sábado, 16 de junio de 2012


ARMONÍA Y DIVERSIDAD EN LOS EVANGELIOS

La vida de Jesús constituye un punto de arranque en la historia del mundo. Las escrituras del A. T. muestran la marcha constante y firme de la Historia en dirección hacia esa época tan notablemente extraordinaria. Los profetas, a una voz, colocan el advenimiento de Casto "en los postreros días" ( Gén. 4.9:1; Núm. 24.:14; Isaías 2:2; Dan. 10:14.) y conciben su advenimiento y reinado como la introducción de una nueva época. El Dios de los profetas habló en los últimos días del antiguo ciclo, o edad, en la persona de su Hijo encarnado, "a quien constituyó en heredero de todo, por el cual, asimismo, hizo el universo ( los ciclos, o edades o épocas, tous aionas, Hebr. 1:2). La muerte de Jesús, seguida de su exaltación constituyeron la hora de crisis de la historia del mundo ( Juma 12: 23‑33 ) y desde aquella hora existió un nuevo punto de partida en el curso de los acontecimientos humanos. Después que el Evangelio del reino mesiánico hubo sido predicado en todo el mundo romano, para testimonio a las naciones, (Mat. 24.:14) llegó el fin de aquella edad o dispensación, pues era necesario que antes de que la antigua economía universal llegase a su fin definitivo el nuevo Evangelio hubiese establecido firmemente su pie en el mundo. El derrocamiento absoluto de la política y el estado judíos y la espantosa ruina de la perversa ciudad donde el Señor fue sacrificado, señalaron la consumación del ciclo o edad. Y desde aquel punto en adelante se extienden los triunfos de la cruz. Por consiguiente es cosa perfectamente natural que los cuatro evangelios, siendo, corno son, los registros autorizados que dan fe de la vida y obras del Señor Jesús, se estimen como los documentos más preciosos del mundo cristiano.
Cada uno de los cuatro evangelios nos presenta un retrato al natural del Señor Jesús y se propone decirnos lo que dijo e hizo. Pero aunque narran muchas cosas en común, estos cuatro testigos difieren mucho entre sí. El ex­plicar tantas diferencias en medio de tal suma de materia coincidente es cosa que siempre ha. llenado de perplejidad el estudio de los expositores. En tiempos modernos los críticos racionalistas han señalado las aparentes divergencias de los evangelios como pruebas contra su credibilidad y estos tan apreciados registros de la Iglesia han constituido el punto céntrico. Todos los racionalistas admiten que Je­sús vivió y murió, pero que resucitara de entre los muertos, como afirman los evangelios lo niegan rotundamente, recurriendo a toda clase de conjeturas para explicar la fe uniforme y universal que la Iglesia manifiesta en la resurrección. (x) (N. del T.‑E1 autor escribió esto pocos años antes de la aparición del desgraciado aborto de Emilio Bosi, titulado "Jesucristo nunca ha existido", que hizo bastante ruido, y que fué tan hábilmente refutado por el profesar romano Fiori, en su obra "El Cristo de la Historio y de les Escrituras", hoy vertido al castellano por la Biblioteca San Pablo, del Rev. Wm. Morris, de B. Aireé; y también brevemente refutado en nuestro opúsculo "Escobazos". Ambas obras en venta en la Imprenta Metodista, en Buenos Aires).
El sentido común de todo el cristianismo concluye, lógicamente, que si Jesucristo resucitó de entre los muertos, ese milagro, una vez por, todas, confirma la credibilidad de los evangelios y explica el maravilloso sur­gir del cristianismo, así como la excelencia y potencia actual de la Religión Cristiana. La resurrección de Cristo demuestra que el origen de nuestra religión fue sobrenatural y divino, pero si ese milagro fuese una falsedad, todo el sistema cristiano descansaría sobre un fraude estupendo. Con muchísima razón pudo Pablo escribir su enfática declaración de 1 Cor. 15:14‑15. ( x ) (Y si Cristo no hubiese resucitado y el cristianismo fuese un fraude inaudito, sin paralelo tocaría a los racionalistas explicar varios hechos palpables y de más difícil explicación que la resurrección de Cristo, entre ellos los de que las mentalidades más grandes de todas las épocas, en abrumadora mayoría. han creído en la verdad de nuestra religión y en que muchísimos de los que mayores facilidades tuvieron para comprobar si la resurrección tuvo lugar o no, murieron gozosos, ea crueles martirios, por defender ese hecho como verdad.
Muchos escritores, tanto antiguos como modernos se han tomado el trabajo de confeccionar (sedicentes) Armonías de los Evangelios. Han adoptado diversos métodos para explicar las varias discrepancias y de construir una narración armoniosa uniendo los relatas de las cuatro historias distintas de la vida de Cristo. En esta forma nos han suministrado muy valiosas exposiciones, a la par que muchas soluciones de las discrepancias de los evangelios. Pero en sus conatos para combinar los cuatro evangelios tratando de darnos una narración continua y asentar, positivamente, el orden cronológico de los acontecimientos, más bien han obstaculizado que favorecido una comprensión satisfactoria de los inapreciables registros. Con tal procedimiento se hace sufrir a esas narraciones vívidas e independientes una prueba que sus autores nunca tuvieron la intención de que soportaran y el procedimiento asume una posición de juez que es, a un tiempo, anti‑científica e incorrecta. Pero la mayoría de los armonistas más modernos admiten que no existió en los evangelistas el propósito de componer un relato completo de la vida y obras del Señor, y se admite, asimismo, que todos ellos, en ocasiones, relatan algunas cosas sin consideración estricta al orden cronológico.
Un estudio inteligente y provechoso de los evangelios, requiere que se preste especial atención a tres cosas: 1) Su origen; 2) el plan claro y el propósito de cada evangelio; y 3) las características notables de los varios evangelios. Estas consideraciones conduciendo, como lo hacen, a una comprensión correcta de los registros evangélicos y a la solución de sus divergencias, son, en realidad, otros tantos principios hermenéuticos que pueden aplicarse en cualquier exposición seria de estos registros.
El más ligero examen de los cuatro evangelios debe mostrar al observador crítico que no constituyen, en ningún sentido correcto, historias formales. Evidentemente surgieron de una fuente común, y todos concuerdan en registrar mayor o menor número de porciones de la vida, palabras, obra, muerte y resurrección de Jesucristo. Pero lo que no ha podido averiguarse, y ha motivado mucha controversia, es si esa fuente común consistió en documentos escritos o en tradiciones orales. "Sus trabajos parecen haber tomado forma bajo la presión de necesidades que se presentaron y no por deliberada idea de sus autores. En sus aspectos comunes parecen ser lo que la historia más primitiva los declara ser, el sumario de la predicación apostólica, el fundamento histórico de la Iglesia". (Westcott).
Pero el conceder que la forma primitiva de la narración del Evangelio hubiese sido oral, es cosa que está lejos de determinar el origen, particular de nuestros actuales evangelios, y los críticos serios deben convenir en que, dada la naturaleza del caso, en ausencia de evidencias suficientes es imposible alcanzar una certidumbre absoluta. Y es de suma importancia recordar que donde es imposible establecer certidumbre absoluta acerca de un asunto dado deben evitarse las afirmaciones dogmáticas y prestarse debida atención a toda suposición razonable que parezca poder ayudar a dilucidar el problema. En ausencia de testimonios externos, los evangelios mismos y otros libros del N. T. es de esperar que surgieron las mejores indi­caciones del origen y propósito de cualquiera de los evangelios.
Ireneo da la siguiente explicación acerca de los evangelios: "Mateo produjo entre las hebreos un evangelio escrito mientras Pedro y Pablo estaban predicando en Roma y colocando los cimientos de la iglesia. Después de la partida de éstos Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también puso en nuestras manos, en escritura, lo que Pedro había predicado. También Lucas, el compañero de Pablo, registró en un libro el evangelio predicado por éste. Después Juan, el discípulo del Señor, el que también se reclinó sobre su pecho, igualmente publicó un evangelio durante su residencia en Efeso, en Asia". Toda la historia antigua y las tradiciones concuerdan, substancialmente, con esta declaración general de Irineo.
Considerando ahora, por ej., el Evangelio según Mateo como designado, especialmente, para lectores judíos, cuán natural resulta que él lo anuncie como el libro de la generación de Jesucristo "hijo de David, hijo de Abraham". Cuán de acuerdo con su propósito el describir el nacimiento de Jesús, en días del rey Herodes, como el de uno nacido Rey de los judíos y nacido en Belén, de acuerdo con los dichos de los profetas. Nótese cómo nos presenta en una sola pieza 'bien conectada el Sermón del Monte, cual si fuese una reedición de la antigua ley del Sinaí, presentada en nueva y mejor forma. Igualmente hay que notar cómo continúa la serie de milagros, en los capítulos VIII y IX, como si se hiciera con el propósito de poner de manifiesto en forma bien evidente el poder y autoridad divinos de este nuevo Legislador y Rey. El lla­mamiento, la ordenación y el envío de los doce discípulos (cap. X) era como la elección de una nueva Israel para reclamar las doce tribus esparcidas. Las siete parábolas del cap. XIII, son una revelación de los misterios del reino de los cielos, reino que él, como el Cristo de Dios, estaba por establecer. Luego sigue un amplio registro del conflicto entre este Rey de los judíos y los escribas y fariseos, quienes esperaban otra clase de reino mesiánico (XIX­XXIII). El gran discurso apocalíptico de los capítulos XXIV y XXV revelan el fin de aquella edad como en el futuro cercano y se halla en notable analogía con el espíritu y formas de la profecía del A. T. El registro de la última cena, la traición, la crucifixión y la resurrección completan el cuadro del gran Profeta, Sacerdote y Rey. Todo el libro, pues, tiene una unidad de propósito y de detalle admirablemente adaptados para ser el evangelio para los Hebreos y para mostrar a toda mente pensadora, en Israel, que Jesús era realmente el Mesías de quien habían hablado los profetas. Además, en tanto que así respira el espíritu hebreo por todos sus poros, tiene menos explicaciones acerca de costumbres judías que los demás evangelios.
La armonía esencial, interna, de los evangelios está robustecida por su propia diversidad. Estas narraciones constituyen un cuádruple testimonio al Cristo de Dios. Así como los filósofos con amplitud de miras, han podido hallar en las características e historia nacionales de judíos griegos y romanos una preparación providencial del mundo para el Evangelio, así también, en los evangelios mismos puede verse, a su vez, un registro providencial del Redentor del mundo maravillosamente adaptado por múltiples formas de declaraciones para impresionar y convencer las variadas mentalidades de los hombres. No debiéramos decir que Mateo escribió sólo para los judíos, Marcos para los romanos y Lucas para los griegos. Eso implicaría que cuando esas varias naciones dejaran de ser, los evangelios ya no tendrían adaptación especial. Más bien debiéramos tener en cuenta que, mientras los varios evangelios tienen las mencionadas adaptaciones, posee también la capacidad, divinamente ordenada, de hacer que el carácter de Jesús impresione en forma sumamente poderosa toda clase de hombres. Los tipos de mentalidad y de carácter representados por aquellas grandes razas históricas están apareciendo de continuo y requieren perpetuamente el múltiple testimonio de Jesús suministrado por los cuatro evangelistas. Los cuatro son mejor que uno. Necesita­mos el retrato viviente del Príncipe de la casa David tal como lo presenta Mateo, pues él nos le revela como el perfeccionador de la antigua economía, el cumplidor de la ley y los profetas. Necesitamos el evangelio, más breve, del poderoso Hijo de Dios, tal como lo presenta Marcos. Su estilo y giros rápidos afectan a las multitudes más profundamente que un evangelio tan imbuido con el espíritu del A. T. como el de Mateo. Por otra parte, el Evangelio de Lucas abre ante nosotros la visión más amplia del Hijo del hombre nacido, por supuesto, bajo la ley, pero nacido de mujer, "luz para ser revelada a los gentiles", tanto como para la gloria de Israel. ( Luc. 2:32) Lucas con mucha propiedad rastrea la genealogía del Redentor lejos, hasta más allá de David y aún más allá de Abraham, hasta Adán, hijo de Dios. ( Luc. 3: 38 ). Este evangelio paulino nos da la incorporación viviente del Hombre perfecto, el Amigo y Salvador de la humanidad desamparada impotente. No solamente brinda el más noble de los ideales a la mente del griego; siempre tendrá un encanto para todo Teófilo que tenga la disposición y el deseo de conocer "la verdad de las cosas" (la inconmovible certidumbre, ten as asfaleian, Luc. 14) de las cosas del Evangelio. Y la obra de Juan suplementa notablemente la de los otros; es, por excelencia, el Evangelio para la Iglesia de Dios. Es el Evangelio del corazón de Jesús y del discípulo que se reclinó en su seno y tan plenamente se saturó de la inspiración de aquel corazón sagrado, y que fue el único de los doce que pudo escribir este inimitable evangelio de la Palabra, la Luz, el Camino, la Verdad, la Resurrección y la Vida.
En vista de las maravillosas armonías y el objeto y propósitos ampliamente universales, manifiestos, de los evangelios de nuestro Señor, cuán indigno es el escepticismo que echa mano de sus pequeñas divergencias (que tienen explicaciones suficientemente razonables) para exagerarlas, convirtiéndolas en contradicciones con el objeto de desacreditar la fe en la palabra de los evangelistas. ¿Por qué formar una montaña de perplejidades con el hecho de que Mateo y Marcos, al hablar de los dos ladrones crucificados con Jesús, digan que los dos le escarnecían, en tanto que Lucas dice que uno le escarneció y fué censurado por el otro, el cual oró al Señor y recibió la promesa del paraíso? ¿Acaso no es posible que durante las varias horas de la crucifixión, pudieran ocurrir las varias cosas, narrándolas un evangelista más minuciosamente que los otros? Notase gran variedad en los diversos relatos pero nadie, jamás, ha podido señalar verdaderas divergencias, reales discrepancias, entre ellas. Careciendo nosotros de las apariciones del Señor después de su resurrección de detalles suficientes no nos será dado detallar exactamente el orden del curso de aquellos acontecimientos pero cuando, mediante un número de hipótesis, se demuestra que fue posible que ocurrieran todos los hechos que los varios evangelistas relatan, la diversidad de relatos se transforma en evidencia innegable de que todos ellos son verdaderos.

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