca había estado de la venganza a
manos de David, quedó tan impresionado que murió diez días después.
Como consecuencia, Abigail se convirtió en la esposa de David.
David temía que cualquier día Saúl
podría sorprenderle inesperadamente. Para asegurarse a sí mismo y a su
grupo de casi seiscientos hombres, además de mujeres y niños, le fue
concedido permiso por Aquis para residir en territorio filisteo y en
la ciudad de Siclag. Se quedó allí aproximadamente durante el último
año y medio del reinado de Saúl. Cerca del fin de este período, David
acompañó a los filisteos a Afec para luchar contra Israel. Pero le fue
negada su participación. Entonces volvió a Siclag a tiempo de recobrar
sus posesiones perdidas en un ataque por sorpresa por los amalecitas.
Los ejércitos de Israel acampados
en el monte de Gilboa para luchar contra los filisteos, a quienes
había derrotado otras varias veces, se encontraron con que más que el
miedo al enemigo era la turbación del rey de Israel quien complicó las
cosas por aquel tiempo. Samuel, hacía tiempo ignorado por Saúl, no
estaba disponible para una entrevista. Saúl se volvió a Dios pero no
hubo respuesta para él, ni en sueños, ni por Urim o por el profeta.
Estaba enfermo de verdadero pánico. En su desesperación se volvió
hacia los medios espiritualistas que él mismo había barrido en el
pasado. Localizando a la mujer en Endor, que tenía un espíritu
similar, Saúl preguntó por Samuel. Fuese cual fuese el poder que tenía
esta mujer, se hace aparente en lo que se registra en I Sam. 28:3‑25,
que la intervención del poder sobrenatural en mostrar al profeta
Samuel en forma de espíritu, estaba más allá de su control. A Saúl se
le recordó una vez más por Samuel, que a causa de su desobediencia,
había perdido el derecho a la legitimidad del reino. En su mensaje a
Saúl, el profeta predijo la muerte del rey y de sus tres hijos, lo
mismo que la derrota de Israel.
Con el corazón endurecido y el
pensamiento de tales trágicos acontecimientos que habían de caer
sobre él, Saúl volvió al campamento aquella funesta noche. En el curso
de la batalla en la llanura de Jezreel, las fuerzas israelitas fueron
derrotadas, retirándose a monte Gilboa. Durante la persecución, los
filisteos tomaron la vida de los tres hijos del rey. El propio Saúl
fue herido por arqueros enemigos. Para evitar un bestial tratamiento a
manos del enemigo, se clavó contra su espada, acabando así su vida.
Los filisteos vencieron con una victoria definitiva, ganando el
indisputable control del fértil valle desde la costa del río Jordán.
Ocuparon también muchas ciudades de donde los israelitas se vieron
forzados a huir. Los cuerpos de Saúl y sus hijos fueron mutilados y
colgados en la fortaleza filistea de Betsán, pero los ciudadanos de
Jabes de Galaad los rescataron para su enterramiento. Más tarde,
David hizo lo necesario para transferir los restos a la propiedad de
la familia de Saúl en Zela, en la tribu de Benjamín (II Sam. 21:14).
Ciertamente trágica fue la
terminación del reinado de Saúl como primer rey de Israel.
Aunque elegido por Dios y ungido por la oración por el profeta Samuel,
fracasó en poner en práctica aquella obediencia que era esencial en el
sagrado y único principio de fe que Dios le permitió: el ser "príncipe
sobre su pueblo."
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Capítulo
VIII
Unión de
Israel bajo David y Salomón
La edad de oro de David y Salomón,
no tuvo repetición en los tiempos del Antiguo Testamento. La expansión
territorial y los ideales religiosos, como fueron imaginados por
Moisés, fueron realizados en un grado máximo que antes o después de la
historia de Israel. En los siglos siguientes, las esperanzas
proféticas para la restauración de la fortuna de Israel,
repetidamente se refiere al reino de David, como ideal supremo.
La unión davídica y expansión
Los esfuerzos políticos de David
fueron marcados con el sello del éxito. En menos de una década tras la
muerte de Saúl, todo Israel acudía en apoyo de David, que había
comenzado su reinado con sólo el pequeño reino de Judá. Mediante
éxitos militares y amistosas alianzas, pronto controló el territorio
existente entre el río de Egipto y el golfo de Acaba hasta la costa
fenicia y la tierra de Hamat. El respecto internacional y el
reconocimiento que David ganó para Israel no fue desafiado por
poderes foráneos hasta el final de los últimos años de Salomón.
El nuevo rey también se distinguió
como caudillo religioso. Aunque denegado el privilegio de construir el
templo, él hizo las más elaboradas provisiones para su erección bajo
su hijo Salomón. Con el caudillaje real de David, los sacerdotes y
levitas fueron extensamente organizados para la efectiva participación
en las actividades religiosas de la totalidad de la nación.
El segundo
libro de Samuel detalla y explica el reino de David con gran
minuciosidad. Una larga sección (11-20) suministra el relato exclusivo
del pecado, el crimen y la rebelión en la familia real. La
transferencia del reinado a Salomón y la muerte de David, están
relatadas en los primeros capítulos del primer libro de Reyes. El
primer libro de Crónicas también hace referencia al período davídico y
representa una unidad independiente, enfocando la atención sobre David
como el primer gobernante en una continuada dinastía. Por vía de
introducción al establecimiento del trono de David, el cronista traza
el fondo genealógico de las doce tribus sobre las cuales gobernaba
David. Saúl no está sino muy brevemente mencionado, tras lo cual David
se presentaba como rey de Israel. La organización de Israel
políticamente lo mismo que en el aspecto religioso está más elaborada
dada la supremacía de David sobre las naciones circundantes y recibe
un mayor énfasis. Antes de concluir con la muerte de David, los
últimos ocho capítulos en este libro dan una extensa descripción de su
preparación para la construcción del templo. En consecuencia I
Crónicas es un valioso complemento para lo registrado en II Samuel.
El bosquejo del
reinado de David en este capítulo, representa un arreglo cronológico
sugerido de los acontecimientos conforme están registrados en II
Samuel y I Crónicas:
El rey de Judá
Nacido en
tiempos turbulentos, David estuvo sujeto a un rudo período de
entrenamiento para el reinado de Israel. Fue requerido por el rey para
el servicio militar tras haber matado a Goliat y ganado una
experiencia inapreciable en hazañas militares contra los filisteos.
Tras que fue forzado a dejar la corte, condujo a un grupo fugitivo y
se congració a sí mismo con los terratenientes y dueños de grandes
rebaños en la parte meridional de Israel, proporcionándoles un
efectivo servicio. Al propio tiempo, negoció con éxito diplomático las
relaciones con los filisteos y moabitas, mientras que se hallaba
considerado en Israel como un individuo al margen de la ley.
David estuvo en
la tierra de los filisteos cuando el ejército de Saúl fue
decisivamente derrotado en monte Gilboa. Muy poco después de que David
rescatase a sus esposas y recobrase el botín que había sido tomado por
los asaltantes amalecitas, un mensajero le informó de los desgraciados
acontecimientos que habían tenido lugar en Israel. Sobrecogido por el
dolor, David
dio un inmortal tributo a Saúl y a Jonatán en una de las más grandes
elegías que existen en el Antiguo Testamento. No solo Israel había
perdido a su rey sino que David había perdido a su más íntimo amigo de
siempre, a Jonatán. Cuando el portador de las noticias, un amalecita,
reclamó una recompensa por la muerte de Saúl, David ordenó su
ejecución por haber tocado al ungido de Dios.
Tras de
hallarse cierto de la aprobación de Dios, David volvió a la tierra de
Israel. En Hebrón, los jefes de su propia tribu (Judá) le un gierony
reconocieron como a su rey. David era bien conocido en todos los
clanes de la zona, habiendo protegido los intereses de los
propietarios de tierras y compartido con ellos el botín obtenido al
atacar a sus enemigos (I Sam.
30:26-31). Como rey de Judá, David envió un mensaje de felicitación a
los hombres de Jabes por dar al rey Saúl un respetable enterramiento.
No hay duda de que este amistoso y gentil gesto tenía también
implicaciones políticas, en lo que David se sentía necesitado para
procurarse toda clase de apoyo.
Israel estuvo en muy serias dificultades cuando acabó
el reinado de Saúl. La capital en Gabaa, o experimentó la destrucción
o gradualmente fue cayendo hasta convertirse en ruinas. Eventualmente,
Abner el jefe del ejército israelita estuvo en condiciones de
restaurar lo bastante el orden para tener a Isboset (Isbaal) ungido
como rey. La coronación tuvo lugar en Galaad, ya que los filisteos
tenían el control sobre la tierra situada al oeste del Jordán. Puesto
que el hijo de Saúl reinaba sobre las tribus del norte sólo por dos
años (II Sam. 210) durante los siete años y medio que David reinó
sobre Hebrón, aparece que el problema de los filisteos demoró el
acceso del nuevo rey por aproximadamente cinco años.
Es así como el
pueblo de Judá abogó por su alianza con David, mientrasque el resto de
los israelitas permanecía leal a la dinastía de Saúl, bajo el
liderazgo de Abner e Isboset. El resultado fue que prevaleciese la
Guerra civil. Tras ser severamente reprobado por Isboset, Abner apeló
a David y le ofreció el apoyo de Israel, en su totalidad. De acuerdo
con la petición de David, Mical, la hija de Saúl, le fue devuelta como
esposa. Aquello tuvo lugar bajo la supervisión de Abner con el
consentimiento de Isboset. De esto quedó patente públicamente que
David no sostenía ninguna animosidad hacia la dinastía de Saúl. El
propio Abner fue a Hebrón donde prometió a David la lealtad de su
pueblo. Tras esta alianza y una vez completada, Abner fue muerto por
Joab en lucha civil. La muerte de Abner dejó a Israel sin un fuerte y
poderoso caudillo militar. Hacía tiempo ya que Isboset había sido
asesinado por dos hombres procedentes de la tribu de Benjamín.
Cuando los asesinos
aparecieron ante David, fueron inmediatamente ejecutados. Desaprobaba
así la muerte de una persona justa.
Sin malicia ni
venganza, David ganó el reconocimiento de todo Israel, mientras que la
dinastía de Saúl fue eliminada del poder político.
Jerusalén—la
capital nacional
No hay
indicación de que los filisteos interfirieran con la ascendencia de
David como rey en Hebrón. Es posible que ellos le considerasen como a
un vasallo, en tanto que el resto de Israel, revuelto por la guerra
civil, no ofrecía resistencia unificada.
Pero se
alarmaron seriamente cuando David ganó la aceptación de la totalidad
de la nación. Un ataque filisteo (II Sam. 5:17-25 I Crón. 14:8-17)
tuvo lugar muy verosímilmente antes de la conquista y ocupación de
Sión. David les derrotó por dos veces, previniendo así su
interferencia en la unificación de Israel bajo el nuevo rey.
Sin duda, la amenaza
filistea en sí misma tuvo un efecto unificador sobre Israel.
Buscando un
lugar central para la capital del reino unido de Israel, David se
volvió hacia Jerusalén. Era un lugar estratégico y menos vulnerable
para ser atacado. Como una fortaleza cananea ocupada por los jebuseos,
había resistido con éxito la conquista y la ocupación por los
israelitas.
En los
registros egipcios ya por el 1900 a. C. esta ciudad ya se conocía como
Jerusalén. Cuando David invitó a sus hombres a conquistar la ciudad y
ex pulsar a los jebuseos, Joab aceptó y fue recompensado con el
nombramiento de jefe de los ejércitos de Israel. Con la ocupación de
la fortaleza por David, se hizo conocida como "la Ciudad de David" (I
Crón. 11:7). En el período davídico, Jerusalén ocupaba la cima de una
colina directamente al sur del área del templo a una elevación
aproximada de 762 mts. sobre el nivel del mar.El lugar era conocido
más particularmente como Ofel. A lo largo de la orilla oriental estaba
el valle de Cedrón, reuniéndose hacia el sur con el valle de Hinom,
que se extendía hacia el oeste. Separándolo de una elevación
occidental, que en tiempos modernos es llamado monte Sión, estaba el
valle Tiropoeon. De acuerdo con Josefo, existía un valle en la parte
norte, separando Ofel del lugar ocupado por el templo. Aparentemente
esta zona Ofel-Sión era de una elevación mayor que el lugar del templo
en la época de la conquista de David. En el siglo II a. C. sin
embargo, los macabeos allanaron la colina arrojando los escombros de
la ciudad davídica en el valle existente debajo. Como resultado, los
arqueólogos han sido incapaces de eslabonar debidamente cualquier
objeto procedente del reinado de David.
Cuando David
asumió el reinado sobre las doce tribus, eligió a Jerusalén
como su capital política. Durante sus días como un fuera de la ley,
había estado seguido por cientos de hombres. Tales hombres fueron bien
organizados bajo su mando en Siclag y más tarde en Hebrón (I Crón.
11:10-12:22). Aquellos hombres se habían distinguido en hazañas
militares de tal forma, que fueron nombrados príncipes y jefes. Cuando
Israel apoyó a David,
la organización fue agrandada para incluir a la totalidad de la
nación, con Jerusalén como centro (I Crón. 12:23-40). Mediante
contrato con los fenicios, fue construido un magnífico palacio para
David como rev (II Sam. 5:11-22).
Al propio
tiempo, Jerusalén se convirtió en el centro religioso de toda a nación
(I Crón. 13:1-17:27 y II Sam. 6:1-7:29). Cuando David intentó llevar
el arca de Dios desde el hogar de Abinadab en Quiriat-jearim por medio
de un carro en lugar de ser llevada por los sacerdotes (Núm. 4), Uza
fue muerto repentinamente. En lugar de llevar el arca a Jerusalén,
David la dejó en el hogar de Obed-edom en Gabaa. Cuando sintió que el
Señor estaba bendiciendo su casa, David transfirió inmediatamente el
objeto sagrado a Jerusalén para ser alojada en una tienda o
tabernáculo, y un culto apropiado se restauró entonces para Israel a
escala nacional.
Con el
renovado interés en la religión de Israel, David se volvió deseoso de
construir un local permanente para el culto. Cuando compartió su plan
con Natán, el profeta, encontró su inmediata aprobación. A la noche
siguiente, sin embargo, Dios comisionó a Natán para informar al rey
que la construcción del templo quedaría pospuesta hasta que el hijo de
David fuese establecido en su trono. Aquello fue una seguridad divina
para David, de que su hijo le sucedería y que él no estaría sujeto a
un hado tan fatal como le había sucedido al rey Saúl. La magnitud de
esta promesa para David, no obstante, se extiende mucho más allá del
tiempo y del alcance del reinado de Salomón. La semilla de David
incluía más que a Salomón, puesto que la orden divina claramente
establecía que el trono de David quedaba establecido para siempre.
Incluso si la iniquidad y el pecado prevaleciese en la posteridad de
David, Dios temporalmente juzgaría y castigaría, pero no haría perder
el derecho a la promesa ni retiraría su merced indefinidamente.
Ningún
reinado terrestre o dinastía ha tenido jamás una duración eterna,
tales como el cielo y la tierra. Tampoco la tuvo el reinado terrenal
del trono de David, sin eslabonar su linaje con Jesús, quien
específicamente está identificado en el Nuevo Testamento como el hijo
de David. Esta seguridad, dada a David mediante el profeta Natán,
constituye otro eslabón en la serie de promesas mesiánicas dadas en
los tiempos del Antiguo Testamento. Dios iba desenvolviendo
gradualmente el compromiso inicial de que la última victoria llegaría
a través de la semilla de la mujer (Gen. 3:15). Una revelación
completa del Mesías y su reinado eterno, se da por los profetas en
siglos subsiguientes.
¿Por qué se
le negó a David el privilegio de construir el templo? En los años de
su reinado, él llegó a la comprobación de que había sido comisionado
como un hombre de estado y un caudillo militar para establecer el
reino Israel (I Crón. 28:3; 22:8). Mientras que el reinado de David
estuvo caracterizado por una situación de estado de guerra, Salomón
gozó de un extenso período de paz. Tal vez la paz prevaleciese por el
tiempo en que David expresó su intención de construir el templo, pero
no hay forma de discernir con certeza en la Escritura cómo las guerras
relatadas están relacionadas cronológicamente a este mensaje dado por
Natán. Posiblemente, hasta que llegase el fin del reinado de David, se
tuviera en cuenta que los días de Salomón eran una mejor oportunidad
para la construcción del templo.
Prosperidad y
supremacía
La expansión
del gobierno de David desde la zona tribal de Judá a un vasto imperio,
extendiendo sus dominios desde Egipto a las regiones del Eufrates,
recibe escasa atención en la Biblia. Y con todo, este hecho registrado
es de básica importancia históricamente, puesto que Israel era la
nación de primera fila en Creciente Fértil a comienzos del siglo
X
a. C. Afortunadamente, las excavaciones arqueológicas
han proporcionado informaciones complementarias.
David fue
inmediatamente desafiado por los filisteos cuando fue reconocido como
rey de todo Israel
(II
Sam.
5:17-25). Les derrotó dos veces, pero en un largo período de tiempo es
completamente verosímil que hubiese frecuentes batallas antes de
reducirlos a un estado tributario y sometido. La captura de un jefe de
sus ciudades, Gat, y la muerte de los gigantes filisteos
(II
Sam. 8:1, y 21:15-22), no son más que ejemplos y
muestras de encuentros en este período crucial en que Israel ganó su
hegemonía.
Bet-sán fue
conquistada durante este período. En Debir y Bet-semes, murallas con
casamatas sugieren que David construyó una línea de defensa contra los
filisteos. Las observaciones de que los filisteos tenían el monopolio
del hierro en los días de Samuel (I Sam. 3:19-20) y de que David lo
utilizaba libremente cerca del fin de su reinado (1 Crón. 22:3),
sugieren que pudo haberse escrito un largo capítulo en la revolución
económica de Israel. El período de proscripción y la residencia de los
filisteos no solo proporcionaron a David la preparación para el
caudillaje militar, sino que indudablemente le dieron un conocimiento
de primera mano con la fórmula y los métodos utilizados por los
filisteos en la producción de armamento. Tal vez muchos de los planes
para la expansión económica y militar fueron hechos mientras David
estaba en Hebrón pero realmente ejecutados después de que Jerusalén
fue convertida en capital. Los filisteos tenían razón en estar
alarmados cuando la desolada y derrotada. Israel fue unificada bajo la
égida de David.
La conquista
y la ocupación de Edom tuvo una gran importancia estratégica. Dio a
David una valiosa fuente de recursos naturales. El desierto árabe, que
se extiende hacia el sur del mar Muerto y hasta el golfo de Acaba,
era rico en hierro y cobre necesitado para romper el monopolio
filisteo. Para estar seguros de que estos suministros no sufrirían
peligro, los israelitas establecieron guarniciones por todo Edom
(II
Sam. 8:14).
Aparentemente,
Israel tuvo poca interferencia procedente de Moab y los amalecitas en
aquella época. Estaban incluidos entre los estados tributarios que
enviaban plata y oro a David.
Hacia el
nordeste, el resurgir del poder de David, expandiendo el estado de
Israel, fue desafiado por las tribus amonitas y arameas. Las primeras
se habían establecido desde Carquemis sobre el Eufrates hasta los
límites orientales de Palestina. Ya eran considerados como enemigos en
los días de Saúl (I Sam. 14:47). Cuando David estuvo considerado como
un hombre fuera de la ley, al menos uno de aquellos estados árameos
tuvo que haber sido amigo de él, puesto que Talmai, el rey de Gesur,
le había dado a su hija Maaca como esposa
(II
Sam.
3:3). Luego que David derrotase a los filisteos y concluido un
tratado con los fenicios, los árameos temieron el resurgir del poder
de Israel. La expansión de Israel puso en peligro sus riquezas y
desafiaba su control de las fértiles llanuras y su gran comercio. Tras
la vergonzosa recepción y tratamiento de los mensajeros de buena
voluntad enviados por David, los amonitas inmediatamente implicaron a
los árameos en su oposición a Israel, pero sus fuerzas combinadas
fueron esparcidas por las tropas de David.
Más tarde, la
ciudad de Raba en Amón fue capturada por los israelitas (I Crón.
20:1). Las fuerzas arameas entonces se organizaron bajo Hadad-ezer que
empleó y reunió fuerzas desde tan lejos como Aram-Naharaim o
Mesopotamia (I Crón. 19:6). Esta vez las fuerzas israelitas avanzaron
hacia Elam, derrotando su fuerte coalición. Aquello expandió la
condenación para la alianza amonita.
Subsiguiente
a esto, David atacó a Hadad-ezer una vez más cuando los sirios se
hallaban al alcance del Eufrates para reclamar el territorio bajo
control asirlo
(II
Sam. 8:3).
Damasco, que estaba tan íntimamente aliada con Haded-ezer (I Crón.
18:3-8), cayó bajo el control de David, añadiendo así otra victoria
para los israelitas. Sus guarniciones ocuparon la ciudad, colocándola
bajo un fuerte tributo, y Hadad-ezer concedió grandes cantidades de
oro y bronce a David. La dominación de los estados árameos de Hamat,
sobre el Orontes, añadió grandemente muchos más recursos que
enriquecieron a Israel. La administración de Damasco por parte de los
israelitas, no fue desafiada hasta los años pióximos al reinado de
David.
En los días
de la expansión nacional, las provisiones hechas por Mefiboset
ilustran la magnánima actitud de David hacia los descendientes de su
predecesor
(II
Sam. 9:1-13).
Cuando David supo la desgracia que se había abatido sobre el hijo de
Jonatán. Mefiboset, le concedió una pensión procedente de su tesoro
real. Al inválido le fue entregado un hogar en Jerusalén y colocado
bajo el cuidado del sirviente Siba.
Mefiboset
recibió especial consideración en una crisis subsiguiente
(II
Sam. 21:1-14), cuando el hambre se produjo en la tierra
de Israel. Dios reveló a David que el hambre era un juicio por el
terrible crimen de Saúl de atentar con el exterminio de los gabaonitas
con quien Josué había hecho una alianza (Jos. 9:3 ss.). Dándose cuenta
de que aquello sólo podía ser expiado (Núm. 35:31), David permitió que
los gabaonitas ejecutaran a siete de los descendientes de Saúl.
Mefiboset, sin embargo, fue excluido. Cuando David fue informado del
luto de Rizpa, una concubina de Saúl tomó las medidas necesarias para
el adecuado enterramiento de los restos de aquellas víctimas en el
sepulcro familiar de Benjamín. Los restos de Saúl y Jonatán también
fueron trasladados a dicho lugar. Con aquello, el hambre tocó a su
fin.
Como rey del
imperio israelita, David no falló en reconocer que Dios había sido el
único que garantizó las victorias militares de Israel y el autor de su
prosperidad material. En un salmo de acción de gracias
(II
Sam.
22:1-51), David expresa su alabanza al Dios Omnipotente por la
liberación de los enemigos de Israel, al igual que para las naciones
paganas. Este Salmo también se cita el capítulo 18 del libro de los
Salmos. Ello representa un ejemplo de muchos de los que él compuso en
varias ocasiones durante su azarosa carrera de muchacho pastor,
sirviente de la corte real, proscrito de Israel, y finalmente como el
arquitecto y constructor del gran imperio de Israel.
El pecado
en la familia real
Las
imperfecciones en el carácter de un miembro de la familia real, no
están minimizadas en la Sagrada Escritura. Un rey de Israel que cayó
en el pecado no podía escapar a los juicios de Dios. Al mismo tiempo,
David, como pecador, arrepentido, reconoció su iniquidad y de esta
forma se calificó como un hombre que agradaba a Dios (I Sam. 13:14).
David
practicaba la poligamia
(II
Sam.
3:2-5; 11:27) y aunque esto está definitivamente prohibido en la más
amplia revelación del Nuevo Testamento, era tolerado en el Antiguo y
en su tiempo, a causa de la dureza de corazón de Israel. La poligamia
estaba igualmente practicada por todas las naciones circundantes. Un
harén en la corte era una cosa aceptada. Aunque advertido de la
multiplicidad de esposas en la ley de Moisés (Deut. 17:17), David se
hizo con varias. Algunos de aquellos matrimonios tenían,
indudablemente implicaciones de tipo político, tal como por ejemplo el
casamiento con Mical, la hija de Saúl y con Maaca, la hija de Talmai,
rey de Gesur. Como otros, David tuvo que sufrir las consecuencias de
los crímenes de incesto, asesinato y rebelión llevados a cabo en la
vida de su familia.
El pecado de
asesinato y adulterio de David constituía un crimen perfecto desde el
punto de vista humano. Se produjeron en los días de los éxitos
militares y la expansión del imperio. Los filisteos ya habían sido
derrotados y la coalición aramea-amonita había sido rota el año
anterior. Mientras David permaneció en Jerusalén, los ejércitos
israelitas, bajo el mando de Joab, fueron enviados a conquistar la
ciudad amonita de Raba. Siendo seducido por Betsabé, David cometió
adulterio. El sabía que ella era la esposa de Urías, el heteo; un
mercenario leal del ejército de Israel. El rey envió a Unas al frente
de batalla y después mandó llamarlo ordenando a Joab su vuelta
mediante una carta arreglando las cosas para que fuese muerto por el
enemigo. Cuando llegaron a Jerusalén los informes de que Urías había
muerto en la batalla contra los amonitas, David se casó con Betsabé.
Tal vez los hechos que dieron lugar al repugnante crimen de David
quedaran en el secreto, ya que una baja en la línea del frente de
batalla, era algo común, y corriente. Incluso si ello fue conocido por
Joab ¿quién era el que reprobaba o desafiaba al poder del rey?
Aunque David
no era responsable ante nadie en su reino, falló en no darse cuenta
de que este "crimen perfecto" era conocido por Dios. En una nación
pagana, una acción criminal de adulterio y muerte pudo haber pasado
ignorada; pero aquello no podía ocurrir en Israel, donde un rey
sostenía su posición de realeza mediante una fe sagrada. Cuando Natán
describe el crimen de David en la dramática historia del hombre rico
que toma ventaja de su pobre sirviente, David se enfureció protestando
de que semejante hecho pudiera ocurrir en su reino. Natán claramente
declaró que David era el hombre culpable de asesinato y adulterio.
Afortunadamente para Natán, el rey se arrepintió. Las crisis
espirituales de David encuentran su expresión en la poesía (Salmos 32
y 51). Se le concedió perdón, pero las consecuencias fueron
ciertamente graves en lo doméstico
(II
Sam.
12:11).
La
inmoralidad y el crimen dentro de la familia, prorito envolvieron a
David en una lucha civil y una rebelión. La falta de disciplina de
David y su autolimitación fueron un pobre ejemplo para sus hijos. La
conducta inmoral de Amnón con su hermanastra, resultó en su asesinato
por Absalón, otro hijo de David. Naturalmente, Absalón incurrió en el
disfavor de su padre. Como consecuencia, halló su única salida en
salir de Jerusalén, refugiándose con Talmai, su abuelo, en Gesur.
Allí permaneció durante tres años.
Entre tanto,
estaba buscando una reconciliación entre David y Absalón. Empleando
una mujer de Tecoa
(II
Sam.
14), Joab obtuvo la autorización del rey para que Absalón volviese a
Jerusalén, con el bien entendido de que no podría aparecer más por la
corte real. Después de dos años, Absalón, finalmente, recibió permiso
para ir a la presencia de su padre. Habiendo vuelto a ganar el favor
del rey, se aseguró para sí una guardia real de cincuenta hombres con
caballos y carros de combate. Durante cuatro años, el hermoso Absalón
fue activo con exceso en las relaciones públicas a las puertas de
Jerusalén, venciendo y ganando el favor y la aprobación de los
israelitas. Pretendiendo dar cumplimiento a un voto, se aseguró el
obtener permiso del rey para marcharse a Hebrón.
La rebelión
que Absalón estableció en Hebrón, fue una completa sorpresa para
David. Espías fueron enviados por toda la tierra de Israel para
proclamar que Absalón sería rey al son de las trompetas. Muy
verosímilmente, muchas de las gentes que habían sido impresionadas por
Absalón, llegaron a la conclusión de que, como hijo de David, iba a
hacerse dueño del reino. A cualquier precio, eran muchos los que
apoyaban a Absalón, incluido Ahitofel, consejero del rey David. Las
fuerzas rebeldes, conducidas por Absalón, marcharon sobre Jerusalén y
David, que no estaba preparado para resistir, huyó a Mahanaim, más
allá del Jordán. Husai, un amigo devoto y consejero, siguió el consejo
de David y permaneció en Jerusalén para contrarrestar el consejo de
Ahitofel. Este último, que pudo haber planeado la totalidad de la
rebelión y ofrecido su apoyo a Absalón desde el principio, aconsejó
que le permitiese perseguir a David inmediatamente, antes de que se
pudiera organizar una oposición. Pero Absalón solicitó consejo de
Husai, quien le persuadió de posponer semejante persecución, ganando
así un tiempo precioso que necesitaba David para organizar sus fuerzas.
Habiéndose convertido en un traidor, y comprobando que David sería
restablecido en el trono, Ahitofel se ahorcó.
David fue un
brillante militar. Preparó sus fuerzas para la batalla y pronto puso
en fuga los ejércitos de Absalón. Joab, contrariamente a las órdenes
de David, mató a Absalón mientras perseguía al enemigo. David,
habiendo perdido el sentido de la prioridad, llevó a cabo el luto por
su hijo en lugar de celebrar la victoria. Este turno en los
acontecimientos dieron por resultado que Joab se encarase con el rey
por descuidar el bienestar de los israelitas quienes le habían
prestado su más leal apoyo.
Con Absalón
fuera de combate, el pueblo volvió de nuevo hacia David acatando su
jefatura. La tribu de Judá, que había apoyado la rebelión del hijo
rebelde de David, fue el último grupo en volver hacia él tras haber
hecho una rápida concesión de sustituir Amasa por Joab.
Cuando David
volvió a la capital, otra rebelión surgió como consecuencia de la
confusión reinante. Seba, un benjaminita, tomando como base de que
Judá había traído de nuevo a David a Jerusalén, fustigó la oposición
contra él. Amasa fue comisionado para suprimir la rebelión. En
subsiguientes acontecimientos, Joab mató a Amasa y después condujo la
persecución de Seba, quien, fue decapitado en la frontera asiría por
el pueblo de Abel-bet-maaca. Joab hizo sonar la trompeta, retornó a
Jerusalén y continuó sirviendo como comandante del ejército bajo
David.
A través de
casi una década del reinado de David, las solemnes palabras
pronunciadas por Natán fueron realmente cumplidas. Comenzando con la
inmoralidad de Amnón y continuando con la supresión de la rebelión de
Seba, el mal había fermentado en la propia casa de David.
Pasado y
futuro
Un
Proyecto favorito de David, durante los últimos años de su vida, fue
el hacer los preparativos para la construcción del Templo. Planes muy
elaborados y arreglos dispuestos en sus más mínimos detalles, fueron
cuidadosamente llevados a cabo en la adquisición de los materiales de
construcción. El reino estaba bien organizado para el eficiente uso
del trabajo local y extranjero. David incluso perfiló los
detalles para el culto religioso en la estructura propuesta.
La
organización militar y civil del reino se desarrolló gradualmente,
durante todo el reinado de David, conforme el imperio se expandía. La
pauta básica de organización utilizada por David pudo haber sido
similar a la practicada por los egipcios. El registrador o cronista
estaba al cuidado de los archivos, y como tal, tenía la muy importante
posición de ser el hombre de relaciones públicas entre el rey y sus
oficiales. El escriba o secretario, era el responsable de la
correspondencia propia o extraña, teniendo grandes conocimientos en
cuestiones diplomáticas. En un período avanzado del reinado de David
(II
Sam. 20:23-25), un, oficial adicional estaba a cargo de
los trabajos forzados. Muy verosímilmente, otros oficiales de alta
categoría estaban agregados al gobierno, conforme se multiplicaban las
responsabilidades. Las cuestiones de la judicatura parecen ser que
eran manejadas por el propio rey
(II
Sam.
14:4-17; 15:1-6).
El comandante
en jefe de las fuerzas militares era Joab. Hombre sobresaliente en
capacidad y condiciones de caudillaje, no solamente era responsable
de las victorias militares, sino que ejercía considerable influencia
sobre el propio David. Una unidad de tropas extranjeras o mercenarias,
compuesta por cereteos y péleteos bajo el mando de Benaia, pudo haber
sido el ejército de David. El rey también tenía un consejero privado.
Ahitofel había servido en este puesto hasta que apoyó a Absalón con
motivo de la rebelión de este último. Los hombres poderosos que se
habían agregado a David antes de que se convirtiese en rey, estaban
entonces conceptuados como formando un Consejo o Legión de honor (I
Crón. 11:10-47;
II
Sam.
23:8-39). Cuando David organizó su reino con Jerusalén como capital se
hallaban treinta hombres en este grupo. Con el tiempo, se fue
agrandando la cantidad y el rango de los hombres que se distinguieron
por hechos heroicos. De este selecto grupo de héroes, fueron elegidos
doce hombres para estar a cargo del ejército nacional, consistente en
doce unidades (I Crón. 27:1-24). Por todo el reino, David nombró
supervisores de las granjas, los cultivos y los ganados (I Crón.
27:25-31).
El censo
militar de Israel y las punitivas consecuencias para el rey y su
pueblo están detalladamente relatadas en los elaborados planes de
David para la construcción del Templo. La razón para el divino castigo
sobre David, al igual que para la totalidad de la nación, no se
establece explícitamente. El rey ordenó que se hiciera el censo. Joab
protestó pero fue ignorado al respecto
(II
Sam.
24). En menos de diez meses, completó el censo de Israel con la
excepción de las tribus de Levi y Benjamín. La fuerza militar de
Israel era de aproximadamente de un millón y medio lo que sugiere una
población total de cinco o seis millones de personas.
David se
hallaba firmemente consciente del hecho de que había pecado al hacer
su censo. Puesto que ambos relatos preceden a este incidente con una
lista de héroes militares, el censo pudo haber sido motivado por
orgullo y una seguridad y confianza sobre la fuerza militar de Israel
en sus logros nacionales. Al mismo tiempo, el estado de la mente de
David al imponer este censo, fue considerado como un juicio sobre
Israel
(II
Sam. 24:1; y
I Crón. 21:1). Tal vez Israel fuese castigado por las rebeliones bajo
Absalón y Seba durante el reinado de David.
David,
arrepentido de su pecado, fue informado mediante Gad, el profeta, que
podía elegir uno de los siguientes castigos: el hambre por tres años,
un período de tres meses de reveses militares o una peste de tres días.
David se resignó a sí mismo y a su nación a la misericordia de Dios,
eligiendo lo último. La peste duró un día, pero murieron 70.000
personas en todo Israel. Mientras tanto, David y los ancianos,
vestidos con ropas de saco, reconocieron al ángel del Señor en el
lugar de la era, al norte de Jerusalén sobre el monte Morían.
Reconociendo que era el ángel destructor, David ofreció una plegaria
intercesoria por su pueblo. Mediante instrucciones dadas por Gad,
David compró a Omán, el jebuseo, la era. Mientras ofrecía el
sacrificio ante Dios, David era consciente de la divina respuesta,
cuando cesó la peste, terminando así el juicio sobre su pueblo. El
ángel destructor desapareció y Jerusalén fue salvada.
David quedó
tan impresionado, que determinó hacer de la era el lugar para el altar
de los holocaustos. Allí tenía que ser erigido el templo. Pudo muy
bien haber sido el mismo lugar donde Abraham, casi un milenio antes,
se prestó a sacrificar a su hijo Isaac, e igualmente tuvo la
revelación y la aprobación divinas.
Aunque el
monte de Moríah estaba al exterior de la ciudad de Sión (Jerusalén) en
tiempo de David, Salomón lo incluyó en la ciudad capital del reino.
David había traído previamente el arca a Jerusalén, alojándola dentro
de una tienda. El altar del holocausto y el tabernáculo construido
bajo la supervisión de Moisés fueron puestos en Gabaón, en un lugar
alto a ocho kms. al noroeste de Jerusalén. Puesto que a David le fue
denegado el privilegio de construir realmente el templo, es muy
verosímil que no se hubieran desarrollado planes previamente, como la
colocación del santuario central. Mediante la teofanía de la era,
David llegó a la conclusión de que aquel era el lugar donde tendría
que ser construida la casa de Dios.
David
reflexionó sobre el hecho de que había sido un hombre sangriento y
guerrero. Puede que entonces comprobase que de haber intentado
construir el templo, todo se habría quedado parado por una guerra
civil, que con tanta frecuencia se encendía en su reinado. Los siete
años y medio en Hebrón había sido un período de preparación. Durante
la próxima década, Jerusalén quedó establecida como la capital
nacional, mientras que la nación estaba siendo unificada en la
conquista de las naciones circundantes. Es muy Posible que Salomón
naciese durante aquella época. Tuvo que haber sido hacia el fin de la
segunda década del reinado de David, cuando Absalón asesinó a Amnón,
puesto que Absalón nació mientras que David se enconaba en Hebrón.
Las dificultades domésticas, que acabaron con la rebelión de Absalón,
duraron casi diez años y probablemente coincidieron con la tercera
década del reino de David. Cuando David hubo establecido con éxito la
supremacía militar de Israel y organizado la nación, parece que había
llegado la hora de concentrarse en los preparativos para la
construcción del templo.
Con el monte
Moríah como lugar de erección, David imaginó la casa del Señor
construida bajo Salomón, su hijo. Hizo un censo de los extranjeros en
el país e inmediatamente les organizó para trabajar la piedra, el
metal y la madera. Anteriormente, y en su reinado, David ya había
tratado con el pueblo de Tiro y Sidón para construir su palacio en
Jerusalén
(II
Sam. 5:11).
Los cedros para el proyecto del edificio fueron suministrados por
Hiram, rey de Tiro. Salomón recibió el encargo de acatar la
responsabilidad de obedecer la ley como había sido promulgada a través
de Moisés. Como rey de Israel, contaba con Dios y si era obediente,
gozaría de sus bendiciones.
En una
asamblea pública, David encargó a los príncipes y a los sacerdotes de
reconocer a Salomón, como su sucesor. Entonces, procedió a bosquejar
cuidadosamente los servicios del templo. Los 38.000 levitas fueron
organizados en unidades y asignados al ministerio regular del templo.
Pequeñas unidades recibieron la responsabilidad de guardadores de las
puertas y los músicos todo lo concerniente a la música vocal e
instrumental. Otros levitas fueron asignados como tesoreros para
cuidar los lujosos regalos dedicados por los príncipes israelitas,
procedentes de toda la nación (I Crón. 26:20 ss). Aquellas donaciones
eran esenciales para la ejecución de los planes cuidadosamente hechos
para el templo (I Crón. 28:11-29:9). La realización se colocaba así
bajo el glorioso reinado de Salomón.
Las últimas
palabras de David
(II
Sam
23:1-7) revelan la grandeza del héroe más honrado de Israel. Otro
canto
(II
Sam. 22),
expresando su acción de gracias y alabanza por toda una vida repleta
de grandes victorias y liberaciones, pudo haber sido compuesto en el
último año de su vida e íntimamente asociado con este poema. Aquí, él
habla proféticamente respecto de la eterna duración de su reino. Dios
le había hablado, afirmando una alianza eterna. Este testimonio por
David habría constituido un apropiado epitafio para su tumba.
La era
dorada de Salomón
La paz y la
prosperidad caracterizaron el reino de Salomón. David había
establecido el reinado; ahora Salomón iba a recoger los beneficios de
los trabajos de su padre.
El relato de
esta era está brevemente dado en I Reyes 1:1-11:43 y
II
Crón.
1:1-9:31. El punto focal en ambos libros es la construcción y
dedicación del templo, que recibe mucha más consideración que
cualquier otro aspecto del reinado de Salomón. Otros proyectos, el
comercio y los negocios, el progreso industrial y la sabia
administración del reinado, están sólo brevemente mencionados. Muchas
de esas actividades, escasamente mencionadas en los registros de la
Biblia, han sido iluminados a través de excavaciones arqueológicas
durante las pasadas tres décadas. Excepto por lo que respecta a la
construcción del templo, que se asigna a la primera década del reinado,
y la construcción de su palacio, que fue completado
trece años más tarde, hay poca información que pudiera utilizarse como
base para un análisis cronológico del reinado de Salomón.
Establecimiento del trono
El acceso de
Salomón al trono de su padre, no fue sin oposición. Puesto que Salomón
no había sido públicamente coronado, Adonías concibió ambiciones para
suceder a David. En cierto sentido, estaba justificado. Amnón y
Absalón habían sido muertos. Quileab, el tercer hijo mayor de David,
aparentemente había muerto también, ya que no es mencionado, y
Adonías se hallaba el próximo en la línea sucesoria. Por otra parte,
la debilidad inherente a David en sus problemas domésticos, era
evidente en la falta de disciplina de su familia (I Reyes 1:6).
Evidentemente, Adonías no había sido enseñado a respetar el hecho
divinamente revelado de que Salomón tenía que ser el heredero del
trono de David
(II
Sam. 7:12; I
Reyes 1:17). Siguiendo la pauta de Absalón, su hermano, Adonías se
apropió de una escolta de cincuenta hombres con, caballos y carros de
guerra, y pidió el apoyo de Joab invitando a Abiaíar, el sacerdote de
Jerusalén, para proceder a ser ungido como rey. Este suceso
tuvo lugar en los jardines reales de En-rogel, al sur de Jerusalén.
Conspicuamente ausentes en aquella reunión de los oficiales
gobernantes y la familia real, estaban Natán el profeta, Benaía el
comandante del ejército de David, Sadoc el sacerdote oficiante en
Gabaa y Salomón con su madre, Betsabé.
Cuando las
noticias de aquella reunión de fiesta llegaron a palacio, Natán
V
Betsabé inmediatamente apelaron a David. Como resultado, Salomón
cabalgó sobre la muía del rey David hasta Gihón, escoltado por Benaía
y el ejército real. Allí, en la falda oriental de Monte Ofel, Sadoc
ungió a Salomón y así públicamente le declaró rey de Israel. El
pueblo de Jerusalén se unió en la pública aclamación de: "¡Viva el rey
Salomón!". Cuando el ruido de la coronación resonó por el valle de
Cedrón, Adonías y sus adictos quedaron grandemente confundidos y
consternados. La celebración cesó inmediatamente, el pueblo se
dispersó y Adonías buscó seguridad en ios cuernos del altar en el
tabernáculo de Jerusalén. Sólo después de que Salomón le diera palabra
de respetar su vida, sujeta a buena conducta, dejó Adornas! el sagrado
refugio.
En
una
reunión subsiguiente, Salomón fue oficialmente coronado y rej
conocido
(I Crón. 28:1 ss.). Con los oficiales y hombres de estado de
la totalidad de la nación presente, David hizo entrega de su poder
confiandc sus responsabilidades a Salomón y explicó al pueblo
la
realidad de lo dido, ya que era Salomón el rey elegido por
Dios.
En una charla
privada con Salomón (Reyes 2:1-12), David recordó a sil hijo su
responsabilidad de obedecer la ley de Moisés. En sus últimas palabras
en el lecho de muerte, hizo saber a Salomón el hecho de que sangre
inocente había sido derramada por Joab en la muerte de Abne y Amasa,
del tratamiento irrespetuoso de Simei cuando tuvo que huir de
Jerusalén, y de la hospitalidad que le fue concedida por
Barzilai, galaadita, en los días de la rebelión de Absalón.
Tras la
muerte de David, Salomón reforzó su derecho al trono eliminando a
cualquier posible conspirador. La petición de Adonías de esposar
Abisag, la doncella sunamita, fue interpretada por Salomón como una
traición. Adonías fue ejecutado. Abiatar fue suprimido de su lugar de
honor que había mantenido bajo el reinado de David y fue desterrado a
Anatot. Puesto que era del linaje de Eli (I Sam. 14:3-4) la deposición
de Abiatar marcó el cumplimiento de las solemnes palabras dichas por
Eli por un profeta innominado que llegó a Silo (I Sam. 2:27-37).
Aunque Joab había sido culpable de conducta traicionera en su apoyo a
Adonías, fue ejecutado principalmente por los crímenes durante el
reino de David. Simei, que estaba en libertad bajo palabra, fracasó
por las restricciones que se le impusieron y de igual forma sufrió la
pena de muerte.
Salomón
asumió el caudillaje de Israel a una temprana edad. Ciertamente tenía
menos de treinta años, quizás sólo veinte. Sintiendo la necesidad de
la sabiduría divina, reunió a los israelitas en Gabaón, donde estaban
situados el tabernáculo y el altar de bronce e hizo un gran sacrificio.
Mediante un sueño, recibió la divina seguridad de que su petición
para la sabiduría le sería concedida. Además de una mente privilegiada,
Dios también le dotó de riquezas, honores y una larga vida,
condicionado todo ello a su obediencia (I Reyes 3:14).
La sagacidad
de Salomón se convirtió en una fuente de hechos maravillosos. La
decisión dada por el rey cuando dos mujeres contendieron por la
maternidad de un niño (I Reyes 3:16-28), indudablemente representa
una muestra de los casos en que demostró su
extraordinaria sabiduría. Cuando esta y otras noticias circularon por
toda la nación, los israelitas reconocieron que la plegaria del rey
en súplica por sabiduría, había sido escuchada y concedida.
Organización del reino
Comparativamente, es muy poca la información que se da respecto a la
organización del vasto imperio de Salomón. Aparentemente, fue sencilla
en sus principios; pero indudablemente se hizo más compleja con el
paso de los años de responsabilidad siempre creciente. El propio rey
constituía por sí mismo, el tribunal supremo de apelación, como está
ejemplificado en la famosa contienda de las dos mujeres. En I Reyes
4:1-6, los nombramientos están establecidos por los siguientes cargos:
tres sacerdotes, dos escribas o secretarios, un canciller, un
supervisor de oficiales, un cortesano de la casta sacerdotal, un
supervisor de palacio, un oficial al cargo de los trabajos forzados y
un comandante del ejército. Esto no representa sino una ligera
expansión de los cargos instituidos por David.
Para la
cuestión tributaria, la nación fue dividida en doce distritos (I Reyes
4:7-19). El oficial a cargo de cada distrito tenía que suministrar
provisiones para el gobierno central, un mes de cada año. Durante los
otros once meses, tendría que recolectar y depositar las provisiones
en los almacenes situados en cada distrito al efecto. El suministro
de un día para el rey y su corte, cí ejército y demás personal,
consistía en unos 11.100 litros de harina, casi 22.200 de viandas, 10
bueyes gordos, 20 bueyes de pasto y 100 ovejas, además de otros
animales y aves (I Reyes 4:22-23). Aquello requería una extensa
organización dentro de cada distrito.
Salomón
mantuvo un gran ejército (I Reyes 4:24-28). Además de la
organización
del ejército establecido según David, Salomón también utilizó
una
fuerza de combate de 1.400 carros de batalla y 12.000 jinetes a
quienes instaló en Jerusalén y en otras ciudades por toda la
nación (1 Crón. 1:14-17). Aquello añadía a la carga de los tributos, un
suministro regular de cebada y heno. Una organización
eficiente y una
sabia administración eran esenciales para mantener un estado
de
prosperidad y progreso.
Construcción del templo
Lo más
importante en el vasto y extenso programa de construcciones del rey
Salomón, fue el templo. Mientras que otros edificios apenas si son
mencionados, aproximadamente el 50% del relato bíblico del reinado de
Salomón, se dedica a la construcción y dedicación de este centro focal
en la religión de Israel. Ello marcó el cumplimiento del sincero deseo
de David expresado en los principios de su reinado en Jerusalén, el
establecer un lugar central para el culto divino.
Los arreglos
del tratado que David había hecho con Hiram, el rey de Tiro, fueron
continuados por Salomón. Como "rey de los sidonios", Hiram gobernó
sobre Tiro y Sidón, que constituían una unidad política procedente de
los siglos
XII
al
VII
a de C. Hiram era un rico y poderoso gobernante
con
extensos contactos comerciales por todo el Mediterráneo. Ya
que Israel tenía un potente ejército y los fenicios una gran flota,
resultaba de mutuo beneficio el mantener relaciones amistosas.
Como
los fenicios se hallaban muy avanzados en construcciones
arquitectónicas y en el manejo de costosos materiales de
construcción,
que controlaban con su comercio, fue particularmente un acto
de
sabiduría política el atraerse el favor de Hiram. Arquitectos y
técnicos de Fenicia fueron enviados a Jerusalén. El jefe de
todos
ellos era Hiram (Hiram-abi) cuyo padre procedía de Tiro y cuya
madre
era una israelita de la tribu de Dan
(II
Crón.
2:14). Para ayudar a los hábiles trabajadores y abonar la madera del
Líbano, Salomón efectuó los pagos en grano, aceite y vino.
La labor para
la construcción del templo fue cuidadosamente organizada. Treinta mil
israelitas fueron reclutados para preparar los cedros del Líbano, con
destino al templo. Bajo Adoniram, que estaba a cargo de aquella leva,
sólo 10.000 hombres trabajaban cada mes, volviendo a sus hogares
durante dos meses. De los extranjeros residentes en Israel, se
utilizaron un total de 150.000 hombres como portadores de carga
(70.000) y cortadores de piedra (80.000), además de 3.600 capataces
(II
Crón. 2:17-18). En el segundo libro de Crónicas 8:10,
un grupo de 250 gobernadores son mencionados como siendo israelitas.
Sobre la base de I Reyes 5:16 y 9:23, hubo 3.300 encargados de los
cuales 550 eran oficiales jefes. Aparentemente 250 de estos últimos,
eran israelitas. Ambos relatos tienen un total de 3.850 hombres para
supervisar la ingente labor de 150.000 trabajadores.
No quedan
restos del templo salomónico conocidos por las modernas excavaciones.
Además, y abundando en el problema, ni un simple templo ha sido
descubierto en, Palestina que date de las cuatro centurias durante las
cuales la dinastía davídica gobernó en Jerusalén (1000-600 a. de C.).
La cima del monte Moríah, situada al norte de Jerusalén y ocupada por
David fue nivelada suficientemente para el templo de Salomón. Es
difícil captar el tamaño de semejante área en aquel tiempo, puesto
que el edificio fue destruido en el año 586 a. C, por el rey de
Babilonia. Tras haber sido reconstruido en el 520 a. C, el templo fue
de nuevo demolido en el año 70 de nuestra era. Desde el siglo
VII
de la era cristiana, la mezquita mahometana, la Cúpula
de la Roca, ha permanecido en ese lugar, que está considerado como el
sitio más sagrado de la historia del mundo. Hoy, la zona del templo
cubre unos 35 o 40 acres, indicando que la cima del monte Moríah es
considerablemente más grande ahora que en los días de Salomón.
El templo era
dos veces mayor que el tabernáculo de Moisés en su área básica de
emplazamiento. Como estructura permanente era mucho más elaborado y
espacioso con apropiadas adiciones y una corte de entorno mucho más
grande. El templo daba cara al este, con un porche o entrada de casi
cinco mts. de profundidad que se extendía a través de su parte
frontal. Una doble puerta de cinco mts. de anchura laminada de oro y
decorada con flores, palmeras y querubines daba acceso al santo lugar.
Esta habitación de nueve mts. de anchura y catorce de alto,
extendiéndose dieciocho mts. en longitud, tenía el suelo de madera de
ciprés y apandada en cedro por encima y alrededor. Chapeada de oro
fino con figuras labradas de querubines adornaban los moros. La
iluminación natural, estaba realizada mediante ventanas en cada lado
de la parte más alta. A lo largo de cada lado, en esta habitación
había cinco mesas de oro para los panes de la proposición y cinco
candeleros de siete brazos, todo ello hecho de oro puro. Al fondo
estaba el altar del incienso hecho de madera de cedro y chapeada de
oro. Más allá del altar, existían dos puertas plegables que daban
acceso al lugar santísimo, o el lugar más sagrado. Esta habitación
también tenía nueve mts., de anchura, pero sólo nueve mts. de
profundidad y otros nueve de altura. Incluso con aquellas puertas
abiertas un velo de azul, púrpura y carmesí de lino fino, obscurecía
la vista del objeto más sagrado. A cada lado se elevaba un enorme
querubín con las alas abiertas de 4,5 mts. de forma tal que las cuatro
alas se extendiesen por la totalidad de la habitación.
Tres
ringleras de cámaras se hallaban adheridas a las paredes del exterior
del templo, en los lados norte y sur, lo mismo que al final de la
parte oeste. Esas cámaras, indudablemente debieron ser para almacenar
objetos y para uso de los oficiales. A cada lado de la entrada del
templo, surgía una enorme columna, uno llamado Boaz y el otro Jaquín.
De acuerdo con I Reyes 7:15 ss., tenían casi ocho mts. de altura,
cinco metros y medio de circunferencia y estaban hechas de bronce y
adornadas con granadas. Por encima terminaban con un capital hecho de
bronce fundido de poco más de dos mts. de altura.
Extendiéndose
hacia la parte oriental, en frente del templo habían dos atrios
abiertos
(II
Crón. 4:9).
La primera área, el atrio de los sacerdotes, tenía 46 mts. de anchura
y 9 mts. de longitud. Allí se levantaba el atrio de los sacrificios de
cara al templo. Hecho de bronce con una base de 9 mts. cuadrados y 5
mts. de altura, aquel altar era aproximadamente cuatro veces más
grande que el utilizado por Moisés en sus tiempos. El mar de bronce
fundido, levantado al sudeste de la entrada, era igualmente
impresionante en aquel atrio. De forma de copa, tenía unos dos metros
de altura, cinco metros de diámetro con un, perímetro de catorce
metros. Estaba hecho de bronce fundido de 7,6 cms. da espesor y
descansaba sobre 12 bueyes, tres de los cuales mirando en cada
dirección. Una estimación razonable del peso de aquella gigantesca
fuente es de aproximadamente 25 toneladas. De acuerdo con I Reyes
7:46, este mar de bronce, los altos pilares y los costosos recipientes
y vasijas fueron hechos para el templo y fundidos en tierra arcillosa
del valle del Jordán.
Además de
esta enorme fuente, que proveía de agua para los sacerdotes y levitas
en su servicio del templo, había diez fuentes más pequeñas de bronce,
cinco a cada lado del templo (I Reyes 7:38;
II
Crón.
4:6). Estos eran de casi dos metros de alto y se apoyaban sobre
ruedas con objeto de poder transportar donde en el curso del
sacrificio, se necesitaban para el lavado de varias partes del animal
sacrificado.
También en el
atrio de los sacerdotes, se hallaba la plataforma de bronce
(II
Crón. 6:13), el lugar donde el rey Salomón permanecía
durante las ceremonias de dedicación.
Hacia el este,
unos escalones conducían hacia abajo, desde el atrio de los sacerdotes
al exterior o gran atrio
(II
Crón.
4:9). Por analogía con las medidas del tabernáculo de Moisés, esta
zona tenía 91 mts. de ancho y 182 de largo. Este gran atrio estaba
rodeado por una sólida muralla de piedra con cuatro puertas macizas,
chapadas en bronce, para regular la entrada al lugar del templo (I
Crón. 26:13-16). De acuerdo con Ezequiel 11:1, la puerta oriental
servía como la entrada principal. Grandes columnadas y cámaras en esta
parte proveían de espacio de almacenamiento para los sacerdotes y los
levitas, para que pudieran realizar sus respectivos deberes y
servicios.
La cuestión
de la influencia contemporánea en el templo y su construcción, ha
sido reconsiderada en recientes décadas. Los relatos bíblicos han sido
cuidadosamente examinados a la luz de los restos arqueológicos con
relación a templos y religiones en las civilizaciones contemporáneas,
en Egipto, Mesopotamia y Fenicia. Aunque Edersheim escribió (1880) que
el plan y designio del templo de Salomón era estrictamente judío, es
de general consenso de los arqueólogos de hoy de que el arte y la
arquitectura eran básicamente fenicios. Está claramente indicado en la
Escritura que David empleó arquitectos y técnicos de Hiram, rey de
Tiro. Mientras que Israel suministraba el trabajo, los fenicios
suplían el papel de los artesanos y supervisores de la construcción
real. Desde la excavación del sirio Tell Tainat (antigua Hattina) en
1936 por la Universidad de Chicago, se ha hecho aparente que el tipo
de arte y arquitectura del templo de Jerusalén era común en Fenicia en
el siglo
X
a. C. Por tanto, parece
razonable conceder el crédito a los artesanos fenicios y a sus
arquitectos por los planos finales del templo, ya que David y Salomón
los empleaban para este servicio particular.
Con la limitada información disponible, sería difícil marcar una
clara línea de distinción entre los planos presentados por los reyes
de Israel y la contribución hecha por los fenicios en la construcción
del templo.
Dedicación
del templo
Puesto que el
templo fue completado en el octavo mes del año duodécimo (I Reyes
6:37-38), es completamente verosímil que las ceremonias de la
dedicación fueran llevadas a cabo en el séptimo mes del año duodécimo
y no un mes antes de que fuese terminado. Esto habría permitido tiempo
para el elaborado planeamiento de este gran acontecimiento histórico
(I Reyes 8:1-9;
II
Crón.
5:2-7:22). Para esta ocasión, todo Israel estaba representado por los
ancianos y los jefes.
La fiesta de
los tabernáculos, que no solamente recordaba a los israelitas que una
vez fueron peregrinos en el desierto, sino que también era una ocasión
para dar gracias tras el tiempo de la cosecha, que comenzaba en el día
15.° del mes séptimo. Edersheim concluye que las ceremonias de la
dedicación tuvieron lugar durante la semana precedente a la fiesta de
los tabernáculos. La totalidad de la celebración duró dos semanas
(II
Crón. 7:4-10), y valía para todo Israel, que acudió por
medio de sus representantes desde Hamat hasta la frontera de Egipto.
Keil, en su comentario sobre I Reyes 8:63, sugiere que hubo 100.000
padres y 20.000 ancianos presentes. Esto explica el por qué millares
de animales fueron llevados hasta allí por esta ocasión que no tenía
precedentes.
Salomón era
la persona clave en las ceremonias de las dedicaciones. Su posición
como rey de Israel era única. Bajo el pacto, todos los israelitas eran
servidores de Dios (Lev. 25:42, 55; Jer. 30:10 y otros pasajes) y
considerados como reino de sacerdotes con, relación a Dios (Ex. 19:6).
Mediante los servicios dedicatorios, Salomón toma el lugar de un
siervo de Dios, representando a la nación elegida por Dios para ser su
pueblo. Esta relación con Dios era común al profeta, al sacerdote, al
laico, al igual que al rey, en verdadero reconocimiento de la dignidad
del hombre. En esta capacidad, Salomón ofreció la oración, dio el
mensaje dedicatorio, y ofició en las ofrendas de los sacrificios.
En la
historia religiosa de Israel, la dedicación del templo fue el
acontecimiento más significativo, desde que el pueblo abandonó el
Sinaí. La repentina transformación desde la esclavitud en Egipto, a
una nación independiente en el desierto, fue una demostración del
poder de Dios en nombre de su nación. En aquel tiempo, el tabernáculo
fue erigido para ayudarles en su reconocimiento y servicio de Dios.
Ahora el templo había sido erigido bajo el poder de Salomón. Esto
constituye la confirmación del establecimiento del trono davídico en
Israel. Como la presencia de Dios era visible, mediante la columna de
humo sobre el tabernáculo, así la gloria de Dios se cernía sobre el
templo y significaba la bendición de Dios. Esto confirmaba de forma
divina el establecimiento del reino que había sido anticipado por
medio de Moisés (Deut. 17:14-20).
Proyectos
de construcción extensiva
El palacio de
Salomón Oa casa del bosque del Líbano) no está sino brevemente
mencionado (I Reyes 7:1-12;
II
Crón.
8:1). Fue completado en trece años, habiendo un período de
construcción de veinte años para el templo y el palacio. Muy
verosímilmente estaba situado en la falda meridional del monte Moríah
entre el templo y Sión, la ciudad de David. Este palacio era complejo
y elaborado, conteniendo oficinas de gobierno, habitaciones para la
hija de Faraón, y la residencia privada del propio rey Salomón, y
cubría un área de 46 por 23 por 14 metros. Incluido en este gran
edificio y su programa de construcciones, estaba la extensión de las
murallas de Sión (Jerusalén) hacia el norte, de forma que se unieran
el palacio y el templo dentro de las murallas de la ciudad capital de
Israel.
El poderoso
ejército en armas de Salomón, también requería mucha actividad en las
construcciones por todo el reino. La construcción de ciudades de
almacenamiento para propósitos administrativos y de sistemas de
defensa, fueron íntimamente integrados. Una impresionante lista de
ciudades, que sugiere el extenso programa de construcciones de
Salomón, se da en I Reyes 9:15-22, y
II
Crón.
8:1-11. Gezer, que había sido una plaza fuerte cananea, fue capturada
por el faraón de Egipto y utilizada como fuerte por Salomón, tras
haberla recibido como dote. Excavaciones hechas en el lugar de 5,8
hectáreas de Meguido, indican que Salomón había adecuado allí acomodó
para alojar 450 caballos y 150 carros de batalla. Esta fortaleza
guardaba la importante Meguido o el valle de Esdraelón a través del
cual discurría la calzada más importante entre Egipto y Siria. Desde
un punto de vista militar y comercial, este camino era vital para
Israel. Igualmente fue excavado Hazor, primero por Garstang y más
recientemente bajo la supervisión de Israel. Otras ciudades
mencionadas en la Biblia son Bet-horón, Baalat, Tamar, Hamat-zobah y
Tadmor. Además de estas, otras ciudades funcionaron, como cuarteles o
capitales de distritos administrativos (I Reyes 4:7-19). Hallazgos
arqueológicos en Betsemes y Laquis indican que existían edificios con
grandes habitaciones en esas ciudades para ser utilizados como
almacenes. Es indudable que tuvieron que haberse escrito largas
descripciones respecto a los programas de construcciones llevadas a
cabo por el rey Salomón, pero los relatos bíblicos sólo sugieren su
existencia.
Comercio,
negocios y rentas públicas
Ezión-geber y
Elot se hallan brevemente anotadas en I Reyes 9:26-28 y
II
Crón.
8:17-18 como puertos marítimos en el golfo de Acaba. Tell-el-Kheleifeh
al extremo norte de este golfo es el único lugar conocido que muestra
la historia ocupacional de Elat, Ezión-geber. Tell-el-Kheleifeh, como
un centro marítimo industrial, fortificado, de almacenamiento y
caravanero para tales ciudades, pudo haber tenido igual importancia
con otros distritos fortificados y ciudades con guarniciones de
carros de batalla, tales como Hazor, Meguido y Gezer.
Las minas de
cobre y hierro eran numerosas por todo el Wadi-Arabah. David ya había
establecido fortificaciones por toda la tierra de Edom, cuando
instauró su reinado
(II
Sam.
8:14). Numerosos centros de fundición en el Wadi-Arabah pudieron haber
suministrado a Tell-el-Kheleifeh con hierro y cobre o para procesos de
refinamiento y la producción de moldes con propósitos comerciales. En
el valle del Jordán (I Reyes 7:45-46), y en Wadi-Arabah, Salomón tuvo
que haber realizado la comprobación de la verdad de las declaraciones
hechas en Deut. 8:9, de que la tierra prometida tenía recursos
naturales en cobre.
Al
desarrollar y controlar la industria de los metales en Palestina,
Salomón estuvo en una posición de comerciar. Los fenicios, bajo Hiram,
tenían contactos con refinerías de metal en distantes puntos del
Mediterráneo, tales como España, y así estaban en situación de
construir, no sólo refinerías para Salomón, sino también para aumentar
el comercio. Los barcos de Israel traficaron con el hierro y el cobre
tan lejos como el sudoeste de Arabia (el moderno Yemen) y la costa
africana de Etiopía. A cambio, ellos llevaron oro, plata, marfil, y
asnos a Israel. Aquella extensión naval con sus expediciones llevando
oro desde Ofir, duró "tres años"
(II
Crón.
9:21), o un año completo y parte de dos años más. Proporcionó a
Salomón tales riquezas, que fue clasificado como el más rico de todos
los reyes
(II
Crón.
9:20-22; I Reyes 10:11-22).
Los
israelitas obtuvieron caballos y carros de combate de los gobernantes
héteos en Cilicia y su vecino Egipto. Los corredores y agentes
representantes de los caballos y carros guerreros entre Asia Menor e
Israel, fueron los árameos (I Reyes 10:25-29;
II
Crón.
1:14-17). Aunque David lisiaba o dejaba inútiles todos los caballos
que capturaba con la excepción de un centenar
(II
Sam.
8:4) es obvio que Salomón acumuló una fuerza considerable. Aquello
resultaba importante para la protección, al igual que como control de
todo el comercio que cruzaba el territorio de Israel. Las rentas y
tributos de Salomón fueron incrementadas por las vastas caravanas de
camellos empleadas en el comercio de las especias procedente del sur
de Arabia y hacia Siria y Palestina, al igual que con Egipto.
El rey
Salomón ganó tal respeto internacional y reconocimiento, que sus
riquezas fueron grandemente incrementadas por los regalos que recibía
de lugares próximos y lejanos. En respuesta a su petición inicial,
había sido divinamente dotado con la sabiduría de tal forma que las
gentes de otras tierras iban a oír sus proverbios, sus cantos, y sus
discursos sobre varios aspectos (I Reyes 4:29-34). Si el relato de la
visita de la reina de Sabá no es sino una muestra de lo que ocurría
frecuentemente durante el reinado de Salomón, puede apreciarse del por
qué el oro no cesaba de llegar a la capital de Israel. El hecho de que
la reina atravesara diversos territorios y viajase 1.931 kms., en
camello pudo también haber estado motivado por intereses comerciales.
Las expediciones navales desde Ezión-geber pudo haber estimulado las
negociaciones para acuerdos favorables de intercambio comercial. Su
misión, tuvo éxito (I Reyes 10:13). Aunque Salomón, además de
garantizar las peticiones de la reina, le devolvió todo lo que le
había llevado, resulta dudoso de que hiciese lo mismo con todos los
reyes y gobernantes de Arabia, quienes le enviaban presentes
(II
Crón. 9:12-14). Aunque resulta difícil valorar el
importe de las riquezas que se describen, no hay duda de que Salomón
representó el epítome en riqueza y sabiduría de todos los reyes que
gobernaron en Jerusalén.
Apostasía
y sus consecuencias
El capítulo
final del reino de Salomón es trágico (I Reyes 11). El por qué el rey
de Israel, que alcanzó el cénit de los éxitos en sabiduría, riqueza,
fama y prestigio internacional bajo la bendición divina, terminase sus
40 años de reinado bajo augurios de fracaso, es de lo más sorprendente.
A tenor de esta consideración, algunos han considerado el relato como
no fiable y contradictorio y han buscado otras explicaciones. La
verdad de la cuestión es que Salomón, que jugó el papel más destacado
en la dedicación del templo, se apartase de la devoción que con todo
corazón había dedicado a Dios; una experiencia paralela a la de Israel
en el desierto tras la construcción del tabernáculo. Salomón rompió el
mismísimo primer mandamiento por su política de permitir la adoración
de los ídolos y su culto en la propia Jerusalén.
La mezcla de
alianzas matrimoniales entre las familias reales, era una práctica
común en el Cercano Oriente. A principios de su reinado, Salomón hizo
una alianza con Faraón, aceptando a una hija de este último en
matrimonio. Aunque se la llevó a Jerusalén, no existe indicación de
que se le permitiese a ella el llevar consigo la idolatría (I Reyes
3:1). En la cúspide de sus triunfos, Salomón tomó esposas de los
moabitas, amonitas, edomitas, sidonios e héteos. Además de todo ello,
se hizo con un harén de 700 esposas y 300 concubinas. Tanto si esto
fue motivado por causas diplomáticas y políticas para asegurar la paz
y la seguridad, o por un intento de superar a los demás soberanos de
otras naciones, es algo que no está indicado. Sin embargo, era
contrario a lo expresado en los mandamientos de Dios (Deut. 17:17).
Salomón permitió la multiplicidad de esposas y que fuese su ruina, al
apartar su corazón de Dios.
Salomón no
solamente toleró la idolatría, sino que él mismo prestó
reconocimiento a Astoret, la diosa de la fertilidad de los fenicios,
conocida como Astarté entre los griegos y Ishtar para los babilonios.
Para el culto de Milcom o Moloc, el dios de los amonitas y para Quemos,
el dios de los moabitas, Salomón erigió un lugar sobresaliente en una
montaña al este de Jerusalén, que no fueron suprimidos como tales
lugares de culto durante tres siglos y medio, sino que permanecieron
como una abominación en las proximidades del templo, hasta los días de
Josías
(II
Reyes 23:13).
Además, construyó altares para otros dioses extraños no mencionados
por su nombre (I Reyes 11:8).
La idolatría,
que era una violación de las palabras de apertura del Decálogo (Ex.
20), no podía ser tolerada. La repulsa de Dios (I Reyes 11:9-13) fue
probablemente entregada a Salomón mediante el profeta Ahías, que
aparece más tarde en el capítulo. A causa de su desobediencia, el
reinado de Israel tenía que ser dividido. La dinastía de David
continuaría gobernando parte del reino en gracia a David, con quien
Dios había hecho una alianza, y porque Jerusalén había sido escogida
por Dios. Dios no rompería su promesa, incluso aunque Salomón hubiese
perdido sus derechos y sus bendiciones. También, por amor a David, el
reino no sería dividido mientras viviese Salomón, aunque surgirían
adversarios y enemigos que amenazasen la paz y la seguridad, antes de
la terminación del reinado.
Hadad, el
edomita, fue un caudillo que se opuso a Salomón. En la conquista de
Edom por Joab, Hadad, que era un miembro de la familia real, había
sido rescatado por servidores y llevado a Egipto cuando era un niño.
Allí se casó con una hermana de la reina de Egipto y gozó del favor y
los privilegios de la corte real. Después de la muerte de Joab y
David, volvió a Edom y con el tiempo se hizo lo suficientemente fuerte
como para ser una amenaza para Salomón en sus últimos años (I Reyes
11:14-23). La posición de Salomón como ''rey del cobre" quedó en
precario, al igual que el lucrativo negocio de Arabia y el comercio
sobre el Mar Rojo.
Rezón de
Damasco significó tal vez una amenaza mayor (I Reyes 11: 23-25). La
formación de un reino independiente arameo o sirio, constituyó una
seria amenaza política que implicaba consecuencias comerciales.
Aunque David había conquistado Hamat, cuando el poder de Hadad-ezer
fue roto, Salomón lo encontró necesario para suprimir una rebelión
allí y construir ciudades de almacenamiento
(II
Crón.
8:3-4). Incluso controló Tifsa sobre el Eufrates (I Reyes 4:24) que
era extremadamente importante para el dominio de las rutas del
comercio. En el curso del reinado de Salomón, Rezón estuvo en
condiciones de establecerse por sí mismo en Damasco, donde llegó a ser
el mayor de los constantes peligros para la paz y la prosperidad de
Israel en los últimos años del reinado de Salomón.
Conforme
cambiaban las cosas, uno de los hombres del propio Salomón, Jeroboam,
hijo de Nabat, demostró ser el factor real devastador en Israel.
Siendo un hombre verdaderamente capaz, había sido colocado al mando de
los trabajos forzados que reparaba las murallas de Jerusalén y
construyó Milo. Utilizó aquella oportunidad para su propia ventaja
política y ganarse seguidores. Un día Ahías, el profeta, le encontró y
rompió la capa nueva en doce pedazos, dándole diez de ellos. Mediante
aquel acto simbólico, informó a Jeroboam que el reino de Salomón sería
dividido, no dejando sino dos tribus a la dinastía davídica, mientras
que las otras diez constituiría el nuevo reino. Bajo la condición de
su obediencia de todo corazón, Jeroboam recibió la seguridad de que su
reino quedaría permanentemente establecido como el de David.
Aparentemente,
Jeroboam no quiso esperar los acontecimientos, lo que implicaba
abiertamente su oposición al rey. Por todos conceptos, Salomón
sospechó una insurrección y buscó a Jeroboam para matarle. En
consecuencia, Jeroboam huyó a Egipto donde encontró asilo con Sisac
hasta la muerte de Salomón.
Incluso
aunque el reino se sostuvo y no fue dividido hasta después de su
muerte, Salomón estuvo sujeto a la angustia de una rebelión interna y
de la secesión de varias partes de su reino. Como resultado de su
fallo personal en obedecer y servir a Dios de todo corazón, el
bienestar general y la prosperidad pacífica del reino quedaron
seriamente amenazadas y en constante peligro.
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Capítulo
IX
El reino
dividido
Los dos
reinos que surgieron tras la muerte de Salomón, son comúnmente
conocidos y diferenciados por los apelativos de "Norte" y "Sur". Este
último designa el estado más pequeño gobernado por la dinastía de
David desde su capital en Jerusalén hasta el 586 a. C. Consistía en
las tribus de Judá y Benjamín, quienes apoyaron a Roboam con un
ejército cuando el resto de las tribus se levantaron en rebelión
contra las opresivas medidas de Salomón y su hijo (I Reyes 12:21). El
Reino del Norte designa las tribus disidentes, que hicieron a Jeroboam
su rey. Este reino duró hasta 722 a. C, con su capital sucesivamente
en Siquem, Tirsa y Samaría.
Las
designaciones bíblicas comunes para estos dos reinos, son "Israel" y "Judá".
La primera está restringida usualmente en su uso al Reino del Norte,
mientras que la segunda se refiere al Reino del Sur. Originalmente el
nombre de "Israel" fue dado a Jacob (Gen. 32:22-32). Durante toda su
vida fue ya aplicado a sus hijos (Gen. 44:7), y siempre desde entonces
cualquier descendiente de Jacob ha sido referido como un "israelita".
Desde los tiempos patriarcales a la ocupación de Canaán, "Israel" ha
especificado la totalidad de la nación hebrea. Esta designación
prevaleció durante la monarquía de David y Salomón, incluso aunque
estaba dividida a principios del reinado de David.
La tribu de
Judá, que se hallaba estratégicamente situada y excepcional-mente
fuerte, llegó a su prominencia durante el tiempo de Saúl (ver I Sam.
11:8, etc). Después de la división en 931 a. C. el nombre de Judá
identificaba el Reino del Sur, que continuó su alianza con la
dinastía davídica. A menos que no se indique otra cosa, los nombres de
"Israel" y "Judá" en este volumen representan respectivamente a los
reinos del Norte y del Sur.
Otro
apelativo para el Reino del Norte es "Efraín". Aunque este nombre es
originalmente dado a uno de los hijos de José (Gen. 41:52), designa
específicamente a la tribu que condujo la secesión. Estando situada al
norte de Benjamín y Judá, "Efraín" representaba la oposición a Judá y
con frecuencia incluía la totalidad del Reino del Norte (ver Isaías y
Oseas).
Cronología
Este es el
primer período en la historia del Antiguo Testamento en que algunas
fechas pueden ser fijadas con virtual certeza. La historia secular,
descubierta mediante la investigación arqueológica, proporciona una
lista epónima que cuenta para cada año en la historia de Asiria desde
891 a 648 a. C. Tolomeo, un brillante erudito que vivió
aproximadamente en 70-161 a. C, compuso un canon, relacionando a los
gobernantes babilonios y persas, desde el tiempo de Nabonassar, 747 a.
C. hasta Darío
III,
332 a. de C.
Además de esto, también da una lista los gobernantes griegos,
Alejandro y Filipo de Macedonia, los gobernantes tolomeicos de Egipto
y los gobernantes romanos que llegan hasta el año de nuestra era, 161.
Como astrónomo, geógrafo, historiador y cronologista, Tolomeo
proporciona una vital información. Lo más valioso para los
historiadores modernos es el material astronómico que ha hecho posible
comprobar la precisión de sus datos en numerosos puntos, de tal forma,
que "el canon de Tolomeo puede ser utilizado como guía histórica con
la mayor confianza".
Dos hechos
significativos suministran el eslabón entre la historia asiría y el
relato bíblico de los reyes hebreos durante el período del reino
dividido. Las inscripciones asirías indican que Acab, rey de Israel,
participó en la batalla de Karkar (853 a. C.), contra Salmanasar
III,
y que Jehú, otro rey de Israel, pagó tributo al mismo
rey asirio en 841 a. C. Al equiparar los datos bíblicos concernientes
a los reyes hebreos Ocozías y Joram a este período de doce años de la
historia asiría, Thiele ha sugerido una pista para la adecuada
interpretación de la cronología. Con estas dos fechas definitivamente
establecidas en el sincronismo entre la historia hebrea y asiría,
propone un esquema de absoluta cronología para el período que va desde
la disgregación a la caída de Jerusalén. Esto sirve como una clave
práctica para las interpretaciones de las numerosas referencias
cronológicas en los relatos de Reyes y Crónicas.
Permitiendo
un año como factor variable, las fechas terminales para Israel (la
caída de Samaría) y para Judá (la caída de Jerusalén) están fijadas
respectivamente como 722 y 586 a. C. Lo mismo puede decirse para la
batalla de Karkar en 853 a. C. La fecha para el comienzo de los dos
reinos está sujeta a mayor variación.
Una simple
adición de todos los años admitidos para los reyes hebreos totalizan
casi cuatro siglos. Sobre la base de esta tabulación, muchos eruditos,
tales como Hales, Oppert, Graetz y Mahler, han fechado la
disgregación del reino salomónico dentro del período de 990-953 a. C.
La fecha más popularizada es la dada por Ussher, adoptada por
Edersheim, e incorporada al margen de muchas Biblias durante el
pasado siglo. Los recientes descubrimientos arqueológicos
relacionados a la historia contemporánea del Próximo Oriente, han
iluminado muchos pasajes bíblicos que necesitaban una reinterpretación
de los datos bíblicos.
El período
del reino dividido está adecuado a un período aproximado de tres
siglos y medio. Sobre la base de la cronología asiría y la historia
contemporánea del Cercano Oriente, Olmstead, Kittel, Albright y otros
fechan el comienzo de este período dentro de los años 937-922 a. C.
La fecha más popularizada en la literatura corriente del Antiguo
Testamento es el año 922 a. C.
El más amplio
estudio de la cronología para el período del Reino Dividido está
publicado en el libro de E. R. Thiele, The Mysterious Numbers of
the Hebrew Kings. Mediante un detallado análisis de ambos datos
estadísticos, en el relato bíblico y en la historia contemporánea,
concluye que el 931 a. C. es la más razonable fecha para el comienzo
de este período. Mientras que muchas cronologías se han construido
bajo la presunción de que existen numerosos errores en el presente
texto de Reyes y Crónicas, Thiele comienza con el supuesto de que el
texto presente es fiable. Con ello en mente, el número de referencias
cronológicas que permanecen problemáticas a la luz de nuestro
entendimiento de tal período, es mucho menor que los problemas
textuales que implica el resultado a priori de la presunción de que el
texto hebreo está en el error. Aunque permanecen aún sin resolver
problemas en la cronología de Thiele, parece ser la más razonable y
completa interpretación de las fechas escriturísticas y los hechos
históricos contemporáneos que nos son conocidos hasta el presente. De
ser la fecha del año 959 a. C. para el comienzo del templo de Salomón,
confirmada como correcta, podría apelar a una reinterpretación de
parte de esta cronología. En el presente, esta fecha está aceptada con
un alto grado de probabilidad A través de todo este
análisis del reino dividido, la cronología del período del reino
dividido de Thiele está adoptada como patrón. Cualquier desviación de
la misma se indica oportunamente.
Algunos de
los factores básicos que tengan una relación sobre el análisis de las
fechas cronológicas de este período, merecen una breve consideración.
En Judá, el sistema del año de accesión y su cuenta, fue
utilizado desde el principio de los tiempos de Joram (850 a. C.),
quien adoptó el sistema de la no accesión que ha utilizado en Israel
desde los días de Jeroboam I. Durante los reinados de Joás y Amasias
(800 a. C.), ambos reinados cambiaron al sistema del año de accesión.
La cuestión
de la corregencia tiene que ser considerada estableciendo una
cronología para este período. A veces, los años durante los cuales un
padre y un hijo gobernaron juntos fueron acreditados a ambos reyes,
calculando la duración de su reinado.
Fechas
importantes
Un cierto
número de fechas son de importancia para una adecuada comprensión de
cualquier período histórico. Los tres acontecimientos más importantes
de esta era del reino dividido, son como sigue:
931—La
división del reino
722—La caída
de Samaria
586—La caída
de Jerusalén
Sin tener que
acudir a listas tabulares para estos reinos, con fechas para cada rey,
resulta apropiado sugerir un índice cronológico para esos siglos. El
desarrollo ocurrido en el Reino del Norte conduce por sí mismo a un
esquema simple en el orden cronológico, como sigue:
931—Dinastía
de Jeroboam I
909—Dinastía
de Baasa
885—Dinastía
de Omri
841—Dinastía
de Jehú
752—Últimos
reyes
722—Caída de
Samaria
Todos los
reyes, los profetas e importantes acontecimientos pueden ser
aproximadamente fechados utilizando esta estructura cronológica.
Los
acontecimientos contemporáneos en el Reino del Sur, pueden ser
convenientemente relacionados a esta estructura de referencia.
Colocando los cuatro importantes reyes de Judá en su propia secuencia,
y añadiendo una fecha, se convierte en una cuestión sencilla para
desarrollar una cronología que sirva en forma simplificada.
Utilizando
estas fechas sugeridas como un esquema útil, la cuestión de las fechas
cronológicas en el relato bíblico puede ser reducida a un mínimo.
Aunque las fechas individuales para cada rey se dan subsiguientemente,
no son necesarias para una comprensión del desarrollo general. Para
propósitos de examen las fechas arriba citadas son suficientes,
mientras que las individuales se hacen de mayor importancia para un
estudio detallado.
El relato
bíblico
La primera
fuente literaria de la era del reino dividido es I Reyes 11:1 hasta
II
Reyes 25:30 y
II
Crón.
10:1-36:23. Puede encontrarse material suplementario en Isaías,
Jeremías y otros profetas que reflejan la cultura contemporánea.
La única
fuente que presenta un relato histórico continuo del Reino del Norte
es I Reyes 12:1 -
II
Reyes
17:41. Integrado en este registro se hallan los acontecimientos
contemporáneos del Reino del Sur. Con la terminación del Reino del
Norte en el año 722 a. C., el autor del libro de los Reyes continúa el
relato del Reino del Sur en
II
Reyes
18:1-25:30, hasta la caída de Jerusalén en el 586 a. C. Un registro
paralelo para el Reino del Sur, desde 931 a 586 a. C. se da en
II
Crón. 10:1-36:23, donde el autor concluye con una
referencia final al cese del cautiverio bajo Ciro (538 a. C.). El
relato en Crónicas suplementa la historia registrada en el Reino del
Norte, y en los libros de los Reyes, donde tiene una relación directa
sobre los acontecimientos del Reino del Sur.
Puesto que
cada reino tuvo aproximadamente una lista de veinte gobernantes, es
esencial un simple análisis para evitar la confusión. La memorización
de dos listas de reyes con frecuencia impide un cuidadoso análisis de
este período como fondo esencial en el estudio de los mensajes
profetices del Antiguo Testamento. Puesto que todo un número de
familias gobernaron el Reino del Norte, en contraste con una sola
dinastía en Judá, sugiere un simple bosquejo basado en las dinastías
remantes en Israel. Esto puede ser utilizado como una conveniente
estructura para la asociación de otros nombres y sucesos.
Puesto que
Israel cesó de existir como gobierno independiente, la última parte de
Reyes se dedica al relato del Reino del Sur. Israel quedó reducida a
una provincia asiria.
Acontecimientos concurrentes
Las
relaciones internacionales son vitalmente significativas durante esos
siglos, cuando el imperio salomónico se dividió en dos reinos, y que
finalmente sucumbió a fuerzas y poderes extranjeros. Estando
estratégicamente situado en el Creciente Fértil, entre Egipto y
Mesopotamia, no podían escapar a la presión de varias naciones que
surgían con gran poder durante ese período. Consecuentemente, para una
adecuada comprensión de la historia bíblica, esas naciones merecen
consideración.
El reino
de Siria
El reino de
Aramea, con Damasco como capital, es mejor conocido como Siria.
Durante dos siglos gozó de poder y prosperidad a expensas de Israel.
Cuando expandió su reino, derrotó a Hadad-ezer, gobernante de Soba, y
estableció amistad con Toi, rey de Hamat. Salomón extendió la frontera
de su reino a 160 kms. más allá de Damasco y Soba, conquistando Hamat
sobre el Orontes y estableciendo ciudades de aprovisionamiento en
aquella zona. Durante la última parte de su reinado, Rezón, que había
sido un joven oficial militar bajo las órdenes de Hadad-ezer en Soba
con anterioridad a su derrota por David, se apoderó de Damasco y puso
los cimientos para el resurgir del reino arameo de Siria. La rebelión
surgida bajo Roboam sirvió de pretexto a esta oportunidad. Durante dos
siglos, Siria llegó a ser un serio contendiente por el poder en la
zona Sirio-Palestina.
La guerra
entre Judá y el Reino del Norte, con Asa y Baasa como respectivos
gobernantes, permitió a Siria, bajo Ben-Adad, la oportunidad de
emerger como la nación más fuerte en Canaán, cerca del final del siglo
IX
a. C. Cuando Baasa comenzó a fortificar la ciudad
fronteriza de Rama, a solo ocho kms. al norte de Jerusalén, Asa envió
los tesoros del templo a Ben-Adad como un soborno, haciendo una
alianza con él y contra el Reino del Norte. Aunque esto hizo que se
cumpliese el inmediato propósito de Asa y fuese relevado de la presión
militar procedente de Baasa, en realidad dio a Siria la superioridad,
de tal forma que los dos reinos israelitas fueron con el tiempo
amenazados de invasión desde el norte. Tomando posesión de una parte
del reino de Israel en el norte, Ben-Adad estuvo en condiciones de
controlar las rutas de las caravanas a Fenicia, que proporcionó una
inmensa riqueza a Damasco, reforzando así el reino de Siria.
La supremacía
de Siria como poder militar y comercial fue atemperada por el Reino
del Norte, cuando la dinastía de Omri comenzó a gobernar en el 885 a.
C. Omri quebrantó el monopolio comercial con Fenicia, al establecer
relaciones amistosas con Etbaal, rey de Sidón. Esto resultó en el
matrimonio de Jezabel y Acab. El creciente poder de Asiría en el este
sirvió como otra prueba para Siria en los días de Acab. Durante los
años que Assurnasirpal, rey de Asiría, estuvo contento de no pasar por
Siria hacia el norte, extendiendo sus contactos en el Mediterráneo,
Acab y Ben-Adad frecuentemente se opusieron el uno al otro. En el
curso del tiempo Acab ganó el equilibrio del poder. En el 853 a. C.,
sin embargo, Acab y Ben-Adad unieron sus fuerzas en la famosa batalla
de Qarqar en el valle de Orontes, al norte de Hamat. Aunque Salmanasar
III
afirmó haber obtenido una gran victoria es dudoso de
que esto fuese efectivo, puesto que no avanzó a Hamat ni a Damasco
hasta varios años más tarde. Inmediatamente tras esto, la hostilidad
sirio-efraimítica continuó, siendo muerto Acab en una batalla. Como
Asiría renovó sus ataques contra Siria, Ben-Adad no pudo tener el
apoyo de Joram. Cuando murió Ben-Adad, aproximadamente por el 843 a.
C., Siria fue fuertemente presionada por los invasores asirios, al
igual que sufrió la falta de apoyo del Reino del Norte.
Hazael, el
siguiente gobernante, usurpó el trono y se convirtió en uno de los
reyes más poderosos, extendiendo el dominio de Siria hasta Palestina.
Aunque Jehú, el nuevo rey en Israel, se sometió a Salmanasar
III
pagando impuestos (841 a. C.), Hazael resistió la
invasión de este rey asirio con sus solas fuerzas. En pocos años,
Hazael estuvo en condiciones de agrandar su reino cuando los asirios
retrocedieron. Se anexionó un extenso territorio del Reino del Norte a
expensas de Jehú. Tras el año 841 a. C. Joacaz, rey de Israel, se
hallaba tan debilitado que los ejércitos de Hazael pasaron a través de
su territorio y tomaron posesión de la llanura filistea, destruyendo a
Gat, exigiendo tributo del rey de Judá en Jerusalén.
Ben-Adad
(ca. 801 a. C.) fracasó en mantener el reino establecido por su
padre Hazael. Durante los últimos años de su reinado, Adad-Nirari
III
de Asiría sometió a Damasco lo bastante como para
exigirle un fuerte tributo. Además de todo esto, Ben-Adad tuvo que
enfrentarse con una hostil oposición procedente de los estados sirios
del norte. Esto dejó a Damasco en una condición tan débil que cuando
la presión asiría continuó, Joás reclamó para Israel mucho del
territorio tomado por Hazael. En los días de Jeroboam
II
(793-753), Siria incluso perdió Damasco y "los accesos a Hamat",
restaurando la frontera norte sostenida por David y Salomón
(II
Sam. 8:5-11).
Damasco tuvo
una vez más una oportunidad para afirmarse cuando el poderoso Jeroboam
murió en 753 a. C. Rezín (750-732 a. C.), el último de los reyes
árameos en Damasco, volvió a ganar la independencia siria. Con la
accesión al trono asirio de Tiglat-pileser
III
(745
a. C.) tanto Siria como Israel estuvieron sujetas a la invasión y a un
pesado tributo. Mientras Tiglat-pileser (Pul) estaba luchando en
Armenia (737-735 a. C.), Rezín y Peka organizaron una alianza para
evitar el pago del tributo. Aunque Edom y los filisteos se unieron a
Siria y a Israel en una especie de pacto anti-asirio, Acaz, rey de
Judá, envió tributo a Pul, rogándole una alianza. En respuesta a esta
invitación, Pul llevó a cabo una campaña contra los filisteos
estableciendo contacto con Acaz, y por el 732 había conquistado
Damasco. Sama-ria fue salvada en esta época cuando Peka fue
reemplazado por Oseas, quien voluntariamente pagó tributo como un rey
marioneta. Con, la muerte de Rezín y la" caída de Damasco, el reino de
Siria llegó a su fin, para no levantarse de nuevo jamás.
El gran
imperio Asirlo
En el rincón
nordeste del Creciente Fértil, extendiéndose en unos 563 kms. a lo
largo del río Tigris y con una anchura aproximada de 322 kms. se
encontraba el país de Asiria. El nombre probablemente se debe al dios
nacional, Asur, una de cuyas ciudades fue llamada así. La importancia
de Asiria durante el período del reino dividido se hace aparente
inmediatamente por el hecho de que en la cima de su poder absorbió los
reinos de Siria, Israel y Judá, e incluso Egipto hasta Tebas. Por
aproximadamente dos siglos y medio ejerció una tremenda influencia
sobre los acontecimientos de la tierra de Canaán y de aquí que con
tanta frecuencia aparezca en los registros bíblicos.
Aunque
algunos eruditos trazan los comienzos de Asiria al principio del
tercer milenio, se conoce poco anterior al siglo
XIX,
cuando
los agresivos establecimientos comerciales de esta zona extendieron
sus intereses comerciales en el Asia Menor. En los días de Samsi-Adad
I (1748-1716), Asiria gozó de un período de prosperidad con Asur como
ciudad más importante. Por varios siglos a partir de entonces, Asiria
fue obscurecida por el reino heteo en Asia Menor y el reino mitanni
que dominaba la zona superior del Tigris-Eufrates.
La verdadera
historia de Asiria tiene sus comienzos aproximadamente en el 1100 a.
C. con el reinado de Tiglat-pileser I (1114-1076 a. C.). De acuerdo
con los anales propios, extendió el poder de su nación hacia el oeste
en el mar Mediterráneo, dominando las naciones más pequeñas y débiles
existentes en aquella zona. Sin embargo, durante los siguientes dos
siglos el poder asirlo retrocede mientras que Israel, bajo David y
Salomón, surge como un poder dominante en el Creciente Fértil.
Comenzando
con el siglo
IX,
Asiria emerge
como un poder creciente. Las listas epónimas asirías desde
aproximadamente el 892 a. C. al 648 a. C. hacen posible correlacionar
e integrar la historia de Asiria con el desarrollo de Israel, como se
registra en el relato bíblico. Asur-nasir-pal
II
(883-859 a. C.) estableció Cala como su capital. Tras haber
desarrollado un fuerte poder militar, comenzó a presionar hacia el
oeste, aterrorizando las naciones que se le oponían con dureza y
crueldad cruzando el Eufrates y estableciendo contactos comerciales
sobre el Mediterráneo. Frecuentes contactos con los sirios hacia el
sur, tuvieron como resultado la batalla de Qar-qar sobre el río
Orantes en el 853 a. C. en los días de su hijo Salmanasar
III
(858-824 a. C.). En la coalición encabezada por Ben-Adad
de Damasco, y Acab, rey de Israel, se unieron 2.000 carros de batalla
y 10.000 soldados constituyendo la mayor unidad en este grupo. Aunque
el rey asirio afirmó su victoria, resulta dudoso que así fuera, ya que
Salmanasar
III
evitó el
contacto con los sirios por varios años después de la batalla. En 848
y de nuevo en 845 a. C., Ben-Adad resistió dos invasiones asirías más,
pero no se hace mención de cualquier fuerza israelita que ayudara a
los sirios en. aquel tiempo, Jehú, que usurpó el trono en Samaría (841
a. C), hizo proposiciones de subordinación a Salmanasar
III
enviándole tributo. Esto dejó a Hazael, el nuevo rey de
Damasco, con el problema de resistir la agresión asiría. Aunque
Salmanasar acosó a Siria durante unos pocos años en los días de Hazael,
volvió su atención hacia las conquistas de zonas en el norte tras el
año 837 a. C., proporcionando a Canaán un respiro de la presión
asiría durante varias décadas.
Por casi un
siglo, el poder asirio se pierde en las neblinas del fondo histórico.
Samsi-Adad
V
(823-811 a.
C.) se mantuvo muy ocupado suprimiendo revueltas en varias partes de
su reino. Adad-Nirari
III
(810-783 a. C.) atacó Damasco antes de terminarse el siglo,
capacitando a los israelitas para obtener un respiro de la presión
siria. Salmanasar
IV
(782-773 a. C.), Asurdán
III
(772-755), y Asur-Nirari (754-745) mantuvieron con éxito la
importancia de Asiria como nación poderosa pero no eran lo
suficientemente fuertes como para ensanchar sus dominios como había
hecho el precedente gobernante.
Tilgat-pileser
III
(745-727 a.
C.) fue un guerrero sobresaliente que condujo a su nación a
ulteriores conquistas. En Babilonia, donde era reconocido como rey,
era conocido como Pulu. I Reyes 15:19 se refiere a él como Pul. En la
conquista de territorios adicionales hacia el oeste, adoptó la
política de dividir la zona en provincias sometidas para un más seguro
control. Aunque esta práctica ya había sido utilizada anteriormente,
él fue efectivo en aterrorizar a las naciones al cambiar grandes
grupos de personas en una ciudad conquistada con cautivos de una zona
distante. Esto definitivamente comprobó la posibilidad de una
rebelión. También sirvió como un proceso de nivelación lingüística, de
tal manera, que el idioma arameo desplazó a otros en el gran,
territorio del reino. Al principio de su reinado, Pul exigió tributo
de Manahem, rey de Israel, y Rezín, rey de Damasco. Puesto que Judá
era la nación más fuerte en Canaán en aquella época, es posible que
Azarías pudiese haber organizado una coalición de fuerzas para
oponerse a los asirios. Parece que sus sucesores, Jotam y Acaz,
resistieron la presión procedente de Israel y Siria uniéndose a ellas
al igual que los filisteos y Edom al oponerse a Pul. En su lugar, Acaz
inició amistosas relaciones hacia Pul, en respuesta a lo cual las
fuerzas asirías avanzaron hasta el país de los filisteos en el 733 a.
C., poseyendo territorios a expensas de esas naciones opuestas. Tras
un terrible asedio, cayó la gran ciudad de Damasco, Rezín fue muerto y
el reino sirio capituló. Samaría conjuró la conquista reemplazando a
Peka con Oseas.
Salmanasar
V
(727-722 a. C.) siguió con los procedimientos y la
política de su padre. En los días de Oseas los israelitas estaban
ansiosos de terminar con su servidumbre a Asiria. Salmanasar respondió
con una invasión del país y por tres años sitió a Samaría. En el 722
a. C. Sargón
II»
que servía
como general en el ejército, usurpó el trono y fundó una nueva
dinastía en Asiria. En los registros se afirma que capturó a Samaría,
aunque algunos creen que Salmanasar
V
fue
quien realmente tomó la ciudad y Sargón se adjudicó el éxito.
Gobernando desde 721-705 a. C. utilizó a Asur, Cala, y Nínive como
capitales, pero finalmente construyó la gran ciudad de Korsabad, por
la cual se le recuerda mejor. Su campaña contra As-dod en el 711 puede
ser la que se menciona en Is. 20:1. El reino de Sargón terminó
abruptamente por su muerte en una batalla.
Senaquerib
(704-681 a. C.) hizo famosa la ciudad de Nínive como su gran capital,
construyendo una muralla de 12 a 15 mts. en su entorno y de cuatro kms.
de longitud, a lo largo del río Tigris. En sus anales, él anota la
conquista de Sidón, Jope, cuarenta y seis ciudades amuralladas en Judá,
y su asalto a Jerusalén en los días de Ezequías. En 681 fue muerto por
dos de sus hijos.
Aunque
Senaquerib se había detenido en las fronteras de Egipto, su hijo
Esar-hadón (681-668 a. C.) avanzó hacia Egipto y derrotó a Tirhaca. Su
interés en Babilonia está evidenciado por la reconstrucción de la
ciudad de Babilonia, posiblemente porque su esposa pertenecía a la
nobleza de Babilonia. Senequerib nombró a Samasumukin como gobernante
de Babilonia; pero este último se rebeló, tras un período de gobierno
de diez y seis años, contra su hermano Asurbanipal y pereció en la
quema de Babilonia (648 a. C.). Durante el reinado de Esar-hadón,
Manases, rey de Judá, fue tomado cautivo en Babilonia
(II
Crón.
33:10-13). La muerte le llegó a Esar-hadón cuando dirigía sus
ejércitos contra Egipto.
Durante el
reinado de Asurbanipal (668-630 a. C.), el Imperio Asirio alcanzó su
cénit en riqueza y prestigio. En Egipto llevó sus ejércitos hasta algo
así como 800 kms. por el río Nilo capturando Tebas en el 663 a, C. La
guerra civil (652 a. C.) con su hermano, que estaba a cargo de
Babilonia, resultó con la captura de dicha ciudad en el 648. Aunque
era cruel y rudo como general y militar, Asurbanipal es mejor
recordado por su profundo interés en la religión, en lo científico y
en obras literarias. Enviando escribas por toda Asiría y Babilonia
para copiar registros de creación, diluvios y la antigua historia del
país, obtuvo una gran cantidad de material en la gran biblioteca real
de Nínive.
En menos de
tres décadas tras la muerte de Asurbanipal, el reino asirio, que había
ejercido tan tremenda influencia por todo el Creciente Fértil, se
desvaneció, para no volver a levantarse jamás. Los tres gobernantes
que le sucedieron, fueron incapaces de enfrentarse con los reinos que
surgían en Media y Babilonia. Nínive cayó en 612 a. C. Con las
batallas de Harán (609) y Carquemis (605) desapareció el último
vestigio de la oposición asiría. Expandiéndose hacia el oeste, el
reino babilonio" absorbió al Reino del Sur y destruyó a Jerusalén en
el año 586 (a. C.).
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Capítulo
X
La
secesión septentrional
La unión de
Israel establecida por David, terminó con la muerte de Salomón. Lo
primero entre la división resultante, fue el Reino del Norte,
localizado entre Judá y Siria. En menos de un siglo (931-841 a. C.)
habían surgido y caído tres dinastías para dar paso al nuevo reino.
La familia
real de Jeroboam
Jeroboam I se
distinguió como un administrador bajo el remado de Salomón,
supervisando la construcción de la muralla de Jerusalén conocida como
Milo (I Reyes 11:26-29). Cuando el profeta Ahías impartió
dramáticamente un mensaje divino al desgarrar su manto en doce trozos
y le dio diez a Jeroboam, ello significaba que iba a gobernar sobre
diez tribus de Israel. A desemejanza de David, quien también había
sido elegido rey antes de acceder al trono, Jeroboam mostró signos de
rebelión e incurrió en el disfavor de Salomón. Consecuentemente, huyó
a Egipto, donde encontró refugio hasta la muerte de Salomón.
Cuando Roboam,
hijo de Salomón, hizo un llamamiento para una asamblea nacional en
Siquem, Jeroboam fue invitado como campeón de los ancianos que
solicitaban una reducción en los impuestos. Ignorándolo, Roboam se
enfrentó con una rebelión y huyó a Jerusalén. Mientras Judá y Benjamín
corrieron en su apoyo, las tribus separadas hicieron rey a Jeroboam.
La guerra civil y el derramamiento de sangre quedaron conjurados
cuando Roboam escuchó la advertencia del profeta Semaías para retener
sus fuerzas. Esto dio a Jeroboam la oportunidad para establecerse como
rey de Israel.
La guerra
civil prevaleció durante 22 años del reinado de Jeroboam, aunque la
Escritura no indica la extensión de dicha guerra. Indudablemente
la agresividad de Roboam fue atemperada por la amenaza de la
invasión egipcia, pero
II
Crón.
12:15 informa de una constante situación de guerra. Incluso ciudades
en el Reino del Norte fueron atacadas por Sisac. Tras la
muerte de Roboam, Jeroboam atacó Judá, cuyo nuevo rey, Abíam, había
rechazado a Israel hasta el extremo de tomar el control de Betel y
otras ciudades israelitas
(II
Crón.
13:13-20). Esto pudo haber tenido algún efecto sobre la elección de
Jeroboam de una capital. Al principio, Siquem fue fortificada como la
ciudad capital. Si la fortificación de Penuel, al este del Jordán,
tuvo la misma implicación, es algo que no parece cierto. Jeroboam
residió en la bella ciudad de Tirsa, que fue utilizada como la capital
bajo la próxima dinastía (I Reyes 14:17). Aparentemente Jeroboam
encontró interesante el retener la pauta gubernamental del reino como
había prevalecido en tiempos de Salomón.
Jeroboam tomó
la iniciativa en cuestiones religiosas. Naturalmente no quiso que su
pueblo acudiese a las sagradas festividades de Jerusalén, por si acaso
volviesen a una alianza con Roboam. Erigiendo becerros de oro en Dan y
en Betel, instituyó la idolatría en Israel
(II
Crón.
11:13-15). Nombró sacerdotes libremente ignorando las restricciones
de Moisés y permitiendo a los israelitas ofrecer sacrificios en
varios lugares altos por todo el país. Como sacerdote, no solamente
oficiaba ante el altar sino que también, cambió un día de fiesta desde
el mes séptimo al octavo (I Reyes 12:25-13:34).
La
agresividad de Jeroboam en religión fue atemperada cuando fue
advertido por un profeta innominado de Judá. Este hombre de Dios,
intrépidamente advirtió al rey, mientras se hallaba de pie y quemaba
incienso ante el altar en Betel. El rey inmediatamente ordenó su
arresto. El mensaje del profeta, sin embargo, recibió confirmación
divina en el destrozo del altar y la incapacidad que tuvo el rey de
retirar la mano con la que apuntaba hacia el hombre de Dios.
Repentinamente, el mandato desafiante del rey se cambió en súplica por
su intercesión. La mano de Jeroboam fue restaurada conforme el
profeta oraba a Dios. El rey deseó recompensar al profeta, pero este
último no quiso ni siquiera aceptar su hospitalidad. El hombre de Dios
estaba bajo órdenes divinas de marcharse inmediatamente.
La
consecuencia para el fiel ministerio de este hombre de Dios es digna
de notarse. Siendo engañado por un viejo profeta de Betel, el profeta
de Judá aceptó su hospitalidad y así precipitó el juicio divino. De
vuelta a su hogar, fue muerto por un león y llevado a Betel para su
entierro. Tal vez la tumba de este profeta sirvió como recordatorio
para las sucesivas generaciones de que la obediencia a Dios era
esencial. Ciertamente que tuvo que haber tenido una gran significación
para Jeroboam.
Otro aviso le
llegó a Jeroboam por mediación del profeta Ahías. Cuando su hijo,
Abías, cayó gravemente enfermo, Jeroboam envió a su esposa a
consultar al anciano profeta a Silo. Aunque ella iba disfrazada, el
profeta ciego la reconoció inmediatamente. Fue enviada de vuelta a
Tirsa con el sombrío mensaje de que su hijo no se recobraría. Además,
el profeta la advirtió que el fallo en guardar los mandamientos de
Dios precipitaría el juicio divino, el exterminio de la dinastía de
Jeroboam y la cautividad para los israelitas. Antes de que ella
llegara al palacio, el niño murió.
A despecho de
todas las advertencias proféticas, Jeroboam continuó practicando la
idolatría. La lucha civil indudablemente debilitó tanto a Israel, que
Jeroboam incluso perdió la ciudad de Betel en los días de Abiam, el
hijo de Roboam.
Al paso de
pocos años, el terrible aviso del profeta fue cumplido en su totalidad.
Nadab, el hijo de Jeroboam, reinó menos de dos años. Mientras ponía
sitio a la ciudad filistea de Gibetón, fue asesinado por Baasa.
La
dinastía de Baasa
Baasa, de la
tribu de Isacar, se estableció como rey sobre Israel en Tirsa. Aunque
la ya crónica guerra prevalecía con Judá por la totalidad del reino,
una notable crisis ocurrió cuando intentó fortificar Rama.
Aparentemente, muchos israelitas desertaron hacia Judá en el año
896-895 a. C.
(II
Crón. 15:9).
Para contrarrestar esto, Baasa avanzó su frontera a Rama, ocho kms. al
norte de Jerusalén. Al ocupar esta importante ciudad, pudo controlar
las principales rutas procedentes del norte, que convergían en Rama y
que conducían a Jerusalén. A cambio de su acto agresivo, Asa, rey de
Judá, consiguió una importante victoria diplomática renovando su
alianza con Bcn-Adad I de Damasco. Como resultado, Ben-Adad anuló su
alianza con Israel e invadió el territorio norte de Baasa tomando el
control de ciudades tales como Cedes, Hazor, Merom y Sefat. También
adquirió el rico y fértil terreno al oeste del mar de Galilea lo mismo
que las llanuras que había al oeste del monte Hebrón. Esto también
proporcionó a Siria el dominio del lucrativo comercio de las rutas de
las caravanas para Acó, en la costa fenicia. En vista de la presión
procedente del norte, Baasa abandonó la fortificación de Rama,
aliviando así la amenaza de Jerusalén.
En los días
de Baasa, el profeta Jehú, hijo de Hanani, estuvo activamente
proclamando el mensaje del Señor. Amonestó a Baasa para que sirviera a
Dios, quien le había exaltado hasta el trono. Desafortunadamente,
Baasa ignoró al profeta y continuó en el mismo camino pecaminoso en
que había estado Jeroboam.
Ela sucedió a
su padre, Baasa, y reinó menos de dos años (886-885). Habiendo sido
hallado borracho en casa de su mayordomo jefe, Ela fue asesinado por
Zimri, que se hallaba al mando de los carros reales de combate. En
pocos días, la palabra de Jehú halló su cumplimiento, al perecer
asesinados por Zimri todos los parientes y amigos de la familia de
Baasa y Ela. El reinado de Zimri como rey de Israel, fue establecido
con premura y acabado rápidamente, todo en siete días. Indudablemente,
había fallado en aclarar sus planes con Omri, que estaba al frente del
mando de las tropas israelitas acampadas contra Gibetón. Resulta obvio
considerar que Zirnn no contaba con el apoyo de Omri, puesto que este
último hizo marchar sus tropas contra Tirsa. En su desesperación Zimri
se recluyó en el palacio real, mientras que iba siendo reducido a
cenizas. Puesto que sólo estuvo como rey siete días, Zimri apenas
merece mención como dinastía gobernante.
Los
gobernantes omridas
Omri fue el
fundador de la más notoria dinastía del Reino del Norte. Aunque el
relato escriturístico de su reinado de doce años está confirmado en
ocho versículos (I Reyes 16:21-28), Omri estableció el prestigio
internacional del Reino del Norte.
Mientras
mandaba el ejército bajo Ela (quizás también bajo Baasa), Omri ganó
una experiencia militar de gran valor. Con apoyo militar, se hizo
cargo del reino dentro de los siete días después de ocurrido el
asesinato de Ela. Aparentemente contaba con la oposición de Tibni, que
murió seis años más tarde, y dejó a Omri como el único gobernante de
Israel.
Samaría fue
el nuevo lugar elegido como capital. Bajo sus órdenes, se convirtió en
la ciudad mejor fortificada de todo Israel. Estratégicamente situada a
once kms. al noroeste de Siquem sobre el camino que conducía a Fenicia,
Galilea y Esdraelón, Samaria estaba asegurada como la inexpugnable
capital de Israel y así lo fue durante siglo y medio hasta que fue
conquistada por los asirios en el 722 a. C.
Las
excavaciones en Samaria dieron comienzo en 1908 por dos grandes
arqueólogos americanos, George A. Reisner y Clarence S. Fisher, quien
supervisó la expedición de Harvard que fue continuada por otros en
años sucesivos. Parece ser que Omri y Acab construyeron una fuerte
muralla alrededor del palacio y terreno circundante. Con otra muralla
sobre una terraza más baja y una muralla adicional al fondo de la
colina, la ciudad estaba bien asegurada contra los invasores. El
trabajo de construcción y los materiales empleados de esas murallas
era tan superior, que no ha sido encontrada otra igual en ninguna otra
parte de Palestina. Marfiles utilizados como trabajos de taracea
encontrados en las ruinas, fechan los trabajos en los tiempos de la
dinastía Omri, indicando la importación y el comercio con Fenicia y
Damasco.
Omri
estableció con éxito una favorable política exterior. De acuerdo con
la piedra moabita, que fue descubierta en 1868 en la capital, Dibón,
por Clemont-Ganneau, y que se encuentra ahora conservada en el Museo
del Lpuvre de París, fue Omri quien sojuzgó a los moabitas para
Israel. Obteniendo tributos y controlando el comercio, Israel obtuvo
una gran riqueza. Omri estableció amistosas relaciones con Fenicia que
quedo sellada en el matrimonio de Acab, su hijo, y Jezabel, la hija de
Etbaal, rey de los sidonios (I Reyes 16:31). Aquello fue de
importancia vital para la expansión comercial de Israel e
indudablemente inició una política de sincretismo religioso que
floreció en los días de Acab y Jezabel. Esta última Parece implicada
en I Reyes 16:25, donde Omri es acusado de haber hecho mas maldad que
todos los que habían existido antes que él.
Las
relaciones sirio-israelitas en los días de Omri, son en cierta forma
algo ambiguo (I Reyes 20:34). Parece improbable que Omri, que fue tan
astuto y tuvo tanto éxito como militar y diplomático, hubiese
concedido ciudades a Siria y garantizado derechos de comercio en su
ciudad capital. Durante los días de Baasa, los sirios, bajo Ben-Adad,
obtuvieron el control de las valiosas rutas de las caravanas hacia el
oeste y a Acó pero indudablemente Omri se opuso a este monopolio por
su tratado con los fenicios y la construcción, de Samaría con sus
fuertes fortificaciones. Interpretando la palabra "padre" como "predecesor",
en el texto arriba citado, y aplicando la palabra "Samaría" al Reino
del Norte, las concesiones que Israel hizo a Siria tienen referencia a
los días de Jeroboam. Sin conclusiva evidencia para lo contrario,
parece razonable concluir que Israel no fue invadida por Siria y no
fue tributaria para Ben-Adad en los días de Omri. Es posible que Omri
pudo haber tenido algún contacto con Asiría y que ciertamente hubiese
atemperado la actitud siria hacia Israel.
Aunque la
guerra civil había prevalecido entre Israel y Judá en los días de
Baasa, no hay indicación en la Escritura de que esto continuase en el
reinado de Omri. Muy verosímilmente, el estado de guerra fuese
reemplazado por amistosas aperturas hacia el Reino del Sur, que
culminaron con el matrimonio entre las familias reales de Israel y
Judá.
Cuando murió
Omri en el 874 a. C. la ciudad de Samaría se convirtió en un monumento
permanente de su gobierno. Incluso habiendo establecido el reino de
Israel, sus pecados excedieron a los de todos sus predecesores.
Acab
(874-853) fue el más sobresaliente rey de la dinastía Omri. Heredero
de un reino que disponía de política favorable respecto a las naciones
circundantes, Acab expansionó con éxito los intereses políticos y
comerciales de Israel durante los veintidós años de su remado.
Estando
casado con Jezabel de Sidón, Acab alimentó las favorables relaciones
con los fenicios. Incrementando el comercio entre aquellos dos países,
representaba una seria amenaza al lucrativo comercio de Siria. Y pudo
ser muy bien que Ben-Adad tuviese en cuenta esta afinidad
fenicio-israelita con una maniobra diplomática que resultase o bien
con un matrimonio real o en devoción religiosa hacia el dios tiro,
Melcarth. En tanto que su competencia con Siria no dio lugar a que se
abriese un estado de guerra, Acab astutamente tomó ventaja de la
oportunidad de asegurar el bienestar de su nación.
Por todo
Israel, Acab construyó y fortificó muchas ciudades incluyendo a Jericó
(I Reyes 16:34; 22:39). Además de esto, impuso pesados tributos en
ganados de Moab
(II
Reyes 3:4)
que le proporcionó un favorable equilibrio en el comercio con Fenicia
y Siria. Respecto a Judá, aseguró una política de amistad por el
matrimonio de su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat (865 a. C.).
El apoyo de Judá fortaleció a Israel contra Siria. Manteniendo la paz
y desarrollando un lucrativo comercio, Acab estuvo en condiciones de
continuar el programa de construcciones en Samaría. La riqueza que
codiciaba para sí mismo, está indicada en I Reyes 22:39 donde se hace
referencia a una "casa de marfil". El marfil
descubierto por los arqueólogos en las ruinas de Samaría puede muy
bien ser del tiempo de Acab.
Mientras Omri
pudo haber introducido a Baal, el dios de Tiro, en Israel, Acab
promocionó el culto a este ídolo. En su gran ciudad capital, Samaría,
construyó un templo a Baal (I Reyes 16:30-33). Cientos de profetas
fueron llevados a Israel para hacer del baalismo la religión del
pueblo de Acab. En vista de esto, Acab ganó la reputación de ser el
más pecador de todos los reyes que habían gobernado a Israel.
Elías fue el
mensajero de Dios en esta época de franca y abierta apostasía. Sin
ninguna información concerniente a su llamada o a su pasado, emergió
súbitamente de Galaad y anunció una sequía en Israel que terminó
solamente por su palabra. Por tres años y medio (Sant. 5:17) Elías
estuvo en reclusión. Mientras que faltaba el agua en el riachuelo de
Querit, Elías fue alimentado por cuervos. El resto de este período fue
cuidado por una viuda en Sarepta cuyas provisiones fueron
milagrosamente multiplicadas diariamente. Otro gran milagro llevado a
cabo fue la curación del hijo de la viuda.
Mientras que
persistió el hambre en Israel, ocurrieron drásticas repercusiones.
Incapaz de localizar a Elías, Jezabel mató a algunos de los profetas
del Señor, pero Abdías, un sirviente de Acab, protegió a un centenar
escondiéndoles en cuevas y ocupándose de su bienestar. Por todo
Israel y en las ciudades circundantes, se produjo una intensiva busca
de Elías pero no pudo ser encontrado. Entonces el profeta retornó a
Israel y demandó a Abdías el emplazar a Acab.
Cuando el rey
cargó a Elías la culpa de lo que apesadumbraba a Israel, el profeta
valiente reprendió a Acab y a su familia por descuidar los
mandamientos de Dios y el culto a Baal. Con Elías dando órdenes, Acab
amonestó a los 450 profetas de Baal y a los otros 400 de Asera que
estaban apoyados por Jezebel. Como el hambre asolaba a Israel y
prevalecía sobre toda la nación, hubo que tomar una acción decisiva.
Con todo Israel y los profetas reunidos ante el monte Carmelo, Elías
valerosamente confrontó al pueblo con el hecho de que no podía servir
al Señor y a Baal al mismo tiempo. Los profetas de Baal fueron
desafiados para que consiguiesen de su dios, el quemar las ofrendas
preparadas. Desde la mañana hasta bien tarde, cumplieron en vano
rituales mientras que Elías ridiculizaba sus esfuerzos inútiles. Elías,
entonces, reparó el altar de Dios, preparó el sacrificio, lo roció con
agua e imploró a Dios para una divina confirmación. La ofrenda fue
consumida, y todo Israel reconoció a Dios. Inmediatamente, los falsos
profetas fueron ejecutados en el arroyo de Cisón. Tras que Elías hubo
permanecido en oración en la cúspide de la montaña, advirtió a Acab
que la Uuvia tan largamente esperada comenzaría pronto. A toda prisa,
Acab hizo el viaje en carro de 24 kms. a Jezreel, pero Elías le
precedió.
Acab
suministró a Jezebel un informe de primera mano de los
acontecimientos de monte Carmelo. Inmediatamente, ella amenazó a
Elías. Afortunadamente él recibió la noticia con 24 horas de
anticipación. Aunque él había desafiado valerosamente a los cientos de
falsos profetas el día anterior, dirigió hacia la frontera más próxima
en un esfuerzo de abandonar a Israel. Yendo hacia el sur dejó a su
sirviente en Beerseba y continuó una jornada de un día de duración más
lejos, donde descansó bajo un enebro y oró para que pudiese morir. Un
mensajero angélico le proveyó de refrescos y el desalentado profeta
recibió instrucciones de continuar hacia el monte Horeb. Allí tuvo
una divina revelación, le fue dada la seguridad de que había 7.000 en
Israel que no habían aceptado el baalismo, y le dio una triple
comisión: ungir Hazael como rey de Siria, Jehú como rey sobre Israel y
nombrar a Eliseo como su propio sucesor. Cuando Elías retornó a
Israel, impartió la llamada de Dios a Eliseo mediante la transferencia
de su manto. Eliseo, entonces, se convirtió en su colaborador.
Mediante una
diplomacia efectiva y favorables tratados Acab estuvo en condiciones
de mantener pacíficas relaciones con los países del entorno hasta la
última parte de su reinado. No se menciona la razón del ataque de
Siria contra el reino resurgido de Israel (I Reyes 20:1-43). Tal vez
el rey sirio tomó ventaja de Israel tras que el país hubo padecido el
hambre. También puede ser posible que la amenaza asiría
motivase una acción agresiva de Ben-Adad en aquel tiempo. Apoyado por
treinta y dos reyes vasallos, los sirios pusieron sitio a Samaría.
Avisado por un profeta, Acab empleó sus gobernadores de distrito en
montar una fuerza de 7.000 hombres para un ataque por sorpresa. Con el
apoyo de tropas regulares, los israelitas deshicieron a los sirios,
quienes tuvieron grandes pérdidas en hombres, caballos y carros de
batalla. Ben-Adad apenas sí pudo escapar con vida.
Los sirios
volvieron a luchar contra Israel nuevamente en la siguiente primavera,
de acuerdo con el aviso del profeta hecho a Acab. Con una brillante
estrategia, Acab derrotó una vez más a Ben-Adad. Aunque se hallaba
grandemente superado en número, Acab acampó en las colmas, cargó con
repentina furia y ganó una decisiva victoria en la captura de Afee,
cinco kms. al este del mar de Galilea. Ben-Adad fue capturado, pero
Acab le dejó en libertad e incluso le permitió establecer sus propios
términos y condiciones de paz, mediante las cuales algunas ciudades
fueron devueltas a Israel y los derechos del comercio fueron dados a
los victoriosos en Damasco. Este generoso y benévolo tratamiento de
Israel a su peor enemigo, era parte de la política exterior de Acab de
establecer alianzas amistosas con las naciones circundantes. Acab pudo
haber anticipado la agresión asiría, y así el tratado de Afee
representaba su plan para retener a Siria como estado tapón amistoso.
Acab falló en
reconocer ante Dios esta grandiosa victoria militar (I Reyes
20:26-43). En ruta a Samaría, un profeta le recordó de forma dramática
que un soldado ordinario pierde el derecho a su vida a causa de la
desobediencia. Por tanto, cuánto más el rey de Israel que no había
cumplido su comisión cuando Dios le aseguró la victoria. La ominosa
advertencia del profeta estropeó la celebración de la victoria de Acab.
El encuentro
final entre Elías y Acab tuvo lugar en la viña de Nabot (I Reyes
21:1-29). Frustrado en su intento de comprar aquella viña, la
decepción de Acab se hizo pronto aparente para su esposa Jezabel. Esta
no sentía el menor respeto por la ley israelita y desoyó el rechazo
consciente de Nabot en vender su propiedad heredada, ni siquiera a un
rey. Acusado por falsos testigos, Nabot fue condenado por los ancianos
y apedreado. Acab tuvo poca oportunidad de disfrutar su codiciada
propiedad. Valientemente, el portavoz de Dios inculpó a Acab por haber
derramado sangre inocente. Por aquella tremenda injusticia, la
dinastía Omrida fue condenada a la destrucción. Incluso aunque Acab
se hubo arrepentido, el juicio sólo fue atemperado y pospuesto para
que sucediera tras la muerte de Acab.
Aunque no se
menciona en la Escritura, la batalla de Qarqar (853 a. C.) tuvo una
gran significación, lo bastante para ser narrada en los anales
asirios, ocurriendo durante la tregua de tres años entre Siria e
Israel (I Reyes 22:1). Los asirios, bajo Asur-nasir-pal
II
(883-859 a. C.), habían establecido contactos con el Mediterráneo pero
evitado cualquier agresión hacia Siria e Israel. Salmanasar
III
(859-824 a. C.), no obstante, encontró oposición. Tras
tomar numerosas ciudades al norte de Qarqar, los asirios fueron
detenidos en su avance por una fuerte coalición, la cual Salmanasar
registró en una monolítica inscripción, como sigue: Hadad-ezer (Ben-adad)
de Damasco tenía 1.200 carros de combate, 1.200 jinetes de caballería
y 20.000 hombres de infantería; el rey Irhuleni de Hamet contribuyó
con 700 carros, 700 jinetes y 10.000 soldados de infantería; Acab el
israelita suministró 2.000 carros y 10.000 infantes. Aunque a Acab no
se le atribuye haber poseído ninguna caballería, es recordado por
haber hecho la gran contribución con los carros de combate utilizados
en Israel, la mayor conocida desde los tiempos de David. Salmanasar
alardeó de una gran victoria. Cuan decisiva fue, es algo discutible,
puesto que los asirios no avanzaron hacia Hamat ni renovaron su ataque
durante los siguientes cinco o seis años.
Con el
inmediato peligro de una invasión asiría conjurada, la tregua de tres
años entre Israel y Siria terminó cuando Acab intentó recobrar Ramot
de Galaad (I Reyes 22:1-40). Thiele sugiere que la batalla de Qarqar
tuvo lugar en julio o a principios de agosto, de tal forma que esta
batalla siró-israelita ocurrió más tarde en el mismo año, antes de
que Acab hubiese licenciado sus tropas. La afinidad entre las
familias reales de Israel y Judá implicaba a Josafat en este intento
de desalojar a los sirios de Ramot de Galaad. Por tres años el fracaso
de Ben-Adad de recuperar la ciudad, de acuerdo con el pacto de Afee,
tuvo indudablemente que haber sido descuidado por Acab mientras se
enfrentaban a la común amenaza asiría.
Josafat apoyó
a Aacab en esta aventura, pero su interés genuino estuvo en la
dirección divina. Los 400 profetas de Acab, unánimemente aseguraron a
los reyes de la victoria con Sedequías incluso usando un par de
cuernos de hierro para demostrar cómo Acab corneaba a los sirios. Pero
el rey Josafat tuvo una incómoda intuición. Aunque Micaías
sarcásticamente envalentonaba a los reyes para aventurarse contra
Siria, afirmó sinceramente que Acab sería muerto en aquella batalla.
Como resultado, Micaías fue puesto en prisión con órdenes reales de
dejarle en libertad, si Acab retornaba en paz.
Sabiendo esto,
Acab se enmascaró mientras Israel y Judá se lanzaban con su ataque
sobre Ramot de Galaad. Reconociendo la capacidad de Acab como líder
triunfador de Israel, el rey de Siria dio órdenes de matarle. Cuando
los sirios perseguían al carro real, y se dieron cuenta que su
ocupante era Josafat, se aplacaron. Sin que los sirios lo supieran,
una flecha perdida atravesó a Acab que le hirió mortalmente. No
solamente quedó Israel sin un pastor, como Micaías había predicho,
sino que las palabras de Elías el profeta quedaron literalmente
cumplidas a la muerte de Acab (I Reyes 21:19).
Acab fue
sucedido por Ocozías, quien reinó aproximadamente un año (853-852 a.
C.). Dos cosas hay que recordar de sus asuntos con el extranjero. No
solamente no tuvo éxito Ocozías al reclamar Moab para la dinastía
omrida
(II
Reyes 3:5)
sino que su expedición naval conjunta con Josafat en el golfo de Acaba
también terminó con el fracaso
(II
Crón.
20:35). Cuando Ocozías propuso otra aventura, Josafat, habiendo sido
amonestado por esta alianza por el profeta Eliezer, rehusó cooperar
(I Reyes 22:47-49).
Con ocasión
de una grave caída, ignoró al profeta Elías y envió mensajeros a
Baalzebub en Ecrón. Elías intercepto a tales mensajeros con la solemne
advertencia de que Ocozías no se recobraría. Tras varios intentos de
capturar a Elías, fue llevado directamente hasta el rey. Como con Acab,
su padre, Elías advirtió personalmente a Ocozías que el juicio de Dios
le aguardaba porque había reconocido dioses paganos e ignorado al Dios
de Israel. Esta pudo haber sido la última aparición de Elías ante un
rey (852 a. C.), puesto que no se hace ninguna mención de cualquier
acción con Joram, rey de Israel.
Elías y
Eliseo habían cooperado estableciendo escuelas para profetas. Cuando
Eliseo comprobó que su ministerio conjunto tocaba a su fin, pidió una
doble porción del espíritu que había quedado sobre Elías. Unos
caballos de fuego y un carro separaron a los compañeros y Elías fue
llevado a los cielos por un torbellino. Cuando Eliseo vio a su maestro
desaparecer, recogió el manto de Elías y volvió a cruzar el Jordán con
la conciencia de que su solicitud había sido atendida. En Jericó, el
pueblo reconoció en masa a Eliseo como al profeta de Dios. En
respuesta a su petición, él endulzó milagrosamente sus aguas amargas.
Yendo a Betel fue ridiculizado por un grupo de muchachos que fueron
devorados por los osos, por juicio divino. Desde allí, Eliseo fue a
monte Carmelo y a Samaria, habiendo sido públicamente establecido
como el profeta del Señor en Israel.
Joram, otro
hijo de Acab y Jezabel, se convirtió en rey de Israel, tras la muerte
de Ocozías en el 852 a. C. Durante los doce años de este último rey
omrida en Israel, Eliseo estuvo frecuentemente asociado con Joram.
Consecuentemente, el relato que se dedica a este período
(II
Reyes 3:1-9:26) está extensamente dedicado al valioso
ministerio de este gran profeta.
La rebelión
de Moab fue uno de los primeros problemas con que tuvo que encararse
Joram cuando llegó a ser rey de Israel. Yendo en apoyo de Josafat,
Joram condujo las unidades armadas de Israel y Judá en una marcha de
siete días alrededor de la parte del sur del mar Muerto, donde Edom se
juntó a la alianza formada. Aunque Israel controlaba la tierra moa-bita
del norte del río Arnón, Joram planeó su ataque desde el sur. Mientras
se hallaba acampado en la zona del desierto a lo largo de la frontera
edo-mita-moabita, los ejércitos aliados se enfrentaron con una escasez
de agua. Cuando Eliseo fue localizado, aseguró a los tres reyes el
suministro milagroso de agua a causa de la presencia de Josafat. A la
mañana siguiente, atacaron los moabitas, pero fueron rechazados.
Retirándose de los invasores que avanzaban, el rey de Moab tomó
refugio en Kirareset (la moderna Kerak) que fue construida sobre una
elevación de 1.134 mts. sobre el nivel del Mediterráneo. En su
desesperación, Mesa ofreció su hijo mayor en un holocausto como una
ofrenda de fuego al dios moabita, Quemos. Aterrorizados, los invasores
aliados dejaron a Moab sin que pudiera subyugar a Israel dicha ciudad.
Eliseo había
tenido un muy efectivo ministerio por todo Israel. Un día, una viuda,
cuyo marido había sido uno de los profetas, apeló a Eliseo en ayuda de
rescate para sus hermanos de un acreedor que estaba dispuesto a
llevarlos como esclavos. Mediante una milagrosa multiplicación del
aceite, ella estuvo en condiciones de tener el suficiente dinero para
pagar su deuda
(II
Reyes 4:1-7).
Mientras
viajaba con su sirviente Giezi, Eliseo gozó de la hospitalidad de una
rica anfitriona en Sunem, a pocos kms. al norte de Jezreel. Por esta
buena acción, Eliseo le aseguró a ella que a su debido tiempo tendría
un hijo. El hijo prometido tendría que nacer en la próxima primavera.
Cuando su hijo murió de una insolación la sunamita fue a la casa de
Eliseo en monte Carmelo en demanda de ayuda. Y a su hijo' le fue
devuelta la vida
(II
Reyes
4:8-37). Algún tiempo más tarde, cuando amenazaba el hambre, Eliseo
avisó a la sunamita que se trasladase a una comunidad más próspera.
Tras una permanencia de siete años en tierra de los filisteos, ella
volvió y fue ayudado por Giezi en recobrar sus propiedades
(II
Reyes 8:1-6).
Cuando los
profetas de Gilgal se enfrentaron con el hambre, Eliseo proporcionó
un antídoto para las plantas venenosas que estaban preparando para
comer. Además, multiplicó veinte panes de cebada y unas cuantas
espigas de trigo de tal forma que fueron alimentados cien hombres y
aún sobró alimento
(II
Reyes
4:38-44).
El relato de
Naamán
(II
Reyes 5:1-27)
implica a Eliseo con los líderes políticos tanto de Siria como de
Israel. Mediante una doncella cautiva israelita que tenía en su hogar,
Naamán, el capitán leproso del ejército sirio, oyó hablar del sagrado
ministerio curativo del profeta Eliseo. Llevando cartas escritas por
Ben-Adad, Naamán llegó a Samaria y suplicó a Joram que le curase de la
lepra que padecía. Joram, aterrado, desgarró sus ropas, porque temía
que el rey sirio buscase complicaciones. Eliseo salvó el problema
recordándole que Joram era profeta en Israel.
Apareciendo
en el hogar de Eliseo, Naamán recibió unas simples instrucciones de
lavarse en el Jordán siete veces. Tras de obtener de sus sirvientes la
persuasión de que el capitán llevase a efecto lo que había dicho,
Naamán fué curado. Volvió para otorgar una recompensa a Eliseo, que el
profeta declinó. Con una orden de rendir culto al Señor quien le había
curado Por medio de Eliseo, el capitán sirio salió para Damasco. El
triste colorido de la curación de Naamán es el hecho de que Giezi, el
sirviente de Elisfue tocado por la lepra como castigo por haber
intentado apropiarse la recompensa que el profeta Eliseo había
declinado aceptar.
Cuando Eliseo
visitó una de las escuelas de los profetas, los estudiantes del
seminario propusieron edificar otro edificio porque su vivienda actual
resultaba demasiado pequeña. Acompañados por Eliseo, fueron al Jordán
para cortar árboles con tal propósito. Cuando uno de ellos perdió la
cabeza de su hacha en el agua, Eliseo realizó un milagro haciendo que
flotara en el agua
(II
Reyes
6:l-7).
El estado de
guerra entre Israel y Siria continuó intermitentemente durante el
reinado de Joram
(II
Reyes
6:8-17:20). Cuando Ben-Adad comprobó que sus movimientos militares en
Israel eran conocidos por Joram, sospechó que cierto sirio se había
convertido en un traidor. No era tal el caso, sino Eliseo, quien en su
ministerio profético había avisado al rey de Israel. En consecuencia,
los sirios enviaron a la captura de Eliseo. Cuando el sirviente del
profeta, vio al poderoso ejército de Siria rodeando Dotan, se llenó de
miedo; pero Eliseo le recordó la presencia de los terribles carros de
guerra y la caballería que se encontraba en su entorno. En respuesta a
la oración de Eliseo, las huestes sirias quedaron cegadas de tal
forma, que el profeta pudo llevarles desde Dotan hasta Samaría. En
presencia del rey de Israel, la ceguera quedó suprimida en el acto.
Joram recibió instrucciones de prepararles una gran fiesta y después
les despidió.
Más tarde,
Ben-Adad acampó su ejército alrededor de Samaría sitiando a la ciudad
por hambre. Cuando la escasez de alimentos se hizo insoportable y tan
desesperada que las madres tuvieron que comerse a sus propios hijos,
Eliseo anunció que se produciría una abundancia de alimentos dentro de
las veinticuatro horas siguientes. Mientras tanto, cuatro leprosos en
la vecindad de Samaría, decidieron aprovechar la oportunidad de
acercarse al campamento sirio. Estaban desesperados hasta el punto de
morirse literalmente de hambre. Al entrar en los cuarteles sirios,
hallaron que los invasores habían quedado aterrados cuando oyeron el
sonido de las trompetas, el ruido de los carros de batalla y el
producido por un gran ejército. Cuando los leprosos compartieron las
buenas noticias de abundantes provisiones con los samaritanos, se
abrieron las puertas y el pueblo de Samaria tuvo abundancia de
alimentos, de acuerdo con las palabras proféticas de Eliseo. El
capitán que había rehusado creer en Eliseo, vio los suministros pero
nunca los disfrutó, pues fue atropellado por la multitud hasta morir
en las puertas de Samaría.
El ministerio
de Eliseo fue conocido no sólo por todo Israel, sino en Siria al igual
que en Judá y en Edom. Mediante la curación milagrosa de Naamán y el
peculiar encuentro de los ejércitos sirios con este profeta, Eliseo
fue reconocido como "el hombre de Dios" incluso en Damasco, la capital
de Siria. Hacia el fin del reinado de Joram (843 o 842 a. C). Eliseo
hizo una vista a Damasco
(II
Reyes
8:7-15). Cuando Ben-Adad lo oyó, envió a su sirviente, Hazael, a
Eliseo. Con impresionantes regalos y presentes, distribuidos en una
caravana de cuarenta camellos, de acuerdo con la costumbre oriental,
Hazael preguntó al profeta si Ben-Adad, rey de Siria, se recobraría o
no de su enfermedad. Eliseo describió dramáticamente a Hazael ja
devastación y el sufrimiento que esperaba a sus amigos los israelitas.
Entonces el profeta cumplió parte de la comisión dada a Elías en el
monte Horeb (I Reyes 19:15) informando a Hazael que él sería el
próximo rey de Siria. Cuando Hazael retornó a Ben-Adad, entregó el
mensaje de Eliseo, asfixiando con un paño mojado al rey enfermo, al
día siguiente. Hazael, entonces se hizo cargo del trono de Siria, en
Damasco.
Con el cambio
de rey en el trono de Siria, Joram hizo un intento de recobrar Ramot
de Galaad durante el último año de su reinado
(II
Reyes
8:28-29). En esta tentativa fue apoyado por su sobrino, Ocozías, que
había estado gobernando en Jerusalén aproximadamente un año
(II
Crón. 22:5). Aunque Joram capturó sus fortalezas
estratégicas, fue herido en la batalla. Mientras que estaba
recuperándose en Jezreel, Ocozías, rey de Judá, fue a visitarle. Jehú
fue dejado al cuidado del ejército israelita estacionado en Ramot de
Galaad, al este del Jordán.
Eliseo vuelve
a convertirse en el foco de la escena nacional, nuevamente, al dar
cumplimiento a las otras misiones no cumplidas aún dadas a Elías en el
monte Horeb (I Reyes 19:15-16). Esta vez, no fue él en persona, sino
que envió a uno de los estudiantes del seminario a Ramot de Galaad,
para ungir a Jehú como rey de Israel
(II
Reyes
9:lss.). Jehú estuvo encargado con la responsabilidad de vengar la
sangre de los profetas y servidores del Señor. La familia de Acab y
Jezabel tenía que ser exterminada como las dinastías de Jeroboam y
Baasa lo habían sido ante Omri.
Con el sonido
de la trompeta, Jehú fue proclamado rey de Israel. En un rápido asalto
a Jezreel, Joram fue fatalmente herido y arrojado al mismo terreno que
Acab había tomado a expensas de la sangre de Nabot. Ocozías intentó
escapar, pero también fue mortalmente herido. En esto fue cumplida la
palabra de Elías (I Reyes 21). Escapó a Meguido donde murió y fue
llevado a Jerusalén para ser enterrado. Aunque Jezabel hizo un
llamamiento a Jehú, ella fue brutalmente arrojada por una ventana
hasta morir. Su cuerpo fue comido por los perros. El juicio cayó así
sobre la dinastía de los Omri, cumpliéndose literalmente las palabras
del profeta Elías.
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