domingo, 17 de junio de 2012

Historia del AT -- Cap 21 al 24 (Fin)


Capítulo XXI
Daniel— hombre de estado y profeta 

Eminente entre los judíos exiliados en Babilonia, Daniel como hombre, ganó la dual distinción de ser un político y un profeta. Elevándose de la servidumbre a la situación de hombre de Estado, prosperó en el liderazgo político, bajo los gobernantes medo-persas por más de seis décadas. Entre­mezcladas en el libro que lleva su nombre, están las experiencias personales de Daniel al igual que sus revelaciones proféticas concernientes a futuros acontecimientos.
Daniel nació en el reino de Judá, durante el reinado de Josías y fue, probablemente, en sus primeros años cuando fue llevado cautivo, en el 605 a. C. En los comienzos del capítulo que abre su libro, refleja las convicciones religiosas de Josías y Jeremías que, ciertamente, tuvieron que haberle influenciado a él y a otro joven judío de su tiempo.
Aunque las esperanzas de Judá para que continuase su independencia pudieron haber resurgido con la caída de Nínive, ellas fueron bruscamente deshechas cuando Josías fue muerto en Meguido (609). Judá se convirtió en subdito de Egipto poco después, y el faraón Necoa colocó a Joacim en el trono. Con la batalla de Carquemis (605) la denominación, egipcia cedió al control de Babilonia. Los intentos de Joacim de sumisión a Nabucodonosor tuvo que haber sido una sorpresa para Daniel y sus compañeros, que fueron tomados como rehenes a la capital de Babilonia.
La familiaridad de Daniel con las lenguas hebrea y aramea se hace apa­rente en sus escritos. Peculiar de este libro es el tener el más extenso pasa­je en lengua aramea de todo el canon del Antiguo Testamento.
Una popular característica de Daniel es la doble división mediante la cual se designan los primeros seis capítulos como históricos y los seis fina­les como profetices. Es digno de notar que en, los primeros, Daniel se refiere a sí mismo en tercera persona, y actúa como el agente de la revelación. En los últimos capítulos escribe en primera persona, registrando mensajes pro-féticos revelados a él de forma sobrenatural.
Dando énfasis a los aspectos profetices, el libro de Daniel conduce por sí mismo al análisis siguiente:

A. Introducción histórica 1:1-21
B. Los reinos gentiles    2:1-7:28
C. La nación de Israel 8:1-12:13
Este bosquejo tiene en cuenta su composición bilingüe. El pasaje ara-meo (2:4b—7:28) tiene un mensaje de especial interés para las naciones pa­ganas, indicando su orden de sucesión, carácter y destino. Los capítulos es­critos en hebreo, enfocan la atención sobre el papel particular de Israel en los acontecimientos internacionales.
Para un estudio inicial del libro de Daniel, la perspectiva histórica es esencial. Las variadas revelaciones que proceden de Daniel, son consecutivas a la luz de los acontecimientos contemporáneos. Para situar el libro en su dispositivo histórico, puede ser útil el siguiente análisis cronológico:

I. El reino de Nabucodonosor
Los judíos cautivos en la corte 1:1-21
Daniel y el sueño del rey 2:1-49
Los tres amigos en juicio 3:1-30
La humillación del rey 4:1-37
II. La era Nabónido-Belsasar
La bestial naturaleza de los reinos 7:1-28
Los reinos identificados 8:1-27
En la víspera de la caída de Babilonia 5:1-30
III. En los tiempos medo-persas
La preocupación de Daniel por su pueblo 9:1-27
Sobre el juicio por su religión 5:31-6:28
La revelación final de Daniel      10:1-12:13

Durante el reinado de Nabucodonosor

Entre los rehenes tomados en Jerusalén, estaban Daniel y sus tres ami­gos, Ananías, Misael y Azarías. Seleccionados para un entrenamiento espe­cial en el colegio real, estos judíos jóvenes se encararon al problema de la profanación, cuando se les ofreció el lujoso menú de la corte pagana.
Daniel como portavoz del grupo, con valentía, aunque cortésmente, ape­ló al mayordomo jefe para proporcionarles un menú de su elección sobre la base de una prueba de diez días. Al final de aquel período, el mayordomo se complació en encontrar a Daniel y sus amigos en mejor salud que sus compañeros. Antes de que pasara el tiempo, se hizo obvio a los supervisores, que aquellos hebreos jóvenes estaban dotados con una extraordinaria destre­za y sabiduría. Cuando fueron entrevistados por el rey, Daniel y sus tres amigos recibieron los más altos honores y fueron reconocidos como muy superiores a todos los otros hombres sabios de la corte real (1:17-21).
La afinidad de la religión y la política tuvo que haber causado una indeleble impresión sobre Daniel. En varias ocasiones, durante el año del acceso al trono de Nabucodonosor, que alcanzó su máximo exponente en la celebración del festival del Día del Año Nuevo, el rey reconoció a los dioses Nabu y Marduc al llevarlos en procesión pública que terminó en el templo de Akitu. Daniel tuvo que haberse quedado perplejo cuando vio a Nabu­codonosor extender sus conquistas en el nombre de aquellos dioses paganos.
Durante el primer año de su reinado, el triunfante Nabucodonosor de nuevo hizo que sus ejércitos marchasen hacia el oeste, exigiendo tributo de los reyes de Siria y Palestina. De particular interés para Daniel tuvo que haber sido la anotación de Joacim en la lista de reyes tributarios y el hecho de que Nabucodonosor hubiese reducido a ruinas a Ascalón, ames de su retorno a Babilonia, a principios del 603 a. C.
El cronista de Babilonia informa poco de la actividad de Nabucodonosor durante su segundo año. Para Daniel, sin embargo, la más interesante ex­periencia, es su aparición personal ante este monarca, el más grande de los de Babilonia (2:1-49).
El rey Nabucodonosor tuvo un sueño que le sumió en la más completa perplejidad. Llamando a todos los hombres sabios de la corte ante su presencia, les pidió que relatasen e interpretasen, dicho sueño. Bajo amenaza de muerte, los sabios, frenéticamente, aunque en vano, imploran del rey que les relate el sueño. Daniel, sabedor del dilema existente, solicita una entrevista con Nabucodonosor. Mientras se hacen los arreglos necesarios, Daniel y sus tres compañeros apelan afanosamente ante Dios que les revele el misterio a ellos. En una visión durante la noche, Dios hace conocer a Da­niel el sueño del rey y su interpretación. Llevado ante la presencia de Nabucodonosor, Daniel le dice que Dios le ha revelado los misterios del futuro del rey.
En su sueño Nabucodonosor ha visto una brillante imagen, con una ca­beza de oro, pechos y armas de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro y pies de hierro y barro cocido. Ante él, dicha imagen es aplastada por una piedra, que causa su completa desintegración.
Daniel informa a Nabucodonosor que él es la cabeza de oro a quien Dios ha dado aquel gran imperio. El segundo y el tercer imperios serán inferiores. El cuarto reino representado por el hierro, aplasta a otros reinos, pero la mezcla de hierro y barro cocido en las piernas y pies indica su última división. Eventualmente, Dios establecerá un reino que nunca sera des­truido. Como la piedra que aplasta a la totalidad de la imagen, así este reino terminará con todos los reinos anteriores cuando esté permanentemente establecido.
Tras oír esta interpretación, Nabucodonosor concede honores a Daniel, reconociendo a Aquel que ha revelado su secreto como el Dios de los dioses y el Señor de los reyes. Daniel es elevado a la categoría de gobernador de la provincia de Babilonia y situado a la cabeza de los hombres más sabios. A su demanda, sus tres amigos, cuyos nombres babilónicos eran Sadrac, Mesac y Abed-nego, reciben cargos de responsabilidad en otros lugares de la provincia, mientras que Daniel permanece en la corte real.
Durante el curso de su reinado, Nabucodonosor erige una gran imagen en la llanura de Dura (Dan. 3:1). Esta imagen pudo haber tenido la forma de un obelisco con una base de 270 cms. llegando hasta una altura de 2.700 cms., resplandeciente de oro. En su dedicación, se cita a todo el pueblo, bajo amenaza de muerte, para que se postre en adoración. Cuando los tres amigos de Daniel rehusan el hacerlo, se nota el hecho inmediatamente. Arrestados y llevados ante el rey, son lanzados dentro de un horno encendido. Con gran asombro, el rey pagano observa que los jóvenes no sufren el menor daño y están acompañados por una cuarta persona. Cuando se les ordena que salgan fuera, Nabucodonosor confiesa que su Dios les ha liberado y emite un decreto público prohibiendo que nadie hable contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abeb-nego.
La humillación de Nabucodonosor y la restauración (4:1-37) es tan sig­nificativa, que emite un edicto real, relatando su experiencia. Reconociendo que Dios le ha humillado y le ha restaurado, reconoce públicamente a Dios como el gobernante de un reino que no tendrá fin.
Nabucodonosor tiene otro sueño que le sume en confusiones. De nuevo llama a los sabios de la corte, esta vez relatándoles lo que ha soñado. Cuan­do los sabios se declaran incapaces de dar una explicación, Daniel también conocido como Beltsasar, es llamado para consultarle. En este sueño, Nabucodonosor vio un árbol extendiéndose hacia arriba hasta los cielos. Era tan gigantesco y fructífero que proporcionaba sombra, alimento y refugio para las bestias y las aves. A su debido tiempo, un santo vigilante de los cielos dio órdenes de talar el árbol, dejándolo reducido a un simple tocón.
Daniel interpreta el sueño de forma siguiente: El árbol representa a Na­bucodonosor como rey del gran Imperio de Babilonia —al ser cortado el ár­bol en pedazos, así Nabucodonosor será rebajado desde su posición real a una bestial existencia por siete períodos de tiempo, hasta que compruebe que él no es supremo. Daniel informa al rey que el decreto proviene del Altí­simo y le advierte que enderece sus pasos por el camino recto, para que su reinado pueda ser prolongado.
Parece que Nabucodonosor ignora este aviso. Bajo su supervisión, la ciudad de Babilonia se convirtió en la más extraordinaria capital de los antiguos tiempos. Murallas macizas con canales rodeaban la ciudad en cuyo interior se conservaban los templos de Marduc e Istar. En la famosa puerta de Istar, leones y dragones de metales resplandecientes marcaban el impre­sionante comienzo de la calle de la procesión que conducía al lujoso palacio real. Para su reina meda, Nabucodonosor construyó los jardines colgantes que los griegos consideraron como una de las siete maravillas del mundo. Jac­tándose de todas aquellas realizaciones, Nabucodonosor es súbitamente ata­cado de licantropía, en juicio divino, privado de su reino y relegado a la vida de las bestias del campo por un período designado como de "siete tiempos". Cuando la razón vuelve a él, es reintegrado al trono. En una pro­clamación oficial, él reconoce que el Altísimo es omnipotente entre todo el ejército de los cielos al igual que entre los habitantes de la tierra, y en alabanza y oración confiesa también que el Rey de los cielos es justo y recto en todos sus caminos y capaz de abatir al orgulloso.

La era Nabónido - Belsasar

Años de la historia de Babilonia pasan en silencio por lo que concierne al libro de Daniel. El magnífico reinado de cuarenta y tres años de Nabucodonosor terminó con su muerte en el 562 a. C. Tras dos años de gobierno de Awel-Marduc, y cuatro de Neriglisar, el imperio de Babilonia llega a su fin, bajo Nabónido (556-539 a. C.). Belsasar, un hijo de Nabónido, cuya identidad con el corregente y administrador del reino babilónico está esta­blecida más allá de toda disputa, se menciona en toes capítulos de Daniel. Los acontecimientos del capítulo 5 están específicamente relacionados con los días finales de Belsasar cuando la ciudad de Babilonia es ocupada por el ejército medo-persa (octubre del 539 a. C.). La fecha exacta de los Capítulos 7 y 8 depende del año en que Daniel fechase el comienzo del reinado de Belsasar, puesto que él fue su corregente con Nabónido. Las tablillas del contrato en donde aparece el nombre de Belsasar están fechadas en el reino de Nabónido. De acuerdo con los registros babilónicos, Belsasar está asociado como corregente con su padre a principios del 553 a. C. En consecuencia, las fechas de los capítulos 7 y 8 en el primero y tercer años del reino de Belsasar, tienen que ser asignados al período de 553-539 a. C.
Los acontecimientos históricos contemporáneos ocurridos durante ei tiempo de Belsasar y Nabónido tienen importancia como fondo para las visiones registradas en los capítulos 7 y 8. Ya había pasado más de medio siglo desde que Daniel claramente identificó a Nabucodonosor como la cabeza de oro, tras cuyo reinado surgiría un reino menor (2). Seguramente Daniel se hallaba completamente consciente del surgir de Ciro, quien tras subir al trono de Persia y Anshan en el 559 a. C., había ganado el control sobre Media (550 a. C.), que a su vez trastornó el equilibrio de poder hasta el punto de poner en peligro a Babilonia. Por el 547 a. C. Ciro había marcha­do con sus ejércitos hacia el noroeste, derrotando decisivamente a Creso en Lidia. A causa de su experiencia política, Daniel tuvo que haber com­prendido bien la subida al poder de Persia mientras que el reino de Babilo­nia se desintegraba bajo los sucesores de Nabucodonosor.
Por aquella época, Daniel tuvo dos visiones en tres años. En la primera visión (7), vio cuatro grandes bestias surgir del mar movido por los cuatro vientos del cielo. Un león con alas de águila, que es derribado mien­tras que se mantiene erecto sobre dos patas, proporciona la mente de un hombre. La segunda es una bestia en forma de oso, erecta con tres costillas en su boca, a quien, se le ordena que devore mucha carne. En la siguiente surge un leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas. La cuarta es una bestia no descrita con dientes de hierro para devorar y machacar los residuos de la destrucción. Tres de sus diez cuernos están reemplazados por un cuerno con ojos perecidos a los de un hombre y una boca que devora grandes cosas. Después aparece un trono en el cual se sienta un individuo vestido de blanco y que está identificado como el Anciano de días. Los libros quedan abiertos, el juicio entregado. El cuerpo de la bestia no descrita está marcado por el fuego mientras que el resto de las bestias están desprovistas de su poder. El Anciano de días, entonces, ostenta el dominio sobre todos los reinos y lo entrega a uno "como un hijo de hombre" y establece su reinado permanen­temente.
Daniel se halla perturbado y busca una explicación. En respuesta, es informado de que las cuatro bestias representan cuatro reyes terrenales. Eventualmente los santos del Altísimo poseerán el reino que durará para siempre. La cuarta bestia representa un cuarto reino que se extenderá sobre todo el mundo. Los diez cuernos significan diez reyes, tres de los cuales serán reemplazados por uno que desafía al Altísimo, incluso tentando cambiar los tiempos y la ley. Tras pasados tres períodos y medio, es juzgado y destruido. Los santos del Altísimo se hacen cargo del reino que durará para siempre. Aunque Daniel está grandemente perplejo por el sueño y su interpretación, pondera tales cosas en su mente; tal vez inten­tando relacionarlas con los acontecimientos corrientes.
En el tercer año de Belsasar, Daniel tiene otra visión (8:1-27). Aunque no da el lugar de su residencia en esta ocasión, el lugar de la visión es Susa, a lo largo de las riberas del río Ulai. Esta ciudad estaba bajo control persa y más tarde se convirtió en la importante capital de verano bajo el go­bierno de Darío el Grande (522-486 a. C.).
Ante Daniel, en las orillas del río, aparece un carnero con dos cuernos desiguales. Este carnero permanece tranquilo hasta que es atacado por un, rápido macho cabrío que procede del oeste. Tras de que el último ha des­trozado al primero, el gran cuerno del macho cabrío es roto y reemplazado por cuatro cuernos conspicuos. Fuera de esos cuatro, hay otro cuerno pe­queño que avanza hacia el sur para hollar el santuario por un período de 2.300 días.
Una vez más, Daniel siente el deseo de la clarificación. El ángel Gabriel le informa que esta visión es para el final de los tiempos. El carnero con dos cuernos representa a los reyes de Medo-Persia. El macho cabrío está identificado con Grecia, con el gran cuerno representando al primer rey. Los cua­tro reinados que emergen de Grecia no serán fuertes hasta que un rey po­deroso de gran fortaleza se yerga. Desatará una vasta destrucción de su poder contra el pueblo sagrado y el Príncipe del ejército será súbitamente sin intervención humana.
Daniel queda tan turbado por esta visión que es incapaz de reanudar los negocios del rey durante varios días. Sabiendo que los medo-persas están a punto de absorber al reino de Babilonia, Daniel tiene razón para estar preocupado. La capacidad con la que Daniel sirve al gobierno de Babilonia tras la muerte de Nabucodonosor no está indicada, pero Belsasar se vuelve hacia él en la víspera de su muerte.
Es el año 539 a. C. Confiado de que Babilonia está fuera de toda posible conquista, Belsasar reunió a un millar de sus oficiales y sus esposas para un banquete. Beben el vino de vasos de oro y plata que Nabucodonosor había confiscado del templo de Jerusalén. Simultáneamente, los dioses paganos hechos por el hombre son reconocidos libremente. Mientras bebe ante sus señores sobre una alta plataforma, de acuerdo con la costumbre oriental, el rey se da cuenta súbitamente de que una mano escribe algo sobre una pared. Sobrecogido por el terror, Belsasar llama a los hombres sabios de Babilonia para que lean aquello y lo interpreten, ofreciendo como recompensa un vestido de púrpura, un collar de oro y el tercer lugar del reino.
Oyendo la situación en que se encuentra el rey, la reina irrumpe en el banquete y recuerda al rey que hay un hombre en su reino a quien Nabuco­donosor nombró como el jefe de los sabios de Babilonia. Inmediatamente se lleva a Daniel ante Belsasar. No importándole la recompensa, Daniel ase­gura al rey que el interpretaría el mensaje de la pared. En simples palabras, le recuerda que Nabucodonosor, a quien Dios había confiado un gran reino, fue reducido a un estado de bestia hasta reconocer que el Altísimo goberná­is. El Ulai es identificado como el Eulaeus que pasaba por Susa antes de desembocaba en el reino de los hombres. Aunque familiarizado con aquello, Belsasar había fallado en honrar a Dios. La mano y su escritura fueron enviadas por Dios. La interpretación es bien clara. Dios terminó el reino y lo dividió entre los medos y los persas. Por lo que respetaba a Belsasar, ya había sido pesado en la balanza y encontrado deficiente.
Por mandato real, se le conceden a Daniel honores reales y fue aclamado como el tercero en el remo. Sin embargo, las últimas horas del reino de Ba­bilonia estaban pasando rápidamente. Aquella misma noche, Belsasar fue muerto y la ciudad de Babilonia ocupada por los medo-persas (Dan. 5:3(K 31).

Los tiempos de los medo-persas ,

Los medo-persas conquistan y ocupan la gran capital de Babilonia sin destrucción. A finales de octubre del 539, el propio Ciro entra en triunfo y permanece en la famosa ciudad para celebrar el festival del Nuevo Año. Darío el medo, quien conquistó Babilonia, aparentemente sirvió a las órdenes de Ciro. Puesto que no hay ni una simple tablilla ni inscripción que haya sido hallada y que porte su nombre, se han producido numerosas teo­rías para su identificación. Basado en nuevos hechos, su identidad con Gubaru, el gobernador de Babilonia bajo Ciro, garantiza la conclusión de que Darío el medo puede ser considerado como un personaje histórico. De acuerdo con el relato de Daniel, Darío estuvo a cargo de la ocupación de Babilonia y fue el gobernante del reino caldeo. Aunque medo por nacimiento, gobierna bajo las leyes de los medos y los persas.
Las experiencias personales de Daniel registradas en los capítulos 6 y 9 se relacionan con el reino de Darío. El verso final del capítulo 6 implica que, subsiguientemente, Daniel estuvo asociado con Ciro. Su final revelación está fechada en el tercer año de Ciro. Tal vez por ese tiempo, Darío hubiese muerto o Daniel habría sido trasladado, de forma que fuese directamente responsable hacia Ciro. En la crisis de la ocupación de Babilonia por los invasores, Darío reconoció inmediatamente a Daniel, nombrándole como uno de los tres presidentes de su gobierno. Con toda probabilidad, pasó un cierto tiempo antes de que los otros dos presidentes actuasen contra Daniel en un intento de deponerle del cargo (6:1-28). Mientras tanto, Daniel pudo haber tenido la experiencia registrada en, el capítulo 9.
El hecho de que los medo-persas reemplacen a los babilonios como el reinado más importante del Cercano Oriente, no sorprende a Daniel. Ya muy temprano en su vida, en el segundo año de Nabucodonosor, en el 603 a. C., Daniel explicó claramente a los más grandes reyes de Babilonia que otros reinos seguirían en el curso del tiempo. Durante el reinado de Belsasar, la identificación del próximo reinado fue revelada. Cuando permaneció ante el tembloroso rey en vísperas de la caída de Babilonia, Daniel declaró clara y llanamente que los medos y los persas se harían cargo del reino.
Cuando la crisis ya había sucedido realmente y la supremacía de los medo-persas fue establecida, Daniel estuvo ansioso por conocer qué significación tendría aquello para su propio pueblo. Leyendo las profecías de Jeremías, observa cuidadosamente que se había predicho un período de cau­tiverio que duraría setenta años. Aunque no hace mención de ello, Daniel pudo también haber leído respecto a Ciro en el libro de Isaías (44:28-45:1) donde a Ciro se le identifica como el pastor a quien Dios utilizaría para liberar a su pueblo y hacerlo retornar a Jerusalén. Ciro ya había estado en la escena internacional durante varias décadas. ¿Podría ser posible que los judíos recibieran entonces permiso para volver? Aparentemente el edicto para su retorno, aún no había sido dictado ni publicado.
Daniel estaba muy ejercitado por las predicciones dadas por Jeremías. Casi setenta años habían transcurrido desde que el primer grupo de judíos, incluyéndole a él, había sido llevado al exilio desde Jerusalén en el 605 a. C. Comprobando que el tiempo de su cumplimiento era inminente, Daniel ora confesando los pecados de Israel y reconociendo que Dios es justo en todos sus juicios.
Gabriel ilumina a Daniel en lo concerniente al futuro de Israel. Una re­lación general de la sucesión de los imperios del mundo le había sido ya dada. Aquí, la atención queda enfocada sobre la nación de Israel en el plan de Dios. Setenta semanas representan el período en el cual Israel verá el cumplimiento de las promesas de Dios.
Los acontecimientos atribuidos a este período para el pueblo de Daniel y su sagrada ciudad, fueron como sigue:

(1) acabar la trasgresión
(2) acabar con los pecados
(3) hacer una reconciliación con la iniquidad
(4) aportar una justicia que perdure para siempre.
(5) cerrar la visión y la profecía
(6) ungir al más santo.

Dividiendo el período total en unidades más pequeñas, una era de siete más sesenta y dos semanas, permite la aparición y la separación de un individuo identificado como "el ungido". La ciudad y el santuario son para ser destruidos por un pueblo del cual surgirá un príncipe que hará una alianza con muchos por una semana. Esta alianza lleva a la considera­ción de la semana septuagésima como el tiempo y la duración de su relación. Sin embargo, en medio de esta semana, el príncipe romperá el pacto, siendo la causa del sacrificio y ofrendando el cese y trayendo la desolación hasta que el destructor esté consumado.
Sin tener en cuenta las variadas interpretaciones de esta explicación, en cierta forma ambigua, como ejemplificada en numerosos escritos sobre estas profecías, el propio Daniel recibe la seguridad de que su nación, por quien él está en oración constante, tiene un lugar definido en el plan de Dios. Indudablemente, Daniel se siente grandemente alentado cuando Ciro, poco después de haber subyugado a Babilonia, emite una proclamación alentando a los judíos a que retornen a su hogar patrio.
Cuando Darío organiza su reino, Daniel sirve como uno de los tres presidentes. Desde hacía mucho tiempo se había distinguido como un sabio administrador, en tal modo, que sus otros dos colegas le tomaron envidia. Sin haber encontrado ninguna irregularidad en sus deberes oficiales, le in­criminaron por sus prácticas religiosas hasta el extremo de echarle a la jaula de los leones. Cuando Darío encontró a Daniel, sin el menor daño entre las fieras, reconoció en público, en una proclamación al efecto, que Dios había liberado a Daniel—el Dios viviente que tiene signos y maravillas en los cielos y en la tierra como el gobernante de un reino que no tiene fin.
La revelación final de Daniel (10:1-12:13) está fechada en el tercer año de Ciro. Por entonces el hombre de estado y profeta ya estaba bien establecido en el gobierno medo-persa. Si Daniel tenía menos de veinte años cuando fue hecho cautivo, rondaría entonces por los ochenta. Desde el punto de vista de su edad, y responsabilidades oficiales en el gobierno, no es verosímil que considerase en serio el participar en el éxodo que organi­zaría el pueblo judío para su retorno a Jerusalén. A pesar de todo, tuvo un interés general en. el bienestar y en las esperanzas futuras de su pueblo.
Daniel emplea tres semanas ayunando y llevando luto. En el día vigésimo cuarto del primer mes, está en la ribera del Tigris cuando se da cuenta de un hombre vestido de blanco lino que tiene unas características sobrenatu­rales. Cuando Daniel ve aquella visión, y oye el sonido de sus palabras, cae sobre su rostro y se sume en un profundo sueño. Los hombres que hay con él, huyen.
Daniel se despierta y es invitado a ponerse en pie. Aquel hombre le asegura que su oración ha sido escuchada. Debido a interferencia por el príncipe de Persia, la respuesta ha sido demorada. Puesto que Daniel es un hombre muy bien amado que se humilla a sí mismo con, la oración, este di­vino mensajero ha venido con la ayuda de Miguel, uno de los príncipes jefes, para revelar el futuro de Israel. Aunque débil y temeroso, Da­niel recibe una fuerza sobrenatural que le condiciona a oír el mensaje. El mensajero le informa que está a punto de acabar su conflicto con el prín­cipe de Persia y, subsiguientemente, esperar un encuentro con el príncipe de Grecia. Antes de marchar, comparte con Daniel el contenido del libro de la verdad (10:21).
Cuatro reyes sucedieron a Ciro sobre el trono de Persia, el último de los cuales haría que los griegos se levantasen a causa de lo excesivo de sus ri­quezas. Un rey más poderoso procedente de Grecia viene para sentarse a sí mismo como le plazca, aunque su vida quede súbitamente cortada. Su reino se dividirá en cuatro (11:2-4). Por algún tiempo, un agudo conflicto rugirá entre el rey del norte y el rey del sur (11:5-20). Tras que aquello su­ceda, una persona vil y despreciable surge para desafiar al rey del sur en repetidas batallas. En. su rabia, profana el templo y causa el continuo ofre­cimiento del fuego que cesará cuando muchos hombres en el conflicto hayan muerto (11:21-35).
Un rey obstinado que es el más desafiante de todos, se exalta a sí mismo por encima de los dioses, incluso desafiando al Dios de dioses (11:21-35)-Por un tiempo, extiende su control hasta Egipto, Etiopía y Libia; pero por último encuentra su condenación en un furioso conflicto.
¿Qué ocurre mientras tanto al pueblo de Daniel? Por la época de este terrible conflicto, Miguel, el príncipe de Israel, surge para liberarle. Una resurrección ocurre cuando muchos son restaurados en una vida sin fin; otros sufrirán un desprecio eterno. Con la seguridad de que aquellos que sean sabios y prudentes y vuelvan a lo justo, son los receptores de las ben­diciones de Dios, a Daniel se le aconseja para que selle el mensaje que le ha sido revelado. Al final del tiempo, muchos lo leerán para incrementar su conocimiento (12:4).
Daniel ve a dos individuos, uno a cada ribera del río. Volviéndose hacia el hombre de los vestidos blancos, inquiere lo concerniente a la terminación de aquellas maravillas. Levantando las manos a los cielos, el hombre vestido de blanco jura "por el que vive por los siglos" (Dan. 12:7), que tales mara­villas se terminarán tras tres y medio períodos de tiempo. Esto también es el punto terminal para esperar e! poder del pueblo santo. Daniel está todavía confuso. Oye las palabras, pero no comprende. Inquiriendo del hombre de las ropas blancas, es advertido de que siga su camino, —las palabras quedan cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán purificados y com­prenderán y otros continuarán en una excesiva maldad y no comprenderán. Incluso aunque los acontecimientos que tengan que venir, no están claros para Daniel, a él se le promete descanso y se le entregará un lugar a! fin del tiempo. Con esta esperanza personal y la seguridad de que su pueblo triunfará finalmente. Daniel recibe instrucciones de acabar y sellar este libro.

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Capítulo  XXII
En tiempos de prosperidad

La independencia política, la expansión y la prosperidad caracterizaron a Israel durante el apogeo del éxito de Jeroboam. Desde los días del derra­mamiento de sangre y opresión en el 841 a. C., la dinastía de Jehú eventual-mente condujo el Reino del Norte a la cima del prestigio político y econó­mico durante la primera mitad del siglo VIII. Elíseo continuaba su minis­terio, manteniéndose como el mensajero de Dios durante aquellos años tumultuosos de principios de la dinastía de Jehú.
La sangre marcó los pasos de Jehú al trono de Samaría. No satisfecho con matar a los reyes de Judá e Israel, Jehú había matado a su placer hasta exterminar la familia real. Espoleado por un traicionero fanatismo reunió a todos los entusiastas de Baal para una masacre masiva.
El éxito local de Jehú fue pronto ensombrecido por los problemas inter­nacionales. La horrenda muerte de Jezabel, no produjo ciertamente la buena voluntad de la Fenicia. Jerusalén, con su rey como víctima de la revolución de Samaría, fue lanzada a un torbellino sangriento bajo el terror de Atalía. Moab se reveló contra Israel. Desde Damasco, Hazael presionó ferozmente hacia el sur, ocupando el territorio israelita al este del Jordán. Jehú estaba desamparado—demasiado débil para salvar al pueblo de Galaad y Basan ue la opresión siria. Además encontró necesario el enviar tributos a Salmanasar III con objeto de evitar la ominosa amenaza de la invasión asiría.
Hazael llegó a ser el peor enemigo de Israel. Mientras gobernó en ¿iría existieron problemas y dificultades para Jehú y sus sucesores. Hazael no sólo invadió Basan y Galaad, sino que también avanzó hacia el sur en Palestina para capturar Gat. Además, amenazó con la conquista de Jerusalén (II Reyes 12:17), Rodeado y oprimido por los sirios, Israel pare­cía tener un futuro sin esperanzas. Aparentemente, los estados vecinos to­maron ventaja de la importancia de Israel por repetidos pillajes y saqueos (Amos 1:6-12).
Poco antes de fin de siglo, las perspectivas de alivio para Israel comenzaron a alborear con la muerte de Hazael. Con Asiria dominando a Da­masco, Israel tuvo la oportunidad de resurgir una vez más en el concierto internacional. Pronto Joás hubo dispuesto una potente fuerza de combate para desafiar al nuevo rey sirio, Ben-Adad, en su control del territorio israe­lita. En el despertar al éxito, la muerte de Elíseo, el veterano profeta de Israel, llegó como un tremendo golpe para Joás.
El ejército de Joás era tan grande que Amasias, el rey de Judá, le pidió prestados cien mil hombres para ayudar a la sumisión de Edom. Su éxito en esta aventura hizo a Amasias ten arrogante que volvió las tropas israelitas contra Joás en, un desafío para encontrarse las fuerzas de Judá e Israel en la batalla. Cuando su advertencia verbal fue ignorada, Joás invadió Judá, destrozó parte de las murallas de Jerusalén, devastó el palacio y tomó rehe­nes que llevó a Samaría. Con Judá como vasallo de Israel, Amasias debió ser hecho prisionero, o al menos, destronado por un extenso período.
Jonás hizo su aparición por esta época. Su predicción fue precisa y, sin duda, popular. Declaró que Jeroboam estaba a punto de reclamar el terri­torio perdido a Hazael en tiempos pasados. Ciertamente, no transcurrió mu­cho antes de su éxito militar, la extensión territorial y la prosperidad econó­mica se hizo una realidad bajo la enérgica y agresiva política de Jeroboam II, (793-753 a. C.). Con Siria debilitada, por la presión de Adad-Nirari III, Jeroboam volvió a recuperar su territorio nacional desde el mar Muerto hasta "la entrada de Hamat" (el paso entre el Líbano y su cordillera y monte Hermón). En consecuencia, Jeroboam II tuvo bajo su control un dominio más grande que cualquier otro de sus predecesores.
Se extendieron las relaciones comerciales. Floreció el comercio interna­cional más allá de todo lo conocido por Israel desde los días de Salomón. En esta era de éxito económico y expansión territorial, Samaria se fortificó contra cualquier invasión extranjera. Con Siria como estado-tapón, los israelitas olvidaron complacientemente el peligro que representaba la amena­za asiría. Aunque Judá comenzó a mostrar signos de una reavivación política y económica, el Reino del Sur era todavía poco fuerte y se hallaba compara­tivamente adormecida, en tanto que Jeroboam continuaba gobernando en Samaria.
Con Israel en su apogeo, dos profetas hicieron su aparición: Amos y Oseas. Cada uno de ellos, por turno, intentó despertar a los ciudadanos de Israel de su letargo, pero ninguno de los dos consiguió que el pueblo vol­viera de su apostasía.

Jonásla misión de Nínive —Jonás 1:1 • 4:11

Jonás tuvo un mensaje popular que predicar en Israel. En tiempos de opresión, la promesa de días prósperos fue muy bien acogida. Indudable­mente, el cumplimiento de su predicción, en la extensión del territorio de Israel bajo Jeroboam, aumentó su popularidad en su hogar patrio. No hay indicación de que tuviese un mensaje de advertencia o de juicio para liberar a su propio pueblo (II Reyes 14:25).
El sermón de Jonás a los ninivitas no fue otra cosa que adulación. El juicio y la condenación para esta ciudad extranjera está resumida en el tema: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida". Cuando finalmente él com­pletó esta afirmación, registró sus experiencias en el libro que lleva su nombre. Obsérvese el siguiente breve análisis:
I. El via
je de Jonás hacia el oeste en un itinerario de ida y
vuelta. 1:1-2:10
II. Una misión de predicación con éxito 3:1-10
III. La lección para Jonás 4:1-11

Jonás fue divinamente comisionado para ir a Nínive, una desagradable misión para un israelita. Durante los tiempos de Jehú, Israel había pagado tributo al rey asirio Salmanasar III. A Jonás le era conocido el sufrimiento a que Siria estaba sujeta repeliendo los ataques recientes de los asirios. ¿Por qué debería exponerse a tan peligrosa misión? Las atrocidades de los asirios, que más tarde aterrorizaron a las naciones en su misión a Tiglat-pileser III, pudieron ya haberse puesto en práctica en aquel tiempo. Desde el punto de vista humano, Asiria era el último lugar que un israelita hubiera podido ele­gir para una aventura misionera.
Jonás comenzó su viaje en una dirección opuesta. En Jope, abordó un barco que se dirigía al Mediterráneo occidental, al puerto de Tarsis. En ruta hacia su destino, una tormenta de tal magnitud que llenó de alarma los corazones de la tripulación se desató, aunque el mal tiempo no era cosa des­conocida para ellos. Mientras que Jonás estaba durmiendo, los marineros atacados por el pánico descargaron el barco y apelaron a sus dioses. Jonás fue invitado a levantarse y unirse a sus oraciones paganas. Los pasajeros restantes decidieron que Jonás era el responsable de su desgracia. Aunque temeroso de la ira divina, le arrojaron por la borda. Inmediatamente cesó la tormenta y prevaleció una gran calma en el mar. Por lo que concernía a los marineros, la cuestión estaba resuelta. No así para Jonás. Sus problemas no habían hecho más que comenzar. Había sido tragado por un gran pez.
Tres días y tres noches Jonás tuvo que permanecer en el vientre del monstruo marino. Apelando a Dios, reconoció francamente que estaba per­dido, de no ser por la divina intervención. Hizo la simple promesa de que cumpliría sus votos una vez que fuese liberado. Y así, bajo el poder divino, el pez llevó a Jonás hasta depositarlo en terreno seco.
Una vez más Jonás es invitado a ir a Nínive. Esta vez se dirigió hacia el este, a la distante tierra de Asiría, aproximadamente a 1.287 kms. de Israel. Localizada en la orilla oriental del Tigris, Nínive era una gran ciudad con numerosos suburbios más allá de sus murallas. Allí Jonás co­menzó su misión de predicar. Sofisticado y pecador como era aquel pueblo, las gentes le escucharon y oyeron su advertencia: "a cuarenta días Nínive será destruido". Apenas había comenzado Jonás su itinerario cuando el pueblo respondió. Arrepintiéndose se vistieron de cilicio y ayunaron volvién­dose hacia Dios con fe. En cuanto su mensaje se dejó oír en palacio, el rey entró en acción. Cambiando sus ropajes reales por arpillera, se escondió en un montón de cenizas. Para los ciudadanos de Nínive, emitió un edicto real amonestándoles a volverse hacia Dios de sus caminos pecadores y que se arrepintieran.
Jonás se desconcertó al ver tan amplios signos de arrepentimiento. Para su gran sorpresa, su misión había tenido un éxito impresionante. Y para su decepción, la ciudad no fue destruida; fue salvada al responder Dios con su misericordia al arrepentimiento del pueblo. Tal vez Jonás experimentó una reacción nerviosa. Es difícil de evaluar su estado mental y físico no sólo por su azaroso viaje, sino el tener que predicar un mensaje de juicio divino a un pueblo extraño. De cualquier forma, Jonás quedó terriblemente confuso.
No satisfecho con la respuesta que Dios le había dado como aviso, Jonás se retiró a una colina cercana desde la cual pudo ver la ciudad que había sido señalada para su destrucción. Parece que el período de cuarenta días no había terminado todavía, y así él anticipó la posibilidad de la condenación que se aproximaba sobre Nínive.
Refugiado en una enramada, Jonás recibió aliento cuando Dios hizo que una planta creciese rápidamente, suministrándole una bóveda de sombra para protegerle del calor del día.
Pero Jonás tenía otra lección que aprender. En lugar de ser testigo de la ruina de la ciudad, un gusano destruyó la planta que le había permitido disfrutar de tal delicia. Dios resaltó con ello que el profeta estaba mucho más preocupado por su propio confort que respecto al bienestar de los 120.000 niños inocentes que todavía no habían llegado a la edad del discernimiento. Para Dios la conversión de los asirios era mucho más importante que la preservación de la planta que servía para el disfrute de una sola persona.
Lo que sucedió al final no está relatado en el libro que lleva su nombre. Aparentemente, Jonás volvió a su hogar patrio, para registrar y dejar cons­tancia de su misión en Nínive.

Amos — pastor y profeta — Amos 1:1 - 9:15

En los últimos años del reinado de Jeroboam, Amos proclamó la pala­bra de Dios en el Reino del Norte. Amos llegó a Samaria procedente del pequeño poblado de Tecoa, localizado a unos ocho kms. al sur de Belén. Para ganarse la vida, pastoreaba ovejas y descortezaba sicómoro. Mientras se hallaba entre los pastores de Tecoa, Amos recibió la llamada de Dios para ser un profeta. Esta llamada fue tan clara como el cristal, de tal forma, que cuando el sumo sacerdote le llamo la atención en Betel, Amos rehusó el ser silenciado (7:10-17).
El mensaje de Amos reflejó el lujo y la comodidad de Israel durante el reinado de Jeroboam.[16] El comercio con Fenicia, el pasaje del tráfico de las caravanas a través de Israel y Arabia y la expansión hacia el norte a expensas de Siria, aumentaron extraordinariamente las arcas de Jeroboam. El rápido crecimiento del nivel de vida entre los ricos hizo más amplia la distancia entre clases. Prevalecieron los males sociales. Con una sagaz visión de las cosas, Amos observó la corrupción moral, el lujo egoísta y la opresión de los pobres mientras que la riqueza rápidamente acumulada, producía más ricos. En un simple lenguaje, pero lleno de fuerza, denunció, valientemente, los males que se habían introducido en la vida social, política y económica de todo Israel. En los rituales religiosos, no había substitutivo para la jus­ticia, sin la cual la nación de Israel no podía escapar al juicio de un Dios justo.
¿Por cuánto tiempo profetizó Amos? Puesto que llego de Judá al dominio de Jeroboam para denunciar la aristocracia de la riqueza y el lujo, es razonable asumir que su misterio sólo fue tolerado por un breve período de tiempo. Lo que sucedió a Amos tras que Amasias informase de él a Jero­boam, es algo que no está registrado. Pudo haber sido encerrado en prisión, expulsado o incluso martirizado.
Con lucidez literaria y un magnífico estilo, Amos predica el mensaje de Dios para su generación. En una clásica simplicidad, describe su en­cuentro con la pecadora generación contemporánea. Para un, breve análisis del libro de Amos, nótese lo siguiente:

I. Introducción 1:1-2
II. Denuncia de las naciones 1:3-2:16
III. Las acusaciones ampliadas de Dios contra Israel 3:1-6:14
IV. El plan de Dios para Israel 7:1-9:15

Es de notar cómo Amos comenzó su misión predicatoria. Anunciando valientemente el juicio para las naciones circundantes, atrajo la atención de los israelitas. La acción del profeta verosímilmente provocó una alegría maliciosa en más de unos pocos corazones endurecidos.
Damasco fue la primera en ser denunciada. Seguramente algunos de los israelitas más viejos pudieron recordar cómo Hazael había forjado la destruc­ción sobre ellos, por la invasión, ocupación y el cautiverio durante el reinado de Jehú. Otros, en el auditorio de Amos, recordaron con desagrado a los filisteos, quienes traficaron con cautivos en su comercio con Edom. Tiro había sido culpable del mismo lucrativo negocio. Los edomitas, que eran notorios por su animosidad y odio hacia Israel, ya desde los días de Jacob y Esaú, no pudieron escapar al juicio y al castigo de Dios. Las atrocidades de los amonitas y los traicioneros moabites con sus malas acciones, fueron igualmente señalados por el juicio divino.
Mientras los israelitas escucharon aquellas terribles denuncias hechas por Amos, se alegraron sin duda por el hecho de que el juicio divino estaba diri­gido a sus pecadores vecinos. Aquellos paganos se merecían el castigo. Por entonces, Amos ya había avisado a Israel al enjuiciar a seis naciones cir­cundantes. El séptimo en la lista era su propio reino Judá. Tal vez el pueblo de Jerusalén se había refugiado en el orgullo de ser y considerarse el atalaya de la ley y del templo. AmOs sin temor les condenó por su desobediencia y el desprecio a la ley. Con toda verosimilitud, esto resultaba más agradable a los israelitas nacionalistas quienes se resentían del orgullo religioso de Judá.
De haber concluido Amos su mensaje allí, pudo haber sido más popular; pero no fue tal el caso. Los siguientes en el orden del día, eran los israeli­tas a quienes estaba hablando. Los males sociales, la inmoralidad, la profanación—todo aquello existía en Israel. Dios no podía dejar pasar tales peca­dos en el pueblo de su pacto y a quien había redimido de Egipto. Si otras naciones se merecían el castigo, mucho más lo tenía merecido la propia Is­rael. No, no escaparían al escrutinio del Señor.
Ciertamente, era íntima la relación entre Dios e Israel (3:1-8). De todas las naciones de la tierra, Dios había elegido a Israel para ser el pueblo de su pacto. Pero había pecado. Sólo quedaba una alternativa—Dios tendría que castigarlo. El fallo en apreciar y medir los mayores privilegios y las más abundantes bendiciones, traería la visita de Dios en su juicio.
¿Es que el juicio llega por casualidad? Por una serie de cuestiones retóricas, en donde la respuesta es obviamente "No", Amos expresó la verdad evidente de que el mal o el castigo no llega a una ciudad sin el conocimiento de Dios. Dios se lo revela a los profetas. Y cuando Dios habla a un profeta ¿qué puede hacer, sino profetizar? En consecuencia Amos no tenía alter­nativa. Dios le había hablado. El estaba bajo la divina compulsión para pro­nunciar la palabra de Dios.
Apelando a los vecinos paganos como testigos, AmOs perfila sus cargos contra Israel (3:9-6:14). En Samaría los ricos bebían y gozaban a expensas del pobre. Persistiendo en aquellos males, multiplicaron las transgresiones con sacrificios rituales. Al mismo tiempo odiaban la reprobación, resistían a la verdad, aceptaban sobornos, descuidaban al necesitado y afligían al justo. En esencia, habían tornado la justicia en un veneno. La evaluación de Dios de las condiciones de Israel, dejó sólo una alternativa. El exilio en masa había sido decretado para los israelitas.
Incluida en estos cargos, estaba la explícita aclaración de la condenación que se avecinaba. Un adversario rodearía el país. Ni la religión ni la política salvaría a Israel cuando los altares de Betel y los palacios de marfil se de­rrumbasen bajo los golpes de invasores. Como peces cogidos con anzuelos los ciudadanos de Israel serían arrastrados al exilio. Dios estaba llevando a una nación sobre ellos en juicio para oprimir la tierra desde la frontera del norte en Hamat hasta el río de Egipto.
La misericordia había precedido al juicio. Dios había enviado la sequía, las plagas y la peste para despertar en Israel el arrepentimiento; pero su pueblo no había respondido. Continuando en su vida impía, habían anticipa­do el día en que el Señor les traería las bendiciones y la victoria. ¡Qué trágica desilusión! Amos resaltó que para ellos este sería un día de oscuridad más bien que de luz. Como un hombre que corre de un león, sólo para encontrar­se con un oso, así Israel se encaraba a una inevitable calamidad en el día del Señor. Dios no podía tolerar sus rituales religiosos, fiestas y sacrificios en tanto que eran culpables de pecados hacia sus conciudadanos. Su única esperanza para vivir, era buscar a Dios, odiar el mal, amar el bien, y de­mostrar la justicia en su total pauta de vivir. Puesto que no habían respon­dido a las repetidas advertencias y avisos, el juicio de Dios era irrevocable. A Dios no se le podía sobornar mediante ofrendas y sacrificios para apartar la aplicación de Su justicia. La completa ruina y no el triunfo, les esperaba en el día del Señor.
El plan de Dios para Israel estaba claramente perfilado. Ellos habían ig­norado Su misericordia. El juicio estaba ahora pendiente. En cinco visiones, Amos previo los futuros acontecimientos en donde se le había dado un mensaje de advertencia (7-9). Aquellas visiones aclaraban vividamente la condenación en marcha. En ordenada progresión, las cuatro primeras visio­nes —la langosta, el fuego, la plomada y la canasta de frutas— llevaban a la cuarta, que significaba la real destrucción.
Cuando Amos vio la terrible formación de la langosta, se sintió profun­damente conmovido por su pueblo. De ser liberados de la tierra, serían ro­bados en su sustento, incluso aunque el rey tenía su participación en los Pastos de primavera. Inmediatamente, Amos gritó: "Señor Dios, perdona ahora" (7:2) y la mano de Dios del juicio fue detenida.
Enseguida, el profeta se dio cuenta de un fuego destructor que Dios esta­ba a punto de soltar en juicio sobre Israel. Amos no podía soportar el pen­samiento de que el pueblo de Dios fuese consumido por el fuego. Una vez más intercedió, y en respuesta, Dios evitó el juicio.
En la tercera visión, el Señor aparecía con una plomada en su mano para inspeccionar la muralla. Esto significaba claramente la inspección de Dios hacia Israel. Nadie sabía mejor que Amos que los israelitas no podrían pasar este examen; pero el profeta fue advertido con anticipación de que Dios no pasaría la mano nuevamente con la misericordia. Por dos veces Dios había extendido su complacencia misericordiosa; pero entonces a los santuarios les aguardaba la ruina. La familia real se encaraba con la es­pada.
Aparentemente, este mensaje era demasiado fuerte para los que le escuchaban en Betel. Amasias el sacerdote se levantó en cólera contra Amos. Inmediatamente avisó al rey y a renglón seguido encaró al profeta con el dilema y el ultimátum de volver a Judá y ganarse allí su vida. Con la firme convicción de que Dios le había llamado, Amos anuncio valientemente la condenación de Amasias. No solamente sería muerto y su familia expuesta al sufrimiento, sino que, por añadidura, Israel sería arrancado de raíz y lle­vado al exilio.
En la cuarta visión, le apareció una canasta de frutas de verano. Mien­tras que la plomada significaba la inspección, la fruta del verano indica­ba la inminencia del juicio. Como la fruta madura espera ser consumida, así Israel estaba presta para la condenación. Aquel era el fin, Dios no espe­raría más. Los opresores, los que quebrantaban el sábado y los negociantes sin escrúpulos, eran llamados para dar cuenta de sus acciones. Los lamen­tos iban a reemplazar a la música. Las condiciones pendientes eran, tales, que el pueblo desearía oír la palabra de Dios, pero no estaría en condicio­nes de encontrarla. Todos perecerán en el juicio.
En la visión final, el Señor aparece junto al altar para ejecutar la sen­tencia contra Israel. El tiempo ha llegado para destruir las ciudades y de­rribar toda la estructura del templo. Dios, que ha repartido entre ellos la bondad, está ahora dirigiendo la ejecución. Dios ha puesto su ojo sobre ellos por el mal, y no por el bien. No importa a dónde huyan, no podrán escapar del cautiverio. Israel está a punto de ser tamizada para apartar el grano de las granjas, entre las naciones.
Todos los profetas tuvieron un mensaje de esperanza. En su párrafo final, Amos inserta una promesa alentadora (9:11-15). La dinastía davídica será restaurada, el reino será reafirmado. Todas las naciones sobre las cua­les "es invocado mi nombre" serán tributarias de Israel. El vigor y el éxito prevalecerán una vez más cuando la fortuna de Israel sea recobrada. El tiempo llegará cuando Israel sea establecida en su propia tierra y nunca más volverá a ser abatida.

Oseas —el mensajero del amor de Dios —Oseas 1:1 -14:9

Oseas cuyo libro es el primero en la lista de los profetas menores, comen­zó su ministerio en la última década del gobierno de Jeroboam. Por con­traste con Amos, cuyo ministerio parece haber sido breve, Oseas continuo por varias décadas en el reino de Ezequías. Con toda probabilidad, él fue testigo de la caída de Samaría. Oseas no está mencionado en otros libros y es conocido por nosotros sólo porque registra los hechos que se citan en el libro que lleva su nombre. Aun siendo un hombre del norte, su ministerio pudo haberse extendido a ambos reinos (ver 6:4).
Echemos un vistazo a los tiempos de Oseas. Nació y se crió en una época de prosperidad y de paz. Hacia el fin de este período, cuando Israel tenía un lugar prominente entre las naciones en Palestina, Oseas comenzó su minis­terio anunciando el juicio de Dios sobre la dinastía reinante de Jehú. Antes de que pasaran muchos años, la nación llevaba luto por la muerte de Jero­boam, el notable gobernante del Reino del Norte. El año 753/2 a. C. llevó el derramamiento de sangre y la muerte al palacio real. Zacarías gobernó seis meses cuando el asesino Salum terminó con la dinastía de Jehú. Tras el gobierno de un mes, Salum fue asesinado por Manahem. Aunque la ca­pital estaba sobresaltada, el Reino del Norte mantuvo el status quo econó­mico durante los primeros años del reinado de Manahem.
La escena internacional cambió bruscamente. Tiglat-pileser se apoderó del trono de Asiría en el 745. Esto marcó la reavivación de una agresión hacia el oeste que puso al Creciente Fértil bajo el control asirlo durante el siglo siguiente. Últimamente, bajo reyes sucesivos, el cinturón comercial del viejo mundo que llegaba hasta Tebas, fue controlado desde la capital asiría. El terror se apoderó de las naciones que se vieron bajo la ominosa amenaza de los ejércitos triunfantes de Tiglat-pileser. Había razón para sentir miedo. Bajo la nueva política militar de Asiría, el nacionalismo fue sometido al llevar y remover de las ciudades conquistadas, las poblaciones a distantes partes del imperio. A su vez, los extranjeros fueron asentados en tierras ocupadas para evitar las subsiguientes rebeliones. Una vez conquistada por Asiría, era más difícil, ciertamente, para cualquier nación el poder liberarse del yugo impuesto.
Tiempos turbulentos perturbaron los reinos de Palestina durante la segun­da mitad del siglo VIII a. C. Inicialmente Uzías, el rey de Judá, capitaneó la coalición palestina contra el avance asirio, pero sin éxito duradero. Mana­hem retuvo su trono sólo en base de pagar excesivos tributos, extrayéndolos a viva fuerza de su pueblo, para entregarlos al monarca asirio. Aunque esto resolvió el problema temporalmente, Manahem levantó el resentimiento de los ciudadanos ricos de Israel. Tras de su muerte, su hijo Pekaía sólo gobernó dos años antes de que fuese asesinado en una rebelión contra el liderazgo que favorecía la política pro-asiria.
Peka, el asesino, tomó ventaja de la concentración de los asirios en la campaña de Urartu. Aliándose con los sirios de Damasco, se preparó para el día del retorno de los asirios. Este intento abortado de liberar a Israel de la amenaza asiría, sólo puso las cosas en peor estado. Por el 732 a. C., Resín, el rey sirio, fue muerto en la ocupación de Damasco por los asirios. Israel tenía poca oportunidad, ya que Acaz, el rey de Judá, había formado una alianza con Tiglat-pileser. Peka fue destronado en una muerte sangrien­ta para dejar paso a Oseas, quien inmediatamente aseguró al rey asirio su lealtad y el tributo de Israel.
Oseas comenzó su reinado como vasallo de Asiría. Cuando Salmanasar reemplazó a Tiglat-pileser en el trono de Asiría en el 727 a. C., los israelitas intentaron otra rebelión. En pocos años, los ejércitos de Salmanasar V ro­dearon Samaría. Tras un asedio de tres años, la capital israelita capituló en el 722 a. C. Pasadas tres décadas después de la muerte de Jeroboan el Reino del Norte fue reducido de un lugar de gobierno entre las naciones de Palestina a una provincia asiría.
Estas turbulencias y vicisitudes del reino en aquellas décadas, casi apa­garon la voz del profeta Oseas. Los tiempos eran tan buenos en los primeros años de su ministerio, que los israelitas no querían ser perturbados por ad­vertencias proféticas. La dinastía de Jehú había retenido, afortunadamente, el trono por casi un siglo. Antes de que pasara mucho tiempo, sin embargo, la predicción de Amos del exilio de Israel cobró una portentosa significa­ción cuando la política militar de los asirios desarraigó a las poblaciones en las tierras ocupadas y las envió a lugares distantes del imperio, poniéndola así en práctica. Las repetidas muertes de palacio, la invasión asiría, los pesados tributos y contribuciones, las vacilantes alianzas con extranjeros y, finalmente, la caída de Samaría figuraron en los turbulentos tiempos del ministerio de Oseas.
Pasando a todo lo largo de las tribulaciones y problemas de los cambian­tes tiempos, Oseas fielmente sirvió a su generación como portavoz de Dios. No se dan detalles respecto a su llamada al ministerio profético, más allá del hecho de que el Señor le habló a él. Oseas fue impelido a describir el hecho de que Dios todavía amaba a un Israel que había vuelto a antiguos pecados. Pacientemente, rogó a su pueblo que se arrepintiese, mientras que veía al reino deslizarse desde la posición arrogante que tenía con Jeroboam II, al nivel de una provincia asiría ocupada.
Durante su largo ministerio, Oseas compartió el empeño de su pueblo en un titubeante reino. Con compasión y amor por sus conciudadanos, ma­nifestó una sensitiva respuesta a las necesidades de Israel en su pecadora condición. Además de su experiencia personal, expresó en un tono de tris­teza el amor de Dios por un pueblo que había fallado en responder a su bondad.
No se dan fechas específicas en el libro de Oseas. Puesto que Jeroboam y Uzías son nombrados en el versículo inicial, se conviene generalmente que Oseas comenzó su ministerio alrededor del 760 a. C. en los últimos años del reinado de Jeroboam. Ciertamente, su predicción concerniente a la dinas­tía de Jehú en el primer capítulo y posiblemente los sucesivos mensajes en los primeros tres capítulos del libro, fueron públicamente dados antes de la muerte de Jeroboam. Es razonable asociar los mensajes de los capítulos 4-14 con los acontecimientos que esparcieron las grandes sombras de la domina­ción asiría sobre la tierra de Palestina. Para un análisis de su mensaje com­pleto, como está registrado en el libro que lleva su nombre, puede conside­rarse la siguiente perspectiva:

I. El matrimonio de Oseas y su aplicación a Israel 1:1-3:5
II. Las acusaciones de Dios contra Efraín 4:1-6:3
III. La decisión de Dios para castigar a Efraín 6:4-10:15
IV. La resolución de Dios en los juicios y misericordia 11:1-14:9

Única entre los profetas, fue la experiencia matrimonial de Oseas. Bajo divina compulsión, Oseas se casó con Gomer. En el curso del tiempo, le nacieron tres hijos, Jezreel, Loruhama y Lo-ammi. Esta relación de fami­lia se convirtió en la base para varios mensajes que Oseas entregó a su pueblo en la primera década de su ministerio.
La brevedad de Oseas en el informe de su matrimonio, y la vida de familia, deja un número pendiente de problemas. A despecho de ello, el lector no puede fallar en ver la progresiva revelación del mensaje de Dios a través de Oseas. Con el nacimiento de cada hijo, la advertencia del juicio pendiente era presentado con más fuerza y exacta claridad.
El nombre "Jezreel" remueve numerosos recuerdos de triste memoria en las mentes de los israelitas. Como ciudad real de Israel, estaba asociada con el asesinato de Nabot por Jezabel. Corrientemente, ello recordaba a los israelitas que la poderosa dinastía reinante de Jehú, marcó su camino hacia el trono con un excesivo derramamiento de sangre en Jezreel (II Reyes 9-10). En esta forma, Oseas advirtió a su generación que el reino del Norte se hallaba cercano a su fin. Su poder sería destruido y quedaría roto en el valle de Jezreel.
Otra advertencia llegó a Israel con el nacimiento de la hija de Oseas, Loruhama. El significado "no compadecida" llevó a los israelitas el mensaje de que Dios retiraría su misericordia. Ya no les perdonaría más totalmente. Subsiguientemente, el nacimiento del tercer hijo trajo el anuncio de que Dios estaba haciendo más severas sus relaciones con Israel. En la alianza existía un mutuo lazo de unión entre Dios y su pueblo. Entonces Oseas dio la noticia a Israel de que aquel lazo sería disuelto. Ya no era Israel el pueblo de Dios; ni Dios, el Dios de Israel. La relación del pacto había alcanzado su punto de ruptura.
A pesar de todo, Oseas, mirando a lo lejos en el futuro, inyectó un rayo de esperanza en los proyectos del tota] abandono de Dios. La sentencia contra Israel iba realmente a ser ejecutada; pero llegaría un día cuando tan­to Israel como Judá serían reunidas de nuevo bajo un solo gobernante en su propia tierra. Esta multitud incontable sería identificada como los "hijos del Dios viviente".
Oseas, entonces, revirtió a los problemas contemporáneos. La esperanza de la última restauración necesitaba poco énfasis cuando su generación estaba a punto de perder el favor de Dios. La fórmula legal de] divorcio (2:2) indica que el profeta disolvió su matrimonio con la adúltera Gomer. De igual forma, Israel por su terrible actuación es culpable de adulterio. El grano, el vino, el aceite, la plata y el oro que Dios había generosamente suministrado a su pueblo, habían sido utilizados por los israelitas en ofren­das a Baal. Israel, como su conducta había demostrado, no "sabía" ni se daba cuenta de que Dios había otorgado todas aquellas cosas buenas al pueblo de su pacto. Entonces, Dios estaba a punto de visitarles con su juicio.
Todas las festividades religiosas iban a cesar. Israel iba a ser castigada por su apostasía al ser desarraigada y exiliada —abandonada por Dios.
Otra vez de nuevo, el futuro quedaba desvelado. A su debido tiempo, Dios concedería la gracia de restaurar a Israel (2:14-23). El día se aproxi­maba en que el pacto sería renovado de tal forma que una vez más gozaría de las bendiciones del Altísimo como pueblo de Dios. Esta promesa fue confirmada en la propia experiencia de Oseas (3:1-5).26 El profeta fue invita­do a buscar a su esposa y reinstalarla en su familia. Pero ¿dónde estaba ella? ¿Qué le habría ocurrido? Aparentemente, ella se había ido y había llegado a un límite tal de inmoralidad que nadie tenía necesidad de su com­pañía. Oseas la encontró en la plaza del mercado siendo ofrecida para la venta al mejor postor. Yendo mucho más allá de sus obligaciones morales y religiosas, pagó el precio y puso en ella su amor renovando los votos de su matrimonio. Esta acción simbolizaba la actitud de Dios hacia la adúltera Israel. La simple promesa de Dios es que Israel una vez más, será restau­rada en los últimos días bajo el gobierno de un rey, David.
¿Qué cargos tenía Dios contra Israel? Lenguaje blasfemo, la mentira, el asesinato, el robo, el adulterio y el crimen —todos esos fueron los síntomas del fracaso de Israel para reconocer a su Dios. El pueblo había ignorado la ley de Dios y en consecuencia, Dios les había rechazado. En su idolatría, Efraín era peor que una ramera. Los sacerdotes y los profetas igualmente habían fallado hasta el extremo de que incluso Judá fue advertida de no contaminarse por Efraín. El sacerdote, el rey, y el pueblo fueron alertados en el hecho de que el juicio se aproximaba (5:1). Con trompetas sonando la alarma por toda la tierra, Dios estaba avisando a Israel de que estaba a punto de abandonarla. No había buscado a Dios, sino que había mirado a Asina en busca de ayuda. Dios iba a abandonarla hasta el tiempo en que Israel genuínamente le buscaba a El (6:1-3).
¿Qué haría Dios con Efraín? Esta pregunta sobresale en la objetiva dis­cusión representada por 6:4-10:15. Esta sección refleja el mensaje de Oseas durante las décadas en que Efraín estaba en trance de desintegración bajo la aplastante marcha y el avance de la máquina asiria de guerra. Gradual­mente, las nubes de exilio fueron expandiendo una sombra creciente sobre Efraín y, últimamente, quedaron extinguidos los últimos rayos de las esperan­zas nacionales de Israel.
En la relación del pacto, el amor de Israel por Dios había vacilado cons­tantemente. Repetidamente, Dios había intentado volver a su pueblo de sus caminos equivocados al enviar a los profetas para llamar su atención. En otras ocasiones, El la había visitado con calamidades y juicios. Todavía per­sistía en sustituir las ofrendas por el verdadero amor y la lealtad. Cuando Dios hubiese revivido a Israel tras el castigo, ¿qué encontraría? Acciones malvadas, el engaño, el robo, la embriaguez—todo ello era nauseabundo para Dios como un pastel a medio cocer. Nadie en Israel buscaba realmente a Dios. Efraín era demasiado orgullosa. Actuando como una paloma fácilmen­te engañada, los oficiales buscaban la segura ayuda de Egipto o de Asiria por la diplomacia, esperando de ello escapar al juicio de Dios. En vez de confiar en Dios, continuaban manifestando su dependencia sobre Baal. ¡Qué podía hacer Dios sino ejecutar la sentencia contra el pueblo infiel y desa­gradecido!
Otra acusación contra Israel era que los reyes habían sido entronizados sin la aprobación de Dios. Haciendo ídolos, el pueblo se había apartado y despreciado el Decálogo, que claramente limitaba su pacto y lealtad hacia Dios, quien les liberó de la esclavitud de Egipto. Además de todo eso, la multiplicación de altares y sacrificios no resultaba agradable a Dios, en tanto que no estaba acompañado con las debidas actitudes. La hipocresía religiosa de Israel, era patente para Dios en los días de Oseas. A causa de su evidente maldad, la muerte y la destrucción aguardaban a todo Israel. El rey sería completamente destronado a la terminación del reino (8:1-10:15).
¿Cómo podrían el eterno amor de Dios y su justicia hacia el Israel rebelde ser resueltos? ¿Podría Dios completamente abandonar y olvidar a su pueblo? La solución a este problema se da en 11:1-14:9.
Israel era el hijo de Dios. En Egipto, Dios había confirmado su pacto con los israelitas y les había redimido de la esclavitud. Como un padre cría con mimo a su hijo vacilante, le provee en todas sus necesidades y le otorga su amor sin medida, así Dios se había cuidado continuamente de Israel. Ahora, el pueblo había pecado y se hallaba en la necesidad de recibir la correspondiente disciplina. El castigo tendría que llegar, pero no irían más a Egipto. Asiria es designada como la tierra del exilio.
Todavía luchando con el problema del amor compasivo hacia un hijo descarriado y díscolo, el mensaje profético hace una transición desde una amenaza a una promesa por la cuestión de "¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín?". El problema es resuelto al enviar a Israel al exilio con la seguridad de que retornará. Tanto Judá y Efraín son culpables de confiar en Egipto y Asiria en busca de ayuda. Israel ha provocado la ira de Dios y se ha con­vertido en reproche para El. Por un tiempo, irá hacia la nación como un león devorador para ejecutar la sentencia decretada sobre ella. Esto no pue­de ser alterado, pero en el futuro, Dios será su ayuda. Esta promesa propor­ciona a Israel consuelo y será como una boya durante los obscuros días del exilio.
Para su pueblo, Oseas da una simple fórmula para que vuelva hacia Dios: abandonar los ídolos, transferir su fe y confianza de Asiria a Dios, Y confesar sus iniquidades. Solamente en Dios encontrarán la misericordia los que están abandonados por el padre (14:1-4).
La última esperanza es la restauración de Israel. El día llegará en que los ídolos serán abandonados y la devoción hacia Dios tendrá una plenitud piadosa. Restaurada en su propia tierra, Israel gozará una vez más de la prosperidad material y de las bendiciones divinas.

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Capítulo XXIII
Las naciones extranjeras en las profecías

Tres profetas menores dedican su atención sobre una nación extranjera cada uno: Abdías sobre Edom, Nahum sobre Asiría y Habacuc sobre Caldea. A desemejanza de Isaías, Amos y otros profetas, los autores de estos oráculos apenas si se refieren a otras naciones. Ofrecen aliento o increpan a su pro­pio pueblo sólo en forma de contraste o comparación.
Los tres libros no proporcionan información que pudiera satisfacer la curiosidad concerniente a la vida personal de los profetas. Al mismo tiempo, las limitadas referencias a sucesos contemporáneos hacen imposible lograr la certidumbre en fechar sus respectivas carreras. Consecuentemente, existen problemas en relacionar a esos hombres con los tiempos en que vivieron.

Abdías —el orgullo de Edom —Abdías 1-21

El libro más reducido del Antiguo Testamento, es el de Abdías. No te­nemos medios de saber nada respecto al profeta aparte de su nombre y no hay base para identificarle con cualquier otra persona que lleve tal nombre. Las fechas sugeridas para el ministerio de Abdías, basadas en el contenido de su oráculo, van desde el tiempo de Amos a la última parte de los tiempos de Jeremías. La profecía se divide en cuatro secciones:

I. La segura posición de Edom Abdías vs. 1-9
II. Las desgracias de Jerusalén vs. 10-14
III. El destino de Edom vs. 15-16
IV. El triunfo de Israel sobre Edom vs 17-21

Edom es orgulloso. Seguro en su inexpugnable fortaleza rocosa los edomitas reflejan la actitud de aquellos que están por encima del peligro de la invasión y la conquista. No sólo se jactan de su seguridad dentro de su fortaleza natural, sino que, además, son orgullosos y soberbios en su preten­dida sabiduría. Aunque complacidos en su creencia de que nada les ocurrirá, la divina humillación pende sobre ellos. Los ladrones sólo pueden robar lo suficiente para ellos y los recolectores de uvas suelen dejar rebusca, pero Edom aguarda el pillaje por los confederados que, indudablemente, conocen bastante respecto a los tesoros que tienen escondidos. Decepcionados por aliados y amigos, los edomit-as llegarán a comprobar que ni su sabiduría ni su poder pueden salvarles (vs. 1-9).
¿Está justificado el juicio sobre Edom? Los cargos contra ella están cla­ramente establecidos y declarados. En el día de la calamidad de Jerusalén los edomitas se habían recreado en el mal ajeno e incluso habían entregado fugitivos al enemigo, siendo culpables de flagrante injusticia (10-14).
El día del Señor será un día de rendir cuentas para todas las naciones. Abdías, sin embargo, está especialmente preocupado con Edom y su rela­ción con el estado y la situación final de Judá. Edom será juzgada por sus acciones. Beberá la copa de la ira y se desvanecerá como si nunca hubiera existido (15-16).
Por contraste, el monte de Sión será establecido. Mientras Edom desapa­rece sin un solo superviviente, los israelitas serán restaurados con seguridad en su propia tierra, desde Neguev en el sur hasta Sefarad en el norte, con el Señor como gobernante. Incluso los exiliados de Sefarad retornarán para compartir la reclamación de las ciudades del Neguev. Monte de Esaú, una vez representativa del orgullo y la altivez de los edomitas, será gobernada desde monte Sión (17-21).

Nahum —la suerte de Níníve —Nahum 1:1 - 3:19

Los matices internos del libro de Nahum ofrecen una evidencia fiable para fechar a este profeta en la segunda mitad del siglo VIL La referencia de Nahum a la caída de Tebas hace el 661 a. C. el terminas a quo y la dicción de la caída de Nínive sugiere el 612 a. C., como el terminus quem para el período de su carrera. Dentro de esos límites es, por supuesto, imposible fijar un tiempo exacto para su ministerio.
La conquista de Tebas por Asurbanipal, representaba el máximo punto del avance asirio, a unas quinientos treinta kilómetros al sur del Cairo. Pero no transcurrió mucho tiempo en que las rebeliones comenzaron a tras­tornar el imperio de Asurbanipal. Su propio hermano, Samasumukin, nom­brado gobernador de Babilonia por Esar-hadón, dio lugar a una rebelión fracasada y pereció en la quema de Babilonia en el 648 a. C. Cuando mu­rió Asurbanipal, alrededor del 633, las rebeliones estallaron con éxito en varias zonas para advertir a Asina de su próxima condenación. Cyáxares asumió el reinado de Media y en menos de una década Nabopolasar estuvo bien establecido sobre el trono de Babilonia. Aliando sus fuerzas con los medos y los babilonios, convergió sobre Asiría para llevar a efecto la destrucción de Nínive en el 612 a. C. A los pocos años, el Imperio Asirio estaba absorbido por los vencedores.
Seguramente, Nahum estaba familiarizado con algunos de tales aconte­cimientos. Aunque Elcos, la población natal de Nahum, no ha sido nunca identificada con certidumbre, es verosímil que él fuese un ciudadano de Judá. A Nahum le eran conocidas las calamidades que Judá tuvo que so­portar durante el siglo de la dominación asiría. No hay duda de que estaba al tanto de la opresión asiría, mediante la cual, incluso Manases, el rey de Judá, fue llevado al destierro por una temporada.
El siguiente análisis sugiere los temas importantes como están desarrolla­dos en el libro de Nahum:

I. La majestad de Dios en el juicio y en la
    misericordia Nahum 1:1-14
II. El sitio de Nínive y su destrucción 1:15-2:13
III. La razón de la caída de Nínive 3:1-19

La majestad de Dios es el tema introductorio de Nahum. Soberano y Omnipotente, Dios gobierna de forma suprema en la naturaleza. Los malva­dos —enemigos de Dios por sus acciones— continuarán porque Dios es lento en su cólera. A su debido tiempo, la venganza de un Dios celoso, será ma­nifestada. Para aquellos que confían en El, serán salvados en el día de la ira, pero el enemigo será completamente destruido (l:l-8).
Aparentemente, algunos entre el auditorio de Nahum se hallaban dudo­sos respecto al cumplimiento de su predicción (1:9). Con seguridad, el profeta declara que el juicio de Dios es tan decisivo, que no tienen por qué temer ni sentir aflicción de Nínive de nuevo. Las dificultades que Asiría ha impuesto sobre Judá no se repetirán (1:12-13). Dirigiéndose a los asirios Nahum predice que esta destrucción borrará su nombre a perpetuidad.
Para Judá, la destrucción de Nínive es el alivio de la opresión. De for­ma pintoresca, el profeta habla del mensajero que viene con las buenas noticias (1:15). El pueblo es amonestado a renovar su devoción religiosa en gratitud por su liberación. Por contraste con esta breve exhortación para Judá, el mensaje para Nínive contiene una grave advertencia. Nahum vi­vidamente describe el asedio, la conquista y la total ruina de la capital de Asiria (2:1-13). Esta orgullosa ciudad de los asidos, que sembró de calami­dades a Jerusalén, está ahora sujeta al horrible efecto de un asedio en que prevalecerá la más completa confusión. El enemigo entra, destroza y reduce a Nínive a ruinas, dejándola totalmente desolada.
ims ciudadanos de Nínive han precipitado esta catástrofe; a ellos se les carga con un comercialismo sin escrúpulos y cruel rapiña. Describiendo vividamente una de las más dramáticas escenas de batallas existentes en la literatura del Antiguo Testamento, Nahum describe los carros de guerra avanzando y cargando los jinetes mientras aplastan los cadáveres de los defensores de Nínive. Utilizando el símil de una ramera, Nahum describe la vergonzosa exposición de Nínive ante las naciones que tan cruelmente había oprimido. Todos la mirarán de reojo con, desprecio, sin que haya uno que lamente su ruina.
La destrucción de Tebas se cita por comparación (3:8-15). A despecho de sus vastas fortificaciones, esta populosa ciudad egipcia fue conquistada y destruida por los asirios en el 661 a. C. ¿Es Nínive mejor que Tebas? Fuerte, fortificada, y apoyada por Put y Libia, la ciudad de Tebas no podría soportar el asalto asirio. Tampoco aguardará Nínive en el día de su ataque. Sus fortificaciones serán inefectivas bajo la aplastante carga del enemigo que avanza como un fuego devastador.
En la final descripción del destino de Nínive, Nahum utiliza la figura de la plaga de la langosta, tan familiar para la mentalidad de los orientales. Comparando la población de Nínive a la langosta, el profeta predice que se esparcirá por la ciudad buscando refugio, pero será esparcida a lo lejos y desaparecerá. A diferencia de Judá, la nación de Asiria no tiene esperanzas de que quede un remanente. Además, todos se gozarán de su destrucción, puesto que ningún pueblo había escapado a las atrocidades y saqueos de la máquina de guerra asiría
.
Habacuc —Dios utiliza a los caldeos —Habacuc 1:1 - 3:19

Con toda verosimilitud, Habacuc fue testigo del declive y caída del im­perio asirio en el transcurso de su vida. Sincronizado con la decadencia asi­ría y su influencia en Judá, llega la reavivación. con la jefatura de Josías. Simultáneamente con estos acontecimientos llegó el resurgir del poder de Media y Babilonia en la parte oriental del Creciente Fértil. La caída de Nínive pudo haber ocurrido antes de que Habacuc hiciese su aparición como portavoz de Dios. La descripción de la violencia, la lucha y la apostasía, tan frecuente en Judá durante los tiempos de Habacuc (1:2-4), parece encajar con el período inmediatamente siguiente a la muerte de Josías en el 609. Los caldeos no se han manifestado como una suficiente amenaza para Judá, pues­to que el control de Egipto se extendía desde el Eufrates hasta la batalla de Carquemis (605). Consecuentemente, los años transcurridos entre el 609 y el 605 proporcionan una conveniente base para el mensaje de Habacuc.
El diálogo entre Habacuc y Dios es digno de mencionarse. El profeta plantea la cuestión filosófica de una aparente discrepancia entre los hechos de la historia y la revelación divina. Finalmente, él resuelve sus dificultades expresando su fe en Dios. Hecho básico a la totalidad de la discusión, es el uso de Dios de un pueblo pagano para castigar a su propio pueblo.
Como guía para ulterior consideración del mensaje de Habacuc, lleva por sí mismo a la siguiente perspectiva:
I. ¿Por qué Dios permite la violencia? Habacuc 1:1-4
II. Dios levanta a los caldeos para castigar a Judá 1:5-11
III. ¿Por qué deberían los malvados castigar a los justos? 1:12-2:1
IV. La vida justa por la fe y la esperanza 2:2-4
V. Denuncia de la injusticia 2:5-20
VI. Un salmo de alabanza 3:1-19

Habacuc se siente turbado por los males que prevalecen en su generación. Prevalece la injusticia, la violencia y la destrucción continúan, la Tora es ignorada, y respecto a esto el profeta apela impacientemente a Dios; pero nada cambia. ¿Por cuánto tiempo ignorará Dios su oración y tolerará tales condiciones?
La respuesta de Dios está en marcha. Los rudos e impetuosos caldeos se están aproximando. Rápidos en su avance, esparcen el terror con la cap­tura de nuevas tierras, la destrucción de las fortalezas y la supresión de los reyes. Dios está permitiendo a esos feroces conquistadores para que lleven la justicia a Judá (1:5-11).
¿Utiliza Dios a los malvados para castigar a los infieles en Judá? ¿Es que no son los ofensores entre el pueblo de Dios —no importa lo culpa­ble que sean— todavía mejores que los brutos idólatras procedentes de Babilonia? Habacuc imagina si la revelada naturaleza de Dios como santa y justa y las actuales condiciones de los paganos invasores, garantizan real­mente la acusación de que Dios permita esto. Turbado y perplejo porque Dios ha ordenado a los caldeos que lleven a efecto el juicio, Habacuc espera impaciente la respuesta (1:12-2:1).
El profeta es invitado a registrar la revelación. Este divino mensaje es tan significativo que debería ser preservado para futuras consideraciones. La predicción es cierta en su cumplimiento, aunque el tiempo no haya lle­gado aún. Simple y con todo, es profundo el básico principio expresado aquí: el justo deberá vivir en su fidelidad. Por contraste, la nación opresora será visitada después con la maldición. La fe en Dios es la piedra de toque de la perseverancia en una vida de fidelidad.
Mirando a su alrededor, Habacuc ve una vivida demostración de los males que prevalecen. El enumera a aquellos que son soberbios y seguros de sus formas de proceder:

1. Los agresores injustos 2:6-8
2. Aquellos que justifican sus malos actos 2:9-11
3. Los que derraman sangre para provecho personal 2:12-14
4. Aquellos que decepcionan a sus vecinos 2:15-17
5. Aquellos que confían en los ídolos 2:18-19

Observando agudamente aquellas múltiples manifestaciones de presun­tuosidad respecto a él, Habacuc encuentra alivio en la realización de que el Señor está en su santo templo. Inmediatamente será pronunciado el solemne aviso de que toda la tierra debería guardar silencio ante El.
Esos pensamientos evocan un salmo de alabanza de los labios del profeta. Conocidas para él, son las grandes obras de Dios en tiempos pasa­dos. Con una llamada para que Dios recuerde su misericordia en su ira, Habacuc implora de El que haga de nuevo conocer sus poderosas acciones. Dios manifestó su gloria y utilizó a la naturaleza para llevar la salvación á su pueblo de Israel cuando les trajo desde el desierto y les estableció en la tierra prometida. Habacuc desea soportar las presentes calamidades con el conocimiento de que el día de Dios y su ira caerá sobre el agresor. Aunque los campos y los rebaños fallen en sus provisiones materiales, él todavía se gozará en el Dios de su salvación. Mediante una fe viva en Dios, el profeta reúne fuerza para encararse a un futuro incierto.

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Capítulo XXIV
Después del exilio

Tras de que las esperanzas nacionalistas de Judá fueron perdidas y que­daron reducidas a polvo, con la quema de Jerusalén en el 586, el profeta Jeremías acompañó un remanente de judíos a Egipto y allí concluyó su ministerio. Ezequiel, un profeta entre los exiliados de Babilonia, dedicó su mensaje a los proyectos y perspectivas de una última restauración del hogar patrio. Su ministerio profético probablemente terminó alrededor del 570 a. C. Con la vuelta de los judíos a su país nativo, Hageo y Zacarías comenza­ron a ejercitar su efectiva influencia, estimulando a los judíos en sus esfuer­zos para reconstruir el templo. Antes de que transcurriese otro siglo, Mala-quías surgió en Judá como un profeta del Señor.

Los tiempos de la reconstrucción de Jerusalén

Las predicciones escritas de Jeremías concernientes a un período de setenta años de la cautividad de los judíos, ya era conocida y estaba en cir­culación entre los exiliados en Babilonia (Jer. 25:11; 29:10; Dan. 9:1-2). Mientras que los gobernantes de Babilonia continuaron en el poder, las esperanzas de una vuelta al hogar patrio fueron escasas. Para aquellos que estaban familiarizados con el mensaje de Isaías (44:28-45:1), una nueva esperanza tuvo que haber alboreado cuando Ciro, el persa, emergió frente a los destinos políticos y militares de su país, como líder absoluto. Con su conquista de Babilonia en el 539, la profecía de Jeremías levantó un reno­vado interés entre los piadosos y los devotos (Dan. 9:1-2).
Frente a los judíos, se extendían días transcendentales. Poco después de la caída de Babilonia, Ciro firmó un pertinente decreto. Revirtiendo la política de desarraigar de su hogar a los pueblos conquistados —una práctica de los asirios y de los babilonios de casi dos siglos— Ciro favoreció al pue­blo judío y a otros pueblos cautivos con una proclamación en que se les permitía volver a su tierra natal. Aproximadamente, cincuenta mil judíos se reunieron en el largo viaje desde Babilonia a Jerusalén, para restaurar sus destinos nacionales bajo la jefatura de hombres tales como Zorobabel y Josué (Esdras 1-3).
Los judíos volvieron llenos de optimismo y comenzaron la tremenda ta­rea de reconstruir su país. Erigieron un altar y restituyeron el culto en Jeru­salén, de acuerdo con la ley de Moisés. Con renovado entusiasmo, volvieron a celebrar las fiestas y las ofrendas prescritas. Valientemente, emprendie­ron la reconstrucción del templo en el segundo año después de la vuelta del exilio. Mientras muchos gritaban de alegría, otros lloraron mientras re­flexionaban en la bellísima estructura salomónica, que había sido reducida a un montón, de ruinas por los ejércitos de Babilonia cinco décadas antes.
El optimismo pronto dio paso al desaliento. Rehusando la ayuda de la población mezclada en la provincia de Samaria, los judíos se convirtieron en víctimas del odio. Tan hostiles fueron los vecinos del norte que el proyecto de la construcción fue completamente abandonado por casi dieciocho años.
No fue sino hasta el segundo año del reinado de Darío (520 a. C.), cuando los judíos estuvieron en condiciones de renovar sus esfuerzos. En aquel tiempo, los profetas Hageo y Zacarías insuflaron el celo y el patrio­tismo de una nueva generación. Menos de un mes tras de que Hageo hiciese su apariencia en público, el pueblo reemprendió el programa de reconstruc­ción. Su incentivo aumentó, cuando unas semanas más tarde, Zacarías se unió a Hageo en mensajes de reproche, aliento y seguridad. Zorobabel y Jo­sué dieron a su pueblo una valiente jefatura en el noble esfuerzo, a despecho de la oposición de Tatnai (Esdras 4-6). Cuando el último apeló al rey persa, Darío hizo una investigación y emitió un edicto favorable para los judíos. En el término de cinco años, el pueblo de Judá vio cumplidas sus esperanzas en la reedificación del nuevo templo.
Hageo y Zacarías apenas si se mencionan en el libro de Esdras (5:1-2 y 6:14) como profetas que ayudaron a Zorobabel y Josué. La efectividad de su ministerio y el impacto que causaron sobre el pueblo de Judá, se aprecia más claramente en sus escritos.

Hageo —promotor del programa de construcción —Hageo 1:1-2:23

Se conoce poco respecto a Hageo, más allá de su identificación corno profeta. Muy probablemente nació en Babilonia y retornó con la migración a Jerusalén en los años 539-538 a. C. Su tarea específica fue inducir a los judíos a renovar su trabajo en el templo.
Comenzando a últimos de agosto del 520 a. C. Hageo emitió cuatro mensajes al pueblo, antes de que terminase dicho año. La brevedad de su libro puede indicar que él registró solamente sus mensajes orales. La siguien­te perspectiva del libro está basada en cuatro oráculos:

I. Amonestación y respuesta del pueblo Hageo 1:1-15
II. La mayor gloria del nuevo templo 2:1-9
III. La seguridad de las bendiciones 2:10-19
IV. Un mensaje personal 2:20-23

La segunda década, desde que se añadió la primera piedra al templo, transcurrió rápidamente. El entusiasmo religioso expresado cuando se echa­ron los cimientos había sido decisivamente sofocado por los hostiles samaritanos. Mientras tanto, el pueblo se había dedicado a la construcción de sus propios hogares.
Hageo dirigió sus primeras palabras a Zorobabel, el gobernador, y a Josué, el sumo sacerdote. Valientemente, declaró que no era justo que el pueblo demorase la construcción del templo. Volviéndose al laicado, les recordó que el Señor de los ejércitos era la fuente y posesor de todas las bendiciones materiales. En lugar de dedicar sus esfuerzos al santo proyecto, se habían dedicado a construir sus propios hogares. Por tanto, la sequía y las malas cosechas habían sido su premio (1:1-11).
Hasta entonces, ningún profeta había gozado de tan rápidos resultados en Judá. El pueblo respondió entusiásticamente a la exhortación de Hageo. Veinticinco días después tuvo la satisfacción de ver renovada la actividad en la construcción (1:12-15).
La construcción del nuevo templo continuó a pasos agigantados por casi un mes antes de que Hageo entregase un nuevo mensaje. La ocasión se pro­dujo el último día de la Fiesta de los Tabernáculos. Hasta allí, sólo habíase dado una cosecha escasa y por ello la celebración fue notablemente mediocre en comparación con las elaboradas festividades en el atrio del templo en los tiempos pre-exflicos. Probablemente, debían quedar todavía unos pocos entre los ancianos que habían visto el anterior templo —menos en número, sin embargo, que en el 538 a. C., cuando la nueva fundación había sido asen­tada. Comparando lo que se hacía con la gloria de la estructura salomónica, se volvieron pesimistas y descorazonados. El trabajo se retardaba conforme el espíritu del desaliento comenzó a penetrar en la totalidad del grupo.
El oportuno mensaje de Hageo salvó la situación. Amonestando a los judíos a renovar sus esfuerzos, el profeta les aseguró que Dios, a través de su Espíritu, estaba entre ellos. Por añadidura, les llegó la palabra pro­cedente del Señor de los ejércitos: Dios sacudiría a las naciones, el Señor haría que la gloria de aquel templo excediese a la del primero, y el Todo­poderoso suministraría la paz y la prosperidad en aquel lugar. Aunque la promesa era inequívoca y específica, el tiempo de su cumplimiento está velado en las ambiguas palabras "dentro de poco". Para la generación de Hageo, esta promesa fue una fuente de aliento en su inmediata tarea.
Tras dos meses de rápido progreso en el programa de la construcción, Hageo recibió otro mensaje de Dios. El pueblo había experimentado años de escasez en el período en que había descuidado la construcción del templo, pero entonces que habían recomenzado los trabajos, Dios les bendeciría abundantemente. Aunque la semilla no había sido segada, ellos marcaron aquel día como el principio de bendiciones materiales mucho mayores. Me­jores cosechas vendrían para su disfrute inmediatamente.
El mismo día tuvo un mensaje personal para Zorobabel. Como descen­diente del linaje real y como gobernador de Judá, él representaba al trono de David. En aquel día, cuando Dios haga estremecer los cielos y la tierra, derribe los tronos, y destruya la fuerza de las naciones paganas, el Señor de los ejército., hará un sello para Zorobabel. Puesto que tales acontecimientos no ocurrieron en los tiempos de Zorobabel, la promesa dirigida a él lo fue como a un representante de la línea hereditaria del trono de David, la cual aguarda su cumplimiento. La declaración, estableciendo que él estaba ele­gido por el Señor de los ejércitos, proporcionó el valor necesario para la efec­tiva jefatura en un tiempo en que los gobernadores persas en aquella zona, amenazaban con detener la construcción en Jerusalén.

Zacarías —Israel en un mundo en el ocaso —Zacarías 1:1 - 14:21

Jerusalén bullía con actividad y movimiento, cuando Zacarías anunció sus declaraciones apocalípticas. En los días de vacilación que siguieron a Hageo en su segundo mensaje, Zacarías recibió ulterior inspiración para los bandos en lucha de los judíos. Con toda probabilidad, pertenecía al linaje sacerdotal de Iddo, que había retornado a Palestina (Neh. 12:1,4,16). Si él es el sacerdote citado en Neh. 12:16, era todavía un hombre joven en el 520 a. C. cuando comenzó su ministerio.
Los mensajes de Zacarías en 1-8 están definitivamente relacionados con la época de la reconstrucción del templo. El resto de este libro puede ser razonablemente fechado en los últimos años de su vida y subsiguientes a la dedicación del templo. Obsérvese el siguiente análisis del libro de Zacarías:

I. La llamada al arrepentimiento Zacarías 1:1-6
II. Las visiones nocturnas 1:7-6:8
III. La coronación de Josué 6:9-15
IV. El problema del ayuno 7:1-8:23
V. El pastor rey 9:1-11:17
VI. El gobernante universal 12:1-14:21

Las palabras de apertura de Zacarías siguen en pos del mensaje de aliento de Hageo en la Fiesta de los Tabernáculos. Citando la desobedien­cia de sus antepasados por vía de advertencia, Zacarías apoya el esfuerzo de su colega para activar a los judíos. Sólo un genuino cambio de corazón evocará el favor de Dios (1:1-6).
El segundo oráculo de Zacarías le llega en una secuencia de visiones nocturnas. En rápida sucesión, se aprecian descritas mediante el pro­feta, los acontecimientos corrientes y los problemas con que se encara su pueblo. Con cada aspecto de esta revelación, llegan las provisiones de Dios para su estímulo. Aunque cada visión merece un estudio especial con respecto a su significación para el futuro, el efecto de conjunto del panora­ma era vitalmente significativo para el auditorio de Zacarías en su noble lucha durante aquellos meses llenos de ansiedad.
Cuatro jinetes aparecen en la escena del comienzo. Volviendo de una patrulla de rigor, informan que todo está en calma. En respuesta a una pregunta que concierne al hado de Jerusalén, el Señor de los ejércitos anuncia que Sión será confortado en la restauración del templo de Jerusalén (1:7-17).
Cuatro cuernos y cuatro carpinteros son presentados entonces al profeta. La destrucción de los primeros por los últimos representa la ruina de las naciones responsables de la dispersión de Judá, Israel y Jerusalén (1:18-21).
Un medidor aparece a la vista de Zacarías. Tan populosa y próspera habrá quedado Jerusalén que será necesario ensancharla más allá de las murallas. Cuando el Señor aparezca como la gloria de esta ciudad, El será también como una muralla de fuego protector. Reuniendo a Israel, el Señor aterrorizará a las naciones de tal forma que se conviertan en un despojo para el pueblo que una vez fue tomado en cautiverio. Judá será de nuevo herencia de Dios cuando el Todopoderoso elija, una vez más, a Jerusalén como su lugar de morada (2:1-13).
En otra visión todavía, Zacarías ve a Josué vestido con ropas sucias. Satanás, el acusador del sumo sacerdote de Israel, es reprochado por Dios que ha elegido a Jerusalén. Josué es vestido en seguida con los debidos ornamentos. Condicionado por su obediencia, Josué recibe la seguridad de que entonces puede representar aceptablemente a su pueblo ante Dios. La pro­mesa para el futuro está investida en el siervo identificado como el "Renuevo". En un solo día el Señor de los ejércitos borrará todas las culpas de la tierra, para que vuelvan la paz y la prosperidad (3:1-10).
Especialmente digno de notarse es la visión del candelabro de oro con dos olivos. Por su importancia, Zacarías es despertado por un ángel. El re­cipiente que sirve como depósito reservorio para la lámpara, aparentemente estaba continuamente alimentado por el aceite de los dos olivos. Mediante esta visión, llega la seguridad para Zorobabel que Dios, mediante su Espíritu, cumpliría su propósito. Zorobabel había comenzado la construcción del templo y la completaría. Manteniendo la vigilia, el Señor de toda la tierra es ayudado por dos ungidos, que obviamente son Josué (3:1-10) y Zorobabel (4:1-14; Hageo 2:20-23).
Ciertamente dramática es la siguiente visión. Zacarías ve un rollo volante, fantástico de tamaño, unos 4,5 por 9 mtrs, que anuncia una maldición contra el robo y el perjurio. La maldición es enviada por el Señor para consumir toda la culpa que hay sobre la tierra (5:1-4).
Inmediatamente después, llega lo necesario para suprimir la maldad. Una mujer, que representa la iniquidad de la tierra, es llevada a Babilonia en un ánfora.
En la visión final, unos carros de guerra parten de los cuatro puntos cardinales para patrullar la tierra. De nuevo, el Señor de toda la tierra ejerce un control universal como lo hizo en la primera visión mediante los jinetes (6:1-8).
La situación en Jerusalén se aproximaba rápidamente a un estadio crítico cuando Zacarías entregó esta serie de mensajes, que le llegaron durante la noche en visiones. Habían pasado exactamente cinco meses desde la reconstrucción del templo en su comienzo, en respuesta al mensaje de Hageo. Mientras tanto Tatnai y otros oficiales persas habían llegado a Je­rusalén para investigar lo que allí ocurría, implicando que los judíos estaban rebelándose contra Persia (Esdras 5-6). Aunque no ordenan un inmediato cese de los trabajos, toman nota de todos los nombres de los jefes judíos y hacen una relación formal a Darío. No está indicado cuanto tiempo trans­currió desde el envío del mensaje al rey hasta que recibieron su respuesta. Es probable que los judíos no conociesen el veredicto del rey de Persia, cuando Zacarías comenzó sus profecías. Sin duda, habría muchos que se preguntaron por cuanto tiempo estarían en condiciones de continuar el programa constructivo emprendido. Ya habían sido detenidos una vez; podría ocurrir de nuevo. El problema de su inmediato futuro que dependía del decreto del rey persa, molestó bastante a la comunidad judía.
Durante los días de la incertidumbre, el profeta tuvo un mensaje alen­tador. Mediante aquella serie de visiones nocturnas, le llegó la seguridad de que Dios, que vigila sobre toda la tierra, había prometido la restauración de Jerusalén. Las naciones, a cuyas manos los israelitas habían sufrido tanto, iban a ser destruidas, como los cuatro carpinteros destruyeron los cuatro cuernos. La paz y la plenitud estaban aseguradas en la promesa de la expan­sión de Jerusalén fuera de sus murallas. Puesto que la muralla de la ciudad proporcionaba seguridad contra el enemigo en los tiempos del Antiguo Tes­tamento, el pacífico lugar más allá de las murallas implicaba libertad de ser atacado. En la visión de Josué se hizo provisión para una adecuada intercesión a favor de Israel. Inmediatamente después se le dio la seguridad de que Zorobabel sería revestido de poder por el Espíritu de Dios para comple­tar la construcción del templo. A pesar de la maldición aplicada a los mal­vados y pecadores, la iniquidad estaba siendo realmente suprimida de la tierra. En conclusión, la patrulla de carros bajo el mando del Señor de la tierra, llevaría la tranquilidad a los reconstructores del templo. A todos aquellos que fueron receptores del mensaje del profeta y ejercitaron su fe en Dios, aquella oportuna palabra tuvo que haberles proporcionado un ver­dadero aliento, en momentos en que tanta ansiedad existía mientras se recibía el veredicto de Darío.
Extraordinaria y predictiva fue la acción simbólica del profeta (6:9-15). Con una corona de oro y plata y acompañado por tres judíos de Babilonia, Zacarías coronó a Josué como sumo sacerdote. Muy significativo también fue la elección de Josué, para significar el Renuevo que construiría el templo cuando las naciones desde lejos, le prestarían su apoyo a ayuda. La gloria, el honor y la paz acompañan a este gobernante en su combinación, única de realeza y sacerdocio. Estas dignidades estaban separadas en Judá incluso en los días de Zacarías.
La corona simbólica era para estar colocada en el templo como monu­mento conmemorativo. El mensaje del profeta sería certificado por la in­mediata ayuda que iban a recibir (6:15).
Tampoco se indica con, qué prontitud les llegó la respuesta de Darío. Pero llegó con el veredicto favorable a los judíos. Darío, el rey persa, no solamente anuló el intento de Tatnai y sus colegas de gobierno para detener la construcción, sino que ordenó que ellos ayudasen a los judíos con sumi­nistros materiales y con tributos y ayuda económica (Esdras 6:6-15).
Dos años transcurrieron, en el programa de construcción. Una delegación de Betel llega a Jerusalén con una consulta referente al ayuno. Zacarías les recuerda que la ira de Dios había caído sobre Jerusalén a causa de que sus antepasados no obedecieron la ley ni escucharon a los profetas, quienes les habían advertido (7:4-14). El Señor de los ejércitos es celoso por Sión y restaurará Jerusalén. Los que queden serán reunidos desde el este y desde el oeste de tal forma que una ligazón satisfactoria y de dependencia mutua será forjada entre Dios y su pueblo (8:1-8).
La inmediata aplicación a su auditorio es dada en 8:9-19. La admonición de Zacarías es que se redoblen los esfuerzos en el programa de reconstrucción. Dios hizo a Israel un objeto de burla entre las naciones, pero ahora se ha propuesto hacer el bien para su propio pueblo. Permitirá que la verdad, la justicia y la paz prevalezcan entre ellos. Permitirá también que el ayuno se torne en, días de alegría. Cuando Dios es reconocido en Jerusalén, el pueblo ambicionará el favor divino. Los judíos serán buscados por las naciones porque reconocerán que Dios está con su pueblo (8:20-23).
No se da la fecha para la última parte del libro de Zacarías. Puesto que no se dan referencias al proyecto de la reconstrucción, es verosímil que este mensaje fuese dado tras la dedicación del templo. Presumiblemente esto representa en, mensaje de Zacarías durante un período posterior de su carrera profética.
Mientras que las naciones circundantes están sujetas a la ira de Dios (9:1-8), Jerusalén tiene proyectos de contar con un rey triunfante (9:9-10). Aunque humilde y sencillo en apariencia, el rey es justo y llevará la salvación. En, su universal dominio, hablará de paz a todas las naciones.
En nombre de Jerusalén, el Señor de los ejércitos ejercitará su poder protector contra el enemigo (9:11-17). El salvará a los suyos, ya que son el rebaño de su pueblo. Como una oveja sin pastor, los israelitas están des­perdigados, pero Dios les rescatará. Castigando a los falsos profetas y pasto­res, Dios reunirá su rebaño, Efraín junto con Judá. Ellos vendrán desde todas las naciones, incluso desde tierras distantes, mientras que el orgullo de los paganos caerá por tierra (10:1-12).
Los pastores infieles de Israel están a punto de ser consumidos en un terrible juicio (11:1-3). Mediante un segundo acto simbólico, Zacarías es invitado a convertirse en el pastor de Israel (11:4-7). En un sentido, el profeta está actuando con la capacidad del Señor de los ejércitos, quien es el verdadero pastor de Israel. Mientras que él asume este papel, Dios des­cribe la terrible suerte que aguarda a Israel en manos de los falsos pastores. Israel está condenada. En vano, el pastor intenta salvar a su rebaño, pero és­te le detesta. Patético también el sino del rebaño entre los traficantes de ove­jas cuyos pastores no se cuidan de ellas. De igual manera, Dios expondrá a Israel a sufrir entre las naciones, a causa de haber rechazado a su verdadero pastor.
Aunque abandonada a las naciones para el juicio, Israel tiene un lugar en los planes de Dios. El día llegará en que Israel se convertirá en una piedra onerosa para las naciones. Sión se sentirá reforzada y Judá emergerá con. la victoria sobre todas las naciones que han ido contra ella (12:1-9).
En este día de victoria, los israelitas se tornarán en un espíritu de gracia y de súplica a Aquel que una vez rechazaron (12:10-14). El pueblo de Jerusalén tendrá y se servirá de una fuente para limpiarse del pecado y la suciedad. No sólo el pueblo, sino que también la tierra será limpiada. Los ídolos serán barridos de la memoria y los falsos profetas relegados al olvido (13:1-6).
El sufrimiento y la pena del verdadero pastor tendrán como resultado la dispersión de las ovejas. Aunque perecerán dos tercios del pueblo, el re­manente sobrevivirá a los fuegos purificadores. Esos tornarán a Dios y reconocerán que es el Señor (13:7-9).
En el día del Señor, todas las naciones serán reunidas en Jerusalén para la batalla. Desde el monte de los Olivos, el Señor resistirá a los enemigos y se convertirá en el rey de toda la tierra. Jerusalén con un suministro de agua sobrenatural, quedará establecida con seguridad. La oposición presa del pánico se desintegrará de tal forma que la riqueza de todas las naciones será recogida sin interferencia. Todos los supervivientes irán a Jerusalén a adorar al Rey, el Señor de los ejércitos, y a guardar la Fiesta de los Tabernáculos. Con Jerusalén establecida como el punto focal de todas las naciones, el culto a Dios será purgado de toda impureza en forma tal, que toda la vida pueda redundar en su magnificación.

Malaquías —el aviso profetice final —Malaquías 1:1 - 4:6

La única mención del nombre "Malaquías" está en el primer versículo de este libro. Puesto que Malaquías significa "mi mensajero" la Septuaginta lo considera como un nombre común. El hecho de que todos los otros libros en este grupo están asociados con los nombres de los profetas, favorece el reconocimiento de Malaquías como su nombre propio.
Es difícil afirmar el tiempo en que se desarrolló el ministerio de Mala­quías. El segundo templo ya estaba en pie, el altar de los sacrificios en uso y los judíos y su comunidad se hallaban bajo la jurisdicción de un goberna­dor persa. Esto coloca su actitud subsiguiente a los tiempos de Hageo y Zacarías, cuando el templo había sido reconstruido. Se conoce tan poco respecto a la condición del estado de Judá desde la dedicación del templo a la llegada de Esdras, que es imposible fijar una fecha concluyente para las profecías de Malaquías. El contenido del libro ha conducido a algunos a Malaquías con los tiempos de Nehemías. Otros prefieren fecharle con an­terioridad a la estancia de Esdras en Jerusalén, aproximadamente en el 460 a. C.
Malaquías tiene la distinción de ser el último de los profetas hebreos. Llega como un mensajero final para advertir a una generación apóstata. Con vigorosa claridad, perfila la vida y la esperanza final del justo en contraste con la maldición que aguarda a los malvados. Su mensaje entra en las siguien­tes subdivisiones:

I. Israel como nación favorecida de Dios Malaquías 1:1-5
II. La falta de respeto de Israel hacia Dios 1:6-14
III. Reproche a los sacerdotes infieles 2:1-9
IV. La Judá infiel 2:10-16
V. Requerimientos de Dios 2:17-3:15
VI. El destino final de los justos y los malvados 3:16-4:6

La peculiar relación de Israel con Dios es el tema introductorio del mensaje de Malaquías. El Señor de los ejércitos ha elegido a Jacob. Edom, que desciende de Esaú, el hermano gemelo de Jacob, no volverá a estar en condiciones de afirmarse sobre Israel. El dominio del Señor se extenderá más allá de las fronteras de Israel para incluir a la sojuzgada tierra de Edom (1:2-5).
Pero Israel ha deshonrado a Dios. Al ofrecerle animales impuros o robados en sacrificio, el pueblo demuestra su falta de respeto hacia Dios. Ellos no se atreverían a tratar a su gobernador en esa forma. El nombre de Dios es reverenciado entre las naciones, pero no en Israel. El no será tratado de esta manera por su pueblo elegido. El fraude garantiza la maldi­ción divina (1:6-14).
Los sacerdotes son retirados para su retribución. Dios ha hecho una alianza con la tribu de Leví de tal forma que mediante ellos, el conocimiento y la instrucción pueden ser impartidas al pueblo. Por infidelidad en su res­ponsabilidad, llegarán a ser despreciados por el pueblo a quien ellos conducen (2:1-9).
El pueblo de Judá ha profanado el santuario, por los matrimonios mix­tos con gentes paganas. Las esposas extranjeras han introducido la idolatría. Igualmente cargados con el divorcio, el pueblo no puede ganar la aceptación de sus ofrendas ante el Señor de los ejércitos (2:10-16).
Después de todo esto, Malaquías recuerda bruscamente a su auditorio que han enfadado a Dios por su fracaso en buscar los caminos justos. Dios está a punto de enviar a su mensajero a su templo para juzgar, purificar, y refinar a su pueblo. Los cargos contra ellos son: brujería, adulterio, falsos juramentos, el fallo en entregar los diezmos, y la injusticia social hacia los asalariados, las viudas, los huérfanos y extranjeros. Por su conducta, ellos han menospreciado la sabiduría de servir a Dios fielmente (2:17-3:15).
Dios es conocedor de aquellos que le temen, ellos son su especial pose­sión. Registrados en el libro del recuerdo, los justos están designados para la salvación en el día de la ira de Dios. Aquellos que han sido presuntuosos y han promovido la maldad, perecerán como el rastrojo en un campo en llamas tras la cosecha. El temor de Dios, por otra parte, se acrecentará (3:16-4:3).
En conclusión, Malaquías exhorta a su propia generación para que obedezca la ley de Moisés (4:4-6). Con el terrible día del Señor pendiente, el profeta les recuerda que el juicio será precedido por un período de mi­sericordia aligerado con la llegada de Elías. Predictivo en importancia, el nombre "Elías" sugiere un tiempo de resurgimiento mediante un individuo enviado por Dios. Tal persona, ya ha sido prometida (3:1). Cuatro siglos más tarde, este mensajero fue identificado (Mat. 11:10,14).

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                                                                FIN DEL ESTUDIO

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