sábado, 16 de junio de 2012


PROFESÍAS MESIÁNICAS

La profecía mesiánica tiene por su magno objeto el glorioso reinado de Dios entre los hombres, el consiguiente derrocamiento del mal y la exaltación y bienaventuranza de un pueblo que le obedece y ama la justicia. Este género de profecía constituye un aspecto especial de la revelación profética del Antiguo Testamento y aparece bajo dos formas: primera, una representación impersonal de un futuro reino de poder y de justicia, en el cual la humanidad alcanza su mayor bien; y, segunda, el anuncio de una persona, el Ungido, con quien se relaciona todo el triunfo y la gloria. De acuerdo con esto existen profecías mesiánicas en las que no se menciona la persona de Cristo y otras en las cuales todo el énfasis se coloca sobre su nombre representándosele como la causa eficiente de toda la gloria.
La profecía mesiánica debe estudiarse bajo sus dos aspectos, el divino y el humano. Contemplada como parte del propósito y plan divinos de redención, aparece en el curso de la historia sagrada como una serie progresiva de revelaciones especiales, desarrollándose gradualmente en más y más claridad a medida que transcurren los siglos. La reconocemos en e1 protoevangelio (Gén. 3:15), en las promesas a Abraham, (Gén. 12:3 ; 17:6; 18:18; 22:18) , en las palabras proféticas de Jacob (Gén. 49:10) y en la promesa de un profeta como Moisés (Deut. 18:15, 18) . Tomó forma más distinta en conexión con las palabras de Nathan a David (2 Sam. 7:12‑16) y después el rey y el reino de justicia se destacan en los Salmos y los Profetas.
En la interpretación de profecías mesiánicas encon­tramos dos escuelas de extremistas. Una insiste en la interpretación literal de casi cada pasaje y, por consiguien­te, tiende, por necesidad lógica, a la enseñanza de una futura restauración temporal de los judíos a Jerusalén, la reedificación del templo y la renovación del ritual y culto hebreos. El otro espiritualiza todas las formas de enseñanza profética hasta un punto tal que apenas permite ninguna verdadera interpretación histórica. A fin de obtener una exposición fiel y satisfactoria debemos aprender a distinguir, con razonable claridad, entre las formas del lenguaje y el gran pensamiento predominante entre las imágenes, de la alusión histórica y metafórica y los contenidos esenciales de una profecía.
Qué parte de una profecía sea mera forma y que parte sea la idea esencial, es cosa que se verá mejor, mediante una comparación y cotejo de un número de pro­fecías similares. Esto es tan cierto tratándose de profecías mesiánicas coma tratándose de otras grandes predicciones. Nuestros principios pueden ser suficientemente ilustrados mediante la atención que prestemos a las cinco notables profecías mesiánicas que aparecen en los primeros doce capítulos de Isaías. El orden cronológico de estas y de otras profecías del hijo de Amoz parece haber sido sometido a cierto orden lógico, como si al editar y arreglar los varios oráculos estuviese regido por el propósito de exhibir una serie orgánica. En esta simple serie descubrimos un marcado progreso de pensamiento pasando de lo que al principio es amplio y relativamente indefinido, a lo que es más específico y personal.

El monte de la casa de Jehová

La primera en el orden es la profecía del monte de la casa de Jehová (Isaías 2:24). Este pasaje es idéntico a Miqueas 4:1‑3, pero si Isaías citó a Miqueas (Gese­nius, Henderson) o Miqueas a Isaías (Vitringa, Lowth), o si ambos citaron a un escritor más antiguo hoy desconocido (Rosenmüller, Knobel) es cosa que no puede de­terminarse positivamente. Hitzig y Ewald creen que ambos profetas lo tomaron de una obra perdida de Joel; pero esto es pura conjetura. Isaías parece haberlo citado como un texto sobre qué basar una apelación a la casa de Jacob (comp. 2: 5, 4: 6) anunciando primeramente el glorioso futuro en las palabras de otro y luego procediendo a demostrar que Judá y Jerusalén deben ser purificadas con explosiones de juicio, de modo que únicamente un residuo escogido alcanzará la edad de oro (comp. 4:2‑6). Hé aquí el pasaje:
2. Y acontecerá en lo postrero de los tiempos que será confirmado el monte de la casa de Jehová por cabeza de los montes y será ensalzado sobre los collados y correrán a él todas las gentes.
3. Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid y su­bamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Jehová. 4. Y juzgará entre las gentes y repren­derá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces: no alzará espada gente contra gente ni se ensayarán más para la guerra".
De acuerdo con las reglas ya enunciadas, primeramente debemos tratar de distinguir lo que es esencial de lo que es meramente cuestión de forma. Aquí, una interpretación literal envolvería dificultades insuperables, por no decir absurdos. ¿Quién sostendrá que el Monte de Sión o Moriah ha de ser un día levantado a una elevación natural mayor que la de todas las montañas de la tierra y que todas las naciones de hombres tienen, como tales, que ascender a él? ¿O quién insistirá que para que esta profecía se cumpla verdaderamente las espadas y las lanzas deben, efectiva y literalmente, convertirse en las herramientas aquí descritas? La verdadera interpretación debe buscarse mediante una eliminación racional de los pensamientos principales de entre las formas ideales de sus imágenes. El autor era judío y asociaba las esperanzas más elevadas de su nación con una glorificación del santo monte del templo de Jehová. Sin embargo, no debemos espiritualizar todas estas formas judías de concepto y caer en fantásticas interpretaciones alegóricas de ciertas palabras. En la vestidura misma de sus pensamientos reconocemos las limitaciones naturales del profeta y hallamos los rastros del realismo histórico de la religión del A. Testamento.
Examinemos ahora el contenido esencial y los correspondientes pensamientos proféticos esenciales de este pasaje. Fuera de toda duda, las cuatro ideas principales son (1) el templo‑monte (incluyendo a Sión) ha de ser exaltado sobre toda otra montaña; (2) Jerusalén será el manantial de la Ley y de la Revelación; (3) allí afluirán las naciones; (4) la paz universal se realizará por juicios divinos entre las naciones. Estos contenidos esenciales suministran una predicción clara de cuatro grandes hechos correspondientes que se cumplen en el origen y propagación del Evangelio de Jesucristo. Puede formularse así: (1) Jerusalén ocupa una posición histórica, geográfica y religiosa muy conspicua en el origen y desarrollo del reino de Dios en la tierra; (2) el evangelio es una republicación y ensanche de la ley y la palabra de Jehová, habiendo salido de Jerusalén en cuanto a punto de partida geográfico e histórico (comp. Luc. 24:47) ; (3) las naciones reconocerán y aceptarán las verdades y excelencias de esta revelación nueva y más elevada; (4.) el resultado final será paz entre las naciones. Con este método de interpretación mostramos debida consideración al lenguaje y pensamiento del escritor, evitamos caer en los extremos innaturales del literalismo, no permitimos alegorizaciones fantásticas y obtenemos un resultado a la vez sencillo, claro, evidente como exposición verdadera y confirmada por un manifiesto cumplimiento neotestamentario.

El Renuevo de Jehová

La profecía del Renuevo de Jehová en Isaías 4:2‑6, es un duplicado de la del capítulo 2:2‑4.. La una abre y la otra cierra la apelación a la casa de Jacob. La una presenta un cuadro histórico externo, la otra una vista interna de la redención del verdadero Israel. La una debe compararse con la parábola del grano de mostaza, la otra, con la de la levadura (Mat. 13:31‑33).
“2. En aquel tiempo el Renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra (el fruto del país) para grandeza y honra a los librados de Israel; 3. Y acontecerá que el que quedare en Sión y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén están escritos entre los vivientes; 4. Cuando. el Señor lavare las inmundicias de las hijas de Sión y limpiase las sangres de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de discernimiento. 5. Y criará Jehová sobre toda la morada del monte de Sión y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y oscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda gloria habrá cobertura. 6. Y habrá sombraje para sombra contra el calor del día, para acogida y escondedero contra el turbión y contra el aguacero".
Ewald, Cheyne y otros, explican los términos: "El Renuevo de Jehová" y "el fruto de la tierra" como la riqueza natural, producto de la tierra de Israel; es decir: cosechas inmensas y gloriosas que serían dadas como bendiciones de Jehová: Esto, realmente, suministraría un digno cuadro profético de la época mesiánica y podría ser explicado como las imágenes similares del capítulo 35:1‑2. Gesenius, entiende por el renuevo el residuo escogido, el nuevo crecimiento de Israel después de los juicios con castigos disciplinarios, pero esto confunde cosas que el escritor sagrado distingue en el contexto inmediato. Preferimos, con muchos intérpretes entender ese término como designando un individuo, como en Jer. 23:5; 33:15 y Zac. 3:8; 6:12, donde se emplea la misma palabra. Este renuevo se representa, a un mismo tiempo, como un brote de Jehová y un producto de la tierra de Israel, una indicación bastante obscura pero muy sugestiva del Cristo que es, a la vez, divino y humano.
Los elementos esenciales de esta profecía pueden presentarse en cuatro proporciones: (1) Las inmundicias y crímenes del pueblo judío deben extirparse mediante llamaradas e incendios de juicios (2) sobrevivirá un residuo, conocido como santo y anotado para vida; (3) este residuo gozará del cuidado y protección dios tan ciertamente como los gozaron los escogidos de Dios en la época del éxodo de Egipto; (4.) toda esta honra, gloria, majestad y belleza serán producidas o, en alguna forma, estarán íntimamente asociadas con una persona o un poder notable, al que se designa con el título de "el Renuevo de Jehová". No debemos insistir acerca de la personalidad de este renuevo porque no ocupa lugar prominente en la profecía, como tampoco debemos empajar la doble alusión del ver. 2 cómo texto‑probatorio dogmático de la doble naturaleza del Mesías. De modo, pues, que se ve que el pasaje íntegro es una notable profecía del juicio, redención y glorificación de Israel.

Emmanuel

La profecía acerca de Emmanuel, en Isaías 7:14‑16, es, probablemente, la más difícil y enigmática de todas las profecías. En parte se debe esto al hecho de que varias expresiones de ella son capaces de más de una interpretación. Traducimos este pasaje en la forma siguiente:
14.       "Por tanto el Señor mismo os da señal:
                        Hé aquí que la virgen ha concebido
                        Y está por parir un hijo,
                        Y llamar su nombre Emmanuel.
15.       Leche coagulada y miel comerá
Hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo [bueno.
16.       Porque antes que el niño sepa
                        Desechar lo malo y escoger lo bueno,
                        Abandonada será aquella tierra
                        Ante cuyos dos reyes sientes tanto terror".
Los grandes problemas aquí son, ¿quién es la virgen y quién es Emmanuel? Hay que admitir que la palabra hebrea almah, comúnmente traducida por "virgen", deno­ta una joven en edad de casarse, sin determinar si es casada o no. Si se quería dar énfasis a la virginidad de la persona de quien se hablaba, es difícil concebir por qué motivo no se empleó la palabra bethulah, que, definidamente, significa "virgen". Sin detenernos a examinar las interpretaciones no‑mesiánicas, notemos, primero, la opinión de Ewald y la de Cheyne, que el profeta esperaba el advenimiento del Mesías dentro de pocos años y que pronunció este oráculo más para beneficio de sus propios discípulos que para el de Achaz, quien ya estaba, judicialmente, endurecido. De acuerdo con esto, la virgen sería la madre del Mesías, pero soltera y, en realidad, desconocida. Sin embargo, esta opinión que sostiene que la esperanza y la profecía de Isaías no se cumplieron, despoja a la Escritura de toda significación honrosa y nunca será satisfactoria para los evangélicos creyentes. Está en desacuerdo con la manera solemne y enfática con que el profeta emitió la palabra divina. Otros (Junius, Calvino) han sostenido que debe entenderse dos hijos, distintos y que el versículo 14 se refiere al Mesías y el 16 al hijo del profeta Sear‑jasub o a algún otro niño que entonces vivía. Sin embargo, esto envuelve una violencia sumamente extraordinaria. Semejante cambio de referencia de un ni­ño a otro habría necesitado una forma más clara de ex­presión. La interpretación mesiánica más común sostiene que la profecía fue cumplida, primera y únicamente, por el nacimiento de Jesús y es así considerada en Mat. 1:22­23. Se afirma que la predicción acerca del abandono de la tierra se cumplió realmente en tiempos de Achaz y que el nacimiento de Emmanuel fue una señal únicamente en un sentido en que algo que ocurre largo tiempo después puede ser una señal. Sin embargo, éste es el punto débil en la explicación mesiánica. Ningún expositor ha conseguido explicar de qué manera un aconteci­miento que había de ocurrir siglos después pudo ser una señal para Achaz ni para nadie que entonces viviera; ni puede reconciliarse esa teoría con ninguna, creencia sana en la sagrada veracidad de las profecías. El caso de Moisés, (Ex. 3:12) citado a menudo, de ninguna manera es pa­ralelo pues Moisés ya había presenciado la señal de la zarza ardiente y él sacó de Egipto al pueblo y sirvió a Dios en aquel monte poco tiempo después de aquel en que se le había dado la certidumbre. Pero si Israel hubie­se ido al Sinaí, por primera vez, siglos más tarde, no po­día haber sido una señal para Moisés. Además, el lenguaje de Isaías 7:14‑16 no puede, sin extrema violencia, explicarse como refiriéndose a un acontecimiento en un lejano futuro. Nos dice que la virgen está por parir un hijo y que antes que el niño llegue a la edad de la razón la tierra de Siria y de Efraín, (comp. vs. 4‑9) ante cuyos dos reyes temblaba Achaz, sería abandonada.
Suponer, frente a esta declaración que la tierra fue, efectivamente, abandonada dentro del tiempo especificado pero que el niño no nació hasta siete siglos después, es cosa excesivamente extraordinaria, por no decir absurda.
Queda, pues, que entendemos la profecía haber sido realmente cumplida en tiempos de Achaz y de Isaías, por el nacimiento de un niño que fue tipo del Mesías. Esto no envuelve la doctrina de un doble sentido en las Escrituras. El lenguaje no tiene significado doble u oculto. Su aplicación á Cristo en Mateo 1:23 tiene que explicarse típicamente, tal como explicamos el pasaje citado de Oseas, en Mateo 2:15. La explicación más sencilla es la que identifica a la virgen con la joven esposa del profeta, a la que en el capítulo 8: 3, se titula "la profetisa y el niño” Emmanuel no es otro que Maher‑salal‑hash‑baz, cuyo nombre y nacimiento fueron declarados con tanta solemnidad ( 8:1‑3). Entendemos este último como sólo otro nombre simbólico del niño Emmanuel, porque la misma gran señal va a ser, a un tiempo mismo, una prueba de que DIOS ESTA con su pueblo y de que también SE APRESURA AL DESPOJO de los dos reinos que tanto temía Achaz. En menos de tres años, a cantar desde el comienzo del reinado de Achaz, Tiglath‑pileser, rey de Asiría, quebrantó el poder de Damasco y saqueó las ciu­dades de Efraín, según la descripción de 2 Rey. 15:29; 16:9. El lenguaje de Isaías 84, comparado con Isaías 7: 16, confirma esta interpretación porque demuestra que la señal significativa de que el niño Emmanuel habría de ser de la casa de David, debía cumplirse también en Maher‑salal‑hash‑baz; esto vuelve a confirmarse, inciden­talmente, por la repetición que hallamos en Isaías 8:8 y 10, del nombre Enmanuel. Puede, además, demostrarse que todo el pasaje, comenzando con Isaías 6:1 y terminando con 9:7, es un Apocalipsis de nombres simbólicos en el que figuran los hijos del profeta como "señales y pro­digios en Israel" (Isaías 8:18). Las dificultades que al­gunos han hallado en este pasaje, debido al cambio de nombres y apelativos, desaparecen cuando vemos que el profeta, en el cap. 8:1‑4, siguiendo la manera de las repeticiones apocalípticas, presenta la revelación Emma­nuelista del cap. 7:14‑16 desde otro punto de vista y en conexión con otro nombre simbólico.

El rey Galileo

El pasaje apocalíptico que comienza con Isaías 6:1, concluye magníficamente con una profecía acerca del Príncipe de Yaz destinado a reinar para siempre ( Isaías 9:1‑7 ). En contraste con la tristeza y la angustia que, con seguridad, sobrecogerían a los que deseaban "la ley y el testimonio" de la revelación divina ( 8:20 ) y se volvían a los oráculos paganos, se describe la luz y el gozo del verdadero Israel. Traducimos en la siguiente forma:
"1. Pero no será tristeza a la que estuvo en apre­taras.
Como en tiempo anterior despreció la tierra de Zabulón y Neftalí,
La última honra el camino del mar más allá del Jordán.
El círculo de las naciones.
2. El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz,
Morando en tierra de sombra de muerte, luz les resplandeció.
3. Has aumentado la nación y magnificado su gozo,
e han regocijado delante de ti como gozo en tiempo de siega,
4•. Así como se gozan cuando reparten despojos.
Parque el yugo de su carga y la vara de su hombro,
El cetro de su opresor has roto como el día de Madían.
5. Porque el calzado del guerrero en la refriega y la vestidura revolcada en sangre,
Aun ello será para quema, pábulo del fuego.
6. Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado,
Y el principado sobre su hombro,
Y llamaráse su nombre Pele‑yo'ets'‑el‑gibbor‑abi‑ad­sar‑shalom (1) .
7. Grande el dominio y sin final la paz
Sobre el trono de David y sobre su reino,‑
Para confirmarlo y fortalecerlo en justicia y juicio, Desde aquí a toda eternidad.
El celo de Jehová de los ejércitos realizará esto.
En este pasaje, el ojo del profeta se extiende mucho más allá de su época y contempla el futuro mesiánico como un triunfo perfecto. Los contenidos esenciales pue­den establecerse en siete proposiciones: (1) La región galilea, antiguamente despreciada, en los postreros tiem­pos será grandemente honrada (Comp. Mat. 4:14‑16); (2) el pueblo que anteriormente se hallaba en tinieblas verá gran luz; (3) la nación prosperará y tendrá gozo; (4) el yugo de su opresión será sacudido tan triunfalmente como cuando Gedeón derrotó a Madian; las vestiduras militares no harán más falta, sirviendo únicamente para el fuego; (6) se anuncia al Mesías como ya nacido y llevando un nombre de múltiple significación; (7) él está destinado a reinar como sobre el trono de David, en justicia, para siempre. Aquí observamos la manera cómo, tanto el reino como la persona del Mesías, se destacan y el expositor cristiano no halla dificultad en demostrar que la profecía se cumple maravillosamente en el nacimiento de Jesucristo, así como su entronización para reinar hasta que haya hollado a todos sus enemigos. (1 Cor .15:25).
(1) La consecuencia en la traducción y en la interpretación exige que este nombre simbólico se conserve en su idioma original, como se ha conservado el de Emmanuel y el de Maher salal‑hash‑baz. El intérprete tiene que demostrar que así como el primero significa "Dios con nosotros" y el segundo "Apresura a la presa", así este tercero significa: "Admirable, consejero, Dios‑héroe, padre eterno, príncipe de paz".

El brote de Isaí y el éxodo final

La profecía y el cántico mesiánicos que ocupan los capítulos XI y XII de Isaías son demasiado largas para reproducirlos aquí. Sólo tenemos espacio para una declaración de los principales ideales mesiánicos que forman los pensamientos proféticos esenciales de todo el pasaje. (1) El Mesías es un brote del tronco de Isaí; (2) está dotado del espíritu sabio y santo de Jehová; (3) es un juez recto y santo; (4) ha de efectuar una paz universal como la del Edén; (5) tal paz estará acompañada de un conocimiento universal de Jehová; (6) las naciones y pueblos buscarán su glorioso reposo; (7) el resultado envolverá una redención más gloriosa que la del éxodo de Egipto; (8) el pueblo redimido triunfará sobre sus enemigos; (9) toda antigua rivalidad y disputa de tribu cesarán; (10) el cántico en el capítulo XII es una oda mesiánica ideal, de triunfo, con el designio de que sea análoga naturalmente, limitado por su posición histórica y los a la que Israel cantó a orillas del mar egipcio después de su liberación (Éxodo 15:1‑19) y también debe comparár­sele con el cántico de Moisés y del Cordero en el mar de vidrio (Apoc. 15:2‑3).
El estudiante de las profecías no dejará de notar cuán extensamente este último de los cinco oráculos que acabamos de citar corresponde con el primero (en el cap. 2: 24) y es una elaboración más completa de sus principa­les ideales. También ha de observarse que estas cinco profecías mesiánicas, tal como están arregladas aquí, forman una serie progresiva, comenzando con la relativamente indefinida, bien que comprensiva, de la exaltación de la montaña‑templo y terminando con este cuadro completo y refulgente de redención a realizarse en el reinado eterno del Hijo de David. Esta estructura orgánica de profecía mesiánica puede exhibirse en una escala amplia mediante un cotejo y comparación de todos los oráculos del A. Testamento pertenecientes a esta clase.
Las profecías mesiánicas parecen, con frecuencia, haber sido sugeridas por los males y desalientos de las épocas en que se pronunciaron y haber, por decirlo así, volado por encima de los males que el profeta veía a su alrededor e idealizado una futura edad de oro, en la que todos esos males quedarían abolidos. Por consiguiente, al describir el futuro mesiánico, cada profeta se hallaba, grandes acontecimientos de su época daban tono y colorido a su lenguaje. De esta manera Isaías, en los capítulos VII‑XII, parece conectar la glorificación de Israel con la caída de Asiria, como si aquella fuese a seguir inmediatamente después de la próxima gran catástrofe política y conmoción entre las naciones. Así vemos que "el día del Señor" está cerca en las visiones del profeta, y de entre sus tinieblas y terrores amanece el reinado triunfante del Príncipe de Paz, cuyo reino es perenne.
Notamos, asimismo, cómo la profecía se apropia los hechos y formas de la historia y conceptos teocráticos y los hace servir al propósito de la alusión metafórica. El Mesías ‑mismo es un renuevo, un brote, una insignia, un príncipe, gobernador, rey, juez, conquistador, sacerdote, profeta, etc., y su dominio está asociado con todo lo que es grande y noble en el pensamiento judío. En los ejemplos precedentes tenemos la época del Evangelio predicha bajo las imágenes de la montaña‑templo exaltada sobre todas las otras; y a Sión como el punto de partida de una nueva revelación (cap. 2: 24) . Un residuo escogido ha de ser el núcleo del reino mesiánico (10:22; 11:16) . La restauración final del verdadero Israel y su bienaventuranza y gloria se presentan bajo las imágenes de los milagros del éxodo (4:5‑6; 11:15‑16). Del mismo modo, en otros pasajes similares se describe la gloria final como una re‑creación de Jerusalén y una observancia perfecta de nuevas lunas y sábados y, en fin, como una nueva tierra y nuevos cielos (Isaías 4.5:17‑18; 66:22‑23; comp. Ezeq. XL‑XLVIII). También es de notarse que la inmortalidad y la vida celestial se implican más que se anun­ciase bien expresamente. Aun al hablar de nuevos cielos y tierra es un cuadro terrenal y humano el que se traza y conceptos tan espirituales como el "sacar agua de las fuentes de salud" (Isaías 12:3) están asociados con el pensamiento de morar en medio de Sión.
Finalmente, puede afirmarse que los elementos formales de las grandes profecías mesiánicas son de una índole tal como para advertirnos que no hemos de esperar su cumplimiento literal. Es una tendencia mórbida y aficionada a prodigios la que registra la historia humana en busca de cumplimientos minuciosos de antiguas predicciones. A1 ver las exposiciones de algunos escrito­res, podría uno deducir de ellas que la única esencia, el único valor real de algunas profecías mesiánicas dependiera del cumplimiento minucioso de ciertos detalles de sus imágenes que, a lo mejor, son sólo incidentales con respecto a la gran idea envuelta en la profecía. Asi, la entrada del Señor en Jerusalén, cabalgando humildemen­te sobre un asno fué, realmente, un cumplimiento de las palabras de Zacarías 9:9 y así lo declaran los evangelistas (Mat. 21:1‑9; Juan 12:12‑16) . Pero hallar toda, o la par­te principal del intento de la profecía cumplido en ese hecho particular, es perder la gran lección de las pala­bras del profeta y del acto simbólico de Cristo. El pa­saje citado por los evangelistas no es más que una parte incidental del cuadro compuesto presentado por Zacarías, y de ninguna manera agota su significado, el que, más bien, ha de hallarse en la encarnación, humildad y triunfo final del Cristo, de las cuales cosas la entrada a Jerusalén cabalgando un asno no era nada más que un simple símbolo. No el cumplimiento literal, sino el subs­tancial o esencial de la profecía es lo que debe buscarse. Es la clase más inferior y de menos importancia, en la profecía, la que entra en minuciosidad de detalles. Tal fue la de Samuel al predecir a Saúl lo que le ocurriría en su ida a su casa (1 Sam. 10:2‑7) y el método empleado por él en esa ocasión se acerca mucho al de los sortílegos. La profecía mesiánica y la apocalíptica ocupan una posición mucho más elevada.

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