INTERPRETACIÓN DE TIPOS
Los tipos y símbolos constituyen
una clase de figuras distintas de todas las que hemos tratado en
los capítulos anteriores, pero no son, hablando con propiedad,
figuras de lenguaje. Se parecen unos a otros en que son
representaciones juiciosas de verdad religiosa y moral y, en
general, puede definírselas como figuras de pensamiento en las que,
por medio de objetos materiales, se ofrecen a la mente vívidos
conceptos espirituales. Crabb define los tipos y símbolos como
especies diversas del emblema.
Los símbolos de la Biblia se
elevan muy por arriba de los signos convencionales en uso común
entre los hombres y se emplean especialmente en las porciones
apocalípticas de la Biblia para presentar aquellas revelaciones
dadas en sueños o en visiones que no podrían hallar expresión
conveniente en términos ordinarios.
Puede decirse que los tipos y
símbolos armonizan en su carácter general como emblemas, pero
difieren notablemente en método y designio especiales. Adán, en su
carácter representativo y su relación para con la raza humana, era
un tipo de Cristo (Rom. 5:14) . El arco‑iris es símbolo de las
pactadas misericordia y fidelidad de Dios (Gen. 9:13‑16; Ezeq. 1:28;
Revel. 4:3; compar. Isaías 54:8‑10) y el pan y el vino del
sacramento de la Cena del Señor, son símbolos del cuerpo y de la
sangre suyas. También existen acontecimientos típicos como el pasaje
del Mar Rojo (1 Cor. 10:1‑11) y actos típico‑simbólicos, como el de
Ahías rompiendo su capa nueva como signo de la ruptura del reino de
Salomón (1 Rey. 11:29‑31) . En casos como este último ciertos
elementos esenciales, tanto de tipo como de símbolo, se mezclan en
un solo y mismo ejemplo. Las Escrituras nos suministran también
ejemplos de metales, nombres, números y colores simbólicos.
El símbolo difiere del tipo en
ser un signo sugestivo más bien que una imagen de
aquello que está destinado a representar. La interpretación de un
tipo nos obliga a mostrar alguna analogía formal entre dos personas,
objetos o acontecimientos; la de un símbolo nos obliga, más bien, a
señalar las cualidades particulares, marcas, aspectos o señales
mediante los cuales un objeto, real o ideal, indica e ilustra a otro.
Melquizedec es un tipo, no un símbolo, de Cristo; y el capítulo 7 de
la Epístola a los hebreos nos suministra una declaración formal de
las analogías típicas, pero los siete candeleros de oro (Revel.
1:12) son un símbolo, no un tipo, de las siete iglesias del Asia.
Sin embargo, la comparación está implicada, no expresada, y se deja
al intérprete la tarea de desenvolverla y mostrar los puntos de
semejanza.
Aparte de estas distinciones
formales entre tipos y símbolos, existe la diferencia más radical y
fundamental de que, en tanto que un símbolo puede representar una
cosa, sea éste presente, pasada o futura, el tipo, esencialmente,
prefigura algo en el futuro. En el sentido técnico y teológico un
tipo es una figura o bosquejo de algo venidero. Es una persona,
institución, oficio, acción o acontecimiento, mediante el cual se
predijo, bajo las disposiciones del A. Testamento, alguna verdad
del Evangelio. Cualquier cosa así prefigurada se llama anti‑tipo.
Por otra parte, el símbolo no tiene en sí mismo referencia esencial
al tiempo. Su objeto es más bien el de representar algún
carácter, oficio o cualidad, como p.ej., cuando un cuerpo
denota fuerza o un rey en quien está personificada la fortaleza
(Dan. 7:24; 8:21). El origen de los símbolos se supone estar
relacionado con la historia de los jeroglíficos.
El tipo es siempre alguna cosa
real, no un símbolo ficticio o ideal. Y además, no es un hecho o
incidente ordinario de la historia sino una exaltada dignidad y
valor, ‑uno divinamente ordenado por el omnisciente Gobernante para
ser un pronóstico de las buenas cosas que en la plenitud de los
tiempos se proponía que acontecieran por la mediación de Jesucristo.
Por consiguiente, hay tres cosas esenciales para confirmar a una
persona o acontecimiento en tipo de otro.
1. Debe existir algún punto
notable de semejanza o de analogía entre los dos. En muchos
respectos pueden ser enteramente desemejantes. Realmente, es tan
esencial que existan puntos de semejanza como que haya alguna
notable analogía; de otra manera tendríamos identidad donde sólo se
requiere similitud. p. ej., Adán está constituido en tipo de Cristo,
pero sólo como cabeza de la raza, como primer representante de la
humanidad; y en Rom. .5:14‑20 y 1 Cor. 15, 15‑49 el apóstol nota más
puntos de desemejanza que de armonía entre los dos. Además, siempre
esperamos hallar en el antitipo algo más elevado y noble que en el
tipo por cuanto "mayor dignidad tiene la casa que él que la
construyó".
2. Tiene que haber experiencia
de que el tipo fué designado y establecido por Dios para representar
la cosa tipificada. Los mejores escritores sobre tipos bíblicos
sostienen con gran unanimidad esta proposición. Dice Van Mildert: "es
esencial el tipo, en la adaptación bíblica de este término, que .exista
competente evidencia de la intención divina en la correspondencia
entre él y el antitipo, asunto que no ha de dejarse que lo descubra
la imaginación del expositor sino que ha de apoyarse en alguna
sólida prueba de la Biblia misma". Pero debemos guardarnos de la
posición extremista de algunos escritores que declaran que ninguna
cosa en el A. Testamento debe considerarse como típica sino sólo lo
que el Nuevo Testamento afirme serlo. Admitimos un propósito divino
en cada tipo real pero de ahí no se sigue que cada propósito
semejante deba estar formalmente declarado por las Escrituras.
3. El tipo debe prefigurar algo
en el futuro. En la economía divina debe servir como una sombra de
cosas venideras (Col. 2:17; Heb. 10:1) . De aquí que (lo que
llamaremos en castellano) la tipología sagrada constituya una forma
específica de revelación profética. Las disposiciones del A.
Testamento eran preparatorias para el Nuevo y contenían en germen
muchas cosas que sólo podían florecer por entero en la luz del
Evangelio de Jesús. Así, la Ley fué un pedagogo para conducir los
hombres a Cristo (Gál. 3:24) . Los caracteres, oficios,
instituciones y acontecimientos del A. Testamento eran indicios
proféticos de realidades correspondientes en la Iglesia y el tipo
reino de Cristo.
Los principales tipos del A.
Testamento pueden distribuirse en cinco clases distintas, a saber:
1.
Personas típicas.
Debe notarse, sin embargo, que las personas son
típicas, no como personas, sino a causa de algún carácter o relación
que sostiene con la historia de la Redención. Adán fue tipo de
Cristo a causa de su carácter representativo como primer hombre y
cabeza federal de la raza (Rom. 5:14) . "Porque como por la
desobediencia de un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores,
así por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos".
(Rom. 5:19) "Fue hecho el primer hombre, Adán, en ánima viviente; el
postrer Adán en espíritu vivificante". (1 Cor. 15:45) Enoch puede
ser considerado como tipo de Cristo en que, por su vida santa y su
traslado, sacó a luz la vida y la inmortalidad al mundo
antediluviano. Elías el Tisbita, de la misma manera, fue
constituido tipo de la ascensión del Señor; y estos dos hombres
fueron también tipos de la potencia de Dios y del propósito de
transformación sus santos en "un instante, en un abrir y cerrar de
ojos, a la final trompeta". (1 Cor. 15:52) . En el espíritu y poder
de su ministerio profético Elías fue tipo, también, de Juan el
Bautista. La fe de Abraham en la declaración de Dios, y su
consecuente justificación (Gén. 15:6) cuando aún era incircunciso
(Rom. 4:10) le constituyó en tipo de todos los creyentes
justificados por la fe "sin las obras de la Ley" (Rom. 3:28). Su
ofrenda de Isaac, en época posterior (Gén. 22) hizo de él un tipo de
la fe que obra, enseñando que "el hombre es justificado por las
obras y no sólo por la fe" (Sant, 2:24) . Pueden, también,
descubrirse relaciones típicas en Melquizedec, José, Moisés, Josué,
David, Salomón y Zorobabel.
2. Instituciones típicas.
Los sacrificios de corderos y otros animales cuya sangre se
consagraba a hacer expiación por las almas de los hombres (Lev.
17:11) eran típicos del Cristo, quien "como cordero sin mancha y
sin contaminación" (1 Pedro 1:19) "fué ofrecido una vez para agotar
los pecados de muchos" (Hebr. 9:28) . El sabat o Día de Reposo, es
un tipo del eterno descanso del creyente (Hebr. 4: 9) . La provisión
de ciudades de refugio a las que pudiera escapar el homicida
inocente (Núm. 35: 934) era típica de las provisiones del Evangelio
mediante el cual el pecador puede salvarse de la muerte eterna. La
Pascua del A. Testamento era típica de la Eucaristía del Nuevo
Testamento y la fiesta de los tabernáculos fue un símbolo de la
acción de gracias universal de la Iglesia del último tiempo (Zac.
14:16) . La misma teocracia del A. Testamento era un tipo y sombra
del más glorioso reino de Dios, del Nuevo Testamento.
3. Oficios o dignidades
típicos. Cada santo profeta del A. Testamento, al ser un medio
de revelación divina y mensajero enviado por Dios, era un tipo de
Cristo. Era en el oficio de profeta como Moisés fue tipo de Jesús
(Deut. 18:15) . Los sacerdotes, y especialmente el sumo sacerdote,
en el desempeño de sus deberes sacerdotales, eran tipos de Aquél
quien por su propia sangre entró por una sola vez en el santuario,
obteniendo eterna redención (Hebr. 14:14; 9:12) . Cristo es también,
como rey, el antitipo de Melquizedec que fue rey de justicia y de
paz (Hebr. 7:2) y de David y de Salomón y de cada uno de quien
Jehová pudo decir: "He puesto mi rey sobre Sión, monte de mi
santidad". (Salmo 2: 6) . Así que el Señor Jesucristo une en sí
mismo los oficios o dignidades de profeta, sacerdote y rey, y cumple
los tipos de las anteriores dispensaciones.
4. Acontecimientos típicos.
Bajo este rubro puede incluirse el Diluvio, el Éxodo, el viaje
por el Desierto, la suministración del maná, la provisión de agua de
la roca, la elevación de la serpiente de bronce, la conquista de
Canaán y la vuelta de la cautividad babilónica. Según Pablo,
acontecimientos y experiencias como éstos "les acontecieron en
figura (es decir, típicamente) y están escritas para nuestra
admonición, en quienes los fines de los siglos han parado". (1 Cor.
10:11).
5. Acciones típicas. Tan
abundantemente participan éstas de la naturaleza del símbolo que,
con propiedad, podemos designarlas como simbólico‑típicas y
tratarlas en capítulo aparte. Hasta donde fueron proféticas de cosas
venideras eran tipos y pertenecen esencialmente a lo que hemos
definido como acontecimientos típicos; hasta donde fueron señales
(semeia) sugestivas de lecciones de valor actual y
permanente, eran símbolos. El símbolo puede ser un nuevo signo
visible externo; el tipo siempre requiere le presencia y
acción de
un agente inteligente. Así que debe notarse que los
caracteres,
instituciones, oficios o acontecimientos típicos, son tales
por el
hecho de introducir la actividad o servicio de algún agente
inteligente. La serpiente de metal, considerada meramente
como signo,
‑un objeto al cual mirar, fue más bien un símbolo que un
tipo; pero
la agencia personal de Moisés en colocarla sobre un palo y
el hecho
de mirarla los israelitas mordidos, coloca todo el asunto
en la
categoría de los acontecimientos típicos, pues, como tal
fue,
principalmente, una predicción. El milagro del vellón
(Jueces
6:36‑40) no fue tanto un tipo como un signo simbólico, una
señal
milagrosamente extraordinaria; y el Señor cita el caso de
Jonás no
sólo como un tipo profético de su entierro y resurrección
sino
también como una "señal" simbólica para aquella "generación
mala y
adulterina". (Mat. 12: 39) . Los actos tipo‑simbólicos de
los
profetas son: Isaías andando desnudo y descalzo durante tres
años
Usa. 20:24); Jeremías tomando su cinto y escondiéndolo
cerca del
Eufrates (Jer. 13‑ 1‑11); su visita al alfarero y el
observar cómo
trabajaba éste (18:1‑.6) ; su destrozo del vaso del
alfarero en el
valle de Hinnom (19) ; el ponerse un yugo al cuello como
signo para
las naciones (27:1‑14; comp. 38:10‑17) y su ocultación de
piedras en
el horno (43:813) ; el diseñar Ezequiel sobre un adobe, el
sitio de
Jerusalén y el dormir sobre un costado por muchos días
(Ezeq. 4);
el cortarse el cabello y barba y destruirlos, después, en
porciones
(5) ; la preparación de su bagaje y el comer y beber con
temblor
(12:13‑20) ; su gemir (21: 6‑7) y su rara conducta en la
muerte de
su esposa (24: 15‑27); Oseas casándose con una fornicaria
(Os. 1) y
su adquisición de una adúltera (3) y Zacarías haciendo
coronas de plata y de oro para la cabeza de Josué (Zac. 6: 9‑15) .
Los principios hermenéuticos
para usarse en la interpretación de tipos, son esencialmente los
mismos que los empleados para la interpretación de parábolas y
alegorías. Sin embargo, en vista de la naturaleza y el propósito
especial de los tipos bíblicos hay que ser cuidadosos en la
aplicación de los siguientes principios:
1. Ante todo debe descubrirse
claramente el verdadero punto de semejanza entre el tipo y el
antitipo y con igual esmero debe evitarse toda analogía rebuscada y
recóndita. A veces se necesita ejercitar un discernimiento muy
agudo para determinar la conveniente aplicación de esta regla. Debe
notarse toda verdadera correspondencia. Vemos cómo la colocación en
alto de la serpiente de metal (Núm. 21:4‑9) es uno de los tipos más
notables del A. Testamento y que el Señor mismo lo explicó como una
prefiguración de su propia elevación en la cruz (Juan 3:14‑15) .
Tres puntos de analogía se descubren claramente: (1) Como la
serpiente fue levantada sobre un palo, así lo fue el Señor sobre una
cruz. (2) Como la serpiente de metal fue construida por mandato
divino, a semejanza de las serpientes ardientes, así Cristo fue
hecho a semejanza de carne pecadora (Rom. 8:3), maldito en lugar
nuestro (Gál. 3:13) . (3) Como los israelitas que ofendieron a Dios,
mordidos y ya moribundos, miraban a la serpiente y recibían vida,
así los pecadores, envenenados por la antigua serpiente, Satanás, y
pereciendo ya, dirigen a Cristo crucificado la mirada de fe y viven
para siempre. Otras analogías incidentales envueltas en una u otra
de estas tres, pueden admitirse, pero deben usarse con precaución.
Por ej., Bengel dice: "Como aquella fué una serpiente sin veneno,
levantada contra las venenosas ,así también tenemos al hombre
Cristo, hombre sin pecado, contra la antigua Serpiente". Este
pensamiento cabe en nuestra analogía número (2).
Tales analogías
incidentales,
siempre que se adhieran consecuentemente a los puntos
principales,
son permisibles, especialmente en el discurso homilético.
Pero el
querer hallar en el bronce, metal inferior al oro y la
plata, un tipo de la apariencia exterior del Salvador; o el suponer que
la
serpiente fué fundida en un molde no hecho por manos de
hombre,
tipificando así la concepción divina de la naturaleza humana
de
Cristo, o el imaginar que la serpiente sobre el palo formaba
algo
como una cruz para representar más exactamente la forma en
que
Cristo había de sufrir, todas esas cosas y cualquiera otra
suposición semejante son rebuscadas y engañadoras y deben
desecharse.
En Hebr. 7, se refuerza e
ilustra el sacerdocio de Cristo por medio de analogías
típicas en el
carácter y posición de Melquizedec. Se presentan allí cuatro
puntos
de semejanza: (1) Melquizedec fué tanto rey como sacerdote,
lo mismo Cristo. (2) Sin historia de tiempo, no existiendo registro
de parentela o genealogía ni de muerte, es figura de la
perpetuidad del sacerdocio de Cristo.
(3) La superioridad de Melquizedec
sobre Abraham y sobre los sacerdotes levíticos sugiere la exaltada
dignidad de Cristo. (4) El sacerdocio de Melquizedec no estaba
constituido, como el levítico, por un decreto legal sino que era sin
sucesión y sin limitaciones de tributo o de raza; de la misma manera
Cristo, sacerdote independiente y universal, permanece siempre,
teniendo un sacerdocio inmutable. Mucho más se dice en el capítulo,
contrastando a Cristo con los sacerdotes levíticos y el designio
manifiesto del escritor es presentar en forma muy notable la gran
dignidad y la inmutable perpetuidad del sacerdocio del Hijo de Dios,
pero los intérpretes se han enloquecido pensando en el carácter
misterioso de Melquizedec, entregándose a toda clase de teorías,
primeramente en la tentativa de responder a la pregunta: "¿Quién era
Melquizedec?" y, en segundo lugar, rastreando todas las genealogías
imaginables. El comentarista Whedon observa prudente y apropiadamente:
"Nuestra opinión es que Melquizedec no fue nadie más que él mismo; él
mismo, cual se le menciona en Gén: 14:18‑20, narración en la cual
David en el Salmo 110 y nuestro autor, después de él, hallan cada uno
de los puntos que especifican al hacerlo rey sacerdote, típico de la
realeza sacerdocio de Cristo. Sin embargo, no es sólo en la persona
de Melquizedec, sino también en la agrupación de las circunstancias
de su persona y de las circunstancias que lo rodean, en donde la
imaginación inspirada del salmista encuentra los puntos
característicos. En el Génesis, Melquizedee aparece repentinamente en
el procenio histórico, sin antecedentes ni consecuentes. Es un rey‑sacerdote,
no del Judaísmo sino del Gentilismo, universalmente. Aparece como
sacerdote sin ascendencia, sin padre, madre ni genealogía. Le precede
y le sigue un silencio eterno, de modo que no presenta principio ni
fin de vida. Y ahí queda, como retrato histórico, presente para
siempre, colgado por mano divina, imagen real de perpetuo rey‑sacerdote.
De modo que no es en su propia realidad desconocida sino en la
presentación hecha por las Escrituras en que aparece el grupo de
indicaciones. Es sólo mediante la verdad óptica, no por hechos
corpóreos, que se convierte en retrato, y junto con lo que le rodea
forma un cuadro, en el cual primeramente el salmista descubre el
concepto de un vislumbre del sacerdocio eterno del Mesías; y todo lo
que hace nuestro autor es desarrollar los particulares que el salmista
presupone en masa".
2. El intérprete ha de notar,
también, los puntos de diferencia y de contraste entre el tipo y el
antitipo. Por su propia naturaleza, el tipo ha de ser inferior al
antitipo, pues no hemos de esperar que la sombra rivalice con la
sustancia.
Los escritores del N. Testamento
se extienden sobre estas diferencias entre tipo y antitipo. En Heb.
3:1‑6, Moisés, considerado como fiel apóstol y siervo de Dios está
representado como tipo de Cristo; y este aspecto típico de su carácter
se basa en la observación, en Núm. 13:7, de que Moisés fue fiel en
toda la casa de Dios. Este es el gran punto de analogía, pero el
escritor pasa, inmediatamente, a decir que Jesús "es digno de mayor
gloria que Moisés" y da el ejemplo de dos puntos de superioridad: (1)
Moisés constituía, simplemente, una parte de la casa misma en que
vivía, pero Jesús tiene derecho a mucha mayor gloria por cuanto puede
ser considerado como edificador de la casa y mucho más honorable que
una casa es quien la edifica. Además (2) Moisés fue fiel en la casa,
como siervo (v. 5) pero Cristo como hijo de la familia. Con mucha
mayor extensión se dilata este escritor acerca de la superioridad de
Cristo, el gran Sumo Sacerdote, comparado con los sacerdotes
levíticos del orden de Aarón.
En Rom. 5:14 se declara a Adán "tipo
de Aquél que había de venir" y todo el célebre pasaje, vs. 12‑21, es
la elaboración de una analogía típica que sólo tiene fuerza en cuanto
envuelve ideas y consecuencias del carácter más opuesto. El gran
pensamiento del pasaje es este: De la manera cómo por la trasgresión
de un hombre, Adán, un juicio condenatorio que envolvía muerte pasó
sobre todos los hombres, así también, por medio de la justicia de un
hombre, Jesucristo, la dádiva gratuita de gracia salvadora,
envolviendo justificación para vida, vino a todos los hombres. Pero en
dos vs. 15‑17 el apóstol hace resaltar varios puntos de distinción en
los cuales la dádiva gratuita es "no como la trasgresión". Primero,
difiere cuantitativamente. La trasgresión envolvía la
irrevocable sentencia de muerte para los muchos; la dádiva gratuita
abundaba con múltiples provisiones de gracia para los mismos muchos
(tous pollous). Difería, también, numéricamente en el
asunto de transgresiones, pues la condenación seguía a un acto de
trasgresión, pero la dádiva gratuita provee justificación de muchas
transgresiones. Además, la dádiva difiere cualitativamente en
sus gloriosos resultados. Por la trasgresión de Adán "reinó
la muerte", adquirió dominio, sobre todos los hombres, aun sobre
aquellos que no
pecaron a la manera de la rebelión de Adán; pero por un
hombre,
Jesucristo, los que reciben la abundancia de su gracia
salvadora
reinarán en vida eterna.
3. Los tipos del A. Testamento no
son susceptibles de completa interpretación sino a la luz del
Evangelio. Con demasiada frecuencia se ha supuesto que los antiguos
profetas y santos estaban poseídos de pleno conocimiento de los
misterios de Cristo y que entendían vívidamente el profundo
significado de todos los tipos y símbolos sagrados. Que a veces
tuviesen alguna idea de que ciertos hechos e instituciones anunciaban
mejores cosas que habían de venir, puede admitirse; pero, de acuerdo
con Heb. 9:7‑12, el significado de los más santos misterios del
antiguo culto no fue manifiesto mientras el tabernáculo externo
permaneció de pie. Y los antiguos adoradores no sólo no entendieron
esos misterios sino que los misterios mismos, ‑las formas de culto, "viandas
y bebidas y diversos lavamientos y ordenanzas acerca de la carne,
impuesta hasta el tiempo de la Corrección" (diordoseos,
enderezamiento) eran incapaces de perfeccionar a los adoradores.
En fin, todo el culto mosaico era, en su naturaleza y propósito,
preparatorio y pedagógico ( Gál. 3:25 ) y cualquier intérprete que
pretenda que los antiguos perciban claramente lo que el Evangelio
revela en los tipos del A. Testamento está expuesto a caer en
extravagancias y a envolverse en conclusiones insostenibles.
Un hecho que no hay que olvidar es
que tanto el tipo como el antitipo trasmiten exactamente la misma
verdad pero bajo formas adecuadas a diferentes grados de desarrollo.
Cada caso que haya de
usarse como
típico debe determinarse sobre sus propios méritos, por el
sentido común y el sano criterio del expositor; y el discernimiento
exegético
de éste debe disciplinarse por un estudio a fondo de los
caracteres
que todo el mundo acepta como tipos bíblicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario