Capítulo
XI
Los
realistas del sur
El
quebrantamiento del reino salomónico, dejó a la dinastía davídica con
un pequeño fragmento de su antiguo imperio. Con Jerusalén como
capital, la línea real de David mantuvo una ininterrumpida sucesión,
gobernando el pequeño reino de Judá durante casi un siglo. Sólo seis
reyes reinaron durante esas nueve décadas (931-841 a. C.).
El reino
de Roboam
Reuniéndose
los israelitas en el 931 a. C., bajo el liderazgo de Jeroboam,
apelaron a Roboam, heredero del trono de Salomón, para reducir los
tributos. Tres días esperaron para el veredicto. Mientras que los
ancianos aconsejaron a Roboam el aligerar los grandes tributos
existentes, los hombres más jóvenes sugirieron que los impuestos
tenían que ser incrementados. Cuando Roboam anunció que seguiría la
política sugerida por los últimos, se enfrentó con una rebelión
abierta. Escapando a Jerusalén, apeló a la milicia para suprimir el
levantamiento, pero solamente los hombres de Judá Y Benjamín
respondieron a su llamada. Tomando el consejo de Semaías, Roboam no
suprimió la rebelión.
Aunque la
política tributaria de Roboam fue la causa inmediata de la
disgregación del reino, son dignos de tener en cuenta un cierto número
de otros hechos. La envidia había existido durante algún tiempo entre
las tribus de Judá y
las de Efraín (ver Jueces 8:1-3; 12:1-6; II Sam. 2:9;
19:42-43).
Aunque David había unificado todo Israel en un gran reino, a
pesada contribución en tributos y la labor hecha por las otras tribus
para Jerusalén, precipitó la rebelión. La muerte de Salomón dio la
oportunidad para que esas y otras tribus se rebelaran contra Judá.
Egipto pudo
haber tenido una parte vital en la disgregación del reino salomónico.
Allí fue donde Jeroboam encontró refugio durante los últimos días de
Salomón. Hadad, el edomita, encontró asilo en Egipto durante los
primeros años, pero retornó a Edom, incluso durante el tiempo del rey
Salomón (I Reyes 11:14-22). Aunque no se dan detalles, pudo muy bien
haber ocurrido que Egipto apoyase a Jeroboam en rebelión contra la
dinastía davídica.
Otro factor
que contribuyó a la división del reino, está explícitamente mencionada
en el relato bíblico —la apostasía de Salomón y la idolatría— (I Reyes
11:9-13). Por consideración a David, el juicio fue pospuesto hasta la
muerte de Salomón. Roboam tuvo que sufrir las consecuencias.
Como la
división actual del reino llegó a ser una realidad, los sacerdotes y
los levitas procedentes de varias partes de la nación, vinieron al
Reinó del Sur. Jeroboam sustituyó la idolatría por la verdadera
religión de Israel. Despachó y apartó a quienes habían estado al
servicio religioso, por lo que muchos tuvieron que abandonar sus
propiedades y establecerse en Judá. Aquello promovió un real y
fervoroso sentimiento religioso por todo el Reino del Sur durante los
tres primeros años del reino de Roboam (ITCrón. 11:13-17).
Durante los
primeros años de su reinado, Roboam fue muy activo en la construcción
y en la fortificación de muchas ciudades por toda Judá y Benjamín. En
cada una, situaba comandantes, estableciendo y reforzando así su
reinado. Tales ciudades tenían, además, como motivación el
establecimiento de sus familias y su distribución, puesto que Roboam,
siguiendo el ejemplo de su padre, practicó la poligamia.
Roboam
comenzó su reinado con una sincera y religiosa devoción. Cuando el
reino estuvo bien establecido, él y su pueblo cometieron apostasía
(II
Crón. 12:1). Como resultado, Sisac, rey de Egipto,
invadió Judá en el año quinto del reinado de Roboam y tomó muchas de
las ciudades fortificadas, llegando incluso a Jerusalén. Cuando
Semaías anunció que esto era un juicio de Dios caído sobre ellos, el
rey y los príncipes se humillaron. En respuesta, el profeta les
aseguró que la invasión egipcia sería atemperada y que Judá no sería
destruida. De acuerdo con la lista de Karnak, Sisac el Egipcio,
apoyado por bárbaros procedentes de Libia y Etiopía, sometió unas 150
plazas en Edom, Filistea, Judá e incluso Israel, incluyendo Meguido.
Además de su devastación en Judá, Sisac atacó Jerusalén,
asolándola, y apropiándose de los tesoros del templo. La espléndida
visión de los escudos de oro puro dio paso a otros hechos de bronce en
los días de Roboam.
A despecho de
su inicial fervor religioso, Roboam sucumbió a la idolatría. Iddo, el
profeta que escribió una historia del reino de Roboam, pudo haber sido
el mensajero de Dios para avisar al rey. Por añadidura a la idolatría
y a la invasión por Egipto, una intermitente situación de guerra entre
el Reino del Norte y el Reino del Sur hicieron los días de Roboam
tiempos de desazón constante. El Reino del Sur declinó rápidamente
bajo su mandato real.
Abiam,
continuador de la idolatría
Durante su
reinado de tres años, Abiam (913-910 a. C.) apenas sí persistió en las
líneas de conducta de su padre, tan de cortos alcances (I Reyes
15:1-8;
II
Crón.
13:1-22). Activó la crónica situación de estado de guerra entre Israel
y Judá, desafiando agresivamente a Jeroboam dentro del territorio
efraimita. Un movimiento envolvente llevó las tropas de Israel a una
ventajosa posición, pero en el conflicto que siguió, las fuerzas,
superadas en número de Abiam, derrotaron a los israelitas. Al tomar
Betel, Efraín, Jesana, con los pueblos de los alrededores, debilitó
Abiam el Reino del Norte.
Abiam
continuó en la tradición del inclusivismo religioso comenzando por
Salomón y promovido por Roboam. No abolió el servicio religioso en el
templo; pero simultáneamente permitía el culto de dioses extraños. La
extensión de esta acción se encuentra mejor reflejada en las reformas
de su sucesor. De esta forma, la idolatría se hizo más fuerte y se
extendió con más amplitud por todo el reino de Judá en los días de
Abiam. Esta política idolátrica habría tenido como resultado la
supresión y cambio de la familia real en Jerusalén, de no haber sido
por la promesa que en la Alianza se le prometió a David (I Reyes
15:4-5).
Asa inicia
la reforma
Asa gobernó
en Jerusalén durante cuarenta y un años (910-869 a. C.). Unas
condiciones de paz prevalecieron, por lo menos, los primeros diez años
de su largo reinado. Consideraciones de tipo cronológico implican que
era muy joven cuando murió Abiam. En esto, puede que tenga que ver el
hecho de que Maaca continuó como reina madre durante los primeros
catorce o quince años del reinado de Asa. A despecho de su influencia,
adoptó un programa de reforma en los cuales los altares extranjeros y
los lugares altos fueron suprimidos y los pilares y los asherim
destruidos. El pueblo fue amonestado para que guardase celosamente la
Ley de Moisés y los mandamientos. Políticamente, este tiempo de paz
fue utilizado ventajosamente por el joven rey para fortificar las
ciudades de Judá y reforzar el ejército.
En el décimo
cuarto año de su reinado (897-896 a. C.), Judá fue atacada Ppr el sur
con un potente ejército de los etíopes. Puede que Zera, su caudillo,
hiciese esto bajo la presión de Osorkón I, sucesor de Sisac en el
trono de Egipto. Con la ayuda divina Asa y su ejército rechazaron a
los invasores, persiguiéndoles hasta más allá de Gerar, y volvieron a
Jerusalén con abundante botín de guerra, especialmente ganado vacuno,
ovejas y camellos.
Exhortado por
el profeta Azarías tras de tan gran victoria, Asa activó valerosamente
su reforma por todo su reino, suprimiendo ídolos en varias ciudades.
En el tercer mes del décimo quinto año, hizo una gran asamblea cpn su
propio pueblo así como con mucha gente procedente del Reino del Norte
que había desertado, cuando reconocieron que Dios estaba con él e
hicieron abundantes sacrificios durante aquellas fiestas, tras la
reparación e1 altar del Señor. Alentado por el profeta y el rey, el
pueblo se avino una alianza de servir a Dios de todo corazón.
Indudablemente, fue con apoyo público con el que quitó de su puesto a
Maaca, como reina madre de Asera, la diosa cananea de la fertilidad,
fue aplastada, destruida y quemada en el valle de Cedrón. Debido al
apoyo popular, estas festividades religiosas fueron las más grandes
que cualquiera de las habidas en Jerusalén desde la erección del
templo de Salomón.
Tales
celebraciones religiosas en Judá, indudablemente perturbaron a Baasa.
Israel había sido derrotada por Abiam poco antes de que Asa se
convirtiera en rey. Desde entonces, había sido aún más debilitado por
la revolución, cuando la dinastía de Jeroboam fue suprimida.
Contemporáneamente, Asa estableció su reinado durante una era de paz.
La deserción de su pueblo hacia Jerusalén, en el décimo quinto año de
Asa (896-895 a. C.) indujo con presteza a Baasa a fortificar Rama
(II
Crónicas 16:1). Puesto que los caminos que procedían
desde el Reino del Norte convergían en Rama, a ocho kms. al norte de
Jerusalén, Asa consideró la cuestión como un acto agresivo estratégico.
Enviando a Ben-Adad, el rey de Siria, un presente de oro y plata
tomado del templo, Asa contrarrestó la agresión israelita. Ben-Adad
entonces se apoderó de territorio y ciudades en el Norte de Israel.
Cuando Baasa se retiró de Rama, Asa utilizó la piedra y la madera
recogida allí para construir y fortificar con ellas Geba y Mizpa.
Aunque la
alianza de Asa con Ben-Adad parece que tuvo éxito, Hanani, el profeta,
amonestó severamente al rey por su afiliación impía. Valientemente
recordó a Asa que había confiado en Dios al oponer satisfactoriamente
y con éxito a libios y a etíopes bajo Zera. Cuando se encaró con este
problema había ignorado a Dios. En consecuencia, se vería sujeto a
guerras a partir de entonces. Oyendo aquello, Asa se enfureció de tal
modo que metió a Hanani en prisión. Otras personas igualmente
sufrieron a causa de su antagonismo.
No hay
registros respecto a las guerras o actividades durante el reinado de
Asa, que fue largo y dilatado. Dos años antes de su muerte, cayó
enfermo de gravedad fatal. Ni incluso en esta situación y este período
de sufrimiento buscó al Señor. Aunque Asa era un piadoso y justiciero
gobernante durante los primeros quince años de su reinado, no hay
indicación en los relatos bíblicos de que jamás se recobrase de su
actitud de desafío ante las palabras del profeta. Aparentemente, el
resto de su reinado de 41 años no estuvo caracterizado por una
positiva y justa actividad que marcó su comienzo. El encarcelamiento
de Hanani, el profeta, parece implicar que no tenía temor del Señor ni
de su mensajero
(II
Crón. 17:3).
I
Josafat
—Un administrador piadoso
El reino de
25 años de Josafat (872-848 a. C.) fue uno de los más alentadores y
marcó una era de esperanza en la historia religiosa de Judá. En los
primeros años de su reinado, Josafat hizo revivir la política de
reforma religiosa que había sido tan efectiva en la primera parte del
reinado de Asa. Puesto que Josafat tenía treinta y cinco años de edad
cuando comenzó a gobernar, debió haber permanecido, muy probablemente,
bajo la influencia de los grandes líderes religiosos de Judá, en su
infancia y juventud. Su programa estuvo bien organizado. Cinco
príncipes, que estaban acompañados por nueve levitas principales y dos
sacerdotes, fueron enviados por todo Judá para enseñar la ley. Además
de esto, suprimió los lugares altos y los asherim paganos, para que el
pueblo no estuviera influenciado por ellos. En lugar de buscar a Baal,
como el pueblo probablemente había hecho durante las últimas dos
décadas del reinado de Asa, este rey y su pueblo se volvieron hacia
Dios.
Este nuevo
interés hacia Dios tuvo un amplio efecto sobre las naciones
circundantes, al igual que sobre Judá. Conforme Josafat fortificaba
sus ciudades, los filisteos y los árabes no declararon la guerra a
Judá, sino que reconocieron la superioridad del Reino del Sur,
llevando presentes y tributos al rey. Este providencial favor y apoyo
le animaron a construir ciudades para almacenes y fortalezas por todo
el país, estableciendo en ellas unidades militares. Además, contaba
con cinco comandantes de ejército en Jerusalén, ligados y responsables
directamente hacia su persona
(II
Crón.
17:1-19). Como natural consecuencia, bajo el mandato de Josafat, el
Reino del Sur prosperó política y religiosamente.
Existían
relaciones amistosas entre Israel y Judá. La alianza matrimonial entre
la dinastía de David y Omri, debió realizarse verosímilmente en la
primera década del reinado de Josafat (ca. 865 a. C.), puesto
que Ocozías, el hijo de esta unión, tenía veintidós años cuando
ascendió al trono de Judá en el 841 a. C.
(II
Reyes
8:26). Este nexo de unión con la dinastía gobernante del Reino del
Norte, aseguró a Josafat del ataque y la invasión procedente del
Norte.
Aparentemente,
transcurrió más de una década del reinado de Josafat sin noticias
entre los primeros dos versículos de
II
Crón.
18. El año era el 853 a. C. Después de la batalla de Qarqar, en la
cual Acab había participado en la alianza siria, para oponerse a la
fuerza expansiva de los asirios, Acab agasajó a Josafat de lo más
suntuosamente en Samaría. Mientras Acab consideró la recuperación de
Ramot de Galaad, que Ben-Adad el rey sirio no le había devuelto de
acuerdo con el tratado de Afee, invitó a Josafat a unirse a él en la
batalla. El rey de Judá respondió favorablemente; pero insistió en
asegurarse de los servicios y del consejo de un verdadero profeta.
Micaías predijo que Acab sería muerto en la batalla. Al tener
conocimiento de aquello, Acab se disfrazó. Al ser herido mortalmente
por una flecha perdida, Josafat consiguió escapar volviendo en paz a
Jerusalén.
Jehú
confrontó a Josafat valientemente con la palabra del Señor. Su
fraternización con la familia real de Israel, estaba disgustando al
Señor. El juicio divino vendría seguidamente, sin duda. Para Jehú esto
fue un gran acto de valor desde que su padre, Hanani, fue llevado a
prisión por Asa por haber amonestado al rey. Concluyendo su mensaje,
Jehú felicitó a Josafat por quitar de en medio los asherim y el
someterse y buscar a Dios.
En contraste
con Asa, su padre, Josafat respondió favorablemente a esta
amonestación. Personalmente fue por toda Judá desde Beerseba hasta
Efraín para alentar al pueblo a volverse hacia Dios. Completó esta
reforma, nombrando jueces en todas las ciudades fortificadas,
amonestándoles a que juzgasen con el temor de Dios, más bien que a
tenor de juicios particulares o aceptando sobornos. Los casos en
disputa debían apelarse a Jerusalén, donde los levitas, los sacerdotes
y los cabeza de familia importantes, tenían a su cargo el rendir
justas decisiones. Amarías, el jefe de los sacerdotes, era en última
instancia responsable de todos los casos religiosos. Las cuestiones
civiles y criminales, estaban a cargo de Zebadías, el gobernador de la
casa de Judá.
Poco después
de todo esto, Josafat se vio enfrentado a una terrorífica invasión
procedente del sudeste. Un mensajero informó que una gran multitud de
amonitas y moabitas se dirigían hacia Judá procedentes de la tierra de
Edom, al sur del mar Muerto. Si aquello era el castigo implicado en la
predicción de Jehú sobre la pendiente ira de Dios, entonces es que
Josafat había preparado sabiamente a su pueblo. Cuando proclamó el
ayuno, el pueblo de todas las ciudades de Judá respondió
inmediatamente. En la nueva corte del templo, el propio rey condujo la
oración, reconociendo que Dios les había otorgado la tierra prometida,
manifestado su presencia en el templo dedicado en los días de Salomón
y prometido la liberación, si se postraban humildemente ante El. En
las simples palabras: "ni sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros
ojos", Josafat expresó su fe en Dios, cuando concluyó su oración
(II
Crón. 20:12). Mediante Jahaziel, un levita de los hijos
de Asa, la asamblea recibió la seguridad divina de que incluso sin
tener que luchar ellos verían una gran victoria. En respuesta, Josafat
y su pueblo se inclinaron y adoraron a Dios, mientras que los levitas
audiblemente alabaron al Señor.
A la mañana
siguiente, el rey condujo a su pueblo al desierto de Tecoa y les
alentó a ejercitar su fe en Dios y en los profetas. Cantando alabanzas
a Dios, el pueblo marchaba contra el enemigo. Las fuerzas enemigas
fueron lanzadas en una terrible confusión y se masacraron unos a otros.
El pueblo de Judá empleó tres días en recoger el botín y los despojos
de la guerra. Al cuarto día, Josafat reunió a su pueblo en el valle de
Beraca para una reunión de acción de gracias, reconociendo que sólo
Dios les había dado la victoria. En una marcha triunfante, el
rey les condujo a todos de vuelta a Jerusalén. El temor de Dios cayó
sobre las naciones de los alrededores cuando supieron de esta
milagrosa victoria. Josafat de nuevo volvió a gozar de paz y quietud.
Con un nuevo
rey, Ocozías, sobre el trono omrida de Israel, Josafat entró una vez
más en íntima afinidad con esta malvada familia. En un esfuerzo
conjunto, intentaron fletar barcos en Ezión-geber para propósitos
comerciales. De acuerdo con la predicción del profeta Eliezer, los
barcos naufragaron
(II
Crón.
20:35-37). Cuando Ocozías le propuso otra nueva aventura, Josafat
declinó la proposición (I Reyes 22:47-49).
Antes del fin
de su reinado, Josafat de nuevo entró en alianza con un rey de Israel.
Esta vez fue con Joram, otro de los hijos de Acab. Cuando Acab murió,
Moab cesó de pagar tributos a Israel. Aparentemente, Ocozías, en su
corto reinado, no dijo nada al respecto. Cuando Joram se convirtió en
rey, invitó a Josafat a unir sus fuerzas con él en una marcha a través
de Edom para someter a Moab
(II
Reyes
3:l-27). Josafat de nuevo tuvo conciencia del hecho de que estaba
aliado con reyes impíos, cuando el profeta Elíseo salvó a los tres
ejércitos de la destrucción.
Josafat murió
en el año 848 a. C. En agudo contraste con la dinastía omrida, condujo
a su pueblo en la lucha contra la idolatría en todos sus aspectos. Por
su íntima asociación con los reyes malvados e impíos de Israel, sin
embargo, fue severamente amonestado por varios profetas. Esta política
de alianza matrimonial no afectó seriamente a su nación, mientras él
vivió, pero fue causa de que quedase casi eliminada la dinastía
davídica de Judá, menos de una década después de su muerte. Esta
complacencia de su política inclusivista, anuló con mucho, los
esfuerzos de toda una vida, en el bueno y piadoso rey Josafat.
Joram
vuelve a la idolatría
Joram, el
hijo de Josafat, gobernó sobre Judá durante ocho años (848-841 a. C.).
Aunque era corregente con su padre, no asumió mucha responsabilidad
hasta después de morir Josafat. En el relato escriturístico
(II
Crón. 21:1-20;
II
Reyes
8:16-24) se dan ciertas fechas sobre la base de su acceso al trono en
el 853, mientras que otros se refieren al 848 a. C. cuando asumió el
completo dominio del remo.
La muerte de
Josafat precipitó rápidos cambios en Judá. El pacífico gobierno que
había prevalecido bajo Josafat, fue pronto reemplazado por el
derramamiento de sangre y una gran idolatría. Tan pronto como Joram
estuvo seguro en el trono, asesinó a seis de sus hermanos, a quienes
Josafat había asignado el mando de sendas ciudades fortificadas.
Muchos de los príncipes siguieron la misma suerte. El hecho de que
adoptase los mismos caminos pecaminosos de Acab y Jezabel parece
razonable atribuirlo a la influencia de su esposa, Atalía. Restauró
los lugares altos y la idolatría, que su padre había suprimido y
destrozado. También se produjeron cambios en otras cuestiones y
aspectos. De acuerdo con Thiele, Joram, en este tiempo, incluso adoptó
para Judá el sistema del año de no accesión, y su numeración,
utilizado en el Reino del Norte.
Elías el
profeta reprochó severamente a Joram por escrito
(II
Crón.
21:11-15). Mediante aquella comunicación escrita, Joram fue advertido
de estar pendiente de juicio por su crimen al matar a sus hermanos y
conducir a Judá por los perversos caminos del Reino del Norte. El
tenebroso futuro suponía una plaga para Judá y una enfermedad
incurable para el propio rey.
Edom se
revolvió contra Joram. Aunque él y su ejército estaban rodeados por
los edomitas, Joram huyó y Edom ganó así su independencia. Los
filisteos y los árabes que habían reconocido a Josafat pagándole
tributos, no solamente se revolvieron, sino que avanzaron hacia
Jerusalén, llegando a atacar y a destrozar el propio palacio del rey.
Se llevaron con ellos un enorme tesoro y tomaron como cautivos a los
miembros de la familia de Joram, con la excepción de Atalía y un hijo,
Joacaz o Ocozías.
Dos años
antes de su muerte, Joram fue tocado con una terrible e incurable
enfermedad. Tras un período de terribles sufrimientos, murió en el 841
a. C. Los trágicos y sorprendentes efectos de este corto reinado,
están reflejados en el hecho de que nadie lamentó su muerte. Ni
siquiera se acordó darle el honor usual de ser enterrado en la tumba
destinada a los reyes.
Ocozías
promueve el baalismo
Ocozías tuvo
el más corto de los reinados durante este período, siendo rey de Judá
menos de un año (841 a. C.). Mientras que Joram había asesinado a
todos sus hermanos cuando llegó al trono, los hijos de Joram fueron
todos muertos por los árabes con la excepción de Ocozías.
Consecuentemente, el pueblo de Judá no tuvo otra alternativa que
coronar rey a Ocozías. Bajo el consejo personal de su madre, la maldad
de Acab y Jezabel encontró completa expresión cuando Ocozías se
convirtió en rey de Judá. Bajo la dominación de aquella mujer y la
influencia de su tío, Joram, que gobernaba Samaría, Ocozías tuvo poco
que elegir. La pauta ya había sido establecida por su padre.
Siguiendo el
consejo de su tío, el nuevo rey se unió a los israelitas en la batalla
contra Siria. Puesto que Hazael acababa de reemplazar a Ben-Adad como
rey de Damasco, Joram decidió que aquella era la oportunidad de
recuperar Ramot de Galaad de los sirios. En el conflicto que siguió,
Joram fue herido. Ocozías, estaba con Joram en Jezreel, el palacio de
verano de la dinastía omrida, cuando la revolución estalló en Israel.
Mientras Jehú marchaba contra Jezreel, Joram fue mortalmente herido,
mientras que Oco-cías buscó refugio en Samaría. En otra persecución
posterior, fue fatalmente herido y moría en Meguido. Como muestra de
respeto por Josafat, su nieto, Ocozías fue enterrado con los honores
de rey en Jerusalén.
Sin un
heredero calificado para hacerse cargo del reino de Judá, Atalía ocupó
el trono en Jerusalén. Para asegurar su posición comenzó con la
ejecución de la familia real
(II
Crón.
22:10-12). Lo que Jezabel, su madre, había hecho con los profetas en
Israel, Atalía hizo con la familia de David en Judá. A través de una
alianza matrimonial arreglada por Josafat con el malvado Acab, esta
nieta de Etbaal, rey de Tiro, se convertía en la esposa del heredero
del trono de David. Indudablemente, ella no se mantuvo todo el tiempo
que vivió Josafat. Lo que ella hizo en Judá, tras su muerte, es
trágicamente aparente en los acontecimientos que se desarrollaron en
los días de su marido, Joram, y de su hijo, Ocozías. A esto, siguió un
período de terror que duró seis años (841-835 a. C.).
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Capitulo
XII
Revolución,
recuperación y ruina
La línea de
Jehú ocupó el trono por casi un siglo, más tiempo que cualquier otra
dinastía en el Reino del Norte (841-753 a. C.). Cuando Jehú fue
entronizado mediante una revolución, Israel estaba debilitada y
reducida a su más pequeña área geográfica, cediendo terreno a sus
agresivos vecinos. Bajo el cuarto rey de esta familia, el Reino del
Norte alcanzó su cima en cuestión de prestigio internacional. Esta
efímera prosperidad se diluyó en el olvido en menos de tres décadas,
bajo el creciente poder de los asirios.
La
dinastía de Jehú
Una
sangrienta revolución tuvo lugar en Israel, cuando Jehú, un capitán
del ejército, desalojó a la dinastía omrida. En su ocupación de
Jezreel, dispuso de Joram, el rey israelita, Ocozías, el rey de Judá
y Jezabel, la única responsable de hacer del baalismo parte tan
efectiva de la religión de Israel.
Marchando a
Samaria, Jehú mató a setenta hijos de la familia de Acab y dirigió la
ejecución de todos los entusiastas de Baal que habían sido engatusados
en celebraciones masivas en el templo erigido por Acab. Puesto que la
religión y la política habían estado tan íntimamente fusionadas en la
dinastía omrida, la brutal destrucción del baalismo fue una cuestión
de utilidad y conveniencia para Jehú.
Jehú tuvo
problemas por todas partes. Al exterminar la dinastía omrida, perdió
el favor de Judá y de Fenicia, cuyas familias reales estaban
íntimamente aliadas con Jezabel. Ni tampoco se unió al nuevo rey
sirio, Hazael, oponiéndose al avance asirio hacia el oeste.
En el famoso
Obelisco Negro descubierto por Layard en 1846, Salmanasar
III
informa que percibía tributos de Jehú. Tras cinco
ataques sin resultado sobre Damasco, el rey asirio condujo sus
ejércitos hacia la costa del Mediterráneo, norte de Beirut, y obtuvo
tributos de Tiro y Sidón, al igual que del rey de Israel. Por esta
acción conciliatoria, Jehú contuvo la invasión asiría de Israel, pero
incurrió en el antagonismo de Hazael, por haber aplacado a Salmanasar
III.
Durante los primeros años de este período (841-837 a.
C.) Hazael resistió la agresión asiría por sí solo. Mientras fueron
conquistadas algunas de las ciudades del norte, Damasco se sostuvo con
éxito en aquella crisis. Los asirlos no renovaron sus ataques por casi
dos décadas. Esto permitió a Hazael el dirigir a su poderío militar
bien curtido hacia el sur, en una renovación de su guerra contra
Israel. A expensas de Jehú los sirios ocuparon la tierra de Galaad y
Basan, al este del Jordán
(II
Reyes
10:32-33). Habiendo llegado al trono de Israel valiéndose de medios
sangrientos, Jehú aparentemente nunca fue capaz de unificar su nación
lo suficientemente como para hacer frente al poderío de Hazael. Es
dudoso que Hazael redujese a Jehú al vasallaje sirio, pero por el
resto de los días de Jehú, Israel fue acosado y perturbado por el
citado y agresivo rey sirio.
Aunque Jehú
suprimió el baalismo, no conformó la cuestión religiosa a la ley de
Dios. La idolatría todavía prevaleció desde Dan a Betel, y de ahí el
aviso divino de que sus hijos reinarían tras él sólo hasta la cuarta
generación.
Joacaz
Joacaz, el
hijo de Jehú, tuvo el mismo rey sirio con quien enfrentarse por todo
su reinado (814-798 a. C.). Hazael tomó ventaja del nuevo gobernante
de Israel, extendiendo el dominio sirio hasta la tierra de las colinas
de Efraín. El ejército de Israel quedó reducido a 50 jinetes, 10
carros de combate, y 10.000 soldados de infantería. En tiempos de Acab,
Israel había proporcionado 2.000 carros de combate en la batalla de
Qarqar. Hazael incluso avanzó más allá de Israel para capturar Gat y
amenazó con la conquista de Jerusalén, durante el remado de Joacaz
(II
Reyes 12:17).
La gradual
absorción de Israel por Siria, debilitó el remo del Norte hasta el
extremo de que Joacaz fue incapaz de resistir a otros invasores. Las
naciones circundantes, tales como los edomitas, los amonitas, los
filisteos y los tirios, también adquirieron ventaja de los apuros de
Israel. Esto se refleja por Amos (1:6-15) e Isaías (9:12).
Bajo la
tremenda presión extranjera, Joacaz s& volvió hacia Dios, y de esta
forma Israel no fue completamente subyugado por los sirios. A pesar de
este alivio, no se apartó del todo de la idolatría de Jeroboam ni
destruyó los asherim en Samaría
(II
Reyes
13:1-9).
Jóas
Joás, el
tercer rey de la dinastía de Jehú, gobernó Israel durante diez y seis
años (798-782 a. C.). Con la muerte de Hazael, cerca y con
anterioridad al cambio del siglo, fue posible comenzar la
restauración de Israel y sus riquezas bajo el liderazgo de Joás.
Eliseo, el
profeta, todavía vivía cuando Joás ascendió al trono. El silencio de
las Escrituras garantiza la conclusión de que ni Jehú ni Joacaz
tuvieron mucho que hacer con Eliseo. Cuando el profeta se hallaba
próximo a la muerte, Joás fue a verle. Llorando en su presencia, el
rey expresó su temor por la seguridad de Israel. En su lecho de muerte,
Eliseo instruyó dramáticamente al rey de que disparase su flecha,
asegurándole que esto significaba la victoria israelita sobre Siria.
El milagro final asociado con el profeta Eliseo, ocurrió tras su
muerte. Un hombre muerto, arrojado a la tumba de Eliseo durante un
ataque moabita, fue devuelto a la vida.
Con el cambio
de reyes en Siria, Joás estuvo en condiciones de reconstruir una gran
fuerza combatiente. Ben-Adad
II
fue
definitivamente colocado en una posición defensiva, mientras que Joás
volvió a reconquistar mucho del territorio ocupado por los sirios bajo
Hazael. La recuperación de la zona este del Jordán pudo no haber sido
llevada a cabo hasta la época de su sucesor; pero esta fue un período
de preparación en el cual Israel comenzó a levantarse en poder y en
prestigio.
Durante el
reinado de Joás, Amasias, rey de Judá, tomó un ejército mercenario
israelita para ayudar a subyugar a los edomitas
(II
Crón.
25:6); sin embargo, tomando el consejo de un profeta, lo despidió
antes de ir a la batalla. Al retornar a Israel, rapiñaron las ciudades
en ruta desde Bet-horón a Samaria, matando a 3.000 personas
(II
Crón. 25:13). Retornando en triunfo de la victoria
edomita, Amasias desafió a Joás a la batalla. Este último respondió
con una advertencia respecto a la suerte que corría un cardo que hizo
una petición de un cedro del Líbano. Evidentemente, Amasias no captó
el significado de tales palabras. En el encuentro militar que tuvo
lugar a continuación, Joás no sólo derrotó a Amasias sino que invadió
Judá, destruyó parte de la muralla de Jerusalén, hundió el palacio
y el templo y tomó rehenes con los que volvió a Samaria. Sobre la
base de la sincronización de la cronología de este período, Thiele ha
llegado a la conclusión de que esta batalla tuvo lugar en el 791-790
a. C.
Aunque Joás
se sintió turbado por la pérdida de Eliseo, no estuvo sinceramente
interesado en servir a Dios, sino que continuó en sus idolátricos
pasos. Su corto reinado marca e] punto de cambio en la fortuna de
Israel, como Eliseo había predicho.
Jeroboam
II
Jeroboam, el
cuarto gobernante de la dinastía de Jehú, fue el rey más sobresaliente
del Reino del Norte. Reinó cuarenta y un años (793-753 a. C.)
incluyendo doce años de corregencia con su padre. Por la época en que
tornó las riendas del poder absoluto del reino (781 a. C.), se
encontró en una posición de tomar completa ventaja de las
oportunidades para la expansión.
Como Omri, el
rey más fuerte que existió antes que él, la historiografía de Jeroboam
II
es muy breve en la Escritura
(II
Reyes
14:23-29). La vasta expansión política y comercial ocurrida bajo este
rey, está sumarizada en la profecía de Jonás, el hijo de Amitai, que
pudo haber sido el profeta de tal nombre que fue enviado con una
misión a Nínive (Jonás 1:1).
Jonas
predijo que Jeroboam restauraría Israel desde el mar Muerto hasta las
fronteras de Hamat.
Fuentes
seculares confirman las referencias bíblicas de que Ben-Adad
II
no fue capaz de retener el reino establecido por su
padre, Hazael. Dos ataques sobre Siria llevados a cabo por Adad-Nirari
III
(805-802 a. C.) y Salmanasar
IV,
la
debilitaron considerablemente a expensas de Asiria. Además de esto,
Zakir de Hamat formó una coalición que derrotó a Ben-adad
II
y afirmó la independencia de Siria durante este período.
Esto dio a Jeroboam ía oportunidad de recobrar el territorio al este
del Jordán que los sirios habían controlado por casi una centuria.
Después del año 773 a. C. los reyes asirios estuvieron tan ocupados
con problemas locales y nacionales, que no intentaron hacer ningún
avance hacia Palestina, hasta después de la época de Jeroboam. En
consecuencia, el reino israelita gozó de una pacífica prosperidad
inigualada desde los días de Salomón y David.
Samaría, que
había sido fundada por Omri, fue entonces fortificada por Jeroboam. La
muralla protectora de la ciudad fue ensanchada hasta diez metros en
algunos lugares estratégicos. Las fortificaciones estaban tan bien
construidas, que casi medio siglo más tarde, los asirios emplearon
tres años en conquistar la ciudad.
Amos y Oseas,
cuyos libros aparecen en la lista de los profetas menores, reflejan la
prosperidad de aquellos días. El éxito militar y comercial de
Jeroboam, llevó a Israel a una abundancia de riqueza. Con este lujo,
llegó también un declive moral y una indiferencia religiosa, todo ello
denunciado valientemente por los profetas. Jeroboam
II
había
hecho lo malo a la vista del Señor y motivado que Israel cayese en el
pecado, como lo hizo el primer rey de Israel.
Zacarías
Cuando
Jeroboam
II
murió en el
año 753 a. C. fue sucedido por su hijo Zacarías, cuyo reinado
solamente duró seis meses. Fue asesinado por Salum
(II
Reyes
15:8-12). Con esto acabó bruscamente la dinastía de Jehú.
Los
últimos reyes
El pueblo que
oyó a Amos y a Oseas, comprobó cuan pronto el juicio que amenazaba a
Israel caería sobre el país. En un período de sólo tres décadas
(752-722 a. C.) el poderoso Reino del Norte cesó de existir como
nación independiente. Bajo la expansión del imperio de Asiria,
capituló para ya no volver jamás a ser un reino israelita.
Salum
(752 a. C.)
Salum tuvo el
más corto reinado en el Reino del Norte exceptuando al gobierno de
siete días de Zimri. Tras haber matado a Zacarías y ocupado el trono,
gobernó durante un mes. Fue asesinado.
Manahem
(752-741 a. C.)
Manahem tuvo
mejores propósitos. Estuvo en condiciones de establecerse en el trono,
con éxito, por aproximadamente una década. Se conoce muy poco de su
política doméstica, excepto que continuó en la pauta idolátrica de
Jeroboam
I.
El más serio
problema de Manahem fue la agresión asiría. En el 745 a. C.,
Tiglat-pileser o Pul comenzó a gobernar en Asiria como uno de los más
poderosos reyes de la nación. Aterrorizó a las naciones, introduciendo
el sistema de apoderarse de personas de territorios conquistados,
cambiándolas de lugar en grandes distancias. Ciudadanos eminentes,
directivos y oficiales políticos, eran reemplazados por extranjeros
con objeto de prevenir cualquier ulterior rebelión tras la conquista.
En los años 743-738, Tiglat-pileser
III
emprendió una campaña hacia el noroeste que implicaba a las naciones
de Palestina. La evidencia arqueológica favorece la teoría de que
Uzías, rey de Judá, condujo las fuerzas de Asia Occidental contra el
poderoso avance asirio. En las crónicas asirías, Manahem está citado
como habiendo sido repuesto en el trono sobre la condición de que
pagase tributos.
Aunque el tiempo exacto para este pago no
puede ser establecido, Thiele avanza la idea en favor de que los
principios de la campaña noroccidental coincidiesen con el fin del año
del reinado de Manahem. Pacificado por estas concesiones, Pul
volvió a Asiria y Manahem murió en paz, con su hijo ostentando el
liderazgo del Reino del Norte.
Pekaía
(741-739 a. C.)
Pekaía siguió
la política de su padre. Continuando en la recogida de tributos como
vasallo de Asiria, Pekaía tuvo que haber encontrado una fuerte
resistencia de su propio pueblo. Muy verosímilmente, Peka se irguió
como campeón en favor de un movimiento para rebelarse contra Asiria y
fue el responsable del asesinato de Pekaía.
Peka
(739-731 a. C.)
El reinado de
ocho años de Peka, marcó un período tanto de crisis nacional como
internacional. Aunque Siria, con su capital en Damasco, pudo haber
sido sometida a Israel en los días de Jeroboam
II,
se
aseguró a sí misma, bajo el mando de un nuevo rey, Rezín, durante este
período de declive de Israel. Teniendo como enemigo común a los
asirios, Peka se encontró reforzado en su política antiasiria por
Rezín. Mientras que los asirios se hallaban principalmente ocupados
con una campaña militar en Urartu (737-735 a. C.), estos dos reyes se
propusieron intentar una sólida alianza occidental, para hacer frente
a los asirios.
En. Judá, la
corriente pro-asiria tuvo éxito aparentemente (735 a. C), poniendo a
Acaz al frente del gobierno incluso aunque Jotam vivía todavía.
Consecuentemente, resistió presiones de Israel y de Siria para
cooperar con ellos contra Asiría. En el 734, Tiglat-pileser
III
invadió a los filisteos. Acaz pudo haber apelado a los
asirios para aliviarle de la presión filistea
(II
Crón.
28:16-21) o tal vez fuese ya tributario de Tigiat-pileser. Unger
sugiere que fue durante esta invasión filistea cuando los asirios
tomaron ciudades en el Reino del Norte
(II
Reyes
15:29).
La presión
sirio-israelita sobre Judá terminó en lucha verdadera conocida como
la Guerra Sirio-Efrainita
(II
Reyes
16:5-9;
II
Crón.
28:5-15; Is. 7:1-8:8). Los ejércitos sirios marcharon contra Elat para
recuperar tal puerto de mar de Judá para los edomitas, quienes
indudablemente apoyaron la coalición contra Asiría. Aunque Jerusalén
estaba asediada y los cautivos procedentes de Judá eran llevados a
Samaría y a Damasco, el Reino del Sur no estaba subyugado ni obligado
en esta alianza anti-asiria.
Dos
importantes acontecimientos afectaron la retirada de las fuerzas
invasoras procedentes de Judá. Cuando los cautivos eran llevados a
Samaría, un profeta, llamado Oded, declaró que aquello era un juicio
divino sobre Judá y advirtió a los israelitas de la ira de Dios.
Gracias a la presión de los príncipes y de una asamblea israelita, los
cautivos fueron puestos en libertad por los oficiales del ejército.
Otro hecho
importante fue que Acaz rehusó ceder a las demandas sirio-efraimitas,
apelando directamente a Tiglat-pileser en demanda de auxilio. El rey
asirio había formulado indudablemente sus planes para subyugar la
tierra del Oeste. Tal invitación le estimuló seguidamente para entrar
en acción. Damasco se convirtió en el punto focal de ataque en las
campañas de 733 y 732 a. C., y Tiglat-pileser blasona de haber tomado
591 ciudades en esta zona siria, seguido por la capitulación de
Damasco, en el 732. Siria quedó impotente para poder intervenir ni
obstaculizar el avance hacia el oeste de Asiría. Durante el siglo
siguiente, Damasco y sus provincias que por doscientos años habían
constituido el reino influyente de Siria quedaron sometidas al
control de Asiria.
La caída de
Damasco tuvo las subsiguientes repercusiones en Samaría. Peka que
había llegado al poder como el campeón de la política anti-asiria,
quedó humillado. Con Siria postrada ante el poder asirio, las
oportunidades de supervivencia de Israel eran casi nulas y carentes de
toda esperanza. Peka se convirtió en la víctima de una conspiración
llevada a cabo por Oseas, el siguiente rey. Indudablemente, fue la
supresión de Peka lo que salvó a Samaría de la conquista en aquella
ocasión.
Oseas
(731-722 a. C.)
Al
convertirse en rey del Reino del Norte en el 731 a. C., Oseas tenía
poco que elegir en su política inicial. Fue simplemente un vasallo de
Tiglat-pileser quien blasonaba de haberle colocado sobre el trono de
Samaría.
El dominio de
Oseas fue confinado al territorio de las colinas de Efraín. Galilea y
el territorio al este del Jordán, habían estado bajo el control asirio
desde la campaña del año 734. Tiglat-pileser
III
pudo
haber conquistado Meguido durante esta serie de invasiones desde el
oeste y utilizándola como la capital administrativa para las
provincias galileas.
En el año 727
a. C. Tiglat-pileser
III,
el
gran rey de Asiria, murió. Esperando que Salmanasar
V
no
estaría en condiciones de mantener el control de su extenso territorio,
Oseas dependió del apoyo de Egipto, al interrumpir sus pagos
tributarios a Asiria. Sin embargo, no fue así el caso. Salmanasar
V
puso en marcha sus ejércitos contra Israel, poniendo
sitio a la ciudad más fuertemente fortificada de Samaría en el 725 a.
C. Durante tres años, Oseas fue capaz de soportar la tremenda presión
del poderoso ejército asirio, pero finalmente se rindió en el 722.
Con aquello
se terminó el Reino del Norte. Bajo la política asiría de deportación,
los israelitas fueron llevados a regiones de Persia. De acuerdo con
los anales asirios, Sargón. sucesor de Salmanasar, afirmaba haber
hecho 28.000 víctimas. Por contra, los colonos de Babilonia fueron
establecidos en Samaría, y el Reino del Norte quedó reducido a la
situación de una provincia asiría.
Durante dos
siglos los israelitas habían seguido la pauta establecida por Jeroboam
I, fundador del Reino del Norte. Incluso con el cambio de dinastía,
ísrael nunca se divorció de la idolatría que era diametralmente
opuesta a la ley de Dios, como estaba prescrito en el Decálogo. A lo
largo de todo este período, los fieles profetas proclamaron el mensaje
de Dios, advirtiendo a los reyes al igual que al pueblo del juicio
divino que pendía sobre ellos. Por su gran idolatría y el fracaso en
servir a Dios, los israelitas quedaron sujetos a la cautividad en
manos de los gobernantes asirios.
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Capítulo
XIII
Judá
sobrevive al imperialismo asirio
El gobierno
de noventa años de la dinastía davídica en Jerusalén, fue bruscamente
terminado con la accesión al poder de Atalía en el año 841 a. C. La
fruición de la política practicada de forma impía por Josafat llevó a
la malvada hija de Acab y Jezabel al trono de Judá, menos de una
década después de la muerte de Josafat. De acuerdo con la divina
promesa hecha a David, el linaje real fue restaurado tras un
interludio de siete años.
Durante este
período, cuando ocho reyes de la dinastía davídica gobernaron sobre
Judá, la etapa religiosa más significativa fue la del reino de
Ezequías. El relato histórico de esos dos siglos se halla registrado
en
II
Reyes
11:1-21:26 y
II
Crón.
22:10-33:25. Contemporáneo de Ezequías fue el gran profeta Isaías, que
también proporciona una información suplementaria.
Atalía —un
remado de terror
Con el
entierro de su hijo Ocozías, Atalía se hizo cargo del trono en el
Reino del Sur en el 841 a. C. Para asegurar su posición como
gobernante, ordenó la ejecución de todos los descendientes reales,
iniciando así un reinado de terror. Aparentemente no escapó ninguno de
los herederos al trono, excepto Joás, el infante hijo de Ocozías.
Durante el remado de siete años de Atalía, Josaba, hermana de Ocozías,
escondió al heredero real en el templo.
Un drástico
cambio en el clima religioso siguió a la muerte de Josafat. Siendo una
fanática seguidora de Baal, como lo fue su madre Jezabel, Atalía
promovió este culto idolátrico para ser practicado en Jerusalén y por
todo Judá. Los tesoros y objetos del templo fueron tomados y aplicados
al culto de Baal. Matan sirvió como sumo sacerdote en Jerusalén.
Indudablemente el derramamiento de sangre y la persecución del
baalismo en el Reino del Norte, bajo Jehú, hizo que Atalía emprendiese
con más ardor el establecimiento del culto a la fertilidad en aquella
época en Judá.
Joiada, un
sacerdote que había sido testigo del resurgimiento religioso en la
época de Asa y Josafat, fue el instrumento en la restauración del
linaje real. A su debido tiempo, aseguró el apoyo de la guardia real y
Joás fue coronado rey en la corte del templo. Cuando Atalía oyó las
aclamaciones, intentó entrar, pero fue detenida, arrestada y ejecutada
en el interior del palacio.
Joás —reforma
y reincidencia
Joás no era
sino un muchacho de siete años cuando comenzó su largo reinado
(835-796 a. C.). Puesto que Joiada instigó la coronación de Joás, la
política del estado fue formulada y dirigida por él mientras vivió.
Con la
ejecución de Atalía el culto de Baal también quedó destruido! Los
altares de Baal fueron destrozados y Matan el sacerdote, muerto.
Joiada inició una alianza en la que el pueblo prometió servir a Dios.
Mientras vivió el interés general prevaleció en el verdadero culto a
Dios, aunque algunos de los lugares altos todavía quedaron en uso.
El templo y
sus servicios habían quedado grandemente abandonados durante el
reinado del terror, y Joás, de acuerdo con el consejo de Joiada,
apoyó la restauración de los holocaustos. Como el templo tenía que
ser vuelto a utilizar, y de forma oficial, se hizo obvio que debía ser
reparado. Para tal propósito, tales sacerdotes fueron instruidos en
recolectar fondos por toda la nación, pero sus esfuerzos fueron
infructuosos. En el vigésimo tercer año del reinado de Joás (ca.
812a. C.) se adoptó un nuevo método para obtener fondos. Se colocó
una caja en el atrio, al lado derecho del altar. En respuesta a una
proclamación pública, el pueblo daba con entusiasmo al principio,
como lo había hecho cuando Moisés pidió donativos para construir el
tabernáculo. Artesanos y artistas pusieron manos a la obra reparando y
embelleciendo los lugares elegidos. Del oro y la plata que quedaba aún,
hicieron los ornamentos apropiados. La liberalidad del pueblo para
este propósito, no disminuyó las contribuciones regulares en favor de
los sacerdotes. El apoyo popular a la verdadera religión alcanzó una
nueva cima bajo la influencia de Joiada, con la restauración del
templo.
Poco tiempo
después, el juicio divino cayó de nuevo sobre Judá. Tras la muerte de
Joiada, la apostasía surgió nuevamente, conforme los príncipes de Judá
persuadían a Joás de volver a los ídolos y al asherim. Aunque los
fieles profetas advirtieron al pueblo, éste ignoró las admoniciones de
los santos varones. Cuando Zacarías, el hijo de Joiada, advirtió al
pueblo que no prosperaría si continuaban desobedeciendo los
mandamientos del Señor, fue lapidado en el atrio del templo. Joás ni
siquiera recordó la bondad de Joiada, pudiendo haber salvado la vida
de Zacarías.
Hazael ya
había extendido su reino sirio-palestino hacia el sur, a expensas del
Reino del Norte. Tras de la conquista de Gat, en la llanura filistea,
se encaró con Jerusalén, a solo 53 kms. tierra adentro
(II
Reyes
12:17-18). Para evitar una invasión de este rey guerrero, Joás despojó
al templo de los tesoros que habían sido dedicados desde los tiempos
de Josafat, y los envió a Hazael juntamente con el oro del tesoro de
palacio. A causa de este
signo de servidumbre, Jerusalén quedó libre de la
humillación de haber sido sitiada y conquistada. Presumiblemente debió
ser el fallo en pagar el tributo lo que empujó al rey arameo a enviar
un contingente de tropas contra Jerusalén, algún tiempo más tarde
(II
Crón. 24:23-24). Puesto que el "rey de Damasco"
no está identificado por el nombre, es altamente probable que Ben-adad
II
ya había sido reemplazado por Hazael sobre el trono de
Siria. Esta vez, el ejército sino entró en Jerusalén. Tras matar a
algunos de los príncipes, y dejando a Joás herido, volvieron a Damasco
con el botín. Los servidores de palacio se aprovecharon de la
situación para vengar la sangre de Zacarías, asesinando a su rey. Joás
fue enterrado en la ciudad de David, pero no en la tumba de los reyes.
Mientras
tanto Asa había derrotado a un gran contingente armado con su pequeño
ejército, porque se colocó al servicio de Dios poniendo en El toda su
fe, Joás había sido destruido por una pequeña unidad armada enemiga.
Aquello fue un claro juicio de Dios. Tras de la muerte de Joiada, Joás
permitió la apostasía que se infiltró en Judá e incluso toleró el
derramamiento de sangre inocente.
Amasias —victoria
y derrota
Con la brusca
terminación del reino de Joás, Amasias fue inmediatamente coronado
rey de Judá. Aunque reinó un total de veintinueve años (796-767 a. C.)
fue el único gobernante por sólo un corto período. Tras el 791 a. C.
Uzías, su hijo, comenzó a reinar como corregente sobre el trono de
David.
Tanto Judá
como Israel habían sufrido muy seriamente bajo el agresivo poder de
Hazael, rey de Siria. Su muerte a la vuelta del siglo, marcó el punto
crucial en la fortuna de los reinos hebreos. Joás, que ascendió al
trono en Samaría en el 798 a. C. organizó un fuerte ejército que en su
momento desafió al poder sirio. Amasias adoptó una política similar
para Judá capacitando a su nación para recuperarse de la invasión y de
la sangre real vertida.
Uno de los
actos primeros de agresividad de Amasias fue recobrar Edom. Joram
había derrotado a los edomitas, pero había fallado en someterlos a
Judá. Aunque Amasias disponía de un ejército de 300.000 hombres, se
hizo con una tropa mercenaria de otros 100.000 hombres procedentes de
Joás rey de Israel. Un hombre de Dios vino a advertirle que si
utilizaba a tales soldados israelitas, Judá sería derrotado en la
batalla. En consecuencia, Amasias desechó los contingentes del Reino
del Norte, aunque había pagado por sus servicios. Con su propio
ejército, derrotó a los edomitas y capturó Seir, la capital. Al volver
a Jerusalén, Amasias introdujo a los dioses edomitas en su pueblo y
les prestó culto. Su idolatría no quedó impune, ya que un profeta
anunció que Amasias sufriría la derrota por su extravío en el
reconocimiento de Dios
(II
Crón.
25:1-16).
Amasias, con
una victoria sobre Edom en su haber, se confió tanto en su poder
militar que desafió a Joás a la batalla. Las tropas israelitas, que
habían sido despachadas sin hacer el servicio militar, fueron tan
provocadas que rapiñaron las ciudades de Judá desde Bet-horón a
Samaría
(II
Crón.
25:10,13). Esto pudo haber sido la causa de la deliberada decisión
tomada por Amasias de romper la paz que había existido entre Israel y
Judá por casi un siglo. Joás acusó bruscamente a Amasias de ser
demasiado arrogante y le advirtió de que el cardo, que había hecho
una presuntuosa demanda al cedro del Líbano, sería aplastada por una
bestia salvaje. Amasias no prestó atención y persistió en confrontar
su ejército contra el del Reino del Norte. En la batalla de Bet-semes,
Judá fue completamente derrotado. Los vencedores derribaron parte de
la muralla de Jerusalén, rapiñaron la ciudad, y tomaron a Amasias
cautivo
(II
Reyes
14:11-14). Con rehenes reales y un gran botín Joás retornó jubiloso a
Samaria. Cuan desastrosa pudo ser esta derrota para Amasias, es algo
que no se detalla en la Sagrada Escritura. El acto de abrir una brecha
en la muralla, significa una total sumisión en el lenguaje del mundo
antiguo.
Thiele fecha
la invasión de Israel en Jerusalén en el 791-790 a. C. Esto coincide
con el tiempo en que Uzías con diecisiete años de edad, comenzó a
reinar. Con la captura de Amasias, que había realizado tal
fanfarronada en su estúpido desafío a Israel, los líderes de Judá
hicieron a Uzías corregente. El hecho de que Amasias viviese quince
años después de la muerte de Joás
(II
Reyes
14:17), sugiere que posiblemente el rey de Judá fue retenido como
prisionero tanto tiempo como vivió Joás. En el 782-781 a. C. fue
dejado en libertad y restaurado en el trono de Judá, mientras Uzías
continuaba como corregente. En aquel tiempo, Jeroboam
II,
que ya
había sido corregente con su padre desde el 793, asumió el mando
total de la expansión del Reino del Norte. La liberación de Amasias
pudo haber sido parte de su política de buena voluntad hacia Judá,
conforme dirigía sus esfuerzos a recuperar el territorio que había
sido perdido a Siria.
La íntima
asociación de Israel y Judá en los días de Joás y Amasias,
verosímilmente cuenta por el cambio en el sistema de fechas. El
sistema del año de no accesión había sido usado en Israel desde los
tiempos de Jeroboam I y en Judá desde el reinado de Jorán. Entonces
ambos adoptaron el sistema del año de accesión. Si Judá fue tributaria
de Israel, se sigue lógicamente que ambas adoptasen el sistema de
calcular lo que se hizo común en Asia Occidental bajo la creciente
influencia de Asiría.
Aunque a
principios de su reinado, Amasias había abrigado esperanzas para
mejorar la fortuna de Judá, sus propósitos para el éxito de la empresa
quedaron deshechos con su captura por Joás. Cuando fue restaurado en
el trono de David en Jerusalén, bien fuese en el 790 ó 781, tuvo que
haber sido completamente ineficaz en conducir la nación hacia un lugar
de supremacía como anteriormente lo había sido. Por todo el resto de
su reino, Judá fue ensombrecida por la expansión israelita. Amasias
finalmente se escapó a Laquis, donde fue víctima de asesinos
que le persiguieron.
Uzías o
Azarías —prosperidad
Sobresaliente
en la historia de Judá, figura el reino de Uzías (791-740 a. C.).
Incluso aunque ocurrieron diversos acontecimientos durante su gobierno
de 52 años, el relato bíblico es relativamente muy breve
(II
Crón. 26:1-23;
II
Reyes
14:21-22; 15:1-7). Es notable el hecho de que durante este largo
período, Uzías fue único gobernante sólo por diecisiete años. Tan
efectivo fue en levantar a Judá del vasallaje hasta convertirla en un
poder nacional fuerte, que es reconocido como el más capaz de los
soberanos del Reino del Sur que se había conocido desde Salomón.
El orden de
los acontecimientos durante esta parte del siglo
VIII,
puede
apreciarse por la siguiente tabla:
798 Joás comienza su reinado en Israel
797-96
Amasias sucede a Joás en Judá
793-92
Jeroboam
II
hace
de corregente con Joás
791-90
Uzías comienza la corregencia con Amasias (Judá es
derrotada y Amasias hecho cautivo)
782-81 Joás muere. Jeroboam
II
se
queda de gobernante solo. (Probablemente Amasias fue puesto en
libertad en este momento)
768-67
Amasias es asesinado. Uzías asume el gobierno
753
Fui del reino de Jeroboam. Zacarías gobierna seis
meses.
752
Salum (un mes de gobierno) es reemplazado por Manahem
750
Uzías es atacado por la lepra. Jotán hace de
corregente
742-41 Pekaía se convierte en rey de Israel
740-39
Fin del reinado de Uzías
Cuando Uzías
fue súbitamente elevado al trono, las esperanzas nacionales de Judá
estaban hundidas en su punto más bajo desde la división del reinado
salomónico. La derrota a manos de Israel no fue más que una enorme
calamidad. Es dudoso que Uzías fuese capaz de hacer más que retener
una semblanza de gobierno organizado durante los días de Joás. Pudo
haber reconstruido las murallas de Jerusalén, pero si Amasias
permaneció en prisión durante el resto del reinado de Joás, hubiera
sido una cosa fútil para Judá afirmar su fuerza militar en ese momento.
Aunque Amasias ganó su libertad en el 782 a. C. cuando murió Joás, es
también dudoso que tuviese el respeto de su pueblo cuando la
totalidad de la nación estaba sufriendo las consecuencias de su
desastrosa política. Muy verosímilmente Uzías continuó usando con
plena autoridad una considerable influencia en los asuntos de estado,
puesto que Amasias huyó finalmente a Laquis.
El silencio
de la Escritura concerniente a la relación entre Israel y udá en los
días de Jeroboam
II
y
Uzías, parece garantizar la conclusión prevaleció la amistad y la
cooperación. El vasallaje de Israel a tuvo que haber terminado, a lo
sumo a la muerte de Amasias o tal con su puesta en libertad quince
años antes. Además de restaurar las murallas de Jerusalén, Uzías
mejoró las fortificaciones que rodeaban la ciudad capital. El ejército
fue bien organizado y equipado con las mejores armas.
Una buena
preparación militar conduce a la expansión. Hacia el sudoe^ te, las
murallas de Gat fueron atacadas y destruidas. Jabnía y Asdod también
capitularon a Judá conforme Uzías presionaba hasta derrotar a los
filisteos y los árabes. Mientras Amasias había subyugado Edom, Uzías
estaba entonces en condiciones de extender las fronteras de Judá tan
al sur como Elat en el golfo de Acaba. El reciente descubrimiento del
sello de Jotam, hijo de Uzías, atestigua la actividad judaica en Elat
durante este período. Hacia el este, Judá impuso su poder
sobre los amonitas, que tuvieron que pagar tributo a Uzías. Por otra
parte, las dificultades internas de Israel, tras la muerte de
Jeroboam, pudo haber permitido a Uzías el tener las manos más libres
en la zona transjordana.
Económicamente, Judá marchó bien bajo Uzías. El rey estaba vitalmente
interesado en la agricultura y en el crecimiento ganadero. Grandes
rebaños en zonas del desierto necesitaban el cavar pozos y la erección
de torres de protección. Los cultivadores de viñedos expandieron su
producción. Si Uzías promovió esos intereses al comienzo de su largo
reinado, tuvo que haber tenido un efecto muy favorable sobre el estado
económico de toda la nación.
La expansión
territorial colocó a Judá en el control de ciudades comer-cialmente
importantes y en las rutas que conducían a Arabia, Egipto y otros
países. En Elat, sobre el mar Rojo, las industrias y las minas de
cobre y hierro que tanto florecieron bajo el reinado de David y en el
de Salomón, fueron reclamadas para el Reino del Sur. Aunque Judá se
quedó atrás respecto del Reino del Norte en su expansión económica y
militar, gozó de un sólido crecimiento bajo el caudillaje de Uzías y
continuó su prosperidad incluso cuando Israel comenzó a declinar tras
la muerte de Jeroboam. El crecimiento de Judá y su influencia durante
este período, sólo fueron inferiores a los experimentados en los días
de David y Salomón.
La
prosperidad de Uzías estuvo directamente relacionada con su
dependencia de Dios
(II
Crón.
26:5, 7). Zacarías, un profeta, por cierto desconocido, efectivamente
instruyó al rey, quien aproximadamente en el 750 a. C. tenía una
actitud totalmente saludable y humilde hacia el Señor. A la altura de
su éxito, sin embargo, Uzías asumió que podía entrar en el templo y
quemar el incienso. Con el apoyo de ochenta sacerdotes, el sumo
sacerdote cuyo nombre era también el de Azarías, hizo frente a Uzías
resaltando que el hecho era prerrogativa de aquellos que estaban
consagrados para tal propósito (Ex. 30:7 y Núm. 18:1-7). Irritado, el
rey desafió a los sacerdotes. Como resultado del juicio divino, Uzías
se enfermó de la lepra. Por el resto de su reinado, quedó reducido al
ostracismo fuera de su palacio y le fueron denegados sus
privilegios sociales. No pudo ni siquiera entrar en el templo. Jotam
fue elevado a la categoría de corregente y asumió las
responsabilidades reales por el resto de la vida de su padre.
La ominosa
amenaza de la agresión asiría, también hundieron las
esperanzas nacionales de Judá durante la última década del largo y
provechoso reinado de Uzías. Si había acariciado las esperanzas de
haber restaurado la totalidad del imperio salomónico para Judá, tras
la muerte de Jeroboam
II,
Uzías
las vio deshechas por el resurgir del poder asirio En el 745 a. C.
Tiglat-pileser
III
comenzó a
desmoronar su imperio. En su ataque inicial, sometió a Babilonia.
Entonces, se volvió hacia el oeste para derrotar a Sarduris
III,
rey de Urartu. Durante esta campaña noroccidental
(743-738 a. C.) encontró oposición cuando se dirigió hacia Siria. En
sus anales, menciona combatiendo en Arpal contra Azarías, rey de Judá.
Esta batalla está fechada por Thiele al comienzo de la campaña
noroccidental, preferiblemente en el 743. Aunque Tiglat-pileser
aplastó la oposición conducida por Azarías (Uzías), no afirma haber
tomado tributos procedentes de Judá. Puesto que Manahem había pagado
una enorme suma para evitar una sangrienta invasión de los feroces
asirlos, Tiglat-pileser no hizo avanzar a sus ejércitos hacia el sur,
hacia Judá, en esta época. Uzías estuvo, por consiguiente, en
condiciones de mantener una política anti-asiria con un Israel pro-asirio
como estado tapón hacia el norte.
Jotam —política
anti-asiria
Jotam estuvo
íntimamente asociado con su padre desde el 750 al 740 a. C. Puesto que
Uzías era un gobernante fuerte y decidido, Jotam tuvo una posición
secundaria como regente de Judá. Cuando asumió plenas funciones de
gobierno en el 740-39, continuó la política de su padre.
Las empresas
del interior del país de Jotam, proporcionaron la erección de
ciudadelas y torres para alentar el cultivo de la tierra por toda Judá.
Se construyeron ciudades en lugares estratégicos. En Jerusalén,
promovió el interés religioso construyendo una puerta superior en el
templo, pero no se interfirió con los "lugares altos" en donde el
pueblo rendía culto a los ídolos.
Los amonitas,
con toda probabilidad, se habían rebelado contra Judá a la muerte de
Uzías. Jotam, por consiguiente, sofocó la revuelta y exigió tributos.
El hecho de que el pago esté anotado en el segundo y tercer año de
Jotam
(II
Crón. 27:5),
puede implicar que los problemas con Asiría se hicieron tan graves que
Judá fue incapaz de insistir sobre la leva.
Con una
temible invasión asiría pendiente, Jotam encontró problemas en
mantener su política anti-asiria. Cuando los ejércitos asirlos se
pusieron en actividad en las regiones de monte Nal y Urartu en el
736-735, un grupo pro-asirio en Jerusalén elevó a Acaz al trono de
David como corregente cpn Jotam. Los registros asirlos confirman el
753 como la fecha de la accesión de Acaz.
Jotam murió
en el 732 a. C. El total de su reinado se calcula en veinte años, pero
había reinado sólo por tres o cuatro. Como corregente con su padre,
tuvo pocas oportunidades de afirmarse por sí mismo. Más tarde, la
amenaza asiría precipitó la crisis que le colocó en el retiro mientras
que Acaz hizo de campeón de buena amistad con la capital sobre el
Tigris.
Acaz —administración
pro-asiria
El reinado de
veinte años de Acaz
(II
Crón.
28:1-27;
II
Reyes
16:1-20) estuvo acosado por las dificultades. Los reyes asirios
avanzaban en su propósito de conquistar y hacerse con el control del
Creciente Fértil y Acaz estuvo continuamente sujeto a presión
internacional.
El Reino del
Norte ya había suscrito la política de la resistencia de Peka. A la
edad de veinte años, Acaz tuvo que encararse con el formidable
problema de la paz entre Siria e Israel, y de mantenerla. En el 734
Tiglat-pileser
III
marchó con
sus ejércitos contra los filisteos. Es perfectamente posible que Acaz
pudo haber apelado al rey asirlo, cuando los filisteos atacaron en
gran extensión los distritos fronterizos de Judá. Su alineamiento con
Tiglat-pileser pronto llevó a Acaz a serios apuros. Más tarde y en
aquel año, tras que los invasores asirios se hubieran retirado, Peka y
Rezín declararon la guerra a Judá.
Al mismo
tiempo y en esta tremenda crisis, Isaías había permanecido activo en
su ministerio profetice aproximadamente seis años. Con un mensaje de
Dios, encaró a Acaz con la solución de su problema. La fe en Dios era
la clave de la victoria sobre Israel y Siria. Peka y Rezín intentaron
colocar un gobernante marioneta en el trono de David en Jerusalén;
pero Dios anularía el proyecto sirio-efrainita en respuesta a la fe
(Is. 7:1 ss.). El malvado y testarudo Acaz ignoró a Isaías. Como
desafío, encontró una salida en sus dificultades haciendo un
desesperado llamamiento a Tiglat-pileser
III.
Cuando los
ejércitos de Siria e Israel invadieron Judá, pusieron sitio, aunque no
capturaron a Jerusalén, que había sido tan recientemente refortificado
por Uzías. Sin embargo, Judá sufrió grandes pérdidas, mientras que
mataron a miles y otros fueron llevados como cautivos a Samaría y a
Damasco. Pero afortunadamente existía alguien en el Reino del Norte,
que no había repudiado a Dios. Cuando un profeta reprochó su conducta
al clan de los líderes, estos respondieron efectuando el acto de dejar
en libertad a los prisioneros de Judá.
Aunque
fuertemente presionado, Acaz sobrevivió al ataque sirio-efrai-mita. Su
súplica a Tiglat-pileser tuvo inmediatos resultados. En dos campañas
sucesivas (733 y 732) los asirios sometieron a Siria e Israel. En
Samaría Peka fue reemplazado por Oseas, quien rindió acto de
sometimiento y lealtad al rey asirio.
Acaz se
encontró con Tiglat-pileser en Damasco y le dio seguridades del
vasallaje de Judá. Tan impresionado se hallaba Acaz que ordenó a Urías,
el sacerdote, duplicar el altar de Damasco en el templo de Jerusalén.
A su retorno el propio rey tomó la decisión de conducir el culto
pagano, atrayendo hacia sí la condenación en su propia cabeza.
En todo su
reinado, Acaz mantuvo una política pro-asiria. Conforme cambiaban los
gobernantes en Asiría y el Reino del Norte se encaminaba hacia su fin
con la rebelión de Oseas, Acaz condujo a su nación con éxito a través
de las crisis internacionales. Incluso aunque Judá había perdido el
derecho de su libertad y pagaba pesados tributos a Asiría, la
prosperidad econóniica prevaleció como había sido establecida bajo la
sana política de Uzías. La riqueza estaba menos concentrada que en el
Reino del Norte, donde había sido de exclusivo uso de la aristocracia.
Mientras que los devastadores ejércitos no turbaron el statu quo, Judá
pudo permitirse el pagar una considerable leva a Asiría.
Incluso con
el gran profeta Isaías como contemporáneo, Acaz promovió el más
aborrecible de los usos y prácticas idolátricos. De acuerdo con las
costumbres paganas, hizo que su hijo caminase sobre el fuego. No sólo
tomó mucho del tesoro del templo para hacer frente a las demandas del
rey asirio, sino que además introdujo cultos extraños en el mismísimo
lugar en donde sólo Dios tenía que ser adorado. Por eso, no era de
maravilla que incurriese en la ira de Dios.
Ezequías
—un rey justo
Ezequías
comenzó su reinado en el 716 a. C. Su gobierno de veintinueve años
marca una era sobresaliente en materia religiosa de Judá. Aunque
bloqueado por los asirios, Ezequías sobrevivió al crucial ataque sobre
Jerusalén, llevado a cabo en el 701 a. C. Durante la última década de
su reinado, Manases estuvo asociado con Ezequías como corregente. En
adición a lo que relata
II
Reyes
18-20 y
II
Crón. 29-32,
existe una pertinente información en Is. 36-39, respecto a la vida de
Ezequías.
En una
drástica reacción a la deliberada idolatría de su padre, Ezequías
comenzó su reinado con la mayor y más extensa reforma de la historia
del Reino del Sur. Como un joven de veinticinco años había sido
testigo de la gradual desintegración del Reino del Norte y la
conquista asiría de Samaría, sólo a unos 64 kms., aproximadamente al
norte de Jerusalén. Con la certera constatación de que la cautividad
de Israel era la consecuencia de una alianza rota y de la
desobediencia a Dios
(II
Reyes
18:9-12), Ezequías colocó toda su confianza en el Dios de Israel.
Durante los primeros años de su gobierno, llevó a efecto una efectiva
reforma, no solamente en Judá sino en partes de Israel. Puesto que
Judá ya era un vasallo de Asiría, Ezequías reconoció la soberanía de
Sargón
II
(721-705 a.
C.). Aunque las tropas asirías fueron despachadas para Asdod en el 711
a. C., el rey de Judá no tuvo serias interferencias de parte de Asiría.
Ezequías
inmediatamente volvió a abrir las puertas del templo. Los levitas
fueron llamados para reparar y limpiar el lugar del culto. Lo que
había sido utilizado para los ídolos fue suprimido y arrojado al río
Cedrón, mientras que los vasos sagrados que habían sido profanados por
Acaz, fueron santificados. En dieciseis días el templo estuvo
dispuesto para el culto.
Ezequías y
los oficiales de Jerusalén iniciaron los sacrificios en el templo.
Grupos musicales con sus arpas, címbales y liras participaron, como
labia sido la costumbre en tiempos de David. Los cantos litúrgicos
fueron acompañados a la presentación de los holocaustos. Los cantores
alababan a Dios en las palabras de David y Asaf mientras el pueblo
rendía culto.
En un intento
de cicatrizar la brecha que había separado a Judá e Israel, desde la
muerte de Salomón, el rey envió cartas por todo el país invitando a
todos a venir a Jerusalén para celebrar la pascua judía. Aunque
algunos ignoraron el llamamiento de Exequias, muchos, en cambio,
acudieron desde Aser, Manases, Efraín e Isacar, al igual que en Judá,
para celebrar las fiestas sagradas. Reunido en consejo con aquellos
que iniciaron el culto en el templo, Ezequías anunció la celebración
de la pascua un mes más tarde de lo que estaba prescrito, para dar
tiempo para una adecuada
celebración. Por otra parte, la observancia fue llevada a cabo de
acuerdo con la ley de Moisés. El haber propuesto la fecha fue más bien
una medida conciliatoria para ganar la participación de las tribus
del norte que habían seguido la observancia de la fecha instituida por
Jeroboam (I Reyes 12:32). Cuando algunos sacerdotes llegaron sin la
adecuada santificación, Ezequías oró por su limpieza. Una gran
congregación se reunió en asamblea en Jerusalén para participar en la
reforma nevada a cabo. Los altares de toda la capital fueron
arrancados y lanzados al valle de Cedrón para su destrucción Conducido
por sacerdotes y levitas, el pueblo ofreció sacrificios, cantando
jubilosamente, alegrándose ante el Señor. En ninguna época desde la
dedicación del Templo, había visto Jerusalén tal gozosa celebración.
Desde
Jerusalén, la reforma se extendió por todo Judá, Benjamín, Efraín y
Manases. Ezequías incluso había roto la serpiente de bronce que Moisés
había hecho (Núm. 21:4-9), porque el pueblo estaba utilizándola como
objeto de culto. Inspirado por el ejemplo del rey y de su caudillaje,
el pueblo se dedicó a demoler los "lugares altos", los pilares, los
asherim y los altares paganos existentes en todo Israel.
En Jerusalén,
Ezequías organizó los sacerdotes y levitas para los servicios
regulares. El diezmo fue restituido para ayudar a los que dedicaban su
vida a la ley del Señor. Se hicieron planes para la observancia
regular de las fiestas y las estaciones según estaba prescrito en la
ley escrita
(II
Crón. 31:2 ss.).
El pueblo respondió tan generosamente a Ezequías que sus
contribuciones fueron suficientes para mantener a los sacerdotes y
levitas dedicados al servicio del Señor. La reforma llevada a cabo
bajo Ezequías, tuvo un éxito rotundo y definitivo respondiendo así a
su intento de conformar las prácticas religiosas de su pueblo a la ley
y a los mandamientos de Dios.
En todo este
sistema de reforma religiosa no se hace mención de Isaías Tampoco el
profeta se refiere a la reforma de Ezequías en su libro. Aunque Acaz
había desafiado a Israel, es razonable asumir que Ezequías e Isaías
cooperaron por completo en restaurar el culto de Dios. La sola
referencia a Sargón, rey de Asiría (Is. 20:1), muestra la actividad de
Israel en esta época. Además, la conquista de Asdod por los asirios
es la ocasión para Isaías de pronunciar su advertencia profética de
que era inútil para Judá depender de Egipto para su liberación.
Afortunadamente, Ezequías no llegó a verse envuelto en la rebelión de
Asdod y así evitó el ataque a Jerusalén.
Con la muerte
de Sargón
II
(705) la
revolución estalló en muchos lugares del imperio asirio. Por el 702,
Merodac-baladán fue subyugado, destronado de la corona de Babilonia,
y reemplazado por Bel-Ibni, un nativo caldeo que probablemente era
miembro de la misma familia real. En Egipto, surgió el nacionalismo,
bajo la enérgica acción gobernante de Sabako, un rey etíope que había
fundado la dinastía
XXV
(ca.
710 a. C.). Con otras naciones en el Creciente Fértil
rebeladas contra él, Senaquerib, hijo de Sargón, volvió sus ejércitos
hacia el oeste. Tras someter a Fenicia y otras resistencias costeras,
los ejércitos asirios ocuparon triunfalmente el área de los filisteos
en el 701 a. C.
Ezequias
había anticipado el ataque asirio. Siguiendo su gran reforma religiosa,
se concentró en un programa de defensa, en consejo con sus más
importantes oficiales del gobierno. Se reforzaron las fortificaciones
existentes alrededor de Jerusalén. Los artesanos produjeron escudos y
armas, mientras que los comandantes de combate, organizaban las
fuerzas de lucha. Para asegurar a Jerusalén un adecuado suministro de
agua durante un asedio prolongado, Ezequías construyó un túnel que
conectaba con el estanque de Siloé y los manantiales de Gihón. A
través de 542 mts. de sólida roca, los ingenieros judíos canalizaron,
agua fresca y potable al embalse de Siloé, también construido durante
esta época. Desde su descubrimiento en 1.880, cuando las inscripciones
en sus muros fueron descifradas, el túnel de Siloé ha constituido una
atracción turística. El estanque de Siloé, situado al sur de Jerusalén,
se protegió con la extensión de la muralla para dejar encerrada esta
vital fuente de elemento líquido. Cuando llegó el momento de que los
ejércitos asirios marchaban sobre Jerusalén, otras fuentes fueron
ahogadas para que el enemigo no pudiera utilizarlas.
Aunque
Ezequías hizo cuanto estaba en su poder al prepararse para el ataque
asirio, no dependió por completo de los recursos humanos. Antes,
cuando el pueblo se congregó en asamblea en la plaza de la ciudad,
Ezequías le había alentado, expresando valientemente su confianza en
Dios. "Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová
nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas"
(II
Crón.
32:8).
La amenaza de
Senaquerib al reino de Judá se hizo realidad en el 701 a. C. Puesto
que el relato bíblico
(II
Reyes
18-20;
II
Crón. 32; Isa.
36-39) se refiere a Tirhaca que llegó a ser corregente de Egipto en el
689 a. C., parece verosímil que este rey asirio hiciese otro intento
para someter a Ezequías aproximadamente en el 688 a. C. En un reciente
estudio, la integración de lo secular y de lo bíblico proporciona la
siguiente secuencia de acontecimiento.
Los asirios
entraron en Palestina procedentes del norte, tomando Sidón, Jope y
otras ciudades de la ruta de penetración. Durante el sitio y la
conquista de Ecrón, Senaquerib derrotó a los egipcios en Elteque.
Ezequías no solo fue forzado a abandonar Padi, el rey de Ecrón a quien
había hecho cautivo, sino también a pagar un fuerte tributo despojando
al templo de grandes cantidades de oro y plata
(II
Reyes
18:14).
Con toda
probabilidad fue durante este período de la presión asiría (701 a. C.)
que Ezequías cayó gravemente enfermo. Aunque Isaías advirtió al rey de
que se preparase para la muerte, Dios intervino. Doble fue la divina
promesa dada al rey de Judá —la prolongación de su vida por quince
años más y la liberación de Jerusalén de la amenaza asiría (Isa.
38:4-6).
Mientras
tanto, Senaquerib estaba sitiando a Laquis. Tal vez fuese el
conocimiento de que Ezequías puso toda su fe en Dios para su
liberación, lo que hizo que el rey asirio enviase a sus oficiales al
camino de la heredad del Lavador, cerca de la muralla de Jerusalén,
para incitar al pueblo a la rendición. Senaquerib incluso afirmó que
él era el comisionado de Dios en demandar su capitulación y citó una
impresionante lista de conquistas de otras naciones cuyos dioses no
habían podido liberarlas. Isaías, sin embargo, aseguró al rey y al
pueblo de su seguridad.
Mientras que
estaba sitiando a Libna, Senaquerib oyó rumores de una revuelta
babilónica. Los asirios partieron inmediatamente. Incluso habiendo
conquistado cuarenta y seis ciudades fortificadas pertenecientes a
Ezequías, no citó entre ellas a Jerusalén. Se jactó de haber hecho
200.000 prisioneros de Judá e informó de que Ezequías estaba encerrado
en Jerusalén como un pájaro en una jaula.
La aclamación
y el reconocimiento de los países circundantes fue expresado con
abundantes obsequios y regalos al rey de Judá
(II
Crón.
32:23). Merodac-baladán, el poderoso caudillo babilonio que estaba
todavía excitando rebeliones, extendió su felicitación a Ezequías por
su recuperación, tal vez como reconocimiento de la feliz recuperación
del rey de la ominosa opresión de la ocupación asiría
(II
Crón.
32:31) así como al propio tiempo el haberse mejorado de su estado de
salud. La embajada babilonia muy probablemente quedó impresionada por
el despliegue de riqueza existente en Jerusalén. El triunfo de
Ezequías, no obstante, fue atemperado por el subsiguiente aviso de
Isaías de que las sucesivas generaciones estarían sujetas a la
cautividad babilonia. A pesar de todo, esta triunfal liberación pudo
haber dado a la forma religiosa un nuevo ímpetu, mientras que la paz y
la prosperidad prevalecía durante el largo reinado de Ezequías.
Sabiendo que
sólo le quedaban quince años hasta el final de su reinado, hubiera
parecido natural que hubiese asociado a su hijo Manases con él en el
trono a la primera oportunidad. En 696-695, Manases se convirtió en
"el hijo de la ley" a la edad de doce años, al mismo tiempo que
comenzaba su corregencia.
En la zona
del Tigris y el Eufrates, el rey asirio suprimió las rebeliones y en
689 a. C. destruyó la ciudad de Babilonia. Prosiguiendo con éxito en
Arabia, Senaquerib oyó el avance de Tirhaca. Puesto que Egipto había
sido el objetivo real de la campaña asiría del 701, pudo muy bien
haber sucedido que Senaquerib esperase evitar la interferencia de Judá,
despachando cartas a Ezequías con un ultimátum para someterse.
Mientras que los oficiales asirios habían estado amenazando al pueblo,
aquella comunicación estaba dirigida a Ezequías personalmente. Esta
vez el rey se dirigió al templo para °rar. A través de Isaías, recibió
la seguridad de que el rey asirio volvería por el camino que había
venido. Precisamente dónde el ejército estuvo acampado, cuando
incurrió en la pérdida de 180.000 combatientes, y no se consta en el
relato bíblico, pero lo que sí es cierto es que nunca llegó a
Jeru-salén. El reinado de Ezequías continuó en paz.
A desemejanza
de un buen número de sus antecesores, Ezequías fue enterrado con los
honores reales, con sincera devoción por la tarea que había puesto en
llevar a su pueblo a la gran reforma en la historia de Judá. Desde que
el Reino del Norte había cesado en mantener un gobierno independiente,
esta reforma religiosa se extendió a dicho territorio. Excepto por la
amenaza asiria, Ezequías gozó de su reinado pacífico.
Manases —idolatría
y reforma
A Manases se
le acredita del más largo reinado de la historia de Judá
(II
Reyes 21:1-17;
II
Crón.
33:1-20); incluyendo la década de la corregencia con Ezequías, fue rey
por un dilatado período de cincuenta y cuíco años (696-642 a. C.).
Pero el gobierno fue la antítesis del de su padre. Desde el pináculo
del fervor religioso, el Reino del Sur fue catapultado a la más negra
era de idolatría que se conoció bajo el mando de Manases. En carácter
y en la práctica, se parecía a su abuelo, Acaz aunque este último
murió antes del nacimiento de Manases. Muy probablemente Manases no
comenzó a trastocar la política de su padre hasta después de su muerte.
Volviendo a
reconstruir los "lugares altos", erigiendo altares a Baal y
construyendo asherim, Manases sumió a luda en una tremenda idolatría
tal y como Acab y Jezabel habían prometido en el Reino del Norte.
Mediante ritos religiosos y ceremonias, se instituyó el culto a las
estrellas y a los planetas. Incluso la deidad amonita Moloc fue
reconocida por el rey hebreo en el sacrificio de niños en el valle de
Hinom, a las afueras de Jerusalén. Los sacrificios humanos eran uno de
los más abominables ritos de la práctica del paganismo cananeo y que
fue asociada por el Salmista con el culto al demonio (Salmos
106:36-37). La astrología, la adivinación, y el ocultismo fueron
oficialmente sancionados como prácticas comunes. En abierto desafío al
verdadero Dios, los altares para el culto de las huestes celestiales
fueron colocados en los atrios del templo, con imágenes talladas de
Asera, la esposa de Baal, y también introducidos en el templo. Además,
Manases derramó mucha sangre inocente. Parece razonable inferir que
muchas de las voces de protesta ante semejante monstruosa idolatría,
fuesen ahogadas en sangre
(II
Reyes
21:16). Puesto que la última mención del gran profeta Isaías está
asociada con Ezequías en el relato bíblico, es correcto suponer que
sea cierto el martirio de Isaías por el malvado rey Manases. La moral
y las condiciones religiosas en Judá fueron peores que la de aquellas
naciones que habían sido exterminadas o expulsadas de Canaán. Manases,
de esta forma, representa el punto más bajo de perversidad en la larga
lista de los reyes de la dinastía de David. Los juicios predichos por
Isaías eran cosa segura por llegar.
Los relatos
históricos no indican la extensión de lo que Manases pudo haber estado
influenciado por Asiria en su conducta y política idolátrica. Asiria
alcanzó el pináculo de la riqueza y prestigio bajo Esar-hadón y
Asuf-banipal. Sin discusión, Manases obtuvo el favor político de
Asiria mediante el vasallaje, mietras que Esar-hadón (681-669 a. C.)
extendió su control hasta Egipto. En contraste con Senaquerib,
Esar-hadón adoptó una política
conciliatoria y reconstruyó Babilonia. En el 678
subyugó a Tiro, aunque el populacho escapó a las fortalezas próximas a
las islas. Menfis fue ocupada en el 673 y pocos años más tarde Tirhaca,
el último rey de la
XXV
dinastía, fue capturado. En su lista de veintidós reyes desde la
nación hetea, Esar-hadón menciona a Manases, rey de Judá, entre
aquellos que hicieron una obligada visita a Nínive en el 678 a. C.
Aunque Babilonia había sido reconstruida por aquel tiempo, ni resulta
cierto en absoluto, que fuese tomada por Esarhadón.
Con la
destrucción de Tebas en el 663 a. C. Asurbanipal extendió el poder
asirio a 805 kms. a lo largo del Nilo hasta el Alto Egipto. Una
sangrienta guerra civil estremeció todo el imperio asirio (652) en la
rebelión de Samasumukin. Con el tiempo, la insurrección llegó a su
climax con la conquista de Babilonia en el 648, y otras rebeliones
habían estallado en Siria y Palestina. Judá pudo haber participado
uniéndose a Edom y Moab, que están mencionadas en las inscripciones
asirías. La autonomía de Moab terminó en aquel tiempo y el rey de Judá,
Manases, fue hecho cautivo y llevado a Babilonia, y después puesto en
libertad
(II
Crón.
33:10-13).
Aunque no
tengamos una definitiva información cronológica para fechar el tiempo
exacto del cautiverio de Manases y su puesta en libertad, el relato
bíblico está en favor de la última década de su reinado. Si fue
capturado en el 648 e incluso vuelto a Jerusalén como rey vasallo en
el mismo año, tuvo relativamente poco tiempo para deshacer las
prácticas religiosas que había sostenido y favorecido durante tantos
años. Sin embargo, se arrepintió en el cautiverio y entonces reconoció
a Dios. En una reforma que comenzó en Jerusalén, dio ejemplo del temor
de Dios y ordenó al pueblo de Judá servir al Señor Dios de Israel.
Resulta dudoso que esta reforma fuese efectiva, puesto que aquellos
que habían servido bajo Ezequías y rendido el verdadero culto, habían
sido anteriormente expulsados o ejecutados.
Amón —apostasía
Amón sucedió
a su padre, Manases, como rey de Judá en el 642. Sin dudarlo, volvió a
las prácticas idolátricas que habían sido iniciadas y promovidas por
Manases durante la mayor parte de su reinado. El temprano
entrenamiento de Amón había producido sobre él un mayor impacto que el
corto período de la reforma.
En el 640,
los esclavos de palacio mataron a Amón. Aunque su reinado fue breve,
el impío ejemplo dado durante aquellos dos años proporcionó la
oportunidad a Judá para revertir un terrible estado de apostasía.
Durante el curso de los últimos dos siglos pasados, la
situación y la fortuna del Reino del Sur, había sufrido grandes
alternativas. Los reinados de Atalía, Acaz y Manases habían sido
testigos de una desenfrenada idolatría. La reforma religiosa comenzó
con Joás, aumentada con Uzías y alcanzado un nivel sin precedentes
bajo el gobierno de Ezequías. Políticamente, Judá alcanzó su punto más
bajo en los días de Amasias, cuando Joás, procedente del Reino del
Norte, invadió Jerusalén. A lo largo de esos dos siglos, la
prosperidad y el gobierno autónomo de Judá fueron obscurecidos por los
intereses en expansión de los reyes asirios.----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Capítulo
XIV
El
desvanecimiento de las esperanzas de los Reyes davídicos
Durante un
siglo Judá había sobrevivido a la expansión premiada con el éxito del
Imperio Asirio. Desde que Acaz había perdido el derecho a la libertad
de Judá por un tratado llevado a cabo con Tiglat-pileser
III,
este pequeño reino soportó crisis tras crisis como
vasallo de cinco gobernantes más de Asiría. Tratados, maniobras
diplomáticas, resistencia, y la intervención sobrenatural tuvieron
una vital influencia en la continuación de la existencia de un
gobierno semiautónomo cuando los reyes, tanto malvados, como justos,
ocuparon el trono davídico. Entonces, cuando Asiría estaba aflojando
su garra sobre las esperanzas nacionalistas de Judá, dichas
esperanzas surgieron una vez más durante las tres décadas del reinado
de Josías. La brusca terminación de su liderazgo marcó el comienzo del
fin para el Reino del Sur. Antes de que hubieran pasado 25 años, estas
esperanzas empezaron a desvanecerse bajo el poder creciente del
Imperio de Babilonia. En 586, a. C., las ruinas de Jerusalén fueron un
recuerdo realista de la predicción de Isaías de que la dinastía
davídica sucumbiría ante Babilonia.
Josías —Época
de optimismo
A la temprana
edad de ocho años, Josías fue repentinamente coronado rey, sucediendo
a su padre, Amón. Tras un reinado de treinta y un años (640-609 a. C.)
fue muerto en la batalla de Meguido. Las actividades de Josías (resumidas
en
II
Reyes
22:1-23:30 y
II
Crón.
34:1-35:27), están principalmente limitadas a su reforma religiosa.
La
declinación de la influencia de Asiría en los últimos años de
Asur-anipal, que murió aproximadamente por el 630 a. C., permitió a
Judá tener ía oportunidad de extender su influencia sobre el
territorio del norte. Es verosímil que los líderes políticos
anticipasen la posibilidad de incluir las tribus del norte e incluso
las fronteras del reino salomónico en el Reino del Sur. Con la caída
de la ciudad asiría de Asur en manos de los medos en el 614 y la
destrucción de Nínive en el 612 por las fuerzas aliadas de Media y
Babilonia, los proyectos de Judá fueron así más favorables. Durante
este período, lleno de intranquilidad política y de rebeliones en el
Este, Judá ganó la completa libertad del vasallaje asirio, lo cual,
naturalmente, causó el resurgir del nacionalismo.
Con la
idolatría infiltrada en el reino, los proyectos religiosos para el
rey-niño, no fueron otra cosa que esperanzadores. Es dudoso si la
reforma de Manases había penetrado en la masa del pueblo,
especialmente si su cautiverio y penitente retorno ocurrió durante la
última década de su reinado. Amón fue decididamente un malvado. Su
reinado de dos años proporcionó el tiempo suficiente para que el
pueblo revirtiese a la idolatría en la política y en la administración
del reino. Es más probable que continuaron cuando su hijo de ocho años
fue súbitamente elevado al trono. En este discurrir de franca
apostasía, Judá no podía esperar otra cosa que el juicio divino, de
acuerdo con las advertencias hechas por Isaías y otros profetas.
Conforme
Josías creía y se hacía hombre, reaccionó ante las pecadoras
condiciones de su tiempo. A la edad de dieciseis años, se aferrró a la
idea de Dios tomándolo en cuenta más bien que conformarse con las
prácticas idolátricas. En cuatro años, su devoción a Dios cristalizó
hasta el punto de que comenzó una reforma religiosa (628 a. C.). En el
año décimo octavo de su reinado (622 a. C.), mientras que el templo
estaba siendo reparado, fue recobrado el libro de la ley. Impulsado
por la lectura de este "libro de la ley del Señor dada por Moisés" y
advertido del juicio divino que pendía sobre él, hecho por Huida, la
profetisa, Josías y su pueblo observaron la pascua en una forma sin
precedentes en la historia de Judá. Aunque la Escritura guarda
silencio respecto a las actividades específicas durante el resto de
los trece años de su reinado, Josías continuó su piadosa regencia con
la seguridad de que la paz prevalecería durante el resto de su vida
(II
Crón. 34:28).
La reforma
comenzó en el 628 y alcanzó su climax con la observancia de la pascua
en el 622 a. C. Puesto que ni el Libro de los Reyes ni el de las
Crónicas proporcionan un detallado orden cronológico de los
acontecimientos, muy bien puede ser que los sucesos sumarizados en
dichos libros sagrados cuenten y puedan ser aplicados por la totalidad
de este período. Por esa época, era políticamente seguro para Josías
el suprimir cualquier práctica religiosa que estuviese asociada con el
vasallaje de Judá a Asiría.
Se
necesitaron drásticas medidas para suprimir la idolatría del país.
Tras una estimación de doce años de las condiciones reinantes, Josías
afirmó con valentía su real autoridad y abolió las prácticas paganas
por todo Judá lo mismo que en las tribus del norte. Los altares de
Baal fueron derribados, los asherim destruidos y los vasos sagrados
aplicados al culto del ídolo, retirados. En el templo, donde las
mujeres tejían colgaduras para Asera, se renovaron también los lugares
del culto a la prostitución. Los caballos, que fueron dedicados al
Sol, fueron quitados de la entrada del templo y 1o8 carros
destruidos por el fuego. La horrible práctica del sacrificio de los
niños fue bruscamente abolida de raíz. Los altares erigidos por
Manases en el atrio del templo fueron aplastados y los restos
esparcidos por el valle del Cedrón. Incluso algunos de los "lugares
altos" erigidos por Salomón y que tuvieron un uso corriente, fueron
deshechos por Josías y borrados de su emplazamiento.
Los
sacerdotes dedicados al culto del ídolo fueron suprimidos de su oficio
por real decreto, puesto que habían venido actuando por nombramiento
de reyes anteriores. Al deponerlos, la quema de incienso a Baal, al
sol, a la luna y a las estrellas cesó por completo. Josías aprovechó
el valor de todo aquello en beneficio de los ingresos del templo.
En Betel el
altar que había sido erigido por Jeroboam I también fue desteñido por
Josías. Por casi trescientos años éste había sido el "lugar alto"
público para las prácticas idolátricas introducidas por el primer
gobernante del Reino del Norte. Este altar fue pulverizado y la imagen
de Asera, que probablemente había reemplazado al becerro de oro, fue
quemada. Cuando los huesos del adjunto cementerio fueron recogidos
para la pública purificación de aquel "lugar alto", Josías compró la
existencia del monumento al profeta de Judá que tan valientemente
había denunciado a Jeroboam (I Reyes 13). Siendo informado que el
hombre de Dios estaba enterrado allí, Josías ordenó que aquella tumba
no fuese abierta.
Por todas las
ciudades de Samaría (en el Reino del Norte) la reforma estuvo a la
orden del día. Los "lugares altos" fueron suprimidos y los sacerdotes
fueron arrestados por su idolátrico ministerio.
El
constructivo aspecto de esta reforma llegó a su cima en la reparación
del templo de Jerusalén. Con las contribuciones de Judá y de las
tribus del norte, los levitas fueron encargados de la supervisión de
tal proyecto. Desde los tiempos de Joás —dos siglos atrás— el templo
había estado sujeto a largos períodos de descuido, especialmente
durante el reinado de Manases. Cuando Hilcías, el sumo secerdote,
comenzó a reunir fondos para la distribución a los trabajadores,
encontró el libro de la ley. Hilcías lo entregó a Safan, secretario
del rey. Lo examinó e inmediatamente lo leyó a Josías. El rey quedó
terriblemente turbado cuando comprobó que el pueblo de Judá no había
observado la ley. Inmediatamente, Hilcías y los oficiales del gobierno
recibieron órdenes de comunicarlo a todos. Huida, la profetisa
residente en Jerusalén, tuvo un oportuno mensaje, claro y simple para
todos ellos: los castigos y juicios por la idolatría eran inevitables.
Jerusalén no escaparía a la ira de Dios. Josías, sin embargo, quedaría
absuelto de la angustia de la destrucción de Jerusalén, puesto que
había respondido con arrepentimiento al libro de la ley.
Bajo el
liderazgo del rey, los ancianos de Judá, sacerdotes, levitas y el
pueblo de Jerusalén, se reunieron para la pública lectura del libro
nuevamente encontrado. En un solemne pacto, el rey Josías, apoyado
por el pueblo, prometió que se dedicaría por completo a la total
obediencia de la ley.
Inmediatamente, se realizaron planes para la fiel observancia de la
Pascua. Se nombraron sacerdotes para el servicio del templo, que fue
restablecido seguidamente. Se dio una cuidadosa atención a la pauta de
organización para los levitas, como estaba ordenado por David y
Salomón. En e ritual de la pascua, se puso en práctica un
gran cuidado para conformarlo
todo con lo que estaba "escrito en el libro de Moisés"
(II
Crón. 35:12). En su conformidad con la ley y la extensa
participación de la pascua, su observancia sobrepasó a todas las
festividades similares desde los días de Samuel
(II
Crón.
35:18).
El contenido
del libro de la ley encontrado en el templo, no está específicamente
indicado. Numerosas referencias, en el relato bíblico asocian su
origen con el propio Moisés. Sobre la base de tan simple hecho, el
libro de la ley puede tener incluido todo el Pentateuco o contener
sólo una copia del Deuteronomio. Aquellos que consideran el Pentateuco
como una producción literaria compuesta que alcanza su forma final en
el siglo
V,
a. C.,
limitan el libro de la ley a lo que contiene el Deuteronomio, o menos.
Puesto que la reforma ya había tenido lugar en su proceso hacía seis
años, cuando el libro fue encontrado, Josías tenía previamente el
conocimiento de la verdadera religión. Cuando el libro fue leído ante
él, quedó aterrorizado a causa del fallo de Judá en obedecer la ley.
Nada en los registros bíblicos indica que este libro fuese publicado
en aquel tiempo o ratificado por el pueblo. Fue considerado como
autoritativo y Josías temió las consecuencias de la desobediencia.
Habiendo sido dado por Moisés, el libro de la ley había sido el timón
de las prácticas religiosas desde entonces. Josué, los jueces y los
reyes, junto con la totalidad de la nación, habían estado obligados a
conformar su conducta con sus requerimientos para la obediencia. Lo
que alarmó a Josías, cuando preguntó y solicitó consejo profetice, fue
el hecho de que "nuestros padres no han guardado la palabra del Señor"
(II
Crón. 34:21). La ignorancia de la ley no era excusa
incluso aunque el libro de la ley hubiese estado perdido por algún
tiempo.
Una gran
idolatría había prevalecido por medio siglo antes de que Josías
comenzase a gobernar. De hecho, Manases y Amón habían perseguido a
aquellos que abogaban por la conformidad con la verdadera religión.
Puesto que Manases había derramado sangre inocente, era razonable
cargarle con la destrucción de todas las copias de la ley en
circulación en Judá. En ausencia de las copias escritas, Josías muy
verosímilmente se asoció con los ancianos y los sacerdotes, quienes
tenían suficiente conocimiento de la ley para proporcionarle una
instrucción oral. De esto provino la firma convicción durante los
primeros doce años de su reinado, de que era necesaria una reforma a
escala nacional. Cuando el libro de la ley fue leído ante él, comprobó
vividamente que los castigos y juicios eran debidos al pueblo
idólatra. Conociendo demasiado bien las prácticas malvadas comunes a
sus padres, todavía estaba sorprendido de que la destrucción pudiese
llegar en su día.
¿Había sido
perdido realmente el libro de la ley? Es muy probable que durante el
reinado de Manases hubiera quienes hubiesen tenido el suficiente
interés en guardar algunas copias del mismo. Puesto que las copias
estaban escritas a mano, había relativamente muy pocas en circulación.
Después de que las voces de Isaías y otras habían sido silenciadas,
el número de personas justas decreció rápidamente bajo la persecución.
Si Joás, el heredero real, pudo estar escondido de la malvada Atalía
durante seis años, es razonable llegar a la conclusión de que un libro
de la ley pudo haber sido escondido del odioso y malvado Manases por
medio siglo.
Otra
posibilidad concerniente a la preservación de este libro de la ley, es
la sugerencia aportada por la arqueología. Ya que informes valiosos y
documentos se han escondido siempre en las piedras angulares de los
edificios, tanto en tiempos antiguos como en los modernos, este libro
de la ley pudo muy bien haber quedado preservado en la piedra angular
del templo. Allí fue donde los hombres dedicados a la reparación del
templo debieron encontrarlo. Antes de la muerte de David, encargó a
Salomón, como rey de Israel, el conformar todo a lo "que está escrito
en la ley de Moisés" (I Reyes 2:3). En la edificación del templo,
habría sido apropiado colocar todo el Pentateuco, o al menos las leyes
de Moisés, en la piedra angular. Tal vez esta fue la providencial
provisión para la segura custodia del Pentateuco por tres siglos
cuando Judá, a veces, estuvo sujeta a gobernantes que desafiaban el
pacto hecho con Israel por el Señor. Sacado del templo en los días de
la reforma de Josías, se convirtió en la "palabra viva" una vez más en
una generación que llevó el libro de la ley con ella al cautiverio de
Babilonia.
Si la reforma
llevada a cabo por Josías representó una genuina aviva-miento entre el
pueblo corriente, es algo dudoso. Puesto que fue iniciada y ejecutada
por órdenes reales, la oposición quedó refrenada mientras que vivió
Josías. Inmediatamente tras su muerte, el pueblo volvió a la idolatría
bajo Joacim.
Jeremías fue
llamado al ministerio profetice en el décimo tercer año de Josías, en
el 672 a. C. Puesto que Josías ya había comenzado su reforma, es
razonable concluir que el profeta y el rey trabajasen en estrecha
colaboración. Las predicaciones de Jeremías (capítulos 2-4) reflejan
la forzada relación entre Dios e Israel. Como una esposa infiel que
rompe los votos del matrimonio, Israel habíase separado de Dios.
Jeremías, de forma realista, les advirtió que Jerusalén podía esperar
la misma suerte que había destruido a Samaría un siglo antes. Cuanto
se relaciona Jeremías (1-20) con los tiempos de Josías es difícil de
asegurar. Aunque pueda parecer extraño que la palabra profética
procede de Huida en lugar de Jeremías, cuando fue leído el libro de la
ley, la urgencia para una inmediata solución al problema del rey, pudo
haber implicado a Huida, que residía en Jerusalén. Jeremías vivía en
Anatot, al nordeste de la ciudad y a cinco kilómetros de distancia.
Cuando
circularon por Jerusalén las noticias de la caída de Asur (614) y ja
destrucción de Nínive (612), Josías indudablemente volvió su atención
a los asuntos internacionales. En un estado de falta de preparación
militar, cometió un error fatal. En el 609 los asirios estaban
luchando una batalla perdida con su gobierno en exilio en Harán. Necao,
rey de Egipto, hizo marchar a sus ejércitos a través de Palestina
para ayudar a los asirios.
Ya que
Josías tenía poco interés por los asirlos, llevó a sus
ejércitos hasta Meguido en un esfuerzo para detener a los egipcios.[10]
Josías fue mortalmente herido cuando sus ejércitos quedaron dispersos.
Las esperanzas nacionales y religiosas de Judá, se desvanecieron
cuando el rey de 39 años fue enterrado en la ciudad de David. Tras
dieciocho años de íntima asociación con Josías, el gran profeta queda
recordado por el párrafo que dice: "y Jeremías endechó en memoria de
Josías"
(II
Crón. 35:25).
Supremacía
de Babilonia
El pueblo de
Judá entronizó a Joacaz en Jerusalén
(II
Crón.
36:1-4). Y el nuevo rey tuvo que sufrir las consecuencias de la
intervención de Josías en los asuntos egipcios. Gobernó solo por tres
meses, en el año 609 a. C.
(II
Reyes
23:31-34).
Habiendo
derrotado a Judá en Meguido, los egipcios marcharon hacia el norte
hacia Carquemis, deteniendo temporalmente el avance hacia el oeste de
los babilonios. El faraón Necao estableció su cuartel general en Ribla
(II
Reyes 23:31-34). Joacaz fue depuesto como rey de Judá y
llevado prisionero a Egipto vía Ribla. Allí, Joacaz, también conocido
por Salum, murió como había predicho el profeta Jeremías (22:11-12).
Joacim
609-598 a. C.
Joacim, otro
hijo de Josías, comenzó su reinado por elección de Necao. No solamente
el faraón egipcio cambió su nombre de Eliaquim a Joacim, sino que
también exigió un fuerte tributo de Judá
(II
Reyes
23:35), y por once años continuó siendo el rey de Judá. Hasta que los
babilonios desalojaron a los egipcios de Carquemis (605 a. C.),
Joacim permaneció sujeto a Necao.
Jeremías se
enfrentó con una severa oposición mientras que reinó Joacim.
Hallándose en el atrio del templo, Jeremías predijo el cautiverio de
Babilonia para los habitantes de Jerusalén. Cuando el pueblo oyó que
el templo iba a ser destruido, apeló a los líderes políticos para
matar a Jeremías (Jer. 26); no obstante, algunos de los ancianos
salieron en su defensa, citando la experiencia de Miqueas un siglo
antes. Aquel profeta también había anunciado la destrucción de
Jerusalén, pero Ezequías no le hizo ningún daño. Aunque Urías, un
profeta contemporáneo, fue martirizado por Joacim por predicar el
mismo mensaje, la vida de Jeremías fue salvada. Ahicam, una figura
política prominente, apoyó a Jeremías en aquella época de peligro.
Durante el
cuarto año del reinado de Joacim, el rollo de Jeremías fue leído ante
el rey. Mientras Joacim escuchaba el mensaje del juicio, rompió el
rollo en pedazos y lo lanzó al fuego. En contraste con Josías —que se
arrepintió y se volvió hacia Dios— Joacim ignoró y desafió
despectivamente las profétícas advertencias (Jer. 36:1-32).
Jeremías
demostró de forma impresionante el portentoso mensaje ante el pueblo,
y anunció que estando bajo órdenes divinas, escondería su culto nuevo
de lino en una hendidura del río Eufrates. Cuando quedó podrido por la
acción de las aguas y ya no servía para nada, lo mostró al pueblo
diciéndole que de la misma forma Jehová aniquilaría el orgullo de Judá
(Jer. 13:1-11).
En otra
ocasión, Jeremías condujo a los sacerdotes y ancianos al valle del
hijo de Hinom, donde se ofrecían sacrificios humanos. Destrozando una
vasija sacrificial ante la multitud, Jeremías, valientemente, advirtió
que Jerusalén sería roto en fragmentos por el propio Dios. Tan grande
sería la destrucción que incluso aquel valle maldito sería utilizado
como lugar de enterramiento. No es de extrañar que el sacerdote Pasur
detuviese a Jeremías y lo tuviese encerrado por una noche (Jer.
19:1-20:18). Aunque desalentado, Jeremías fue advertido de la lección
aprendida en la alfarería, de que Dios tendría que exponer a Judá a la
cautividad con objeto de moldear la vasija deseada.
El cuarto año
de Joacim (605) fue un momento crucial para Jerusalén. En la decisiva
batalla de Carquemis, a principios del verano, los egipcios fueron
dispersados por los babilonios. Nabucodonosor había avanzado lo
bastante lejos dentro de la Palestina del sur para reclamar tesoros y
rehenes en Jerusalén, Daniel y sus amigos siendo los más notables
entre los cautivos de Judá (Dan. 1:1). Aunque Joacim retuvo su trono,
la vuelta de los babilonios a Siria en el 604, y a Asquelón en el
603, y un choque con Necao en las fronteras de Egipto, en el 601,
frustraron cualquier intento de terminar con el vasallaje babilónico.
Ya que este encuentro egipcio no fue decisivo, con ambos ejércitos en
retirada con fuertes pérdidas, Joacim pudo haber tenido la oportunidad
de retener el tributo. Aunque Nabucodonosor no envió su ejército
conquistador a Jerusalén durante varios años, incitó ataques sobre
Judá por bandas de pillaje de caldeos apoyados por los moabitas,
ammonitas y sirios. En el curso de este estado de guerra, el reinado
de Joacim terminó bruscamente por la muerte, dejando una precaria
política anti-babiló-nica a su joven hijo Joaquín.
La forma en
que Joacim encontró la muerte, no está registrada ni en el Libro de
los Reyes ni en el de las Crónicas. El haber quemado los trozos del
rollo de Jeremías precipitó el juicio divino contra Joacim, y su
cuerpo quedó expuesto al calor del sol durante el día y a la escarcha
durante la noche, indicando que no tendría un enterramiento real (Jer.
36:27-32). En otra ocasión, Jeremías predijo que Joacim tendría el
enterramiento de un asno y que su cuerpo sería arrojado más allá de
las puertas de Jerusalén (Jer. 22:18-19). Ya que no hay relato
histórico de las circunstancias de la muerte de Joacim, ni siquiera se
menciona su entierro, la conclusión es que este rey soberbio y
desafiante de la ley de Dios, fue muerto en la batalla. En tiempo de
guerra, resultaba imposible el proporcionarle un enterramiento
honorable.
Joacim,
también conocido por Conías o Jeconías, permaneció solo por «es meses
como rey de Jerusalén. En el 597 los ejércitos de Babilonia rodearon
la ciudad. Dándose cuenta de que sería inútil toda resistencia, Joacim
se rindió a Nabucodonosor. Esta vez, el rey babilonio no se
limitó a tomar unos cuantos prisioneros y exigir una seguridad verbal
del tributo mediante la correspondiente alianza. Los babilonios
despojaron el templo y los tesoros reales. Joacim y la reina madre
fueron tomados también como prisioneros. Acompañándoles a su
cautiverio de Babilonia, se encontraban los oficiales de palacio, los
grandes cargos de la corte, artesanos y todos los líderes de la
comunidad. Ni siquiera entre aquellos miles, estaba Ezequiel. Matanías,
cuyo nombre cambió Nabucodonosor por el de Sedequías, quedó a cargo
del pueblo que permaneció en Jerusalén.
Sedequías
597-586 a. C.
Sedequías era
el hijo más joven de Josías. Puesto que Joacim fue considerado con el
heredero legítimo al trono de David, Sedequías fue considerado como
un rey marioneta, sujeto a la soberanía babilónica. Tras una década de
política débil y vacilante, Sedequías perdió el derecho al gobierno
nacional de Judá. Jerusalén fue destruido en el 586.
Jeremías
continuó su fiel ministerio a través de los angustiosos años de aquel
estado de guerra, de hambre y de destrucción. Habiendo sido dejado con
los estamentos más bajos del pueblo en Jerusalén, Jeremías tuvo un
apropiado mensaje para su auditorio basado en una visión de dos cestas
de higos (Jer. 24). Los buenos higos representaban a los cautivos que
habían sido llevados al destierro. Los malos, que ni siquiera podían
ser comidos, eran las gentes que quedaron en Jerusalén. El cautiverio
también les aguardaba a su debido tiempo. Carecían del suficiente
orgullo para haber escapado.
Jeremías
escribió cartas a los exiliados de Babilonia, alentándoles a adaptarse
a las condiciones del exilio. No podían esperar el retorno a Judá en
setenta años (Jer. 25:11-12; 29:10).
Sedequías
estuvo bajo la presión constantemente para unirse a los egipcios en
una rebelión contra Babilonia. Cuando Samético
II
sucedió a Necao (594), Edom, Moab, Anión, y Fenicia se unieron a
Egipto en una coalición anti-babilónica, creando una crisis en Judá.
Con un yugo de madera alrededor del cuello, Jeremías anunció
dramáticamente que Nabucodonosor era el siervo de Dios a quien las
naciones deberían someterse de buena voluntad. Sedequías recibió la
seguridad de que la sumisión al rey de Babilonia evitaría la
destrucción de Jerusalén (Jer. 27).
La oposición
a Jeremías crecía conforme los falsos profetas aconsejaban una
rebelión. Incluso confundían a los cautivos diciéndoles que los
tesoros del templo pronto serían devueltos. Contrariamente al consejo
de Jeremías, aseguraban a los exiliados la pronta vuelta al hogar
patrio. Un día, Hananías tomó el yugo de Jeremías, lo rompió y anunció
públicamente que de la misma forma el yugo de Babilonia sería roto
dentro de pasados dos años. Asombrado, Jeremías continuó su camino.
Pronto volvió portador de un mensaje de Dios, Mostró un nuevo yugo,
pero de hierro, en vez de madera, anunciando que las naciones caerían
en las garras de Nabudoconosor donde no habría escape. Por lo que
respecta a Hananías, Jeremías anunció que moriría antes de que
finalizase aquel año, lo cual se cumplió. El funeral de
Hananías fue
la pública confirmación de que Jeremías era el verdadero mensajero de
Dios.
Aunque
Sedequías sobrevivió a la primera crisis, ayudó a los planes
agresivos para la rebelión en el 588, cuando el nuevo faraón de
Egipto organizó una expedición hacia Asia. Con Amón y Judá en rebelión,
Nabucodonosor rápidamente se estableció en Ribla, en Siria.
Inmediatamente su ejército puso sitio a Jerusalén. Aunque Sedequías no
quiso rendirse, como Jeremías le había aconsejado, intentó hacer lo
mejor en busca de una solución favorable. Anunció la libertad de los
esclavos, que en tiempo del hambre, eran ventajoso a sus dueños, al
no tener que darle sus raciones. Cuando el asedio a Jerusalén fue
súbitamente levantado, al dirigirse las fuerzas de Babilonia hacia
Egipto, los dueños de los esclavos les reclamaron inmediatamente (Jer.
37). Jeremías entonces advirtió que los babilonios pronto reanudarían
su asedio.
Un día,
mientras se dirigía a Anatot, Jeremías fue arrestado, apaleado y hecho
prisionero con los cargos de que era partidario de Babilonia.
Sedequías mandó llamarle y en una entrevista secreta, Sedequías
recibió una vez más el aviso de que no oyese a aquellos que favorecían
la resistencia contra Babilonia, y a Nabucodonosor. Por su propia
petición, Jeremías fue devuelto a la prisión, pero colocado en el
cuerpo de guardia. Cuando objetaron en contra los oficiales de palacio,
Sedequías dio su consentimiento de que matasen a Jeremías. Como
resultado, los príncipes sumergieron al fiel profeta en una cisterna,
con la esperanza de que perecería en el fango. La promesa de Dios de
liberar a Jeremías fue cumplida cuando un eunuco etíope le sacó y
volvió a llevarle al patio de guardia. Pronto el ejército de Babilonia
volvió a poner sitio a Jerusalén. Indudablemente muchos de los
ciudadanos aceptaron al hecho de que la capitulación frente a
Nabucodonosor era inevitable. En ese momento, Jeremías recibió un
nuevo mensaje. Dada la opción de comprar un campo de Anatot, Jeremías,
incluso estando encarcelado, compró inmediatamente la propiedad y tomó
especial cuidado en ejecutar la venta legalmente. Esto representaba la
devolución de los exiliados a la tierra prometida (Jer. 32).
En una
entrevista secreta final, Sedequías escuchó una vez más la voz
suplicante de Jeremías. La obediencia y la sumisión era preferible a
cualquier otra cosa. La resistencia solo traería el desastre.
Temiendo a los líderes que estuviesen determinados a aguantar hasta
el amargo fin, Sedequías falló en dar su consentimiento.
En el verano del año 586 los babilonios entraron en la ciudad de
Jerusalén a través de una brecha abierta en sus murallas. Sedequías
intentó escapar pero fue capturado y llevado a Ribla. Tras la
ejecución de sus hijos, Sedequías el último rey de Judá, fue cegado y
atado con cadenas para llevarlo a Babilonia. El gran templo Salomónico,
que había sido el orgullo y Ja gloria de Israel por casi cuatro siglos,
fue reducido a cenizas y la ciudad de Jerusalén quedó hecha un montón
de ruinas.
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Capítulo
XV
Los judíos entre las naciones
Desde los tiempos de David,
Jerusalén había englobado las esperanzas nacionales de Israel. El
templo representaba el punto focal de la devoción religiosa, mientras
que el trono de David sobre monte Sión proporcionaba, al menos para el
reino de Judá, el optimismo político para la supervivencia nacional.
Aunque Jerusalén había sido reducida desde su prominente posición de
respeto y prestigio internacional en la era de la gloria salomónica,
al estado de vasallaje en los días fatídicos del triunfo asirio,
todavía se ergía como la capital de Judá cuando Nínive fue destruido
en el 612 a. C. Por cuatro siglos, había continuado como la sede del
gobierno del trono de David, mientras que Damasco, Samaría, y Nínive
con sus respectivos gobiernos se habían levantado y hundido.
Jerusalén fue destruida en el 586
a. C. El templo fue reducido a cenizas y los judíos hechos cautivos.
El territorio conocido como reino de Judá, fue absorbido por los
edomitas en el sur y la provincia babilónica de Samaría en el norte.
Demolida y desolada, Jerusalén se convirtió en el objeto de burla de
las naciones.
Mientras que el gobierno de
Jerusalén permaneció intacto, los anales fueron guardados. El Libro de
los Reyes y el de las Crónicas, representan la historia continuada del
gobierno davídico en Jerusalén. Con la terminación de una existencia
nacionalmente organizada, es improbable que los anales pudieran
guardarse, al menos no hay ninguno disponible hasta la fecha. En
consecuencia, se conoce poco respecto al bienestar general del pueblo
diseminado por Babilonia. Sólo algunas referencias limitadas de
fuentes escriturísticas y extrabíblicas aportan alguna información
concerniente a la fortuna de los judíos en el exilio.
El nuevo hogar de los judíos fue
Babilonia. El reinado neo-babilónico reemplazó al control asirio en el
oeste, fue el responsable de la caída Jerusalén. Los judíos
permanecieron en el exilio tanto tiempo como los gobernantes
babilonios mantuvieron una supremacía internacional. Cuando Babilonia
fue conquistada por los medo-persas en el 539 a. C., a los judíos se
les garantizó el privilegio de reestablecerse en Palestina. Aunque
algunos de ellos comenzaron a reconstruir el templo y rehabilitar la
ciudad de Jerusalén, el estado judío nunca volvió a ganar su completa
independencia, sino que permaneció como una provincia del Imperio
Persa. Muchos judíos se mantuvieron en el destierro, sin retornar
jamás a su patria natal.
Babilonia —626-539 a. C.
Bajo la dominación asiría,
Babilonia había constituido una provincia muy importante. Aunque se
hicieron repetidos intentos por los gobernantes babilonios para
declarar su independencia, no lo consiguieron hasta la muerte de
Asurbanipal aproximadamente en el 633 a. C. Samasumukin llegó a ser
gobernador de Babilonia de acuerdo con un tratado hecho por Esarhadón.
Tras un gobierno de dieciseis años, Samasumukin se rebeló contra
su hermano Asurbanipal y pareció en el asedio e incendio de Babilonia
(648 a. C.). El sucesor nombrado por Asurbanipal fue Kandalanu cuyo
gobierno terminó muy probablemente en una fracasada rebelión (627 a.
C.). La rebelión continuó en Babilonia bajo la incertidumbre del
gobierno asirio tras la muerte de Asurbanipal. Nabopolasar surgió como
el líder político que continuó como campeón de la causa de la
independencia de Babilonia.
Nabopolasar 626
- 605 a. C.
La oposición de Nabopolasar a las
fuerzas asirías que marchaban contra Nipur, a 97 kms. al sudeste de
Babilonia, precipitó el asalto asirio. La triunfante resistencia de
Babilonia a este ataque, resultó en el reconocimiento de Nabopolasar
como rey de Babilonia en noviembre 22-23, del 626 a. C. Por el año
622, aparentemente era lo suficiente fuerte como para conquistar
Nipur, que era estratégicamente importante para el control del trafico
sobre los ríos Tigris y Eufrates.
En el 616 a. C. Nabopolasar
derrotó a los asirios hacia el norte a lo largo del Eufrates,
empujándoles hasta Harán, volviendo con un lucrativo botín producto
del saqueo y la rapiña antes de que el ejército asirio pudiese lanzar
un contrataque. Esto fue la causa de que Asiría se aliase con Egipto,
que nabia sido liberado de la dominación asiría por Samético I, en el
654 a. C.
Tras repetidos ataques sobre
Asiria, la ciudad de Asur cayó en manos de los medos bajo Cyáxares en
el 614 a. C. El resultado de los esfuerzos de Babilonia para ayudar a
los medos en la conquista fue un pacto medo-babilónico confirmado por
el matrimonio. En el 612 a. C. los medos y los babilonios convergieron
sobre Nínive, devastando la gran, capital asiría y dividiendo el botín.
Pudo muy bien haber sido que Sinsariskun, el rey asirio, pereciese en
la destrucción de Nínive.
Los asirios que se las arreglaron
para escapar, se retiraron hacia el oeste a Harán. Durante varios
años los babilonios hicieron ataques por sorpresa y realizaron
conquistas en varios puntos a lo largo del Eufrates, pero evitaron
cualquier conflicto directo con Assur-Uballit, el rey asirio de Harán.
En el 609 a. C., con el apoyo de Umman-manda, y sus fuerzas,
Nabopolasar marchó hacia Harán. Los asirios, que por aquel tiempo se
habían unido a las fuerzas egipcias abandonaron Harán y se retiraron a
las riberas occidentales del Eufrates. Consecuentemente, Nabopolasar
ocupó Harán sin lucha, dejando una guarnición allí, cuando volvió a
Babilonia. El ejército babilonio volvió a Harán cuando Assur-Uballit
intentó recapturar la ciudad. En esta ocasión, Assur-Uballit
aparentemente escapó con sus fuerzas asirías hacia el norte, hacia
Urartu ya que Nabopolasar dirigía su campaña en aquella zona, sin que
haya ulterior mención en las crónicas de los asirios ni de
Assur-Uballit.
Después de haber dirigido sus
expediciones hacia el nordeste durante unos cuantos años, Nabopolasar
renovó sus esfuerzos para rivalizar con las tropas egipcias a lo largo
del Alto Eufrates. A finales del 607 y continuando en el año siguiente,
los babilonios tuvieron varios encuentros con los egipcios y volvieron
a su origen a principios del 605. Esta fue la última vez que
Nabopolasar condujo su ejército a la batalla.
Nabucodonosor-605
- 562 a. C.
En la primavera del 605 a. C.,
Nabopolasar envió a Nabucodonosor, el príncipe coronado, y el ejército
babilonio para resolver la amenaza egipcia sobre el Alto Eufrates. Con
determinación, marchó directamente a Car-quemis, que los egipcios
tenían en sus manos desde el 609, en ocasión que Necao fue para ayudar
a las fuerzas asirías. Los egipcios fueron decisivamente derrotados
en Carquemis a principios de aquel verano. En persecución de sus
enemigos, los babilonios entablaron otra batalla en Hamat.
Nabucodonosor tenía el control de Siria y Palestina y los egipcios se
retiraron a su propio país. Wiseman observa correctamente que esto
tuvo un decisivo efecto sobre Judá. Aunque Nabucodonosor pudo haberse
establecido en Ribla, que más tarde se convirtió en su cuartel
general, él, sin duda, envió su ejército lo bastante al sur para
expulsar a los egipcios de Palestina. Joacim, que era un vasallo de
Necao, se convirtió entonces en subdito de Nabucodonosor. Los tesoros
del templo de Jerusalén y los rehenes, incluyendo a Daniel, fueron
tomados y llevados a Babilonia (Dan. 1:1).
En agosto, el 15 ó 16 del 605 a.
C. Nabopolasar murió. El principe coronado inmediatamente corrió
hacia Babilonia. El día de su llegada, el 6 6 7 de septiembre,
Nabucodonosor fue coronado rey de Babilonia. Habiendo asegurado el
trono, volvió con su ejército al oeste para asegurar la posición de
Babilonia y la recaudación de tributos. Al año siguiente (604) marchó
con su ejército a Siria una vez más. Esta vez requirió de los reyes de
varias ciudades que se presentasen ante él con tributos. Junto con los
gobernantes de Damasco, Tiro y Sidón, Joacim, rey de Jerusalén,
también se sometió permaneciendo sujeto a los babilonios durante tres
años (II
Reyes 24:1).
Ascalón resistió la esperanza irreal de Babilonia de que Egipto
viniese en su ayuda. Nabucodonosor dejó esta ciudad en ruinas cuando
volvió a Babilonia en febrero del 603.
Durante los años siguentes, el
control de Nabucodonosor sobre Siria y Palestina no fue seriamente
desafiado. En el 601, el ejército babilonio desplegó una vez más su
poder marchando victoriosamente en Siria y ayudando a los gobernantes
locales en la recolección de los tributos. Aquel año, más tarde,
Nabucodonosor tomó el mando personal del ejército y marchó a Egipto.
Necao II
mandaba las fuerzas reales
para hacer frente a la agresión babilónica. La crónica babilonia
declara francamente que por ambas partes se sufrió tremendas pérdidas
en el conflicto. Es muy verosímil que este contratiempo contase para
la retirada de Nabucodonosor y su concentración durante el año
siguiente, en reunir caballos y carros de combate para reequipar sus
ejércitos. Esto pudo también haber desalentado al monarca babilonio de
invadir a Egipto en muchos años por venir. En el 599, los babilonios
volvieron a Siria para extender su control del Desierto Sirio del
oeste y para fortificar Ribla y Hamat como bases fuertes para la
agresión contra Egipto.
En diciembre del 598 a. C.,
Nabucodonosor una vez más marchó con su ejército hacia el oeste.
Aunque el relato de la crónica es breve, identifica definitivamente a
Jerusalén como objetivo. Aparentemente Joacim había denegado el
tributo de Nabucodonosor en dependencia sobre Egipto, incluso aunque
Jeremías le había advertido constantemente contra tal política. De
acuerdo con Josefo, Joacim fue sorprendido cuando la marcha de los
babilonios estaba dirigida contra él en lugar de Egipto. Tras un
corto asedio Jerusalén se rindió a los babilonios en marzo, los días
15 y 16 del año 597 a. C. Puesto que Joacim había muerto el 6-7
diciembre del 598, su hijo Joaquín, fue el rey de Judá que realmente
hizo la concesión. Con otros miembros de la real familia y unos 10.000
ciudadanos sobresalientes de Jerusalén, Joaquín fue llevado cautivo a
Babilonia. Además los vastos tesoros de Judá fueron confiscados para
Babilonia. Sedequías, como tío de Joaquín, fue nombrado rey marioneta
en Jerusalén.
Para los años 596-594, a. C., las
crónicas de Babilonia informan que Nabucodonosor continuó su control
en el oeste, encontrando alguna oposición en el este y suprimió una
rebelión en Babilonia. Las últimas líneas de las crónicas existentes,
establecen que en diciembre del 594 a. C., Nabucodonosor reunió sus
tropas y marchó contra Siria y Palestina. Por los restantes treinta y
tres años del reinado de Nabucodonosor, no se tiene registros
oficiales, tales como esas crónicas, ni hay disponibles ningunos otros
documentos históricos.
Las actividades de Nabucodonosor
en Judá en la siguiente década, están bien atestiguadas en los
registros bíblicos de los Libros de los Reyes, Crónicas y Jeremías.
Como resultado de la rebelión de Sedequías, el asedio de Jerusalén
comenzó en enero del 588. Aunque el sitio fue temporalmente levantado,
conforme los babilonios dirigían sus esfuerzos contra Egipto, el reino
de Judá finalmente capituló. Sedequías trató de escapar, pero fue
capturado en Jericó y llevado a Ribla, donde sus hijos fueron muertos
a su vista. Tras haber sido cegado, fue llevado a Babilonia donde
murió. El 15 de agosto del 586 a. C., comenzó la destrucción final de
Jerusalén en los tiempos del Antiguo Testamento. Desierta de su
población mediante el exilio, la capital de Judá fue abandonada
convertida en un montón de ruinas. Así acabó el gobierno davídico de
Judá en los días de Nabucodosor.
Otra tablilla del Museo Británico
que aparece ser un texto religioso y no una parte de la serie de las
Crónicas Babilónicas, informa de una campaña de Nabucodonosor en su
trigésimo séptimo año de su reinado (568-67) contra el faraón Amasis.
Parece que Apries, el rey de Egipto, había sido derrotado por
Nabucodonosor en el 572 y reemplazado en el trono por Arnasis. Cuando
el último se rebeló en el 568-67, Nabucodonosor marchó con su ejército
contra Egipto.
El extenso programa de
construcciones de Nabucodonosor es bien conocido por las incripciones
procedentes del propio rey. Habiendo heredado un reino firmemente
establecido, Nabucodonosor durante su largo reinado, dedicó intensos
esfuerzos hacia la construcción de diversos proyectos en Babilonia. La
belleza y majestad de la real ciudad de Babilonia, no fue sobrepasada
en los tiempos antiguos. La arrogante afirmación de Nabucodonosor de
que él construyó aquella gran ciudad por su poder y para su gloria,
está reconocido como históricamente precisa (Dan. 4:30).
Babilonia estaba defensivamente
fortificada por un foso y una doble muralla. Por la ciudad, un vasto
sistema de calles y canales fue construido para facilitar el
transporte. Junto con la amplia calle procesional, y en el palacio,
había leones, toros y dragones hechos de ladrillos de colores
esmaltados. La puerta de Istar marcaba la impresionante entrada a la
calle. Los ladrillos utilizados en construcciones ordinarias, llevaban
la marca impresa con el nombre de Nabucodonosor. A este famoso rey se
le acredita !a existencia de casi veinte templos en Babilonia y
Borsippa. La más sobresaliente empresa en el área del templo fue la
reconstrucción del ziggurat. Los jardines colgantes construidos por
Nabucodonosor para complacer a su reina meda, fueron considerados por
los griegos como una de las siete maravillas del mundo.
El estudio de unas trescientas
tablillas cuneiformes encontradas en un edificio embovedado cerca de
la puerta de Istar, ha dado como resultado la identificación de los
judíos en la tierra del exilio durante el reinado de Nabucodonosor. En
estas tablillas, fechadas en 595-570 a. C, están anotadas las
raciones asignadas a los cautivos procedentes de Egipto, Filistia,
Fenicia, Asia Menor, Persia y Judá. Lo más significativo es la mención
de Joacim con sus cinco hijos o príncipes. Resulta claro de tales
documentos que los babilonios, lo mismo que los judíos, reconocieron a
Joaquín como heredero al trono judío.
La gloria del reino babilónico
comenzó a desvanecerse con la muerte de Nabucodonosor en el 562 a. C.
Sus triunfos habían agrandado el pequeño reino de Babilonia
extendiéndolo desde el Próximo Oriente, de Susa hasta el Mediterráneo,
desde el Golfo Pérsico hasta el alto Tigris y desde las Montañas de
Taurus hasta la primera catarata en Egipto. Como constructor
aventurero, hizo de la ciudad de Babilonia la más potente fortaleza
conocida en el mundo, adornada con un esplendor y una belleza
inigualados. El poder y el genio que caracterizaron su reinado de 43
años, nunca fueron igualados por ninguno de sus sucesores.
Awel-Marduc
562-560 a. C.
Awel-Marduc, también conocido como
Evil-merodac, gobernó sólo dos años sobre el imperio que había
heredado de su padre. Aunque Josefo le estima como un
gobernante rudo, la Escritura indica su generosidad hacia Joaquín.
Este rey de Judá que había sido conducido al exilio en el 597 a. C.,
fue entonces dejado en libertad a la edad de cincuenta y cinco años.
El
reinado de Awel-Marduc terminó
bruscamente al ser asesinado por Neriglisar que fue entronizado el 13
de agosto del año 560 a. C. 560-556 a. C.
Neriglisar llegó al trono o bien
con el apoyo de una revolución apoyada por los sacerdotes y el
ejército, o como heredero por virtud de su matrimonio con la hija de
Nabucodonosor Es muy posible que Neriglisar esté correctamente
identificado con Nergal-sarezer el "Rabmag" u oficial jefe que dejó en
libertad a Jeremías en el 586 tras la conquista de Jerusalén (Jer.
39:3, 13). Popularmente conocido por Nereglisar es mencionado en
contratos en Babilonia y en Opis como el hijo de un rico propietario
de tierras. De acuerdo con otro texto que ha sido fechado
en el reinado de Nabucodonosor, Neriglisar fue nombrado para
controlar los asuntos de templo del Sol en Sippar. Si Neriglisar es el
individuo mencionado por tal nombre en contratos allá por el año 595
a. C., entonces tuvo que haber sido un hombre de edad madura o ya
viejo cuando se apoderó del trono de Babilonia.
Hasta recientemente, Neriglisar
fue primeramente conocido por sus actividades en la restauración del
templo Esagila de Marduc en Babilonia y el de Ezida de Nebo en
Borsippa. Además volvió a construir la capilla del destino (punto
focal del festival del Año Nuevo en Babilonia), reparó un viejo
palacio y construyó canales como se esperaba de cualquier rey. La
crónica de una nueva tablilla recientemente publicada, retrata a
Neriglisar como agresivo y vigoroso en mantener el orden y el control
por todo el imperio.
En el tercer año del reinado de
Nereglisar, Appuasu, rey de Pirindu en el oeste de Cilicia, avanzó a
través de la llanura costera hasta el de Cilicia este para atacar y
rapiñar Hume. Nereglisar inmediatamente puso en movimiento su
ejército para rechazar al invasor y perseguirle hasta Ura, más allá
del río Lamos. Appuasu escapó pero su ejército quedó disperso. En
lugar de avanzar hacia Lidia, Neriglisar marchó hacia la costa para
conquistar la isla rocosa de Pitusu con una guarnición de 6.000
hombres, exhibiendo su capacidad en el uso de las fuerzas de mar y
tierra. Volvió a Babilonia en febrero-marzo del 556 a. C.
Cilicia había sido controlado
anteriormente por los reyes asirios, pero volvió a ganar su
independencia tras la muerte de Asurbanipal, ca. 631 a. C.
Aunque no hay crónicas babilónicas disponibles concernientes al reino
de Nabucodonosor tras su décimo año de reinado (594 a. C.), se ha
sugerido que conquistó Cilicia entre el 595 y 570. En la lista de
prisioneros retenidos en cautividad en Babilonia durante este período,
aparecen referencias del exilio de Pirindu y Hume.
Tras Neriglisar muerto en el 556
a. C, su joven hijo, Labassi-Marduc gobernó por unos cuantos meses.
Entre los cortesanos que depusieron y mataron el joven rey, se hallaba
Nabónido que se hizo cargo del trono.
Nabónido
556-539 a. C. ,
Cuando Nabónido comenzó a reinar,
afirmó que era el verdadero sucesor del trono de Babilonia. Marduc
fue sólo debidamente reconocido en el festival del Nuevo Año el 31 de
mar/o del 555 a. C., con Nabónido no solo participando como rey, sino
también proporcionando elaborados regalos para el templo de Esagila.
El interés religioso del nuevo rey
no tuvo raíces en Babilonia, sino en Harán, donde sus padres
devotamente prestaban culto al dios-luna Sin. Desde la destrucción del
templo de Sin en Harán en el 610 a. C., que fue cuidadosamente
atribuido a Medes, este culto no volvió a ser restaurado. Nabónido
hizo convenientemente un tratado con Ciro, quien se rebeló contra los
medos, de tal forma que el gobernante de Babilonia pudo restaurar el
culto de Sin en Harán. Se concentró en su interés religioso con tal
devoción, que por varios años suspendió las celebraciones del Año
Nuevo en Babilonia, fallando en aparecer en la procesión de Marduc.
Este anual culto ritual, siempre había llevado un lucrativo aporte de
negocios y comercio para los hombres de negocios de Babilonia. Así la
suspensión durante varios años ofendió no solo a los sacerdotes, sino
a los grandes comerciantes en aquella gran ciudad. El resultado fue
que en el 548 a. C., Nabónido se vio obligado a delegar su autoridad
en Belsasar y retirarse a la ciudad de Tema en Arabia. Ahí Nabónido
manifestó un interés en el negocio de las caravanas al igual que en la
promoción, del culto del dios-luna.
Aunque Nabónido descartó a la
ciudad de Babilonia, intentó mantener el imperio. En el 554 envió
ejércitos a Hume y a las montañas de Amanus y hacia el sur a través de
Siria, y por el fin del año 553 había matado al rey de Edom. Desde
allí avanzó hacia Tema, donde construyó un palacio. Algún tiempo más
tarde, Belsasar recibió el control de Babilonia, puesto que la crónica
para cada año desde el 549 al 545 a. C., comienza con la declaración
de que el rey estaba en Tema
Mientras tanto, Ciro había
avanzado hacia Media. Por el 550 había ganado la partida y conquistado
Ecbatana, reclamando el gobierno de Media sobre Asiría y más allá del
Creciente Fértil. Tres años más tarde, marchó con su ejército a través
de las puertas de Cilicia a Capadocia, donde se enfrentó con Creso de
Lidia en una batalla indecisa. Aunque el equilibrio de poder había
sido suficientemente perturbado cuando Ciro venció a los medos que
Nabónido de Babilonia, Amasis de Egipto, y Creso habían formado una
alianza, ninguno de estos últimos aliados estaba allí para ayudar.
Creso se retiró a Sardis esperando que en la próxima primavera
recibiría suficiente apoyo para arrollar al enemigo. Aún en pleno
invierno, Ciro avanzó al oeste hacia Sardis en un movimiento de
sorpresa y capturó a Creso en la caída del 547 a. C. Con el mayor
enemigo del oeste derrotado, Ciro volvió a Persia.
Indudablemente, estos
acontecimientos perturbaron gravemente a Nabóaido y retornó a
Babilonia. Por el 546 a. C. el festival anual del Año Nuevo no había
tenido lugar durante un buen número de años debido a la ausencia del
rey; había prevalecido la falta de gobierno y los
desfalcos y el pueblo estaba
sometido a injusticias económicas. En los años siguientes, conforme
Ciro iba extendiendo su imperio en territorio del Irán, ciudades tales
como Susa, bajo el liderazgo de Gobrías, se rebelaron contra el pacto
babilónico con Ciro. En su desesperación, Nabónido rescató a algunos
dioses en tales ciudades y los llevó a Babilonia.
En el día de Año Nuevo, en abril
del 539, Nabónido realizó el intento de celebrar el festival
adecuadamente. Aunque muchos dioses de las ciudades circundantes
fueron traídos, los sacerdotes de Marduc y Nebo no se unieron con
entusiasmo en apoyo del rey. El 11 de octubre del 539, la ciudad de
Sippar temió tanto a Ciro que se rindió sin presentar batalla. Dos
días más tarde Gobrías tomó Babilonia con las tropas de Ciro. Mientras
Belsasar era muerto, Nabónido pudo haber escapado; pero fue capturado
y aparentemente recibió un favorable trato después de puesto en
libertad. Antes del fin del mes de octubre, Ciro entró en Babilonia
como vencedor y conquistador.
Persia —539-400 a. C.
Al principio del primer milenio a.
C., olas sucesivas de tribus arias invadieron y se establecieron sobre
la planicie persa. Dos grupos surgieron eventualmente como
históricamente importantes: los medos y los persas.
Bajo el dinámico gobierno y
mandato de Cyáxares, Media se afirmó como una amenaza de la supremacía
asiría durante la última mitad del siglo
VII.
En el 612 a. C., las fuerzas
combinadas de Media y Babilonia destruyeron a Nínive. El matrimonio
de Nabucodonosor con la nieta de Cyáxares selló esta alianza
estableciéndose un delicado equilibrio de poder a través de todo el
período de la expansión babilónica y su supremacía.
EL IMPERIO PERSICO
ca. 500 A. C.
Ciro el Grande
559-530 a. C.
Persia se convirtió en un poder
internacional de primer rango bajo Ciro el Grande. Llegó al trono en
el 559 como vasallo de Media, teniendo bajo su control solamente a
Persia y algún territorio elamita conocido por Anshan. para él,
existían muchos territorios que conquistar. Astiages (585-550)
ejercitó un débil gobierno sobre el Imperio Medo. Babilonia era
todavía muy poderosa bajo Neriglisar, pero comenzó a mostrar signos de
debilidad conforme Nabónido descuidó los asuntos del estado para
dedicar su tiempo a la restauración del culto a la luna en Harán.
Lidia, en el lejano oeste, se había aliado con Media, mientras que
Amasis de Egipto, estaba nominalmente bajo el control de Babilonia.
Ya en época temprana de su reinado,
Ciro consolidó a las tribus persas bajo su mandato. Después hizo
un pacto con Babilonia contra Media. Cuando Astiages, el gobernante
de los medos trató de suprimir la revuelta, su propio ejército se
rebeló e hizo que su rey se volviese hacia Ciro. En su resultante
subyugación a Persia, los medos continuaron jugando un importante
papel (ver Ester 1:19; Dan. 5:28, etc.).
Desde el oeste, Creso, el famoso
rey colmado de riquezas de Lidia, cruzó el río Halys para desafiar el
poderío persa. Atravesando Babilonia en la primavera del 547, Ciro
avanzó a lo largo del Tigris y cruzó el Eufrates en Capadocia. Cuando
Creso declinó las ofertas conciliatorias de Ciro, los dos ejércitos se
enfrentaron en una batalla decisiva. Aproximándose el invierno, Creso
retiró a su ejército y se marchó a su capital en Sardis con una fuerza
protectora mínima. Anticipando que Ciro le atacaría en la siguiente
primavera, solicitó ayuda de Babilonia, Egipto y Grecia. En un
movimiento de sorpresa, Ciro se dirigió inmediatamente sobre Sardis.
Creso disponía de una caballería superior, pero le faltaba infantería
para resistir el ataque. Ciro, astutamente, colocó camellos al frente
de sus tropas. En cuando los caballos lidios olieron el hedor de los
camellos, se sintieron atacados por el terror y se hicieron
ingobernables. Por esta causa, los persas ganaron la ventaja de la
sorpresa y dispersaron al enemigo. Asegurándose Sardis y Mileto, Ciro
resolvió su encuentro con los griegos en la frontera occidental y se
volvió hacia el este para conquistar otras tierras.
En el este, Ciro marchó
victoriosamente con sus ejércitos por los ríos Oxus y Jaxartes,
reclamando el territorio Sogdiano y extendiendo la soberanía persa
hasta las fronteras de la India. Antes de volver a Persia, había
duplicado la extensión de su imperio.
La próxima empresa de Ciro fue el
dirigirse hacia las ricas y fértiles «anuras de Babilonia, donde una
población insatisfecha con las reformas de Nabónido estaba dispuesta a
darle la bienvenida al conquistador. Ciro Presintió que el momento
estaba maduro para la invasión y no perdió el tiempo en conducir sus
tropas a través de las montañas, aprovechando sus pasos, y evitando
los aluviones. Conforme varias importantes ciudades tales como Ur,
Larsa, Erec, y Kish apoyaban a la conquista persa, Nabónido rescató a
los dioses locales y se los llevó para salvaguardarlos a la gran,
ciudad de Babilonia, que se suponía era inexpugnable. Pero los
babilonios se retiraron ante el avance del invasor. Al poco tiempo,
Ciro se establecía como el rey de Babilonia.
En Babilonia Ciro fue aclamado
como el gran liberador. Los dioses que habían sido tomados de las
ciudades circundantes fueron devueltos a sus templos locales. No solo
reconoció Ciro a Marduc como el dios que le había entronizado como rey
de Babilonia, sino que permaneció allí durante varios meses para
celebrar el festival del Año Nuevo. Aquello fue un excelente
comportamiento político para asegurarse el apoyo popular, conforme
asumía el control del vasto Imperio Babilónico, extendiéndose al
oeste a través de Siria y Palestina hasta las fronteras de Egipto.
Los asirios y babilonios fueron
notorios por su política en llevar pueblos conquistados a territorios
extranjeros. La consecuencia de semejante política distinguió a Ciro
como un conquistador al que se le daba la bienvenida. Alentó a pueblos
desarraigados a que volviesen a sus países de origen y a que
restaurasen a los dioses en sus templos. Los judíos, cuya ciudad
capital y cuyo templo todavía yacían en, ruinas, se encontraron entre
aquellos a quienes benefició la benevolencia de Ciro.
En el 530 Ciro condujo su ejército
hasta la frontera del norte. Mientras invadía el país existente más
allá del río Araxes al oeste del Mar Caspio, fue mortalmente herido en
la batalla. Cambises llevó el cuerpo de su padre a Pasargade, la
capital de Persia, para darle un adecuado enterramiento.
La tumba que Ciro había construido
para sí mismo, se hallaba sobre una plataforma de una elevación de
cinco mts. con seis escalones que conducían a un pavimento rectangular
de 13 por 15 mts. Allí fue depositado en un sarcófago de oro
descansando en una mortaja de oro labrado. Ornamentos adecuadamente
elaborados, joyas costosas, una espada persa y tapices de Babilonia y
otros lujosos adornos fueron cuidadosamente colocados en el lugar del
eterno descanso del que había sido el creador de tan gran imperio.
Rodeando el pavimento, existía un canal y más allá unos bellísimos
jardines. Una guardia real montaba vigilancia cerca de su tumba. Cada
mes se le sacrificaba un caballo al distinguido héroe. Dos siglos más
tarde, cuando Alejandro Magno descubrió que los vándalos habían
rapiñado la tumba, ordenó la restauración del cuerpo al igual que los
demás tesoros. Todavía hoy, la tumba vacía es testigo de la grandeza
de Ciro, que ganó para Persia su imperio, aunque eventualmente fue
saqueado el lugar de eterno descanso que el gran Ciro había preparado
tan elaboradamente.
Cambises
530-522 a. C.
Cuando Ciro abandonó Babilonia en
el 538 a. C., nombró a su hijo Cambises para representar al rey persa
en las reales procesiones del día del Año Nuevo. Debidamente
reconocido por Marduc, Nebo y Bel y reteniendo a los oficiales y
dignatarios de Babilonia, Cambises quedó bien establecido en Babilonia
con su cuartel general en Sippar.
Con la súbita muerte de Ciro en el
530, Cambises se confirmó a sí mismo rey de Persia. Tras haber
recibido el reconocimiento de varias provincias que su padre había
sometido al poder del trono, Cambises volvió su atención a la
conquista de Egipto, que todavía quedaba más allá de los lazos del
imperio.
Amasis hacía años que se había
anticipado a los sueños imperialistas de Persia. En el 547 pudo haber
tenido una alianza con Creso. El también hizo amistades y buscó una
coalición con los griegos.
En su camino hacia Egipto,
Cambises acampó en Gaza, donde adquirió camellos de los nabateanos
para la marcha de 88 kms. a través del desierto. Dos hombres que
traicionaron a Amasis, se unieron al grupo del conquistador. Fanes,
un jefe mercenario griego, desertó del faraón y proporcionó a Cambises
una importante información militar. Polícrates de Samos rompió su
alianza con Amasis para ayudar a Cambises con tropas griegas y con
barcos.
Al llegar al Delta del Nilo, supo
que el viejo Amasis había muerto. El nuevo faraón, Samtik
III,
hijo de Amasis, hizo frente a los
invasores con mercenarios griegos y soldados egipcios. En la batalla
de Pelusium (525 a. C.) los egipcios fueron definitivamente derrotados
por los persas. Aunque Samtik
III
intentó ponerse a cubierto en la ciudad de Menfis, fue incapaz de
escapar de sus perseguidores. Cambises concedió un trato favorable al
rey, pero más tarde Samtik intentó una rebelión y fue ejecutado. El
invasor victorioso se apropió de los títulos del reinado egipcio e
hizo que se inscribiese su nombre en los monumentos dedicados al
faraón.
Por los próximos años, Cambises
cultivó la amistad con los griegos con objeto de promover el lucrativo
comercio que tenían con Egipto. Esta acción extendió la dominación
persa sobre lo más avanzado y lo más rico del mundo griego. Cambises
también trató de expander su dominio por el oeste hasta Cartago y al
sur de Nubla y Etiopía a base de fuerzas militares, pero en este
propósito fracasó por completo.
Dejando a Egipto bajo el mando de
Ariandes como sátrapa, Cambises emprendió la vuelta a Persia. Cerca de
monte Carmelo le llegaron las noticias de que un usurpador, Gaumata de
nombre, se había apoderado del trono de Persia. La afirmación de
Gaumata de ser Esmerdis, otro hijo de Ciro a quien Cambises había
previamente ejecutado, perturbó tan grandemente a Cambises que se
suicidó. Por ocho meses Gaumata sostuvo las riendas del reino y del
gobierno. El fin de su corto reinado precipitó las revueltas en varias
provincias.
Darío I.
522-486 a. C.
Darío I, también conocido como
Darío el Grande, salvó al Imperio Persa en aquel tiempo de crisis.
Habiendo servido en el ejército bajo el mando de Ciro, se convirtió en
el brazo derecho de Cambises en Egipto. Cuando el reinado de este
último terminó bruscamente en ruta desde Egipto hasta Persia, Darío se
precipitó hacia el este. Ejecutó a Gaumata en septiembre del 522 a. C.
y se hizo cargo del trono. Tres meses más tarde, la Babilonia rebelada
quedó bajo su dominio. Tras dos años de dura lucha, disipó toda
oposición en Armenia y en Media.
Darío volvió a Egipto como rey en
el 519-18. No es conocido el contacto que tuvo con los judíos
establecidos en Jerusalén. Al principio de su reinado, garantizó el
permiso para la construcción del templo (Esdras 6:1; Hageo 1:1).
Puesto que fue completado en el 515 a. C. parece razonable asumir que
el avance persa a través de Palestina no afectó a la situación de los
asuntos de Jerusalén. En Egipto, Darío ocupó Menfis sin mucha
oposición y reinstaló a Ariandes como sátrapa.
En el 513 Darío personalmente
marchó con sus ejércitos hacia el oeste a través del Bosforo y el
Danubio para encontrarse con los escitas que venían de las estepas de
Rusia. Esta aventura no tuvo éxito; pero retornó para añadir Tracia a
su imperio, quedándose un año en Sardis. Esto inició una serie de
compromisos con los griegos. El control persa de las colonias griegas
dio lugar a un conflicto que últimamente se convirtió en un desastre
para los persas. El avance hacia el oeste de los persas fue
bruscamente detenido en una crucial derrota en Maratón, en el 490 a.
C.
Darío había logrado éxitos
suprimiendo rebeliones, pero donde fue un genio fue en la
administración. Lo demostró organizando su vasto imperio en veinte
satrapías. Para reforzar el imperio interiormente, promulgó leyes en
el nombre de Ahuramazda, el dios zoroástrico simbolizado por el disco
alado. Darío tituló su libro de leyes "La Ordenanza de las Buenas
Regulaciones". Sus estatutos muestran la dependencia de la
anterior codificación mesopotámica, especialmente la de Hamurabi.
Para la distribución a su pueblo
las leyes fueron escritas en arameo y en pergamino. Pasado un siglo,
Platón reconoció a Darío como el más grande legislador de Persia.
Un excepcional talento para la
arquitectura impulsó a Darío a emprender la construcción de grandes y
suntuosos edificios en las ciudades capitales y otras partes. Ecbatana,
que había sido la capital media en tiempos pasados, se convirtió
entonces en el lugar favorito real de verano, mientras que Susa sirvió
por elección como residencia de invierno.
Persépolis, a cuarenta kms. al
sudoeste de Pasárgadas, fue convertida en la ciudad más importante de
todo el Imperio Persa. Darío preparó una tumba en la roca,
elaboradamente construida para sí mismo, en un acantilado cerca de
Persépolis. En la distante tierra de Egipto, promovió la construcción
de un canal entre el mar Rojo y el río Nilo.
Susa, a 97 kms. hacia el norte de
la desembocadura del Tigris, fue centralizada para propósitos
administrativos. La llanura entre Coaspes y Ulai, ríos del imperio, se
convirtió en una rica y productiva zona de producción de frutas por
medio de un eficiente sistema de canales. El elaborado palacio real,
comenzando por Darío, y embellecido por sus sucesores, fue el más
grande monumento persa en aquella ciudad. De acuerdo con una
inscripción hecha por Darío, este palacio fue adornado con cedros del
Líbano, marfil de la India, y plata de Egipto. Aún quedan hoy
remanentes de esta estructura, aunque es poco más que algunos
bosquejos de patios y pavimentos. A causa del excesivo calor del
verano, Susa no era el lugar ideal para una capitalidad permanente.
Persépolis, la primera ciudad del
Imperio Persa, era la más impresionante de las capitales. El palacio
de Darío, el Tachara, fue comenzado por él, aunque engrandecido y
completado por sus sucesores. Las columnas de esta tremenda estructura,
todavía nos proporcionan el testimonio del arte y de la construcción
de los persas. Persépolis estaba estratégicamente fortificada con una
triple defensa. En la cresta de la " montaña de la Misericordia"
sobre la cual fue construida esta gran capital, había una hilera de
murallas y de torres. Más allá, estaba la inmensa llanura conocida
actualmente como Marv Dasht.
La más notable entre las
inscripciones persas, es el monumento de roca labrada cerca de Bisitún.
El gran relieve, representando la victoria de Darío sobre los rebeldes,
está suplementado por tres inscripciones cuneiformes en persa antiguo,
acadio o babilonio y elamita. Puesto que el panel de la victoria fue
tallado sobre la superficie de un acantilado de 152 mts. por encima de
la llanura, con sólo un estrecho borde bajo él. la inscripción ha
permanecido sin leerse por más de dos milenios. En 1835, sir Henry C.
Rawlinson copió y descifró este registro, asegurando a los modernos
eruditos la clave para descifrar el lenguaje babilónico e
incrementando la comprensión de lo persa. Usa copia aramea de esta
inscripción entre los papiros descubiertos en Elefantina en Egipto,
indica que fue ampliamente difundida entre el Imperio Persa.
Jerges
486-465 a. C.
Jerges fue el heredero electo para
el trono persa cuando murió Darío en el 486 a. C. Durante doce años
había servido como virrey en Babilonia bajo el gobierno de su padre.
Cuando se hizo cargo del Imperio, se encontró con Proyectos de
edificios sin terminar, reformas religiosas y rebeliones en vanas
partes del dominio, que esperaban su atención.
Entre las ciudades en rebelión que
recibieron un severo castigo, bajo el mando de Jerjes, estaba
Babilonia. Allí, en el 482 a. C., las fortificaciones erigidas por
Nabucodonosor fueron destruidas, el templo de Esagila fue deshecho y
la estatua maciza de oro de Marduc de 363 kilos de peso, fue quitada
de su lugar y fundida en lingotes. Babilonia perdió su identificación
al ser incorporada con Asiría.
Aunque vitalmente interesado en
continuar el programa de construcciones de Persépolis, Jerjes
condescendió a los insistentes consejos de sus asesores y contra su
gusto dirigió sus esfuerzos y energías hacia la expansión de la
frontera noroeste. A la cabeza de aquel enorme ejército persa, avanzó
hacia Grecia con el apoyo de su armada naval compuesta por unidades
fenicias, griegas y egipcias. El ejército sufrió reveses en las
Termopilas, la flota fue derrotada en Salarais y finalmente los persas
fueron decisivamente disgregados en Platea y en el cabo Micale. En el
479, Jerjes se retiró a Per-sia, abandonando la conquista de Grecia.
En su país, Jerjes acabó su
programa de construcciones. En Persépolis completó el Apadana, donde
trece de los 72 pilares que sostenían el techo de aquella espacioso
auditorio, todavía siguen en pie. En la escultura, Jerjes desarrolló
lo mejor del arte persa. Esto quedó patente al adornar la escalinata
del Apadana con figuras esculpidas de los guardias de Susia y Persia.
Aunque Jerjes fue inferior como
caudillo militar y será siempre recordado por su derrota en Grecia,
superó a sus antecesores como constructor. Hay que concederle el
crédito de que Persépolis se convirtiese en la más sobresaliente
ciudad de los reyes persas, especialmente por la escultura y la
arquitectura.
En el 465 a. C., Jerjes fue
asesinado por Artabano, el jefe de la guardia del palacio. Fue
enterrado en la tumba tallada en la roca que había excavado cerca de
la de Darío el Grande.
Artajerjes I
464-425 a. C.
Con el apoyo del asesino Artabano,
Artajerjes Longimano se hizo cargo del trono de su padre. Tras hacer
desaparecer a otros aspirantes al trono, suprimió con éxito diversas
rebeliones en Egipto (460 a. C.) y una revuelta en Siria (448). Los
atenienses negociaron un tratado con él mediante el cual, ambas partes
convinieron en mantener un status quo. Durante su reinado, Esdras y
Nehemías marcharon a Jerusalén con la aprobación del rey para ayudar a
los judíos.
La dinastía cayó en declive bajo
los reyes siguientes: Darío
II
(423-404 a. C.) y Artajerjes
II
(404-359). Artajerjes
III (359-338) dio
lugar a un resurgir de la unidad y la fuerza del imperio, pero el fin
estaba próximo a llegar. Durante el gobierno de Darío
III,
Alejandro Magno, con tácticas
militares superiores, deshizo el poderío del ejército persa (331) e
incorporó el Cercano Oriente a su reino.
Condiciones del exilio y
esperanzas proféticas
Los últimos dos siglos de los
tiempos del Antiguo Testamento, representan una era de condiciones de
exilio para la mayor parte de Israel. Durante la conquista por
Nabucodonosor muchos israelitas cautivos fueron llevados a Babilonia.
Tras la destrucción de Jerusalén, otros judíos emigraron a Egipto.
Aunque algunos de los exiliados volvieron de Babilonia tras el año 539
a. C., para reestablecer un estado judío, en Jerusalén, nunca
volvieron a ganar la posición de independencia y de reconocimiento
internacional que Israel tuvo una vez bajo el gobierno de David.
La transición desde un estado
nacional al exilio de Babilonia, fue gradual para el pueblo de Judá.
Por lo menos, cuatro veces durante los días de Nabucodonosor hubo
cautivos de Jerusalén que fueron llevados a Babilonia.
De acuerdo con Beroso, el rey
babilonio Nabopolasar envió a su hijo Nabucodonosor, en el 605 a. C.,
para suprimir la rebelión en el oeste. Durante esta campaña, el
último recibió noticias de la muerte de su padre. Dejando a los
cautivos de Judá, Fenicia y Siria con su ejército, Nabucodonosor se
dio prisa en volver para establecerse en el trono de Babilonia. La
evidencia bíblica (Dan. 1:1) fecha lo sucedido en, el tercer año de
Joacim, que continuó como gobernante en Jerusalén por ocho años más
tras la crisis. La extensión de su cautiverio no está indicada, pero
Daniel y sus amigos están entre la familia real y la nobleza, tomada
en cautividad y llevada al exilio en aquel tiempo. De aquellos
cautivos israelitas, jóvenes procedentes de Israel fueron llevados a
la corte para ser entrenados en el servicio del rey. Algunas de las
experiencias de Daniel y sus colegas en la corte de Babilonia, son
bien conocidas en los relatos del libro de Daniel 1-5.
La segunda invasión babilonia de
Judá ocurrió en el 597 a. C. Esta fue más crucial para el Reino del
Sur. Al retener el tributo de Babilonia, Joacim invocó un estado de
calamidad. Puesto que Nabucodonosor estaba ocupado en otros lugares,
incitó a los estados circundantes a atacar a Jerusalén. Aparentemente
Joacim fue muerto durante uno de esos ataques, dejando el trono de
David al joven de dieciocho años, hijo suyo, Joaquín. El reinado de
este último de tres meses fue bruscamente terminado cuando se rindió a
los ejércitos de Babilonia
(II
Reyes 24:10-17). Fuentes babilónicas confirman que esta invasión tuvo
lugar en el mes de marzo del 597 a. C. Las cartas de Laquis igualmente
indican una invasión judea por aquel tiempo. No solo el rey fue tomado
cautivo, sino que con él fueron miles de personas importantes de
Jerusalén, tales como artesanos, herreros, oficiales jefes, príncipes
y hombres de guerra. Sedequías, un tío de Joaquín, fue dejado para
gobernar las clases más pobres de lo que quedaba en el país.
El cautiverio del rey Joaquín no
impidió a los ciudadanos de Judá lo mismo que a los exiliados, de
considerarle como su legítimo rey. Cerámica estampada excavada en la
antigua Debir y Bet-semgs en 1928-1930, indican que el pueblo
conservaba sus propiedades en el nombre de Joaquín, incluso durante el
reino de Sedequías. Textos cuneiformes descubiertos en Babilonia, se
refieren, a Joaquín como el rey de Judá.[79]
Cuando Jerusalén fue destruida más tarde, los hijos de Joaquín,
tuvieron raciones asignadas bajo supervisión real, y con todo, los
hijos da Sedequías fueron todos muertos. Aunque Jerusalén retuvo una
semblanza de gobierno por otros once años, la cautividad del 597 tuvo
un devastador efecto sobre Judá.
En el 586 el país sufrió el brote
de otra nueva invasión, con más drásticos resultados. Jerusalén con
su templo fue destruida. Judá dejó de existir como estado nacional.
Con Jerusalén en ruinas, la capital fue abandonada por las gentes que
permanecieron en el país. Bajo el liderazgo de Gedalías, que había
sido nombrado gobernador de Judá por Nabucodonosor, el remanente
regresó a Mizpa (II
Reyes 24:2; Jer.
40:14). A los pocos meses, Gedalías fue asesinado por Ismael y el
desalentado grupo de los que quedaban, emigró a Egipto. Por aquel
camino polvoriento caminó con ellos Jeremías, el profeta.
Una cuarta deportación se menciona
en Jeremías 52:30. Josefo informa que fueron tomados cautivos más
judíos y llevados a Babilonia en el 582 a. C., cuando Nabucodonosor
subyugó a Egipto.
De acuerdo con Beroso, las
colonias judías recibieron adecuado establecimiento por toda
Babilonia, según lo prescrito por Nabucodonosor. El río Quebar, cerca
del cual el profeta Ezequiel tuvo su primera visión y su llamada
profética (Ezeq. 1:1) ha sido identificado como el Nari Kabari, el
canal existente cerca de Babilonia. Tel-abib (Ezeq. 3:15), otro centro
de cautividad, presumiblemente estaba en la misma vecindad.
Nabucodonosor dedicó su interés a
embellecer la ciudad de Babilonia, hasta tal extremo, que los griegos
reconocieron en ella una de las maravillas del mundo antiguo. No hay
razón para dudar que los judíos cautivos fueron asignados a los
trabajos de la gran capital. Los textos Weidner mencionan nombres
judíos junto a aquellos diestros trabajadores procedentes de otros
estados que fueron utilizados por Nabucodonosor en una empresa de
éxito al intentar hacer de su capital la más impresionante que
cualquiera de que las que se habían visto en Asiría. En esta forma, el
rey babilonio hizo un inteligente uso de los artesanos, especialistas
y trabajadores hábiles y diestros, capturados en Jerusalén.
Los alrededores de Babilonia
pudieron, al principio, haber sido el centro de los establecimientos
judíos; pero los cautivos se extendieron por todo el imperio, al
concedérseles más libertad por los babilonios y, más tarde, por los
persas.
Las excavaciones en Nipur
mostraron tablillas conteniendo nombres comunes al registro de Esdras
y Nehemías, indicando que una colonia judía existía allí en el exilio.
Nipur, a 97 kms. al sudeste de Babilonia, continuó como una comunidad
judía hasta su destrucción aproximadamente sobre el 900 a. C. Otros
lugares citados como comunidades judías son Tel-mela y Tel-harsa (Neh.
7:61), Ahava y Casifia (Esdras 8:15,17). Además, Josefo menciona
Neerda y Nisibis situadas en algún lugar en el curso del Eufrates
(Antiquities 18:9).
La ansiedad por volver al hogar
patrio invadió a los exiliados, siendo una realidad mientras que el
gobierno de Jerusalén permaneció intacto. Falsos profetas sembraron
un espíritu de revuelta en Babilonia, con el resultado de que dos
rebeldes perecieron a manos de los satélites de Nabucodonosor (Jer.
29). Poco después de la cautividad, en el 597, Hananías predijo que
dentro de dos años los judíos romperían el yugo de Babilonia (Jer.
28). Ezequiel en esta época también encontró incitadores a la
insurgencia (Ezeq. 13). Jeremías, que era bien conocido para los
cautivos a causa de su largo ministerio en Jerusalén, escribió cartas
avisándoles que se establecieran en Babilonia, construyeran casas y
plantaran viñas e hiciesen planes para permanecer 70 años en período
de cautiverio (Jer. 29).
Cuando las esperanzas de un
inmediato retorno se desvanecieron con la caída y destrucción de
Jerusalén en el 586, los judíos en el exilio se resignaron a la larga
cautividad que Jeremías había predicho. Nombres babilonios tales como
Imer y Querub (Neh. 7:61) sugirieron a Albright que los judíos
adoptaron una vida pastoral y de trabajos en la agricultura en las
fértiles llanuras del curso del Eufrates. Los judíos también se
mezclaron en empresas comerciales por todo el imperio. Informes del
siglo V
indican que se habían hecho muy
activos en los negocios y en el comercio, centrado todo ello en Nipur.
Lingüísticamente el término medio
de los judíos tuvo que encararse con un nuevo problema. Incluso con
anterioridad a la época de Senaquerib las tribus arameas se habían
infiltrado en Babilonia y eventualmente se convirtieron en el elemento
predominante en, la población, por lo que el arameo llegó a ser el
lenguaje de uso corriente. A principios del siglo
VII
era el lenguaje de la diplomacia
internacional de los asirios
(II
Reyes 18: 17-27). Aunque esta transición a una nueva lengua creó un
problema lingüístico para la mayor parte de los judíos, es muy
verosímil que muchos hablaran el arameo; de hecho, algunos tal vez
habían estudiado el arameo en, Jerusalén. Además, los israelitas
procedentes del Reino del Norte, que ya estaban en Babilonia,
indudablemente se expresaban tan fácilmente en hebreo al igual que en
arameo.
Aunque las referencias son
limitadas, la evidencia disponible revela que los cautivos recibieron
un tratamiento favorable. Jeremías dirigió su correspondencia a los "ancianos
de la cautividad" (Jer. 29:1). Ezequiel se reunía con los "ancianos de
Judá" (8:1), indicando que estaban en libertad para organizarse en
cuestiones religiosas.
En otras ocasiones, los "ancianos de Israel"
iban a ver a Ezequiel (14:1
y 20ti). Ezequiel aparentemente goza-ba de libertad para llevar a cabo
un amplio ministerio entre los cautivos. Estaba casado y vivía en su
propio hogar y discutía libremente materias religiosas con los
ancianos, cuando les encontraba o iban a visitarle a su casa. Mediante
actos simbólicos en público, Ezequiel discutía el estado político y la
condenación del Reino del Sur, hasta que Jerusalen fue destruido en el
586. Tras de aquellos, continuó alentando a su pueblo con las
esperanzas y proyectos de restaurar el trono de David.
La experiencia de Daniel y de sus
colegas, igualmente evidencia el tratamiento acordado a los cautivos
procedentes de Judá. De los primeros cautivos tomados en el 605 a. C.,
los jóvenes fueron seleccionados entre la nobleza y la familia real de
Judá, para la educación y el entrenamiento de la corte de Babilonia
(Dan. 1:1-7). Mediante la oportunidad de interpretar el sueño de
Nabucodonosor, Daniel fue a la posición de jefe entre los hombres
sabios de Babilonia. A su demanda, sus tres amigos fueron también
ascendidos a importantes posiciones en la provincia de Babilonia. A
lo largo de todo el reinado de Nabucodonosor, Daniel y sus amigos
ganaron más y más prestigio a través de las crisis registradas en el
Libro de Daniel. Es razonable asumir que otros cautivos, de la misma
manera, fueron premiados y se les confiaron puestos de responsabilidad
en la corte de Babilonia. Daniel fue nombrado segundo en el mando,
durante la corregencia de Belsasar y Nabónido. Tras la caída de
Babilonia, en el 539 a. C., Daniel continuó con su distinguido
servicio de gobierno bajo el mando de Darío el medo, y Ciro, el persa.
El tratamiento que les fue dado a
Joaquín y a sus hijos habla igualmente del cuidado benefactor previsto
para algunos judíos cautivos. Joaquín tuvo sus propios criados con
adecuadas provisiones suministradas para toda su familia, incluso
mientras no fue oficialmente puesto en libertad de la prisión hasta el
562, a la muerte de Nabucodonosor
(II
Reyes 25:27-30). La lista de otros hombres de Judá en esas tablas
indica que el buen tratamiento y el otorgamiento de tales provisiones
no quedaron limitados a los miembros de la familia real.
La suerte de Ester en la corte
persa de Jerjes I, tipifica el tratamiento acordado a los judíos por
sus nuevos señores. Nehemías fue otro que sirvió en la corte real.
Mediante su contacto personal con Atajerjes tuvo la oportunidad de
aumentar el bienestar de aquellos que habían retornado a reconstruir
Jerusalén.
Whitley justificantemente pone en
duda las descripciones de algunos escritores que mencionan a los
judíos cautivos en Babilonia como sujetos al sufrimiento y a la
cautividad. Ewald basó sus conclusiones tomando como base trozos
seleccionados de Isaías, los Salmos, y las Lamentaciones, afirmando
que las condiciones se hicieron gradualmente peores para los judíos
cautivos. La evidencia histórica parece estar falta de apoyo en la
idea de que los judíos cautivos fueron maltratados físicamente o
suprimidos en sus actividades cívicas o religiosas durante la época de
la supremacía babilónica. La limitada evidencia que se extrae de las
fuentes bíblicas o arqueológicas, apoyan la afirmación de George Adam
Smith de que la condición de los judíos fue honorable y sin excesivos
sufrimientos.
Los exiliados de Jerusalén, que
fueron conscientes de las razones para la cautividad, tuvieron que
haber experimentado un hondo sentido de la humillación y de angustia
de espíritu. Durante cuarenta años, Jeremías había advertido
fielmente a sus conciudadanos del juicio pendiente de Dios: Jerusalén
sería devastada de tal forma, que cualquier transeúnte se
horrorizaría de su vista (Jer. 19:8). A despecho de sus advertencias,
ellos habían confiado que Dios no permitiría que su templo fuese
destruido. Como custodios de la ley, aquel pueblo no creyó nunca que
tendrían que ir a la cautividad. Entonces, en comparación con la
gloria de Salomón y su fama y gloria internacional, del gran rey de
Jerusalén, y ante sus ruinas, muchos dieron rienda suelta a su
vergüenza y a su tristeza. El libro de las Lamentaciones deplora
vividamente el hecho de que Jerusalén se hubiese convertido en un
espectáculo internacional. Daniel reconoció en su oración que su
pueblo se había convertido en un reproche y en un objeto de burla
entre las naciones (Dan. 9:16). Tal sufrimiento fue más pesado para
los cautivos a quienes importaba el futuro de Israel, que cualquier
sufrimiento físico que tuviesen que soportar en la tierra del exilio.
Tanto Jeremías como Ezequiel
predijeron que Dios restauraría a los judíos en su propia tierra. Otra
fuente de consuelo y de esperanza para los exiliados, fue el mensaje
de Isaías. En sus escritos, había predicho el exilio de Babilonia (Is.
39:6), y también aseguró que volverían bajo el mandato de Ciro (Is.
44:28). Comenzando con el capítulo 40, el profeta elabora un mensaje
alentador que ya había declarado en capítulos anteriores. Dios era
omnipotente. Todas las naciones se hallaban bajo su control. Dios
utilizaba a las naciones y a sus reyes para llevar el juicio sobre
Israel y de igual manera podría utilizarlos para restaurar la suerte
de su pueblo. La aparición de Ciro, como rey de Persia, tuvo que haber
hecho surgir las esperanzas de los exiliados que ejercitaron su fe en
el predictivo mensaje de los profetas.
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Capítulo
XVI
La buena mano de Dios
Con la crisis internacional del
539 a. C., mediante la cual Persia ganó la supremacía sobre Babilonia,
dio la oportunidad a los judíos para volver a establecerse en
Jerusalén. Pero por la época, muchos de los exiliados estaban tan
confortablemente situados junto a las aguas de Babilonia, que
ignoraron el decreto que les permitía retornar a Palestina.
Consecuentemente, la tierra del exilio continuó siendo el hogar de los
judíos para las generaciones que habían de venir.
Las fuentes bíblicas tratan en
primer lugar con los exiliados que retornaron a su hogar patrio. Las
memorias de Esdras y Nehemías, aunque breves y selectivas, prestan
los hechos esenciales que conciernen al bienestar del restaurado
estado judío en Jerusalén. Ester, el único libro del Antiguo
Testamento dedicado en exclusividad a los que no volvieron, también
pertenece a este período. Con objeto de mantener una secuencia
histórica, el presente estudio trata la historia de Ester junto con
Esdras y Nehemías. Cronológicamente, esta materia se divide en cuatro
períodos: (1) Jerusalén restablecido, Esdras 1-6 (ca. 539-515
a. C.); (2) Ester la Reina, Ester 1-10 (ca. 483); (3) Esdras el
reformador, Esdras 7-10 (ca. 457); (4) Nehemías el Gobernador,
Neh. 1:13 (ca. 444).
Jerusalén restablecido
De cara a la oposición y a los
sufrimientos de Judea, los judíos que habían vuelto no estuvieron en
condiciones inmediatamente de completar 'a construcción del templo.
Transcurrieron aproximadamente veintitrés años antes de que lograran
su primer objetivo.
El retorno de Babilonia
Cuando Ciro entró en la ciudad de
Babilonia en el 539, afirmó que había sido enviado por Marduc, el jefe
de los dioses babilónicos, quien buscaba un príncipe justo.
Consecuentemente, la ocupación de Babilonia ocurrió sin ninguna
batalla, ni la destrucción de la ciudad. Inmediatamente, Ciro anunció
una política que era el reverso exacto de la práctica brutal de
desplazar a los pueblos conquistados. Comenzando con, Tiglat-pileser
III
(745) los reyes asirios habían
aterrorizado a las naciones subyugadas, trasladando a sus gentes a
distantes tierras. Por tanto, los babilonios habían seguido el ejemplo
asirlo. Ciro, por otra parte, proclamó públicamente que el pueblo
desplazado podía volver a su hogar patrio y rendir culto a sus dioses
en sus propios santuarios.
Hay dos copias de la proclamación
de Ciro para los judíos que están preservadas en el libro de Esdras.
El primer relato (1:2-4) está en hebreo, mientras que el segundo
(6:3-5) está redactado en arameo. Un estudio reciente revela que el
último representa un "dikrona", un término oficial arameo que denota
un decreto oral dado por un gobernante. Esto no se hacía con la
intención de ser publicado, sino que servía como un memorándum para
que el oficial apropiado iniciara una acción legal. Esdras 6:2
indica que la copia aramea estuvo situada en los archivos del gobierno
en Ecbatana, la residencia de verano de Ciro en el 538 a. C.
El documento hebreo fue preparado
para su publicación en destino a los israelitas en el exilio. En las
comunidades judías por todo el imperio, fue verbalmente
anunciado en idioma hebreo. Adaptándolo a su religión, el rey persa
afirmó que él estaba comisionado por el Señor Dios de los cielos para
construir un templo en Jerusalén. De acuerdo con esto, permitió
a los judíos que volviesen
al país de Judá. Alentó a aquellos que permanecieron para ayudar a los
emigrantes con ofrendas de oro, plata, bestias y otros suministros
para el restablecimiento del templo de Jerusalén. Incluso Ciro, lo
mismo que había prestado reconocimiento a Marduc cuando entró en
Babilonia, en aquella ocasión quiso prestar reconocimiento al Dios de
los judíos. Aunque esto pudo haber sido solamente una cuestión de
maniobra política por su parte, con todo, cumplió la predicción de
Isaías de que después de su exilio, Dios utilizaría a Ciro para que
los judíos volviesen a su hogar patrio (Is. 45:1-4).
En respuesta a esta proclamación,
miles de exiliados prepararon el retorno. Ciro ordenó a su tesorero
que devolviese a los judíos todo lo que Nabucodonosor había tomado de
Jerusalén. El tesoro, especialmente consistente en los vasos sagrados
de Jerusalén, fue confiado a Sesbasar, un príncipe de Judá, para
transportarlo. Únicos entre todas las naciones, los judíos no tenían
ninguna estatua de su Dios que ser restaurada, aunque esta provisión
queda incluida en el decreto dado por Ciro, al efecto. El arca del
pacto, que era el objeto más sagrado de Israel, entre sus pertenencias,
tuvo indudablemente que haberse perdido en la destrucción de Jerusalén.
Con la aprobación y el apoyo del rey de Persia, los exiliados hicieron
con éxito el largo y azaroso camino hacia Jerusalén, siempre con la
idea de reconstruir el templo que había estado en ruinas por casi
cincuenta años. Aunque no se sabe exactamente la fecha de este retorno,
debió ocurrir muy verosímilmente en el 538 a. C., o posiblemente al
año siguiente.
De acuerdo con lo registrado por
Esdras, 50.000 exiliados aproximadamente retornaron a Jerusalén. De
los once jefes mencionados, Zorobabel y Josué aparecen como los más
activos en guiar al pueblo en su intento en restaurar el orden, en
aquellas caóticas condiciones. El primero, siendo el nieto de Joaquín,
representaba a la casa de David en el liderazgo político. El último
sirvió como sumo sacerdote oficiando en cuestiones religiosas.
El establecimiento en Jerusalén
Por el séptimo mes del año de su
retorno el pueblo se hallaba suficientemente bien asentado en los
alrededores de Jerusalén, para reunirse en masa y construir el altar
del Dios de Israel y restablecer los sacrificios del fuego como estaba
prescrito por Moisés (Ex. 29:38 ss.). En el décimo quinto día de ese
mes, observaron la Fiesta de los Tabernáculos de acuerdo con los
requerimientos escritos (Lev. 23:34 ss.). Con aquellas impresionantes
festividades, se restauró el culto en Jerusalén, de tal forma que la
luna nueva y otras fiestas siguieron a su debido tiempo y en la época
propicia. Con la restauración del culto, el pueblo
proporcionó dinero y alimento para los albañiles y carpinteros quienes
negociaron con los fenicios, para obtener materiales de construcción
de acuerdo con el permiso otorgado por Ciro.
La construcción del templo comenzó
en el segundo mes del próximo año, bajo la supervisión de Zorobabel y
Josué. Los levitas de veinte años y mayores, sirvieron como capataces.
Los cimientos del templo se pusieron durante una apropiada ceremonia
con los sacerdotes vestidos con adecuados ornamentos y tocando las
trompetas. Según las directrices dadas por David, rey de Israel, los
hijos de Asaf ofrecieron alabanzas acompañadas por címbalos.
Aparentemente hubo un canto de antífonas, en donde un coro cantaba "Alabad
a Dios porque es bueno" mientras que otro respondía con "Y su
misericordia permanece para siempre". A partir de ahí la multitud
reunida en asamblea se unió en una alabanza de triunfo. Pero no todos
gritaban con alegría, la gente anciana que todavía podía recordar la
gloria y la belleza del templo de Salomón, lloraba amargamente
dolorida.
Cuando los oficiales de Samaría
oyeron decir que se estaba reconstruyendo el templo, intentaron
interferir, ya que aparentemente consideraban a Judá como parte de la
provincia. Reclamando que ellos habían rendido culto al mismo Dios
siempre, desde los tiempos de Esar-hadon (681-668 a. C.) que los había
situado en Palestina, solicitaron de Zorobabel y de otros jefes que
les permitiesen tomar parte en la construcción del templo. Cuando su
solicitud fue denegada, se volvieron abiertamente hostiles y adoptaron
una política de frustración y de desaliento a la colonia que luchaba
entre sí. Y obstaculizaron el trabajo en el templo por todo el resto
del reinado de Ciro y el de Cambises, incluso hasta el segundo año del
reinado de Darío (520 a. C.).
Inserto en la narrativa de Esdras,
en esta cuestión, está el informe de la subsiguiente oposición. Esdras
4:6-23 es el relato de la interferencia enemiga durante los días de
Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y el reinado de Artajerjes (464-424).
Los forasteros, asentados en las ciudades de Samaría, apelaron a
Artajerjes para investigar los registros históricos concernientes a
las rebeliones que habían tenido lugar en Jerusalén en tiempos pasados.
Como resultado, se produjo un edicto real dando poderes a los
samaritanos para detener a los judíos en sus esfuerzos para
reconstruir la ciudad de Jerusalén. Puesto que Nehemías llegó a
Jerusalén en el 444 a. C., autorizado por Artajerjes para reconstruir
las murallas, es verosímil que este decreto que favorecía a los de
Samaría fuese emitido en los primeros años de su reinado,
presumiblemente con anterioridad a la llegada de Esdras en el 475 a.
C.
El nuevo templo
En el año segundo de Darío (520 a.
C.) los judíos acabaron el trabajo en el templo. Hageo, con el mensaje
de Dios para la ocasión, conmovió a la gente y a los jefes
recordándoles que habían estado tan absortos en reconstruir sus
propias casas que habían descuidado el lugar del culto. En menos de un
mes, Zorobabel y Josué llevaron al pueblo en un renovado esfuerzo
para reconstruir el templo (Hageo 1:1-15). Poco después, el profeta
Zacarías colaboró con Hageo en estimular el programa de
construcción (Zac. 1:1).
La reanudación de las actividades
constructoras en Jerusalén captó inmediatamente la atención de Tatnai,
el sátrapa de Siria, y de sus colegas, quienes representaban los
intereses de Persia en aquella zona. Aunque habían ido a Jerusalén
para hacer una completa investigación, propusieron la acción, mientras
aguardaron el veredicto de Darío. En una carta dirigida al rey persa,
informaron de sus hallazgos concernientes al pasado y a los
acontecimientos del presente, respecto a la erección del templo. Se
ocuparon primeramente de la afirmación judía de que Ciro había
garantizado el permiso para construir el templo.
Siguiendo esta advertencia, Darío
ordenó una investigación en los archivos de Babilonia en Ecbatana,
capital de la Media. En esta última, se encontró un dikrona,
anotándose en arameo el edicto de Ciro. Además de verificar este
decreto, Darío emitió órdenes estrictas para que Tatnai y sus
asociados se abstuvieran de interferir de ningún modo. También ordenó
que el tributo real de la provincia de Siria fuese entregado a los
judíos para su programa de construcciones. También dio instrucciones
para proporcionar un adecuado suministro que permitiesen sacrificios
diarios de tal forma que los sacerdotes en Jerusalén pudiesen
interceder por el bienestar del rey de Persia. Consecuentemente, la
investigación de Tatnai que tenía intenciones injuriosas,
providencialmente resultó no sólo en favor del apoyo político de Darío,
sino también en la ayuda material de los distritos inmediatos
oficiales, para el proyecto.
El templo fue completado en cinco
años, 520-515 a. C. Aunque erigido en el mismo lugar, no podía tener
la misma belleza ni el precioso acabado artesano que la estructura
construida por David y Salomón, con la elaborada preparación que hizo
el primero con sus infinitos recursos, Basándose en Macb. 1:21, y
4:49-51, se hace aparente que el resultado fue inferior. En el sagrado
lugar del altar de los inciensos, se hallaban los sagrados ornamentos
y el candelabro de los siete brazos (Salomón en, su época había
provisto generalmente al altar con diez candelabros). El arca del
pacto se había perdido en el lugar más sagrado del templo. Josefo
indica que cada ano, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote
colocaba su incensario en la losa de piedra que marcaba la antigua
posición del Arca.
Parrot, en sus estudios sobre el
templo, concluye que los planes de Salomón y del santuario, fueron
seguidos probablemente por Zorobabel. Referencias sueltas en Esdras y
en los libros de los Macabeos, pueden servir solo como sugerencias. De
acuerdo con Esdras 5:8, y 6:3-4, se emplearon grandes piedras con
vigas de madera en la construcción de los muros. Las medidas dadas son
incompletas en el presente texto. Una reciente interpretación de un
decreto de Antíoco III
de Siria (223-187)
indica la existencia de un atrio interior y otro exterior. Todos eran
admitidos al último, pero sólo los judíos que se habían conformado a
la pureza de las leyes levíticas tenían permiso para entrar al atrio
interior. Se hicieron también provisiones de habitaciones adecuadas
donde almacenar los utensilios utilizados en el templo. Una de tales
habitaciones fue apropiada por el amonita Tobías por un corto período,
durante la época de Nehemías (Neh. 13:4-9).
Las ceremonias de dedicación para
este templo tuvieron que haber sido algo impresionante. Complicadas
ofertas consistentes en 100 toros, 200 carneros, 400 corderos y una
ofrenda de 12 machos cabríos, representando las doce tribus de Israel.
La última ofrenda significaba que este culto representaba a la nación
entera con quien se había hecho el pacto. Con este servicio de
dedicación los sacerdotes y los levitas iniciaron sus servicios
regulares en el santuario, según estaba prescrito para ellos, en la
Ley de Moisés.
Al mes siguiente, los judíos
observaron, la pascua. Con las adecuadas ceremonias de purificación,
los sacerdotes y los levitas fueron preparados para oficiar en la
celebración de esta histórica observancia. Los sacerdotes fueron así
calificados para rociar la sangre mientras que los levitas mataban los
corderos para la totalidad de la congregación. Aunque, originalmente,
el cabeza de cada familia mata el cordero de pascua (Ex. 12:6), los
levitas habían sido asignados a esta obligación para toda la
comunidad desde los días de Josías
(II
Crón. 30:17) cuando la mayor parte del laicado no estaba calificado
para hacerlo. En esta forma, los levitas también aligeraban las
extenuantes obligaciones de los sacerdotes, al ofrecer los sacrificios
y rociaban la sangre
(II Crón. 35:11-14).
Los israelitas que todavía estaban
viviendo en Palestina, se unieron a los exiliados que volvían en esta
alegre celebración. Separándose de las prácticas paganas a las cuales
habían sucumbido, los israelitas renovaron su pacto con Dios a quien
daban culto en el templo.
La dedicación del templo y la
observancia de la pascua en la primavera del 515 a. C. marcaron una
crisis histórica en Jerusalén. Las esperanzas de los desterrados se
habían realizado al restablecer el templo como un lugar de culto
divino. Al mismo tiempo, se les recordaba por la pascua la redención
de la esclavitud de Egipto. También gozaron, con la realidad de volver
a la patria procedentes del exilio en Babilonia.
La historia de Ester
El relato bíblico es casi
completamente silencioso por lo que concierne al estado judío en
Jerusalén desde el tiempo de la terminación del templo en el año sexto
de Darío (515 a. C.) hasta el reinado de Artajerjes I, que comenzó en
el 464 a. C. La historia de Ester constituye la principal fuente
bíblica para este período. Históricamente está identificado con el
reinado de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y está restringido al
bienestar de los exiliados que no volvieron a Jerusalén.
Aunque el nombre de Dios no se
menciona en el libro de Ester, la divina providencia y el cuidado
sobrenatural aparecen por doquier. El ayuno está reconocido como una
práctica religiosa. La fiesta del Purim conmemorando la liberación de
los judíos, encuentra una razonable explicación, cuando los
acontecimientos en el libro de Ester están reconocidos como el fondo
histórico. La referencia a esta fiesta en
II
Macab. 15:36, como el día de
Mardoqueo, indica que era observada en el siglo
II
a. C. En los días de Josefo, el
Purim era celebrado durante toda una semana (Antiquities, xi,
6:13).
Susa, la capital de Persia, es el
punto geográfico de interés en el libro de Ester. Desde los días de
Ciro, había compartido la distinción de ser una ciudad real, como
Babilonia y Ecbatana. El magnífico palacio de Jerjes ocupaba dos acres
y medio de la acrópolis de esta gran ciudad elamita. Cronológicamente,
los sucesos de Ester están fechados en el año tercero al duodécimo de
Jerjes (ca. 483-471 a. C.).
Los judíos en la corte persa
De todo este vasto imperio que se
extendía desde la India a Etiopía, Jerjes reunió a los gobernadores y
oficiales en Susa por un período de seis meses, durante el tercer año
de su reinado. En una celebración de siete días, el rey les atendió
con banquetes y fiestas, mientras que la reina Vasti era la anfitriona
en el banquete para las mujeres. Al séptimo día, Jerjes, intoxicado,
solicitó la aparición de Vasti para mostrar su corona y belleza ante
su festivo auditorio y los dignatarios del gobierno. Ella ignoró las
órdenes del rey, rehusando con ello poner en peligro su real prestigio.
Jerjes se puso furioso. Conferenció con los sabios, quienes le
aconsejaron que depusiera a la reina. El rey actuó de acuerdo con este
consejo y suprimió a Vasti de la corte real. Las mujeres de todo el
imperio recibieron el aviso de honrar y obedecer a sus maridos a menos
que quisieran seguir el ejemplo de Vasti.
Cuando Jerjes comprobó que Vasti
había quedado relegada al olvido por su edicto real, dispuso la
elección de una nueva reina. Se eligieron doncellas por toda Persia y
fueron llevadas a la corte del rey en Susa. Entre ellas, estaba Ester,
una huérfana judía que había sido adoptada por su primo Mardoqueo. A
su debido tiempo, cuando las doncellas aparecieron ante el rey, Ester,
que había escondido su identidad racial, fue favorecida por encima de
todas las demás y coronada reina de Persia. En el séptimo año del
reinado de Jerjes, ella recibió público reconocimiento y se celebró un
banquete ante los príncipes.
El rey mostró su placer por el
reconocimiento de Ester, como reina, al anunciar la reducción de
tributos, al par que liberalmente distribuyó regalos.
Con anterioridad a la elevación de
Ester, Mardoqueo expresó su profunda preocupación respecto al
bienestar de su prima merodeando constantemente por la corte real. De
la misma forma, mantuvo estrecho contacto con Ester tras que hubo sido
proclamada reina. Así es, como Mardoqueo, mientras que se hallaba
cerca de las puertas de palacio, supo que dos guardias conspiraban
para matar al rey. A través de Ester, el complot fue comunicado a las
autoridades competentes y los dos criminales fueron ahorcados. En la
crónica oficial, Mardoqueo gozó del crédito de haber salvado la vida
del rey.
Amenaza al pueblo judío
Aman, un miembro influyente de la
corte de Jerjes, gozaba de un elevado puesto sobre todos los demás
favoritos de la corte. De conformidad con la orden del rey, fue
debidamente honrado por todos, excepto por Mardoqueo, que como judío
rehusó prestar obediencia. Sabiéndolo, Aman no tomó ninguna medida
para castigar a Mardoqueo. Sin embargo, Aman sabía que Mardoqueo era
judío y en consecuencia desarrolló un plan para la ejecución de todos
los judíos. No solamente extendió el rumor y la sospecha sobre de que
eran peligrosos para el imperio, sino que aseguró al rey de las
enormes ganancias que se obtendrían de confiscar todos sus bienes y
propiedades. El rey dio oídos a la sugerencia de Aman y prestó su
sello real para dar la correspondiente orden. En "consecuencia, en el
décimo tercero día de Nisan (el primer mes) se publicó un edicto para
la aniquilación de todos los judíos por todo el Imperio Persa. Aman
designó el día décimo tercero de Adar (el mes duodécimo) como la fecha
de la ejecución.
Por todas partes, este decreto al
ser hecho público, hizo que los judíos respondiesen con ayunos y luto.
Cuando el propio Mardoqueo apareció en las puertas del palacio vestido
de saco y cubierto de cenizas, Ester le envió un traje nuevo.
Mardoqueo rehusó la oferta y alertó a Ester de lo que concernía a la
suerte de los judíos. Cuando Ester habló del peligro personal que
implicaba el aproximarse al rey sin una invitación, Mardoqueo sugirió
que ella había sido dignificada con la posición de reina para una
oportunidad precisamente como aquella. Por lo tanto, Ester resolvió
arriesgar su vida por su pueblo y solicitó que éste tuviera un ayuno
de tres días.
Al tercer día, Ester apareció ante
el rey. Ella invitó al rey y a Aman a cenar. En aquella ocasión no dio
a conocer su preocupación verdadera, sino simplemente solicitó que el
rey y Aman aceptasen la invitación para cenar al próximo día. En su
camino a casa, Aman se enfureció de nuevo cuando Mardoqueo rehusó
inclinarse ante él. Ante su esposa y a un grupo de amigos reunidos, se
jactó de todos los honores reales que se le habían concedido, pero
indicó que todas las alegrías se habían disipado por la actitud de
Mardoqueo. Recibiendo el consejo de colgar a Mardoqueo, Aman
inmediatamente ordenó la erección de un cadalso para la ejecución.
Triunfo de los judíos
Aquella misma noche, Jerjes no
pudo conciliar el sueño. Su insomnio pudo haber evocado en él el hecho
de que algo había quedado sin hacer. No se le habían leído las
crónicas reales. Inmediatamente, tras que supo para su sorpresa que
Mardoqueo nunca había sido recompensado por descubrir el complot de
palacio, hecho por los guardias, Aman llegó a la corte esperando
tener la seguridad de la aprobación del rey para la ejecución de
Mardoqueo. El rey preguntó en el acto a Aman qué debería hacerse por
un hombre a quien el rey deseaba honrar. Aman, con la segura confianza
de que se trataba de él, recomendó que tal hombre debería ser vestido
con ropajes reales y escoltado por un noble príncipe a través de la
plaza principal de la ciudad, montando el caballo del rey y
proclamando como un alto oficial, como decisión del rey por tal alto
honor. La sorpresa que recibió Aman fue indescriptible cuando supo
que era Mardoqueo quien iba a recibir semejantes honores reales y que
él mismo había sugerido.
Las cosas se precipitaron. En el
segundo banquete, Ester no vaciló más. Valientemente y en presencia de
Aman, la reina imploró al rey el que la salvara a ella y a su pueblo
de la aniquilación. Cuando el rey inquirió quién había podido hacer
tales proyectos para el pueblo de Ester, ella sin vacilar, señaló a
Aman como el criminal instigador. Furioso el rey salió de la
habitación real. Dándose cuenta de la seriedad de la situación, Aman
rogó por su vida ante la reina. Cuando el rey volvió, encontró a Aman
postrado en el diván real mientras que la reina permanecía sentada.
Equivocando las intenciones de Aman, Jerjes ordenó la ejecución de
Aman. Irónicamente, Aman fue colgado en la misma horca que él había
preparado para Mardoqueo (Ester 7:10).
Tras la deshonrosa muerte de Aman,
Mardoqueo se convirtió en un personaje influyente en la corte de
Jerjes. El último edicto de matar a todos los judíos fue anulado
inmediatamente. Además, con la aprobación del rey, Mardoqueo emitió un
nuevo edicto estableciendo que los judíos pudieran vengarse por sí
mismos de cualquier ofensa que se les hiciese. Los judíos se pusieron
tan alegres con este anuncio, que muchos comenzaron a temer las
consecuencias. No pocos adoptaron las formas exteriores de la religión
judía con objeto de evitar la violencia.
La fecha crucial fue el décimo
tercer día de Adar, que Aman había designado para la aniquilación de
los judíos y la confiscación de sus propiedades. En la lucha que
siguió, miles de no judíos fueron muertos. Sin embargo, la paz fue
pronto restaurada y los judíos instituyeron una celebración anual
para conmemorar su liberación. Purim fue el nombre que se dio a este
día de fiesta porque Aman había determinado aquella fecha echándolo a
suertes, o Pur.
Esdras el reformador
Cincuenta y ocho años pasaron en
silencio entre Esdras 6 y 7. Se conoce muy poco respecto a los
acontecimientos en Jerusalén desde la dedicación del templo (515 a.
C.) hasta el retorno de Esdras (457) en el año séptimo de Artajerjes,
rey de Persia.
Un breve informe de las
actividades de Esdras en Jerusalén, y en el retorno de los exiliados
bajo su caudillaje, se da en Esdras 7:1-10:44.
I.
Retorno de Esdras
Esdras
7:1-8:36
Cronológicamente, las fechas dadas
en estos capítulos no cubren necesariamente más de un año. El
siguiente parece ser el orden de los acontecimientos :
Nisán (primer mes)
1-3 acampamento junto al río Ahava.
4-11 preparación para la jornada.
12 comienzo de la jornada hasta
Jerusalén.
Ab (mes quinto)
El primer día de este mes llegan a
Jerusalén.
Kislev (mes noveno)
Asamblea pública convocada en
Jerusalén tras de que Esdras es informado respecto a los matrimonios
mixtos.
Tabeth (mes décimo)
Comienzo de la investigación sobre
la culpabilidad de los grupos y final del primer día de Nisán.
El retorno de Esdras
Entre los exiliados de Babilonia,
Esdras, un levita piadoso de la familia de Aarón, se dedicó al estudio
de la Tora. Su interés en dominar la ley de Moisés, encontró expresión
en un ministerio de enseñanza a su pueblo. Siempre dispuesto a volver
a Palestina, Esdras apeló a Artajerjes para la aprobación de su
movimiento de retorno a la patria. Para alentar a los exiliados a
retornar a Jerusalén bajo el mando de Esdras, el rey persa emitió un
decreto importante (Esdras 7:11-26), comisionando a Esdras para
nombrar magistrados y jueces en la provincia judía. Además, Esdras
recibió poderes para confiscar las propiedades y encarcelar o ejecutar
a cualquiera de los que no estuviesen conformes.
Artajerjes hizo un generoso apoyo
financiero aprovisionando la misión de Esdras. Generosas
contribuciones reales, ofrendas hechas por libre voluntad de los
propios exiliados y vasos sagrados para uso del templo, fueron dados a
Esdras para el templo de Jerusalén. Artajerjes tenía tal confianza en
Esdras que le entregó un cheque en blanco contra el tesoro real para
cualquier cosa que estimara necesaria en el servicio del templo. Los
gobernadores provinciales situados más allá del Eufrates, recibieron
la orden de suministrar a Esdras en dinero y alimentos, bajo
apercibimiento de que la familia real caería en el castigo de la ira
del Dios de Israel. Para mayor ventaja todavía, todos aquellos que
estuviesen dedicados al servicio del templo, cantores, sirvientes,
porteros, guardianes y sacerdotes, quedaron exentos de tributos.
Reconociendo el favor de Dios y
alentado por el cordial y generoso apoyo de Artajerjes, Esdras reunió
a los jefes de Israel sobre las orillas del río <^hava en el primer
día de Nisán Cuando Esdras notó que los levitas estaban ausentes
nombró una delegación para llamar a iddo en Casifia. En
respuesta, 40 levitas y 220 sirvientes del templo se unieron a la
emigración. Ante el grupo expedicionario de 1.800 hombres y sus
familias, Esdras confesó cándidamente que estaba avergonzado de pedir
al rey protección de la policía. Ayunando y orando, apeló a Dios para
su divina protección, al empezar el largo y traicionero viaje de casi
160 kms., hasta Jerusalén.
La marcha comenzó en el duodécimo
día de Nisán. Tres meses y medio más tarde, en el primer día de Ab,
llegaron a Jerusalén. Tras de que los sacerdotes y levitas comprobaran
los tesoros y los vasos sagrados procedentes de Babilonia en el
templo, los exiliados que habían retornado al hogar patrio ofrecieron
elaboradas ofrendas en el atrio. A su debido tiempo, los sátrapas y
gobernadores de toda Siria y Palestina aseguraron a Esdras el aporte
de su ayuda y apoyo para el estado judío.
La reforma en Jerusalén
Un comité local de oficiales
informó a Esdras de que ios israelitas eran culpables de haberse
casado con habitantes paganos. Entre los participantes, incluso se
hallaban jefes religiosos y civiles. Esdras no sólo se desgarró las
vestiduras en señal de su profundo disgusto, sino que se arrancó los
cabellos para expresar su indignación moral y su ira. Sorprendido y
aturdido se sentó en el atrio del templo, mientras que el pueblo temía
las consecuencias que se amontonaban en su entorno. AI tiempo del
sacrificio del atardecer, Esdras se levantó de su ayuno y con los
vestidos rotos, se arrodilló en oración, confesando audiblemente el
pecado de Israel.
Una gran multitud se unió a Esdras
mientras que oraba y lloraba públicamente. Secanías, hablando por el
pueblo, sugirió que existía la esperanza para ellos en una nueva
alianza y aseguró a Esdras todo su apoyo para suprimir todos los males
sociales. Inmediatamente, Esdras emitió un juramento de conformidad de
los jefes del pueblo.
Retirándose a la cámara de Johanán
por la noche, Esdras continuó ayunando, orando y llevando luto por
los pecados de su pueblo. Mediante una proclamación por todo el país,
el pueblo fue citado con urgencia, bajo pena de excomunión y pérdida
de los derechos de sus propiedades, a reunirse en Jerusalén en el
término de tres días. En el vigésimo día del mes de Kislev, se
reunieron en la plaza cuadrada ante el templo.
Esdras se dirigió a la temblorosa
congregación y le hizo saber la gravedad de su ofensa. Cuando el
pueblo le expresó su buena voluntad a aceptar lo que ordenase, Esdras
estuvo conforme en dejar a los oficiales que representaban al pueblo
que la congregación se disolviera, puesto que ya era la estación de
las lluvias. Asistido por un grupo selecto de hombres y ayudado por
representantes de varias partes del Estado judío, Esdras llevó a cabo
un examen de culpabilidad de los grupos durante tres meses.
Una lista impresionante de
sacerdotes, levitas y laicado, totalizando 114 personas, era culpable
de haber contraído matrimonios mixtos. Entre los dieciocho sacerdotes
culpables, había parientes próximos de Josué, el sumo sacerdote, que
había retornado con Zorobabel. De hecho, una comparación de Esdras
10:18-22, con 2:36-39, indica que ninguno de los sacerdotes que habían
vuelto estaba libre de haber contraído un matrimonio mixto.
Sacrificando un carnero por cada ofrenda de culpabilidad, los grupos
culpables hicieron un solemne juramento de anular sus respectivos
matrimonios.
Nehemías el gobernador
La historicidad de Nehemías no ha
sido nunca puesta en duda por ningún erudito competente. Emergiendo
como una de las figuras más destacadas en la era post-exílica, sirvió
a su pueblo efectivamente desde el año 444 a. C. Perdió sus derechos a
la posición que disfrutaba en la corte persa para servir a su propia
nación en la reconstrucción de Jerusalén. Su desventaja física como
eunuco, se convirtió en un mérito en su devoto servicio y distinguido
liderazgo durante los años que fue un activo gobernador del Estado
judío.
Esdras había estado en Jerusalén
trece años cuando llegó Nehemías. Mientras que el primero era un
escriba instruido y un maestro, el último demostró una fuerte y
agresiva capacidad de conducción política en los asuntos públicos. El
éxito de la reconstrucción de las murallas a despecho de la posición
del enemigo, proporcionó seguridad para los exiliados que retornaron,
de tal forma, que podían dedicarse por sí mismos, bajo la jefatura de
Esdras, a las responsabilidades religiosas que estaban prescritas por
la ley. En esta forma, el gobierno de Nehemías procuró las más
favorables condiciones para el engrandecido ministerio de Esdras.
Las fechas cronológicas dadas en
Nehemías, suponen doce años para el primer término de Nehemías como
gobernador, comenzando en el vigésimo año de Artajerjes (444 a. C.).
En el duodécimo año de su término (Neh. 13: 6), Nehemías volvió a
Persia (432). No se indica qué pronto volvió a Jerusalén o cuánto
tiempo continuó como gobernador.
Los sucesos relatados en Neh.
1-12, pudieron todos haber ocurrido durante el primer año de su
mandato. En el primer día del primer mes, Nisán, (444 a. C.), Nehemías
recibió seguridad para su vuelta a Jerusalén (Neh. 2: 1). Siendo un
hombre de acciones decisivas, indudablemente debió salir sin pérdida
de tiempo. La reparación de las murallas fue completada en Elul, el
mes sexto (Neh. 6:15). Puesto que este proyecto fue comenzado unos
pocos días después de su llegada y completado en cincuenta y dos días,
el tiempo permitido para su preparación y viaje es de
aproximadamente de cuatro meses. Durante el mes séptimo (Tishri)
Nehemías cooperó totalmente con Esdras en las observancias religiosas
(Neh. 7-10), continuó su empadronamiento y muy verosímilmente dedicó
las murallas en el período inmediatamente siguiente (Neh. 11-12).
Excepto por unas pocas declaraciones que resumen la política de
Nehemías, el lector queda con la impresión de que todos esos
acontecimientos ocurrieron dentro del primer año después de su retorno.
Comisionado por Artajerjes
Entre los miles de judíos
exiliados que no habían retornado a Judá, estaba Nehemías. En su busca
del éxito, había sido especialmente afortunado en ocupar un alto cargo
entre los oficiales de la corte persa, siendo copero de Artajerjes
Longimano. Viviendo en la ciudad de Susa, aproximadamente a 160 kms.
al nordeste del Golfo Pérsico, se hallaba confortablemente situado en
la capital de Persia. Cuando le llegó el informe de que las murallas
de Jerusalén estaban todavía en ruinas, Nehemías se sintió dolorosa-mente
sorprendido. Durante días y días ayunó y llevó luto, lloró y rogo por
su pueblo en Jerusalén.
La oración registrada en Neh.
1:5-11, representa la esencia de la intercesión de Nehemías durante
este período de luto y de llanto. Refleja su familiaridad con la
historia de Israel, el pacto del monte Sinaí, la ley dada a Moisés que
había sido rota por Israel y la promesa de la restauración por los
migrantes arrepentidos. Nehemías reconoció al Dios del pacto como al
Dios de Israel y de los cielos, apelando a El para que fuese
misericordioso con Israel. En conclusión, pidió que Dios pudiera
concederle a él el favor del rey de Persia, su dueño.
Tras tres meses de oración
constante, Nehemías se hallaba encarado con una dorada oportunidad.
Mientras esperaba, el rey se dio cuenta de la enorme tristeza de
Nehemías. A la pregunta de su rey, Nehemías con, miedo y temblando
expresó su dolor por la caótica condición de Jerusalén. Cuando
Artajerjes, graciosamente, le pidió que declarase sus deseos, Nehemías
se apresuró a orar en silencio y pidió, valientemente, al rey que le
enviase a reconstruir Jerusalén la ciudad de los sepulcros de sus
padres. El rey de Persia, no sólo autorizó debidamente a Nehemías para
llevar a cabo tal misión, sino que envió cartas en su nombre a todos
los gobernadores de más allá del Eufrates para que le suministrasen
materiales de construcción para las murallas y las puertas de la
ciudad, lo mismo que para su casa particular.
La misión en Jerusalén
La llegada de Nehemías a Jerusalén,
completada con oficiales del ejército y con caballería, alarmó a los
gobernadores circundantes. Acompañado por un pequeño comité, Nehemías
pronto hizo un plan para recorrer la ciudad de noche inspeccionando
la condición de las murallas. Una vez allí, reunió al pueblo y lo
enfrentó con el propósito de reconstruirlas. Entusiásticamente
encontró el más caluroso apoyo por parte de todos. Como eficiente
organizador, Nehemías asignó al pueblo las diferentes puertas y
secciones de las murallas de Jerusalén (3:1-32).
Tal súbita e intensa actividad,
hizo surgir la oposición de las provincias circundantes. Jefes
influyentes, tales como Sanbalat el horonita, Tobías el amonita, y
Gesem el árabe, culparon a los judíos con la rebelión, tan pronto
como comenzó el trabajo. Cuando comprobaron que el proyecto de
reparación iba desarrollándose con gran rapidez, se enfurecieron hasta
el punto de organizar una resistencia. Sanbalat y Tobías, ayudados por
los árabes, los amonitas y los asdoditas, hicieron planes para atacar
a Jerusalén.
Por aquel tiempo, la muralla se
hallaba completada hasta la mitad de su altura. Nehemías no solo oró,
sino que nombró guardias, día y noche. A todo lo largo de la parte más
baja de la muralla, el deber de la guardia fue confiado a varias
familias. Con la comprobación de que los enemigos estaban fracasados
en su proyecto, por este eficiente y efectivo sistema de la guardia,
los judíos reunieron sus esfuerzos para la construcción. Una mitad
del pueblo continuó con las reparaciones con, la espada
dispuesta, mientras que la otra mitad permanecía en guardia permanente.
Además de todo esto, al toque de la trompeta, todos los que estaban
bajo órdenes se apresuraban a acudir inmediatamente al punto de
peligro para resistir el ataque enemigo. No se permitió a ninguno de
los trabajadores salir de Jerusalén. Trabajaron desde el amanecer
hasta el crepúsculo y permanecían de guardia durante la noche.
El esfuerzo intensivo para
completar la reparación de las murallas, fue especialmente difícil
para las clases más pobres del pueblo. Económicamente encontraron
demasiado duro pagar tributos e impuestos, intereses, y socorrer a las
familias mientras ayudaban a reconstruir las murallas. Algunos incluso
se encararon con el propósito de hacer esclavos a sus hijos en lugar
de aumentar sus deudas. Inmediatamente, Nehemías convocó una asamblea
pública y exigió una promesa de los agresores de devolver al pueblo
necesitado lo que les había sido tomado. Los pagos con intereses
fueron cancelados. Como administrador el propio Nehemías dio el
ejemplo. Dejó de percibir del pueblo sus derechos de gobierno en
alimentos y en dinero durante los doce años de su primer período, como
habían hecho sus antecesores. Además, 150 judíos y oficiales que
visitaban Jerusalén fueron huéspedes de la mesa de Nehemías
gratuitamente. Ni él ni sus sirvientes adquirieron hipotecas sobre la
tierra por préstamos de dinero y grano, al ayudar al necesitado. En
esta forma, Nehemías resolvió efectivamente la crisis económica
durante los días cruciales de la reparación.
Cuando los enemigos de los judíos
oyeron que las murallas se hallaban casi completas a despecho de la
oposición que habían ofrecido, esbozaron planes para embaucar a
Nehemías. Cuatro veces, Sanbalat y Gesem le invitaron a encontrarse
con ellos en uno de los poblados del valle del Ono. Sospechando sus
malas intenciones, Nehemías declinó la invitación, dando la razonable
excusa de que estaba demasiado ocupado. La quinta tentativa fue una
carta abierta de Sanbalat, acusando a Nehemías con planes para la
rebelión y de tener la personal ambición de ser rey. Con la
advertencia de que esto podría ser informado al rey de Persia,
Sanbalat urgió a Nehemías, para que se reuniera con ellos y discutir
la cuestión. Nehemías valientemente replicó a tal amenaza acusando a
Sanbalat de utilizar su imaginación. Al misino tiempo, elevó una
oración a Dios para que reforzase su responsabilidad.
El próximo paso de sus enemigos,
fue reprochar a Nehemías ante su propio pueblo. Astutamente, Sanbalat
y Tobías se valieron de un falso profeta, Semaías, para intimidar y
engañar al gobernador judío. Cuando Nehemías tuvo ocasión de hablar
con Semaías, que se había confinado en su residencia, el falso profeta
sugirió que buscasen refugio en el templo, y advirtió a
Nehemías del complot que se había urdido para matarle. Enfáticamente
Nehemías contestó: ¡No! En primer lugar, él no quería huir a ninguna
parte. Por lo demás, no quería refugiarse en el templo.
Indudablemente, Nehemías previo que tal acto le expondría a una
severa crítica de parte de su propio pueblo y tal vez al juicio de
Dios por entrar en el templo, puesto que él no era sacerdote. Se dio
cuenta de que Semanías era un falso profeta que había sido alquilado
por Sanbalat y Tobías. Puesto en oración, Nehemías expresó su deseo
de que Dios, no solamente recordase a los Jos enemigos suyos, sino
también la falsa profetisa Nodías y oíros falsos profetas que trataban
de intimidarle.
Añadido a todos esos problemas,
estaba el hecho de que Tobías y su hijo Johanán estaban relacionados
con familias prominentes en Judá. El suegro de Tobías, Secanías, era
el hijo de Ara, quien retornó con Zorobabel (Esdras 2:5) y el suegro
de Johanán, Mesulam, era un activo participante en la reconstrucción
de las murallas (Neh. 3:4, 30). Incluso el sumo sacerdote Eliasib
estaba aliado con, Tobías aunque esta relación no esté establecida. En
consecuencia, había una frecuente correspondencia entre Tobías y
aquellas familias de Judá. Este efectivo canal de comunicación hizo
las cosas más difíciles a Nehemías, ya que sus acciones y planes eran
constantemente puestas en conocimiento de Tobías. Aunque los parientes
de Tobías dieron informes complementarios respecto a sus buenas
acciones, Nehemías tenía la certeza de que Tobías sólo albergaba malas
intenciones hacia el pueblo de Jerusalén.
A pesar de estas oposiciones y
dificultades, la muralla de Jerusalén fue completada en cincuenta y
dos días. Los enemigos quedaron frustrados e impresionados de las
naciones circundantes, comprobando que de nuevo, Dios había favorecido
a Nehemías. El éxito de la terminación del proyecto de reparación de
Nehemías de cara a la oposición puesta por sus enemigos, estableció el
respeto y el prestigio del estado judío entre las provincias al oeste
del Eufrates.
La reforma bajo Esdras
Con Jerusalén segura dentro de sus
murallas, Nehemías volvió su atención a otros problemas. Un sistema
de guardia esencial para prevenir ataques enemigos, fue confiado a
Hanani, el hermano de Nehemías, y a Hananías, que ya estaba a cargo de
la ciudad anexa a la zona del templo por el norte. Además de los
guardianes de las puertas que eran responsables del atrio, Nehemías
reclutó cantores y levitas, asignándoles a puestos en las puertas y
murallas de la totalidad de Jerusalén.
El personal civil que vivía dentro
de Jerusalén, fue encargado de montar guardia durante la noche en las
partes respectivas próximas a sus casas. Aunque habían pasado noventa
años desde que la ciudad fue reedificada, existían zonas pobladas a
grandes trechos que la defensa resultaba inadecuada. Encarándose con
este problema, Nehemías hizo un llamamiento a los jefes para registrar
a todo el pueblo en la provincia con objeto de reclutar alguna parte
de sus habitantes para establecerla en Jerusalén. Mientras
contemplaba la ejecución de su plan, encontró el registro genealógico
del pueblo que había retornado del exilio en los días de Zorobabel.
Con excepción de pequeñas variaciones, que podían ser atribuidas a
errores cometidos por los escribas o a la trascripción, este registro
en Neh. 7:6-73 es idéntico a la lista registrada en Esdras 2:3-67.
Antes de que Nehemías tuviera la
oportunidad de ejecutar sus planes, el pueblo comenzó a reunirse para
las actividades religiosas del séptimo mes. Tishri, durante el cual se
observaban la fiesta de las Trompetas, el día de la Expiación y la
fiesta de los Tabernáculos (Lev. 23:23-43). Nehemías apoyó
completamente al pueblo en su devoción religiosa, su nombre aparece el
primero en la lista de aquellos que firmaron el pacto (Neh. 10:1).
Indudablemente, su programa administrativo dio precedencia a las
actividades religiosas durante este mes y fue resumido con renovado
esfuerzo en el subsiguiente período. Nehemías, que no era sacerdote,
queda relegado durante las actividades religiosas, siendo solamente
mencionado dos veces, en Neh. 8-10.
Esdras, el sacerdote y escriba,
emerge como el líder más sobresaliente. Habiendo llegado antes como un
maestro de fama en, la enseñanza de la ley, sin duda alguna, era bien
conocido por la gente en toda la provincia. Aunque no está registrado
en Esdras o en Nehemías, es de lo más razonable asumir que Esdras
había en años anteriores reunido al pueblo para la observancia de las
fiestas y las estaciones. Aquel año el pueblo tenía una poderosa
razón para hacer una celebración más importante que nunca. Tras las
cerradas murallas de Jerusalén, pudo reunirse en paz y seguridad, sin
temor a ningún, ataque enemigo. Indudablemente, la moral del pueblo
tuvo que haberse reforzado mediante el liderazgo que con tanto éxito
había ostentado Nehemías.
La fiesta de las Trompetas
distinguía el primer día del séptimo mes, de todas las otras nuevas
lunas. Conforme el pueblo se reunía aquel año en la puerta de las
Aguas al sur del atrio del templo, unánimemente solicitaba de Esdras
que leyese la ley de Moisés. Situado sobre una plataforma de madera,
leyó la ley a la congregación que permaneció de pie desde el amanecer
hasta el mediodía. Para ayudar al pueblo, a su comprensión, los
levitas exponían, la ley intermitentemente mientras que Esdras leía.
Cuando la lectura arrancó lágrimas de los ojos del pueblo, Nehemías,
ayudado por Esdras y los maestros levitas, les amonestó a regocijarse
y a hacer de aquella festiva ocasión, una oportunidad para compartir
los alimentos preparados en una común camaradería.
El segundo día, los representantes
de las familias, los sacerdotes y los levitas, se reunieron con Esdras
para un cuidadoso estudio de la ley. Cuando comprobaron que Dios había
revelado mediante Moisés que los israelitas tenían que habitar en
casetas para la observancia de la fiesta de los Tabernáculos (Lev.
23:39-43), instruyeron al pueblo mediante una pública proclamación.
Con entusiasmo, el pueblo salió a las colinas y trajeron ramas de
olivo, mirtos, y hojas de palmera en abundancia, erigiendo casetas por
todas partes, sobre los tejados de las casas, en, privado y en público,
en los patios, y en las plazas públicas. Tan amplia fue la
participación que resultó la más importante y festejada observancia de
la fiesta de los Tabernáculos desde los días de Josué, que había
conducido a Israel a la conquista de Canaán.
La ley fue leída públicamente cada
día durante los siete días de esta fiesta (Tishri 15-21). En el octavo
día hubo una sagrada convocatoria y se ofrecieron los sacrificios
prescritos.
Tras dos días de tregua, el pueblo
volvió a reunirse para la oración y el ayuno. Esdras y los levitas
asistentes dirigieron los servicios públicos, conduciendo al pueblo en
la lectura de la ley, la confesión del pecado y la ofrenda de gracias
a Dios. En una larga y significativa plegaria (9:6-37) la justicia y
la misericordia de Dios fueron debidamente reconocidas.
En un pacto escrito, firmado por
Nehemías y otros representantes de [a congregación, el pueblo se ligó
mediante un juramento obligándose a mantener la ley de Dios que había
sido dada mediante Moisés. Dos leyes fueron escritas con especial
énfasis: los matrimonios mixtos con paganos y la observancia del
sábado. Esta última, no sólo impedía toda actividad comercial en el
sábado, sino que incluía la observancia de otras fiestas y la promesa
de barbechar las tierras cada siete años.
La implicación de este compromiso
era realista y práctica. Cada individuo estaba obligado a pagar
anualmente un tercio de un siclo para la ayuda del ministerio del
templo lo que aseguraba la constante provisión de los panes ácimos, y
las ofrendas especiales diarias y las de los días festivos. La madera
para las ofrendas se recaudaba en conjunto. El pueblo reconocía su
obligación de dar el diezmo, los primeros frutos, el primogénito y
otras contribuciones prescritas por la ley. Mientras que el
primogénito y los primeros frutos eran llevados a los sacerdotes al
templo, el diezmo podía ser recaudado por los levitas en toda la
provincia y traído por ellos para ser depositado en las cámaras del
templo. En esta forma, el pueblo hacía un compromiso público para no
descuidar la casa de Dios.
El programa de Nehemías y su
política
Nehemías concluyó la ejecución de
su plan, para incrementar la población de Jerusalén, asegurando así la
defensa civil. El estaba convencido de que aquello era una orden
divina (Neh. 7:5). Indudablemente, puso el empadronamiento al día
utilizando el registro genealógico de la época de Zorobabel. Se
consiguió que una décima parte de la población cambiase de residencia
y fuese a vivir a Jerusalén. De este modo, las zonas escasamente
habitadas dentro de la ciudad estuvieran suficientemente ocupadas para
proporcionar una adecuada defensa de la ciudad.
El registro de que aquellos que
vivían en Jerusalén y poblaciones circundantes (Neh. 11:3-36)
representa la población como estaba en los días de y Nehemías. Los
residentes en Jerusalén fueron catalogados por cabezas de familia,
mientras que los habitantes de toda la provincia, lo eran simplemente
anotados por poblaciones. El registro de sacerdotes y levitas (Neh.
12:1-26) en parte procede del tiempo de Zorobabel y se extiende al
tiempo de Nehemías.
La dedicación de las murallas de
Jerusalén implicó a la totalidad de la provincia. Los jefes civiles y
religiosos y otros participantes fueron organizados en dos procesiones.
Encabezados por Esdras y Nehemías, una procedía hacia la derecha y la
otra hacia la izquierda, al marchar sobre las murallas de Jerusalén.
Cuando los dos grupos se encontraron en el templo, se hizo un gran
servicio de acción de gracias con música proporcionada por orquesta y
coros. Se presentaron abundantes sacrificios como expresión de alegría
y acción de gracias. Incluso las mujeres y los niños compartieron, el
gozo de aquella festiva ocasión al participar en las fiestas que
acompañaban a las ofrendas. Tan extensas y alegre fue la celebración,
que el triunfante ruido fue oído desde muy lejos.
Como un eficiente administrador,
Nehemías organizó a los sacerdotes y levitas para cuidarse de
los diezmos y otros contribuciones hechas por el pueblo (Neh. 12:44 ss.).
Desde varias poblaciones de la provincia, aquellos obsequios fueron
apropiadamente canalizados hacia Jerusalén mediante levitas
responsables, de tal forma que los sacerdotes y levitas pudieron
efectivamente llevar a cabo sus deberes.
Los cantores y los guardianes de
las puertas de la ciudad, también recibieron su regular apoyo, para
que pudieran prestar sus servicios como estaba prescrito por David y
Salomón (II
Crón. 8:14). El pueblo se
gozaba con el ministerio de los sacerdotes y levitas, y los apoyaba,
de todo corazón, en la ministración del templo.
La lectura del libro de Moisés les
hizo conscientes del hecho de que los amonitas y moabitas no deberían
ser bienvenidos en la asamblea judía. Se hizo lo preciso para
conformar todo aquello con la ley.
Durante su duodécimo año de
gobernador de Judá (ca. 432 a. C.), Nehemías hizo un viaje de
vuelta a Persia. La duración de su estancia no está indicada, pero
tras algún tiempo Artajerjes de nuevo le dio permiso para volver a
Jerusalén.
Durante el tiempo de la ausencia
de Nehemías, prevaleció la laxitud religiosa. Eliasib, el sumo
sacerdote, había concedido a Tobías el amonita, una cámara en el atrio
del templo. No se habían pagado las retribuciones a los levitas y los
cantores del templo. Y desde que el pueblo había descuidado en llevar
las ofrendas diarias, para lo cual se había acordado el diezmo y los
primeros frutos a los levitas, éstos salieron al campo a hacer su vida.
Nehemías se indignó cuando
descubrió que la cámara dedicada a almacenar las provisiones
levíticas, había sido ocupada por Tobías el amonita. Inmediatamente,
arrojó fuera el mobiliario y los adornos, ordenó la renovación de las
cámaras, restauró los utensilios sagrados y restituyó las ofrendas y
el incienso.
El siguiente paso fue llamar a los
oficiales a que dieran cuenta de sus actos. Valientemente, Nehemías
les acusó de haber descuidado el templo fallando en recaudar el diezmo.
Los hombres a quienes consideró dignos de confianza, fueron nombrados
tesoreros de los almacenes. Los levitas volvieron a recibir sus
asignaciones. Nehemías nuevamente expresó mediante una plegaria su
deseo de que Dios recordase las buenas acciones hechas anteriormente
respecto del templo y su personal.
La observancia del sábado fue el
paso siguiente. No solamente los judíos habían trabajado en el sábado,
sino que habían permitido a los tirios residentes en Jerusalén, el
que promovieran negocios en, ese día. Advirtió a los nobles de Judá
que aquel había sido el pecado que precipitó a Judá en el cautiverio y
la destrucción de Jerusalén. En consecuencia, Nehemías ordenó que las
puertas de Jerusalén fuesen cerradas en el sábado. Ordenó a sus
servidores y a los guardias que detuvieran el tráfico comercial. Una
advertencia personal de Nehemías terminó con la llegada en el sábado
de mercaderes y comerciantes que tuvieron que esperar a que se
abrieran las puertas de la ciudad, al final del día sagrado.
Los matrimonios mixtos fueron el
mayor problema con que Nehemías tuvo que enfrentarse. Algunos judíos
se habían casado con mujeres de Asdod, Níoab, y Amón. Puesto que los
niños hablaban la misma lengua que sus madres, es muy probable que
aquella gente viviese en los extremos del estado judío. De aquellos
hombres que se habían casado con mujeres paganas, Nehemías obtuvo el
juramento para desistir de tales relaciones recordándoles que incluso
Salomón había sido conducido al pecado por sus esposas extranjeras.
Con el nieto de Eliasib, el sumo
sacerdote, Nehemías tomó drásticas medidas. Se había casado con la
hija de Sanbalat, gobernador de Samaría, quien había causado
problemas sin fin a Nehemías durante el año en que los judíos
restauraban las murallas de Jerusalén. Nehemías lo expulsó
inmediatamente de Judá.
Con un breve sumario de las
reformas religiosas y provisiones para el adecuado servicio del templo,
Nehemías concluye el relato de sus actividades. Celoso y entusiasmado
siempre por la causa de Dios, pronuncia una oración final: "Acuérdate
de mí, Dios mío, para bien".
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