NINGUN DOBLE SENTIDO EN LA PROFECIA
Los principios hermenéuticos que
hemos presentado, necesariamente excluyen la doctrina de que las
profecías de las Escrituras contienen un sentido doble u oculto.
Algunos han sostenido que como estos oráculos son celestiales y
divinos deberíamos esperar hallar en ellos múltiples significados; que
necesariamente deben diferir de otros libros. De aquí ha surgido no
sólo la doctrina de un doble sentido sino las de un triple y cuádruple
sentidos; y los rabinos llegaron hasta el punto de decir que hay "montañas
de significado en cada palabra de las Escrituras". Fácilmente
concedemos que las Escrituras son susceptibles de múltiples
aplicaciones prácticas; de no ser así, no serían tan útiles para
adoctrinar, para corregir e instruir en justicia (2 Tim. 3:16) . Pero
en el instante que admitimos el principio de que ciertas partes de la
Biblia contengan un sentido oculto o doble, introducimos en el santo
libro un elemento de incertidumbre y trastornamos toda posibilidad de
interpretación científica. Dice el doctor Owen: "Si la Biblia tiene
más de un significado, no tiene significado alguno". Ryle dice: "Sostengo
que las palabras de la Biblia se han dado con la intención de que
tengan un sentido definido y que nuestro objeto principal debe ser el
descubrir ese sentido y luego, adherirnos rígidamente a él... Decir
que las palabras tienen cierto significado meramente porque son
susceptibles de ser estrujadas para hacérselo tener, es una
manera deshonesta y peligrosa de manejar las Escrituras". Stuart se
expresa así: "Este plan de interpretación abandona y hace a un lado
las leyes comunes que rigen al lenguaje. Exceptuando la Biblia, a
estas personas les es imposible hallar doble sentido en ningún libro,
tratado, epístola, discurso o narración, jamás escritos, publicados o
dirigidos por hombre alguno a sus semejantes (a menos que lo hiciera
como una diversión con la intención de engañar). Existen, sí, en todos
los idiomas, charadas, enigmas, acertijos, frases de doble sentido,
etc.; también han abundado los oráculos paganos, susceptibles de dos
interpretaciones; pero ni aun entre éstos jamás ha habido el designio
de que hubiese, en realidad, más de un sentido. De la ambigüedad de
lenguaje puede echarse mano, y se la ha echado, adrede, con objeto
de mistificar al lector u oyente, o con el fin de ocultar la
ignorancia del agorero, o para conservar su crédito en medio de
posibles contingencias. Pero esto es enteramente extraño a los asuntos
en que se trata de buena fe y donde hasta la sospecha de doble sentido
está fuera de lugar. Ni es posible, sin ofensa a la dignidad y
santidad de las Escrituras, suponer que los escritores inspirados sean
comparados a autores de acertijos y enigmas o a ambiguos oráculos
paganos".
Algunos escritores han confundido
este asunto al relacionarlo con la doctrina de tipos y antitipos.
Corno muchas personas y sucesos del A. Testamento eran tipos de otros
mayores que debían venir, el lenguaje respecto a los mismos fue
supuestas como susceptible de doble sentido. He ha supuesto que el
Salmo II se refiere tanto a David como a Cristo; y que Isaías
7:14‑16 se refiere a un niño nacido de una virgen que vivió en tiempos
del profeta y, también al Mesías. Se ha supuesto que los salmos XLV y
LXXII tienen referencia a Salomón y al Cristo y que la profecía contra
Edom en Isaías 34:5‑10, comprende también el juicio general del
último día. Pero debe notarse que en los casos de tipos, el lenguaje
de las Escrituras no tiene doble sentido. Los tipos mismos son tales
porque prefiguran cosas venideras; y este hecho debe conservárselo
separado de la cuestión del sentido del lenguaje empleado en
cualquier pasaje especial. Rechazamos como malsana y engañosa la
teoría de que tales salmos mesiánicos como el II, el XLII y el LXXII,
tengan doble sentido y que se refieran, primeramente a David, Salomón,
o cualquier otro gobernante y, secundariamente, a Cristo. Si es
evidente que existe cierta referencia histórica a algún gran carácter
típico, todo el caso debe relegarse a la tipología bíblica, el
lenguaje explicado naturalmente como de la persona celebrada en el
salmo, y luego se puede demostrar que la persona misma es un tipo e
ilustración de otra mayor que ha de venir. En esta forma los grandes
acontecimientos a que se hace referencia en la profecía de Emmanuel (Isaías
7:14) y el llamamiento de Israel de Egipto, en Oseas 11:1, se
cumplieron típicamente en Jesús. El oráculo contra Edom ( Isaías
34:5‑10) es una simple muestra del estilo esmeradísimo de la profecía
apocalíptica y no autoriza la teoría de un doble sentido en la palabra
de Dios. El capítulo XXIV de Mateo, al que a menudo se apela en apoyo
de esta teoría, es explicable por un método mucho más sencillo.
Se comunica alguna plausibilidad a
la teoría al aducir la sugerente plenitud de algunas partes de las
Escrituras proféticas. Admitimos con gusto la existencia de esa
plenitud y la alabamos cordialmente. La primera profecía es buen
ejemplo de ella. La enemistad entre la simiente de la mujer y la de la
serpiente (Gén. 3:15) se ha exhibido bajo mil distintas formas. Las
preciosas palabras de promesa al pueblo de Dios, hallan mayor o menor
cumplimiento en cada experiencia individual, pero estos hechos no
apoyan la teoría de un doble sentido. El sentido, en cada caso, es
directo y simple, aunque muchas las aplicaciones e ilustraciones.
Tales hechos no nos autorizan para entrar en las profecías
apocalípticas con la expectativa de hallar dos a más significados en
cada declaración especial y, entonces, declarar: Este versículo se
refiere a un acontecimiento ocurrido hace largo tiempo; este otro se
refiere a algo futuro; aquel se cumplió, parcialmente, en la ruina de
Babilonia, o de Edom, pero aún espera mayor cumplimiento en el futuro.
El juicio de Babilonia, de Nínive
o de Jerusalén pueden, en realidad, ser tipos de todo juicio análogo,
y es una amonestación a las naciones de todas las épocas; pero esto es
muy distinto que decir que el lenguaje en el cual se predijo tal
juicio se cumplió sólo parcialmente cuando cayó una de aquellas
ciudades y que aún está esperando su completo cumplimiento.
Ya hemos visto que la Biblia tiene
sus enigmas, acertijos y dichos obscuros, pero cuando nos presenta
una de esas cosas, el contexto nos lo dice claramente. Suponer, cuando
no existe indicación alguna al respecto, que nos hallamos ante un
enigma; o suponer ante la presencia de declaraciones explícitas que
enseñan lo contrario, que cualquiera profecía especial tenga un doble
sentido, un significado primario y otro secundario, un cumplimiento
cercano y otro remoto, son cosas que, forzosamente, tienen que
introducir elementos de incertidumbre y da confusión en la
interpretación bíblica.
Lo mismo puede decirse respecto a
designaciones explícitas de tiempo. Cuando un escritor bíblico nos
dice que cierto acontecimiento tendrá lugar presto, dentro de corto
tiempo, o que está por realizarse, es contrario a toda corrección el
afirmar que sus declaraciones nos permiten creer que el acontecimiento
se halla en un futuro lejano. Es un reprensible abuso del lenguaje el
decir que las palabras presto, inmediatamente, o cercano,
signifiquen de aquí a tantos siglos o después de largo tiempo.
Tal trato del lenguaje bíblico es aún peor que la teoría de un doble
sentido. Y, sin embargo, intérpretes hay que apelan a Pedro en busca
de prueba escrituraria para desatender las designaciones de tiempo en
las profecías: "No se os oculte esto, amados, que delante del Señor un
día es como mil años y mil años como un día" (2 Pedro 3:8). Insisten
en que esta declaración se ha hecho con directa referencia al tiempo
de la venida del Señor y que ilustra la aritmética divina en la cual,
pronto, prestamente y términos análogos, pueden denotar siglos.
Sin embargo, una atención cuidadosa a este pasaje demostrará que en
él no se enseña cosa tan extraña.
El lenguaje en cuestión es una
cita poética del Salmo 90: 4 y se emplea para demostrar que el lapso
de tiempo no invalida las promesas de Dios. Lo que él ha prometido
acontecerá sin que los pensamientos o habladurías de los hombres
respecto a tardanza, etc., puedan afectar al asunto. Ni días ni años
ni siglos afectan a Dios. Desde toda eternidad, él es Dios (Salmo
90:2). Pero esto es enteramente distinto de decir que cuando el
Eterno promete algo para dentro de poco y lo declara
cercano, pueda querer decir que se trata de algo que se halla a
mil años de distancia. Todo lo que ha prometido en forma indefinida
puede tornar mil años o más para cumplirlo, pero cuando él afirma que
una cosa es inminente, que se halla "a las puertas", nadie se atreva a
declararlo lejano. Alguien ha dicho recientemente: "Es, ciertamente,
innecesario el repudiar de la manera más enérgica semejante método
contranatural de interpretar el lenguaje de las Escrituras. Es peor
que contrario a la gramática y a la razón, es inmoral. Es como
sugerir que Dios, en sus tratos con los hombres, tiene dobles pesas y
medidas y que, en su manera de calcular existe una ambigüedad y
variación que hace imposible decir qué medida de tiempo puede
significar el Espíritu de Cristo hablando por los profetas. Parece
implicar que un día puede no significar un día ni mil años significar
esa suma de años, sino que cualquiera de los términos puede significar
el otro. De ser esto así sería de todo punto imposible interpretar
las profecías; se las privaría de toda precisión y hasta de toda
credibilidad, pues es manifiesto que si pudiese haber semejante
ambigüedad e incertidumbre respecto al tiempo, fácil sería que no las
hubiese menos respecto a todo lo demás... La fidelidad es uno de los
atributos más frecuentemente atribuidos al Dios cumplidor de sus
pactos; y es, justamente, la fidelidad divina lo que el
apóstol está afirmando en el pasaje en cuestión. A las mofas de los
burladores que impugnan la fidelidad de Dios y preguntan dónde está el
cumplimiento de la promesa de su venida, Pedro responde que "el Señor
no tarda su promesa, según lo que algunos consideran tardanza".
Tiempo largo o corto, un día o un siglo, nada de eso afecta su
fidelidad. Su verdad permanece para siempre. Pero Pedro no dice que
cuando el Señor promete una cosa para hoy puede que no cumpla su
promesa hasta de aquí mil años. No, no dice eso. Eso sería tardanza;
eso sería quebrantamiento de promesa. No dice que Dios, por el hecho
de ser infinito y eterno, calcula para nosotros con una aritmética
distinta a la nuestra, o nos habla con doble sentido o usa
dobles pesas y medidas en sus tratos con los humanos. No. Su fidelidad
es como él, eterna".
Como ejemplo de la teoría falaz y
embrolladora del doble sentido, especialmente cuando se aplica a
designaciones proféticas de tiempo, veamos lo siguiente de Bengel.
Comentando las palabras de Mat. 24:29: "Y luego, después de la
aflicción de aquellos días", dice: "Diréis que es un salto muy grande,
de la destrucción de Jerusalén hasta el fin del mundo, el que aquí
se halla unido mediante un "y luego después" (en inglés, idioma de
Bengel, dice "E inmediatamente después"). Contesto que una profecía
se parece a un paisaje pintado que representa claramente las cosas,
caminos, puentes, etc., que se hallan en primera línea pero acumula,
en un espacio reducido, que representa una gran distancia, montañas,
valles, etc., que se hallan a gran distancia unos de otros.
Semejante a esa debiera ser la
vista que los que estudian profecías debieran tener acerca del futuro
al cual la profecía se refiere. Y los ojos de los discípulos, quienes
en su pregunta habían relacionado el fin del templo con el del mundo,
quedan en cierta oscuridad (porque aun no era tiempo de conocer, (v.
36); de aquí que ellos, más tarde, con entera armonía, imitaran el
lenguaje del Señor y declararan que el fin estaba próximo. Sin
embargo, a medida que se avanza, tanto la profecía como la
perspectiva continuamente nos revelan una distancia más y más lejana.
En esta forma también debemos interpretar, no lo claro mediante lo
oscuro, sino al revés, y reverenciar en sus dichos obscuros la
sabiduría divina que ve siempre todas las cosas más no las revela
todas a la vez. Después fue revelado que antes del fin del mundo
vendría el anticristo; y nuevamente Pablo unió estas dos cosas
íntimamente hasta que el Apocalipsis colocó el milenio entre
ellas. Sobre tales pasajes existe lo que San Antonio acostumbraba
llamar una nubecilla profética. Aún no era tiempo de revelar la
serie entera de futuros acontecimientos, desde la destrucción de
Jerusalén hasta el fin mundo".
Puede decirse que hay en lo que
antecede tantas falacias o declaraciones engañosas como sentencias.
La figura de un paisaje pintado, con sus principios de perspectiva, es
una ilustración favorita para con los expositores que sostienen la
teoría del doble sentido; y algunos que rechazan esa teoría emplean
esta figura par ilustrar la incertidumbre de las designaciones
proféticas del tiempo. Pero es un gran error el aplicar tal
ilustración a las designaciones específicas de tiempo. Cuando
no se indica un tiempo especial o cuando las limitaciones de tiempo
se mantienen fuera de la vista, puede permitirse esa figura, la que
realmente, es muy feliz. Pero cuando el Señor dice que ciertos
acontecimientos han de ocurrir inmediatamente después de
ciertos otros, no se atreva ningún intérprete a colocar milenios entre
ellos. Esto no es interpretar "lo oscuro por medio de lo claro" sino
obscurecer lo claro por medio de fantasías engañosas. Decir que "los
ojos de los discípulos quedaron en oscuridad" y que ellos, después, "imitando
el lenguaje del Señor declararon que el fin estaba cercano", equivale,
de hecho, a decir que Jesús les descarrió y ellos fueron y perpetuaron
el error! La idea de que alguna porción de la Biblia revele "toda la
serie de acontecimientos desde la destrucción de Jerusalén hasta el
fin del mundo" es una fantasía de los intérpretes modernos, todos los
cuales harían bien, como el piadoso Bengel, en confesar que sobre su
esforzado método de explicar las declaraciones de Cristo y los
apóstoles, realmente este una sombría "nubecilla profética".
Existen, efectivamente, múltiples
aplicaciones de ciertas profecías que podríamos titular genéricas, y
algunos acontecimientos de la historia moderna pueden ilustrarlas y,
en un sentido amplio, cumplirlas tan realmente como los hechos a que
originalmente se referían. En los días del apóstol Juan habían
aparecido muchos anticristos (1 Juan 2:18; comp. Mat. 24:5‑24) y los
atributos demoníacos del "hombre de pecado", de Pablo (2 Tes. 2:3‑8)
pueden aparecer nuevamente, una y otra vez, en monstruos de desorden
y de crimen. Antioco y Nerón son ilustraciones típicas y definidas en
quienes se cumplieron, específicamente, grandes profecías; pero otras
personificaciones análogas de iniquidad pueden también haber revelado
a la bestia del abismo que fue y, luego desapareciendo por un tiempo
apareció de nuevo y, luego nuevamente se fue a perdición (Apoc. 17:8).
Pero tales aplicaciones permisibles de la profecía, no han de
confundirse con interpretaciones histórico‑gramáticas. Cuando Satanás
sea soltado, después del Milenio (Apoc. 20:7), podrá realmente
revelarse en algún hombre de pecado, aún más terrible y mucho más
degradado que cualquier Antioco o Nerón del pasado.
En verdad puede decirse que una
gran parte de la confusión y errores de los expositores bíblicos ha
surgido de ideas equivocadas acerca de la Biblia misma. En la
interpretación de otros libros no aparece semejante confusión y
diversidad de opiniones. Una teoría forzada y contraria a lo natural,
acerca de la inspiración divina indudablemente ha conducido a muchos
al hábito de suponer que, por algún motivo, las Escrituras deben
explicarse en forma distinta a otras composiciones. De ahí también la
suposición de que en las revelaciones proféticas Dios nos ha
suministrado un bosquejo histórico detallado de sucesos especiales,
siglos antes de que ocurran, de modo que, con toda propiedad, podemos
esperar hallar registrados en los libros proféticos asuntos tales como
el nacimiento del Islamismo, las Guerras de las Rosas y la Revolución
Francesa. Frecuentemente hallamos esta suposición unida a la teoría
del doble o triple sentido. Especialmente la interpretación del
Apocalipsis ha sufrido a causa de este error singular. Hay tal encanto
en la fantasía de que en el Nuevo Testamento tenemos una profecía de
los acontecimientos de todos los tiempos venideros, un bosquejo
gráfico de la historia de la Iglesia y del mundo hasta el día del
juicio final, que no pocos han cedido al error de creer que podemos
razonablemente registrar este libro místico en busca de cualquier
carácter o acontecimiento que consideremos importante en la historia
de la civilización humana.
Debemos desechar estas falsas
suposiciones acerca de la Biblia propiamente dicha así como del
carácter y propósitos de sus profecías. Una investigación racional
del objeto y analogías de las grandes profecías no da asidero a tan
extravagantes fantasías como la de que "todo el Apocalipsis de Juan,
desde el capítulo IV hasta el final, no es más que un desarrollo del
tiempo imperfecto (gramatical) de Daniel (x) ("Pre‑Millennial Essays
of the Prophetic Conference", p. 362. New York, 1879). Las Escrituras
Santas tienen lecciones para los tiempos. Más de una vez descubrimos
que la revelación especial de Dios a un individuo, una época o una
nación, tiene un valor práctico para todos los hombres. No
necesitamos predicciones especiales de Napoleón o de los valdenses o
del martirio de Juan Huss o de la masacre de los Hugonotes para
confirmar la fe de la Iglesia o convencer al infiel; de no ser así,
las tendríamos, y esto en forma convincente que no dejaría lugar a
dudas. No puede demostrarse que semejantes predicciones hubiesen
realizado ningún propósito digno que ya no haya sido satisfecho por
profecías cumplidas con sus lecciones prácticas de aplicación
universal.
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