ARMONÍA Y DIVERSIDAD EN LOS EVANGELIOS
La vida de Jesús constituye un
punto de arranque en la historia del mundo. Las escrituras del A. T.
muestran la marcha constante y firme de la Historia en dirección
hacia esa época tan notablemente extraordinaria. Los profetas, a una
voz, colocan el advenimiento de Casto "en los postreros días" ( Gén.
4.9:1; Núm. 24.:14; Isaías 2:2; Dan. 10:14.) y conciben su
advenimiento y reinado como la introducción de una nueva época. El
Dios de los profetas habló en los últimos días del antiguo ciclo, o
edad, en la persona de su Hijo encarnado, "a quien constituyó en
heredero de todo, por el cual, asimismo, hizo el universo ( los ciclos,
o edades o épocas, tous aionas, Hebr. 1:2). La muerte de Jesús,
seguida de su exaltación constituyeron la hora de crisis de la
historia del mundo ( Juma 12: 23‑33 ) y desde aquella hora existió un
nuevo punto de partida en el curso de los acontecimientos humanos.
Después que el Evangelio del reino mesiánico hubo sido predicado en
todo el mundo romano, para testimonio a las naciones, (Mat. 24.:14)
llegó el fin de aquella edad o dispensación, pues era necesario que
antes de que la antigua economía universal llegase a su fin
definitivo el nuevo Evangelio hubiese establecido firmemente su pie
en el mundo. El derrocamiento absoluto de la política y el estado
judíos y la espantosa ruina de la perversa ciudad donde el Señor fue
sacrificado, señalaron la consumación del ciclo o edad. Y desde aquel
punto en adelante se extienden los triunfos de la cruz. Por
consiguiente es cosa perfectamente natural que los cuatro evangelios,
siendo, corno son, los registros autorizados que dan fe de la vida y
obras del Señor Jesús, se estimen como los documentos más preciosos
del mundo cristiano.
Cada uno de los cuatro evangelios nos presenta un
retrato al natural del Señor Jesús y se propone decirnos lo que dijo
e hizo. Pero aunque narran muchas cosas en común, estos cuatro
testigos difieren mucho entre sí. El explicar tantas diferencias en
medio de tal suma de materia coincidente es cosa que siempre ha.
llenado de perplejidad el estudio de los expositores. En tiempos
modernos los críticos racionalistas han señalado las aparentes
divergencias de los evangelios como pruebas contra su credibilidad y
estos tan apreciados registros de la Iglesia han constituido el punto
céntrico. Todos los racionalistas admiten que Jesús vivió y murió,
pero que resucitara de entre los muertos, como afirman los evangelios
lo niegan rotundamente, recurriendo a toda clase de conjeturas para
explicar la fe uniforme y universal que la Iglesia manifiesta en la
resurrección. (x) (N. del T.‑E1 autor escribió esto pocos años
antes de la aparición del desgraciado aborto de Emilio Bosi, titulado
"Jesucristo nunca ha existido", que hizo bastante ruido, y que fué tan
hábilmente refutado por el profesar romano Fiori, en su obra "El
Cristo de la Historio y de les Escrituras", hoy vertido al
castellano por la Biblioteca San Pablo, del Rev. Wm. Morris, de B.
Aireé; y también brevemente refutado en nuestro opúsculo "Escobazos".
Ambas obras en venta en la Imprenta Metodista, en Buenos Aires).
El sentido común de todo el
cristianismo concluye, lógicamente, que si Jesucristo resucitó de
entre los muertos, ese milagro, una vez por, todas, confirma la
credibilidad de los evangelios y explica el maravilloso surgir del
cristianismo, así como la excelencia y potencia actual de la Religión
Cristiana. La resurrección de Cristo demuestra que el origen de
nuestra religión fue sobrenatural y divino, pero si ese milagro fuese
una falsedad, todo el sistema cristiano descansaría sobre un fraude
estupendo. Con muchísima razón pudo Pablo escribir su enfática
declaración de 1 Cor. 15:14‑15. ( x ) (Y si Cristo no hubiese
resucitado y el cristianismo fuese un fraude inaudito, sin paralelo
tocaría a los racionalistas explicar varios hechos palpables y
de más difícil explicación que la resurrección de Cristo, entre ellos
los de que las mentalidades más grandes de todas las épocas, en
abrumadora mayoría. han creído en la verdad de nuestra religión y en
que muchísimos de los que mayores facilidades tuvieron para comprobar
si la resurrección tuvo lugar o no, murieron gozosos, ea crueles
martirios, por defender ese hecho como verdad.
Muchos escritores, tanto antiguos
como modernos se han tomado el trabajo de confeccionar (sedicentes)
Armonías de los Evangelios. Han adoptado diversos métodos para
explicar las varias discrepancias y de construir una narración
armoniosa uniendo los relatas de las cuatro historias distintas de la
vida de Cristo. En esta forma nos han suministrado muy valiosas
exposiciones, a la par que muchas soluciones de las discrepancias de
los evangelios. Pero en sus conatos para combinar los cuatro
evangelios tratando de darnos una narración continua y asentar,
positivamente, el orden cronológico de los acontecimientos, más bien
han obstaculizado que favorecido una comprensión satisfactoria de los
inapreciables registros. Con tal procedimiento se hace sufrir a esas
narraciones vívidas e independientes una prueba que sus autores nunca
tuvieron la intención de que soportaran y el procedimiento asume una
posición de juez que es, a un tiempo, anti‑científica e incorrecta.
Pero la mayoría de los armonistas más modernos admiten que no existió
en los evangelistas el propósito de componer un relato completo de la
vida y obras del Señor, y se admite, asimismo, que todos ellos, en
ocasiones, relatan algunas cosas sin consideración estricta al orden
cronológico.
Un estudio inteligente y
provechoso de los evangelios, requiere que se preste especial atención
a tres cosas: 1) Su origen; 2) el plan claro y el propósito de cada
evangelio; y 3) las características notables de los varios evangelios.
Estas consideraciones conduciendo, como lo hacen, a una comprensión
correcta de los registros evangélicos y a la solución de sus
divergencias, son, en realidad, otros tantos principios hermenéuticos
que pueden aplicarse en cualquier exposición seria de estos registros.
El más ligero examen de los cuatro
evangelios debe mostrar al observador crítico que no constituyen, en
ningún sentido correcto, historias formales. Evidentemente surgieron
de una fuente común, y todos concuerdan en registrar mayor o menor
número de porciones de la vida, palabras, obra, muerte y resurrección
de Jesucristo. Pero lo que no ha podido averiguarse, y ha motivado
mucha controversia, es si esa fuente común consistió en documentos
escritos o en tradiciones orales. "Sus trabajos parecen haber tomado
forma bajo la presión de necesidades que se presentaron y no por
deliberada idea de sus autores. En sus aspectos comunes parecen ser lo
que la historia más primitiva los declara ser, el sumario de la
predicación apostólica, el fundamento histórico de la Iglesia".
(Westcott).
Pero el conceder que la forma
primitiva de la narración del Evangelio hubiese sido oral, es cosa
que está lejos de determinar el origen,
particular de nuestros
actuales evangelios, y los críticos serios deben convenir en que,
dada la naturaleza del caso, en ausencia de evidencias suficientes
es imposible alcanzar una certidumbre absoluta. Y es de suma
importancia recordar que donde es imposible establecer certidumbre
absoluta acerca de un asunto dado deben evitarse las afirmaciones
dogmáticas y prestarse debida atención a toda suposición razonable
que parezca poder ayudar a dilucidar el problema. En ausencia de
testimonios externos, los evangelios mismos y otros libros del N. T.
es de esperar que surgieron las mejores indicaciones del origen y
propósito de cualquiera de los evangelios.
Ireneo da la siguiente explicación
acerca de los evangelios: "Mateo produjo entre las hebreos un
evangelio escrito mientras Pedro y Pablo estaban predicando en Roma y
colocando los cimientos de la iglesia. Después de la partida de éstos
Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también puso en nuestras
manos, en escritura, lo que Pedro había predicado. También Lucas, el
compañero de Pablo, registró en un libro el evangelio predicado por
éste. Después Juan, el discípulo del Señor, el que también se reclinó
sobre su pecho, igualmente publicó un evangelio durante su residencia
en Efeso, en Asia". Toda la historia antigua y las tradiciones
concuerdan, substancialmente, con esta declaración general de Irineo.
Considerando ahora, por ej., el
Evangelio según Mateo como designado, especialmente, para lectores
judíos, cuán natural resulta que él lo anuncie como el libro de la
generación de Jesucristo "hijo de David, hijo de Abraham".
Cuán de acuerdo con su propósito el describir el nacimiento de Jesús,
en días del rey Herodes, como el de uno nacido Rey de los judíos
y nacido en Belén, de acuerdo con los dichos de los profetas.
Nótese cómo nos presenta en una sola pieza 'bien conectada el
Sermón del Monte, cual si fuese una reedición de la antigua ley del
Sinaí, presentada en nueva y mejor forma. Igualmente hay que notar
cómo continúa la serie de milagros, en los capítulos VIII y IX, como
si se hiciera con el propósito de poner de manifiesto en forma bien
evidente el poder y autoridad divinos de este nuevo Legislador y Rey.
El llamamiento, la ordenación y el envío de los doce discípulos (cap.
X) era como la elección de una nueva Israel para reclamar las doce
tribus esparcidas. Las siete parábolas del cap. XIII, son una
revelación de los misterios del reino de los cielos, reino que él,
como el Cristo de Dios, estaba por establecer. Luego sigue un amplio
registro del conflicto entre este Rey de los judíos y los escribas y
fariseos, quienes esperaban otra clase de reino mesiánico (XIXXXIII).
El gran discurso apocalíptico de los capítulos XXIV y XXV revelan el
fin de aquella edad como en el futuro cercano y se halla en notable
analogía con el espíritu y formas de la profecía del A. T. El
registro de la última cena, la traición, la crucifixión y la
resurrección completan el cuadro del gran Profeta, Sacerdote y Rey.
Todo el libro, pues, tiene una unidad de propósito y de detalle
admirablemente adaptados para ser el evangelio para los Hebreos y para
mostrar a toda mente pensadora, en Israel, que Jesús era realmente el
Mesías de quien habían hablado los profetas. Además, en tanto que así
respira el espíritu hebreo por todos sus poros, tiene menos
explicaciones acerca de costumbres judías que los demás evangelios.
La armonía esencial, interna, de
los evangelios está robustecida por su propia diversidad. Estas
narraciones constituyen un cuádruple testimonio al Cristo de Dios. Así
como los filósofos con amplitud de miras, han podido hallar en las
características e historia nacionales de judíos griegos y romanos una
preparación providencial del mundo para el Evangelio, así también, en
los evangelios mismos puede verse, a su vez, un registro
providencial del Redentor del mundo maravillosamente adaptado por
múltiples formas de declaraciones para impresionar y convencer las
variadas mentalidades de los hombres. No debiéramos decir que Mateo
escribió sólo para los judíos, Marcos para los romanos y Lucas para
los griegos. Eso implicaría que cuando esas varias naciones dejaran de
ser, los evangelios ya no tendrían adaptación especial. Más bien
debiéramos tener en cuenta que, mientras los varios evangelios
tienen las mencionadas adaptaciones, posee también la capacidad,
divinamente ordenada, de hacer que el carácter de Jesús impresione en
forma sumamente poderosa toda clase de hombres. Los tipos de
mentalidad y de carácter representados por aquellas grandes razas
históricas están apareciendo de continuo y requieren perpetuamente el
múltiple testimonio de Jesús suministrado por los cuatro evangelistas.
Los cuatro son mejor que uno. Necesitamos el retrato viviente del
Príncipe de la casa David tal como lo presenta Mateo, pues él nos le
revela como el perfeccionador de la antigua economía, el cumplidor de
la ley y los profetas. Necesitamos el evangelio, más breve, del
poderoso Hijo de Dios, tal como lo presenta Marcos. Su estilo y giros
rápidos afectan a las multitudes más profundamente que un evangelio
tan imbuido con el espíritu del A. T. como el de Mateo. Por otra
parte, el Evangelio de Lucas abre ante nosotros la visión más amplia
del Hijo del hombre nacido, por supuesto, bajo la ley, pero nacido de
mujer, "luz para ser revelada a los gentiles", tanto como para la
gloria de Israel. ( Luc. 2:32) Lucas con mucha propiedad
rastrea la genealogía del Redentor lejos, hasta más allá de David y
aún más allá de Abraham, hasta Adán, hijo de Dios. ( Luc. 3: 38 ).
Este evangelio paulino nos da la incorporación viviente del Hombre
perfecto, el Amigo y Salvador de la humanidad desamparada impotente.
No solamente brinda el más noble de los ideales a la mente del griego;
siempre tendrá un encanto para todo Teófilo que tenga la disposición y
el deseo de conocer "la verdad de las cosas" (la inconmovible
certidumbre, ten as asfaleian, Luc. 14) de las cosas del
Evangelio. Y la obra de Juan suplementa notablemente la de los otros;
es, por excelencia, el Evangelio para la Iglesia de Dios. Es el
Evangelio del corazón de Jesús y del discípulo que se reclinó en su
seno y tan plenamente se saturó de la inspiración de aquel corazón
sagrado, y que fue el único de los doce que pudo escribir este
inimitable evangelio de la Palabra, la Luz, el Camino, la Verdad, la
Resurrección y la Vida.
En vista de las maravillosas
armonías y el objeto y propósitos ampliamente universales, manifiestos,
de los evangelios de nuestro Señor, cuán indigno es el escepticismo
que echa mano de sus pequeñas divergencias (que tienen explicaciones
suficientemente razonables) para exagerarlas, convirtiéndolas en
contradicciones con el objeto de desacreditar la fe en la palabra de
los evangelistas. ¿Por qué formar una montaña de perplejidades con el
hecho de que Mateo y Marcos, al hablar de los dos ladrones
crucificados con Jesús, digan que los dos le escarnecían, en tanto
que Lucas dice que uno le escarneció y fué censurado por el otro, el
cual oró al Señor y recibió la promesa del paraíso? ¿Acaso no es
posible que durante las varias horas de la crucifixión, pudieran
ocurrir las varias cosas, narrándolas un evangelista más
minuciosamente que los otros? Notase gran variedad en los diversos
relatos pero nadie, jamás, ha podido señalar verdaderas divergencias,
reales discrepancias, entre ellas. Careciendo nosotros de las
apariciones del Señor después de su resurrección de detalles
suficientes no nos será dado detallar exactamente el orden del curso
de aquellos acontecimientos pero cuando, mediante un número de
hipótesis, se demuestra que fue posible que ocurrieran todos los
hechos que los varios evangelistas relatan, la diversidad de relatos
se transforma en evidencia innegable de que todos ellos son verdaderos.
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