Capítulo V
Preparación
para la nacionalidad
En los alrededores del Monte Sinaí,
Israel celebró el primer aniversario de su emancipación.
Aproximadamente un mes más tarde el pueblo levantó el campamento,
buscando la inmediata ocupación de la tierra prometida. Una marcha de
once días les llevó hasta Cades, donde una crisis precipitó el divino
veredicto de la marcha errabunda por el desierto. No fue sino hasta
pasados treinta y ocho años más tarde, que el pueblo llegó a las
llanuras de Moab (Núm. 33:38) y de allí a Canaán.
Organización de Israel
Mientras que aún estaban
estacionados en el Monte Sinaí, los israelitas recibieron detalladas
instrucciones (Núm. 1:1‑10:10), muchas de las cuales estaban
directamente relacionadas con su preparación para continuar la jornada
hasta Canaán.
Las instrucciones expuestas en los
primeros capítulos pertenecen en gran medida a cuestiones y materias
de organización. Muy verosímilmente, el censo fechado en el mes de la
partida de Israel del Monte Sinaí, representa una tabulación de la
cuenta tomada previamente (Ex. 30:11 SS.; 38:26). Mientras que en
principio Moisés tuvo como primordial preocupación la colección de lo
preciso para la construcción del tabernáculo, después debió ser
instruido para lo concerniente al servicio militar. Excluídos las
mujeres, niños y levitas, el conjunto era de unos 600.000. Casi cuatro
décadas más tarde, cuando la generación rebelde había perecido en el
desierto, la cifra era aproximadamente la misma (Núm. 26).
El paso de tan grande hueste de
gente a través del desierto trasciende la historia ordinaria. No solo
el hecho en sí debió requerir un suministro sobrenatural de
provisiones materiales de maná, codornices y agua, sino una cuidadosa
organización. Tanto si estaba acampado o en marcha, la ley y el orden
eran necesarios para el bienestar nacional de Israel.
Los levitas estaban numerados
separadamente. Substituidos por el primogénito en cada familia, los
levitas tenían como misión servir bajo la supervisión de Aarón y sus
hijos, que ya habían sido designados como sacerdotes. Como asistentes
a los sacerdotes aarónicos, tuvieron asignadas ciertas
responsabilidades. Los levitas maduros entre las edades de treinta a
cincuenta años tenían confiadas especiales misiones en el propio
tabernáculo. La edad límite mínima, dada como la de veinticinco años
en Núm. 8:23‑26, pudo haber previsto un período de aprendizaje de
cinco años.
El campamento de Israel fue
cuidadosamente planeado, con el tabernáculo y su atrio ocupando el
lugar central. Rodeando el atrio, estaban los lugares asignados a los
levitas, con Moisés y los sacerdotes de Aarón colocados en la parte
oriental o frente a la entrada. Más allá de los levitas, había cuatro
campamentos encabezados por Judá, Rubén, Efraín y Dan. A cada
campamento fueron asignadas otras dos tribus adicionales. El cuidado y
la eficiencia en la organización del campamento están indicadas por
los nombramientos hechos a las varias familias de los levitas: Aarón y
sus hijos tenían la supervisión sobre la totalidad del tabernáculo y
su atrio; los gersonitas tenían a su cuidado las cortinas y cubiertas,
los coatitas estaban al cargo del mobiliario, y los meraritas eran
responsables de los pilares y las mesas.
Los problemas peculiares a un,
acampamento de tan populosa nación, requerían regulaciones especiales
(5:1‑31). Desde el punto de vista higiénico y ceremonial, se tomaban,
medidas de precaución necesarias para los leprosos y otras personas
enfermas, existiendo quienes se cuidaban de los que morían. El robo
requería una ofrenda y la restitución. La infidelidad marital estaba
sujeta a severo castigo, tras una comprobación fuera de lo usual, lo
que implicaba un, milagro y que hubiese revelado la parte culpable.
Sin tener subsiguientes referencias a tales procedimientos, es
razonable considerar esto como un método temporal usado solamente
durante la larga jornada empleada en el desierto.
El voto nazareo pudo haber sido una
práctica común que requería regulación (6:1‑21). Al hacer este voto,
una persona se consagraba voluntariamente a sí misma servicio especial
de Dios. Tres en número eran las obligaciones de un nazareo: negarse a
sí mismo el uso de los productos de la vid, incluso el jugo de las
uvas y de la propia fruta, dejarse crecer el cabello como signo
público de que había tomado un voto, y abstenerse del contacto de
cualquier cuerpo muerto. Se imponía un severo castigo cuando se rompía
uno de tales votos, incluso sucediendo inintencionadamente. El voto
solía terminar por una ceremonia pública a la conclusión del período
prescrito.
Una de las ocasiones más
impresionantes durante el acampamento de Israel en el Monte Sinaí, era
el principio del segundo año. En aquella ocasión, el tabernáculo con
todos sus ornamentos y accesorios era erigido y dedicado (Ex.
40:1‑33). Se proporciona información adicional, respecto a este
acontecimiento, cuando el tabernáculo se convirtió en el centro de la
vida religiosa de Israel, en el libro de los Números 6:22‑9:14. Moisés,
que oficiaba en la iniciación del culto en el tabernáculo, impartía al
pueblo y a los sacerdotes directrices procedentes del Señor, respecto
a su servicio religioso (ver 6:22; 7:89; 8:5).
Los sacerdotes recibían una
fórmula para bendecir la congregación (Núm. 6:22‑27). Esta oración,
bien conocida, aseguraba a los israelitas no solamente el cuidado de
Dios y su protección sino también la prosperidad y el bienestar.
Cuando el tabernáculo había sido
totalmente dedicado, los jefes de las tribus presentaban sus ofrendas.
Anticipando los problemas prácticos del transporte para el tabernáculo,
había docecarros cubiertos y doce bueyes dedicados a este propósito.
De ello estaban encargados los levitas de servicio. Para la dedicación
del altar, cada jefe aportaba una serie de elaborados sacrificios, que
eran ofrecidos en doce días sucesivos. Tan significativos eran
aquellos regalos y ofrendas, que cada una de ellas, diariamente, era,
puesta en una lista (Núm. 7:10‑88). Aarón recibía también
instrucciones a la luz de las lámparas del tabernáculo (8:1‑4).
Los levitas eran públicamente
presentados y dedicados para su servicio en asistir a los sacerdotes
(8:5‑26). Cuando Moisés había oficiado solo, Aarón y sus hijos eran
santificados para el servicio sacerdotal y estaba asistido por Aarón
en la instalación de los ritos y ceremonias para los levitas.
La pascua, que marcaba el primer
aniversario de la partida de Egipto, era observada durante el primer
mes del segundo año (9:1‑14). Lo que se registra sobre esta festiva
celebración es breve, pero se hacía un especial énfasis en que
participasen todos, incluso los extranjeros que
se encontrasen en el campamento. Se tenía dispuesta una especial
provisión para aquellos que no podían participar a causa de
contaminación, de forma que pudiesen observar la pascua el segundo
mes. Puesto que los israelitas no levantaban el campamento hasta el
vigésimo día, todos estaban en condiciones de tomar parte en la
celebración de la primera pascua, después del Éxodo.
Antes de que Israel levantase el
campamento de Monte Sinaí, se hacía la adecuada provisión para la guía
en su viaje hacia Canaán (9:15‑10:10). Con la dedicación del
tabernáculo, la presencia de Dios era visiblemente mostrada en el
pilar de la nube y el fuego que podían observarse día y noche. La
misma divina manifestación había provisto de protección y guía cuando
el pueblo escapó de Egipto (Ex. 13:21‑22; 14:19‑20). Celando Israel
acampó la nube se cernía sobre el lugar santísimo. Estando en ruta, la
nube marcaba el camino a seguir.
La contrapartida a la guía divina
era la eficiente organización humana. La señal que suministraba la
nube era interpretada y ejecutada por hombres responsables del
liderazgo. A Moisés se le ordenó que se proveyese de dos trompetas de
plata. El sonar de una trompeta llevaba a los jefes tribales, hacia el
tabernáculo. El sonido de ambas llamaba a pública asamblea de j todo
el pueblo. Un largo y prolongado toque de ambas trompetas ("sonido de
alarma") era la señal para los varios campamentos para estar
dispuestos; a avanzar en un orden preestablecido. Así, la adecuada
coordinación de lo ,a humano y lo divino hacían posible que tan gran
nación pudiese seguir su ;d ruta de una forma ordenada a través del
desierto.
Peregrinación en el desierto
Tras de haber acampado en el Monte
Sinaí, por casi un año, los israelitas siguieron hacia el norte en
dirección a la tierra prometida. Casi cuatro décadas más tarde,
llegaron a la orilla oriental del río Jordán. Comparativamente breve
es la narración de su viaje en Núm. 10:11‑22:1.
Tras once días Israel alcanzó Cades en el
desierto de Parán (Deut. 1:2). Marchando como una unidad organizada,
el campamento de Judá abría marcha, seguido por los gersonitas y los
meraritas, quienes tenían a su cargo el transporte del tabernáculo. El
siguiente, por el orden convenido, era el campamento de Rubén.
Precediéndoles, seguían los coatitas, quienes llevaban los ornamentos
del Arca y otros del tabernáculo. Completando la procesión estaban los
campamentos de Efraín y Dan. Además de la divina guía Moisés solicitó
la ayuda de Hobab, cuya familiaridad con el desierto le calificaba
para proporcionar un servicio de exploración para la marcha hacia
adelante de Israel. Aparentemente estuvo conforme en acompañarles,
puesto que sus descendientes más tarde residieron en Canaán (Jueces
1:16; 4:11).
En ruta hacia su destino, los
israelitas se quejaron y se rebelaron. Perplejo y preocupado, Moisés
acudió a Dios en oración. En respuesta, se le dieron instrucciones
para elegir setenta personas mayores a quien Dios había dotado para
compartir sus responsabilidades. Además, Dios envió un, gran viento
que les aportó una abundante cantidad de codornices para los
israelitas. La intemperancia y el desorden hizo que la gente las
comiera sin cocinar, y de tal forma, su gula se convirtió en una plaga
que causó la muerte de muchos. Apropiadamente este lugar se llama "Kibrot‑hataava",
que significa "las tumbas de la codicia."
La insatisfacción y la envidia se
extendió hasta los jefes. Incluso Aarón y María discutieron la
posición de liderazgo de su hermano.
Moisés fue vindicado
cuando María quedó afectada por la lepra. Aarón se arrepintió
inmediatamente, nunca más desafió la autoridad de su hermano y a
través de la oración intercesoria de Moisés, María fue curada.
Desde el desierto de Parán, Moisés
envió doce espías a la tierra de Canaán. Cuando volvieron, estaban
acampados en Cades, aproximadamente a ochenta kms. al sur y algo al
oeste de Beerseba. Los hombres, unánimamente, informaron de la
excelencia de la tierra y de la fuerza potencial y ferocidad de sus
habitantes. Pero no estuvieron de acuerdo en sus planes de conquista.
Diez declararon que la ocupación era imposible y manifestaron
públicamente su deseo de volver a Egipto, inmediatamente. Dos, Josué
y Caleb, afirmaron confiadamente que con la ayuda divina la conquista
era posible. El pueblo, no queriendo creer que el Dios que les había
recientemente liberado de la esclavitud de Egipto fuese también capaz
de conquistar y ocupar la tierra prometida, promovió un insolente
motín, amenazandb con apedrear a Josué y a Caleb. En desesperación,
incluso consideraron el hecho de elegir otro nuevo caudillo.
Dios, en su juicio de la situación,
contemplaba la aniquilación de Israel en rebelión. Cuando Moisés se
dio cuenta de aquello, hizo la necesaria intervención y obtuvo el
perdón para su pueblo. Sin embargo, los diez espías sin fe murieron en
una plaga, y toda la gente con edad de veinte años y mayor,
exceptuando a Josué y a Caleb, quedó sin el derecho de entrar en
Canaán. Conmovidos por la muerte de los diez espías y el veredicto de
otro prolongado período de peregrinación por el desierto, confesaron
su pecado. Que su arrepentimiento no es genuino es aparente en su
intento de rebelión para entrar en Palestina inmediatamente. En esto
fueron derrotados por los amalecitas y los cananeos.
Mientras los israelitas pasaban el
tiempo en el desierto (15:1‑20:13), murió una generación entera. Las
leyes en Núm. 15, tal vez dadas pronto tras este punitivo veredicto
anunciado, muestra el contraste entre el juicio por el pecado
voluntario y la misericordia por el arrepentimiento individual de
quien había pecado en la ignorancia. Además, las instrucciones para
sacrificar en Canaán suministraban una esperanza para la generación
más joven en su anticipación de vivir realmente en la tierra que se
les había prometido.
La gran rebelión acaudillada por
Coré, Datán y Abiram, representaba dos grupos de amotinados,
mutuamente reforzados por su esfuerzo cooperativo (Núm. 16:1‑50) El
liderazgo eclesiástico de la familia de Aarón, a quienes fue reducido
y restringido el sacerdocio, fue desafiado por Coré y los levitas que
le apoyaron. Se apeló a la autoridad política de Moisés en la cuestión
por Datán y Abiram, que aspiraban a tal posición en virtud de ser
descendientes de Rubén, el hijo mayor de Jacob.
En juicio divino, tanto Moisés como
Aarón fueron vindicados. La tierra se abrió para tragarse a Datán y
Abiram junto con sus familiares. Coré desapareció con ellos. Antes de
que esta rebelión cediese, en el campamento de Israel había perecido
14.000 personas.
Tras la muerte de los insurrectos,
Israel recibió una señal milagrosa evitando cualquier posterior deseo
de poner en duda la autoridad de sus jefes (17:1‑11). Entre doce varas,
cada una representando una tribu, la de Leví produjo vástagos, flores
y almendras. Además, de confirmar a Moisés y a Aarón en sus
nombramientos, la inscripción del nombre de Aarón en su bastón
específicamente le designó como sacerdote de Israel. La preservación
de aquel bastón en el tabernáculo servía como permanente evidencia de
la voluntad de Dios.
Para aliviar el temor del pueblo
al acercarse al tabernáculo, las responsabilidades de los sacerdotes
y levitas fueron reafirmadas y claramente delineadas (17:12‑18:32). El
sacerdocio fue restringido para Aarón y su familia. Los levitas fueron
designados como asistentes de los sacerdotes. La provisión para su
mantenimiento se hizo a través del diezmo entregado por el pueblo. Los
levitas daban un décimo también de su renta a los sacerdotes. Por esta
razón, los levitas no fueron incluidos en el reparto de la tierra,
cuando los israelitas se asentaron en. Canaán.
La polución resultante procedente
de la plaga y el entierro de tanta gente al mismo tiempo, hizo
necesaria una ceremonia especial para la purificación del campamento
(19:1‑22). Eleazar, un hijo de Aarón, ofició. Este ritual, que de
forma impresionante recordó a los israelitas la naturaleza de la
muerte (5:1‑4) y proporcionó una higiénica protección, fue ordenado
como un estatuto permanente.
Las experiencias de los israelitas
mientras viajaban por Ezión‑geber y Elat hacia las llanuras de Moab,
se hallan resumidas en Núm. 20:1‑22:1. Antes de su partida de Cades,
María murió. Cuando el pueblo se enfrentó con Moisés a causa de la
escasez de agua, recibió instrucciones de ordenar que una roca
suministrase el líquido elemento. Airado e impaciente, Moisés golpeó
la roca y el agua surgió en abundancia. Pero por su desobediencia, le
fue denegado el privilegio de entrar en Canaán.
Desde Cades, Moisés envió
mensajeros al rey de Edom solicitando permiso para marchar a través de
sus tierras por Camino Real. No solo le fue denegado el permiso sino
que el ejército edomita fue enviado a vigilar la frontera. Esta
inamistosa actitud fue frecuentemente denunciada por los profetas.
Antes de que Israel dejase la
frontera edomita, Aarón murió en la cima del monte Hor. Eleazar fue
revestido con los ornamentos de su padre y nombrado sumo sacerdote en
Israel. Y antes de continuar su viaje, Israel fue atacado por un rey
cananeo, pero Dios les dio la victoria. Aquel lugar fue llamado Horma.
Dándose cuenta de que se movían
hacia el sur alrededor de Edom, el pueblo se impacientó y se quejó
contra Dios al igual que contra Moisés. El castigo divino llegó en
forma de una plaga de serpientes, causando la muerte de muchos
israelitas. En penitencia, el pueblo se volvió hacia Moisés, quien
aportó el consuelo mediante la erección de una serpiente de bronce.
Cualquiera que fuese mordido por una serpiente, era curado con solo
dirigir la mirada a la serpiente de bronce. Jesús utilizó este
incidente como un símbolo de su muerte sobre la cruz, aplicando el
mismo principio cualquier que se volviese hacia El no perecería sino
que tendría la vida eterna (Juan 3:14‑16).
Israel continuó su camino hacia el
sur por el camino de Elat y Ezióngeber, rodeando Edom, lo mismo que
Moab, y continuando hacia el norte por el valle de Arnón. Los tres
relatos, tal y como se dan en Núm. (21 y 33) y Deuteronomio (2) se
refieren a varios lugares no identificados hasta el día de hoy. Israel
tenía prohibido luchar contra los moabitas y los amonitas, los
descendientes de Lot. Sin embargo, cuando los dos gobernantes amorreos,
Sehón, rey de Hesbón y Og, rey de Basán, rehusaron el paso de Israel
y respondieron con un ejército, los israelitas les derrotaron y
ocuparon la tierra que había al norte del valle de Arnón. Allí, en las
llanuras de Moab, recientemente tomadas por los amorreos, los
israelitas establecieron su campamento.
Instrucciones para entrar en Canaán
Mientras que permanecieron
acampados al nordeste del Mar Muerto, la nación de Israel recibió las
instrucciones finales para la conquista final y la ocupación de la
tierra prometida. El cuidado providencial de Israel en las sombras de
Moab y la cuidadosa preparación del pueblo en la víspera de la entrada
en Canaán, están registrados en Núm. 22‑36.
Los sutiles designios de los
moabitas sobre la nación elegida de Dios, fueron más formidables que
una guerra abierta (22:2‑25:18). Dominado por el miedo cuando los
amorreos fueron derrotados, Balac, el rey moabita, ideó planes para la
destrucción de Israel. En cooperación con los ancianos de Madián,
comprometió al profeta Balaam de Mesopotamia para maldecir al pueblo
acampado a través del río Arnón.
Balaam rehusó la primera invitación,
siendo explícitamente advertido de no ir y no maldecir a Israel. Los
honorarios para la adivinación fueron tan incitantes, sin embargo, que
arrastraron a Balaam a aceptar la repetida invitación del rey. En
aquella misión, que era contraria a la voluntad de Dios claramente
revelada, Balaam tuvo la sorprendente experiencia de ser audiblemente
increpado por su propio burro. Al profeta le fue recordado de una
manera impresionante que iba a Moab para hablar solamente del mensaje
de Dios.
Balaam declaró fielmente el
mensaje de Dios cuatro veces. Sobre tres diferentes montañas, Balac y
sus príncipes prepararon ofrendas para proporcionar una atmósfera de
maldición, pero cada vez el profeta pronunció palabras de bendición.
Profundamente decepcionado, el rey moabita le increpó y le ordenó que
cesara. Aunque Balac le despachó sin ninguna recompensa, Balaam
profirió una cuarta profecía antes de irse. En ella, delineó
claramente la futura victoria de Israel sobre Moab, Edom y Amalec.
Balac tuvo más éxito en su
siguiente plan contra Israel. En lugar de retornar a su hogar de
Mesopotamia, Balaam permaneció con los madianitas y ofreció un mal
consejo a Balac (31:16). Los moabitas y madianitas siguieron su
consejo y sedujeron a muchos israelitas para caer en la inmoralidad y
la idolatría. Mediante el culto de Baal‑peor con ritos inmorales, los
participantes incurrieron en la ira divina. Con objeto de salvar un
gran número de gentes del juicio, los jefes israelitas culpables
fueros ahorcados inmediatamente. Finees, un hijo de Eleazar, desplegó
un gran celo y se revolvió contra aquellos que precipitaron la plaga
en la que murieron por miles. Subsecuentemente, los descendientes de
Finees sirvieron como sacerdotes en Israel. La orden de castigar a los
madianitas por su desmoralizadora influencia sobre Israel, fue
ejecutada bajo el liderazgo de Moisés (31:1‑54). No escapó del castigo
de los jefes notables el propio Balaam, hijo de Beor.
Después de esta crisis, Moisés
hizo la necesaria preparación para condicionar a su pueblo en la
conquista de Canaán. El censo tomado bajo la supervisión de Eléazar
fue en parte una apreciación militar del poder en hombres de Israel
(26:1‑65). La cuenta total fue realmente en cierto modo más baja que
la que se había hecho casi cuarenta años antes. Josué fue nombrado y
públicamente consagrado como el nuevo caudillo (27:12‑23). La solución
dada al problema de la herencia, surgido por las hijas de Zelofehad,
indicó la voluntad de Dios de que la tierra prometida sería conservada
en pequeñas pertenencias que pasarían a sus herederos. Se dieron
también otras instrucciones adicionales concernientes a las ofrendas
regulares, festivales, y el mantenimiento de los votos, una vez
asentados en la tierra prometida (28:1‑30:16).
Viendo que el terreno oriental del
Jordán era un excelente territorio para pastos, las tribus de Rubén y
Gad apelaron a Moisés para asentarse en ellas permanentemente. Aunque
con cierta desgana, lo permitió, accediendo a su demanda. Para estar
seguros de que la conquista de Canaán no sería puesta en peligro por
falta de cooperación, exigió una prenda para garantizarlo. Aquella
promesa verbal fue pronunciada dos veces. La tierra de Galaad
fue entonces otorgada a Rubén, Gad, y a la mitad de la tribu de
Manasés (32:1‑42).
Moisés preparó también un informe
escrito sobre la jornada a través del desierto (Núm. 33:2). A causa de
su entrenamiento y experiencia parece razonable asumir que él
conservó detallados informes y registros de aquella marcha llena de
incidentes desde Egipto hasta Canaán, para consideración de la
posteridad (33:1‑49).
Pensando en el futuro, Moisés se
anticipó a las necesidades de los israelitas cuando entrasen en
Can.aán (33:50‑36:13). Les advirtió claramente de destruir a sus
idólatras habitantes y poseer sus tierras. Además, aparte de Josué y
Eleazar, diez caudillos tribales fueron asignados para la
responsabilidad de dividir la tierra a las restantes nueve tribus y
media. Ninguno de los príncipes, mencionados en Núm. 1, ni ninguno de
sus hijos, están en este nuevo grupo. En lugar de tierras, cuarenta y
ocho ciudades situadas por todo Canaán, se designan para los levitas.
Ciudades de refugio, designadas para prevenir el comienzo de las
disensiones sangrientas, quedaron descritas por Moisés. Antes de su
muerte, dejó tres ciudades al este del Jordán para este propósito
(Deut. 4:41‑43). En el capítulo final de Números, Moisés trata del
problema de la herencia, limitando a las mujeres
que
hereden tierra por
matrimonio con miembros de su propia tribu.
Pasado y
futuro
Moisés estaba advertido de que su
ministerio estaba casi completado. Aunque no se le permitió entrar en
la tierra prometida, pidió a Dios bendiciones para los israelitas,
anticipando el privilegio de su conquista y posesión. Como jefe fiel,
entregó diversas directrices a su pueblo, amonestándole con ser fieles
a Dios.
Nadie estuvo más familiarizado con
las experiencias de Israel que Moisés. Habían transcurrido cuarenta
años desde que escapó de las garras del Faraón y condujo con éxito al
pueblo elegido fuera de Egipto. Tras la única revelación de Monte
Sinaí hecha por Dios, la ratificación del pacto, y casi un año de
preparación para ser nación, Moisés se había anticipado conduciendo
su nación a la tierra de Canaán. En lugar de avanzar sobre la
conquista y la ocupación de la tierra prometida, el tiempo había
transcurrido en el desierto hasta que la generación irreligiosa y
revolucionaria hubo muerto. Entonces Moisés dirige la nueva generación
que está al borde de tomar posesión de la tierra prometida a los
patriarcas y a sus descendientes.
En su primer discurso público
revisa la historia (1:6‑4:40). Comenzando con su campamento y partida
del monte Horeb, él recuerda a sus oyentes que a través de la duda y
la rebelión, sus padres perdieron el derecho a la tierra prometida y
murieron en el desierto. También les recordó las recientes victorias
sobre los amoreos y el reparto de su tierra a diversas tribus que se
comprometieron a ayudar al resto de los israelitas en la conquista de
la tierra más allá del Jordán. Aunque por sí mismo no podía conservar
el privilegio de continuar como jefe, les aseguró que Dios les
garantizaría la victoria bajo el mando de Josué.
En vista de lo sucedido a la
precedente generación,, Moisés advierte a su pueblo el evitar que se
cometan los mismos errores. Las condiciones para obtener los favores
de Dios son: obediencia a la ley y una total devoción realizada con
toda el alma y el corazón hacia el único Dios. Si desobedecen y se
conforman a las formas idolátricas de los cananeos, los israelitas
sólo pueden esperar la cautividad.
Moisés comienza su segundo
discurso con una revisión de la ley (4:44 SS.). Les recuerda que Dios
hizo una alianza con ellos y que están bajo la obligación de guardar
la ley si tienen verdaderos deseos de mantener su relación. Repite el
Decálogo, que es básico para una vida aceptable a los ojos de Dios.
Llamado a ser un pueblo separado y santo, ellos sólo pueden continuar
así mediante un genuino amor a Dios y a la diaria obediencia a su
voluntad como está expresado en la revelación hecha en el Sinaí.
Moisés tambén les advierte contra los peligros de fallar en tales
propósitos.
Anticipándose a la residencia del
pueblo en Canaáw, Moisés les instruye con respecto a su conducta en su
estado de asentamiento de la tierra prometida (12:1 ss.). La idolatría
tiene que ser absolutamente suprimida, así temo los idólatras. Tienen
que rendir culto a Dios solamente, en los lugares divinamente
designados, advirtiéndoles además del culto que hagan los habitantes
de la tierra. Algunas de las leyes, tales como la de restricción de
matar animales en una plaza central (Lev. 17:3‑7), es revisada de
nuevo y adaptada a nuevas condiciones. Para guiarles en su vida
doméstica, civil y social, Moisés promulga reglas y ordenanzas para su
guía y aliento. Revisa brevemente muchas de las leyes ya dadas, y se
pronuncia sobre numerosas instrucciones que les ayudarán a conformarse
a los deseos de Dios. En todo su discurso, les exhorta a la más
completa obediencia.
Finalmente, Moisés especifica
ciertas bendiciones y maldiciones (27:130:20). Por la obediencia
Israel prosperará pero con la desobediencia, atraerán hacia sí la
maldición del exilio y el cautiverio, de los cuales fue liberada como
nación. Para impresionar más vívidamente al pueblo, Moisés da
instrucciones de que se lean esas bendiciones y maldiciones antes de
que la entera congregación haya de entrar en Canaán.
Al delegar Moisés su liderazgo en
Josué y su ministerio de enseñar a los sacerdotes, les provee de una
copia de la ley. No se conoce el completo contenido de lo existente en
aquella copia escrita. Siendo familiar con los acontecimientos
cambiantes de la historia de Israel, Moisés, indudablemente tuvo que
referirse a proveer unos extensos informes desde que Israel cambió su
estado de esclavitud en una nación libre. Lo más probable es que
estuviese asistido y ayudado por los escribas.
Con arreglos finales para el
liderazgo continuo de su pueblo, Moisés expresa su alabanza a Dios por
el cuidado providencial (32:1‑43). El hace un recuento del nacimiento
y de la niñez de la nación. Los israelitas han sido castigados por su
ingratitud y apostasía pero son luego restaurados en gracia. Ha
prevalecido la justicia y la misericordia de Dios demostrándose en
amoroso cuidado para con su pueblo escogido. En una declaración
profética de oración y alabanza, Moisés presenta las bendiciones para
cada tribu individualmente (33:1‑29). Antes de su muerte él tuvo el
privilegio de ver la tierra prometida desde el monte Nebo.
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