INTERPRETACIÓN DE PARÁBOLAS
Entre las formas figuradas del lenguaje bíblico la parábola ocupa un sitio preeminente.
Entre las formas figuradas del lenguaje bíblico la parábola ocupa un sitio preeminente.
La
parábola es especialmente digna de estudio por constituir revelaciones
de su reino celestial. También las empleaban los grandes rabinos
contemporáneos de Jesús y frecuentemente tropezamos con ellas en el
Talmud y otros libros judíos. Entre todos los pueblos orientales
parece haber sido una forma favorita de transmitir instrucción moral
y la encontramos en la literatura de la mayoría de las naciones.
El término "parábola" se deriva
del griego parábola, que significa arrojar, o colocar al lado de, y
lleva a la idea de colocar una cosa al lado de otra con el objeto
de comparar. Es, esencialmente, una comparación o símil y, sin
embargo, todos los símiles no son parábolas. El símil puede apropiarse
una comparación de cualquier género o clase de objetos, ora reales o
imaginarios. La parábola está limitada en su radio y reducida a las
cosas reales. Sus imágenes siempre incorporan una narración que
responde con verdad a los hechos y experiencias de la vida humana. No
emplea, como la fábula, aves parlantes y fieras o árboles reunidos
en concilios. Como el acertijo y el enigma, la parábola puede servir
para ocultar alguna verdad de la vista de los que no poseen
penetración espiritual para percibirla bajo su forma figurada; pero su
estilo narrativo y la comparación formal, siempre anunciada o
supuesta, la diferencian claramente de toda clase de dichos
intrincados que tienen por fin principal el confundir o causar
perplejidad. La parábola, una vez entendida, revela e ilustra los
misterios del reino de los cielos. El enigma puede incorporar
profundas verdades y hacer mucho uso de la metáfora, pero nunca, cual
la parábola, forma una narración o pretende hacer una comparación
formal. Entre la parábola y la alegoría hay mayor analogía. Tan es así
que las parábolas han sido definidas como "alegorías históricas" pero
difieren entre sí en la misma forma, substancialmente, en que el símil
difiere de la metáfora. La parábola es, esencialmente, una
comparación formal y obliga al intérprete, a fin de hallar su
significado, a ir más allá de 1<9 narración que ella hace; en tanto
que la alegoría es una metáfora extendida y dentro de sí misma
contiene su interpretación. Por consiguiente, la parábola se destaca
y distingue como una modalidad y estilo del lenguaje figurado. Actúa
en un elemento de sobria vehemencia sin que sus imágenes traspasen
jamás los límites de lo posible, es decir, de lo que pudieran ser
hechos reales. Puede, tácitamente, contener elementos de enigma, de
tipo, de símbolo y de alegoría, pero difiere de todos ellos y en su
propia esfera, escogida de la vida real y diaria, se adapta muy
peculiarmente a presentar enseñanzas especiales de Aquél que es "el
Verax, no menos que el Verus y la
Veritas".
El intento general de la
parábola,
como de todo lenguaje figurado, es el de embellecer y
presentar las
ideas y las enseñanzas morales en forma atractiva e
impresionante.
Presentadas en lenguaje ordinario, literal, muchas verdades se
olvidarían apenas se escucharan; pero adornadas con la
vestimenta
parabólica despiertan la atención y se aferran a la memoria.
Revestidas del ornato parabólico, las amonestaciones y
censuras
resultan menos hirientes y, sin embargo, producen mejor efecto
que el
que se lograría usando el lenguaje ordinario. La parábola de
Nathan
(2 Samuel 12:1‑14) preparó el corazón de David para recibir
provechosamente la tremenda represión que iba a administrarle
el
profeta. Algunas de las parábolas más punzantes con que el
Señor
zahiriera a los judíos, y que aquellos percibieron que iban
dirigidas
directamente contra ellos contenían reprensión, censura y
amonestación y, sin embargo, a causa de su forma y adorno
fueron un
medio de escudarle contra la violencia (Mat. 21:45; Marc.
12:12; Luc.
20:19). También es fácil ver que una parábola puede encerrar
una
profunda verdad o un misterio que los que la escuchan no
perciben al
principio, pero que, a causa de su forma notable o memorable,
se arraiga mejor en la mente y, permaneciendo allí, al fin rinde su
profundo y precioso significado.
El motivo y objeto especial de las
parábolas del Señor lo hallamos declarado en Mat. 13:10‑17. Hasta esa
fecha de su ministerio parece que el Señor no había hablado en
parábolas. Cuando se reunieron multitudes, cerca del mar de Galilea,
para escucharle, y "les habló muchas cosas por parábolas" (Mat. 13:3)
los discípulos, inmediatamente, se dieron cuenta de que ya no estaba
usando el lenguaje ordinario que acostumbraba y le preguntaron: "¿Por
qué les hablas por parábolas?" Su respuesta fue muy notable por su
mezcla de metáfora, proverbio y enigma, tan combinada con una profecía
de Isaías 6:910 ), que se convierte en uno de los discursos más
profundos del Señor:
"Porque a vosotros es concedido
saber los misterios del reino de los cielos más a ellos no. Porque a
cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más, pero al que no tiene,
aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas;
porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. De manera que se
cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: "De oído oiréis y no
entenderéis y viendo veréis y no miraréis. Porque el corazón de este
pueblo está engrosado y de los oídos oyen pesadamente y de sus ojos
guiñan; para que no vean de los ojos y oigan de los oídos y del
corazón entiendan y se conviertan y yo los sane". (Mat. 13:11‑15).
El pensamiento predominante de esta respuesta parece
enseñar que el Señor tenía un doble propósito al usar estas parábolas,
a saber, a un mismo tiempo revelar y ocultar grandes verdades. Había,
en primer término, aquel círculo interno de adeptos que recibían su
palabra con gozo y quienes, como los que participan en los concejos
secretos de otras reinos, tenían el privilegio de conocer los
misterios del Reino Mesiánico, tan largo tiempo escondidos pero que
ahora estaban por revelarse (compar. Rom. 11:25; 16:25; Col. 1:26) .
Estos realizarían la verdad del proverbio "al que tuviere, se le
dará, etc.". Este proverbio expresa de una manera enigmática una ley
importante y maravillosa de la experiencia en las cosas de Dios.
Quien está dotado con un deseo de conocer a Dios y de apropiarse
rectamente las provisiones de su gracia, crecerá más y más en
conocimientos y sabiduría por las múltiples revelaciones de la verdad
divina, pero el de carácter opuesto, que tiene corazón, alma y mente
con qué amar a Dios pero carece de voluntad para emplear sus
facultades en la investigación seria de la verdad, perderá aun lo que
parece poseer. Sus facultades se debilitarán y se harán de menos valor
a causa de la inactividad; y, como en el caso del siervo perezoso de
la parábola de los talentos, perderá aquello que hubiese debido ser su
gloria.
De manera que el empleo de
parábolas en la enseñanza de nuestro Señor llegó a ser una prueba del
carácter. Con los que estaban dispuestos a conocer y aceptar la
verdad, los términos de la parábola servirían para despertar la
atención y excitar el significado, se acercarían como discípulos que
se allegan a su Maestro (Mat. 13:36; Marc. 4:10) e inquirían de él,
asegurados en su ánimo de que el que pide, busca o llama (Mat. 7: 7) a
las puertas de la Sabiduría Divina, ciertamente hallará lo que anhela.
Aun aquellos que en un principio son tardos para entender pueden ser
atraídos y cautivados por la forma exterior de la parábola y mediante
una investigación sincera llegar a dominar las leyes de la
interpretación hasta poder "entender todas las parábolas" (Marc.
4:13) . Pero la mente perversa y carnal manifiesta su verdadero
carácter al no averiguar nada ni manifestar deseos de entender los
misterios del reino de Dios. Tales mentes tratan esos misterios como
si fuesen locura (1 Cor. 1:18).
Las parábolas de la Biblia son
notables por su belleza, variedad, concisión y plenitud de significado.
Hay una propiedad muy notable en las parábolas del Señor y su
adaptación a la época y lugar en que se pronunciaron. La parábola del
sembrador fué pronunciada a la orilla del mar (Mat. 13:1‑2) desde
donde era fácil ver, a no gran distancia, a un sembrador entregado a
su trabajo. La parábola de la red, en el mismo capítulo, vs. 47‑50,
puede haberse originado a la vista de una red cercana. La del noble
que parte para un país lejano a hacerse cargo de un reino (Luc. 19:12)
probablemente la sugirió el caso de Arquelao, que hizo un viaje de
Judá a Roma para alegar su derecho al reino de Herodes, su
padre. Como el Señor acababa de pasar por Jericó y se estaba
aproximando a Jerusalén, quizá la vista del palacio real que Arquelao
acababa de edificar en Jericó le sugirió la alusión a su viaje. Hasta
la narración literal de algunas de las parábolas es hermosa e
impresionante en el mayor grado. La parábola del Buen Samaritano,
probablemente se basó en un hecho real. El camino de Jerusalén a
Jericó esta muy infestado de ladrones y, sin embargo, como llevaba de
Perea a la ciudad santa, era frecuentado por sacerdotes y levitas. La
frialdad y negligencia de los ministros de la ley y la tierna
compasión del samaritano están llenos de interés y abundan en
sugestiones. La narración del Hijo Pródigo ha sido titulada "la. perla
y corona de todas las parábolas de la Biblia" y también "un evangelio
dentro del Evangelio". Nunca nos fatigan sus declaraciones literales
porque están tan llenas de naturalidad y de belleza como de lecciones
acerca del pecado y de la redención. Nuestro Señor mismo nos ha dado
dos ejemplos de interpretación de parábolas; y frecuentemente el
objeto y aplicación de la parábola están establecidos formalmente en
el contexto; de modo que, con pocas excepciones, las parábolas de las
Escrituras no son difíciles de explicar.
Los principios hermenéuticos que
debieran guiarnos para entender todas las parábolas son,
principalmente, tres. En primer lugar, debe determinarse la ocasión
histórica y el propósito de la parábola; en segundo lugar debe
hacerse un análisis muy cuidadoso del asunto de que trata y observar
la naturaleza y propiedades de las cosas empleadas como imágenes en
la similitud; y en tercer lugar, debemos interpretar las varias partes
con estricta referencia al objeto y designio general del conjunto, de
manera que se conserve una armonía de proporciones, se mantenga la
unidad de todas las partes y se haga prominente la verdad central.
Estos principios sólo pueden alcanzar valor práctico mediante su
aplicación e ilustración en la interpretación de una variedad de
parábolas.
Como nuestro Señor nos ha dejado
una explicación formal de lo que, probablemente, fueron las dos
primeras parábolas que pronunció, haremos bien, ante todo, en observar
los principios de interpretación tales como aparecen ilustrados en
sus ejemplos. En la parábola del sembrador hallamos fácil el concebir
la posición y la situación que rodeaba al Señor cuando comenzó su
discurso parabólico. Había salido a la orilla del mar y sentándose
allí, pero cuando las multitudes le oprimían" entró en un barco y se
sentó allí y toda la gente estaba en la ribera". (Mat. 13:2) . Muy
natural y muy puesto en su lugar era que él, allí y en ese instante,
pensase en las varias disposiciones de ánimo y variados caracteres de
las personas que tenía delante. ¡Cuán semejantes a diversas clases de
tierra eran sus corazones! Y su predicación de "la palabra del reino"
(v. 19) como la siembra de semilla se lo sugirió quizá, la vista de
un sembrador o de un campo sembrado, en la vecina costa. Aún más, su
propia venida al mundo era una salida a sembrar.
Pasando ahora a observar la
similitud misma, notamos que nuestro Señor asignó significado a la
semilla sembrada, al camino, a las aves, a los sitios pedregosos, a
las espinas y a la tierra buena. Cada uno de estas partes tiene una
relación con el conjunto. En aquel campo en que el sembrador esparció
su grano había todas estas clases de suelo y la naturaleza y las
propiedades de la semilla y del suelo están en perfecta armonía con
los resultados de aquella siembra, tal como se presenta en la
parábola. El suelo, en cada caso, es un corazón humano. Las aves
representan al Diablo, siempre opuesto a la obra del sembrador y
velando para arrancar lo. que se siembra en el corazón "para que no
crean y se salven". (Luc. 8:12) . El que oye la Palabra y no la
entiende, en quien la verdad celestial no hace impresión, bien puede
ser comparado a una senda hollada por los transeúntes. "El se ha
colocado en esa condición; él ha expuesto su corazón, como un camino
público, a toda mala influencia mundana hasta que se ha puesto tan
duro como un empedrado, hasta que ha convertido en estéril el terreno
mismo en que debió arraigar la Palabra de Dios; y no lo ha sometido
al arado de la ley que lo habría roto; ley que si se les hubiese
permitido hacer la obra para que Dios la designó habría ido adelante,
preparando aquel terreno para recibir la semilla del Evangelio". Con
igual fuerza y propiedad los sitios pedregosos, las espinas y la
tierra buena representan otras tantas variedades de oyentes de la
Palabra. La aplicación de la parábola, terminando con las
significativas palabras: "¡El que tiene oídos para oír, oigan" (v. 8)
podía, con seguridad, dejarse a la mente y a la conciencia de las
multitudes que la oyeron. Entre esas multitudes, indudablemente, había
muchos representantes de todas las clases designadas.
La parábola de la cizaña tuvo la
misma ocasión histórica que la del sembrador y es un importante
suplemento a la misma. En la interpretación de la parábola
precedente no se dio prominencia al sembrador. Se declaró que, la
semilla era "la palabra del reino" y se dan varias indicaciones de su
carácter y valor, pero no se dio explicación acerca del sembrador.
En esta segunda parábola se da al
sembrador un lugar prominente, como el Hijo del hombre, el sembrador
de la buena semilla; e igualmente se hace destacar la obra de su gran
enemigo, el Diablo. Pero no debemos suponer que esta parábola
arrastra consigo todas las imágenes e implicaciones de la que la
precede. Más al tratar de descubrir la ocasión y conexión de todas las
parábolas que aparecen en Mat. 13, debe notarse el hecho de que una
procede de la otra en sucesión lógica. Tres de ellas se dirigieron, en
privado, a los discípulos, pero todas las siete eran apropiadas para
la ribera pues de la semilla de mostaza, la del tesoro escondido en un
campo y de la red, no menos que la del sembrador y la cizaña del
campo, pudieron sugerírsele a Jesús por las escenas que le rodeaban;
y las de la levadura y del mercader de perlas no eran más que
contrapartes, respectivamente, de la de la semilla de mostaza y del
tesoro escondido. También es importante la sugestión de Stier, de que
la parábola de la cizaña corresponde con la primera clase de terreno
mencionado en la parábola del sembrador y ayuda a contestar la
pregunta, ¿De dónde y cómo vino aquel terreno a ser tan propicio para
los fines del Diablo? La parábola de la planta de mostaza, cuyo
crecimiento fue tan grande, forma un noble contraste con la segunda
clase de terreno en el cual no hubo ningún crecimiento real. La
parábola de la levadura sugiere lo contrario del corazón engrosado por
la mundanalidad, a saber, un corazón permeado y purificado por las
operaciones internas de la gracia; en tanto que las parábolas quinta y
sexta, las del tesoro y de la .perla, representan las varias
experiencias del corazón bueno (representado por la buena tierra) al
asir y apropiarse las cosas preciosas de la Palabra del reino. La
séptima parábola, la de la red, pone término a todas, apropiadamente,
con la doctrina del juicio reparador que se efectuará "al fin del
siglo" (v. 4.9). Será conveniente buscar tal relación interna y
conexión; y las sugestiones así obtenidas pueden ser especialmente
valiosas para objetos homiléticos. Sirven para instrucción, pero no
debiera insistirse en ellas como esenciales a una interpretación
correcta de las varias parábolas.
En la interpretación de la segunda
parábola, el Señor da especial significado al sembrador, el campo, la
buena semilla, la cizaña, el enemigo, la cosecha y los segadores,
como, también, a la quema final de la cizaña y el almacenamiento del
trigo. Pero debemos observar que él no atribuye significado alguno a
los hombres que se durmieron, ni al hecho de dormirse, ni al brotar
de los tallos de trigo y su rendición de fruto, ni a los siervos del
amo y las preguntas que hicieron. Estas cosas no son más que, partes
incidentales de la parábola, necesarias para la buena presentación
del relato. El esforzarse en hallar algún significado especial en
todas ellas, tenderán a obscurecer y confundir las lecciones
principales. De manera que si queremos saber cómo interpretar todas
las parábolas debemos notar lo que el Señor omitió, así como aquello
a lo que dio énfasis en esas exposiciones que nos son dadas como
modelos; y no debiéramos estar ansiosos por hallar un significado
oculto en cada palabra y alusión.
Al mismo tiempo, no hay por qué
negar que esas dos
parábolas contenían algunas otras lecciones que
Jesús no presentó en su interpretación. No tenía necesidad de
declarar el motivo de sus parábolas o que fuese lo que sugirió a su
mente las imágenes que usó, o cual fuese la conexión lógica
que mantenían entre sí. Estas eran cosas que podían confiarse al
escriba docto que se hiciese discípulo del reino de los cielos (Mat.
13:52) . En su explicación de la primera parábola el Señor indicó
suficiente. mente que ciertas palabras y alusiones particulares,
tales como el no tener raíz (Mat. 13:6) y ahogaron (v, 7)
pueden sugerir pensamientos importantes; y así, las palabras
incidentales de la segunda parábola, "porque cogiendo la cizaña, no
arranquéis también con ella el trigo" (v. 29) aunque no mencionadas
después en la explicación, pueden también suministrar lecciones
dignas de que las consideremos. Asimismo puede servir un propósito
útil en la interpretación el mostrar la propiedad y belleza de
cualquier imagen o alusión particular. No esperaríamos que nuestro
Señor llamara la atención de sus oyentes a tales cosas, pero sus bien
disciplinados discípulos no deben dejar de notar lo apropiado y
sugestivo de comparar la Palabra de Dios con la buena semilla y a los
hijos del Malo con la cizaña. La senda hollada, los lugares peligrosos
y el terreno espinoso tienen adaptación peculiar para representar los
varios estados del corazón por ellos representados. Aun la observación
incidental "durmiendo los hombres" (Mat. 13:25) es una insinuación muy
sugestiva de que el enemigo realizó su obra perversa en las tinieblas
y en secreto, cuando no era probable que nadie estuviese presente para
interrumpirle; pero quebrantaría la unidad de la parábola el
interpretar estas palabras, como lo han hecho algunos, como el sueño
del pecado (Calovius) o como la torpe tardanza del desarrollo
espiritual del hombre y de la debilidad humana en general (Lange) o
como la negligencia de los maestros religiosos (Crisóstomo).
Hay que admitir, también, que
algunas palabras incidentales, no designadas para ser prominentes en
la interpretación, pueden, no obstante, merecer atención y
comentario. No poco placer y sí mucha instrucción puede derivarse de
las partes incidentales de algunas parábolas. El crecimiento de ciento
por ciento, sesenta por ciento y treinta por ciento, mencionado en la
parábola del sembrador y en su interpretación, puede compararse
provechosamente con el crecimiento de los cinco talentos a diez y los
dos o cuatro (en Mat. 25:16‑22) y también con el aumento en la
parábola de las minas (Luc. 19:16‑19) . Las expresiones peculiares "el
que fue sembrado junto al camino", "el que fue sembrado en pedregales",
no son, como bien lo observa Alford, "una confusión de semejanzas,
no una interpretación primaria y secundaria de sporos (semilla), sino la profunda verdad tanto de la naturaleza como de la gracia. La
semilla sembrada, brotando en la tierra, conviértese en planta y
lleva el fruto, o falla en producirlo; es, pues, la representante,
una vez sembrada, de los individuos acerca de quienes se habla.
Notamos especialmente que la semilla que en la primera parábola se
dice ser "la palabra de Dios" (Luc. 8:11) se define en la segunda como
"los hijos del reino" (Mat. 13: 38) . Se supone, tácitamente, un punto
distinto de progreso y pensamos en la palabra de Dios como habiéndose
desarrollado en el buen corazón en que fue arrojada hasta que ha
tomado ese corazón dentro de sí y convertídolo en una nueva creación.
De los ejemplos precedentes
podemos derivar los principios generales que deben observarse en la
interpretación de las parábolas. No pueden formarse reglas
especiales que se apliquen a cada caso y mostrar qué partes de una
parábola están designadas para ser consideradas como significativas, y
cuáles son de mera forma y adorno. Debe cultivarse un criterio sano y
un discernimiento delicado por medio de extensos estudios de todas las
parábolas y por cuidadosas confrontaciones y comparaciones. Los
ejemplos de interpretación de nuestro Señor demuestran que la mayor
parte de los detalles de sus parábolas tienen significado; pero a
pesar de eso, hay palabras y alusiones incidentales a las que no debe
tratarse de exprimírseles un significado. Por consiguiente, es
necesario proponernos estudiosamente evitar, por una parte‑, los
extremos de ingenuidad que buscan significados ocultos en cada
palabra y, por otra parte, la disposición de pasar por alto muchos
detalles como meras figuras retóricas. En general, debe decirse que
la mayoría de los detalles de una parábola tienen. un significado y
los que no tienen significado especial en la interpretación, sirven,
no obstante, para aumentar la fuerza y belleza del resto.
La parábola de nuestro Señor
acerca de los labradores malos registrada por Mateo (21:33‑44), Marcos
(12:112) y Lucas (20:9‑18) aunque pronunciada en oídos del "pueblo"
(Luc. 20: 9) los sacerdotes, los escribas y los fariseos
comprendieron que iba dirigida contra ellos (Mat. 21:45; Luc. 20:19).
Así mismo nos informa el contexto (Mat. 21:43) que la viña representa
"el reino de Dios". En la parábola de Isaías, toda la casa de Israel
es culpable y se le amenaza con completa destrucción. Aquí la falta es
de los labradores a quienes fue arrendada la viña y cuya perversidad
aparece de la manera más flagrante; y, por consiguiente, aquí la
amenaza no es de destruir la viña sino a los labradores. Las grandes
cuestiones, pues, en la interpretación de la parábola de nuestro Señor,
son: (1) ¿Qué se quería decir con la viña? (2) ¿Quiénes son los
labradores, los siervos y el hijo? (3) ¿Qué acontecimientos se
contemplan en la destrucción de los labradores y el dar la viña a
otros? Estas preguntas no son difíciles de contestar: (1) En Isaías,
la viña es el pueblo israelita, considerado no meramente como la
Iglesia del Antiguo Testamento, sino, también, como la nación
escogida, establecida en la tierra de Canaán. Aquí se trata de la
idea más. espiritual del reino de Dios considerado como una herencia
de gracia y de verdad divinas, a poseerse y utilizarse, para honra y
gloria de Dios, en forma tal que los labradores, los siervos y el Hijo
puedan ser coherederos y partícipes de sus beneficios. (2) Los
labradores son los guías y maestros del pueblo comisionados
divinamente, cuya ocupación y deber era guiar e instruir en el
verdadero conocimiento y amor de Dios a los confiados a su cuidado.
Eran los príncipes de los sacerdotes y los escribas que escucharon
esta parábola y entendieron que se dirigía contra ellos. Por los
siervos, en distinción de los labradores, debe entenderse los
profetas, que fueron enviados como mensajeros especiales de Dios y
cuya misión habitualmente se dirigía a los guías del pueblo, pero
ellos habían sido despreciados, escarnecidos y maltratados en muchas
formas (2 Crón. 36:16); Jeremías fue aprisionado (Jer. 32: 3) y
Zacarías lapidado (2 Crón. 24: 21; comp. Mat. 23:24‑37 y Act.'7:52).
El hijo, el amado, es, naturalmente, el Hijo del hombre, quien "a los
suyos vino y los suyos no le recibieron" (Juan 1:11) . (3) La
destrucción de los malos labradores se realizó en la completa
destrucción y la miserable ruina de los guías judíos en la caída de
Jerusalén. En esa ocasión la venganza de "toda la sangre justa" de los
profetas cayó sobre aquella generación (Mat. 23:35‑36) y fue entonces,
también, cuando la viña del reino de Dios, reparada y restaurada como
la Iglesia del Nuevo Testamento, fue transferida a los gentiles.
Hay muchas lecciones de menor
importancia e insinuaciones sugestivas en el lenguaje de esta
parábola pero en una exposición no debe dárseles tal importancia que
acarreen confusión a los pensamientos principales. Aquí, lo mismo que
en Isaías, no debemos buscar significados especiales en el cerco, el
lagar y la torre ni dar importancia a la fruta especial que el dueño
tenía derecho de esperar, ni tratar de identificar con alguno de los
profetas a cada uno de los siervos enviados. Menos aún debe pensarse
en hallar significados especiales en formas de expresión usadas por
un evangelista y no por otro. Algunos de estos puntos menores pueden
ser ricos en sugestiones y abundantemente dignos de comentario pero en
vista del exceso de presión ejercido sobre ellos por algunos
intérpretes conviene que recordemos constantemente que, a lo sumo,
son cosas incidentales y sin mayor importancia.
La parábola de la higuera estéril
(Luc. 13:6‑9) tuvo su aplicación especial en el desechamiento de
Israel pero no está, obligadamente, limitada a aquel acontecimiento.
Tiene lecciones de aplicación universal ilustrando la paciencia y
longanimidad de Dios, como, también la certidumbre del juicio
destructor sobre todo el que no sólo no produce fruto sino que "estorba
en el terreno que ocupa" (Kai ten gen leategri). Su ocasión histórica
surge del contexto precedente (vs. 1‑5) pero la conexión lógica no es
tan clara. Sin embargo, en busca de ella hay que llegar hasta el
carácter de aquellos informantes que le hablaron del ultraje inferido
por Pilato a los galileos, porque la amonestación, dos veces
pronunciada "Si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente"
(vs. 3 y 5) implica que las personas a quienes se dirigía eran
pecadores que merecían un castigo terrible. Probablemente eran de
Jerusalén y representantes de la secta farisaica que tenían muy poco
respeto por los galileos y quienes; quizá, con sus noticias querían
burlarse de Jesús y de sus adeptos galileos.
Los medios para entender la
ocasión y el propósito de la parábola de Nathan (2 Sam. 12:1‑4) están
provistos abundantemente en el contexto. Lo misma pasa con la parábola
de Tecoa (2 Sam. 144‑7) y la del profeta herido (1 Rey. 20:‑38‑40).
Todas las parábolas de nuestro
Señor se hallan en los tres primeros evangelios. Los de la puerta, el
buen pastor, y la vid, que aparecen en Juan no son parábolas
propiamente dichas, sino alegorías. En la mayor parte de los casos
hallamos en el contexto inmediato una clave para la interpretación
correcta. Así vemos que el motivo de la parábola del siervo malvado
(Mat. 18:23‑34) está declarado en los vs. 21 y 22; y su aplicación se
halla en el verso 35.
El contexto de la parábola del
rico que quería edificar alfolíes de mayor capacidad (Luc. 12:16‑20)
nos muestra que fue pronunciada como una amonestación contra la
codicia. La parábola del amigo a media noche (Luc. 11: 5‑8) no es más
que parte de un discurso acerca de la oración. Las del juez injusto,
la viuda importuna y la del fariseo y el publicano en oración (Luc.
18:1‑14) están explicadas por el evangelio que las relata. La del Buen
Samaritano (Luc. 10:30‑37) se debió a la pregunta del doctor que
quería justificarse a sí mismo.
La parábola de los jornaleros en
la viña, (Mat. 20: 1‑16) aunque el contexto da su motivo y aplicación,
ha sido considerada como difícil de interpretar. Fue originada por el
espíritu mercenario de la pregunta de Pedro (cap. 19:27 "¿Qué, pues,
tendremos?" y, evidentemente, tiene por principal objeto condenar
semejante espíritu. Las dificultades de los intérpretes han surgido
principalmente del hecho de haberse dado indebida importancia a los
puntos menores de la parábola, tales como lo de un denario al día y lo
de las diversas horas en que fueron contratados los jornaleros. Stier
insiste en que el denario, o jornal diario, (misdos) es el asunto
principal y la fase más importante de la parábola. Otros quieren que
las varias horas mencionadas representen diferentes períodos de la
vida en los cuales los hombres son llamados al reino de Dios, ‑tales
como la niñez, la juventud, la edad viril y la ancianidad. Otros han
supuesto que con los primeros contratados se denota a los judíos, y
con los posteriores, a los gentiles. Orígenes sostenía que las
diversas horas representan las diversas épocas de la historia humana,
tales como la anterior al Diluvio, la de Abraham o Moisés, la de
Moisés a Cristo, etc. Pero todo esto tiende a apartar la mente del
pensamiento magno en el objeto de la parábola, a saber: la
condenación del espíritu mercenario y la indicación de que los premios
del cielo son asunto de gracia y no de deuda. Y debiéramos dar mucho
énfasis a la observación del Bengel, de que la parábola no es tanto de
predicción, como de amonestación.
Vamos ahora a aplicar
cuidadosamente a esta intrincada parábola los tres principios de
interpretación a que nos hemos referido antes. En primer lugar, la
ocasión histórica y el objeto. Jesús había dicho al joven que tenía
muchas posesiones: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes
y dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme".
(Mat. 19:21) . El joven se fue triste porque tenía grandes posesiones
(ktemata polla) y entonces, el Señor habló de la dificultad de
que el rico entre en el reino de los cielos (vs. 23‑26) . "Entonces,
respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros hemos dejado todo y te
hemos seguido. ¿Qué, pues, tendremos?" (Tiara esta¡ emin); ¿qué,
entonces, será, a nosotros? es decir, en forma de compensación y
de recompensa. ¿Cuál será nuestro desauros en ouranois, tesoro en
el cielo? Esta pregunta, sin ser precisamente reprensible,
respiraba cierto mal espíritu de presuntuosa confianza y estima propia
por su evidente comparación con el joven: Todo lo que le dijiste a él
que hiciera nosotros lo hemos hecho; hemos abandonado todo lo que
teníamos. ¿Qué tesoro tendremos en el cielo? Jesús no censuró
inmediatamente lo que había de malo en la pregunta sino que, lleno de
gracia, contestó a lo que de bueno tenía. Los discípulos que,
realmente, abandonaron todo y le siguieron, no dejarán de alcanzar
bendita recompensa. "De cierto os digo que vosotros que me habéis
seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en
el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos
para juzgar a las doce tribus de Israel".
Esto era, virtualmente, hacerles
una promesa y entrar en un compromiso de lo que tendrían en el futuro,
pero añadió: "Y cualquiera que dejare casas o hermanos o padre o
madre o mujer o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces
tanto y heredará la vida eterna". Aquí tenemos una herencia común y
una bendición prometida a todos los que cumplan las condiciones
nombradas, pero, además de esta gran recompensa, común a todo ser
humano, habrá distinciones y diferencias y por eso se añade
inmediatamente: "Pero muchos primeros serán postreros y postreros
primeros". Y a partir de esta última declaración, sigue inmediatamente
la parábola: "Porque (gar) el reino de los cielos es como", etc.
Stier reconoce esta conexión
diciendo: "Porqué Pedro ha averiguado acerca de premios y recompensas,
Cristo dice, ante todo, lo que leemos en los vs. 28‑29; pero porque
hay en su pregunta una culpable ansiedad de recompensa, sigue de
inmediato la parábola tocante a los primeros y los postreros, con su
seria amonestación y censura". Pero decir, en vista de tal conexión y
contexto, que el premio contemplado en el denario no tiene referencia
a la vida eterna sino que debe entendérselo únicamente de bienes
temporales que pueden conducir a la condenación, es, realmente,
desconocer y desafiar el contexto e introducir un pensamiento
enteramente extraño. Es indudable que la parábola tiene por objeto
amonestar a Pedro y a los demás contra el espíritu mercenario y la
presunción que saltaba a la vista en su pregunta; pero ella termina,
como lo hace observar Meyer, "y eso muy apropiadamente, con lenguaje
que, fuera de duda, permite a los apóstoles contemplar la perspectiva
de recibir premios de un carácter peculiarmente distinguido, (19:28.)
pero no constituye una garantía de la absoluta certidumbre de ello ni
reconoce la existencia de tal cosa como pretendidos derechos válidos".
Habiéndonos asegurado de la
ocasión histórica y del objeto, e1 próximo paso consiste en
analizar el asunto que tenemos en la mano y no lo que parezca tener
especial importancia. Apenas se disputará el hecho de que el convenio
particular del padre de familia con los jornaleros contratados por la
mañana temprano sea un punto demasiado prominente para que se le
desconozca en la exposición. Notable también es el hecho de que la
clase segunda (contratados a la hora tercera) entran al trabajo sin
convenio alguno, confiando en las palabras "os daré lo que fuere justo".
Y lo mismo con las llamados a las horas sexta y nona, pero los
llamados a la hora undécima no recibieron (según el verdadero texto
del versículo 71 promesa alguna y nada se les dijo, acerca de
recompensa. Habían estado esperando trabajo, parecían estar ansiosos
por él y se hallaban ociosos porque nadie los había tomado, pero tan
pronto como les llegó el pedido fueron a trabajar sin detenerse ni
siquiera a preguntar acerca de salario. En todo esto no parece que las
diversas horas tuvieron algún significado especial, sino que, más bien,
debemos notar el espíritu y disposición de los diversos
jornaleros, particularmente los primeros y los últimos contratados.
En el relato del ajuste de cuentas, al fin del día, sólo estos últimos
y los primeros se mencionaban con algún grado de distinción. Los
últimos son los primeros recompensados, y esto con tales marcas de
favor, que la presunción y el espíritu mercenario de los que por la
mañana temprano se habían ajustado al precio de un denario al día al
instante estallaron en quejas, dando lugar a la censura del padre de
familias y a su aserción de su absoluto derecho de disponer de lo
suyo a su placer.
Si, pues, interpretamos estas partes con
estricta referencia a la ocasión y objeto de la parábola, tenemos que
pensar en los apóstoles como aquellos a quienes se dirigió la
amonestación. Lo que había de malo en la pregunta de Pedro atrajo la
oportuna censura y amonestación. Jesús le asegura a él y a los demás
que a nadie que se haga su discípulo, le faltará gloriosa recompensa;
y en una forma algo por el estilo del ajuste con los primeros
jornaleros contratados, trata con los doce, conviniendo en dar un
trono a cada uno de ellos. Pero, añade, (pues tal es la sencilla
aplicación del proverbio "Muchos primeros serán postreros", etc.) : No
os imaginéis, engañados por vuestra vanidad, que porque fuisteis los
primeros en dejarlo todo y seguirme es de imprescindible obligación
que se os dé más honra que a otros que más tarde han de entrar a mi
servicio. No es el más elevado de los espíritus el que pregunta:
"¿Qué me darán a mí?", mejor es preguntar, ¿Qué haré yo?
Quien sigue a Cristo y por él se sacrifica en toda forma, confiando
que todo irá bien, es más noble que el que se detiene a hacer
convenios. Aún más, quien ingresa a trabajar en la viña de su Señor,
sin hacer preguntas tocante a salarios, es todavía más noble y de
espíritu más elevad. Su espíritu y labor, aunque ésta no continúe más
que por una hora, pueden tener cualidades tan hermosas y raras que
induzcan a aquél cuyas recompensas celestiales son dádivas de gracia y
no pagos de deuda; a colocarle en un trono aún más conspicuo que el
que pueda alcanzar cualquiera de los apóstoles: La murmuración y la
respuesta. que a ella dio el padre de familia no han de tomarse como
profecía de lo que debe esperarse que tenga lugar en el juicio final,
sino, más bien una insinuación sugestiva y una amonestación para que
Pedro y los demás examinaran el espíritu en que seguían a Jesús.
Si tal es la verdadera intención
de la parábola, cuán erróneas son aquellas interpretaciones que hacen
del "un denario al día" el punto principal. ¡Cuán innecesario e
inaplicable es considerar las palabras del padre de familia (en los
vs. 13‑16) como equivalentes a la sentencia o condenación final, o el
asignar significado especial a lo de estar ociosos! ¡Cuán sin
importancia lo de las diversas horas en qué fueron contratados los
jornaleros y el saber si el padre de familia representa a Dios o a
Cristo! La interpretación que tienda a mantener la unidad de toda la
narración y a hacer destacar la gran verdad central verá en esta
parábola una tierna advertencia y una amonestación sugestiva contra el
espíritu incorrecto manifestado en las palabras de Pedro.
La parábola del Mayordomo Injusto
(Luc. 16:1‑13) ha sido considerada, más que ninguna otra, como una
cruz para los intérpretes. Parece no tener tal conexión lógica o
histórica con lo que la precede y que pueda servir de alguna manera
material para ayudar en su interpretación. Sigue inmediatamente
después de las tres parábolas de la oveja perdida, la dracma perdida y
el hijo pródigo, que fueron dirigidas a los fariseos y los escribas
que murmuraban porque Jesús recibía a los pecadores y comía con ellos
(cap. 15:2) . Habiendo pronunciado esas parábolas para beneficio
especial de ellos, también pronunció otra dirigida "a sus discípulos"
(kai pros tous madetas, 16:1) . Por estos discípulos,
probablemente, debe entenderse aquel círculo más amplio que incluía a
otros además de los doce (Compar. Luc. 10:1) y entre los cuales, sin
duda, había muchos publicanos, como Mateo y Zaqueo, que necesitaban
la lección que aquí se da. Hoy se reconoce generalmente que esa
lección era de usar con sabiduría los bienes de este mundo.
Porque la sagacidad, la astuta previsión y cuidado para desenvolverse
que el mayordomo demostró en su acción precipitada, se dicen haber
sido aplaudidos aun por su amo.
La parábola, ante todo, exige que
nos demos correcta cuenta del intento literal de su narración y que
evitemos querer hacerla decir cualquiera cosa que no diga.
Además, hemos de notar que Jesús
mismo aplicó la parábola a los discípulos por sus palabras de consejo
y de exhortación (v. 9) y que hace comentarios adicionales acerca de
ello en los versículos 10 al 13. Estos comentarios del autor de la
parábola deben estudiarse como conteniendo la mejor clave posible de
su significado. La lección principal se halla en el versículo 9,
donde se insta a los discípulos a imitar la prudencia y sabiduría del
mayordomo malo, haciéndose ellos de amigos mediante las riquezas de
maldad (ek ton, k. t. l.; "de" los recursos y oportunidades
suministrados por las riquezas o bienes mundanos bajo su contralor).
El mayordomo, con su plan astuto, exhibió toda la rapidez y sagacidad,
con que un mundano sabe obrar para congraciarse con los de su propia
especie y generación. En este respecto se dice que los hijos de este
mundo son más sabios que los hijos de la luz; por lo tanto, nuestro
Señor nos aconsejaría imitarlos en este particular. En una forma
análoga, en otra ocasión, al enviar a sus discípulos en medio del
mundo hostil, les dijo que fuesen prudentes como serpientes y
sencillos como palomas (Mat. 10:16).
Los detalles de la parábola, pues,
deben considerarse como incidentales, meramente designados para
exponer la astucia del mayordomo y no debe tratar de exprimirse de
ellos otras analogías. Se insta a los discípulos a ser discretos y a
ser fieles a Dios en el uso del mammón de injusticia y,
mediante ello, asegurarse la amistad de Dios, Cristo, los ángeles y
sus prójimos, quienes, cuando fallen los bienes de este mundo, puedan
por ese medio estar dispuestos a recibirles.
Existe una profunda conexión
interna entre la parábola del mayordomo malo y la del rico y Lázaro,
narrada en el mismo capítulo (Luc. 16:19‑31) . La fidelidad
sabia hacia Dios en el uso del mammón de injusticia nos dará amigos
que nos reciban en las moradas eternas. Pero quien, como el rico de la
parábola, se convierte en un mundano lleno de sensualidad y de amor al
lujo y los placeres, tan bueno y fiel para con los intereses de
Mammón que él mismo se transforma en personificación y representante
del dios de las riquezas, en el mundo venidero alzará sus ojos,
estando en los tormentos y allí demasiado tarde aprenderá que con una
conducta distinta pudo haber hallado amigos en los ángeles, Abraham y
Lázaro, que le hubiesen admitido á los festines del paraíso.
Los principios y métodos de
interpretación de las parábolas, tales como se hallan ilustrados en
las páginas precedentes, serán guía suficiente para la interpretación
de todas las parábolas bíblicas.
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