Capítulo
IV
La religión de Israel
El acampamiento en el monte tuvo un
propósito. En menos de un año, el pueblo de la
alianza con Dios se convirtió en
una nación. La alianza estableció con el Decálogo las leyes para una
vida santificada, la construcción del Tabernáculo, la organización del
Sacerdocio, la institución de las ofrendas y las observancias de las
fiestas y estaciones del año, todo lo cual capacitaba a Israel para
servir a Dios de una forma efectiva (Exodo 19:1 y Nums. 10:10).
LA religión de Israel
fue una religión revelada. Durante siglos, los israelitas habían
sabido que Dios hizo un pacto con Abraham, Isaac y Jacob, si bien
experimentalmente no habían sido conscientes de su poder y
manifestaciones hechas en su nombre. Dios realizó un propósito
deliberado con esta alianza al liberar a Israel del cautiverio egipcio
y de la esclavitud (Exodo 6:2-9). Y fue en el monte Sinaí, donde el
propio Dios se reveló así mismo al pueblo de Israel.
La experiencia de
Israel y la revelación de Dios en aquel acampamiento está registrada
en (Ex. 19 y hasta Lev. 27.)
El pacto
Habiendo estado en cautiverio y en
un entorno idolátrico, Israel a partir de entonces iba a ser un pueblo
totalmente devoto de Dios. Por un acto sin precedentes en la historia,
ni repetido desde entonces, quedó repentinamente cambiado desde una
situación de esclavitud a la de una nación libre e independiente. Allí,
en el Sinaí, sobre la base de su liberación, Dios hizo un pacto por el
que sería su nación sagrada.
Israel fue instruido para preparar
tres días para el establecimiento de esta alianza. A través de Moisés,
Dios reveló el Decálogo, otras leyes e instrucciones para la
observación de fiestas sagradas. Bajo el liderazgo de Aarón, dos de
sus hijos y setenta mayores, el pueblo adoró a Dios con ofrendas de
fuego y de paz. Tras de que Moisés hubo leído el libro de la alianza,
ellos respondieron aceptando sus términos. La aspersión de la sangre
sobre el altar y sobre el pueblo selló el acuerdo. Israel tuvo la
seguridad de que sería llevado a la tierra de Canaán a su debido
tiempo. La condición del pacto era la obediencia. Los miembros
individuales de la nación podían perder sus derechos a la alianza por
la desobediencia. Sobre las llanuras de Moab, Moisés condujo a los
israelitas a un público acto de renovación de todo aquello antes de su
muerte (Deut. 29:1).
El Decálogo
Las diez palabras o diez
mandamientos constituyen la introducción al pacto.
Los judíos difieren de Josefo al
utilizar Ex. 20:2 como el primer mandamiento y los versículos 3-6 como
el segundo. La división usada por los judíos desde los primeros siglos
del Cristianismo, coloca el versículo 2 aparte como el primer
mandamiento y combina los versículos 3-6 como el segundo. La
enumeración agustina difería ligeramente de la lista citada
anteriormente en que el noveno mandamiento se refiere a la avaricia y
el deseo hacia la esposa del prójimo, mientras que la propiedad estaba
agrupada bajo el décimo mandamiento, siguiendo el orden establecido en
el Deuteronomio.
Distribuyendo los diez
mandamientos en dos tablas, los judíos desde Filo hasta el presente,
las dividen en dos grupos de cinco cada una. Puesto que la primera
pentada es cuatro veces tan larga como la segunda, esta división puede
estar sujeta a discusión. Agustín asignó tres a la primera tabla y
siete a la segunda, comenzando la última con el mandamiento de honrar
padre y madre. Calvino y muchos otros, que siguieron la enumeración de
Josefo, utilizan la misma división en dos partes, con cuatro en la
primera tabla y seis en la segunda. Esta división en dos partes por
Agustín y Calvino, asigna todos los deberes hacia Dios en la primera
tabla. Los deberes hacia los hombres quedan consignados en la segunda.
Cuando Jesús redujo los diez mandamientos en dos en Mateo 22:34-40,
pudo haber aludido a tal división.
La característica distintiva del
decálogo es evidente en los primeros dos mandamientos. En Egipto eran
adorados muchos dioses. Las plagas habían sido dirigidas contra los
dioses egipcios. Los habitantes de Canaán también eran politeístas.
Israel iba a ser distinto y único como el propio pueblo de Dios,
caracterizado por una singular devoción a Dios y solo a Dios.
Consecuentemente, la idolatría era una de las peores ofensas en la
religión de Israel.
Dios entregó a Moisés la primera
copia del decálogo en el monte Sinaí. Moisés rompió aquellas tablas de
piedra sobre las cuales fueron escritos los diez mandamientos por el
dedo de Dios, cuando comprobó que su pueblo estaba rindiendo culto al
becerro de oro fundido. Tras de que Israel fuese debidamente castigado,
pero salvado de la aniquilación mediante la plegaria mtercesoria de
Moisés, Dios le ordenó que le proporcionase dos tablas de piedra
(Deut. 10:2, 4). Sobre tales tablas, Dios escribió una vez más el
decálogo. Aquellas tablas fueron más tarde colocadas en el Arca del
Pacto.
Las leyes para un vivir santo
La expansión de las leyes morales
y sus regulaciones adicionales para un Vivir santo, fueron instituidas
para guiar a los israelitas en su conducta como "pueblo santificado
por Dios" (Ex. 20-24; Lev. 11-26). La simple obediencia a esas leyes
morales, civiles y ceremoniales, les distinguirían de todas las
naciones que les circundaban.
Esas leyes para Israel pueden ser
entendidas mejor a la luz de las culturas contemporáneas de Egipto y
Canaán. El matrimonio entre hermano y hermana, que era cosa común en
Egipto, quedaba prohibido. Las regulaciones concernientes a la
maternidad y al nacimiento de los hijos, no solamente les recordaban
que el hombre es una criatura pecadora, sino que se erigía contra la
perversión sexual como contraste, contra la prostitución, y el
sacrificio de los niños asociado con sus ritos religiosos y con las
ceremonias de los cananeos. Las leyes del alimento purificado y las
restricciones concernientes al sacrificio de animales, tenían como
fin evitar que los israelitas se conformaran con las costumbres
egipcias, asociadas con rituales idolátricos. Los israelitas,
habiendo vivido y conservado frescas las memorias y recuerdos de la
esclavitud, debían ser instruidos en dejar algo para los pobres en
tiempo de las cosechas, proveer para los sin ayuda, honrar a los
ancianos, y rendir un constante ejemplo de justicia en todas sus
relaciones humanas. Conforme se disponía de un mayor conocimiento
relativo al medio religioso contemporáneo de Egipto y Canaán, es
verosímil que muchas de las restricciones para los israelitas
pareciesen más razonables a la mente moderna.
Las leyes morales eran permanentes,
pero muchas de las civiles y ceremoniales, eran temporales en
naturaleza. La ley que limitaba el sacrificio de animales para
alimento destinado al santuario central, fue abrogada cuando Israel
entró en Canaán (comparar Lev. 17 y Deut. 12:20-24).
El santuario
Hasta aquel tiempo, el altar había
sido el lugar del sacrificio y del culto. Una de las costumbres de
los patriarcas era que deberían erigir un altar allí donde fuesen.
Allá en el monte Sinaí, Moisés construyó un altar, con doce pilares
representando las dos tribus, sobre el cual los jóvenes de Israel
ofrecían sacrificios para la ratificación del pacto (Ex. 24:4 ss.). Un
"Tabernáculo de Reunión" que se menciona en Ex. 33, fue erigida "fuera
del campamento". Aquello servía temporalmente solo como el lugar de
reunión para todo Israel, pero también como el lugar de la divina
revelación. Puesto que ningún sacerdocio había sido organizado, Josué
fue el único ministro. Siguiendo inmediatamente la ratificación del
Pacto, Israel recibió la orden de construir un tabernáculo de tal
forma que Dios pudiese "habitar en medio de él" (Ex. 25:8). En
contraste con la proliferación de templos en Egipto, Israel tenía un
solo santuario. Los detalles se dan explícitamente en Ex. 25-40.
Bezaleel de la tribu de Judá fue
nombrado jefe responsable de la construcción. Trabajando junto a él,
estaba Aholiab de la tribu de Dan. Estos hombres estaban especialmente
insuflados con el "Espíritu de Dios" y "capacidad e inteligencia" para
supervisar el edificio del lugar del culto (Ex. 31,35-36).
Asistiéndoles, se encontraban muchos otros hombres que se hallaban
divinamente motivados y dotados con capacidad para llevar a cabo sus
tareas particulares. Los ofrecimientos por la libre voluntad del
pueblo suministraban material más que suficiente para el logro
propuesto.
El espacio cerrado destinado al
tabernáculo era comúnmente conocido y llamado el atrio (Ex.
27:9-18;38:9-20). Con un perímetro de 300 codos (14 metros) aquel
receptáculo estaba marcado por una cortina de fino lienzo retorcido
colgado sobre pilares de bronce con ganchos de plata. Aquellos pilares
eran de dos metros de altura y espaciados dos metros uno de otro. La
única entrada (de nueve metros de anchura) se encontraba al final de
la cara este.
La mitad oriental de este atrio
constituía el cuadrado de los adoradores. Allí, el israelita hizo sus
ofrendas en el altar del sacrificio (Ex. 27:1-8; 38:1-7). Este altar
de bronce (tres metros cuadrados y casi dos de altura) con cuernos en
cada esquina, fue construido con acacia recubierta de bronce. El altar
era portátil equipado con escalones y anillas. Más allá del altar
surgía la fuente (Ex. 30:17-21; 38:8, 40:30) que también fue
construido en bronce. Allí los sacerdotes se lavaban los pies en
preparación para su oficio en el altar de los sacrificios o en el
tabernáculo.
En la mitad occidental del atrio,
aparecía el tabernáculo propiamente dicho. Con una longitud de 13'50
mts. y una anchura de 4'80 mts., estaba dividido en dos partes. La
única entrada abierta hacia oriente, daba acceso al lugar sagrado de
nueve mts. de largura, accesible a los sacerdotes. Más allá el velo
era el Lugar Santísimo (4'5 x 4'5 mts.) donde el Sumo Sacerdote tenía
permiso para entrar en el Día de la Expiación.
El tabernáculo en sí mismo estaba
hecho de 48 tablas de 4'5 mts. de altura y casi 70 cms. de ancho, con
20 a cada lado y ocho en el extremo occidental. Hecho todo ello con
madera de acacia sobrecubierta de oro (Ex. 26:1-37; 36:20-38), las
planchas quedaban sujetas por medio de barras y encastres de plata. El
techo consistía en una cortina de fino lienzo retorcido en colores
azul, púrpura y carmesí con figuras de querubines. La cubierta externa
principal estaba fabricada con pelo fino de cabra, que servía como
protección para el lienzo. Dos cubiertas más, una hecha con pieles de
carnero y otra de pieles de tejones, tenían como finalidad proteger
las dos primeras. Dos velos del mismo material de la primera cubierta
eran usados para los lados oriental y occidental del tabernáculo y
también para la entrada del lugar santo. La exacta construcción del
tabernáculo no puede ser determinada, sin embargo, puesto que no se
suministran detalles en el relato escriturístico.
En el lugar santo había colocadas
tres piezas de mobiliario: la mesa de los panes de la proposición al
norte, el candelero de oro hacia el sur y el altar del incienso ante
el velo separando el lugar santo del lugar santísimo (Ex. 40:22-28).
La mesa de los panes de la
proposición estaba hecha de acacia, recubierta de oro puro teniendo
alrededor una cornisa también de oro, rodeada con un reborde de un
palmo coronado todo ello de oro. Se hicieron cuatro anillas de oro
para los cuatro pies en sus ángulos. Los anillos están por debajo de
la cornisa para pasar por ellos las barras con que tenía que ser
llevada (Ex. 25:23-30; 37:10-16). Además, platos, cucharas, copas y
tazas para las liberaciones, todo de oro puro. Sobre la mesa se
pusieron cada sábado doce panes para la proposición, que fueron
comidos por los sacerdotes (Lev. 24:5-9).
El candelero de oro puro todo él
en su base y en su tallo era trabajado a cincel (Ex. 25:31-39;
37:17-24). La forma y medidas del pedestal aparecen inciertas. De sus
lados salían seis brazos, tres de un lado y tres del otro. Tres copas
en forma de flor de almendro con un capullo y una flor en un brazo y
otras tres copas de la misma forma en el otro. El tallo del candelabro
tenía también cuatro copas en forma de almendro en flor con sus
capullos y sus flores. Un capullo bajo los dos primeros brazos que
salen del candelabro, otro bajo los otros dos y un tercero bajo los
dos últimos que arrancaban también del candelabro. El conjunto de
capullos y brazos formaba una sola pieza con el candelabro. Todo en
oro puro trabajado a cincel. Cada tarde los sacerdotes llenaban las
lámparas con aceite de oliva suministrado por los israelitas, para
proveer de luz durante toda la noche (Ex. 27: 20-21; 30:7-8).
El altar dorado, primeramente
usado para la quema del incienso, quedaba en el lugar santo ante la
entrada en el lugar santísimo. Hecho de acacia recubierta de oro, este
altar tenía casi un metro de altura y 46 cms. cuadrados. Tenía un
reborde de oro alrededor de la parte superior y un cuerno y un anillo
sobre cada esquina, de forma que pudiera ser convenientemente
transportado con varas (Ex. 30:1-10, 28, 34-37). Cada mañana y cada
tarde al llegar los sacerdotes al candelabro, quemaban incienso
utilizando fuego procedente del altar de bronce.
El arca del pacto o testimonio era
el objeto más sagrado en la región de Israel. Esta, y solamente esta,
tenía su sitio especial en el lugar santísimo. Hecho de madera de
acacia recubierta de oro puro por dentro y por fuera, este cofre tenía
1'15 mts., de largo con una profundidad y anchura de setenta
centímetros (Ex. 25:10-22; 37:1-9). Con anillos de oro y varas en cada
lado, los sacerdotes podían fácilmente transportarla. La cubierta del
arca era llamada el propiciatorio. Dos querubines de oro permanecían
sobre la tapa de frente uno respecto del otro con sus alas cubriendo
el centro del propiciatorio. Este lugar representaba la presencia de
Dios. A diferencia de los paganos, no existía ningún objeto material
para representar al Dios de Israel en el espacio que mediaba ente los
querubines. El Decálogo claramente prohibía ninguna imagen o
semejanza de Dios. No obstante, este propiciatorio era el lugar donde
Dios y el hombre se encontraban (Ex. 30:6), donde Dios hablaba al
hombre (Ex. 25:22; Núm. 7:89), y donde el sumo sacerdote aparecía en
el día de la expiación para rociar la sangre para la nación de Israel
(Lev. 16:14). Dentro del arca propiamente dicha, estaba depositado el
Decálogo (Ex. 25:21; 31:18; Deut. 10:3-5), un frasco de maná (Ex.
16:32-34), y la vara de Aarón que floreció (Núm. 17:10). Antes de que
Israel entrase en Canaán, el libro de la Ley fue colocado cerca del
Arca (Deut. 31:26).
El sacerdocio
Anterior a los tiempos de Moisés
las ofrendas eran usualmente hechas por el cabeza de una familia, que
oficialmente representaba a su familia en el reconocimiento y la
adoración de Dios. Excepto por la referencia de Melquisedec como
sacerdote de Dios en Gen. 14:18, no se menciona oficialmente el
oficio o cargo de sacerdote. Pero ya que Israel había sido redimido de
Egipto, el oficio del sacerdote se hizo de una significante
importancia.
Dios deseó que Israel fuese una
nación santa (Ex. 19:6). Para una ministración adecuada y una
adoración y culto efectivos, Dios designó a Aarón para servir como
sumo sacerdote durante la permanencia de Israel en el desierto.
Asistiéndole, estaban sus cuatro hijos: Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar.
Los dos primeros fueron más tarde castigados en juicio por llevar
fuego no sagrado al interior del tabernáculo (Lev. 8:10; Núm. 10:2-4).
En virtud de haber escapado a la muerte en Egipto, el primogénito de
cada familia pertenecía a Dios. Elegidos como sustitutos por hijo
mayor en cada familia, los levitas auxiliaban a los sacerdotes en su
ministerio (Núm. 3:5-13; 8:17). En esta forma, la totalidad de la
nación estaba representada en el ministerio sacerdotal.
Las funciones de los sacerdotes
eran varias. Su primera responsabilidad era mediar entre Dios y el
hombre. Oficiando en las ofrendas prescritas, ellos conducían al
pueblo asegurándoles la expiación por el pecado (Ex. 28: 1-43; Lev.
16:1-34). El discernimiento de la voluntad de Dios para el pueblo era
la más solemne obligación (Núm. 27:21; Deut. 33:8). Siendo custodios
de la ley, también estaban comisionados para instruir al laicado. El
cuidado y la administración del tabernáculo también estaba bajo su
jurisdicción. Consecuentemente, los levitas estaban asignados para
asistir a los sacerdotes en la ejecución de las muchas
responsabilidades asignadas a ellos.
La santidad de los sacerdotes es
aparente en los requerimientos para un vivir santo, al igual que en
los prerrequisitos para el servicio (Lev. 21:1-22:10). La ejemplaridad
en la conducta era especialmente aplicada por los sacerdotes como
obligación de tener un especial cuidado en cuestiones de matrimonio y
de disciplina de la familia. Mientras que las taras físicas les
excluían permanentemente del servicio sacerdotal, la falta de limpieza
ceremonial resultante de la lepra, o de contactos prohibidos, les
descalificaba temporalmente del ministerio. Las costumbres paganas, la
profanación de las cosas sagradas, y la contaminación, eran cosas que
tenían que ser evitadas por los sacerdotes en todas las ocasiones.
Para el sumo sacerdote las restricciones eran todavía mucho más
exigentes (Lev. 21:1-15).
La santidad peculiar para los
sacerdotes también estaba indicada por los ornamentos que tenían
instrucciones de vestir. Hechos de materiales escogidos y de la mejor
labor artesana, tales vestiduras adornaban a los sacerdotes en
belleza y en dignidad. El sacerdote vestía una túnica, un cinturón,
una tiara, y unos calzoncillos, todo ello fabricado con lino fino (Ex.
28:40-43; 39:27-29). La túnica era larga, sin costuras y con mangas de
lino fino, que le llegaban casi hasta los pies. El cinturón, aunque no
está descrito en particular, se ponía por encima de la túnica. De
acuerdo con Ex. 39:29, el azul, la púrpura y el escarlata, eran
trabajados en el hilo blanco del cinturón con aguja, correspondiendo a
los materiales y colores utilizados en el velo y ornamentos del
tabernáculo. El manto del sacerdote terminaba con un casquete plano,
en forma de bonete. Bajo la túnica tenía que usar calzoncillos de hilo
fino cuando entraba en el santuario (Ex. 28:42).
El sumo sacerdote se distinguía
por ornamentos adicionales que consistían en una túnica bordada, un
efod, un pectoral y una mitra para la cabeza (Ex. 28:4-39). El vestido,
que se extendía desde el cuello hasta por debajo de las rodillas, era
azul y muy liso, excepto por unas granadas y campanillas adheridas al
fondo. El primero, de color azul, púrpura o escarlata, tenía un
propósito ornamental. Las campanillas, hechas en oro, estaban
diseñadas para conducir a la congregación que esperaba en cualquier
momento, la entrada del sumo sacerdote en el lugar santísimo, en el
día de la expiación.
El efod consistía en dos piezas de
hilo hecho de oro, azul, púrpura y escarlata, unidas entre sí con
tiras en los hombros. En las caderas una pieza extendida en forma de
banda en la cintura sostenía a ambas en su lugar. Sobre cada pieza de
los hombros del efod, el sumo sacerdote vestía una piedra preciosa con
los nombres de seis tribus grabadas por el orden de su nacimiento.
Para hacer la cuenta igual, los levitas eran omitidos, puesto que
ellos asistían a los sacerdotes, o posiblemente José contaba por
Efraín y Manases. En esta forma, el sumo sacerdote representaba la
totalidad de la nación de Israel en su ministerio de mediación.
Adornando el efod, llevaba dos bordes dorados y dos pequeñas cadenas
de oro puro.
En el pectoral, una especie de
bolsa cuadrada, de 25 cms., se hallaba el más lujoso, magnífico y
misterioso complemento del vestido del sumo sacerdote. Cadenas de oro
puro lo eslabonaban a la tira del hombro del efod. El fondo estaba
atado con encaje azul a la banda de la cintura. Todo de piedras
grabadas con los nombres tribales, estaban montadas en oro sobre la
plancha pectoral, sirviendo como un visible recordatorio de que el
sacerdote representaba a la nación ante Dios. El Urim y el Tumim, que
significaban "luces" y "perfección" estaban situados en el pliegue de
la citada plancha del pecho (Ex. 28:30, Lev. 8:8). Se conoce poco
respecto a su función o del procedimiento prescrito del sacerdote
oficiante; pero el hecho importante permanece, aquello proveía un
medio de discernir la voluntad de Dios.
Igualmente significativo era la
vestidura de la cabeza o turbante del sumo sacerdote. Extendido por
toda la frente y adherido al turbante, llevaba una lámina de oro puro
sobre la cual se hallaba escrito "Santidad al Señor". Ello constituía
un permanente recordatorio de que la santidad es la esencia de la
naturaleza de Dios. Mediante un precepto expiatorio, el sumo sacerdote
presentaba a su pueblo como santo ante Dios. Por medio de los sagrados
ornamentos el sumo sacerdote, lo mismo que los sacerdotes ordinarios,
manifestaba, no solamente la gloria de este ministerio de mediación
entre Dios e Israel, sino también la belleza en el culto por la mezcla
del colorido de la ornamentación corporal con el santuario.
En una elaborada ceremonia de
consagración, los sacerdotes estaban colocados aparte para su
ministerio (Ex. 29:1-37; 40:12-15; Lev. 8:1-36). Tras un lavatorio con
agua, Aarón y sus hijos eran vestidos con los ornamentos sacerdotales
y ungidos con aceite. Con Moisés oficiando como mediador, se ofrecía
un buey joven como ofrenda para el pecado, no solamente para Aarón y
sus. hijos, sino para la purificación del altar de los pecados
asociados con su servicio. Esto solía ir seguido por un holocausto en
donde se sacrificaba un morueco de acuerdo con el ritual usual. Otros
de estos animales era entonces presentado como ofrenda de paz en una
ceremonia especial. Moisés aplicaba la sangre al dedo pulgar derecho,
la oreja derecha y el dedo gordo del pie derecho de cada sacerdote.
Después tomaba la grasa, la pierna derecha y tres trozos de repostería,
que eran normalmente distribuidos al sacerdote oficiante y los
presentaba a Aarón y a sus hijos, quienes hacían con ellos ciertos
signos y movimientos antes de ser consumido sobre el altar. Tras ser
presentado como ofrenda, la pechuga era hervida y comida por Moisés y
los sacerdotes. Precediendo a esta comida sacrificial, Moisés rociaba
el aceite de los ungüentos y la sangre sobre los sacerdotes y sus
vestiduras. Esta impresionante ceremonia de ordenación era repetida
cada uno de siete días sucesivos, santificando los sacerdotes para su
ministerio en el tabernáculo. En esta forma la totalidad de la
congregación se hacía consciente de la santidad de Dios cuando el
pueblo llegaba hasta los sacerdotes con sus ofrendas.
Las ofrendas
Las leyes sacrifícales e
instrucciones dadas en el Monte Sinaí, no implicaban la ausencia de
las ofrendas anteriormente a este tiempo. Si puede o no ser discutida
la cuestión de las varias clases de ofrendas en el sentido de fuesen
claramente distinguidas y conocidas por los israelitas, la práctica de
hacer sacrificios era indudablemente familiar, de cuanto se deduce de
lo registrado acerca de Caín, Abel, Noé y los patriarcas. Cuando
Moisés apeló al Faraón para dejar en libertad al pueblo de Israel, ya
había anticipado las ofrendas y sacrificios haciéndolo así antes de su
partida de Egipto (Ex. 5:1-3; 18:12, y 24:5).
Ahora que Israel era una nación
libre y en relación de alianza con Dios, se dieron instrucciones
específicas que concernían a las varias clases de ofrendas.
Llevándolas como estaban prescritas, los israelitas tenían la
oportunidad de servir a Dios de manera aceptable (Lev. 1-7).
Cuatro clases de ofrendas
implicaban el esparcir de la sangre: la ofrenda que tenía que ser
quemada, la ofrenda de la paz, la ofrenda del pecado y la ofrenda de
culpa. Los animales estimados como aceptables para el sacrificio eran
animales limpios de manchas cuya carne podía ser comida, tales como
corderos, cabras, bueyes o vacas, viejos o jóvenes. En caso de extrema
pobreza estaba permitida la ofrenda de una paloma o un pichón.
Las reglas generales para hacer el
sacrificio eran como sigue:
1. Presentación del animal en el
altar
2. La mano del oferente se
colocaba sobre la víctima
3. La muerte del animal
4. El rociado de la sangre sobre
el altar
5. Quemar el sacrificio
Cuando un sacrificio era ofrecido
para la nación, oficiaba el sacerdote. Cuando un individuo sacrificaba
por sí mismo, llevaba al animal, colocaba su mano sobre él y lo mataba.
El sacerdote, entonces, rociaba la sangre y quemaba el sacrificio. El
que ofrecía, no podía comer la carne del sacrificio excepto en el caso
de una ofrenda de paz. Cuando se producían varios sacrificios al mismo
tiempo, la ofrenda del pecado precedía al holocausto y a la ofrenda de
paz.
Holocausto
La característica distintiva
respecto al holocausto, era el hecho de que la totalidad del
sacrificio era consumido sobre el altar (Lev. 1:5-17; 6:8-13). No
estaba excluida la expiación, puesto que ésta era parte de todo
sacrificio de sangre. La completa consagración del oferante a Dios
quedaba significada por la consunción de la totalidad del sacrificio.
Tal vez Pablo hacía referencia a esta ofrenda en su llamamiento para
la completa consagración (Rom. 12:1). Israel tenía ordenado el
mantener una continua ofrenda de fuego día y noche, por medio de ese
fuego sobre el altar de bronce. Se ofrecía un cordero cada mañana y
cada tarde, y de ahí el recordatorio de Israel de su devoción hacia
Dios (Ex. 29:38-42; Núm. 28:3-8).
La ofrenda de paz
La ofrenda de paz era totalmente
voluntaria. Aunque la representación y la expiación estaban incluidas,
la característica primaria de esta ofrenda era la comida sacrificial
(Lev. 3:1-17; 7:11-34; 19:5-8; 22:21-25). Esto representaba una
comunicación viviente y una camaradería y amistad entre el hombre y
Dios. Se permitía a la familia y a los amigos unirse al oferente en
esta comida sacrificial (Deut. 12:6-7, 17-18). Puesto que era un
sacrificio voluntario, cualquier animal, excepto un ave, resultaba
aceptable, sin tener en cuenta la edad o el sexo. Tras la muerte de la
víctima y el rociado de sangre para hacer expiación por el pecado, la
grasa del animal era quemada sobre el altar. A través de los ritos de
los movimientos de las manos del oferente, que sostenía el muslo y el
pecho, el sacerdote oficiante dedicaba estas porciones del animal a
Dios. El resto de la ofrenda servía como fiesta para el oferente y sus
huéspedes invitados. Esta alegre camaradería significaba el lazo de
amistad entre Dios y el hombre.
Existían tres clases de ofrendas
de paz. Aquellas variaban con la motivación del oferente. Cuando el
sacrificio se hacía en reconocimiento de una bendición inesperada o
inmerecida, se llamaba ofrenda de acción de gracias. Si la ofrenda se
hacía en pago de un voto o promesa, se le llamaba ofrenda votiva. Si
la ofrenda tenía como motivo una expresión de amor a Dios, se le daba
el nombre de ofrenda voluntaria. Cada una de tales ofrendas era
acompañada por una comida de ofrenda prescrita. La ofrenda de gracias
duraba un día, mientras que las otras dos se extendían a dos, con la
condición de que cualquier cosa que quedase tenía que ser consumida
por el fuego al tercer día. En esta forma, el israelita gozaba del
privilegio de entrar en el gozo práctico de su relación de alianza con
Dios.
La ofrenda por el pecado
Los pecados de ignorancia
cometidos inadvertidamente, requerían una ofrenda (Lev. 4:1-35;
6:24-30). La violación de la negativa de órdenes punibles por excisión
podía ser rectificada por un sacrificio prescrito. Aunque Dios tenía
solo una pauta de moralidad, la ofrenda variaba con la
responsabilidad del individuo. Ningún caudillo religioso o civil era
tan prominente que su pecado fuese condenado, ni ningún hombre tan
insignificante que su pecado pudiera ser ignorado. Existía una
gradación en las ofrendas requeridas: un becerro para el sumo
sacerdote o para la congregación, un macho cabrío para un gobernante,
una cabra para un ciudadano privado. El ritual variaba también. Para
el sacerdote o la congregación, la sangre era rociada siete veces ante
la entrada del lugar santísimo. Para el gobernante y el laico, la
sangre era aplicada a los cuernos del altar. Puesto que era una
ofrenda de expiación, la parte culpable carecía del derecho de comer
la carne del animal, en ninguna de sus partes. Consecuentemente, este
sacrificio o bien era consumido sobre el altar o quemado al exterior,
en el campo, con una excepción: el sacerdote recibía una porción
cuando oficiaba en nombre de un gobernante o seglar.
La ofrenda por el pecado era
requerida también para pecados específicos, tales como rehusar el
testificar, la profanación del ceremonial o un juramento en falso
(Lev. 5:1-13). Incluso aunque esta clase de pecados podían ser
considerados como intencionales, no representaban un desafío calculado
a Dios castigado por la muerte (Núm. 15:27-31). La expiación alcanzaba
a cualquier pecado arrepentido, sin tener en cuenta su situación
económica. Si no podía ofrecer una oveja o una cabra, podía
sustituirlas por una tórtola o una paloma. En casos de extrema pobreza,
incluso una pequeña porción de harina de flor fina — el equivalente de
una ración diaria de alimento — aseguraba a la parte culpable la
aceptación por parte de Dios. (Para otras ocasiones que requieran una
ofrenda del pecado, ver Lev. 12:6-8; 14:19-31; 15: 25-30; y Núm.
6:10-14).
La ofrenda de expiación
Los derechos legales de una
persona y de su propiedad, en situación que implicase a Dios al igual
que a un amigo, estaban claramente establecidos en los requerimientos
por las ofrendas de la trasgresión (Lev. 5:14-6:7; 7:1-7). El fallo en
el reconocimiento de Dios al descuidar el llevarle los primeros frutos,
el diezmo, u otras ofrendas requeridas, necesitaba no solamente la
restitución, sino también un sacrificio. Además, era preciso pagar
seis quintos de las deudas requeridas, y el ofensor también
sacrificaba un carnero con objeto de obtener con ello el perdón. Este
costoso sacrificio le recordaba el precio del pecado. Cuando la mala
acción era cometida contra un amigo, el quinto era también preciso
para hacer la pertinente enmienda. Si la restitución no podía ser
hecha para el ofendido o un pariente cercano, estas reparaciones eran
pagadas al sacerdote (Núm. 5:5-10). El infringir de los derechos de
otras personas, también representaba una ofensa contra Dios. Por tanto,
era necesario un sacrificio.
La ofrenda del grano
Esta es la única ofrenda que no
implicaba la vida de un animal, sino que consistía primariamente en
los productos de la tierra, que representaban los frutos del trabajo
del hombre (Lev. 2:1-16; 6:14-23). Esta ofrenda podía ser presentada
en tres diferentes formas, siempre mezcladas con aceite, incienso y
sal, pero sin levadura ni miel. Si una ofrenda consistía en tos
primeros frutos, las espigas del nuevo grano eran quemadas en el fuego.
ras de moler el grano, podía presentarse al sacerdote como harina fina
o pan sin levadura, tartas o bien en forma de obleas preparadas en el
horno.
Parece que una parte de estas
ofrendas eran acompañadas de una proporcionada cantidad de vino para
sus libaciones (Ex. 29:40; Lev. 23:13; Núm. 15:5,10). Una justificable
inferencia es que la ofrenda del grano, no era nunca llevada sola.
Primeramente existía el acompañamiento de las ofrendas de paz y del
fuego. Para estas dos parecía ser el necesario y adecuado suplemento (Núm.
15:1-13). Tal era el caso de la ofrenda diaria del fuego (Lev.
6:14-23; Núm. 4:16). La totalidad de la ofrenda era consumida cuando
estaba ofrecida por el sacerdote para la congregación. En el caso de
una ofrenda individual, el sacerdote oficiante presentaba sólo un
puñado ante el altar del holocausto y retenía el resto para el
tabernáculo. Ni en la ofrenda misma ni en el ritual, hay alguna
sugerencia de que proveía expiación por el pecado. Por medio de estas
ofrendas, los israelitas presentaban los frutos de su trabajo,
significando así la dedicación de sus regalos a Dios.
Las fiestas y estaciones
Por medio de las fiestas y
estaciones designadas, los israelitas recordaban constantemente que
ellos eran el pueblo de Dios. En el pacto con Israel, que este
ratificó en el Monte Sinaí, la fiel observancia de los períodos
establecidos era una parte del compromiso adquirido (Ex. 20-24).
El Sabbath
Lo primero, y muy principalmente,
era la observancia del Sabbath. Aunque el período de siete días queda
referido en el Génesis, el sábado (día de reposo) está primeramente
mencionado en Ex. 16:23-30. En el Decálogo (Ex. 20:8-11), los
israelitas tienen que "acordarse del día de reposo" indicando que
este no era el principio de su observancia. Para descansar o cesar de
sus trabajos, los israelitas recordaban que Dios descansó de su obra
creativa en el séptimo día. La observancia del sábado era un
recordatorio de que Dios había redimido a Israel del cautiverio
egipcio y santificado como su pueblo santo (Ex. 31:13; Deut. 5:12-15).
Habiendo sido liberado del cautiverio y la servidumbre, Israel
disponía de un día de cada semana para dedicarlo a Dios, que
indudablemente no hubiera sido posible mientras que el pueblo había
servido a sus amos egipcios. Incluso sus sirvientes estaban incluidos
en la observancia del día de reposo. Se prescribía un castigo extremo
para cualquiera que deliberadamente despreciaba el sábado (Ex. 35:3;
Núm. 15:32-36). Mientras que el sacrificio diario para Israel era un
cordero, en el sábado se ofrecían dos (Núm. 28:9,19). Este era también
el día en que doce tortas de pan eran colocadas sobre la mesa en el
lugar santo (Lev. 24:5-8).
La luna nueva y la fiesta de
las trompetas
El sonido de las trompetas
proclamaban oficialmente el comienzo de un nuevo mes (Núm. 10:10). Se
observaba también la luna nueva sacrificando ofrendas al pecado y al
fuego, con provisiones apropiadas de carne y bebida (Núm. 28:11-15).
El mes séptimo, con el día de la expiación y la fiesta de las semanas,
marcaba el clímax del año religioso, o el fin del año (Ex. 34:22). En
el primer día de este mes de la luna nueva, era designado como el de
la fiesta de las trompetas y se presentaban ofrendas adicionales (Lev.
23:23-25; Núm. 29:1-6). Este también era comienzo del año civil.
El año sabático
Íntimamente relacionado con el
sábado, estaba el año sabático, aplicable a los israelitas cuando
entraron en Canaán (Ex. 23:10-11; Lev. 25:1-7). Observándolo como un
año festivo para la tierra, dejaban los campos sin cultivar, el grano
sin sembrar y las viñas sin cuidados cada siete años. Cualquier cosa
que recogiesen en dicho año tenía que ser compartido por los
propietarios, los sirvientes y los extraños, al igual que las bestias.
Los que tenían créditos a su favor, tenían instrucciones de cancelar
las deudas en que hubiesen incurrido los pobres durante los seis años
precedentes (Deut. 15:1-11). Puesto que los esclavos eran liberados
cada seis años, probablemente tal año era también el año de su
emancipación (Ex. 21:2-6; Deut. 15:12-18). De esta forma, los
israelitas recordaban su liberación del cautiverio egipcio.
Las instrucciones mosaicas también
preveían para la lectura pública de la ley (Deut. 31:10-31). En esta
forma, el año sabático tuvo su específica significación para jóvenes y
viejos, para los amos y sus sirvientes.
Año de júbilo
Después de la observancia del año
sabático, llegaba el año del jubileo. Se anunciaba por el clamor de
las trompetas en el décimo día de Tishri, el mes séptimo. De acuerdo
con las instrucciones dadas en Lev. 25:8-55, este marcaba un año de
libertad en el cual la herencia de la familia era restaurada a
aquellos que habían tenido la desgracia de perderla, los esclavos
hebreos eran puestos en libertad y la tierra era dejada sin cultivar.
En la posesión de la tierra el
israelita reconocía a Dios como el verdadero propietario de ella.
Consecuentemente tenía que ser guardada por la familia y pasaba como
si fuese una herencia. En caso de necesidad, podían venderse sólo el
derecho a los productos de la tierra. Puesto que cada cincuenta años
esta tierra revertía a su propietario original, el precio estaba
directamente relacionado con el número de año que se mantenía antes
del año del jubileo. En cualquier momento, durante este período, la
tierra estaba sujeta a rendición, por el propietario o un pariente
próximo. Las casas existentes en las ciudades amuralladas, excepto en
las ciudades levíticas, no estaban incluidas bajo tales principios
del año del jubileo.
Los esclavos eran dejados en
libertad durante este año, sin tener en cuenta la duración de su
servicio. Seis años era el período máximo de servidumbre para
cualquier esclavo hebreo sin la opción de la libertad (Ex. 21:1). En
consecuencia, no podía quedar reducido a la condición de perpetuo
estado de esclavitud, aunque pudiese considerarlo necesario el
venderlo a otro como sirviente alquilado, cuando financieramente
fuese preciso. Incluso los esclavos no hebreos no podían ser
considerados como de propiedad absoluta. La muerte como resultado de
la crueldad por parte de su amo, estaba sujeta a castigo (Ex.
21:20-21). En caso de evidentes malos tratos personales, un esclavo
podía reclamar su libertad (Ex. 21:26-27). Por el periódico sistema de
dejar en libertad a los hebreos esclavos y la demostración de amor y
amabilidad a los extranjeros en la tierra (Lev. 19:33-34), los
israelitas recordaban que ellos también habían sido esclavos en la
tierra de Egipto.
Incluso cuando el año del jubileo
era seguido por el año sabático, los israelitas no tenían permiso para
cultivar el suelo durante este período. Dios les había prometido que
recibirían tal abundante cosecha en el sexto año que tendrían
suficiente para el séptimo y el octavo años siguientes, que eran
tiempo para el descanso de la tierra. De este modo, los israelitas
recordaban también que la tierra que poseían al igual que las
cosechas que de ellas recibían, era un regalo de Dios.
Fiestas anuales
Las tres observaciones anuales
celebradas como fiestas, eran: (1) La pascua y fiesta de los panes sin
levadura, (2) la fiesta de las semanas, primicias o siega, (3) la
fiesta de los tabernáculos o cosecha. Tenían tal significación estas
fiestas que todos los israelitas varones eran requeridos para su
debida atención y celebración (Ex. 23:14-17).
La pascua y la fiesta de los
panes sin levadura
Históricamente, la pascua fue
primeramente observada en Egipto cuando las familias de Israel fueron
excluidas de la muerte del primogénito, matando el cordero pascual
(Ex. 12:1-13:10). El cordero era escogido en el décimo día del mes de
Abib y matado en el décimo cuarto. Durante los siete días siguientes
solo podía comerse los panes sin levadura. Este mes de Abib, más tarde
conocido por Nisán, era designado como "el principio de los meses" o
el principio del año religioso (Ex. 12:2). La segunda pascua era
observada en el décimo cuarto día de Abib un año después de que los
israelitas abandonasen Egipto (Núm. 9:1-5). Ya que ninguna persona
incircuncisa podía compartir la pascua (Ex. 12:48), Israel no observó
este festival durante el tiempo en su peregrinación por el desierto
(Jos. 5:6). No fue sino hasta que el pueblo entró en Canaán, cuarenta
años después de dejar la tierra de Egipto en que se observó la tercera
pascua.
El propósito de la observancia de
la pascua, era el recordar a los israelitas anualmente la milagrosa
intervención de Dios en su favor (Ex. 13: 3-4; 34:18; Deut. 16:1).
Ello marcaba la inauguración del año religioso.
El ritual de la pascua sufrió
indudablemente algunos cambios de su primitiva observancia, cuando
Israel no tenía sacerdotes ni tabernáculo. Los ritos de carácter
temporal eran: el sacrificio de un cordero por el cabeza de cada
familia, el rociado de la sangre en las puertas y dinteles y
posiblemente también, la forma en que compartían el cordero. Con el
establecimiento del tabernáculo, Israel disponía de un santuario
central en donde los hombres tenían que congregarse tres veces al año
comenzando con la estación de la pascua (Ex. 23:17; Deut. 16:13). Los
días quince y veinticinco eran días de sagrada convocación. En toda la
semana, sólo podía comerse por los israelitas el pan sin levadura.
Puesto que la pascua era el principal acontecimiento de la semana, a
los peregrinos se les permitía volver a casa a la mañana siguiente de
esta fiesta (Deut. 16:7). Mientras tanto, durante toda la semana se
hacían ofrendas adicionales diarias para la nación, consistentes en
dos becerros, un carnero y siete corderos machos para una ofrenda de
fuego, con la comida de ofrenda prescrita y un macho cabrío para una
ofrenda de pecado (Núm. 28:19-23; Lev. 23:8). Acompañando el ritual en
el cual el sacerdote movía la gavilla ante el Señor, estaba la
presentación de una ofrenda de fuego consistente en un cordero macho
además de una comida de ofrenda de flor de harina mezclada con aceite
y una ofrenda de vino. Ningún grano tenía que ser usado de la nueva
cosecha hasta el público reconocimiento que tenía que ser hecho como
materiales de bendición que procedían de Dios. Por consiguiente, en
la observancia de la semana de la pascua, los israelitas eran no
solamente conscientes de su histórica liberación de Egipto, sino
también reconocían la bendición de Dios que era continuamente evidente
en provisiones materiales.
Tan significante era la
celebración de la pascua, que su especial provisión era hecha para
aquellos que estaban incapacitados para participar en el tiempo
señalado y observarla un mes más tarde (Núm. 9:9-12). Cualquiera que
rehusara observar la pascua quedaba reducido al ostracismo en Israel.
Incluso el extranjero era bienvenido para participar en aquella
celebración anual (Núm. 9:13-14).
Así, la pascua era la más
significativa de todas las fiestas y observaciones en Israel.
Conmemoraba el más grande de todos los milagros que el Señor había
puesto en evidencia en favor del pueblo de Israel. Esto se halla
indicado por muchas referencias en los Salmos y en los libros
profetices. Aunque la pascua era observada en el tabernáculo, cada
familia tenía un vivísimo recuerdo de su significación, comiendo los
panes sin levadura. No había ningún israelita exceptuado de su
participación en ella. Esto servía como un recordatorio anual de que
Israel era la nación elegida de Dios.
Fiesta de las semanas
Mientras que la pascua y la fiesta
del pan sin levadura era observada al comienzo de la cosecha de la
cebada, la fiesta de las semanas tenía lugar cincuenta días más tarde,
tras la cosecha del trigo (Deut. 16:9). Aunque era una ocasión
verdaderamente importante, la fiesta era observada solamente un día.
En este día de descanso, se presentaba una comida especial y una
ofrenda consistente en dos hogazas de pan con levadura que se
presentaba al Señor para el tabernáculo, significando con ello que el
pan de cada día era proporcionado por obra del Señor (Lev. 23:15-20).
Los sacrificios prescritos eran presentados con esta ofrenda. En esta
alegre ocasión, el israelita no olvidaba nunca al menos afortunado,
dejando alimentos en los campos para los pobres y los necesitados.
La fiesta de los tabernáculos
El último festival anual era la
fiesta de los tabernáculos4, un período de siete días durante el cual
los israelitas vivían en tiendas (Ex. 23:16; 34: 22; Lev. 23:40-41).
Esta fiesta no sólo marcaba el fin de la estación de las cosechas,
sino que cuando estuvieron establecidos en Canaán, servía de
recordatorio de su permanencia en el desierto en que tenían que vivir
en tiendas de campaña.
Las festividades de esta semana
encontraban su expresión en los mayores holocaustos jamás presentados,
sacrificando un total de setenta bueyes. Ofreciendo trece el primer
día, que se consideraba como una convocación sagrada, el número iba
decreciendo diariamente en uno. Cada día, además, se ofrecía una
ofrenda de fuego adicional. Esta ofrenda consistía en catorce
corderos y dos carneros con sus respectivas ofrendas igualmente de
carne y bebida. Una convocatoria sagrada celebrada en el octavo día,
llevaba a la conclusión de las actividades del año religioso.
Cada año séptimo era peculiar en
la celebración de la fiesta de los tabernáculos. Era el año de la
pública lectura de la ley. Aunque a los peregrinos se les pedía
observar la pascua y la fiesta de las semanas durante un día, ellos
normalmente empleaban la totalidad de la semana en la fiesta de de los
tabernáculos, dando ocasión de una amplia oportunidad para la lectura
de la ley de acuerdo con el mandamiento de Moisés (Deut. 31:9-13).
Día de la Expiación
La más solemne ocasión de la
totalidad del año era el día de la expiación (Lev. 16:1-34; 23:26-32;
Núm. 29:7-11). Era observada en el décimo día de Tishri con una
sagrada convocatoria y ayuno. En aquel día no era permitido ningún
trabajo. Este era el único ayuno requerido por la ley de Moisés.
El principal propósito de esta
observancia era el hacer una verdadera expiación. En su elaborada y
singular ceremonia la propiciación fue hecha por Aarón y su casa, el
santo lugar, la tienda de la reunión, el altar de las ofrendas de
fuego y por la congregación de Israel.
Sólo el sumo sacerdote
podía
oficiar en aquel día. Los otros sacerdotes ni siquiera se les
permitía
estar en el santuario sino identificarse con la congregación.
Para esta ocasión, el sumo sacerdote lucía sus especiales ornamentos y
se
vestía con lino blanco. Las ofrendas prescritas para el día
eran, como
sigue: dos carneros como holocausto para sí mismo y para la
congregación, un becerro para su propia ofrenda de pecado, y
dos
machos cabríos como una ofrenda de pecado por el pueblo.
Mientras que las dos cabras
permanecían en el altar, el sumo sacerdote ofrecía su ofrenda del
pecado, haciendo expiación por sí mismo. Sacrificando una cabra en el
altar, hacía la expiación por la congregación. En ambos casos,
aplicaba la sangre al propiciatorio. En manera similar, santificaba el
santuario interior, el lugar sagrado y el altar de las ofrendas de
fuego. De aquella forma las tres divisiones del tabernáculo eran
adecuadamente limpiadas en el día de la expiación para la nación.
Después, la cabra era llevada al desierto para que con ella se fuesen
los pecados de la congregación.
Habiendo confesado los pecados del
pueblo, el sumo sacerdote volvía al tabernáculo para limpiarse a sí
mismo y cambiarse en sus atavíos oficiales. Una vez más volvía al
altar en el patio exterior. Allí concluía el día de expiación y su
ritual con dos holocaustos, uno para sí mismo y el otro para la
congregación de Israel.
Las distintivas características de
la religión revelada de Israel formaba un contraste con el ambiente
religioso de Egipto y Canaán. En lugar de la multitud de ídolos, ellos
adoraban a un solo Dios. En vez de un gran número de altares y
hornacinas de adoración, ellos tenían sólo un santuario. Por medio de
las ofrendas prescritas y de los sacerdotes consagrados, se tenía
hecha la provisión para que el laicado pudiese aproximarse a Dios sin
temor. La ley les guiaba en una pauta de conducta que distinguía a
Israel como la nación de la alianza con Dios en contraste con las
culturas paganas del entorno. En toda la extensión en que los
israelitas practicaban esta religión divinamente revelada, se
hallaban asegurados del favor de Dios, como se expresaba en la fórmula
sacerdotal para bendecir la congregación de Israel (Núm. 6:24-26):
"Jehová te bendiga y te guarde."
"Jehová haga resplandecer su
rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia."
"Jehová
alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz."
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