Capítulo
III
La
emancipación de Israel
Los siglos
pasaron en silencio desde la muerte de José, hasta el amanecer de la
conciencia nacional, bajo Moisés. La Historia Sagrada, no obstante, se
refiere a nuevas y excitantes dimensiones con la única transición de
los israelitas desde las garras faraónicas de la esclavitud a la
situación de una nación independiente como pueblo elegido de Dios. En
menos de lo que pareció una eternidad, sobrellevaron y obtuvieron una
milagrosa liberación del emperador más poderoso de la época,
recibieron una divina revelación que les hizo conscientes de ser el
pueblo de la alianza de Dios y se les impartió un código de leyes en
preparación para ocupar la tierra de la promesa de los patriarcas. No
es sorprendente que esta notable experiencia fuese recordada y vuelta
a vivir anualmente en la observancia de la pascua de los judíos.
Repetidamente los profetas y salmistas aclaman la liberación de Israel
del poder de Egipto como el más significativo milagro de su historia.
Tan llena de
significado fue aquella emancipación y tan vital fue aquella
interrelación entre Dios e Israel para las generaciones venideras, que
cuatro quintas partes del Pentateuco o más de un sexto de la totalidad
del Antiguo Testamento está dedicado a este corto período en la
historia de Israel. Después de los años de la opresión egipcia, que
recibe una breve consideración en los capítulos introductorios, los
acontecimientos de estos cuatro libros, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio, están confinados a menos de cinco décadas.
Acontecimientos contemporáneos
No existe
desacuerdo entre los eruditos, quienes aceptan la historicidad del
cautiverio de Israel en Egipto y que el Éxodo tuvo lugar durante la
era del Nuevo Reino. Puesto que los capítulos que cierran el Génesis
ya cuentan la emigración de Israel hacia Gosén, los acontecimientos
contemporáneos en Egipto son de primordial importancia.
La
Invasión de los Hicsos
La poderosa
Duodécima Dinastía del Reino Medio en Egipto fue seguida (1790 a. C.)
por dos otras débiles dinastías bajo las cuales el gobierno quedó
desintegrado. Los invasores semitas procedentes de Asia, conocidos
como los hiksos, pueblo que ya utilizaba el caballo y el carro de
guerra, desconocidos por los egipcios, ocuparon Egipto
aproximadamente hacia 1700 a. C. Es muy poco lo que se conoce acerca
del pueblo, aunque Manetho asigna a las
XV
y
XVI
dinastías a esos gobernantes extranjeros que
controlaron el Bajo Egipto durante casi un siglo y medio. En el
transcurso del tiempo, rivales de Tebas dominaron la utilización del
caballo y el carro de guerra y bajo Amosis, de la
XVII
dinastía, estuvieron en condiciones de expulsar a los hicsos del país
(1500 a. C.). Aquella circunstancia dio la oportunidad para el
resurgimiento de un gobierno poderoso conocido como el Nuevo Reino. Es
comprensible que los egipcios no dejaran testimonios escritos de tan
grande humillación llevada a cabo por los hicsos durante la dominación
de estos. Por lo tanto, nuestro conocimiento de este período es,
desafortunadamente, muy limitado.
El nueva
reino (1546-1085 a. C.)
En este
período reinaron en Egipto tres dinastías. Bajo los primeros tres
gobernantes de la
XVIII
dinastía, Amenofis y Tutmosis I y
II
(1550-1500 a. C.), Egipto quedó establecido con la fuerza y la
grandeza de un Imperio. Aunque Tutmosis
III
fue el
supremo gobernante desde 1504 a 1450 (a. C.), su poderío quedó
obscurecido durante los primeros veintidós años de su reinado por la
reina Hatsheput, que obtuvo el control completo de todo el gobierno.
Como consecuencia de su poderoso y brillante liderazgo, fue reconocida
tanto por el Bajo como por el Alto Egipto. Entre los impresionantes
edificios construidos, no lo fue menos el proyecto de un templo blanco
de piedra calcárea. Este mortuario fue construido en terrazas
columnadas, con el imponente macizo recoso de Deir-el-Bahri como fondo.
Uno de sus grandes obeliscos (conteniendo 138 metros de
granito, y que alcanzaba casi treinta metros de altura) todavía se
mantiene en pie en Karnak.
Tutmosis
III,
cuyas ambiciones habían, sido contrarrestadas durante
muchos años, ganó la posesión indisputada de la corona Hatsheput al
morir ésta. Estableció el poder absoluto en Egipto, afirmándose como
el más grande caudillo militar en la historia de Egipto. En dieciocho
campañas, extendió el alcance de su reinado hasta el Eufrates,
marchando sus ejércitos a través de Palestina o navegando por el
Mediterráneo hasta la costa fenicia. Como militar y constructor de
imperios, ha sido frecuentemente comparado con Alejandro Magno y
Napoleón. Puesto que tales campañas eran llevadas a cabo durante el
verano, acostumbraba a promover la construcción de grandes edificios
durante el invierno, embelleciendo y ensanchando el gran templo de
Karnak, que había sido erigido para Amón durante el Reino Medio. Los
obeliscos que erigió pueden ser contemplados en nuestros días en
Londres, Nueva York, el Lateranense y Constantinopla.
Tutmosis
III
fue seguido por Amenofis
II
(1450-1425) que fue un gran deportista, Tutmosis
IV
(1425-1417), que excavó la esfinge y se casó con una princesa mitanni,
y Amenofis
III
(1417-1379).
Amenofis
IV,
o Akh-en-Atón
(1379-1362), es mejor conocido por la revolución llevada a cabo en
materia religiosa. Es muy probable que los faraones fuesen
progresivamente hartándose del creciente poder de los sacerdotes de
Amón, en Tebas. Tutmosis
IV
había
adscrito previamente su real descendencia al antiguo dios solar Ra,
más bien que a Amón; pero Amenofis
IV
fue
aún más allá, intentando negar el opresivo poder de los sacerdotes
tebanos. El fue el campeón de la adoración de Atón, que estaba
representado por el disco solar. Construyendo un templo a su nuevo
dios en Tebas, mientras que era corregente con su padre, se proclamó a
sí mismo el primer sacerdote de Atón. No satisfecho con erigir
templos en varias ciudades por todo su imperio, eligió el nuevo
emplazamiento de Amarna para la situación de su dios. Desde esta
capital, situada aproximadamente a medio camino entre Tebas y Menfís,
estableció la adoración de Atón como la religión del Estado. Tomó las
medidas precisas para que se adorase y sirviese solo a este dios. Tan
dedicado estuvo a Atón que él y sus devotos olvidaron las demandas de
ayuda procedentes de varias partes de su reino. Los archivos de
Amarna, descubiertos en 1887, proporcionan un testimonio al respecto.
Cuando Akh-en-Atón murió, la capital nuevamente establecida fue
abandonada. Su yerno, Tut-ank-Amón, aseguró su trono renunciando a
Atón y restaurando la antigua religión de los dioses de Tebas. La
tumba de Tut-ank-Amón, descubierta en 1929, suministró abundante
evidencia de su devoción a Amón. Con la corta vida y el breve reinado
de Ay la
XVIII
dinastía
terminó en 1348 a. C.
Los dos
grandes reyes de la próxima dinastía, que duró hasta 1200 a. C.,
fueron Seti I (1318-1304) y Ramsés
II
(1304-1237). El primero comenzó la reconquista del imperio asiático,
que había estado perdido durante los días de Akh-en-Atón y llevó la
capital a la parte oriental del Delta. El ultimo continuó su intento
de reconquistar Siria, pero eventualmente firmó un, tratado de paz con
el rey hitita, que selló su acuerdo al dar su hija en matrimonio a
Ramsés
II.
Este es el
primero de los pactos de no agresión entre naciones conocido hasta hoy.
Además del extenso plan de construcciones en o cerca de Tebas, Ramsés
II
también embelleció Tanis, la capital del Delta, que los
gobernantes hicsos habían utilizado siglos antes.
Durante el
resto de las dinastías
XIX
y
XX,
los gobernantes egipcios lucharon para retener su
reinado. Conforme fue decreciendo el poder central, el sacerdocio
local de Amón ganó bastante fuerza para establecer la
XXI
dinastía alrededor de 1085 a. C. y Egipto nunca recobró ya más, como
resultante del declive que sufría, el volver a ganar su posición como
potencia mundial.
La
religión en Egipto
Egipto era un
país politeísta. Con deidades locales como base de la religión, los
dioses egipcios se hicieron numerosos. Los dioses de la Naturaleza
fueron comúnmente representados por animales y pájaros. Eventual-mente,
las divinidades cósmicas, personificadas en las fuerzas de la
Naturaleza, fueron elevadas por encima de los dioses locales y fueron
teóricamente considerados corno deidades nacionales o universales.
Había una tal cantidad, que llegaron a ser agrupados en familias de
triadas y novenarios.
De igual
forma, los templos fueron numerosos por todo Egipto. Con la provisión
de un hogar o templo para cada dios, llegó el sacerdocio, las ofertas,
los festivales, ritos y ceremonias para su adoración y culto. Como
respuesta a tales circunstancias, el pueblo consideraba a sus dioses
como sus benefactores. La fertilidad de la tierra y de los animales,
la victoria o la derrota, la inundación del Valle del Nilo y de hecho,
cualquier factor que afectase a su bienestar, estaba adscrito a
cualquier dios.
La
prominencia nacional acordada respecto a cualquier dios se hallaba
íntimamente relacionada con la política. El dios halcón, Hourus,
surgió corno una deidad local y después pasó a tener carácter de
deidad estatal cuando el rey Menes unió el Bajo y el Alto Egipto en
los albores de la historia egipcia. Cuando la Quinta Dinastía
patrocinó el dios-sol de Heliópolis, Ra se convirtió en la cabeza del
panteón egipcio. La más cercana aproximación a un dios nacional en
Egipto, fue el reconocimiento dado a Amón durante el Medio y Nuevo
Reino. Los magníficos templos erigidos en Karnak y Luxor, en las
proximidades de Tebas, todavía muestran el real patronazgo de este
dios. En la ciudad de Tebas, con la
XVIII
dinastía, el culto de Amón con su sacerdocio tebano se hizo tan fuerte
que el desafío hecho a los faraones tuvo éxito en el poder con la
muerte de Akh-en-Atón. A despecho de la prominencia de los dioses
nacionales, en ninguna ocasión fueron adorados por la población
egipcia. Para un campesino egipcio, el dios local fue el de la máxima
importancia.
Los egipcios
creían en una vida después de la muerte. Una conducta intachable sobre
la tierra conducía a la inmortalidad del hombre. Esto cuenta por los
enterramientos reales representados por las pirámides y otras tumbas,
en las cuales se depositan toda clase de provisiones tales como
alimentos, bebidas y objetos de lujo con la intención de su
utilización en la vida de ultratumba. En los primeros tiempos, incluso
a los sirvientes se les mataba y guardaba junto al cuerpo de sus amos.
Como Osiris, el símbolo divino de la inmortalidad, el egipcio muerto
anticipaba así el juicio de un tribunal del ultramundo con la
esperanza de estar moralmente destinado a la felicidad de una vida
eterna.
La extrema
tolerancia de la religión egipcia se explica por la existencia sin fin
y el reconocimiento de tantísimos dioses. Ninguno fue nunca eliminado
del todo. Puesto que el moderno estudioso encuentra difícil hacer un
análisis lógico de tan incontables elementos entremezclados de su
religión, es difícil también pensar que lo hiciera cualquier egipcio
nativo.
La confusión
resulta de cualquier intento de relacionar entre sí la hueste de
deidades existentes con sus respectivos cultos y rituales. Tampoco
pueden ser racionalizados tan enorme conjunto de creencias y mitos.
La fecha
del Éxodo
Que Israel
abandonase la esclavitud durante la última mitad del segundo milenio
a. C. es algo que está sujeto a dudas y discusiones. Muy pocos
eruditos podrían fechar el Éxodo más allá de una duración de tiempo
de dos siglos y medio (1450-1200). Dado que no hay referencias o
incidentes en el libro del Éxodo que pueden ser definitivamente
relacionadas con la historia de Egipto, poder fechar el momento
demanda ulteriores investigaciones.
Respecto a
una fecha más específica de la era mosaica, dos clases de evidencias
pueden garantizar una cuidadosa investigación y minucioso examen: la
arqueológica y la bíblica. Hasta ahora, ninguna ha proporcionado una
conveniente respuesta que obtenga el apoyo de los eruditos del Antiguo
Testamento.
La caída de
Jericó, que ocurrió dentro del medio siglo siguiente al Éxodo, está
todavía sujeta a una fecha arqueológica que se balancea entre
aproximadamente dos siglos (1400-1200). Las recientes excavaciones han
confirmado antiguos hallazgos y conclusiones para su reexamen.
Garstang, que excavó Jericó (1930-1936), razonó que la invasión de
Josué está mejor fechada alrededor de 1400 a. C.
Miss Kathleen Kenyon mantiene que los hallazgos sobre los cuales
estaban basadas estas conclusiones, proceden de la primitiva Edad del
Bronce (tercer milenio) y que virtualmente no resta nada de los siglos
durante los cuales se fechan la ocupación israelita (1500-1200). En
consecuencia, ella afirma que su reciente excavación (1952-1956) no
arroja luz alguna sobre la destrucción de Jericó. Mientras que
Garstang fechó la última cerámica procedente de la Edad del Bronce, no
más tarde de 1385 a. C., Kenyon prefiere una fecha más tardía
1350-1325 a. C.
Ya que esto representa la ocupación de la Edad del Bronce, ella fecha
la destrucción de Jericó por los israelitas en el tercer cuarto del
siglo
XIV.
Albright, Vincent, de Vaux y Rowley están a favor de
la última mitad del siglo
XIII
para
la caída de Jericó bajo Josué.
Los exámenes
de la superficie de la cerámica en la Arabia y la TransJordania,
indican que los reinos moabitas, amonitas y edomitas no fueron
establecidos hasta el siglo
XIII.
Todo esto no ha sido confirmado por extensas
excavaciones, por lo que esa cerámica que corresponde a esa zona puede
todavía estar sujeta a posteriores reajustes cronológicos.
Comparativamente se conoce poco respecto a las condiciones de vida
del pueblo a quien los israelitas encontraron en su camino hacia
Canaán. Aunque Glueck no halló evidencia de habitantes en
TransJordania para el período anterior al siglo
XIII,
es
posible que ese pueblo estuviese viviendo en ciudades hechas con
tiendas, en cuyo caso, naturalmente, no quedarían ruinas.
Tampoco tiene
la identificación de Pitón y Ramsés respuesta concluyente para
evidenciar la fecha de la partida de Israel de Egipto.
Esas ciudades pudieron haber sido construidas por los israelitas, pero
vueltas a construir y a recibir nuevos nombres por Ramsés durante su
reinado. En consecuencia, la evidencia arqueológica, que por el
momento está sujeta a varias interpretaciones, no ofrece una
concluyente prueba para la precisa datación cronológica del Éxodo.
Los informes
bíblicos proveen datos limitados para el establecimiento de una fecha
definitiva para la época de la esclavitud de Israel. Sólo una
referencia cronológica, específicamente, eslabona la era Salomónica
—que tiene fechas bien establecidas— con el Éxodo. La suposición, de
que los 480 años anotados en I Reyes 6:1 proveen una base para la
datación exacta, proporciona una fecha para el Éxodo aproximadamente
en 1450 a. C.
Aunque otras referencias
y el relato de otros acontecimientos, apunten hacia una larga era
entre la entrega de Egipto y la era del reinado de Israel, ninguno de
los pasajes bíblicos implican la garantía de una datación precisa.
Más numerosas
son las anotaciones bíblicas que aproximan el período que precedió al
Éxodo. Aun cuando los problemas de interpretación están todavía sin
resolver, todo conduce a la impresión de que los israelitas pasaron
varios siglos en Egipto.
Las referencias genealógicas pueden sugerir un período
comparativamente corto de tiempo entre José y Moisés; pero el uso de
una genealogía como base para una aproximación del tiempo, está
todavía sujeta a discusión.
Las genealogías con frecuencia tienen amplias lagunas que las hacen
inutilizables para la fijación de una cronología.
El crecimiento de los israelitas desde setenta hasta una gran multitud,
que amenazaba el orden egipcio, favorece igualmente el lapso de
siglos para la residencia de Israel en la tierra del Nilo.
Las
consideraciones bíblicas indican cronologías más extensas antes y
después del Éxodo. Sobre esta base, es razonable considerar 1450 como
una fecha apropiada para el Éxodo y permite la migración de Jacob y
sus hijos en la era de los huesos y de su supremacía en Egipto.
El relato
bíblico
La dramática
escapada de la esclavitud egipcia se halla vividamente retratada en
Ex. 1:1-19:2. Comenzando con una breve referencia a José y a la
adversa fortuna de Israel, los histriónicos acontecimientos centrados
alrededor de Moisés culminan en la emancipación de Israel.
Opresión
bajo el Faraón
En los días
de José, los israelitas, que tenían intereses pastorales, recibieron
el permiso de disfrutar la tierra más fértil en el Delta del Nilo. Los
invasores hicsos, pueblo también de pastores, muy verosímilmente
estuvieron favorablemente dispuestos hacia los israelitas. Con la
expulsión de los hicsos, los gobernantes egipcios asumieron más poder
y con el tiempo, empezó la opresión de los israelitas. Un nuevo
gobernante, no familiar a José, no tenía interés personal en Israel;
pero introdujo una serie de medidas que tenían como fin aliviar el
temor de una rebelión israelita. Consecuentemente, el pueblo elegido
fue destinado a una dura labor construyendo ciudades, tales como
Pitón y Ramsés (Ex. 1:11). Un edicto real ordenó a los egipcios que
matasen, a su nacimiento, a todos los varones nacidos a los israelitas.
Este fue el designio del Faraón para contrarrestar la bendición de
Dios sobre Israel conforme el pueblo crecía y aumentaba y prosperaba
(Ex. 1:15-22). Años más tarde, cuando Moisés desafió el poder del
Faraón, la opresión fue intensificada, reteniendo a los esclavos
israelitas la paja tan útil en la producción de ladrillos (Ex.
5:1-21).
La
preparación de un caudillo
Moisés nació
en tiempos peligrosos. Fue adoptado por la hija del Faraón y se le
dieron facilidades y ventajas para su educación en el más importante
centro de aquella civilización. Aunque no esté mencionado en el Éxodo,
Esteban, dirigiéndose al Sanedrín en Jerusalén, se refiere a Moisés
como habiendo sido instruido en la sabiduría egipcia (Hechos 7:22).
Una extensa facilidad educacional en la corte egipcia fue llevada a
cabo durante el Nuevo Reino y su período, para entrenar a los reales
herederos de los príncipes tributarios. Aunque retenidos como rehenes
para asegurarse de la percepción de los tributos, eran magníficamente
tratados en su principesca prisión. Si un lejano príncipe moría, un
hijo que había estado sometido a la cultura egipcia era designado para
el trono con la esperanza de que sería un leal vasallo del Faraón.
Es altamente probable que Moisés recibiese su educación egipcia
juntamente con los herederos reales de Siria y otras tierras.
El valeroso
intento de Moisés de ayudar a su pueblo finalizó en el fracaso.
Temiendo la venganza del Faraón, huyó hacia la tierra de Madián,
donde pasó los siguientes cuarenta años. Allí fue favorablemente
acogido en el hogar de Reuel, un sacerdote de Madián, quien era
también conocido por Jetro.
Con el transcurso del tiempo, Moisés tomó por esposa a la hija de
Reuel, Séfora y se estableció dedicándose a la vida de los pastores en
el desierto de Madián. A través de la experiencia adquirida del
pastoreo en la zona que rodeaba el Golfo de Acaba, Moisés
indudablemente adquirió un gran conocimiento de aquel territorio. Sin
hallarse consciente de su importancia, recibió una excelente
preparación para conducir a Israel a través de aquel desierto muchos
años más tarde.
La llamada de
Moisés es ciertamente significativa a la luz del pasado y su
entrenamiento (Ex. 3-4). En la corte del Faraón se dio cuenta de que
habría de contender con la autoridad. No sin razón solicitó la
libertad de los israelitas. Dios aseguró a Moisés la divina ayuda y
que proveería su actuación con tres milagros que le acreditasen ante
los israelitas: el bastón que se convirtió en una serpiente, la mano
del leproso y el agua que se convertiría en sangre. Esto suministró
una base razonable para que los israelitas creyesen que Moisés estaba
comisionado por el Dios de los patriarcas. Habiendo recibido la
seguridad de que Aarón sería su portavoz, Moisés cumplió con la
llamada de Dios y volvió a Egipto.
La
confrontación con el Faraón
Durante el
período del Nuevo Reino, el poder del Faraón era soberano y no
sobrepasado por ninguna nación contemporánea. Su dominio, a veces, se
extendía tan lejos como el Eufrates. La aparición de Moisés en, la
corte real, demandando la puesta en libertad de su pueblo de Israel,
significaba un desafío al poder del Faraón.
Las plagas,
que ocurrieron durante un período relativamente corto, demostraron el
poder del Dios de Israel, no solo al Faraón y a los egipcios, sino
también a los propios israelitas. La actitud del Faraón desde el
principió, es la del reto expresada en la pregunta: "¿Quién es ese
Señor cuya voz yo debería obedecer para dejar a Israel que se marche?"
(Ex. 5:2). Cuando se enfrentó con la oportunidad de dar cumplimiento a
la voluntad de Dios, el Faraón se resistió, endureciendo su corazón en
el curso de aquellas circunstancias que con tal motivo se
desarrollaron.
Las tres diferentes palabras hebreas advirtiendo al Faraón su actitud
—como se establece por diez veces en Ex. 7:13-13:15— denota la
intensificación de una condición ya existente. Dios permitió vivir al
Faraón dotándole con la capacidad de resistir las divinas ofertas
(Ex. 9:16). En esta forma Dios endureció su corazón como está
indicado en dos predictivas referencias (Ex. 4:21 y 7:23) lo mismo que
en la narrativa (9:12-14:17). El propósito de las plagas —claramente
establecidas en Ex. 9:16— es mostrar al Faraón el poder de Dios en
nombre de Israel. El gobernador de Egipto era así desafiado por un
poder sobrenatural.
De qué forma
fueron afectados los egipcios por las plagas, no está totalmente
declarado. La última plaga consistía en llevar a juicio a todos los
dioses de Egipto (Ex. 12:12). La incapacidad del Faraón y su pueblo
para contrarrestar aquellas plagas tuvo que haber demostrado a los
egipcios la superioridad del Dios de Israel en comparación con los
dioses que ellos adoraban. Aquello fue la causa de que algunos
egipcios llegaran al conocimiento del Dios de Israel (Ex. 9:20).
Israel se
hizo consciente, asimismo, de la divina intervención. Habiendo
permanecido en la esclavitud y el cautiverio por diversas generaciones,
los israelitas no habían sido testigos de una demostración del poder
de Dios en su época. Cada plaga triunfante aportaba una mayor
manifestación de lo sobrenatural, de tal forma, que con la muerte del
primogénito, los israelitas comprobaron que estaban siendo liberados
por Uno que era omnipotente.
Las plagas
están mejor explicadas como una manifestación del poder de Dios, a
través de fenómenos naturales. Ni el elemento natural, ni el
sobrenatural, debería quedar excluido. Todas las plagas tenían
elementos comúnmente conocidos para los egipcios, tales como la de
las ranas, los insectos, y las inundaciones del Nilo. Pero la
intensificación de aquellas cosas que eran naturales, la exacta
predicción de la llegada y desaparición de las mismas, lo mismo que
la discriminación mediante la cual los israelitas quedaron excluidos
de ciertas plagas, fueron sucesos que debieron haber causado el
reconocimiento de lo sobrenatural.
La pascua
de los judíos
A los
israelitas se les dio instrucciones específicas por Moisés de la
ultima plaga (Ex. 12:1-51). La muerte del primogénito no afectó a
aquellos que cumplieron con los divinos requerimientos.
Un cordero o
un cabrito, sin tacha alguna, fue escogido en el décimo día de Abib.
El animal fue muerto en el día décimo cuarto hacia el atardecer y su
sangre aplicada al dintel de cada casa. Con la preparación para la
partida completada, los israelitas comieron la carne de la pascua que
consistía en carne, pan sin levadura y hierbas amargas. Abandonaron
Egipto inmediatamente tras de que el primogénito de cada hogar egipcio
hubiese muerto.
Para los
israelitas el éxodo de la tierra de Egipto fue el más grande c los
acontecimientos del Antiguo Testamento y su época. Cuando el Faraón
comprobó que el primogénito de cada hogar egipcio había sido muerto,
el tuvo conforme con la partida de los israelitas. La observancia de
la pascua fue una rememoración anual de que Dios les había puesto en
libertad del cautiverio. El mes de Abib, más tarde conocido por Nisan,
marcó desde entonces el comienzo de su año religioso.
La ruta
hacia el Monte Sinaí
El viaje de
Israel hacia Canaán vía la península del Sinaí estuvo divinamente
ordenada. No había duda del camino directo —un camino en buen uso
utilizado para propósitos comerciales y militares— y que les llevaría
la tierra prometida en una quincena. Para una desorganizada multitud
esclavos liberados, el desvío sinaítico no solo tenía una ventaja
milita sino que también les proveía de tiempo y oportunidades para su
organización.
El
incrementado conocimiento arqueológico y topográfico ha disipado las
antiguas disputas respecto a la historicidad
de este caminar hacia sur, incluso aunque algunas identificaciones
geográficas son todavía incie tas. La imprecisa significación de
nombres de lugares tales como Sucot, Etam, Pi-hahirot, Migdol y Baal-zefón,
dan margen a diversas teorías q conciernen a la ruta exacta.
Los Lagos Amargos pueden haber si relacionados con el Golfo de Suez,
por lo que este canal cenagoso podría s el "Mar de las Cañas" (Yam
Suph).
Es muy probable que los egipci tuviesen una línea de fortificaciones
más o menos idénticas con el Caí de Suez para protegerles de los
invasores asiáticos.
El punto
exacto del paso de las aguas por Israel es de secunda] importancia por
el hecho de que esta masa de agua, además de haber ah gado a los
egipcios perseguidores, suministrase una infranqueable barre entre los
israelitas y la tierra de Egipto. Un fuerte viento del este par las
aguas para el paso de las gentes de Israel. Aunque esto puede haber si
similar a algún fenómeno natural
el elemento tiempo claramente indica una intervención sobre natural
hecha en su favor (Ex. 14:21). La protección divina fue aparente
también cuando la columna en forma de nube les ocu de los egipcios y
evitó que éstos les atacasen antes de que las aguas se abriesen. Tras
esta triunfante liberación, Israel tenía razón para dar gracias Dios
(Ex. 15).
Una jornada
de tres días a través del desierto de Shur llevó a Israel ha Mará,
donde las aguas amargas se convirtieron en aguas dulces. Avanzan hacia
el sur, los evadidos acamparon en Elim, donde disfrutaron de la
comodidad de doce manantiales de agua y de setenta palmeras. En el
desierto de Sin, Dios milagrosamente les proveyó del maná, que les
sirvió de alimento diario hasta que entraron en Canaán. Las codornices
también fueron suministradas en abundancia cuando los israelitas
tuvieron necesidad de carne. En Refidín, ocurrieron tres cosas
significativas: el agua que surge de la roca cuando Moisés la toca con
su bastón, Amalee fue rechazado por el ejército israelita bajo el
mando de Josué mientras Moisés oraba, y Moisés delegando sus deberes
de administración a los mayores de acuerdo con el consejo de Jetro.
En menos de
tres meses, los israelitas llegaron a Monte Sinaí (Horeb).
Allí quedaron acampados por aproximadamente un año.
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