APOCALÍPTICOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
"Apocalíptico" es un término
teológico de origen moderno en cuanto a su oficio de designar una
clase de escritos proféticos referentes a juicios inminentes o, por
lo menos, futuros, y a la gloria final del reino mesiánico. Según
Lücké, el apocalíptico bíblico incluye "la suma total de las
revelaciones de las cosas finales del Antiguo y del Nuevo Testamento".
El gran tema de todas estas Escrituras es el santo reino de Dios en su
conflicto con las potencias impías y perseguidoras del mundo conflicto
en el cual está asegurado el triunfo final de la justicia. Por
consiguiente, esta forma de profecía puede incluir tales predicciones
mesiánicas como las tratadas en el capítulo anterior pero abarca un
radio más amplio. Exhibiendo una vista del mundo del hombre cual se
puede suponer que tenga quien viva en plano superior al del mundo y
conjeturando lo futuro, da énfasis a la interposición divina en todos
los asuntos de los hombres y de las naciones, de allí que haya tenido
una fascinación especial para mentes ansiosas de hallar en la Palabra
de Dios acontecimientos detallados de historia escrita de antemano.
En 1 Cor. 14:6, el apóstol hace
distinción entre Apocalipsis y profecía. Uno puede hablar "con (o por
medio de) Apocalipsis, o con ciencia o con profecía o con doctrina".
El "Apocalipsis" ha de entenderse, especialmente, de la revelación
celestial, en la recepción de la cual el hombre es instrumento pasivo;
por otra parte, la profecía denota, más bien, la actividad humana
inspirada, la emisión de la verdad de Dios. Dice Auberlen: "En la
profecía, el Espíritu de Dios halla su inmediata expresión en
palabras; en el Apocalipsis desaparece el lenguaje humano por el
motivo dado por el apóstol (2 Cor. 12:4.) ; él "oyó palabras secretas
que al hombre no le es lícito decir". Aquí aparece un nuevo elemento
que corresponde al elemento subjetivo del ver, la visión. El ojo del
profeta está abierto para mirar dentro del mundo invisible; tiene
trato con ángeles; y al contemplar, así, lo invisible, contempla,
también, el futuro, el que se le aparece como tomando cuerpo en
simbólicas formas plásticas como en un sueño, con la diferencia de
que estas imágenes no son hijas de su propia fantasía sino el producto
de revelación divina, adaptándose esencialmente a nuestro horizonte
humano".
Los apocalípticos bíblicos
comprenden aquella serie completa de revelaciones divinas que
armonizan con la idea de un Apocalipsis divino como el definido más
arriba. Por consiguiente, su objeto es muy extenso. Desde el período
más primitivo en que Dios se revelase a sí mismo al hombre, las
manifestaciones apocalípticas de los propósitos divinos de justo
juicio y de gracia abundante sirvieron para alegrar los corazones de
los piadosos y para consolarles en los días de prueba. Se les comunicó
en muchas porciones y bajo múltiples formas y sirvieron con sus
visiones impresionantes, para robustecer su fe en Dios. Se permitió al
vidente inspirado mirar por arriba y más allá de los males de su
propia época, contemplar, en el cercano horizonte, el
"die crux" del Señor y describir una época que se aproximaba, en la
cual todos los agravios serían recompensados y la justicia, la gloria
y el gozo serían patrimonio permanente del pueblo de Dios.
Además de su riqueza de tropos y
de símbolos, de los que exhiben más que cualquier otra clase de
escritos, las profecías apocalípticas son notables por la gran
elaboración de su artístico arreglo y toques finales. Aparece
constantemente la doble visión de juicio y de salvación; y las
divisiones y subdivisiones naturales de los principales Apocalipsis;
frecuentemente caen en cuatros y en sietes. El doble cuadro de juicio
y de gloria se ve en los dos símbolos que fueron colocados en la
puerta del Edén (Gén. 3:240. La espada flamígera representaba la
justicia divina que exige el castigo del pecado; y los querubines,
símbolos de perdurable vida edénica, comunicaban al hombre caído la
bendita esperanza de un paraíso restaurado. Las comunicaciones de Dios
a Noé y a Abraham son una serie de revelaciones de juicio y de amor.
Partes considerables de Isaías, Amos, Ezequiel, Daniel y Zacarías
están vaciadas en forma apocalíptica. Quizá el libro de Joel sea el
libro completo más antiguo de este carácter, y sus dos divisiones
principales están consagradas, respectivamente, a juicios inminentes
y a la gloria de Jehová. Otra cosa que se nota es que los escritores
sucesivos se apropian con toda libertad, tanto el lenguaje como los
símbolos de sus predecesores y los modifican o alteran para adaptarlos
a la revelación especial que cada uno quiere hacer conocer. Isaías
imita algunos pasajes de Joel; Ezequiel saca de los dos; Zacarías hace
mucho uso de Daniel y Ezequiel, y apenas hay una figura o símbolo
usado en el Apocalipsis de Juan que no esté apropiada de los libros
del A. Testamento.
Los principios hermenéuticos a observarse en la
interpretación de apocalípticos son, en lo esencial, los mismos que
aplicamos a toda profecía predictiva. Pero, probablemente, a ninguna
regla o exhortación debemos dar mayor énfasis que a la de que el
estudiante preste gran consideración a los elementos de mera forma, a
que antes nos hemos referido, y aprenda a distinguirlos de los grandes
pensamientos o verdades que mediante esos elementos se expresan. El
confundir lo substancial con la mera forma, demasiado a menudo ha
sobrecargado a la Revelación Divina con una carga que nunca fue
dispuesto que llevara; y el hábito de hacer tal cosa, con toda
seguridad, correrá tal velo sobre la mente que impedirá su comprensión
correcta de importantes partes, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento (comp. 2 Cor. 3:14). Los grandes Apocalipsis deben
compararse unos con otros, notarse bien sus elementos de forma y
familiarizar la mente con sus métodos de enunciación de grandes
juicios y grandes triunfos. Estos principios sólo podemos ilustrarlos
mediante una aplicación prolija de los mismos a tales libros y parte
de libros que puedan servir al propósito de ejemplos. En consecuencia,
procedemos a examinar en este capítulo la estructura y propósito de
varias de las más importantes porciones apocalípticas del Antiguo
Testamento, reservando para un capítulo aparte el gran Apocalipsis
del Nuevo Testamento.
La revelación de Joel
Comenzamos por dirigir la atención
a la forma y método apocalípticos del libro de Joel. Su profecía está
arreglada en dos divisiones
principales. La primera parte consiste en
una doble revelación de juicio, estando cada revelación acompañada por
palabras de consejo y promesa divinos (cap. 1:1 a 2:27); la segunda
parte cubre, nuevamente, una porción del mismo campo pero delinea más
claramente las bendiciones y triunfos que acompañarán al día de
Jehová (cap. 2:28 a 3:21). A estas dos partes puede llamárseles, con
toda propiedad: (1) Juicios inminentes de Jehová; (2) Advenimiento,
trunfo y gloria de Jehová. La primera puede, nuevamente, dividirse
en cuatro secciones, y la segunda en tres, de la manera siguiente:
1. Capítulo 1:1‑12. A la manera de
Moisés en Ex. 10:1‑6, se comisiona a Joel para anunciar una cuádruple
plaga de langostas. Lo que una manga deja tras sí, la que le sigue la
devora (v. 4) hasta que toda vegetación se destruye y el país entero
está de duelo. Este cuádruple azote, como principio de dolores en el
inminente día de Jehová, debe comparársele con los cuatro jinetes en
caballos de diversos pelos y los cuatro cuernos de Zac. 1:8, 18, las
cuatro carrozas de guerra, Zac. 6:1‑8, las guerras, hambres,
pestilencias y terremotos de Mat. 24:7; Luc. 21:10‑11 y los cuatro
caballas de Apoc. 6:1‑8. Es, pues, una costumbre de los apocalípticos
el representar los juicios primitivos de una manera cuádruple.
2. Capítulo 1:13‑20. A la manera
de Josafat, cuando las fuerzas combinadas de Moab, Ammon y Seir
estaban marchando contra él (2 Crón. 20:1‑13), el profeta llama a
los sacerdotes a lamentarse y a proclamar ayuno y a reunir al pueblo
en solemne asamblea para que se lamenten por el día terrible que está
viniendo de Shaddai, como una destrucción. Bajo esta división se
mencionan incidentalmente otros aspectos de la calamidad, tales como
la aflicción de las bestias, los bueyes y ovejas y las destrucciones
del fuego (vs. 1E‑20).
3. Capítulo 2:1‑11. En esta
sección, el profeta proclama el día de Jehová en aspectos aún más
terribles. Bajo la mezcla de imágenes de tinieblas, fuego devorador,
langostas innumerables, ejércitos que se precipitan (todo lo que está
representado por una plaga de langostas), el cielo y la tierra son
sacudidos y el sol, la luna y las estrellas retiran su luz. Los
elementos de forma de este terrible cuadro apocalíptico merecen
especial mención. En toda la literatura del mundo hay pocas
descripciones más sublimes que ésta.
4. Cap. 2:12‑27. La segunda
descripción del día grande y terrible está, en su turno, seguida por
otro llamado a penitencia, ayuno y oración, y también por la promesa
de liberación y gloriosa recompensa. Así, la doble proclamación de
juicio tiene, por cada anuncio, la correspondiente palabra de consuelo
y esperanza. La segunda parte de la profecía se distingue por las
palabras: "Y será que después de esto", una fórmula que, simplemente,
indica un futuro indefinido.
1. Cap. 2:28‑32. De acuerdo con la
oración de Moisés (Núm 11:29), Jehová promete un gran derramamiento
de Espíritu sobre todo el pueblo de modo que todos se harían profetas.
Este signo de gracia va seguido por prodigios en el cielo y en la
tierra (signos prodigiosos, como las plagas de Egipto). Léanse
atentamente los vs. 30‑32.
2. Cap. 3:1‑7. El gran día de Jehová
introducirá un juicio de todas las naciones (comp. Mat. 25:31‑46).
Como los ejércitos combinados de Moab, Ammon y Seir, que vinieron
contra Judá y Jerusalén en tiempos de Josafat, las naciones hostiles
serán conducidas "al valle de Josafat" (vs. 2‑12) y recompensadas allí
como ellas recompensaron a Jehová y su pueblo (comp. Mat. 25:41‑46
¡Multitudes, más multitudes en el valle del juicio! Porque
cercano está el día de Jehová En el valle del juicio. (v. 14). Jehová,
que mora en Sión, hará de ese valle, valle de juicio para sus
enemigos, como otro valle de bendiciones para su pueblo (comp. 2
Crón. 20:20‑26) .
3. Capítulo 3:18‑21. El juicio de
las naciones será seguido por una paz y una gloria perpetuas, como la
calma y reposo que Dios clló al reino de Josafat (2 Crón. 20: 30).
Las figuras de grande abundancia, las corrientes de aguas procedentes
de la casa de Jehová, Judá y Jerusalén permaneciendo para siempre y "Jehová
morando en Sión", son, en sustancia, equivalentes a los capítulos
finales de Ezequiel y de Juan.
De esta manera éste, el más
antiguo de los Apocalipsis, virtualmente asume una séptuple estructura
y repite sus revelaciones en varias formas. Las primeras cuatro
secciones se refieren a un día de Jehová, cercano, un juicio inminente,
del cual el azote de la langosta quizá ya había aparecido como un
principio de dolores; las tres últimas aparecen en el futuro más
distante (después los últimos días, Act. 2:17) . Las alusiones del
libro a acontecimientos del reinado de Josafat ha hecho creer a la
mayoría dé los críticos que Joel profetizó muy poco tiempo después de
los días de aquel monarca pero, excepto esas alusiones este antiguo
profeta es desconocido. La ausencia de algo que determine su punto de
vista histórico y la importancia de alcances lejanos de sus palabras
hacen de sus oráculos una especie de profecía genérica susceptible de
múltiples aplicaciones.
Las visiones de Ezequiel
Los numerosos paralelos entre el
libro de Ezequiel y el Apocalipsis de Juan han llamado la atención de
todos los lectores, pero el número y la extensión de las profecías
de Ezequiel lo conducen sobre un campo más amplio que el de ningún
otro vidente apocalíptico, de modo que combina la visión, la acción
simbólico‑típica, la parábola, la alegoría y la profecía formal. Dice
Keil: "El estilo de representación profética, de Ezequiel, tiene
muchas peculiaridades. En primer lugar, la vestidura de símbolo y
alegoría prevalece en él en un grado mayor que en todos los otros
profetas; y su simbolismo y alegoría no se limitan a bosquejos y
cuadros generales, sino que son elaborados hasta en sus más mínimos
detalles, de manera que presentan figuras de sobresaliente y atrevida
realidad y representaciones ideales que producen una impresión de
imponente grandeza y exuberante plenitud".
Las profecías de Ezequiel, como
las de Joel, pueden dividirse en dos partes: la primera (cap. I‑XXXII)
anunciando los juicios de Jehová sobre Israel y las naciones paganas;
la segunda (cap. XXXIII‑XLVIII) anunciando la restauración y la
glorificación final de Israel. Sin embargo, no deja la primera parte
de tener misericordiosas palabras de promesa (11:13‑20; 17:22‑24) y la
segunda contiene el terrible juicio de Dios (XXXVII‑XXXVIII) a la
manera del juicio de todas las naciones descrito en la segunda parte
de Joel (3:2‑14) . El espacio no nos permite más que hacer notar la
sección terminal de este gran Apocalipsis, comprendida en los
capítulos XL‑XLVIII y que contiene una elaborada visión del reino de
Dios y es como la reproducción en el A. Testamento de los nuevos
cielos y la nueva tierra descritos en Apoc. XXI y XXII. En visiones de
Dios, Ezequiel es transportado a una montaña muy alta en la tierra de
Israel (40:2; comp. Apoc. 21:10) y ve un nuevo templo, nuevas
ordenanzas de culto, un río de aguas de vida, nueva tierra y nuevas
divisiones de tribu y una nueva ciudad, Jeltova‑shammah. La
minuciosidad del detalle es característica de Ezequiel y nadie hubiese
descrito con tanta naturalidad los tiempos mesiánicos bajo las
imágenes de una Jerusalén glorificada, como un profeta que, al mismo
tiempo, era sacerdote. Desde su punto de vista histórico, como un
proscrito a orillas de los ríos de Babilonia, azotado por la pena al
recordar a Sión y la ciudad y templo en ruinas, y la desolada tierra
de Canaán (comp. Salmo. CXXXVII) ningún ideal de restauración y de
gloria podía ser más atractivo y agradable que el de un templo
perfecto, un servicio continuo, un santo sacerdocio, una ciudad
restaurada y una tierra enteramente ocupada, regada por un río de
incesante corriente que transformaría los desiertos en jardines.
Se han sostenido tres interpretaciones
distintas, de estos capítulos finales de Ezequiel. (1) La primera
considera esta descripción del templo como un modelo del templo (le
Salomón, que fue destruido por los caldeos. Los que sostienen esta
opinión, suponen que el profeta se propuso dar este plan para que
sirviera en la reedificación de la casa de Dios a la vuelta de los
judíos de su destierro. (2) Otra clase de intérpretes sostiene que
todo este pasaje es una profecía literal de la restauración final de
los judíos. En la Segunda Venida de Cristo todo Israel será reunido
de entre las naciones, se establecerá en su antigua tierra prometida,
reedificará su templo de acuerdo a este glorioso modelo y habitará en
divisiones de tribu, de acuerdo con las declaraciones literales de
esta profecía. (3) A la exposición que ha sido sostenida probablemente
por la mayoría de los teólogos evangélicos puede llamársele la
figurada o símbolo‑típica. La visión es un cuadro levítico‑profético
de la Iglesia del Nuevo Testamento o reino de Dios. Su significado
general Keil lo presenta en la siguiente forma:
"Las tribus de Israel que reciben
a Canaán en posesión perpetua no son el pueblo judío convertido a
Cristo, sino el Israel de Dios, es decir, el pueblo de Dios riel
nuevo pacto, reunido tanto de entre los judíos como de entre los
gentiles; y la Canaán que han de habitar no es la Canaán terrena o la
Palestina situada entre el Jordán y el Mar Mediterráneo, sino la
Canaán del Nuevo Testamento, el territorio del reino de Dios cuyos
límites alcanzan de mar a mar y desde el río hasta los confines de la
tierra. Y el templo sobre un monte altísimo, en medio de esta Canaán,
en el cual está entronizado el Señor, quien hace correr el río de vida
desde su trono por todo su reino de modo que la tierra produce el
árbol de vida con hojas como medicina para los hombres; y el Mar
Muerto, lleno de peces y otras criaturas, es una representación
figurada y típica de la graciosa presencia del Señor en su Iglesia,
la que se realiza en el actual período del temprano desarrollo del
reina del cielo, en la forma de la Iglesia Cristiana, de una manera
espiritual e invisible, en la morada del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, en los corazones de los creyentes y en una operación
espiritual e invisible en la Iglesia, pero que eventualmente ha de
manifestarse cuando nuestro Señor aparezca en la gloria del Padre a
trasladar su Iglesia al reino de la gloria, de manera que veremos al
Todopoderoso Dios y al Cordero con los ojos de nuestro cuerpo
glorificado y adoraremos ante su trono".
Esta interpretación simbólico‑típica
reconoce una armonía del método y estilo de Ezequiel con otras
representaciones apocalípticas del reino de los cielos y halla en
ello un poderoso argumento a su favor. Las medidas registradas, el
carácter ideal de las divisiones de tribu y especialmente el río de
aguas curativas corriendo desde el umbral del templo hasta el mar
oriental, son dificultades insuperables que obstaculizan cualquiera
interpretación literal de la visión. La moderna idea de los
milenarios de un futuro retorno de los judíos a Palestina y de un
restablecimiento del culto de sacrificios del A. Testamento es cosa
opuesta al espíritu todo de la dispensación del Evangelio.
Revelación de Daniel
Todos los intérpretes convienen en
que los imperios o potencias mundiales denotados por las varias partes
de la gran imagen, en Daniel 2:31‑45 y por las cuatro bestias del mar
(Dan. VII), son los mismos. La profecía se repite bajo símbolos
diversos, pero la interpretación es una sola. Esta doble revelación,
entonces, será de especial valor para ilustrar los principios
Hermenéuticos ya anunciados, pero con ninguna porción de las
Escrituras hace falta andar con mayor discernimiento y cuidado. Estas
profecías, en su detalles, han sido entendidas de diversas maneras y
los exegetas más capaces y eruditos han diferido mucho en sus
explicaciones. Y esto no sólo en detalles de menor cuantía, sino que
hasta el día de hoy prevalece una notable divergencia respecto a tres
de los cuatro de los grandes reinos que ocupan lugar tan notable en
las visiones y ensueños registrados.
Hasta donde sea posible hay que
dejar que el profeta se explique a sí mismo, y el intérprete izo debe
esforzarse por hallar en Daniel lo que no contiene, por el prurito de
hacer encajar allí sus ideas sacadas de la historia profana o de
pueblos y siglos remotos. Siendo un hecho demostrado y muy notable el
de que la historia profana nada sabe acerca de Belsazar o de Darío el
meda, seamos muy cautelosos en la manera que consentimos que nuestra
interpretación de otras partes de las profecías de Daniel se vean
controladas por tal historia.
Han prevalecido durante largo
tiempo tres interpretaciones de la visión de Daniel de las cuatro
potencias mundiales. Según la primera y la más antigua de ellas, el
cuarto reino es el Imperio Romano; otro lo identifica con el dominio
entremezclado de los sucesores de Alejandro; y un tercero lo hace
incluir a Alejandro y sus sucesores. Los que adoptan esta última
opinión consideran el dominio meda de Darío en Babilonia (Dan. 5:31)
como una dinastía distinta. Los cuatro reinos, según estas varias
exposiciones, pueden verse en el siguiente trazado:
A. 1. Babilónico, 2. Medo‑persa ,
3. Greco‑macedónico, 4. Romano
B. 1. Babilónico , 2. Medo‑persa,
3. Alejandro, 4, Suces. de Alejandro
C. 1. Babilónico, 2. Persa, 3.
Medo, 4. Greco‑macedónico
Cualquiera de estas opiniones bastará para extraer las grandes
lecciones éticas y religiosas de la profecía. Por consiguiente, no se
afecta ninguna doctrina cualquiera que sea la interpretación que se
adopte. El asunto en cuestión es puramente de exactitud exegética y
de consecuencia propia: ¿Cuál de las opiniones satisface mejor todas
las condiciones de profeta, lenguaje y símbolo?
Los defensores de la teoría romana
han puesto mucho peso sobre tres consideraciones: (1) Primeramente,
arguyen que Roma era demasiado importante para quedar fuera de la
vista en semejante visión de dominio mundial. Dice Keil: "El reino
romano fue la primera monarquía universal en el sentido más amplio.
Junto con los tres primitivos reinos mundiales, las naciones del
futuro histórico‑mundial aún permanecían sin subyugan". Pero no es
posible conceder peso alguno a tales presunciones. No importa en lo
más mínimo cuán grande fuese Roma o cuál sea la importancia del sitio
que ocupe en la historia universal.. La única cuestión que debe
afectar al intérprete de Daniel es: "¿Qué potencias mundiales,
grandes o pequeñas, caían dentro del círculo de su visión profética?"
Esa pretensión en favor de Roma está más que contra balanceada por la
consideración de que geográfica y políticamente ese imperio más
moderno tenía su asiento y centro de influencia muy lejos del
territorio de los reinos asiáticos, pero el Imperio Greco‑macedónico,
en todas sus relaciones con Israel y, en realidad, en sus principales
componentes, era una potencia mundial asiática y no europea. Además,
el profeta alude repetidamente a reyes de Grecia (javan) pero
nunca menciona a Roma.
(2) Se arguye, además, que el
carácter fuerte y terrible del cuarto reino conviene mejor a Roma. Se
nos recuerda que ningún dominio anterior era de tal naturaleza férrea,
despedazándolo todo. Insistimos en lo dicho: el asunto no es si las
imágenes convienen a Roma sino si no pueden también, en forma
apropiada, representar algún otro reino. La descripción de la fuerza
férrea y de la violencia indudablemente conviene a Roma pero el
asegurar que las conquistas y dominio de Alejandro y de sus sucesores
no "desmenuzó y quebrantó" (Dan. 7:4.0 ) y no holló con terrible
violencia los reinos de muchas naciones, es manifestar una torpeza
asombrosa para leer los hechos de la historia. El poder greco‑macedónico
quebrantó las antiguas civilizaciones y despedazó y holló los varios
elementos de las monarquías asiáticas más completamente que lo que
nunca antes se hubiese hecho. Roma nunca tuvo semejante triunfo en el
Oriente y, en realidad, ningún gran poder mundial asiático,
comparable en magnitud y potencia al de Alejandro, jamás sucedió al
suyo. Si conservamos in mente esta completa derrota y
destrucción de las más antiguas dinastías por Alejandro y luego
observamos lo que parece especialmente haber afectado a Daniel, a
saber, la ira y violencia del "cuernito", y notamos cómo, en diversas
formas, este perseguidor duro e implacable, resalta en este libro
(caps. VIII y IX) podemos decir con seguridad que las conquistas de
Alejandro el Grande y la furia blasfema de Antioco Epifanio, en su
violencia contra el pueblo escogido, cumplieron ampliamente las
profecías del cuarto reino.
(3) Preténdese también que la
teoría romana está favorecida por la declaración, en el cap. 2:44, de
que el reino de Dios se establecería "en los días de estos reyes",
pues se alega que el Imperio Romano dominaba en Palestina cuando
Cristo nació, en tanto que todas las otras grandes monarquías habían
desaparecido. Pero, ¿sobre qué base puede pretenderse, tranquilamente,
que "estos reyes" eran reyes romanos? Si decimos que eran reyes
denotados por los dedos de los pies de la imagen, por cuanto la piedra
hirió a la imagen en los pies (2:34) nos envolvemos en grave confusión.
El Cristo apareció cuando Roma se hallaba en el apogeo de su poder y
de su gloria. Fue trescientos años más tarde que el Imperio se
dividió y aún mucho más tarde cuando fue roto en pedazos y hecho
desaparecer. Pero la piedra no hirió las piernas de hierro sino los
pies que eran, en parte de hierro y en parte de barro cocido (2:33‑34)
). Cuando, pues, se arguye que el poder greco‑macedónico había caído
antes que el Cristo naciera, puede, por otra parte, replicarse con
mayor fuerza que un tiempo mucho mayor transcurrió después de la
venida de Cristo antes que el poder romano se rompiera en pedazos.
Evidentemente, pues, no puede
alcanzarse ninguna conclusión satisfactoria mientras nos dejemos
dominar por nociones subjetivas acerca del significado de fases
secundarias de los símbolos o por suposiciones acerca de lo que
pensamos que el profeta debió haber visto. Los defensores de la
teoría romana están dando énfasis continuamente al supuesto
significado de los dos brazos y dos piernas y diez dedos de los pies
de la imagen, en tanto que todo eso no es más que partes naturales de
una imagen humana, necesarias para completar un bosquejo coherente de
la misma. El profeta no les da énfasis en su exposición y en ninguna
parte dice que la imagen tuviera diez dedos en los pies. Debemos
apelar a una vista más íntima del punto de vista histórico del profeta
y de su campo de visión y especialmente debemos estudiar sus visiones
a la luz de sus propias explicaciones y declaraciones históricas, más
bien que a la de las narraciones de los historiadores griegos.
Aplicando principios ya
suficientemente acentuados, atendemos primeramente a la posición
histórica de Daniel. En su primera visión, Nabucodonosor estaba
reinando con gran esplendor (Dan. 2:37‑.38) . En la segunda, Belsasar
ocupaba el trono de Babilonia (7:1). Este monarca, desconocido a los
historiadores griegos, llena un lugar importante en el libro de
Daniel. Fué muerto en la noche en que Babilonia fue tomada y el reino
pasó a manos de Darío el meda (5:30‑31) . Sean cuales fueren nuestras
ideas, Daniel reconoce a Darío como el representante de una nueva
dinastía sobre el trono de Babilonia (9:1) . El profeta gozó de una
posición elevada en su gobierno (6:2‑3) y durante su reinado fue
milagrosamente salvado de las garras de los leones. Darío el meda fue
un monarca con autoridad para lanzar proclamas "a todos los pueblos,
naciones y lenguas que habitan en toda la tierra" (6:25) . Desde el
punto de vista de Daniel, pues, la dominación de los medas en
Babilonia no era cosa tan insignificante como muchos expositores, creyendo
más a la historia profana que a la Biblia, pretenden. Isaías había
predicho que Babilonia caería a manos de los medas ( Is. 13:17; 21:2)
y Jeremías había repetido la profecía (Jer. 51:11, 28). Daniel alcanzó
a ver pasar el reino a manos de Ciro, el persa, y en el tercer año de
su reinado recibió la minuciosa revelación de los capítulos X y XI
respecto;
a los reyes de Persia y de Grecia. Ya en el reino de
Belsasar, había recibido revelaciones especiales acerca de los reyes
de Grecia que habían de suceder a los de Media y Persia (8:1‑21) .
Pero no se halla en el libro de Daniel mención alguna de ningún poder
mundial más moderno que el de Grecia. La posición profética del
capítulo VIII es Susan, centro del trono del dominio medo-persa, y
largo tiempo después que los medas habían dejado de tener precedencia
en el reino. Todas estas cosas, que testifican la posición histórica
de este profeta, deben mantenerse constantemente a la vista.
Habiendo comprendido claramente la
posición histórica del escritor, tócanos ahora tomar las profecías que
él mismo, ha explicado claramente y razonar de lo que es claro
a lo que no lo es. En la explicación de la gran imagen (2:36‑45) y de
las cuatro bestias (7:17‑27), no se menciona por nombre ninguna de las
potencias mundiales excepto Babilonia bajo Nabucodonosor (2:38). Pero
la descripción y explicación de la cuarta bestia (7:17‑27) corresponde
tan plenamente con las del macho cabrío en el capítulo VIII, que casi
no deja base razonable para dudar de que no sean más que descripciones
variadas de una misma gran potencia mundial; y en el cap. 8:21, se
declara que esa potencia es la griega. En 11:3, se vuelve a ocupar de
la potencia griega, exhibiéndose su carácter, en parte fuerte y en
parte quebradizo (comp. 2:42), junto con las tentativas de los reyes
rivales de fortalecerse mediante matrimonios (comp. 2:43 y 11:6 ), y
también los conflictos de estos reyes, especialmente los sobrevenidos
entre los Ptolomeos y los Seléucidas. En el versículo 21 se introduce
al "vil" (hebr. despreciado o dopreciable) y la descripción
que corre a través del capítulo, de sus engaños y astucias, su
violencia y su impiedad sacrílega, no es más que un cuadro más
detallado del rey designado por el cuernito de los capítulos VII y
VIII. Como la repetición de los sueños de José y del faraón tenían
por objeto impresionarles más intensamente y demostrar que las cosas
estaban establecidas por Dios (Gén. 41:32), así la repetición de estas
visiones proféticas bajo formas e imágenes distintas servía para
reforzar su verdad y certidumbre. Parece no existir motivo serio para
dudar de que el cuernito del capítulo VIII y el vil del cap. 11: 21,
indicaban a Antioco Epifanio. Ya hemos demostrado en otro capítulo que
las razones que comúnmente se aducen para probar que el cuernito del
capítulo VIII denota una persona distinta de la del cuernito del
capítulo VII, son superficiales y frívolas. Se sigue, pues, que el
cuarto reino descrito en 2:40, etc., y 7:23, etc., es el mismo que el
reino griego simbolizado por el macho cabrío en el capítulo VIII. Las
repeticiones y variadas descripciones de este tremendo poder se hallan
en perfecto acuerdo con otras analogías del estilo y estructura de la
profecía apocalíptica.
Si la aplicación de nuestros
principios ha sido correcta hasta aquí, se sigue ahora que debemos
descubrir los cuatro reinos de Daniel entre Nabucodonosor y Alejandro
el Grande, incluyendo estos dos monarcas. Razonando e investigando
desde la posición de Daniel y a la luz de sus propias interpretaciones,
estamos obligados a adoptar la tercera opinión mencionada más arriba,
según la cual los cuatro reinos son, respectivamente, el babilónico,
el meda, el persa y el greco‑macedónico. No hemos podido hallar más
que dos argumentos reales contra esta opinión, a saber: (1) la
suposición de que el dominio meda de Babilonia era demasiado
insignificante para que se le mencionase en tal forma y (2) la
declaración del cap. 8:20, de que el carnero representaba los reyes
de Media y Persia. El primer argumento no debe tener fuerza para con
los que permiten a Daniel que se explique a sí mismo. El reconoce
claramente a Darío el meda, como sucesor de Belsasar al trono de
Babilonia (5:31) . Este Darío era "hijo de Asuero, de la nación de los
medas" (9:1) y aunque no reinó más que dos años, ese reino fue, desde
la posición del profeta, tan realmente una nueva potencia mundial en
Babilonia como si hubiese reinado cincuenta años. Fuese cual fuere su
relación para con Ciro el persa, él puso ciento veinte príncipes
sobre su reino (6:1) y se atribuyó el derecho de lanzar decretos "a
todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra"
(6:25‑26). La mayor parte de los escritores ¡hecho extraño!‑
parece haber mostrado poca voluntad de conceder a las declaraciones de
Daniel tanto valor como a las de los historiadores griegos, quienes se
muestran sumamente confusos y dan poca satisfacción en sus relatos
acerca de Ciro y de sus relaciones con los medas.
El otro argumento, a saber, que en el cap. 8:20, el
carnero de dos cuernos denota "los reyes de Media y de Persia", se
supone muy correctamente que indica que Daniel mismo reconocía a los
medas y persas como constituyendo una monarquía. Pero este argumento
se hace a un lado por el hecho de que la posición del profeta en el
capítulo VIII es Susan, (v. 2) residencia real y capital de la más
moderna monarquía medo‑persa (Nehem. 1:1; Esther 1:2) . La posición de
1.a visión es, manifiestamente, en el último período del dominio
persa y largo tiempo después que el poder de los medas en Babilonia
había dejado de existir. El libro de Esther, escrito durante este
período más moderno, usa la expresión "Persia y Media" (Esther 1:3,
14‑, 18, 19) implicando que entonces Persia tenía la supremacía. Los
hechos, pues, según Daniel, son que una potencia mundial sucedió a la
de Babilonia pero que, bajo Ciro el persa, subsecuentemente, perdió su
primitiva precedencia y Media se consolidó enteramente con Persia en
el grandioso imperio conocido en la historia como el medo‑persa.
Con esta opinión armonizan
prontamente todas las profecías de Daniel. Según el cap. 2:39, el
segundo reino era inferior al de Nabucodonosor y en el cap. 7:5, se lo
representa por un oso levantado sobre un lado y con tres costillas
entre sus dientes. No tiene mayor importancia en la explicación dada
por el profeta y nada podía simbolizar con mayor propiedad el dominio
medo en Babilonia que la imagen de un oso indolente, usurpador, y
devorando lo que tiene pero sin alcanzar más que a tres costillas,
aunque llamado a voces a "levantarse y tragar mucha carne". Ninguna
ingenuidad de los críticos ha podido jamás hacer encuadrar estas
representaciones del segundo reino con los hechos de la monarquía medo‑persa.
Excepto en esplendor de oro, esta última no era inferior, en ningún
sentido, a la babilónica, pues su dominio era en todo sentido más
amplio y más poderoso. Estaba bien representado por el veloz leopardo
con las cuatro alas y cuatro cabezas que, como el tercer reino de
metal, adquirió amplio dominio sobre toda la tierra (comp. 2:39 y
7:6), pero no por el indolente oso, medio echado, que meramente
mantiene agarradas y sostiene las tres costillas pero no parece
dispuesto a levantarse y buscar más presa.
Aquellos intérpretes que
adoptan
la segunda opinión arriba citada y que, distinguiendo entre
Alejandro
y sus sucesores, hacen a estos últimos constituir el cuarto
reino,
han producido argumentos del mayor peso contra la primera
teoría, la romana, demostrando que cronológica, geográfica y
políticamente y en
relación con el pueblo judío, el Imperio Romano está excluido
del
radio de las profecías de Daniel. Dice Cowles: "El Imperio
Romano no
entró en relaciones importantes con los judíos hasta la era
cristiana
y nunca turbó en forma efectiva su reposo hasta el año 70 A.
D... Roma
nunca fue asiática, nunca fue oriental; nunca, por
consiguiente, fue
sucesora legítima de los tres primeros de estos imperios...
Roma
tenía el asiento dé su poder y las masas de su población en
otra y
remota parte del mundo".
Pero esta segunda teoría es
incapaz de mostrar ninguna razón suficiente para dividir el dominio de
Alejandro y sus sucesores en dos distintas monarquías. Según toda
analogía e implicación correctas la bestia, con sus diez cuernos y un
cuernito del cap. VII, y el macho cabrío con su gran cuerno y los
cuatro subsiguientes y el cuernito que surgió de uno de éstos, tal
como se nos presenta en el capítulo 8:8‑9, 21, 23,
todos representan
un solo poder mundial. Desde el punto de visión de Daniel éstos no
podían ser separados como el dominio medo en Babilonia estaba separado
del caldeo, por un lado y del más moderno modo‑persa, por el otro.
Sería una indiscutible confusión de símbolos el hacer que los cuernos
de una bestia representen un reino distinto del denotado por la bestia
misma. Los dos cuernos del carnero medo-persa no han de ser
entendidos así, porque los elementos modo y persa están, según el ca
p. 8:20, simbolizados por todo el cuerpo, no exclusivamente por los
cuernos, del carnero; y la visión del profeta es desde una posición
donde las potencias medo y persa se han consolidado completamente en
un imperio. Si en el cap. 8:8‑9 consideramos al macho cabrío y su
primer cuerno como denotando una potencia mundial; y los cuatro
cuernos subsiguientes, otra potencia mundial distinta la analogía
exige que también los diez cuernos de la cuarta bestia (7: 7‑8, 24)
denoten un reino distinto del de la bestia misma. Además, ¡qué
confusión de símbolos se introduciría en estas visiones paralelas si
hacemos que un leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas, en una
visión, (7: 6) corresponda con el de un cuerno de un macho cabrío en
otra y la terrible bestia del cap. 7: 7, ‑cuernos y todo‑,
corresponder meramente con los cuernos del macho cabrío!
Desde todo punto de vista, pues,
estamos obligados por nuestros principios hermenéuticos a sostener
aquella opinión de las cuatro bestias simbólicas de Daniel que las
hace representar, respectivamente, la dominación babilónica, la medo,
la medo‑persa y la griega, del Asia Occidental. Pero el "Anciano de
días" (7: 9‑12) las trajo a juicio y quitó su dominio antes de
entronizar al Hijo del hombre en su reino perenne. El juicio final
está representado como un gran tribunal, se abren los libros e
innumerables millares responden al llamado del Juez. A la bestia
blasfema se la mata, su cuerpo es destruido y entregado a llamas
consumidoras y su dominio es arrancado de ella y consumido por una
destrucción gradual (vs. 10, 11, 26).
La profecía de las setenta semanas
(Dan. 9:24‑27) suministra una notable luz colateral a las otras
revelaciones de este libro. Fue una comunicación especial al profeta
en respuesta a su intercesión por Jerusalén "el santo monte" "tu
santuario" "tu cuidad" Y "tu pueblo" (vs. 16, 17, 19), y por
consiguiente, era de presumirse que contuviera alguna revelación del
propósito de Dios respecto a la ciudad y el santuario que, en esa
época, había estado desolado durante unos setenta años.
El lenguaje del ángel es
notablemente enigmático y varias de las expresiones nunca han sido
satisfactoriamente explicadas, pero el significado evidente del
pasaje, tomado en conjunto, es que tanto la ciudad como el santuario
han de ser reedificados y sin embargo, finalmente oprimidos por una
espantosa desolación. Además, un Príncipe Mesiánico ha de aparecer y
ser cortado y el resultado de todo es una "terminación de la
trasgresión y concluir el pecado y expiar la iniquidad y para traer la
justicia perpetua y sellar la visión y la profecía y ungir al Santo de
los santos". Todo esto concuerda notablemente con la venida y el
reino de Jesucristo, la consumación de la economía del A. Testamento y
la introducción del Nuevo. Las setenta semanas es número simbólico,
concebido como partido en tres porciones de siete, sesenta y dos, y
uno (7 + 62+ 1= 70) . El primer número parece referirse al tiempo de
reedificar la ciudad, el segundo al período que intervendría entre la
restauración de la ciudad y el aparecimiento del Mesías; y el tercero
es el último séptuplo decisivo, en medio del cual se confirma un
nuevo pacto con muchos, pero el final del cual es la ruina de la
ciudad y el santuario, con desolación indecible. La labor de los
expositores por fijar la fecha exacta de "la salida de la palabra para
restaurar y edificar a Jerusalén" (v. 25) hasta ahora no ha podido
alcanzar resultados dignos de confianza general. La proclama de Ciro (Esdras
1:1‑4), el decreto de Artaxerxes, dado a Esdras (7: 11‑26) y el dado a
Nehemías (Neh. 2: 5‑8 ), todos suministran suficientemente la "palabra
para restaurar y edificar", pero ninguna de ellas cumple la profecía
tan señaladamente como para fundar su derecho a ser la única fecha
significada por el ángel. Poca probabilidad existe de llegar jamás a
una interpretación satisfactoria mientras insistamos en hallar
precisión matemática en el uso de cifras simbólicas. Si ni los setenta
nombres del registro de la familia de Jacob han de entenderse con
estricta exactitud, mucho menos los números simbólicos de estas
setenta semanas.
La revelación final contenida en
Daniel 11:2 a 12:3, es una delineación más completa de la del capítulo
VIII, pero la liberación del pueblo de Dios, en ese lugar,, incluye
una resurrección de entre los muertos y una beatificación celestial.
De la manera como Isaías conectó la glorificación mesiánica de Israel
con la caída de Asiria, pasando por alto acontecimientos interpuestos
como si estuviesen ocultos entre dos montañas elevadas, hacia las
cuales se volvía su visión, así Daniel no se preocupa de que otras
cosas seguirían a la caída del gran opresor, pero se le dice que de en
medio de indecible calamidad será libertado su pueblo, "cada uno que
sea hallado inscrito en el libro". Con la venida y el reino del Hijo
del hombre, al cual llegaban todas sus visiones, él ve como en
perspectiva todo lo que ese reino asegura para los santos del
Altísimo.
De modo que el estudio comparativo
de las cinco grandes profecías del libro de Daniel, revela una armonía
de objeto y de líneas generales, una consistencia externa y un
concepto profundo del reino y de la gloria de Dios. Estos hechos no
sólo ilustran los métodos de los apocalípticos sino que también
confirman el derecho de este libro a ocupar un lugar superior entre
las revelaciones bíblicas.
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