sábado, 16 de junio de 2012


INTERPRETACIÓN DE TIPOS

Los tipos y símbolos constituyen una clase de figuras distintas de todas las que hemos tratado en los capítulos anteriores, pero no son, hablando con propiedad, figuras de lenguaje. Se parecen unos a otros en que son representaciones juiciosas de verdad religiosa y moral y, en general, puede definírselas como figuras de pensamiento en las que, por medio de objetos materiales, se ofrecen a la mente vívidos conceptos espirituales. Crabb define los tipos y símbolos como especies diversas del emblema.
Los símbolos de la Biblia se elevan muy por arriba de los signos convencionales en uso común entre los hombres y se emplean especialmente en las porciones apocalípticas de la Biblia para presentar aquellas revelaciones dadas en sueños o en visiones que no podrían hallar expresión conveniente en términos ordinarios.
Puede decirse que los tipos y símbolos armonizan en su carácter general como emblemas, pero difieren notablemente en método y designio especiales. Adán, en su carácter representativo y su relación para con la raza humana, era un tipo de Cristo (Rom. 5:14) . El arco‑iris es símbolo de las pactadas misericordia y fidelidad de Dios (Gen. 9:13‑16; Ezeq. 1:28; Revel. 4:3; compar. Isaías 54:8‑10) y el pan y el vino del sacramento de la Cena del Señor, son símbolos del cuerpo y de la sangre suyas. También existen acontecimientos típicos como el pasaje del Mar Rojo (1 Cor. 10:1‑11) y actos típico‑simbólicos, como el de Ahías rompiendo su capa nueva como signo de la ruptura del reino de Salomón (1 Rey. 11:29‑31) . En casos como este último ciertos elementos esenciales, tanto de tipo como de símbolo, se mezclan en un solo y mismo ejemplo. Las Escrituras nos suministran también ejemplos de metales, nombres, números y colores simbólicos.
El símbolo difiere del tipo en ser un signo sugestivo más bien que una imagen de aquello que está destinado a representar. La interpretación de un tipo nos obliga a mostrar alguna analogía formal entre dos personas, objetos o acontecimientos; la de un símbolo nos obliga, más bien, a señalar las cualidades particulares, marcas, aspectos o señales mediante los cuales un objeto, real o ideal, indica e ilustra a otro. Melquizedec es un tipo, no un símbolo, de Cristo; y el capítulo 7 de la Epístola a los hebreos nos suministra una declaración formal de las analogías típicas, pero los siete candeleros de oro (Revel. 1:12) son un símbolo, no un tipo, de las siete iglesias del Asia. Sin embargo, la comparación está implicada, no expresada, y se deja al intérprete la tarea de desenvolverla y mostrar los puntos de semejanza.
Aparte de estas distinciones formales entre tipos y símbolos, existe la diferencia más radical y fundamental de que, en tanto que un símbolo puede representar una cosa, sea éste presente, pasada o futura, el tipo, esencial­mente, prefigura algo en el futuro. En el sentido técnico y teológico un tipo es una figura o bosquejo de algo venidero. Es una persona, institución, oficio, acción o acontecimiento, mediante el cual se predijo, bajo las disposiciones del A. Testamento, alguna verdad del Evangelio. Cualquier cosa así prefigurada se llama anti‑tipo. Por otra parte, el símbolo no tiene en sí mismo referencia esencial al tiempo. Su objeto es más bien el de repre­sentar algún carácter, oficio o cualidad, como p.ej., cuando un cuerpo denota fuerza o un rey en quien está personificada la fortaleza (Dan. 7:24; 8:21). El origen de los símbolos se supone estar relacionado con la histo­ria de los jeroglíficos.
El tipo es siempre alguna cosa real, no un símbolo ficticio o ideal. Y además, no es un hecho o incidente ordinario de la historia sino una exaltada dignidad y valor, ‑uno divinamente ordenado por el omnisciente Gobernante para ser un pronóstico de las buenas cosas que en la plenitud de los tiempos se proponía que acontecieran por la mediación de Jesucristo. Por consiguiente, hay tres cosas esenciales para confirmar a una persona o acontecimiento en tipo de otro.
1. Debe existir algún punto notable de semejanza o de analogía entre los dos. En muchos respectos pueden ser enteramente desemejantes. Realmente, es tan esencial que existan puntos de semejanza como que haya alguna notable analogía; de otra manera tendríamos identidad donde sólo se requiere similitud. p. ej., Adán está constituido en tipo de Cristo, pero sólo como cabeza de la raza, como primer representante de la humanidad; y en Rom. .5:14‑20 y 1 Cor. 15, 15‑49 el apóstol nota más puntos de desemejanza que de armonía entre los dos. Además, siempre esperamos hallar en el antitipo algo más elevado y noble que en el tipo por cuanto "mayor dignidad tiene la casa que él que la construyó".
2. Tiene que haber experiencia de que el tipo fué designado y establecido por Dios para representar la cosa tipificada. Los mejores escritores sobre tipos bíblicos sostienen con gran unanimidad esta proposición. Dice Van Mildert: "es esencial el tipo, en la adaptación bíblica de este término, que .exista competente evidencia de la intención divina en la correspondencia entre él y el antitipo, asunto que no ha de dejarse que lo descubra la imaginación del expositor sino que ha de apoyarse en alguna sólida prueba de la Biblia misma". Pero debemos guardarnos de la posición extremista de algunos escrito­res que declaran que ninguna cosa en el A. Testamento debe considerarse como típica sino sólo lo que el Nuevo Testamento afirme serlo. Admitimos un propósito divino en cada tipo real pero de ahí no se sigue que cada propósito semejante deba estar formalmente declarado por las Escrituras.
3. El tipo debe prefigurar algo en el futuro. En la economía divina debe servir como una sombra de cosas venideras (Col. 2:17; Heb. 10:1) . De aquí que (lo que llamaremos en castellano) la tipología sagrada constituya una forma específica de revelación profética. Las disposiciones del A. Testamento eran preparatorias para el Nuevo y contenían en germen muchas cosas que sólo podían florecer por entero en la luz del Evangelio de Jesús. Así, la Ley fué un pedagogo para conducir los hombres a Cristo (Gál. 3:24) . Los caracteres, oficios, instituciones y acontecimientos del A. Testamento eran indicios proféticos de realidades correspondientes en la Iglesia y el tipo reino de Cristo.
Los principales tipos del A. Testamento pueden distri­buirse en cinco clases distintas, a saber:
1. Personas típicas. Debe notarse, sin embargo, que las personas son típicas, no como personas, sino a causa de algún carácter o relación que sostiene con la historia de la Redención. Adán fue tipo de Cristo a causa de su carácter representativo como primer hombre y cabeza federal de la raza (Rom. 5:14) . "Porque como por la desobediencia de un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos". (Rom. 5:19) "Fue hecho el primer hombre, Adán, en ánima viviente; el postrer Adán en espíritu vivificante". (1 Cor. 15:45) Enoch puede ser considerado como tipo de Cristo en que, por su vida san­ta y su traslado, sacó a luz la vida y la inmortalidad al mundo antediluviano. Elías el Tisbita, de la misma manera, fue constituido tipo de la ascensión del Señor; y estos dos hombres fueron también tipos de la potencia de Dios y del propósito de transformación sus santos en "un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta". (1 Cor. 15:52) . En el espíritu y poder de su ministerio profético Elías fue tipo, también, de Juan el Bautista. La fe de Abraham en la declaración de Dios, y su consecuente justificación (Gén. 15:6) cuando aún era incircunciso (Rom. 4:10) le constituyó en tipo de todos los creyentes justificados por la fe "sin las obras de la Ley" (Rom. 3:28). Su ofrenda de Isaac, en época posterior (Gén. 22) hizo de él un tipo de la fe que obra, enseñando que "el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe" (Sant, 2:24) . Pueden, también, descubrirse relaciones típicas en Melquizedec, José, Moisés, Josué, David, Salomón y Zorobabel.
2. Instituciones típicas. Los sacrificios de corderos y otros animales cuya sangre se consagraba a hacer expiación por las almas de los hombres (Lev. 17:11) eran típicos del Cristo, quien "como cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:19) "fué ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos" (Hebr. 9:28) . El sabat o Día de Reposo, es un tipo del eterno descanso del creyente (Hebr. 4: 9) . La provisión de ciudades de refugio a las que pudiera escapar el homicida inocente (Núm. 35: 9­34) era típica de las provisiones del Evangelio mediante el cual el pecador puede salvarse de la muerte eterna. La Pascua del A. Testamento era típica de la Eucaristía del Nuevo Testamento y la fiesta de los tabernáculos fue un símbolo de la acción de gracias universal de la Iglesia del último tiempo (Zac. 14:16) . La misma teocracia del A. Testamento era un tipo y sombra del más glorioso reino de Dios, del Nuevo Testamento.
3. Oficios o dignidades típicos. Cada santo profeta del A. Testamento, al ser un medio de revelación divina y mensajero enviado por Dios, era un tipo de Cristo. Era en el oficio de profeta como Moisés fue tipo de Jesús (Deut. 18:15) . Los sacerdotes, y especialmente el sumo sacerdote, en el desempeño de sus deberes sacerdotales, eran tipos de Aquél quien por su propia sangre entró por una sola vez en el santuario, obteniendo eterna redención (Hebr. 14:14; 9:12) . Cristo es también, como rey, el antitipo de Melquizedec que fue rey de justicia y de paz (Hebr. 7:2) y de David y de Salomón y de cada uno de quien Jehová pudo decir: "He puesto mi rey sobre Sión, monte de mi santidad". (Salmo 2: 6) . Así que el Señor Jesucristo une en sí mismo los oficios o dignidades de profeta, sacerdote y rey, y cumple los tipos de las anteriores dispensaciones.
4. Acontecimientos típicos. Bajo este rubro puede incluirse el Diluvio, el Éxodo, el viaje por el Desierto, la suministración del maná, la provisión de agua de la roca, la elevación de la serpiente de bronce, la conquista de Canaán y la vuelta de la cautividad babilónica. Según Pablo, acontecimientos y experiencias como éstos "les acontecieron en figura (es decir, típicamente) y están escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado". (1 Cor. 10:11).
5. Acciones típicas. Tan abundantemente participan éstas de la naturaleza del símbolo que, con propiedad, podemos designarlas como simbólico‑típicas y tratarlas en capítulo aparte. Hasta donde fueron proféticas de cosas venideras eran tipos y pertenecen esencialmente a lo que hemos definido como acontecimientos típicos; hasta donde fueron señales (semeia) sugestivas de lecciones de valor actual y permanente, eran símbolos. El símbolo puede ser un nuevo signo visible externo; el tipo siempre requiere le presencia y acción de un agente inteligente. Así que debe notarse que los caracteres, instituciones, oficios o acontecimientos típicos, son tales por el hecho de introducir la actividad o servicio de algún agente inteligente. La serpiente de metal, considerada meramente como signo, ‑un objeto al cual mirar, fue más bien un símbolo que un tipo; pero la agencia personal de Moisés en colocarla sobre un palo y el hecho de mirarla los israelitas mordi­dos, coloca todo el asunto en la categoría de los acontecimientos típicos, pues, como tal fue, principalmente, una predicción. El milagro del vellón (Jueces 6:36‑40) no fue tanto un tipo como un signo simbólico, una señal milagrosamente extraordinaria; y el Señor cita el caso de Jonás no sólo como un tipo profético de su entierro y resurrección sino también como una "señal" simbólica para aquella "generación mala y adulterina". (Mat. 12: 39) . Los actos tipo‑simbólicos de los profetas son: Isaías andando desnudo y descalzo durante tres años Usa. 20:2­4); Jeremías tomando su cinto y escondiéndolo cerca del Eufrates (Jer. 13‑ 1‑11); su visita al alfarero y el observar cómo trabajaba éste (18:1‑.6) ; su destrozo del vaso del al­farero en el valle de Hinnom (19) ; el ponerse un yugo al cuello como signo para las naciones (27:1‑14; comp. 38:10‑17) y su ocultación de piedras en el horno (43:8­13) ; el diseñar Ezequiel sobre un adobe, el sitio de Jerusalén y el dormir sobre un costado por muchos días (Ezeq. 4); el cortarse el cabello y barba y destruirlos, después, en porciones (5) ; la preparación de su bagaje y el comer y beber con temblor (12:13‑20) ; su gemir (21: 6‑7) y su rara conducta en la muerte de su esposa (24: 15‑27); Oseas casándose con una fornicaria (Os. 1) y su adquisición de una adúltera (3) y Zacarías haciendo coronas de plata y de oro para la cabeza de Josué (Zac. 6: 9‑15) .
Los principios hermenéuticos para usarse en la interpretación de tipos, son esencialmente los mismos que los empleados para la interpretación de parábolas y alego­rías. Sin embargo, en vista de la naturaleza y el propósito especial de los tipos bíblicos hay que ser cuidadosos en la aplicación de los siguientes principios:
1. Ante todo debe descubrirse claramente el verdadero punto de semejanza entre el tipo y el antitipo y con igual esmero debe evitarse toda analogía rebuscada y recóndita. A veces se necesita ejercitar un discernimiento muy agudo para determinar la conveniente aplicación de esta regla. Debe notarse toda verdadera correspondencia. Ve­mos cómo la colocación en alto de la serpiente de metal (Núm. 21:4‑9) es uno de los tipos más notables del A. Testamento y que el Señor mismo lo explicó como una prefiguración de su propia elevación en la cruz (Juan 3:14‑15) . Tres puntos de analogía se descubren claramente: (1) Como la serpiente fue levantada sobre un palo, así lo fue el Señor sobre una cruz. (2) Como la serpiente de metal fue construida por mandato divino, a semejanza de las serpientes ardientes, así Cristo fue hecho a semejanza de carne pecadora (Rom. 8:3), maldito en lugar nuestro (Gál. 3:13) . (3) Como los israelitas que ofendieron a Dios, mordidos y ya moribundos, miraban a la serpiente y recibían vida, así los pecadores, envenenados por la an­tigua serpiente, Satanás, y pereciendo ya, dirigen a Cristo crucificado la mirada de fe y viven para siempre. Otras analogías incidentales envueltas en una u otra de estas tres, pueden admitirse, pero deben usarse con precaución. Por ej., Bengel dice: "Como aquella fué una serpiente sin veneno, levantada contra las venenosas ,así también tenemos al hombre Cristo, hombre sin pecado, contra la antigua Serpiente". Este pensamiento cabe en nuestra analogía número (2).
Tales analogías incidentales, siempre que se adhieran consecuentemente a los puntos principales, son permisibles, especialmente en el discurso homilético. Pero el querer hallar en el bronce, metal inferior al oro y la plata, un tipo de la apariencia exterior del Salvador; o el suponer que la serpiente fué fundida en un molde no hecho por manos de hombre, tipificando así la concepción divina de la naturaleza humana de Cristo, o el imaginar que la serpiente sobre el palo formaba algo como una cruz para representar más exactamente la forma en que Cristo había de sufrir, todas esas cosas y cualquiera otra suposición semejante son rebuscadas y engañadoras y deben desecharse.
En Hebr. 7, se refuerza e ilustra el sacerdocio de Cristo por medio de analogías típicas en el carácter y posición de Melquizedec. Se presentan allí cuatro puntos de semejanza: (1) Melquizedec fué tanto rey como sacerdo­te, lo mismo Cristo. (2) Sin historia de tiempo, no existiendo registro de parentela o genealogía ni de muerte, es figura de la perpetuidad del sacerdocio de Cristo.
(3) La superioridad de Melquizedec sobre Abraham y sobre los sacerdotes levíticos sugiere la exaltada dignidad de Cristo. (4) El sacerdocio de Melquizedec no estaba constituido, como el levítico, por un decreto legal sino que era sin sucesión y sin limitaciones de tributo o de raza; de la misma manera Cristo, sacerdote independiente y universal, permanece siempre, teniendo un sacerdocio inmutable. Mucho más se dice en el capítulo, contrastando a Cristo con los sacerdotes levíticos y el designio manifiesto del escritor es presentar en forma muy notable la gran dignidad y la inmutable perpetuidad del sacerdocio del Hijo de Dios, pero los intérpretes se han enloquecido pensando en el carácter misterioso de Melquizedec, entregándose a toda clase de teorías, primeramente en la tentativa de responder a la pregunta: "¿Quién era Melquizedec?" y, en segundo lugar, rastreando todas las ge­nealogías imaginables. El comentarista Whedon observa prudente y apropiadamente: "Nuestra opinión es que Melquizedec no fue nadie más que él mismo; él mismo, cual se le menciona en Gén: 14:18‑20, narración en la cual David en el Salmo 110 y nuestro autor, después de él, hallan cada uno de los puntos que especifican al hacerlo rey sacerdote, típico de la realeza sacerdocio de Cristo. Sin embargo, no es sólo en la persona de Melquizedec, sino también en la agrupación de las circunstancias de su persona y de las circunstancias que lo rodean, en donde la imaginación inspirada del salmista encuentra los puntos característicos. En el Génesis, Melquizedee aparece repentinamente en el procenio histórico, sin antecedentes ni consecuentes. Es un rey‑sacerdote, no del Judaísmo sino del Gentilismo, universalmente. Aparece como sacerdote sin ascendencia, sin padre, madre ni genealogía. Le precede y le sigue un silencio eterno, de modo que no presenta principio ni fin de vida. Y ahí queda, como retrato histórico, presente para siempre, colgado por mano divina, imagen real de perpetuo rey‑sacerdote. De modo que no es en su propia realidad desco­nocida sino en la presentación hecha por las Escrituras en que aparece el grupo de indicaciones. Es sólo mediante la verdad óptica, no por hechos corpóreos, que se convierte en retrato, y junto con lo que le rodea forma un cuadro, en el cual primeramente el salmista descubre el concepto de un vislumbre del sacerdocio eterno del Mesías; y todo lo que hace nuestro autor es desarrollar los particulares que el salmista presupone en masa".
2. El intérprete ha de notar, también, los puntos de diferencia y de contraste entre el tipo y el antitipo. Por su propia naturaleza, el tipo ha de ser inferior al antitipo, pues no hemos de esperar que la sombra rivalice con la sustancia.
Los escritores del N. Testamento se extienden sobre estas diferencias entre tipo y antitipo. En Heb. 3:1‑6, Moisés, considerado como fiel apóstol y siervo de Dios está representado como tipo de Cristo; y este aspecto típico de su carácter se basa en la observación, en Núm. 13:7, de que Moisés fue fiel en toda la casa de Dios. Este es el gran punto de analogía, pero el escritor pasa, inmediatamente, a decir que Jesús "es digno de mayor gloria que Moisés" y da el ejemplo de dos puntos de superioridad: (1) Moisés constituía, simplemente, una parte de la casa misma en que vivía, pero Jesús tiene derecho a mucha mayor gloria por cuanto puede ser considerado como edificador de la casa y mucho más honorable que una casa es quien la edifica. Además (2) Moisés fue fiel en la casa, como siervo (v. 5) pero Cristo como hijo de la familia. Con mucha mayor extensión se dilata este escritor acerca de la superioridad de Cristo, el gran Sumo Sacerdote, comparado con los sacerdotes levíticos del orden de Aarón.
En Rom. 5:14 se declara a Adán "tipo de Aquél que había de venir" y todo el célebre pasaje, vs. 12‑21, es la elaboración de una analogía típica que sólo tiene fuerza en cuanto envuelve ideas y consecuencias del carácter más opuesto. El gran pensamiento del pasaje es este: De la manera cómo por la trasgresión de un hombre, Adán, un juicio condenatorio que envolvía muerte pasó sobre todos los hombres, así también, por medio de la justicia de un hombre, Jesucristo, la dádiva gratuita de gracia salvadora, envolviendo justificación para vida, vino a todos los hombres. Pero en dos vs. 15‑17 el apóstol hace resaltar varios puntos de distinción en los cuales la dádiva gratuita es "no como la trasgresión". Primero, difiere cuantitativamente. La trasgresión envolvía la irrevocable sen­tencia de muerte para los muchos; la dádiva gratuita abundaba con múltiples provisiones de gracia para los mismos muchos (tous pollous). Difería, también, numéricamente en el asunto de transgresiones, pues la condenación seguía a un acto de trasgresión, pero la dádiva gratuita provee justificación de muchas transgresiones. Además, la dádiva difiere cualitativamente en sus glorio­sos resultados. Por la trasgresión de Adán "reinó la muerte", adquirió dominio, sobre todos los hombres, aun sobre aquellos que no pecaron a la manera de la rebelión de Adán; pero por un hombre, Jesucristo, los que reciben la abundancia de su gracia salvadora reinarán en vida eterna.
3. Los tipos del A. Testamento no son susceptibles de completa interpretación sino a la luz del Evangelio. Con demasiada frecuencia se ha supuesto que los antiguos profetas y santos estaban poseídos de pleno conocimiento de los misterios de Cristo y que entendían vívidamente el profundo significado de todos los tipos y símbolos sagrados. Que a veces tuviesen alguna idea de que ciertos he­chos e instituciones anunciaban mejores cosas que habían de venir, puede admitirse; pero, de acuerdo con Heb. 9:7‑12, el significado de los más santos misterios del antiguo culto no fue manifiesto mientras el tabernáculo externo permaneció de pie. Y los antiguos adora­dores no sólo no entendieron esos misterios sino que los misterios mismos, ‑las formas de culto, "viandas y be­bidas y diversos lavamientos y ordenanzas acerca de la carne, impuesta hasta el tiempo de la Corrección" (dior­doseos, enderezamiento) eran incapaces de perfeccionar a los adoradores. En fin, todo el culto mosaico era, en su naturaleza y propósito, preparatorio y pedagógico ( Gál. 3:25 ) y cualquier intérprete que pretenda que los antiguos perciban claramente lo que el Evangelio revela en los tipos del A. Testamento está expuesto a caer en extravagancias y a envolverse en conclusiones insostenibles.
Un hecho que no hay que olvidar es que tanto el tipo como el antitipo trasmiten exactamente la misma verdad pero bajo formas adecuadas a diferentes grados de desarrollo.
Cada caso que haya de usarse como típico debe determinarse sobre sus propios méritos, por el sentido común y el sano criterio del expositor; y el discernimiento exegético de éste debe disciplinarse por un estudio a fondo de los caracteres que todo el mundo acepta como tipos bíblicos.

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