PROFESÍAS MESIÁNICAS
La profecía mesiánica tiene por su
magno objeto el glorioso reinado de Dios entre los hombres, el
consiguiente derrocamiento del mal y la exaltación y bienaventuranza
de un pueblo que le obedece y ama la justicia. Este género de profecía
constituye un aspecto especial de la revelación profética del Antiguo
Testamento y aparece bajo dos formas: primera, una representación
impersonal de un futuro reino de poder y de justicia, en el cual la
humanidad alcanza su mayor bien; y, segunda, el anuncio de una
persona, el Ungido, con quien se relaciona todo el triunfo y la gloria.
De acuerdo con esto existen profecías mesiánicas en las que no se
menciona la persona de Cristo y otras en las cuales todo el énfasis
se coloca sobre su nombre representándosele como la causa eficiente
de toda la gloria.
La profecía mesiánica debe
estudiarse bajo sus dos aspectos, el divino y el humano. Contemplada
como parte del propósito y plan divinos de redención, aparece en el
curso de la historia sagrada como una serie progresiva de revelaciones
especiales, desarrollándose gradualmente en más y más claridad a
medida que transcurren los siglos. La reconocemos en e1
protoevangelio (Gén. 3:15), en las promesas a Abraham, (Gén. 12:3
; 17:6; 18:18; 22:18) , en las palabras proféticas de Jacob (Gén.
49:10) y en la promesa de un profeta como Moisés (Deut. 18:15, 18) .
Tomó forma más distinta en conexión con las palabras de Nathan a David
(2 Sam. 7:12‑16) y después el rey y el reino de justicia se destacan
en los Salmos y los Profetas.
En la interpretación de profecías
mesiánicas encontramos dos escuelas de extremistas. Una insiste en la
interpretación literal de casi cada pasaje y, por consiguiente,
tiende, por necesidad lógica, a la enseñanza de una futura
restauración temporal de los judíos a Jerusalén, la reedificación del
templo y la renovación del ritual y culto hebreos. El otro
espiritualiza todas las formas de enseñanza profética hasta un punto
tal que apenas permite ninguna verdadera interpretación histórica. A
fin de obtener una exposición fiel y satisfactoria debemos aprender
a distinguir, con razonable claridad, entre las formas del lenguaje y
el gran pensamiento predominante entre las imágenes, de la alusión
histórica y metafórica y los contenidos esenciales de una profecía.
Qué parte de una profecía sea mera
forma y que parte sea la idea esencial, es cosa que se verá mejor,
mediante una comparación y cotejo de un número de profecías
similares. Esto es tan cierto tratándose de profecías mesiánicas coma
tratándose de otras grandes predicciones. Nuestros principios pueden
ser suficientemente ilustrados mediante la atención que prestemos a
las cinco notables profecías mesiánicas que aparecen en los primeros
doce capítulos de Isaías. El orden cronológico de estas y de otras
profecías del hijo de Amoz parece haber sido sometido a cierto orden
lógico, como si al editar y arreglar los varios oráculos estuviese
regido por el propósito de exhibir una serie orgánica. En esta simple
serie descubrimos un marcado progreso de pensamiento pasando de lo que
al principio es amplio y relativamente indefinido, a lo que es más
específico y personal.
El monte de la casa de Jehová
La primera en el orden es la
profecía del monte de la casa de Jehová (Isaías 2:24). Este pasaje es
idéntico a Miqueas 4:1‑3, pero si Isaías citó a Miqueas (Gesenius,
Henderson) o Miqueas a Isaías (Vitringa, Lowth), o si ambos citaron a
un escritor más antiguo hoy desconocido (Rosenmüller, Knobel) es cosa
que no puede determinarse positivamente. Hitzig y Ewald creen que
ambos profetas lo tomaron de una obra perdida de Joel; pero esto es
pura conjetura. Isaías parece haberlo citado como un texto sobre qué
basar una apelación a la casa de Jacob (comp. 2: 5, 4: 6) anunciando
primeramente el glorioso futuro en las palabras de otro y luego
procediendo a demostrar que Judá y Jerusalén deben ser purificadas
con explosiones de juicio, de modo que únicamente un residuo escogido
alcanzará la edad de oro (comp. 4:2‑6). Hé aquí el pasaje:
2. Y acontecerá en lo postrero de
los tiempos que será confirmado el monte de la casa de Jehová por
cabeza de los montes y será ensalzado sobre los collados y correrán a
él todas las gentes.
3. Y vendrán muchos pueblos y
dirán: Venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de
Jacob; y nos enseñará en sus caminos y caminaremos por sus sendas.
Porque de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Jehová. 4.
Y juzgará entre las gentes y reprenderá a muchos pueblos; y volverán
sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces: no alzará espada
gente contra gente ni se ensayarán más para la guerra".
De acuerdo con las reglas ya
enunciadas, primeramente debemos tratar de distinguir lo que es
esencial de lo que es meramente cuestión de forma. Aquí, una
interpretación literal envolvería dificultades insuperables, por no
decir absurdos. ¿Quién sostendrá que el Monte de Sión o Moriah ha de
ser un día levantado a una elevación natural mayor que la de todas
las montañas de la tierra y que todas las naciones de hombres tienen,
como tales, que ascender a él? ¿O quién insistirá que para que esta
profecía se cumpla verdaderamente las espadas y las lanzas deben,
efectiva y literalmente, convertirse en las herramientas aquí
descritas? La verdadera interpretación debe buscarse mediante una
eliminación racional de los pensamientos principales de entre las
formas ideales de sus imágenes. El autor era judío y asociaba las
esperanzas más elevadas de su nación con una glorificación del santo
monte del templo de Jehová. Sin embargo, no debemos espiritualizar
todas estas formas judías de concepto y caer en fantásticas
interpretaciones alegóricas de ciertas palabras. En la vestidura
misma de sus pensamientos reconocemos las limitaciones naturales del
profeta y hallamos los rastros del realismo histórico de la religión
del A. Testamento.
Examinemos ahora el contenido
esencial y los correspondientes pensamientos proféticos esenciales de
este pasaje. Fuera de toda duda, las cuatro ideas principales son (1)
el templo‑monte (incluyendo a Sión) ha de ser exaltado sobre toda
otra montaña; (2) Jerusalén será el manantial de la Ley y de la
Revelación; (3) allí afluirán las naciones; (4) la paz universal se
realizará por juicios divinos entre las naciones. Estos contenidos
esenciales suministran una predicción clara de cuatro grandes hechos
correspondientes que se cumplen en el origen y
propagación del
Evangelio de Jesucristo. Puede formularse así: (1) Jerusalén
ocupa una
posición histórica, geográfica y religiosa muy conspicua en el
origen
y desarrollo del reino de Dios en la tierra; (2) el evangelio
es una
republicación y ensanche de la ley y la palabra de Jehová,
habiendo
salido de Jerusalén en cuanto a punto de partida geográfico e
histórico (comp. Luc. 24:47) ; (3) las naciones reconocerán y
aceptarán las verdades y excelencias de esta revelación nueva y
más
elevada; (4.) el resultado final será paz entre las naciones.
Con
este método de interpretación mostramos debida consideración
al
lenguaje y pensamiento del escritor, evitamos caer en los
extremos innaturales del literalismo, no permitimos alegorizaciones
fantásticas y obtenemos un resultado a la vez sencillo, claro,
evidente como exposición verdadera y confirmada por un
manifiesto
cumplimiento neotestamentario.
El Renuevo de Jehová
La profecía del Renuevo de Jehová
en Isaías 4:2‑6, es un duplicado de la del capítulo 2:2‑4.. La una
abre y la otra cierra la apelación a la casa de Jacob. La una
presenta un cuadro histórico externo, la otra una vista interna de la
redención del verdadero Israel. La una debe compararse con la
parábola del grano de mostaza, la otra, con la de la levadura (Mat.
13:31‑33).
“2. En aquel tiempo el Renuevo de
Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra (el fruto
del país) para grandeza y honra a los librados de Israel; 3. Y
acontecerá que el que quedare en Sión y el que fuere dejado en
Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén están
escritos entre los vivientes; 4. Cuando. el Señor lavare las
inmundicias de las hijas de Sión y limpiase las sangres de Jerusalén
de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de
discernimiento. 5. Y criará Jehová sobre toda la morada del monte de
Sión y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y oscuridad de día,
y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda
gloria habrá cobertura. 6. Y habrá sombraje para sombra contra el
calor del día, para acogida y escondedero contra el turbión y contra
el aguacero".
Ewald, Cheyne y otros, explican
los términos: "El Renuevo de Jehová" y "el fruto de la tierra" como la
riqueza natural, producto de la tierra de Israel; es decir: cosechas
inmensas y gloriosas que serían dadas como bendiciones de Jehová:
Esto, realmente, suministraría un digno cuadro profético de la época
mesiánica y podría ser explicado como las imágenes similares del
capítulo 35:1‑2. Gesenius, entiende por el renuevo el residuo escogido,
el nuevo crecimiento de Israel después de los juicios con castigos
disciplinarios, pero esto confunde cosas que el escritor sagrado
distingue en el contexto inmediato. Preferimos, con muchos
intérpretes entender ese término como designando un individuo, como en
Jer. 23:5; 33:15 y Zac. 3:8; 6:12, donde se emplea la misma palabra.
Este renuevo se representa, a un mismo tiempo, como un brote de
Jehová y un producto de la tierra de Israel, una indicación bastante
obscura pero muy sugestiva del Cristo que es, a la vez, divino y
humano.
Los elementos esenciales de esta
profecía pueden presentarse en cuatro proporciones: (1) Las
inmundicias y crímenes del pueblo judío deben extirparse mediante
llamaradas e incendios de juicios (2) sobrevivirá un residuo,
conocido como santo y anotado para vida; (3) este residuo gozará del
cuidado y protección dios tan ciertamente como los gozaron los
escogidos de Dios en la época del éxodo de Egipto; (4.) toda esta
honra, gloria, majestad y belleza serán producidas o, en alguna forma,
estarán íntimamente asociadas con una persona o un poder notable, al
que se designa con el título de "el Renuevo de Jehová". No debemos
insistir acerca de la personalidad de este renuevo porque no ocupa
lugar prominente en la profecía, como tampoco debemos empajar la doble
alusión del ver. 2 cómo texto‑probatorio dogmático de la doble
naturaleza del Mesías. De modo, pues, que se ve que el pasaje íntegro
es una notable profecía del juicio, redención y glorificación de
Israel.
Emmanuel
La profecía acerca de Emmanuel, en
Isaías 7:14‑16, es, probablemente, la más difícil y enigmática de
todas las profecías. En parte se debe esto al hecho de que varias
expresiones de ella son capaces de más de una interpretación.
Traducimos este pasaje en la forma siguiente:
14. "Por tanto el Señor
mismo os da señal:
Hé aquí que la virgen ha
concebido
Y está por parir un hijo,
Y llamar su nombre Emmanuel.
15. Leche coagulada y miel
comerá
Hasta que sepa desechar lo malo y
escoger lo [bueno.
16. Porque antes que el niño
sepa
Desechar lo malo y escoger lo
bueno,
Abandonada será aquella tierra
Ante cuyos dos reyes sientes
tanto terror".
Los grandes problemas aquí son, ¿quién
es la virgen y quién es Emmanuel? Hay que admitir que la palabra
hebrea almah, comúnmente traducida por "virgen",
denota una joven en edad de casarse, sin determinar si es
casada o no. Si se quería dar énfasis a la virginidad de la persona
de quien se hablaba, es difícil concebir por qué motivo no se empleó
la palabra bethulah, que, definidamente, significa "virgen".
Sin detenernos a examinar las interpretaciones no‑mesiánicas, notemos,
primero, la opinión de Ewald y la de Cheyne, que el profeta esperaba
el advenimiento del Mesías dentro de pocos años y que pronunció este
oráculo más para beneficio de sus propios discípulos que para el de
Achaz, quien ya estaba, judicialmente, endurecido. De acuerdo con
esto, la virgen sería la madre del Mesías, pero soltera y, en realidad,
desconocida. Sin embargo, esta opinión que sostiene que la esperanza
y la profecía de Isaías no se cumplieron, despoja a la Escritura de
toda significación honrosa y nunca será satisfactoria para los
evangélicos creyentes. Está en desacuerdo con la manera solemne y
enfática con que el profeta emitió la palabra divina. Otros (Junius,
Calvino) han sostenido que debe entenderse dos hijos, distintos y que
el versículo 14 se refiere al Mesías y el 16 al hijo del profeta Sear‑jasub
o a algún otro niño que entonces vivía. Sin embargo, esto envuelve una
violencia sumamente extraordinaria. Semejante cambio de referencia de
un niño a otro habría necesitado una forma más clara de expresión.
La interpretación mesiánica más común sostiene que la profecía fue
cumplida, primera y únicamente, por el nacimiento de Jesús y es así
considerada en Mat. 1:2223. Se afirma que la predicción acerca del
abandono de la tierra se cumplió realmente en tiempos de Achaz y que
el nacimiento de Emmanuel fue una señal únicamente en un sentido en
que algo que ocurre largo tiempo después puede ser una señal. Sin
embargo, éste es el punto débil en la explicación mesiánica. Ningún
expositor ha conseguido explicar de qué manera un acontecimiento que
había de ocurrir siglos después pudo ser una señal para Achaz ni para
nadie que entonces viviera; ni puede reconciliarse esa teoría con
ninguna, creencia sana en la sagrada veracidad de las profecías. El
caso de Moisés, (Ex. 3:12) citado a menudo, de ninguna manera es
paralelo pues Moisés ya había presenciado la señal de la zarza
ardiente y él sacó de Egipto al pueblo y sirvió a Dios en aquel monte
poco tiempo después de aquel en que se le había dado la certidumbre.
Pero si Israel hubiese ido al Sinaí, por primera vez, siglos más
tarde, no podía haber sido una señal para Moisés. Además, el
lenguaje de Isaías 7:14‑16 no puede, sin extrema violencia,
explicarse como refiriéndose a un acontecimiento en un lejano futuro.
Nos dice que la virgen está por parir un hijo y que antes que el niño
llegue a la edad de la razón la tierra de Siria y de Efraín, (comp.
vs. 4‑9) ante cuyos dos reyes temblaba Achaz, sería abandonada.
Suponer, frente a esta declaración
que la tierra fue, efectivamente, abandonada dentro del tiempo
especificado pero que el niño no nació hasta siete siglos después, es
cosa excesivamente extraordinaria, por no decir absurda.
Queda, pues, que entendemos la
profecía haber sido realmente cumplida en tiempos de Achaz y de Isaías,
por el nacimiento de un niño que fue tipo del Mesías. Esto no envuelve
la doctrina de un doble sentido en las Escrituras. El lenguaje no
tiene significado doble u oculto. Su aplicación á Cristo en Mateo 1:23
tiene que explicarse típicamente, tal como explicamos el pasaje citado
de Oseas, en Mateo 2:15. La explicación más sencilla es la que
identifica a la virgen con la joven esposa del profeta, a la que en el
capítulo 8: 3, se titula "la profetisa y el niño” Emmanuel no
es otro que Maher‑salal‑hash‑baz, cuyo nombre y nacimiento fueron
declarados con tanta solemnidad ( 8:1‑3). Entendemos este último como
sólo otro nombre simbólico del niño Emmanuel, porque la misma gran
señal va a ser, a un tiempo mismo, una prueba de que DIOS ESTA con su
pueblo y de que también SE APRESURA AL DESPOJO de los dos reinos que
tanto temía Achaz. En menos de tres años, a cantar desde el comienzo
del reinado de Achaz, Tiglath‑pileser, rey de Asiría, quebrantó el
poder de Damasco y saqueó las ciudades de Efraín, según la
descripción de 2 Rey. 15:29; 16:9. El lenguaje de Isaías 84, comparado
con Isaías 7: 16, confirma esta interpretación porque demuestra que la
señal significativa de que el niño Emmanuel habría de ser de la casa
de David, debía cumplirse también en Maher‑salal‑hash‑baz; esto vuelve
a confirmarse, incidentalmente, por la repetición que hallamos en
Isaías 8:8 y 10, del nombre Enmanuel. Puede, además, demostrarse que
todo el pasaje, comenzando con Isaías 6:1 y terminando con 9:7, es un
Apocalipsis de nombres simbólicos en el que figuran los hijos del
profeta como "señales y prodigios en Israel" (Isaías 8:18). Las
dificultades que algunos han hallado en este pasaje, debido al cambio
de nombres y apelativos, desaparecen cuando vemos que el profeta, en
el cap. 8:1‑4, siguiendo la manera de las repeticiones apocalípticas,
presenta la revelación Emmanuelista del cap. 7:14‑16 desde otro punto
de vista y en conexión con otro nombre simbólico.
El rey Galileo
El pasaje apocalíptico que
comienza con Isaías 6:1, concluye magníficamente con una profecía
acerca del Príncipe de Yaz destinado a reinar para siempre ( Isaías
9:1‑7 ). En contraste con la tristeza y la angustia que, con seguridad,
sobrecogerían a los que deseaban "la ley y el testimonio" de la
revelación divina ( 8:20 ) y se volvían a los oráculos paganos, se
describe la luz y el gozo del verdadero Israel. Traducimos en la
siguiente forma:
"1. Pero no será tristeza a la que
estuvo en apretaras.
Como en tiempo anterior despreció
la tierra de Zabulón y Neftalí,
La última honra el camino del mar
más allá del Jordán.
El círculo de las naciones.
2. El pueblo que andaba en
tinieblas vio gran luz,
Morando en tierra de sombra de
muerte, luz les resplandeció.
3. Has aumentado la nación y
magnificado su gozo,
e han regocijado delante de ti
como gozo en tiempo de siega,
4•. Así como se gozan cuando
reparten despojos.
Parque el yugo de su carga y la
vara de su hombro,
El cetro de su opresor has roto
como el día de Madían.
5. Porque el calzado del guerrero
en la refriega y la vestidura revolcada en sangre,
Aun ello será para quema, pábulo
del fuego.
6. Porque un niño nos es nacido,
un hijo nos es dado,
Y el principado sobre su hombro,
Y llamaráse su nombre Pele‑yo'ets'‑el‑gibbor‑abi‑adsar‑shalom
(1) .
7. Grande el dominio y sin final
la paz
Sobre el trono de David y sobre su
reino,‑
Para confirmarlo y fortalecerlo en
justicia y juicio, Desde aquí a toda eternidad.
El celo de Jehová de los ejércitos
realizará esto.
En este pasaje, el ojo del profeta
se extiende mucho más allá de su época y contempla el futuro mesiánico
como un triunfo perfecto. Los contenidos esenciales pueden
establecerse en siete proposiciones: (1) La región galilea,
antiguamente despreciada, en los postreros tiempos será grandemente
honrada (Comp. Mat. 4:14‑16); (2) el pueblo que anteriormente se
hallaba en tinieblas verá gran luz; (3) la nación prosperará y tendrá
gozo; (4) el yugo de su opresión será sacudido tan triunfalmente como
cuando Gedeón derrotó a Madian; las vestiduras militares no harán más
falta, sirviendo únicamente para el fuego; (6) se anuncia al Mesías
como ya nacido y llevando un nombre de múltiple significación; (7) él
está destinado a reinar como sobre el trono de David, en justicia,
para siempre. Aquí observamos la manera cómo, tanto el reino como la
persona del Mesías, se destacan y el expositor cristiano no halla
dificultad en demostrar que la profecía se cumple maravillosamente en
el nacimiento de Jesucristo, así como su entronización para reinar
hasta que haya hollado a todos sus enemigos. (1 Cor .15:25).
(1) La consecuencia en la
traducción y en la interpretación exige que este nombre simbólico se
conserve en su idioma original, como se ha conservado el de Emmanuel y
el de Maher salal‑hash‑baz. El intérprete tiene que demostrar que así
como el primero significa "Dios con nosotros" y el segundo "Apresura a
la presa", así este tercero significa:
"Admirable, consejero, Dios‑héroe, padre eterno, príncipe de paz".
El brote de Isaí y el éxodo final
La profecía y el cántico
mesiánicos que ocupan los capítulos XI y XII de Isaías son demasiado
largas para reproducirlos aquí. Sólo tenemos espacio para una
declaración de los principales ideales mesiánicos que forman los
pensamientos proféticos esenciales de todo el pasaje. (1) El Mesías es
un brote del tronco de Isaí; (2) está dotado del espíritu sabio y
santo de Jehová; (3) es un juez recto y santo; (4) ha de efectuar una
paz universal como la del Edén; (5) tal paz estará acompañada de un
conocimiento universal de Jehová; (6) las naciones y pueblos buscarán
su glorioso reposo; (7) el resultado envolverá una redención más
gloriosa que la del éxodo de Egipto; (8) el pueblo redimido triunfará
sobre sus enemigos; (9) toda antigua rivalidad y disputa de tribu
cesarán; (10) el cántico en el capítulo XII es una oda mesiánica
ideal, de triunfo, con el designio de que sea análoga naturalmente,
limitado por su posición histórica y los a la que Israel cantó a
orillas del mar egipcio después de su liberación (Éxodo 15:1‑19) y
también debe comparársele con el cántico de Moisés y del Cordero en
el mar de vidrio (Apoc. 15:2‑3).
El estudiante de las profecías no
dejará de notar cuán extensamente este último de los cinco oráculos
que acabamos de citar corresponde con el primero (en el cap. 2: 24) y
es una elaboración más completa de sus principales ideales. También
ha de observarse que estas cinco profecías mesiánicas, tal como están
arregladas aquí, forman una serie progresiva, comenzando con la
relativamente indefinida, bien que comprensiva, de la exaltación de
la montaña‑templo y terminando con este cuadro completo y refulgente
de redención a realizarse en el reinado eterno del Hijo de David. Esta
estructura orgánica de profecía mesiánica puede exhibirse en una
escala amplia mediante un cotejo y comparación de todos los oráculos
del A. Testamento pertenecientes a esta clase.
Las profecías mesiánicas parecen,
con frecuencia, haber sido sugeridas por los males y desalientos de
las épocas en que se pronunciaron y haber, por decirlo así, volado
por encima de los males que el profeta veía a su alrededor e
idealizado una futura edad de oro, en la que todos esos males
quedarían abolidos. Por consiguiente, al describir el futuro mesiánico,
cada profeta se hallaba, grandes acontecimientos de su época daban
tono y colorido a su lenguaje. De esta manera Isaías, en los
capítulos VII‑XII, parece conectar la glorificación de Israel con la
caída de Asiria, como si aquella fuese a seguir inmediatamente después
de la próxima gran catástrofe política y conmoción entre las naciones.
Así vemos que "el día del Señor" está cerca en las visiones del
profeta, y de entre sus tinieblas y terrores amanece el reinado
triunfante del Príncipe de Paz, cuyo reino es perenne.
Notamos, asimismo, cómo la
profecía se apropia los hechos y formas de la historia y conceptos
teocráticos y los hace servir al propósito de la alusión metafórica.
El Mesías ‑mismo es un renuevo, un brote, una insignia, un príncipe,
gobernador, rey, juez, conquistador, sacerdote, profeta, etc., y su
dominio está asociado con todo lo que es grande y noble en el
pensamiento judío. En los ejemplos precedentes tenemos la época del
Evangelio predicha bajo las imágenes de la montaña‑templo exaltada
sobre todas las otras; y a Sión como el punto de partida de una nueva
revelación (cap. 2: 24) . Un residuo escogido ha de ser el núcleo del
reino mesiánico (10:22; 11:16) . La restauración final del verdadero
Israel y su bienaventuranza y gloria se presentan bajo las imágenes de
los milagros del éxodo (4:5‑6; 11:15‑16). Del mismo modo, en
otros pasajes similares se describe la gloria final como una re‑creación
de Jerusalén y una observancia perfecta de nuevas lunas y sábados y,
en fin, como una nueva tierra y nuevos cielos (Isaías 4.5:17‑18;
66:22‑23; comp. Ezeq.
XL‑XLVIII). También
es de notarse que la inmortalidad y la vida celestial se implican más
que se anunciase bien expresamente. Aun al hablar de nuevos cielos y
tierra es un cuadro terrenal y humano el que se traza y conceptos tan
espirituales como el "sacar agua de las fuentes de salud" (Isaías
12:3) están asociados con el pensamiento de morar en medio de Sión.
Finalmente, puede afirmarse que
los elementos formales de las grandes profecías mesiánicas son de una
índole tal como para advertirnos que no hemos de esperar su
cumplimiento literal. Es una tendencia mórbida y aficionada a
prodigios la que registra la historia humana en busca de
cumplimientos minuciosos de antiguas predicciones. A1 ver las
exposiciones de algunos escritores, podría uno deducir de ellas que
la única esencia, el único valor real de algunas profecías mesiánicas
dependiera del cumplimiento minucioso de ciertos detalles de sus
imágenes que, a lo mejor, son sólo incidentales con respecto a la gran
idea envuelta en la profecía. Asi, la entrada del Señor en Jerusalén,
cabalgando humildemente sobre un asno fué, realmente, un cumplimiento
de las palabras de Zacarías 9:9 y así lo declaran los evangelistas
(Mat. 21:1‑9; Juan 12:12‑16) . Pero hallar toda, o la parte principal
del intento de la profecía cumplido en ese hecho particular, es perder
la gran lección de las palabras del profeta y del acto simbólico de
Cristo. El pasaje citado por los evangelistas no es más que una parte
incidental del cuadro compuesto presentado por Zacarías, y de ninguna
manera agota su significado, el que, más bien, ha de hallarse en la
encarnación, humildad y triunfo final del Cristo, de las cuales cosas
la entrada a Jerusalén cabalgando un asno no era nada más que un
simple símbolo. No el cumplimiento literal, sino el substancial o
esencial de la profecía es lo que debe buscarse. Es la clase más
inferior y de menos importancia, en la profecía, la que entra en
minuciosidad de detalles. Tal fue la de Samuel al predecir a Saúl lo
que le ocurriría en su ida a su casa (1 Sam. 10:2‑7) y el método
empleado por él en esa ocasión se acerca mucho al de los sortílegos.
La profecía mesiánica y la apocalíptica ocupan una posición mucho más
elevada.
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