INTRODUCCION
La Hermenéutica es la ciencia de
la interpretación. Dicho nombre se aplica, generalmente, a la
explicación de documentos escritos y, por este motivo, puede definirse
más particularmente a la Hermenéutica como la ciencia de
interpretación del lenguaje de los autores. Esta ciencia da por
sentado el hecho de que existen diversas modalidades de pensamiento,
así como ambigüedades de expresión; y tiene por oficio hacer
desaparecer las probables diferencias que puedan existir entre un
escritor y sus lectores, de modo que éstos puedan comprender con
exactitud a aquél.
La Hermenéutica Bíblica, o Sagrada,
es la ciencia de interpretación del Antiguo y Nuevo Testamentos.
Siendo que estos dos documentos difieren en forma, lenguaje y
condiciones históricas, muchos escritores han considerado preferible
tratar por separado la Hermenéutica de cada uno de ellos. Y siendo el
Nuevo Testamento la revelación más plena, así como la más moderna, su
interpretación ha recibido mayor y más frecuente atención. Pero es
asunto discutible si ese tratamiento separado de los dos testamentos
es lo mejor. Es asunto de la mayor importancia el observar que, desde
el punto de vista cristiano, el Antiguo Testamento no puede ser
plenamente comprendido sin la ayuda del Nuevo. El misterio del Cristo,
cosa que en otras generaciones no se hizo conocer a los hombres,
fue revelado a los apóstoles y profetas del N. Testamento (Efes.
3: 5) y esa revelación arroja inmensa claridad sobre muchos pasajes de
las Escrituras Hebreas. Por otra parte, es igualmente cierto que sin
un conocimiento perfecto de las Antiguas Escrituras es imposible
tener una interpretación científica del Nuevo Testamento. El lenguaje
mismo del Nuevo Testamento, aunque pertenece a otra familia de
lenguas humanas, es notablemente hebreo. El estilo, la dicción y el
espíritu de muchas partes del Testamento Griego, no pueden apreciarse
debidamente por quienes no estén relacionados con el estilo y
espíritu de los profetas hebreos. También tenemos el hecho de que
abundan en el A. T. los testimonios a Cristo (Luc 24: 2744; Juan 5:
39; Actos 10: 43) la ilustración y el cumplimiento de los cuales sólo
pueden verse a la luz de la Revelación Cristiana. En fin, la Biblia,
en su conjunto, es una unidad de hechura divina y existe el peligro de
que al estudiar una parte de ella descuidando, relativamente, otra
parte, caigamos en métodos equivocados de exposición. Las Santas
Escrituras deben estudiarse como un conjunto, porque sus diversas
partes nos fueron dadas de muchas maneras (Heb. 1: 1) y, tomadas en
conjunto, constituyen un volumen que, en una forma notable, se
interpreta a sí mismo.
La Hermenéutica tiende a
establecer los principios, métodos y reglas que son necesarios para
revelar el sentido de lo qué está escrito. Su objeto es dilucidar
todo lo que haya de oscuro o mal definido, de manera que, mediante un
proceso inteligente, todo lector pueda darse cuenta de la idea exacta
del autor.
La necesidad de una ciencia de
interpretación es cosa que se impone en vista de las diversidades
mentales y espirituales de los hambres. Aun el trato personal entre
individuos de una misma nación e idioma a veces se hace difícil y
embarazoso a causa de los diferentes estilos de pensamiento y de
expresión. El mismo apóstol Pedro halló en las epístolas de Pablo
cosas difíciles de entender (2 Pedro 3: 16) . Pero especialmente
grandes y variadas son las dificultades para entender los escritos de
los que difieren de nosotros en nacionalidad y en lengua. Aun los
eruditos se hallan divididos en sus tentativas por descifrar e
interpretar los registros del pasado. Únicamente a medida que los
exegetas vayan adoptando principios y métodos comunes de procedimiento,
la interpretación de la Biblia alcanzará la dignidad y seguridad de
una ciencia establecida; pues si alguna vez el ministerio divinamente
asignado de la reconciliación, ha de realzar el perfeccionamiento de
los santos y la edificación del cuerpo de Cristo, de manera de traer a
todos a la obtención de la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios (Efes. 4: 12‑13) ello debe hacerse por medio de una
interpretación correcta y un empleo eficaz de la Palabra de Dios. La
interpretación y aplicación de esa Palabra debe descansar sobre una
ciencia sana y manifiesta de la Hermenéutica.
CUALIDADES DEL INTÉRPRETE
En primer lugar, el intérprete de
las Escrituras, y, en realidad, de cualquier libro que sea, debe
poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es condición
indispensable, pues la dificultad de comprensión, el raciocinio
defectuoso y la extravagancia de la imaginación, son cosas que
pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias. Todos esos
defectos, y aun cualquiera de ellos, inutiliza al que los sufre para
ser intérprete de la Palabra de Dios. Un requisito especial del
intérprete es la rapidez de percepción. Debe gozar del poder de asir
el pensamiento de su autor y notar, de una mirada, toda su fuerza y
significado. A esa rapidez de percepción debe ir unida una amplitud de
vistas y claridad de entendimiento prontos a coger no sólo el intento
de las palabras y frases sino también el designio del argumento. Por
ejemplo: al tratar de explicar la Epístola a los Gálatas, una
percepción rápida notara el tono apologético de los dos primeros
capítulos, la vehemente audacia de Pablo al afirmar la autoridad
divina de su apostolado y las importantes consecuencias de sus
pretensiones. Notará, también, con cuánta fuerza los incidentes
personales a que se hace referencia en la vida y ministerio de Pablo
entran en su argumento. Se apreciará vivamente la apasionada apelación
a los "¡gálatas necios!", al principio del capítulo tercero y la
transición natural, desde ese punto a la doctrina de la Justificación.
La variedad de argumento y de ilustración en los capítulos tercero y
cuarto, y la aplicación exhortatoria y los consejos prácticos de los
dos últimos capítulos también saltarán a la vista; y entonces, la
unidad, el intento, y la derechura de toda la epístola estarán
retratados ante el ojo de la mente como un todo perfecto, el que se
irá apreciando más y más, a medida que se añada atención y estudio a
los detalles y minucias.
El intérprete debe ser capaz de
percibir rápidamente lo que un pasaje no
enseña, así como de abarcar su verdadera tendencia.
Un intelecto vigoroso no estará
desprovisto de poder imaginativo. En las descripciones narrativas se
deja lugar para mucho que no se dice, y abundan hermosos pasajes en
las Escrituras que no pueden ser debidamente apreciados por personas
carentes de poder imaginativo. El intérprete fiel frecuentemente debe
transportarse al pasado y pintar para su propia alma las escenas de
los tiempos antiguos. Debe poseer una intuición de la naturaleza y de
la vida humana que le permita clocarse en lugar de los escritores
bíblicos y ver y sentir como ellos. Pero, a veces, ha acontecido que
los hombres dotados de mucha imaginación han sido expositores poco
seguros. Una fantasía exuberante se halla expuesta a errar en el
juicio, introduciendo conjeturas y fantasías en lugar de exégesis
válida. La imaginación corregida y bien disciplinada se asocia al
poder de la concepción y del pensamiento abstracto, hallándose así en
aptitud de formar, si se le piden, hipótesis para usarlas en
ilustraciones o en argumentos.
Pero, sobre toda otra cosa, un
intérprete de las Escrituras necesita un criterio sano y sobrio.
Su mente debe tener la competencia necesaria para analizar,
examinar y comparar. No debe dejarse influir por significados ocultos,
por procesos espiritualizantes ni por plausibles conjeturas. Antes de
pronunciarse, debe pesar todos los pro y los contra de alguna posible
interpretación; debe considerar si sus principios son sostenibles y
consecuentes consigo mismos; debe balancear las probabilidades y
llegar a conclusiones con las mayores precauciones posibles. Es dable
entrenar y robustecer un criterio semejante, un discernimiento lleno
de fina observación, y no debe economizarse trabajo en constituirlo en
un hábito de la mente, tan seguro como digno de confianza.
Los frutos de semejante
discernimiento serán la corrección y la delicadeza. El intérprete del
libro sagrado hallará la necesidad de estas cualidades para descubrir
las múltiples bellezas y excelencias esparcidas en rica profusión por
sus páginas. Pero tanto su gusto como su criterio deben recibir la
instrucción necesaria para discernir entre los ideales verdaderos y
los falsos. La honestidad a toda costa, así como la sencillez de la
gente del mundo antiguo, hieren muchos tontos refinamientos de la
gente moderna. Una sensibilidad exagerada halla, a veces, motivos
para ruborizarse por algunas expresiones que en las Escrituras
aparecen sin la más mínima idea de impureza. En tales casos, el gusto
correcto leerá de acuerdo con el verdadero espíritu del escritor y de
su época.
En la interpretación de la Biblia,
en todas partes hallamos que se da por sentado que ha de hacerse uso
de la razón. La Biblia viene a nosotros en la forma del lenguaje
humano, apela a nuestra razón y juicio; invita a la investigación y
condena una incredulidad ciega. Debe ser interpretada como cualquier
otro volumen, mediante una rígida aplicación de las mismas leyes del
lenguaje y el mismo análisis gramatical. Aun en aquellos pasajes de
los que puede decirse que se hallan fuera de los límites a que alcanza
la razón, en el reino de la revelación sobrenatural, compete al
criterio racional el decir si realmente la revelación de que se trata
es sobrenatural. En asuntos que están más allá del alcance de su
visión, puede la razón, con argumentos válidos, explicar su propia
incompetencia y por la analogía y diversas sugestiones demostrar que
hay muchas cosas que están fuera de su dominio, las que, a pesar de
ello, son verdaderas y enteramente justas, y deben aceptarse sin
disputas. De esta manera la razón misma puede ser eficaz para
robustecer la fe en lo invisible y eterno.
Pero es conveniente que el
expositor de la Palabra de Dios cuide de que todos sus principios y
sus procedimientos de raciocinio sean sanos y tengan consistencia
propia. No debe colocarse sobre premisas falsas. Debe abstenerse de
dilemas que acarrean confusión. Sobre todo, debe evitar el
precipitarse a establecer conclusiones faltas del debido apoyo. No
debe jamás dar por sentado lo que sea de carácter dudoso o esté en
tela de juicio. Todas esas falacias lógicas deben, necesariamente,
viciar sus exposiciones y constituirle en un guía peligroso. El
empleo correcto de la razón en la exposición bíblica se hace visible
en el proceder cauteloso, en los principios sólidos adoptados, en la
argumentación firme y concluyente, en la sobriedad del ingenio
desplegado y en la integridad honesta y llena de consistencia propia
mantenida en todas partes. Semejante ejercicio de la razón siempre se
hará recomendable a la conciencia piadosa y al corazón puro.
En adición a las cualidades que
hemos mencionado, el intérprete debiera ser "apto para enseñar" (2
Tim. 2: 24). No sólo debe ser capaz de entender las Escrituras sino
también de exponer a otros, en forma vívida y clara, lo que él
entiende. Sin esta aptitud, todas sus otras dotes y cualidades de poco
o nada le servirán. Por consiguiente, el intérprete debe cultivar un
estilo claro y sencillo, esforzándose en el estudio necesario para
extraer la verdad y la fuerza de los oráculos inspirados de manera que
los demás los entiendan fácilmente.
Cualidades Espirituales
Ante todo, el intérprete necesita
una disposición para buscar y conocer la verdad. Nadie puede emprender
correctamente el estudio y exposición de lo que pretende ser la
revelación de Dios, estando su corazón influido por preocupaciones
contra tal revelación o sí, aun por instante, vacila en aceptar lo que
su conciencia y su criterio reconocen como bueno. El intérprete debe
tener un deseo sincero de alcanzar el conocimiento de la verdad y de
aceptarla cordialmente una vez alcanzada. El amor de la verdad debiera
ser ferviente y ardiente, de modo que engendre en el alma entusiasmo
por la Palabra de Dios. El exegeta hábil y profundo es aquel cuyo
espíritu Dios ha tocado y cuya alma está avivada por las revelaciones
del cielo. Ese fervor santificado debe ser disciplinado y controlado
por una verdadera reverencia. "El temor de Jehová es el principio de
la sabiduría". (Proverb. 1: 7). Tiene qué existir un estado devoto de
la mente al mismo tiempo que el puro deseo de conocer la verdad.
Finalmente, el expositor de la Biblia necesita gozar de una comunión
viva con el Espíritu Santo. Por medio de una profunda experiencia del
alma debe alcanzar el conocimiento salvador que es en Cristo; y en
proporción a la profundidad y plenitud de tal experiencia, conocerá
la vida y la paz de la "mente del Espíritu" (Rom. 8: 6) . De modo que
quien quiera conocer y explicar a otros "los misterios del “Reino de
los cielos" (Mat. 13: 11) debe entrar en bendita comunión con el
Santo. Nunca debe dejar de orar (Efes. 1: 17‑18) "que el Dios del
Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria le dé espíritu de
sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de él, alumbrados
los ojos de su corazón para que sepa cuál sea la esperanza de su
vocación y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los
santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con
nosotros, los que creemos".
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