domingo, 17 de junio de 2012

Historia del AT -- Cap 11 a 16


Capítulo  XI
Los realistas del sur

El quebrantamiento del reino salomónico, dejó a la dinastía davídica con un pequeño fragmento de su antiguo imperio. Con Jerusalén como capital, la línea real de David mantuvo una ininterrumpida sucesión, gobernando el pequeño reino de Judá durante casi un siglo. Sólo seis reyes reinaron du­rante esas nueve décadas (931-841 a. C.).
El reino de Roboam
Reuniéndose los israelitas en el 931 a. C., bajo el liderazgo de Jeroboam, apelaron a Roboam, heredero del trono de Salomón, para reducir los tri­butos. Tres días esperaron para el veredicto. Mientras que los ancianos acon­sejaron a Roboam el aligerar los grandes tributos existentes, los hombres más jóvenes sugirieron que los impuestos tenían que ser incrementados. Cuando Roboam anunció que seguiría la política sugerida por los últimos, se enfrentó con una rebelión abierta. Escapando a Jerusalén, apeló a la milicia para suprimir el levantamiento, pero solamente los hombres de Judá Y Benjamín respondieron a su llamada. Tomando el consejo de Semaías, Roboam no suprimió la rebelión.
Aunque la política tributaria de Roboam fue la causa inmediata de la disgregación del reino, son dignos de tener en cuenta un cierto número de otros hechos. La envidia había existido durante algún tiempo entre las tribus de Judá y las de Efraín (ver Jueces 8:1-3;  12:1-6; II Sam. 2:9; 19:42-43). Aunque David había unificado todo Israel en un gran reino, a pesada contribución en tributos y la labor hecha por las otras tribus para Jerusalén, precipitó la rebelión. La muerte de Salomón dio la oportunidad para que esas y otras tribus se rebelaran contra Judá.
Egipto pudo haber tenido una parte vital en la disgregación del reino salomónico. Allí fue donde Jeroboam encontró refugio durante los últimos días de Salomón. Hadad, el edomita, encontró asilo en Egipto durante los primeros años, pero retornó a Edom, incluso durante el tiempo del rey Salomón (I Reyes 11:14-22). Aunque no se dan detalles, pudo muy bien haber ocurrido que Egipto apoyase a Jeroboam en rebelión contra la dinas­tía davídica.
Otro factor que contribuyó a la división del reino, está explícitamente mencionada en el relato bíblico —la apostasía de Salomón y la idolatría— (I Reyes 11:9-13). Por consideración a David, el juicio fue pospuesto hasta la muerte de Salomón. Roboam tuvo que sufrir las consecuencias.
Como la división actual del reino llegó a ser una realidad, los sacerdotes y los levitas procedentes de varias partes de la nación, vinieron al Reinó del Sur. Jeroboam sustituyó la idolatría por la verdadera religión de Israel. Despachó y apartó a quienes habían estado al servicio religioso, por lo que muchos tuvieron que abandonar sus propiedades y establecerse en Judá. Aquello promovió un real y fervoroso sentimiento religioso por todo el Reino del Sur durante los tres primeros años del reino de Roboam (ITCrón. 11:13-17).
Durante los primeros años de su reinado, Roboam fue muy activo en la construcción y en la fortificación de muchas ciudades por toda Judá y Benjamín. En cada una, situaba comandantes, estableciendo y reforzando así su reinado. Tales ciudades tenían, además, como motivación el establecimiento de sus familias y su distribución, puesto que Roboam, siguiendo el ejemplo de su padre, practicó la poligamia.
Roboam comenzó su reinado con una sincera y religiosa devoción. Cuan­do el reino estuvo bien establecido, él y su pueblo cometieron apostasía (II Crón. 12:1). Como resultado, Sisac, rey de Egipto, invadió Judá en el año quinto del reinado de Roboam y tomó muchas de las ciudades fortificadas, llegando incluso a Jerusalén. Cuando Semaías anunció que esto era un juicio de Dios caído sobre ellos, el rey y los príncipes se humillaron. En respuesta, el profeta les aseguró que la invasión egipcia sería atemperada y que Judá no sería destruida. De acuerdo con la lista de Karnak, Sisac el Egipcio, apoyado por bárbaros procedentes de Libia y Etiopía, sometió unas 150 plazas en Edom, Filistea, Judá e incluso Israel, incluyendo Meguido. Además de su devastación en Judá, Sisac atacó Jerusalén, asolándola, y apropiándose de los tesoros del templo. La espléndida visión de los escudos de oro puro dio paso a otros hechos de bronce en los días de Roboam.
A despecho de su inicial fervor religioso, Roboam sucumbió a la idola­tría. Iddo, el profeta que escribió una historia del reino de Roboam, pudo haber sido el mensajero de Dios para avisar al rey. Por añadidura a la ido­latría y a la invasión por Egipto, una intermitente situación de guerra entre el Reino del Norte y el Reino del Sur hicieron los días de Roboam tiempos de desazón constante. El Reino del Sur declinó rápidamente bajo su man­dato real.
Abiam, continuador de la idolatría
Durante su reinado de tres años, Abiam (913-910 a. C.) apenas sí persistió en las líneas de conducta de su padre, tan de cortos alcances (I Reyes 15:1-8; II Crón. 13:1-22). Activó la crónica situación de estado de guerra entre Israel y Judá, desafiando agresivamente a Jeroboam dentro del territorio efraimita. Un movimiento envolvente llevó las tropas de Israel a una ventajosa posición, pero en el conflicto que siguió, las fuerzas, superadas en número de Abiam, derrotaron a los israelitas. Al tomar Betel, Efraín, Jesana, con los pueblos de los alrededores, debilitó Abiam el Reino del Norte.
Abiam continuó en la tradición del inclusivismo religioso comenzando por Salomón y promovido por Roboam. No abolió el servicio religioso en el templo; pero simultáneamente permitía el culto de dioses extraños. La extensión de esta acción se encuentra mejor reflejada en las reformas de su sucesor. De esta forma, la idolatría se hizo más fuerte y se extendió con más amplitud por todo el reino de Judá en los días de Abiam. Esta política idolátrica habría tenido como resultado la supresión y cambio de la familia real en Jerusalén, de no haber sido por la promesa que en la Alianza se le prometió a David (I Reyes 15:4-5).
Asa inicia la reforma
Asa gobernó en Jerusalén durante cuarenta y un años (910-869 a. C.). Unas condiciones de paz prevalecieron, por lo menos, los primeros diez años de su largo reinado. Consideraciones de tipo cronológico implican que era muy joven cuando murió Abiam. En esto, puede que tenga que ver el hecho de que Maaca continuó como reina madre durante los primeros catorce o quince años del reinado de Asa. A despecho de su influencia, adoptó un programa de reforma en los cuales los altares extranjeros y los lugares altos fueron suprimidos y los pilares y los asherim destruidos. El pueblo fue amonestado para que guardase celosamente la Ley de Moisés y los manda­mientos. Políticamente, este tiempo de paz fue utilizado ventajosamente por el joven rey para fortificar las ciudades de Judá y reforzar el ejército.
En el décimo cuarto año de su reinado (897-896 a. C.), Judá fue atacada Ppr el sur con un potente ejército de los etíopes. Puede que Zera, su caudillo, hiciese esto bajo la presión de Osorkón I, sucesor de Sisac en el trono de Egipto. Con la ayuda divina Asa y su ejército rechazaron a los invasores, persiguiéndoles hasta más allá de Gerar, y volvieron a Jerusalén con abun­dante botín de guerra, especialmente ganado vacuno, ovejas y camellos.
Exhortado por el profeta Azarías tras de tan gran victoria, Asa activó valerosamente su reforma por todo su reino, suprimiendo ídolos en varias ciudades. En el tercer mes del décimo quinto año, hizo una gran asamblea cpn su propio pueblo así como con mucha gente procedente del Reino del Norte que había desertado, cuando reconocieron que Dios estaba con él e hicieron abundantes sacrificios durante aquellas fiestas, tras la reparación e1 altar del Señor. Alentado por el profeta y el rey, el pueblo se avino una alianza de servir a Dios de todo corazón. Indudablemente, fue con apoyo público con el que quitó de su puesto a Maaca, como reina madre de Asera, la diosa cananea de la fertilidad, fue aplastada, destruida y quemada en el valle de Cedrón. Debido al apoyo popular, estas festividades religiosas fueron las más grandes que cualquiera de las habidas en Jerusalén desde la erección del templo de Salomón.
Tales celebraciones religiosas en Judá, indudablemente perturbaron a Baasa. Israel había sido derrotada por Abiam poco antes de que Asa se con­virtiera en rey. Desde entonces, había sido aún más debilitado por la revo­lución, cuando la dinastía de Jeroboam fue suprimida. Contemporáneamente, Asa estableció su reinado durante una era de paz. La deserción de su pue­blo hacia Jerusalén, en el décimo quinto año de Asa (896-895 a. C.) indujo con presteza a Baasa a fortificar Rama (II Crónicas 16:1). Puesto que los caminos que procedían desde el Reino del Norte convergían en Rama, a ocho kms. al norte de Jerusalén, Asa consideró la cuestión como un acto agresivo estratégico. Enviando a Ben-Adad, el rey de Siria, un presente de oro y plata tomado del templo, Asa contrarrestó la agresión israelita. Ben-Adad entonces se apoderó de territorio y ciudades en el Norte de Israel. Cuando Baasa se retiró de Rama, Asa utilizó la piedra y la madera recogida allí para construir y fortificar con ellas Geba y Mizpa.
Aunque la alianza de Asa con Ben-Adad parece que tuvo éxito, Hanani, el profeta, amonestó severamente al rey por su afiliación impía. Valientemen­te recordó a Asa que había confiado en Dios al oponer satisfactoriamente y con éxito a libios y a etíopes bajo Zera. Cuando se encaró con este problema había ignorado a Dios. En consecuencia, se vería sujeto a guerras a partir de entonces. Oyendo aquello, Asa se enfureció de tal modo que metió a Hanani en prisión. Otras personas igualmente sufrieron a causa de su antagonismo.
No hay registros respecto a las guerras o actividades durante el reinado de Asa, que fue largo y dilatado. Dos años antes de su muerte, cayó enfermo de gravedad fatal. Ni incluso en esta situación y este período de sufrimiento buscó al Señor. Aunque Asa era un piadoso y justiciero gobernante durante los primeros quince años de su reinado, no hay indicación en los relatos bíblicos de que jamás se recobrase de su actitud de desafío ante las palabras del profeta. Aparentemente, el resto de su reinado de 41 años no estuvo caracterizado por una positiva y justa actividad que marcó su comienzo. El encarcelamiento de Hanani, el profeta, parece implicar que no tenía temor del Señor ni de su mensajero (II Crón. 17:3). I
Josafat —Un administrador piadoso
El reino de 25 años de Josafat (872-848 a. C.) fue uno de los más alen­tadores y marcó una era de esperanza en la historia religiosa de Judá. En los primeros años de su reinado, Josafat hizo revivir la política de reforma religiosa que había sido tan efectiva en la primera parte del reinado de Asa. Puesto que Josafat tenía treinta y cinco años de edad cuando comenzó a gobernar, debió haber permanecido, muy probablemente, bajo la influencia de los grandes líderes religiosos de Judá, en su infancia y juventud. Su programa estuvo bien organizado. Cinco príncipes, que estaban acompañados por nueve levitas principales y dos sacerdotes, fueron enviados por todo Judá para enseñar la ley. Además de esto, suprimió los lugares altos y los asherim paganos, para que el pueblo no estuviera influenciado por ellos. En lugar de buscar a Baal, como el pueblo probablemente había hecho du­rante las últimas dos décadas del reinado de Asa, este rey y su pueblo se volvieron hacia Dios.
Este nuevo interés hacia Dios tuvo un amplio efecto sobre las naciones circundantes, al igual que sobre Judá. Conforme Josafat fortificaba sus ciudades, los filisteos y los árabes no declararon la guerra a Judá, sino que reconocieron la superioridad del Reino del Sur, llevando presentes y tributos al rey. Este providencial favor y apoyo le animaron a construir ciu­dades para almacenes y fortalezas por todo el país, estableciendo en ellas unidades militares. Además, contaba con cinco comandantes de ejército en Jerusalén, ligados y responsables directamente hacia su persona (II Crón. 17:1-19). Como natural consecuencia, bajo el mandato de Josafat, el Reino del Sur prosperó política y religiosamente.
Existían relaciones amistosas entre Israel y Judá. La alianza matrimonial entre la dinastía de David y Omri, debió realizarse verosímilmente en la primera década del reinado de Josafat (ca. 865 a. C.), puesto que Ocozías, el hijo de esta unión, tenía veintidós años cuando ascendió al trono de Judá en el 841 a. C. (II Reyes 8:26). Este nexo de unión con la dinastía gober­nante del Reino del Norte, aseguró a Josafat del ataque y la invasión pro­cedente del Norte.
Aparentemente, transcurrió más de una década del reinado de Josafat sin noticias entre los primeros dos versículos de II Crón. 18. El año era el 853 a. C. Después de la batalla de Qarqar, en la cual Acab había participado en la alianza siria, para oponerse a la fuerza expansiva de los asirios, Acab agasajó a Josafat de lo más suntuosamente en Samaría. Mientras Acab consi­deró la recuperación de Ramot de Galaad, que Ben-Adad el rey sirio no le había devuelto de acuerdo con el tratado de Afee, invitó a Josafat a unirse a él en la batalla. El rey de Judá respondió favorablemente; pero insistió en asegurarse de los servicios y del consejo de un verdadero profeta. Micaías predijo que Acab sería muerto en la batalla. Al tener conocimiento de aquello, Acab se disfrazó. Al ser herido mortalmente por una flecha perdida, Josafat consiguió escapar volviendo en paz a Jerusalén.
Jehú confrontó a Josafat valientemente con la palabra del Señor. Su fraternización con la familia real de Israel, estaba disgustando al Señor. El juicio divino vendría seguidamente, sin duda. Para Jehú esto fue un gran acto de valor desde que su padre, Hanani, fue llevado a prisión por Asa por haber amonestado al rey. Concluyendo su mensaje, Jehú felicitó a Josafat por quitar de en medio los asherim y el someterse y buscar a Dios.
En contraste con Asa, su padre, Josafat respondió favorablemente a esta amonestación. Personalmente fue por toda Judá desde Beerseba hasta Efraín para alentar al pueblo a volverse hacia Dios. Completó esta reforma, nombrando jueces en todas las ciudades fortificadas, amonestándoles a que juzgasen con el temor de Dios, más bien que a tenor de juicios particulares o aceptando sobornos. Los casos en disputa debían apelarse a Jerusalén, donde los levitas, los sacerdotes y los cabeza de familia importantes, tenían a su cargo el rendir justas decisiones. Amarías, el jefe de los sacerdotes, era en última instancia responsable de todos los casos religiosos. Las cues­tiones civiles y criminales, estaban a cargo de Zebadías, el gobernador de la casa de Judá.
Poco después de todo esto, Josafat se vio enfrentado a una terrorífica invasión procedente del sudeste. Un mensajero informó que una gran mul­titud de amonitas y moabitas se dirigían hacia Judá procedentes de la tierra de Edom, al sur del mar Muerto. Si aquello era el castigo implicado en la predicción de Jehú sobre la pendiente ira de Dios, entonces es que Josafat había preparado sabiamente a su pueblo. Cuando proclamó el ayuno, el pueblo de todas las ciudades de Judá respondió inmediatamente. En la nueva corte del templo, el propio rey condujo la oración, reconociendo que Dios les había otorgado la tierra prometida, manifestado su presencia en el templo dedicado en los días de Salomón y prometido la liberación, si se postraban humildemente ante El. En las simples palabras: "ni sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos", Josafat expresó su fe en Dios, cuando concluyó su oración (II Crón. 20:12). Mediante Jahaziel, un levita de los hijos de Asa, la asamblea recibió la seguridad divina de que incluso sin tener que luchar ellos verían una gran victoria. En respuesta, Josafat y su pueblo se inclinaron y adoraron a Dios, mientras que los levitas audi­blemente alabaron al Señor.
A la mañana siguiente, el rey condujo a su pueblo al desierto de Tecoa y les alentó a ejercitar su fe en Dios y en los profetas. Cantando alabanzas a Dios, el pueblo marchaba contra el enemigo. Las fuerzas enemigas fueron lanzadas en una terrible confusión y se masacraron unos a otros. El pueblo de Judá empleó tres días en recoger el botín y los despojos de la guerra. Al cuarto día, Josafat reunió a su pueblo en el valle de Beraca para una reunión de acción de gracias, reconociendo que sólo Dios les había dado la victoria.  En una marcha triunfante, el rey les condujo a todos de vuelta a Jerusalén. El temor de Dios cayó sobre las naciones de los alrededores cuan­do supieron de esta milagrosa victoria. Josafat de nuevo volvió a gozar de paz y quietud.
Con un nuevo rey, Ocozías, sobre el trono omrida de Israel, Josafat entró una vez más en íntima afinidad con esta malvada familia. En un esfuerzo conjunto, intentaron fletar barcos en Ezión-geber para propósitos comercia­les. De acuerdo con la predicción del profeta Eliezer, los barcos naufragaron (II Crón. 20:35-37). Cuando Ocozías le propuso otra nueva aventura, Josafat declinó la proposición (I Reyes 22:47-49).
Antes del fin de su reinado, Josafat de nuevo entró en alianza con un rey de Israel. Esta vez fue con Joram, otro de los hijos de Acab. Cuando Acab murió, Moab cesó de pagar tributos a Israel. Aparentemente, Ocozías, en su corto reinado, no dijo nada al respecto. Cuando Joram se convirtió en rey, invitó a Josafat a unir sus fuerzas con él en una marcha a través de Edom para someter a Moab (II Reyes 3:l-27). Josafat de nuevo tuvo conciencia del hecho de que estaba aliado con reyes impíos, cuando el profeta Elíseo salvó a los tres ejércitos de la destrucción.
Josafat murió en el año 848 a. C. En agudo contraste con la dinastía omrida, condujo a su pueblo en la lucha contra la idolatría en todos sus aspectos. Por su íntima asociación con los reyes malvados e impíos de Israel, sin embargo, fue severamente amonestado por varios profetas. Esta política de alianza matrimonial no afectó seriamente a su nación, mientras él vivió, pero fue causa de que quedase casi eliminada la dinastía davídica de Judá, menos de una década después de su muerte. Esta complacencia de su política inclusivista, anuló con mucho, los esfuerzos de toda una vida, en el bueno y piadoso rey Josafat.
Joram vuelve a la idolatría
Joram, el hijo de Josafat, gobernó sobre Judá durante ocho años (848-841 a. C.). Aunque era corregente con su padre, no asumió mucha responsa­bilidad hasta después de morir Josafat. En el relato escriturístico (II Crón. 21:1-20; II Reyes 8:16-24) se dan ciertas fechas sobre la base de su acceso al trono en el 853, mientras que otros se refieren al 848 a. C. cuando asumió el completo dominio del remo.
La muerte de Josafat precipitó rápidos cambios en Judá. El pacífico gobierno que había prevalecido bajo Josafat, fue pronto reemplazado por el derramamiento de sangre y una gran idolatría. Tan pronto como Joram estuvo seguro en el trono, asesinó a seis de sus hermanos, a quienes Josafat había asignado el mando de sendas ciudades fortificadas. Muchos de los príncipes siguieron la misma suerte. El hecho de que adoptase los mismos caminos pecaminosos de Acab y Jezabel parece razonable atribuirlo a la influencia de su esposa, Atalía. Restauró los lugares altos y la idolatría, que su padre había suprimido y destrozado. También se produjeron cambios en otras cuestiones y aspectos. De acuerdo con Thiele, Joram, en este tiempo, incluso adoptó para Judá el sistema del año de no accesión, y su numeración, utilizado en el Reino del Norte.
Elías el profeta reprochó severamente a Joram por escrito (II Crón. 21:11-15). Mediante aquella comunicación escrita, Joram fue advertido de estar pendiente de juicio por su crimen al matar a sus hermanos y conducir a Judá por los perversos caminos del Reino del Norte. El tenebroso futuro suponía una plaga para Judá y una enfermedad incurable para el propio rey.
Edom se revolvió contra Joram. Aunque él y su ejército estaban rodea­dos por los edomitas, Joram huyó y Edom ganó así su independencia. Los filisteos y los árabes que habían reconocido a Josafat pagándole tributos, no solamente se revolvieron, sino que avanzaron hacia Jerusalén, llegando a atacar y a destrozar el propio palacio del rey. Se llevaron con ellos un enor­me tesoro y tomaron como cautivos a los miembros de la familia de Joram, con la excepción de Atalía y un hijo, Joacaz o Ocozías.
Dos años antes de su muerte, Joram fue tocado con una terrible e incu­rable enfermedad. Tras un período de terribles sufrimientos, murió en el 841 a. C. Los trágicos y sorprendentes efectos de este corto reinado, están reflejados en el hecho de que nadie lamentó su muerte. Ni siquiera se acordó darle el honor usual de ser enterrado en la tumba destinada a los reyes.
Ocozías promueve el baalismo
Ocozías tuvo el más corto de los reinados durante este período, siendo rey de Judá menos de un año (841 a. C.). Mientras que Joram había ase­sinado a todos sus hermanos cuando llegó al trono, los hijos de Joram fueron todos muertos por los árabes con la excepción de Ocozías. Consecuentemente, el pueblo de Judá no tuvo otra alternativa que coronar rey a Ocozías. Bajo el consejo personal de su madre, la maldad de Acab y Jezabel encontró completa expresión cuando Ocozías se convirtió en rey de Judá. Bajo la dominación de aquella mujer y la influencia de su tío, Joram, que gobernaba Samaría, Ocozías tuvo poco que elegir. La pauta ya había sido establecida por su padre.
Siguiendo el consejo de su tío, el nuevo rey se unió a los israelitas en la batalla contra Siria. Puesto que Hazael acababa de reemplazar a Ben-Adad como rey de Damasco, Joram decidió que aquella era la oportunidad de recuperar Ramot de Galaad de los sirios. En el conflicto que siguió, Joram fue herido. Ocozías, estaba con Joram en Jezreel, el palacio de verano de la dinastía omrida, cuando la revolución estalló en Israel. Mientras Jehú marchaba contra Jezreel, Joram fue mortalmente herido, mientras que Oco-cías buscó refugio en Samaría. En otra persecución posterior, fue fatalmente herido y moría en Meguido. Como muestra de respeto por Josafat, su nieto, Ocozías fue enterrado con los honores de rey en Jerusalén.
Sin un heredero calificado para hacerse cargo del reino de Judá, Atalía ocupó el trono en Jerusalén. Para asegurar su posición comenzó con la eje­cución de la familia real (II Crón. 22:10-12). Lo que Jezabel, su madre, había hecho con los profetas en Israel, Atalía hizo con la familia de David en Judá. A través de una alianza matrimonial arreglada por Josafat con el malvado Acab, esta nieta de Etbaal, rey de Tiro, se convertía en la esposa del heredero del trono de David. Indudablemente, ella no se mantuvo todo el tiempo que vivió Josafat. Lo que ella hizo en Judá, tras su muerte, es trágicamente aparente en los acontecimientos que se desarrollaron en los días de su marido, Joram, y de su hijo, Ocozías. A esto, siguió un período de terror que duró seis años (841-835 a. C.).

----------------------------------------------------------------------------------------------------------

Capitulo    XII
Revolución, recuperación y ruina

La línea de Jehú ocupó el trono por casi un siglo, más tiempo que cualquier otra dinastía en el Reino del Norte (841-753 a. C.). Cuando Jehú fue entronizado mediante una revolución, Israel estaba debilitada y reducida a su más pequeña área geográfica, cediendo terreno a sus agresivos vecinos. Bajo el cuarto rey de esta familia, el Reino del Norte alcanzó su cima en cuestión de prestigio internacional. Esta efímera prosperidad se diluyó en el olvido en menos de tres décadas, bajo el creciente poder de los asirios. 
La dinastía de Jehú
Una sangrienta revolución tuvo lugar en Israel, cuando Jehú, un capitán del ejército, desalojó a la dinastía omrida. En su ocupación de Jezreel, dis­puso de Joram, el rey israelita, Ocozías, el rey de Judá y Jezabel, la única responsable de hacer del baalismo parte tan efectiva de la religión de Israel.
Marchando a Samaria, Jehú mató a setenta hijos de la familia de Acab y dirigió la ejecución de todos los entusiastas de Baal que habían sido engatusados en celebraciones masivas en el templo erigido por Acab. Puesto que la religión y la política habían estado tan íntimamente fusionadas en la dinastía omrida, la brutal destrucción del baalismo fue una cuestión de utilidad y conveniencia para Jehú.
Jehú tuvo problemas por todas partes. Al exterminar la dinastía omrida, perdió el favor de Judá y de Fenicia, cuyas familias reales estaban íntima­mente aliadas con Jezabel. Ni tampoco se unió al nuevo rey sirio, Hazael, oponiéndose al avance asirio hacia el oeste.
En el famoso Obelisco Negro descubierto por Layard en 1846, Salmanasar III informa que percibía tributos de Jehú. Tras cinco ataques sin re­sultado sobre Damasco, el rey asirio condujo sus ejércitos hacia la costa del Mediterráneo, norte de Beirut, y obtuvo tributos de Tiro y Sidón, al igual que del rey de Israel. Por esta acción conciliatoria, Jehú contuvo la invasión asiría de Israel, pero incurrió en el antagonismo de Hazael, por haber aplacado a Salmanasar III. Durante los primeros años de este período (841-837 a. C.) Hazael resistió la agresión asiría por sí solo. Mientras fueron conquistadas algunas de las ciudades del norte, Damasco se sostuvo con éxito en aquella crisis. Los asirlos no renovaron sus ataques por casi dos décadas. Esto permitió a Hazael el dirigir a su poderío militar bien curtido hacia el sur, en una renovación de su guerra contra Israel. A expen­sas de Jehú los sirios ocuparon la tierra de Galaad y Basan, al este del Jor­dán (II Reyes 10:32-33). Habiendo llegado al trono de Israel valiéndose de medios sangrientos, Jehú aparentemente nunca fue capaz de unificar su nación lo suficientemente como para hacer frente al poderío de Hazael. Es dudoso que Hazael redujese a Jehú al vasallaje sirio, pero por el resto de los días de Jehú, Israel fue acosado y perturbado por el citado y agresivo rey sirio.
Aunque Jehú suprimió el baalismo, no conformó la cuestión religiosa a la ley de Dios. La idolatría todavía prevaleció desde Dan a Betel, y de ahí el aviso divino de que sus hijos reinarían tras él sólo hasta la cuarta genera­ción.
Joacaz
Joacaz, el hijo de Jehú, tuvo el mismo rey sirio con quien enfrentarse por todo su reinado (814-798 a. C.). Hazael tomó ventaja del nuevo gober­nante de Israel, extendiendo el dominio sirio hasta la tierra de las colinas de Efraín. El ejército de Israel quedó reducido a 50 jinetes, 10 carros de combate, y 10.000 soldados de infantería. En tiempos de Acab, Israel había proporcionado 2.000 carros de combate en la batalla de Qarqar. Ha­zael incluso avanzó más allá de Israel para capturar Gat y amenazó con la conquista de Jerusalén, durante el remado de Joacaz (II Reyes 12:17).
La gradual absorción de Israel por Siria, debilitó el remo del Norte hasta el extremo de que Joacaz fue incapaz de resistir a otros invasores. Las naciones circundantes, tales como los edomitas, los amonitas, los filis­teos y los tirios, también adquirieron ventaja de los apuros de Israel. Esto se refleja por Amos (1:6-15) e Isaías (9:12).
Bajo la tremenda presión extranjera, Joacaz s& volvió hacia Dios, y de esta forma Israel no fue completamente subyugado por los sirios. A pesar de este alivio, no se apartó del todo de la idolatría de Jeroboam ni destruyó los asherim en Samaría (II Reyes 13:1-9).
Jóas
Joás, el tercer rey de la dinastía de Jehú, gobernó Israel durante diez y seis años (798-782 a. C.). Con la muerte de Hazael, cerca y con anterio­ridad al cambio del siglo, fue posible comenzar la restauración de Israel y sus riquezas bajo el liderazgo de Joás.
Eliseo, el profeta, todavía vivía cuando Joás ascendió al trono. El silen­cio de las Escrituras garantiza la conclusión de que ni Jehú ni Joacaz tuvie­ron mucho que hacer con Eliseo. Cuando el profeta se hallaba próximo a la muerte, Joás fue a verle. Llorando en su presencia, el rey expresó su temor por la seguridad de Israel. En su lecho de muerte, Eliseo instruyó dramáticamente al rey de que disparase su flecha, asegurándole que esto significaba la victoria israelita sobre Siria. El milagro final asociado con el profeta Eliseo, ocurrió tras su muerte. Un hombre muerto, arrojado a la tumba de Eliseo durante un ataque moabita, fue devuelto a la vida.
Con el cambio de reyes en Siria, Joás estuvo en condiciones de reconstruir una gran fuerza combatiente. Ben-Adad II fue definitivamente colocado en una posición defensiva, mientras que Joás volvió a reconquistar mucho del territorio ocupado por los sirios bajo Hazael. La recuperación de la zona este del Jordán pudo no haber sido llevada a cabo hasta la época de su su­cesor; pero esta fue un período de preparación en el cual Israel comenzó a levantarse en poder y en prestigio.
Durante el reinado de Joás, Amasias, rey de Judá, tomó un ejército mercenario israelita para ayudar a subyugar a los edomitas (II Crón. 25:6); sin embargo, tomando el consejo de un profeta, lo despidió antes de ir a la batalla. Al retornar a Israel, rapiñaron las ciudades en ruta desde Bet-horón a Samaria, matando a 3.000 personas (II Crón. 25:13). Retornando en triun­fo de la victoria edomita, Amasias desafió a Joás a la batalla. Este último respondió con una advertencia respecto a la suerte que corría un cardo que hizo una petición de un cedro del Líbano. Evidentemente, Amasias no captó el significado de tales palabras. En el encuentro militar que tuvo lugar a continuación, Joás no sólo derrotó a Amasias sino que invadió Judá, destruyó parte de la muralla de Jerusalén, hundió el palacio y el templo y tomó rehenes con los que volvió a Samaria. Sobre la base de la sincroniza­ción de la cronología de este período, Thiele ha llegado a la conclusión de que esta batalla tuvo lugar en el 791-790 a. C.
Aunque Joás se sintió turbado por la pérdida de Eliseo, no estuvo sin­ceramente interesado en servir a Dios, sino que continuó en sus idolátricos pasos. Su corto reinado marca e] punto de cambio en la fortuna de Israel, como Eliseo había predicho.
Jeroboam II
Jeroboam, el cuarto gobernante de la dinastía de Jehú, fue el rey más sobresaliente del Reino del Norte. Reinó cuarenta y un años (793-753 a. C.) incluyendo doce años de corregencia con su padre. Por la época en que tornó las riendas del poder absoluto del reino (781 a. C.), se encontró en una posición de tomar completa ventaja de las oportunidades para la expansión.
Como Omri, el rey más fuerte que existió antes que él, la historiografía de Jeroboam II es muy breve en la Escritura (II Reyes 14:23-29). La vasta expansión política y comercial ocurrida bajo este rey, está sumarizada en la profecía de Jonás, el hijo de Amitai, que pudo haber sido el profeta de tal nombre que fue enviado con una misión a Nínive (Jonás 1:1). Jonas predijo que Jeroboam restauraría Israel desde el mar Muerto hasta las fronteras de Hamat.
Fuentes seculares confirman las referencias bíblicas de que Ben-Adad II no fue capaz de retener el reino establecido por su padre, Hazael. Dos ataques sobre Siria llevados a cabo por Adad-Nirari III (805-802 a. C.) y Salmanasar IV, la debilitaron considerablemente a expensas de Asiria. Ade­más de esto, Zakir de Hamat formó una coalición que derrotó a Ben-adad II y afirmó la independencia de Siria durante este período. Esto dio a Jeroboam ía oportunidad de recobrar el territorio al este del Jordán que los sirios habían controlado por casi una centuria. Después del año 773 a. C. los reyes asirios estuvieron tan ocupados con problemas locales y nacionales, que no intentaron hacer ningún avance hacia Palestina, hasta después de la época de Jeroboam. En consecuencia, el reino israelita gozó de una pacífica prosperidad inigualada desde los días de Salomón y David.
Samaría, que había sido fundada por Omri, fue entonces fortificada por Jeroboam. La muralla protectora de la ciudad fue ensanchada hasta diez metros en algunos lugares estratégicos. Las fortificaciones estaban tan bien construidas, que casi medio siglo más tarde, los asirios emplearon tres años en conquistar la ciudad.
Amos y Oseas, cuyos libros aparecen en la lista de los profetas menores, reflejan la prosperidad de aquellos días. El éxito militar y comercial de Jeroboam, llevó a Israel a una abundancia de riqueza. Con este lujo, llegó también un declive moral y una indiferencia religiosa, todo ello denunciado valientemente por los profetas. Jeroboam II había hecho lo malo a la vista del Señor y motivado que Israel cayese en el pecado, como lo hizo el primer rey de Israel.
Zacarías
Cuando Jeroboam II murió en el año 753 a. C. fue sucedido por su hijo Zacarías, cuyo reinado solamente duró seis meses. Fue asesinado por Salum (II Reyes 15:8-12). Con esto acabó bruscamente la dinastía de Jehú.
Los últimos reyes
El pueblo que oyó a Amos y a Oseas, comprobó cuan pronto el juicio que amenazaba a Israel caería sobre el país. En un período de sólo tres décadas (752-722 a. C.) el poderoso Reino del Norte cesó de existir como nación independiente. Bajo la expansión del imperio de Asiria, capituló para ya no volver jamás a ser un reino israelita.
Salum (752 a. C.)
Salum tuvo el más corto reinado en el Reino del Norte exceptuando al gobierno de siete días de Zimri. Tras haber matado a Zacarías y ocupado el trono, gobernó durante un mes. Fue asesinado.
Manahem (752-741 a. C.)
Manahem tuvo mejores propósitos. Estuvo en condiciones de establecerse en el trono, con éxito, por aproximadamente una década. Se conoce muy poco de su política doméstica, excepto que continuó en la pauta idolátrica de Jeroboam I.
El más serio problema de Manahem fue la agresión asiría. En el 745 a. C., Tiglat-pileser o Pul comenzó a gobernar en Asiria como uno de los más poderosos reyes de la nación. Aterrorizó a las naciones, introduciendo el sistema de apoderarse de personas de territorios conquistados, cambiándo­las de lugar en grandes distancias. Ciudadanos eminentes, directivos y oficiales políticos, eran reemplazados por extranjeros con objeto de prevenir cualquier ulterior rebelión tras la conquista. En los años 743-738, Tiglat-pileser III emprendió una campaña hacia el noroeste que implicaba a las naciones de Palestina. La evidencia arqueológica favorece la teoría de que Uzías, rey de Judá, condujo las fuerzas de Asia Occidental contra el pode­roso avance asirio. En las crónicas asirías, Manahem está citado como habiendo sido repuesto en el trono sobre la condición de que pagase tri­butos.  Aunque el tiempo exacto para este pago no puede ser establecido, Thiele avanza la idea en favor de que los principios de la campaña noroccidental coincidiesen con el fin del año del reinado de Manahem.  Pacificado por estas concesiones, Pul volvió a Asiria y Manahem murió en paz, con su hijo ostentando el liderazgo del Reino del Norte.
Pekaía (741-739 a. C.)
Pekaía siguió la política de su padre. Continuando en la recogida de tributos como vasallo de Asiria, Pekaía tuvo que haber encontrado una fuerte resistencia de su propio pueblo. Muy verosímilmente, Peka se irguió como campeón en favor de un movimiento para rebelarse contra Asiria y fue el responsable del asesinato de Pekaía.
Peka (739-731 a. C.)
El reinado de ocho años de Peka, marcó un período tanto de crisis na­cional como internacional. Aunque Siria, con su capital en Damasco, pudo haber sido sometida a Israel en los días de Jeroboam II, se aseguró a sí misma, bajo el mando de un nuevo rey, Rezín, durante este período de declive de Israel. Teniendo como enemigo común a los asirios, Peka se encontró reforzado en su política antiasiria por Rezín. Mientras que los asirios se hallaban principalmente ocupados con una campaña militar en Urartu (737-735 a. C.), estos dos reyes se propusieron intentar una sólida alianza occidental, para hacer frente a los asirios.
En. Judá, la corriente pro-asiria tuvo éxito aparentemente (735 a. C), poniendo a Acaz al frente del gobierno incluso aunque Jotam vivía todavía. Consecuentemente, resistió presiones de Israel y de Siria para cooperar con ellos contra Asiría. En el 734, Tiglat-pileser III invadió a los filisteos. Acaz pudo haber apelado a los asirios para aliviarle de la presión filistea (II Crón. 28:16-21) o tal vez fuese ya tributario de Tigiat-pileser. Unger sugiere que fue durante esta invasión filistea cuando los asirios tomaron ciudades en el Reino del Norte (II Reyes 15:29).
La presión sirio-israelita sobre Judá terminó en lucha verdadera cono­cida como la Guerra Sirio-Efrainita (II Reyes 16:5-9; II Crón. 28:5-15; Is. 7:1-8:8). Los ejércitos sirios marcharon contra Elat para recuperar tal puerto de mar de Judá para los edomitas, quienes indudablemente apoyaron la coalición contra Asiría. Aunque Jerusalén estaba asediada y los cautivos procedentes de Judá eran llevados a Samaría y a Damasco, el Reino del Sur no estaba subyugado ni obligado en esta alianza anti-asiria.
Dos importantes acontecimientos afectaron la retirada de las fuerzas invasoras procedentes de Judá. Cuando los cautivos eran llevados a Samaría, un profeta, llamado Oded, declaró que aquello era un juicio divino sobre Judá y advirtió a los israelitas de la ira de Dios. Gracias a la presión de los príncipes y de una asamblea israelita, los cautivos fueron puestos en libertad por los oficiales del ejército.
Otro hecho importante fue que Acaz rehusó ceder a las demandas sirio-efraimitas, apelando directamente a Tiglat-pileser en demanda de auxilio. El rey asirio había formulado indudablemente sus planes para subyugar la tierra del Oeste. Tal invitación le estimuló seguidamente para entrar en acción. Damasco se convirtió en el punto focal de ataque en las campañas de 733 y 732 a. C., y Tiglat-pileser blasona de haber tomado 591 ciudades en esta zona siria, seguido por la capitulación de Damasco, en el 732. Siria quedó impotente para poder intervenir ni obstaculizar el avance hacia el oes­te de Asiría. Durante el siglo siguiente, Damasco y sus provincias que por doscientos años habían constituido el reino influyente de Siria quedaron so­metidas al control de Asiria.
La caída de Damasco tuvo las subsiguientes repercusiones en Samaría. Peka que había llegado al poder como el campeón de la política anti-asiria, quedó humillado. Con Siria postrada ante el poder asirio, las oportunidades de supervivencia de Israel eran casi nulas y carentes de toda esperanza. Peka se convirtió en la víctima de una conspiración llevada a cabo por Oseas, el siguiente rey. Indudablemente, fue la supresión de Peka lo que salvó a Sama­ría de la conquista en aquella ocasión.
Oseas (731-722 a. C.)
Al convertirse en rey del Reino del Norte en el 731 a. C., Oseas tenía poco que elegir en su política inicial. Fue simplemente un vasallo de Tiglat-pileser quien blasonaba de haberle colocado sobre el trono de Samaría.
El dominio de Oseas fue confinado al territorio de las colinas de Efraín. Galilea y el territorio al este del Jordán, habían estado bajo el control asirio desde la campaña del año 734. Tiglat-pileser III pudo haber conquistado Meguido durante esta serie de invasiones desde el oeste y utilizándola como la capital administrativa para las provincias galileas.
En el año 727 a. C. Tiglat-pileser III, el gran rey de Asiria, murió. Es­perando que Salmanasar V no estaría en condiciones de mantener el control de su extenso territorio, Oseas dependió del apoyo de Egipto, al interrumpir sus pagos tributarios a Asiria. Sin embargo, no fue así el caso. Salmanasar V puso en marcha sus ejércitos contra Israel, poniendo sitio a la ciudad más fuertemente fortificada de Samaría en el 725 a. C. Durante tres años, Oseas fue capaz de soportar la tremenda presión del poderoso ejército asirio, pero finalmente se rindió en el 722.
Con aquello se terminó el Reino del Norte. Bajo la política asiría de deportación, los israelitas fueron llevados a regiones de Persia. De acuerdo con los anales asirios, Sargón. sucesor de Salmanasar, afirmaba haber hecho 28.000 víctimas. Por contra, los colonos de Babilonia fueron establecidos en Samaría, y el Reino del Norte quedó reducido a la situación de una provincia asiría.
Durante dos siglos los israelitas habían seguido la pauta establecida por Jeroboam I, fundador del Reino del Norte. Incluso con el cambio de dinastía, ísrael nunca se divorció de la idolatría que era diametralmente opuesta a la ley de Dios, como estaba prescrito en el Decálogo. A lo largo de todo este período, los fieles profetas proclamaron el mensaje de Dios, advirtiendo a los reyes al igual que al pueblo del juicio divino que pendía sobre ellos. Por su gran idolatría y el fracaso en servir a Dios, los israelitas quedaron sujetos a la cautividad en manos de los gobernantes asirios.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------


Capítulo XIII
Judá sobrevive al imperialismo asirio

El gobierno de noventa años de la dinastía davídica en Jerusalén, fue bruscamente terminado con la accesión al poder de Atalía en el año 841 a. C. La fruición de la política practicada de forma impía por Josafat llevó a la malvada hija de Acab y Jezabel al trono de Judá, menos de una década después de la muerte de Josafat. De acuerdo con la divina promesa hecha a David, el linaje real fue restaurado tras un interludio de siete años.
Durante este período, cuando ocho reyes de la dinastía davídica goberna­ron sobre Judá, la etapa religiosa más significativa fue la del reino de Ezequías. El relato histórico de esos dos siglos se halla registrado en II Re­yes 11:1-21:26 y II Crón. 22:10-33:25. Contemporáneo de Ezequías fue el gran profeta Isaías, que también proporciona una información su­plementaria.
Atalía —un remado de terror
Con el entierro de su hijo Ocozías, Atalía se hizo cargo del trono en el Reino del Sur en el 841 a. C. Para asegurar su posición como gobernante, ordenó la ejecución de todos los descendientes reales, iniciando así un reinado de terror. Aparentemente no escapó ninguno de los herederos al trono, excepto Joás, el infante hijo de Ocozías. Durante el remado de siete años de Atalía, Josaba, hermana de Ocozías, escondió al heredero real en el templo.
Un drástico cambio en el clima religioso siguió a la muerte de Josafat. Siendo una fanática seguidora de Baal, como lo fue su madre Jezabel, Atalía promovió este culto idolátrico para ser practicado en Jerusalén y por todo Judá. Los tesoros y objetos del templo fueron tomados y aplicados al culto de Baal. Matan sirvió como sumo sacerdote en Jerusalén. Indudablemente el derramamiento de sangre y la persecución del baalismo en el Reino del Norte, bajo Jehú, hizo que Atalía emprendiese con más ardor el establecimiento del culto a la fertilidad en aquella época en Judá.
Joiada, un sacerdote que había sido testigo del resurgimiento religioso en la época de Asa y Josafat, fue el instrumento en la restauración del linaje real. A su debido tiempo, aseguró el apoyo de la guardia real y Joás fue coronado rey en la corte del templo. Cuando Atalía oyó las aclamaciones, intentó entrar, pero fue detenida, arrestada y ejecutada en el interior del palacio. 
Joás —reforma y reincidencia
Joás no era sino un muchacho de siete años cuando comenzó su largo reinado (835-796 a. C.). Puesto que Joiada instigó la coronación de Joás, la política del estado fue formulada y dirigida por él mientras vivió.
Con la ejecución de Atalía el culto de Baal también quedó destruido! Los altares de Baal fueron destrozados y Matan el sacerdote, muerto. Joiada inició una alianza en la que el pueblo prometió servir a Dios. Mientras vivió el interés general prevaleció en el verdadero culto a Dios, aunque algunos de los lugares altos todavía quedaron en uso.
El templo y sus servicios habían quedado grandemente abandonados du­rante el reinado del terror, y Joás, de acuerdo con el consejo de Joiada, apo­yó la restauración de los holocaustos. Como el templo tenía que ser vuelto a utilizar, y de forma oficial, se hizo obvio que debía ser reparado. Para tal propósito, tales sacerdotes fueron instruidos en recolectar fondos por toda la nación, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. En el vigésimo tercer año del reinado de Joás (ca. 812a. C.) se adoptó un nuevo método para obtener fondos. Se colocó una caja en el atrio, al lado derecho del altar. En res­puesta a una proclamación pública, el pueblo daba con entusiasmo al prin­cipio, como lo había hecho cuando Moisés pidió donativos para construir el tabernáculo. Artesanos y artistas pusieron manos a la obra reparando y embelleciendo los lugares elegidos. Del oro y la plata que quedaba aún, hi­cieron los ornamentos apropiados. La liberalidad del pueblo para este pro­pósito, no disminuyó las contribuciones regulares en favor de los sacerdotes. El apoyo popular a la verdadera religión alcanzó una nueva cima bajo la influencia de Joiada, con la restauración del templo.
Poco tiempo después, el juicio divino cayó de nuevo sobre Judá. Tras la muerte de Joiada, la apostasía surgió nuevamente, conforme los príncipes de Judá persuadían a Joás de volver a los ídolos y al asherim. Aunque los fieles profetas advirtieron al pueblo, éste ignoró las admoniciones de los santos varones. Cuando Zacarías, el hijo de Joiada, advirtió al pueblo que no prosperaría si continuaban desobedeciendo los mandamientos del Señor, fue lapidado en el atrio del templo. Joás ni siquiera recordó la bondad de Joiada, pudiendo haber salvado la vida de Zacarías.
Hazael ya había extendido su reino sirio-palestino hacia el sur, a expen­sas del Reino del Norte. Tras de la conquista de Gat, en la llanura filistea, se encaró con Jerusalén, a solo 53 kms. tierra adentro (II Reyes 12:17-18). Para evitar una invasión de este rey guerrero, Joás despojó al templo de los tesoros que habían sido dedicados desde los tiempos de Josafat, y los envió a Hazael juntamente con el oro del tesoro de palacio. A causa de este signo de servidumbre, Jerusalén quedó libre de la humillación de haber sido sitiada y conquistada. Presumiblemente debió ser el fallo en pagar el tributo lo que empujó al rey arameo a enviar un contingente de tropas contra Jeru­salén, algún tiempo más tarde (II Crón. 24:23-24). Puesto que el "rey de Damasco" no está identificado por el nombre, es altamente probable que Ben-adad II ya había sido reemplazado por Hazael sobre el trono de Siria. Esta vez, el ejército sino entró en Jerusalén. Tras matar a algunos de los príncipes, y dejando a Joás herido, volvieron a Damasco con el botín. Los servidores de palacio se aprovecharon de la situación para vengar la sangre de Zacarías, asesinando a su rey. Joás fue enterrado en la ciudad de David, pero no en la tumba de los reyes.
Mientras tanto Asa había derrotado a un gran contingente armado con su pequeño ejército, porque se colocó al servicio de Dios poniendo en El toda su fe, Joás había sido destruido por una pequeña unidad armada ene­miga. Aquello fue un claro juicio de Dios. Tras de la muerte de Joiada, Joás permitió la apostasía que se infiltró en Judá e incluso toleró el derramamiento de sangre inocente.
Amasias —victoria y derrota
Con la brusca terminación del reino de Joás, Amasias fue inmediatamen­te coronado rey de Judá. Aunque reinó un total de veintinueve años (796-767 a. C.) fue el único gobernante por sólo un corto período. Tras el 791 a. C. Uzías, su hijo, comenzó a reinar como corregente sobre el trono de David.
Tanto Judá como Israel habían sufrido muy seriamente bajo el agresivo poder de Hazael, rey de Siria. Su muerte a la vuelta del siglo, marcó el punto crucial en la fortuna de los reinos hebreos. Joás, que ascendió al trono en Samaría en el 798 a. C. organizó un fuerte ejército que en su mo­mento desafió al poder sirio. Amasias adoptó una política similar para Judá capacitando a su nación para recuperarse de la invasión y de la sangre real vertida.
Uno de los actos primeros de agresividad de Amasias fue recobrar Edom. Joram había derrotado a los edomitas, pero había fallado en someterlos a Judá. Aunque Amasias disponía de un ejército de 300.000 hombres, se hizo con una tropa mercenaria de otros 100.000 hombres procedentes de Joás rey de Israel. Un hombre de Dios vino a advertirle que si utilizaba a tales soldados israelitas, Judá sería derrotado en la batalla. En consecuencia, Amasias desechó los contingentes del Reino del Norte, aunque había pagado por sus servicios. Con su propio ejército, derrotó a los edomitas y capturó Seir, la capital. Al volver a Jerusalén, Amasias introdujo a los dioses edo­mitas en su pueblo y les prestó culto. Su idolatría no quedó impune, ya que un profeta anunció que Amasias sufriría la derrota por su extravío en el reconocimiento de Dios (II Crón. 25:1-16).
Amasias, con una victoria sobre Edom en su haber, se confió tanto en su poder militar que desafió a Joás a la batalla. Las tropas israelitas, que habían sido despachadas sin hacer el servicio militar, fueron tan provocadas que rapiñaron las ciudades de Judá desde Bet-horón a Samaría (II Crón. 25:10,13). Esto pudo haber sido la causa de la deliberada decisión toma­da por Amasias de romper la paz que había existido entre Israel y Judá por casi un siglo. Joás acusó bruscamente a Amasias de ser demasiado arro­gante y le advirtió de que el cardo, que había hecho una presuntuosa deman­da al cedro del Líbano, sería aplastada por una bestia salvaje. Amasias no prestó atención y persistió en confrontar su ejército contra el del Reino del Norte. En la batalla de Bet-semes, Judá fue completamente derrotado. Los vencedores derribaron parte de la muralla de Jerusalén, rapiñaron la ciudad, y tomaron a Amasias cautivo (II Reyes 14:11-14). Con rehenes reales y un gran botín Joás retornó jubiloso a Samaria. Cuan desastrosa pudo ser esta derrota para Amasias, es algo que no se detalla en la Sagrada Escritura. El acto de abrir una brecha en la muralla, significa una total sumisión en el lenguaje del mundo antiguo.
Thiele fecha la invasión de Israel en Jerusalén en el 791-790 a. C. Esto coincide con el tiempo en que Uzías con diecisiete años de edad, comenzó a reinar. Con la captura de Amasias, que había realizado tal fanfarronada en su estúpido desafío a Israel, los líderes de Judá hicieron a Uzías corregente. El hecho de que Amasias viviese quince años después de la muerte de Joás (II Reyes 14:17), sugiere que posiblemente el rey de Judá fue retenido como prisionero tanto tiempo como vivió Joás. En el 782-781 a. C. fue dejado en libertad y restaurado en el trono de Judá, mientras Uzías continua­ba como corregente. En aquel tiempo, Jeroboam II, que ya había sido co­rregente con su padre desde el 793, asumió el mando total de la expansión del Reino del Norte. La liberación de Amasias pudo haber sido parte de su política de buena voluntad hacia Judá, conforme dirigía sus esfuerzos a recuperar el territorio que había sido perdido a Siria.
La íntima asociación de Israel y Judá en los días de Joás y Amasias, verosímilmente cuenta por el cambio en el sistema de fechas. El sistema del año de no accesión había sido usado en Israel desde los tiempos de Jeroboam I y en Judá desde el reinado de Jorán. Entonces ambos adoptaron el sistema del año de accesión. Si Judá fue tributaria de Israel, se sigue lógicamente que ambas adoptasen el sistema de calcular lo que se hizo común en Asia Occidental bajo la creciente influencia de Asiría.
Aunque a principios de su reinado, Amasias había abrigado esperanzas para mejorar la fortuna de Judá, sus propósitos para el éxito de la empresa quedaron deshechos con su captura por Joás. Cuando fue restaurado en el trono de David en Jerusalén, bien fuese en el 790 ó 781, tuvo que haber sido completamente ineficaz en conducir la nación hacia un lugar de supre­macía como anteriormente lo había sido. Por todo el resto de su reino, Judá fue ensombrecida por la expansión israelita. Amasias finalmente se escapó a Laquis, donde fue víctima de asesinos que le persiguieron.
Uzías o Azarías —prosperidad
Sobresaliente en la historia de Judá, figura el reino de Uzías (791-740 a. C.). Incluso aunque ocurrieron diversos acontecimientos durante su gobierno de 52 años, el relato bíblico es relativamente muy breve (II Crón. 26:1-23; II Reyes 14:21-22; 15:1-7). Es notable el hecho de que durante este largo período, Uzías fue único gobernante sólo por die­cisiete años. Tan efectivo fue en levantar a Judá del vasallaje hasta con­vertirla en un poder nacional fuerte, que es reconocido como el más capaz de los soberanos del Reino del Sur que se había conocido desde Salomón.
El orden de los acontecimientos durante esta parte del siglo VIII, puede apreciarse por la siguiente tabla:
798                  Joás comienza su reinado en Israel
797-96             Amasias sucede a Joás en Judá
793-92             Jeroboam II hace de corregente con Joás
791-90             Uzías comienza la corregencia con Amasias (Judá es derrotada y Amasias hecho cautivo)
782-81             Joás muere. Jeroboam II se queda de gobernante solo. (Probablemente Amasias fue puesto en li­bertad en este momento)
768-67             Amasias es asesinado. Uzías asume el gobierno
753                  Fui del reino de Jeroboam. Zacarías gobierna seis meses.
752                  Salum (un mes de gobierno) es reemplazado por Manahem
750                  Uzías es atacado por la lepra. Jotán hace de corregente
742-41             Pekaía se convierte en rey de Israel
740-39             Fin del reinado de Uzías
Cuando Uzías fue súbitamente elevado al trono, las esperanzas naciona­les de Judá estaban hundidas en su punto más bajo desde la división del reinado salomónico. La derrota a manos de Israel no fue más que una enorme calamidad. Es dudoso que Uzías fuese capaz de hacer más que re­tener una semblanza de gobierno organizado durante los días de Joás. Pudo haber reconstruido las murallas de Jerusalén, pero si Amasias permaneció en prisión durante el resto del reinado de Joás, hubiera sido una cosa fútil para Judá afirmar su fuerza militar en ese momento. Aunque Amasias ganó su libertad en el 782 a. C. cuando murió Joás, es también dudoso que tu­viese el respeto de su pueblo cuando la totalidad de la nación estaba sufrien­do las consecuencias de su desastrosa política. Muy verosímilmente Uzías continuó usando con plena autoridad una considerable influencia en los asuntos de estado, puesto que Amasias huyó finalmente a Laquis.
El silencio de la Escritura concerniente a la relación entre Israel y udá en los días de Jeroboam II y Uzías, parece garantizar la conclusión prevaleció la amistad y la cooperación. El vasallaje de Israel a tuvo que haber terminado, a lo sumo a la muerte de Amasias o tal con su puesta en libertad quince años antes. Además de restaurar las murallas de Jerusalén, Uzías mejoró las fortificaciones que rodeaban la ciudad capital. El ejército fue bien organizado y equipado con las mejores armas.
Una buena preparación militar conduce a la expansión. Hacia el sudoe^ te, las murallas de Gat fueron atacadas y destruidas. Jabnía y Asdod tam­bién capitularon a Judá conforme Uzías presionaba hasta derrotar a los filisteos y los árabes. Mientras Amasias había subyugado Edom, Uzías estaba entonces en condiciones de extender las fronteras de Judá tan al sur como Elat en el golfo de Acaba. El reciente descubrimiento del sello de Jotam, hijo de Uzías, atestigua la actividad judaica en Elat durante este período. Hacia el este, Judá impuso su poder sobre los amonitas, que tuvieron que pagar tributo a Uzías. Por otra parte, las dificultades internas de Israel, tras la muerte de Jeroboam, pudo haber permitido a Uzías el tener las manos más libres en la zona transjordana.
Económicamente, Judá marchó bien bajo Uzías. El rey estaba vitalmente interesado en la agricultura y en el crecimiento ganadero. Grandes rebaños en zonas del desierto necesitaban el cavar pozos y la erección de torres de protección. Los cultivadores de viñedos expandieron su producción. Si Uzías promovió esos intereses al comienzo de su largo reinado, tuvo que haber tenido un efecto muy favorable sobre el estado económico de toda la nación.
La expansión territorial colocó a Judá en el control de ciudades comer-cialmente importantes y en las rutas que conducían a Arabia, Egipto y otros países. En Elat, sobre el mar Rojo, las industrias y las minas de cobre y hierro que tanto florecieron bajo el reinado de David y en el de Salomón, fueron reclamadas para el Reino del Sur. Aunque Judá se quedó atrás res­pecto del Reino del Norte en su expansión económica y militar, gozó de un sólido crecimiento bajo el caudillaje de Uzías y continuó su prosperidad in­cluso cuando Israel comenzó a declinar tras la muerte de Jeroboam. El crecimiento de Judá y su influencia durante este período, sólo fueron infe­riores a los experimentados en los días de David y Salomón.
La prosperidad de Uzías estuvo directamente relacionada con su de­pendencia de Dios (II Crón. 26:5, 7). Zacarías, un profeta, por cierto des­conocido, efectivamente instruyó al rey, quien aproximadamente en el 750 a. C. tenía una actitud totalmente saludable y humilde hacia el Señor. A la altura de su éxito, sin embargo, Uzías asumió que podía entrar en el templo y quemar el incienso. Con el apoyo de ochenta sacerdotes, el sumo sacer­dote cuyo nombre era también el de Azarías, hizo frente a Uzías resaltando que el hecho era prerrogativa de aquellos que estaban consagrados para tal propósito (Ex. 30:7 y Núm. 18:1-7). Irritado, el rey desafió a los sacer­dotes. Como resultado del juicio divino, Uzías se enfermó de la lepra. Por el resto de su reinado, quedó reducido al ostracismo fuera de su palacio y le fueron denegados sus privilegios sociales. No pudo ni siquiera entrar en el templo. Jotam fue elevado a la categoría de corregente y asumió las res­ponsabilidades reales por el resto de la vida de su padre.
La ominosa amenaza de la agresión asiría, también hundieron las esperanzas nacionales de Judá durante la última década del largo y provechoso reinado de Uzías. Si había acariciado las esperanzas de haber restaurado la totalidad del imperio salomónico para Judá, tras la muerte de Jeroboam II, Uzías las vio deshechas por el resurgir del poder asirio En el 745 a. C. Tiglat-pileser III comenzó a desmoronar su imperio. En su ata­que inicial, sometió a Babilonia. Entonces, se volvió hacia el oeste para de­rrotar a Sarduris III, rey de Urartu. Durante esta campaña noroccidental (743-738 a. C.) encontró oposición cuando se dirigió hacia Siria. En sus anales, menciona combatiendo en Arpal contra Azarías, rey de Judá.   Esta batalla está fechada por Thiele al comienzo de la campaña noroccidental, preferiblemente en el 743. Aunque Tiglat-pileser aplastó la oposición con­ducida por Azarías (Uzías), no afirma haber tomado tributos procedentes de Judá. Puesto que Manahem había pagado una enorme suma para evitar una sangrienta invasión de los feroces asirlos, Tiglat-pileser no hizo avanzar a sus ejércitos hacia el sur, hacia Judá, en esta época. Uzías estuvo, por consiguiente, en condiciones de mantener una política anti-asiria con un Israel pro-asirio como estado tapón hacia el norte.
Jotam —política anti-asiria
Jotam estuvo íntimamente asociado con su padre desde el 750 al 740 a. C. Puesto que Uzías era un gobernante fuerte y decidido, Jotam tuvo una posición secundaria como regente de Judá. Cuando asumió plenas fun­ciones de gobierno en el 740-39, continuó la política de su padre.
Las empresas del interior del país de Jotam, proporcionaron la erección de ciudadelas y torres para alentar el cultivo de la tierra por toda Judá. Se construyeron ciudades en lugares estratégicos. En Jerusalén, promovió el interés religioso construyendo una puerta superior en el templo, pero no se interfirió con los "lugares altos" en donde el pueblo rendía culto a los ídolos.
Los amonitas, con toda probabilidad, se habían rebelado contra Judá a la muerte de Uzías. Jotam, por consiguiente, sofocó la revuelta y exigió tributos. El hecho de que el pago esté anotado en el segundo y tercer año de Jotam (II Crón. 27:5), puede implicar que los problemas con Asiría se hicieron tan graves que Judá fue incapaz de insistir sobre la leva.
Con una temible invasión asiría pendiente, Jotam encontró problemas en mantener su política anti-asiria. Cuando los ejércitos asirlos se pusieron en actividad en las regiones de monte Nal y Urartu en el 736-735, un grupo pro-asirio en Jerusalén elevó a Acaz al trono de David como corregente cpn Jotam. Los registros asirlos confirman el 753 como la fecha de la accesión de Acaz.
Jotam murió en el 732 a. C. El total de su reinado se calcula en veinte años, pero había reinado sólo por tres o cuatro. Como corregente con su padre, tuvo pocas oportunidades de afirmarse por sí mismo. Más tarde, la amenaza asiría precipitó la crisis que le colocó en el retiro mientras que Acaz hizo de campeón de buena amistad con la capital sobre el Tigris.
Acaz —administración pro-asiria
El reinado de veinte años de Acaz (II Crón. 28:1-27; II Reyes 16:1-20) estuvo acosado por las dificultades. Los reyes asirios avanzaban en su pro­pósito de conquistar y hacerse con el control del Creciente Fértil y Acaz estuvo continuamente sujeto a presión internacional.
El Reino del Norte ya había suscrito la política de la resistencia de Peka. A la edad de veinte años, Acaz tuvo que encararse con el formidable pro­blema de la paz entre Siria e Israel, y de mantenerla. En el 734 Tiglat-pileser III marchó con sus ejércitos contra los filisteos. Es perfectamente posible que Acaz pudo haber apelado al rey asirlo, cuando los filisteos ata­caron en gran extensión los distritos fronterizos de Judá. Su alineamiento con Tiglat-pileser pronto llevó a Acaz a serios apuros. Más tarde y en aquel año, tras que los invasores asirios se hubieran retirado, Peka y Rezín decla­raron la guerra a Judá.
Al mismo tiempo y en esta tremenda crisis, Isaías había permanecido activo en su ministerio profetice aproximadamente seis años. Con un men­saje de Dios, encaró a Acaz con la solución de su problema. La fe en Dios era la clave de la victoria sobre Israel y Siria. Peka y Rezín intentaron colo­car un gobernante marioneta en el trono de David en Jerusalén; pero Dios anularía el proyecto sirio-efrainita en respuesta a la fe (Is. 7:1 ss.). El malvado y testarudo Acaz ignoró a Isaías. Como desafío, encontró una salida en sus dificultades haciendo un desesperado llamamiento a Tiglat-pileser III.
Cuando los ejércitos de Siria e Israel invadieron Judá, pusieron sitio, aunque no capturaron a Jerusalén, que había sido tan recientemente refortificado por Uzías. Sin embargo, Judá sufrió grandes pérdidas, mientras que mataron a miles y otros fueron llevados como cautivos a Samaría y a Damas­co. Pero afortunadamente existía alguien en el Reino del Norte, que no había repudiado a Dios. Cuando un profeta reprochó su conducta al clan de los líderes, estos respondieron efectuando el acto de dejar en libertad a los prisioneros de Judá.
Aunque fuertemente presionado, Acaz sobrevivió al ataque sirio-efrai-mita. Su súplica a Tiglat-pileser tuvo inmediatos resultados. En dos cam­pañas sucesivas (733 y 732) los asirios sometieron a Siria e Israel. En Samaría Peka fue reemplazado por Oseas, quien rindió acto de sometimiento y lealtad al rey asirio.
Acaz se encontró con Tiglat-pileser en Damasco y le dio seguridades del vasallaje de Judá. Tan impresionado se hallaba Acaz que ordenó a Urías, el sacerdote, duplicar el altar de Damasco en el templo de Jerusalén. A su retorno el propio rey tomó la decisión de conducir el culto pagano, atrayendo hacia sí la condenación en su propia cabeza.
En todo su reinado, Acaz mantuvo una política pro-asiria. Conforme cambiaban los gobernantes en Asiría y el Reino del Norte se encaminaba hacia su fin con la rebelión de Oseas, Acaz condujo a su nación con éxito a través de las crisis internacionales. Incluso aunque Judá había perdido el derecho de su libertad y pagaba pesados tributos a Asiría, la prosperidad econóniica prevaleció como había sido establecida bajo la sana política de Uzías. La riqueza estaba menos concentrada que en el Reino del Norte, donde ha­bía sido de exclusivo uso de la aristocracia. Mientras que los devastadores ejércitos no turbaron el statu quo, Judá pudo permitirse el pagar una considerable leva a Asiría.
Incluso con el gran profeta Isaías como contemporáneo, Acaz promovió el más aborrecible de los usos y prácticas idolátricos. De acuerdo con las costumbres paganas, hizo que su hijo caminase sobre el fuego. No sólo tomó mucho del tesoro del templo para hacer frente a las demandas del rey asirio, sino que además introdujo cultos extraños en el mismísimo lugar en donde sólo Dios tenía que ser adorado. Por eso, no era de maravilla que incurriese en la ira de Dios.
Ezequías —un rey justo
Ezequías comenzó su reinado en el 716 a. C. Su gobierno de veintinueve años marca una era sobresaliente en materia religiosa de Judá. Aunque bloqueado por los asirios, Ezequías sobrevivió al crucial ataque sobre Je­rusalén, llevado a cabo en el 701 a. C. Durante la última década de su reinado, Manases estuvo asociado con Ezequías como corregente. En adi­ción a lo que relata II Reyes 18-20 y II Crón. 29-32, existe una pertinente información en Is. 36-39, respecto a la vida de Ezequías.
En una drástica reacción a la deliberada idolatría de su padre, Ezequías comenzó su reinado con la mayor y más extensa reforma de la historia del Reino del Sur. Como un joven de veinticinco años había sido testigo de la gradual desintegración del Reino del Norte y la conquista asiría de Samaría, sólo a unos 64 kms., aproximadamente al norte de Jerusalén. Con la certera constatación de que la cautividad de Israel era la consecuencia de una alianza rota y de la desobediencia a Dios (II Reyes 18:9-12), Eze­quías colocó toda su confianza en el Dios de Israel. Durante los primeros años de su gobierno, llevó a efecto una efectiva reforma, no solamente en Judá sino en partes de Israel. Puesto que Judá ya era un vasallo de Asiría, Ezequías reconoció la soberanía de Sargón II (721-705 a. C.). Aunque las tropas asirías fueron despachadas para Asdod en el 711 a. C., el rey de Judá no tuvo serias interferencias de parte de Asiría.
Ezequías inmediatamente volvió a abrir las puertas del templo. Los levitas fueron llamados para reparar y limpiar el lugar del culto. Lo que había sido utilizado para los ídolos fue suprimido y arrojado al río Cedrón, mientras que los vasos sagrados que habían sido profanados por Acaz, fueron santificados. En dieciseis días el templo estuvo dispuesto para el culto.
Ezequías y los oficiales de Jerusalén iniciaron los sacrificios en el templo. Grupos musicales con sus arpas, címbales y liras participaron, como labia sido la costumbre en tiempos de David. Los cantos litúrgicos fueron acompañados a la presentación de los holocaustos. Los cantores alababan a Dios en las palabras de David y Asaf mientras el pueblo rendía culto.
En un intento de cicatrizar la brecha que había separado a Judá e Israel, desde la muerte de Salomón, el rey envió cartas por todo el país invitando a todos a venir a Jerusalén para celebrar la pascua judía. Aunque algunos ignoraron el llamamiento de Exequias, muchos, en cambio, acudieron desde Aser, Manases, Efraín e Isacar, al igual que en Judá, para celebrar las fiestas sagradas. Reunido en consejo con aquellos que iniciaron el culto en el templo, Ezequías anunció la celebración de la pascua un mes más tarde de lo que estaba prescrito, para dar tiempo para una adecuada celebración. Por otra parte, la observancia fue llevada a cabo de acuerdo con la ley de Moisés. El haber propuesto la fecha fue más bien una medida concilia­toria para ganar la participación de las tribus del norte que habían seguido la observancia de la fecha instituida por Jeroboam (I Reyes 12:32). Cuando algunos sacerdotes llegaron sin la adecuada santificación, Ezequías oró por su limpieza. Una gran congregación se reunió en asamblea en Jerusalén para participar en la reforma nevada a cabo. Los altares de toda la capital fueron arrancados y lanzados al valle de Cedrón para su destrucción Conducido por sacerdotes y levitas, el pueblo ofreció sacrificios, cantando jubilosamente, alegrándose ante el Señor. En ninguna época desde la dedi­cación del Templo, había visto Jerusalén tal gozosa celebración.
Desde Jerusalén, la reforma se extendió por todo Judá, Benjamín, Efraín y Manases. Ezequías incluso había roto la serpiente de bronce que Moisés había hecho (Núm. 21:4-9), porque el pueblo estaba utilizándola como ob­jeto de culto. Inspirado por el ejemplo del rey y de su caudillaje, el pueblo se dedicó a demoler los "lugares altos", los pilares, los asherim y los altares paganos existentes en todo Israel.
En Jerusalén, Ezequías organizó los sacerdotes y levitas para los ser­vicios regulares. El diezmo fue restituido para ayudar a los que dedicaban su vida a la ley del Señor. Se hicieron planes para la observancia regular de las fiestas y las estaciones según estaba prescrito en la ley escrita (II Crón. 31:2 ss.). El pueblo respondió tan generosamente a Ezequías que sus contribuciones fueron suficientes para mantener a los sacerdotes y levi­tas dedicados al servicio del Señor. La reforma llevada a cabo bajo Ezequías, tuvo un éxito rotundo y definitivo respondiendo así a su intento de conformar las prácticas religiosas de su pueblo a la ley y a los mandamientos de Dios.
En todo este sistema de reforma religiosa no se hace mención de Isaías Tampoco el profeta se refiere a la reforma de Ezequías en su libro. Aunque Acaz había desafiado a Israel, es razonable asumir que Ezequías e Isaías cooperaron por completo en restaurar el culto de Dios. La sola referencia a Sargón, rey de Asiría (Is. 20:1), muestra la actividad de Israel en esta épo­ca. Además, la conquista de Asdod por los asirios es la ocasión para Isaías de pronunciar su advertencia profética de que era inútil para Judá depender de Egipto para su liberación. Afortunadamente, Ezequías no llegó a verse envuelto en la rebelión de Asdod y así evitó el ataque a Jerusalén.
Con la muerte de Sargón II (705) la revolución estalló en muchos lugares del imperio asirio. Por el 702, Merodac-baladán fue subyugado, des­tronado de la corona de Babilonia, y reemplazado por Bel-Ibni, un nativo caldeo que probablemente era miembro de la misma familia real. En Egipto, surgió el nacionalismo, bajo la enérgica acción gobernante de Sabako, un rey etíope que había fundado la dinastía XXV (ca. 710 a. C.). Con otras naciones en el Creciente Fértil rebeladas contra él, Senaquerib, hijo de Sargón, volvió sus ejércitos hacia el oeste. Tras someter a Fenicia y otras resistencias costeras, los ejércitos asirios ocuparon triunfalmente el área de los filisteos en el 701 a. C.
Ezequias había anticipado el ataque asirio. Siguiendo su gran reforma religiosa, se concentró en un programa de defensa, en consejo con sus más importantes oficiales del gobierno. Se reforzaron las fortificaciones existen­tes alrededor de Jerusalén. Los artesanos produjeron escudos y armas, mientras que los comandantes de combate, organizaban las fuerzas de lucha. Para asegurar a Jerusalén un adecuado suministro de agua durante un asedio prolongado, Ezequías construyó un túnel que conectaba con el estanque de Siloé y los manantiales de Gihón. A través de 542 mts. de sólida roca, los ingenieros judíos canalizaron, agua fresca y potable al embalse de Siloé, también construido durante esta época. Desde su descubrimiento en 1.880, cuando las inscripciones en sus muros fueron descifradas, el túnel de Siloé ha constituido una atracción turística. El estanque de Siloé, situado al sur de Jerusalén, se protegió con la extensión de la muralla para dejar en­cerrada esta vital fuente de elemento líquido. Cuando llegó el momento de que los ejércitos asirios marchaban sobre Jerusalén, otras fuentes fueron ahogadas para que el enemigo no pudiera utilizarlas. 
Aunque Ezequías hizo cuanto estaba en su poder al prepararse para el ataque asirio, no dependió por completo de los recursos humanos. Antes, cuando el pueblo se congregó en asamblea en la plaza de la ciudad, Ezequías le había alentado, expresando valientemente su confianza en Dios. "Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas" (II Crón. 32:8).
La amenaza de Senaquerib al reino de Judá se hizo realidad en el 701 a. C. Puesto que el relato bíblico (II Reyes 18-20; II Crón. 32; Isa. 36-39) se refiere a Tirhaca que llegó a ser corregente de Egipto en el 689 a. C., pa­rece verosímil que este rey asirio hiciese otro intento para someter a Ezequías aproximadamente en el 688 a. C. En un reciente estudio, la integración de lo secular y de lo bíblico proporciona la siguiente secuencia de acontecimiento.
Los asirios entraron en Palestina procedentes del norte, tomando Sidón, Jope y otras ciudades de la ruta de penetración. Durante el sitio y la con­quista de Ecrón, Senaquerib derrotó a los egipcios en Elteque. Ezequías no solo fue forzado a abandonar Padi, el rey de Ecrón a quien había hecho cautivo, sino también a pagar un fuerte tributo despojando al templo de gran­des cantidades de oro y plata (II Reyes 18:14).
Con toda probabilidad fue durante este período de la presión asiría (701 a. C.) que Ezequías cayó gravemente enfermo. Aunque Isaías advirtió al rey de que se preparase para la muerte, Dios intervino. Doble fue la divina pro­mesa dada al rey de Judá —la prolongación de su vida por quince años más y la liberación de Jerusalén de la amenaza asiría (Isa. 38:4-6).
Mientras tanto, Senaquerib estaba sitiando a Laquis. Tal vez fuese el conocimiento de que Ezequías puso toda su fe en Dios para su liberación, lo que hizo que el rey asirio enviase a sus oficiales al camino de la heredad del Lavador, cerca de la muralla de Jerusalén, para incitar al pueblo a la rendición. Senaquerib incluso afirmó que él era el comisionado de Dios en demandar su capitulación y citó una impresionante lista de conquistas de otras naciones cuyos dioses no habían podido liberarlas. Isaías, sin embargo, aseguró al rey y al pueblo de su seguridad.
Mientras que estaba sitiando a Libna, Senaquerib oyó rumores de una revuelta babilónica. Los asirios partieron inmediatamente. Incluso habiendo conquistado cuarenta y seis ciudades fortificadas pertenecientes a Ezequías, no citó entre ellas a Jerusalén. Se jactó de haber hecho 200.000 prisioneros de Judá e informó de que Ezequías estaba encerrado en Jerusalén como un pájaro en una jaula.
La aclamación y el reconocimiento de los países circundantes fue expre­sado con abundantes obsequios y regalos al rey de Judá (II Crón. 32:23). Merodac-baladán, el poderoso caudillo babilonio que estaba todavía exci­tando rebeliones, extendió su felicitación a Ezequías por su recuperación, tal vez como reconocimiento de la feliz recuperación del rey de la ominosa opresión de la ocupación asiría (II Crón. 32:31) así como al propio tiempo el haberse mejorado de su estado de salud. La embajada babilonia muy probablemente quedó impresionada por el despliegue de riqueza exis­tente en Jerusalén. El triunfo de Ezequías, no obstante, fue atemperado por el subsiguiente aviso de Isaías de que las sucesivas generaciones estarían sujetas a la cautividad babilonia. A pesar de todo, esta triunfal libera­ción pudo haber dado a la forma religiosa un nuevo ímpetu, mientras que la paz y la prosperidad prevalecía durante el largo reinado de Ezequías.
Sabiendo que sólo le quedaban quince años hasta el final de su reinado, hubiera parecido natural que hubiese asociado a su hijo Manases con él en el trono a la primera oportunidad. En 696-695, Manases se convirtió en "el hijo de la ley" a la edad de doce años, al mismo tiempo que comen­zaba su corregencia.
En la zona del Tigris y el Eufrates, el rey asirio suprimió las rebeliones y en 689 a. C. destruyó la ciudad de Babilonia. Prosiguiendo con éxito en Arabia, Senaquerib oyó el avance de Tirhaca. Puesto que Egipto había sido el objetivo real de la campaña asiría del 701, pudo muy bien haber sucedido que Senaquerib esperase evitar la interferencia de Judá, despachando cartas a Ezequías con un ultimátum para someterse. Mientras que los oficiales asirios habían estado amenazando al pueblo, aquella comunicación estaba dirigida a Ezequías personalmente. Esta vez el rey se dirigió al templo para °rar. A través de Isaías, recibió la seguridad de que el rey asirio volvería por el camino que había venido. Precisamente dónde el ejército estuvo acampado, cuando incurrió en la pérdida de 180.000 combatientes, y no se consta en el relato bíblico, pero lo que sí es cierto es que nunca llegó a Jeru-salén. El reinado de Ezequías continuó en paz.
A desemejanza de un buen número de sus antecesores, Ezequías fue enterrado con los honores reales, con sincera devoción por la tarea que ha­bía puesto en llevar a su pueblo a la gran reforma en la historia de Judá. Desde que el Reino del Norte había cesado en mantener un gobierno independiente, esta reforma religiosa se extendió a dicho territorio. Excepto por la amenaza asiria, Ezequías gozó de su reinado pacífico.
Manases —idolatría y reforma
A Manases se le acredita del más largo reinado de la historia de Judá (II Reyes 21:1-17; II Crón. 33:1-20); incluyendo la década de la corregencia con Ezequías, fue rey por un dilatado período de cincuenta y cuíco años (696-642 a. C.). Pero el gobierno fue la antítesis del de su padre. Desde el pináculo del fervor religioso, el Reino del Sur fue catapultado a la más negra era de idolatría que se conoció bajo el mando de Manases. En carácter y en la práctica, se parecía a su abuelo, Acaz aunque este último murió antes del nacimiento de Manases. Muy probablemente Manases no comenzó a trastocar la política de su padre hasta después de su muerte.
Volviendo a reconstruir los "lugares altos", erigiendo altares a Baal y construyendo asherim, Manases sumió a luda en una tremenda idolatría tal y como Acab y Jezabel habían prometido en el Reino del Norte. Mediante ritos religiosos y ceremonias, se instituyó el culto a las estrellas y a los planetas. Incluso la deidad amonita Moloc fue reconocida por el rey hebreo en el sacrificio de niños en el valle de Hinom, a las afueras de Jerusalén. Los sacrificios humanos eran uno de los más abominables ritos de la práctica del paganismo cananeo y que fue asociada por el Salmista con el culto al demonio (Salmos 106:36-37). La astrología, la adivinación, y el ocultismo fueron oficialmente sancionados como prácticas comunes. En abierto desafío al verdadero Dios, los altares para el culto de las huestes celestiales fueron colocados en los atrios del templo, con imágenes talladas de Asera, la esposa de Baal, y también introducidos en el templo. Además, Manases de­rramó mucha sangre inocente. Parece razonable inferir que muchas de las voces de protesta ante semejante monstruosa idolatría, fuesen ahogadas en sangre (II Reyes 21:16). Puesto que la última mención del gran profeta Isaías está asociada con Ezequías en el relato bíblico, es correcto suponer que sea cierto el martirio de Isaías por el malvado rey Manases. La moral y las condiciones religiosas en Judá fueron peores que la de aquellas nacio­nes que habían sido exterminadas o expulsadas de Canaán. Manases, de esta forma, representa el punto más bajo de perversidad en la larga lista de los reyes de la dinastía de David. Los juicios predichos por Isaías eran cosa segura por llegar.
Los relatos históricos no indican la extensión de lo que Manases pudo haber estado influenciado por Asiria en su conducta y política idolátrica. Asiria alcanzó el pináculo de la riqueza y prestigio bajo Esar-hadón y Asuf-banipal. Sin discusión, Manases obtuvo el favor político de Asiria mediante el vasallaje, mietras que Esar-hadón (681-669 a. C.) extendió su control hasta Egipto. En contraste con Senaquerib, Esar-hadón adoptó una política conciliatoria y reconstruyó Babilonia. En el 678 subyugó a Tiro, aunque el populacho escapó a las fortalezas próximas a las islas. Menfis fue ocupada en el 673 y pocos años más tarde Tirhaca, el último rey de la XXV dinastía, fue capturado. En su lista de veintidós reyes desde la nación hetea, Esar-hadón menciona a Manases, rey de Judá, entre aquellos que hicieron una obligada visita a Nínive en el 678 a. C. Aunque Babilonia había sido re­construida por aquel tiempo, ni resulta cierto en absoluto, que fuese tomada por Esarhadón.  Con la destrucción de Tebas en el 663 a. C. Asurbanipal extendió el poder asirio a 805 kms. a lo largo del Nilo hasta el Alto Egipto. Una san­grienta guerra civil estremeció todo el imperio asirio (652) en la rebelión de Samasumukin. Con el tiempo, la insurrección llegó a su climax con la conquista de Babilonia en el 648, y otras rebeliones habían estallado en Siria y Palestina. Judá pudo haber participado uniéndose a Edom y Moab, que están mencionadas en las inscripciones asirías. La autonomía de Moab terminó en aquel tiempo y el rey de Judá, Manases, fue hecho cautivo y llevado a Babilonia, y después puesto en libertad (II Crón. 33:10-13).
Aunque no tengamos una definitiva información cronológica para fechar el tiempo exacto del cautiverio de Manases y su puesta en libertad, el relato bíblico está en favor de la última década de su reinado. Si fue capturado en el 648 e incluso vuelto a Jerusalén como rey vasallo en el mismo año, tu­vo relativamente poco tiempo para deshacer las prácticas religiosas que había sostenido y favorecido durante tantos años. Sin embargo, se arrepintió en el cautiverio y entonces reconoció a Dios. En una reforma que comenzó en Jerusalén, dio ejemplo del temor de Dios y ordenó al pueblo de Judá servir al Señor Dios de Israel. Resulta dudoso que esta reforma fuese efectiva, puesto que aquellos que habían servido bajo Ezequías y rendido el verdadero culto, habían sido anteriormente expulsados o ejecutados.
Amón —apostasía
Amón sucedió a su padre, Manases, como rey de Judá en el 642. Sin dudarlo, volvió a las prácticas idolátricas que habían sido iniciadas y promo­vidas por Manases durante la mayor parte de su reinado. El temprano entrenamiento de Amón había producido sobre él un mayor impacto que el corto período de la reforma.
En el 640, los esclavos de palacio mataron a Amón. Aunque su reinado fue breve, el impío ejemplo dado durante aquellos dos años proporcionó la oportunidad a Judá para revertir un terrible estado de apostasía.
            Durante el curso de los últimos dos siglos pasados, la situación y la fortuna del Reino del Sur, había sufrido grandes alternativas. Los reinados de Atalía, Acaz y Manases habían sido testigos de una desenfrenada idolatría. La reforma religiosa comenzó con Joás, aumentada con Uzías y alcanzado un nivel sin precedentes bajo el gobierno de Ezequías. Políticamente, Judá alcanzó su punto más bajo en los días de Amasias, cuando Joás, procedente del Reino del Norte, invadió Jerusalén. A lo largo de esos dos siglos, la prosperidad y el gobierno autónomo de Judá fueron obscurecidos por los intereses en expansión de los reyes asirios.


----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------


Capítulo XIV
El desvanecimiento de las esperanzas de los Reyes davídicos

Durante un siglo Judá había sobrevivido a la expansión premiada con el éxito del Imperio Asirio. Desde que Acaz había perdido el derecho a la libertad de Judá por un tratado llevado a cabo con Tiglat-pileser III, este pequeño reino soportó crisis tras crisis como vasallo de cinco gobernantes más de Asiría. Tratados, maniobras diplomáticas, resistencia, y la interven­ción sobrenatural tuvieron una vital influencia en la continuación de la existencia de un gobierno semiautónomo cuando los reyes, tanto malvados, como justos, ocuparon el trono davídico. Entonces, cuando Asiría estaba aflojando su garra sobre las esperanzas nacionalistas de Judá, dichas espe­ranzas surgieron una vez más durante las tres décadas del reinado de Josías. La brusca terminación de su liderazgo marcó el comienzo del fin para el Reino del Sur. Antes de que hubieran pasado 25 años, estas esperanzas em­pezaron a desvanecerse bajo el poder creciente del Imperio de Babilonia. En 586, a. C., las ruinas de Jerusalén fueron un recuerdo realista de la predicción de Isaías de que la dinastía davídica sucumbiría ante Babilonia.
Josías —Época de optimismo
A la temprana edad de ocho años, Josías fue repentinamente coronado rey, sucediendo a su padre, Amón. Tras un reinado de treinta y un años (640-609 a. C.) fue muerto en la batalla de Meguido. Las actividades de Josías (resumidas en II Reyes 22:1-23:30 y II Crón. 34:1-35:27), están principalmente limitadas a su reforma religiosa.
La declinación de la influencia de Asiría en los últimos años de Asur-anipal, que murió aproximadamente por el 630 a. C., permitió a Judá tener ía oportunidad de extender su influencia sobre el territorio del norte. Es ve­rosímil que los líderes políticos anticipasen la posibilidad de incluir las tribus del norte e incluso las fronteras del reino salomónico en el Reino del Sur. Con la caída de la ciudad asiría de Asur en manos de los medos en el 614 y la destrucción de Nínive en el 612 por las fuerzas aliadas de Media y Ba­bilonia, los proyectos de Judá fueron así más favorables. Durante este perío­do, lleno de intranquilidad política y de rebeliones en el Este, Judá ganó la completa libertad del vasallaje asirio, lo cual, naturalmente, causó el resur­gir del nacionalismo.
Con la idolatría infiltrada en el reino, los proyectos religiosos para el rey-niño, no fueron otra cosa que esperanzadores. Es dudoso si la reforma de Manases había penetrado en la masa del pueblo, especialmente si su cautiverio y penitente retorno ocurrió durante la última década de su rei­nado. Amón fue decididamente un malvado. Su reinado de dos años propor­cionó el tiempo suficiente para que el pueblo revirtiese a la idolatría en la política y en la administración del reino. Es más probable que continuaron cuando su hijo de ocho años fue súbitamente elevado al trono. En este discurrir de franca apostasía, Judá no podía esperar otra cosa que el juicio divino, de acuerdo con las advertencias hechas por Isaías y otros profetas.
Conforme Josías creía y se hacía hombre, reaccionó ante las pecado­ras condiciones de su tiempo. A la edad de dieciseis años, se aferrró a la idea de Dios tomándolo en cuenta más bien que conformarse con las prác­ticas idolátricas. En cuatro años, su devoción a Dios cristalizó hasta el punto de que comenzó una reforma religiosa (628 a. C.). En el año décimo octavo de su reinado (622 a. C.), mientras que el templo estaba siendo re­parado, fue recobrado el libro de la ley. Impulsado por la lectura de este "libro de la ley del Señor dada por Moisés" y advertido del juicio divino que pendía sobre él, hecho por Huida, la profetisa, Josías y su pueblo observaron la pascua en una forma sin precedentes en la historia de Judá. Aunque la Escritura guarda silencio respecto a las actividades específicas durante el resto de los trece años de su reinado, Josías continuó su piadosa regencia con la seguridad de que la paz prevalecería durante el resto de su vida (II Crón. 34:28).
La reforma comenzó en el 628 y alcanzó su climax con la observancia de la pascua en el 622 a. C. Puesto que ni el Libro de los Reyes ni el de las Crónicas proporcionan un detallado orden cronológico de los aconte­cimientos, muy bien puede ser que los sucesos sumarizados en dichos libros sagrados cuenten y puedan ser aplicados por la totalidad de este período. Por esa época, era políticamente seguro para Josías el suprimir cualquier práctica religiosa que estuviese asociada con el vasallaje de Judá a Asiría.
Se necesitaron drásticas medidas para suprimir la idolatría del país. Tras una estimación de doce años de las condiciones reinantes, Josías afirmó con valentía su real autoridad y abolió las prácticas paganas por todo Judá lo mismo que en las tribus del norte. Los altares de Baal fueron derribados, los asherim destruidos y los vasos sagrados aplicados al culto del ídolo, re­tirados. En el templo, donde las mujeres tejían colgaduras para Asera, se renovaron también los lugares del culto a la prostitución. Los caballos, que fueron dedicados al Sol, fueron quitados de la entrada del templo y 1o8 carros destruidos por el fuego. La horrible práctica del sacrificio de los niños fue bruscamente abolida de raíz. Los altares erigidos por Manases en el atrio del templo fueron aplastados y los restos esparcidos por el valle del Cedrón. Incluso algunos de los "lugares altos" erigidos por Salomón y que tuvieron un uso corriente, fueron deshechos por Josías y borrados de su emplazamiento.
Los sacerdotes dedicados al culto del ídolo fueron suprimidos de su oficio por real decreto, puesto que habían venido actuando por nombramien­to de reyes anteriores. Al deponerlos, la quema de incienso a Baal, al sol, a la luna y a las estrellas cesó por completo. Josías aprovechó el valor de todo aquello en beneficio de los ingresos del templo.
En Betel el altar que había sido erigido por Jeroboam I también fue desteñido por Josías. Por casi trescientos años éste había sido el "lugar alto" público para las prácticas idolátricas introducidas por el primer gobernante del Reino del Norte. Este altar fue pulverizado y la imagen de Asera, que probablemente había reemplazado al becerro de oro, fue quemada. Cuando los huesos del adjunto cementerio fueron recogidos para la pública purifica­ción de aquel "lugar alto", Josías compró la existencia del monumento al profeta de Judá que tan valientemente había denunciado a Jeroboam (I Re­yes 13). Siendo informado que el hombre de Dios estaba enterrado allí, Josías ordenó que aquella tumba no fuese abierta.
Por todas las ciudades de Samaría (en el Reino del Norte) la reforma estuvo a la orden del día. Los "lugares altos" fueron suprimidos y los sa­cerdotes fueron arrestados por su idolátrico ministerio.
El constructivo aspecto de esta reforma llegó a su cima en la reparación del templo de Jerusalén. Con las contribuciones de Judá y de las tribus del norte, los levitas fueron encargados de la supervisión de tal proyecto. Des­de los tiempos de Joás —dos siglos atrás— el templo había estado sujeto a largos períodos de descuido, especialmente durante el reinado de Manases. Cuando Hilcías, el sumo secerdote, comenzó a reunir fondos para la distri­bución a los trabajadores, encontró el libro de la ley. Hilcías lo entregó a Safan, secretario del rey. Lo examinó e inmediatamente lo leyó a Josías. El rey quedó terriblemente turbado cuando comprobó que el pueblo de Judá no había observado la ley. Inmediatamente, Hilcías y los oficiales del gobierno recibieron órdenes de comunicarlo a todos. Huida, la profetisa residente en Jerusalén, tuvo un oportuno mensaje, claro y simple para todos ellos: los castigos y juicios por la idolatría eran inevitables. Jerusalén no escaparía a la ira de Dios. Josías, sin embargo, quedaría absuelto de la angustia de la destrucción de Jerusalén, puesto que había respondido con arrepentimiento al libro de la ley.
Bajo el liderazgo del rey, los ancianos de Judá, sacerdotes, levitas y el pueblo de Jerusalén, se reunieron para la pública lectura del libro nueva­mente encontrado. En un solemne pacto, el rey Josías, apoyado por el pueblo, prometió que se dedicaría por completo a la total obediencia de la ley.
Inmediatamente, se realizaron planes para la fiel observancia de la Pascua. Se nombraron sacerdotes para el servicio del templo, que fue restablecido seguidamente. Se dio una cuidadosa atención a la pauta de orga­nización para los levitas, como estaba ordenado por David y Salomón. En e ritual de la pascua, se puso en práctica un gran cuidado para conformarlo todo con lo que estaba "escrito en el libro de Moisés" (II Crón. 35:12). En su conformidad con la ley y la extensa participación de la pascua, su obser­vancia sobrepasó a todas las festividades similares desde los días de Samuel (II Crón. 35:18).
El contenido del libro de la ley encontrado en el templo, no está espe­cíficamente indicado. Numerosas referencias, en el relato bíblico asocian su origen con el propio Moisés. Sobre la base de tan simple hecho, el libro de la ley puede tener incluido todo el Pentateuco o contener sólo una copia del Deuteronomio. Aquellos que consideran el Pentateuco como una pro­ducción literaria compuesta que alcanza su forma final en el siglo V, a. C., limitan el libro de la ley a lo que contiene el Deuteronomio, o menos. Puesto que la reforma ya había tenido lugar en su proceso hacía seis años, cuando el libro fue encontrado, Josías tenía previamente el conocimiento de la ver­dadera religión. Cuando el libro fue leído ante él, quedó aterrorizado a causa del fallo de Judá en obedecer la ley. Nada en los registros bíblicos indica que este libro fuese publicado en aquel tiempo o ratificado por el pueblo. Fue considerado como autoritativo y Josías temió las consecuencias de la desobediencia. Habiendo sido dado por Moisés, el libro de la ley había sido el timón de las prácticas religiosas desde entonces. Josué, los jueces y los reyes, junto con la totalidad de la nación, habían estado obligados a confor­mar su conducta con sus requerimientos para la obediencia. Lo que alarmó a Josías, cuando preguntó y solicitó consejo profetice, fue el hecho de que "nuestros padres no han guardado la palabra del Señor" (II Crón. 34:21). La ignorancia de la ley no era excusa incluso aunque el libro de la ley hubie­se estado perdido por algún tiempo.
Una gran idolatría había prevalecido por medio siglo antes de que Jo­sías comenzase a gobernar. De hecho, Manases y Amón habían perseguido a aquellos que abogaban por la conformidad con la verdadera religión. Puesto que Manases había derramado sangre inocente, era razonable car­garle con la destrucción de todas las copias de la ley en circulación en Judá. En ausencia de las copias escritas, Josías muy verosímilmente se asoció con los ancianos y los sacerdotes, quienes tenían suficiente conocimiento de la ley para proporcionarle una instrucción oral. De esto provino la firma con­vicción durante los primeros doce años de su reinado, de que era necesaria una reforma a escala nacional. Cuando el libro de la ley fue leído ante él, comprobó vividamente que los castigos y juicios eran debidos al pueblo idó­latra. Conociendo demasiado bien las prácticas malvadas comunes a sus padres, todavía estaba sorprendido de que la destrucción pudiese llegar en su día.
¿Había sido perdido realmente el libro de la ley? Es muy probable que durante el reinado de Manases hubiera quienes hubiesen tenido el su­ficiente interés en guardar algunas copias del mismo. Puesto que las copias estaban escritas a mano, había relativamente muy pocas en circulación. Des­pués de que las voces de Isaías y otras habían sido silenciadas, el número de personas justas decreció rápidamente bajo la persecución. Si Joás, el heredero real, pudo estar escondido de la malvada Atalía durante seis años, es razonable llegar a la conclusión de que un libro de la ley pudo haber sido escondido del odioso y malvado Manases por medio siglo.
Otra posibilidad concerniente a la preservación de este libro de la ley, es la sugerencia aportada por la arqueología. Ya que informes valiosos y documentos se han escondido siempre en las piedras angulares de los edifi­cios, tanto en tiempos antiguos como en los modernos, este libro de la ley pudo muy bien haber quedado preservado en la piedra angular del tem­plo. Allí fue donde los hombres dedicados a la reparación del templo debieron encontrarlo. Antes de la muerte de David, encargó a Salomón, como rey de Israel, el conformar todo a lo "que está escrito en la ley de Moisés" (I Reyes 2:3). En la edificación del templo, habría sido apropiado colocar todo el Pentateuco, o al menos las leyes de Moisés, en la piedra angular. Tal vez esta fue la providencial provisión para la segura custodia del Pen­tateuco por tres siglos cuando Judá, a veces, estuvo sujeta a gobernantes que desafiaban el pacto hecho con Israel por el Señor. Sacado del templo en los días de la reforma de Josías, se convirtió en la "palabra viva" una vez más en una generación que llevó el libro de la ley con ella al cautiverio de Babilonia.
Si la reforma llevada a cabo por Josías representó una genuina aviva-miento entre el pueblo corriente, es algo dudoso. Puesto que fue iniciada y ejecutada por órdenes reales, la oposición quedó refrenada mientras que vi­vió Josías. Inmediatamente tras su muerte, el pueblo volvió a la idolatría bajo Joacim.
Jeremías fue llamado al ministerio profetice en el décimo tercer año de Josías, en el 672 a. C. Puesto que Josías ya había comenzado su reforma, es razonable concluir que el profeta y el rey trabajasen en estrecha cola­boración. Las predicaciones de Jeremías (capítulos 2-4) reflejan la forzada relación entre Dios e Israel. Como una esposa infiel que rompe los votos del matrimonio, Israel habíase separado de Dios. Jeremías, de forma realista, les advirtió que Jerusalén podía esperar la misma suerte que había destruido a Samaría un siglo antes. Cuanto se relaciona Jeremías (1-20) con los tiempos de Josías es difícil de asegurar. Aunque pueda parecer extraño que la palabra profética procede de Huida en lugar de Jeremías, cuando fue leído el libro de la ley, la urgencia para una inmediata solución al problema del rey, pudo haber implicado a Huida, que residía en Jerusalén. Jeremías vivía en Anatot, al nordeste de la ciudad y a cinco kilómetros de distancia.
Cuando circularon por Jerusalén las noticias de la caída de Asur (614) y ja destrucción de Nínive (612), Josías indudablemente volvió su atención a los asuntos internacionales. En un estado de falta de preparación militar, cometió un error fatal. En el 609 los asirios estaban luchando una batalla perdida con su gobierno en exilio en Harán. Necao, rey de Egipto, hizo mar­char a sus ejércitos a través de Palestina para ayudar a los asirios. Ya que Josías tenía poco interés por los asirlos, llevó a sus ejércitos hasta Meguido en un esfuerzo para detener a los egipcios.[10] Josías fue mortalmente herido cuando sus ejércitos quedaron dispersos. Las esperanzas nacionales y religio­sas de Judá, se desvanecieron cuando el rey de 39 años fue enterrado en la ciudad de David. Tras dieciocho años de íntima asociación con Josías, el gran profeta queda recordado por el párrafo que dice: "y Jeremías endechó en memoria de Josías" (II Crón. 35:25).
Supremacía de Babilonia
El pueblo de Judá entronizó a Joacaz en Jerusalén (II Crón. 36:1-4). Y el nuevo rey tuvo que sufrir las consecuencias de la intervención de Josías en los asuntos egipcios. Gobernó solo por tres meses, en el año 609 a. C. (II Reyes 23:31-34).
Habiendo derrotado a Judá en Meguido, los egipcios marcharon hacia el norte hacia Carquemis, deteniendo temporalmente el avance hacia el oeste de los babilonios. El faraón Necao estableció su cuartel general en Ribla (II Reyes 23:31-34). Joacaz fue depuesto como rey de Judá y llevado prisionero a Egipto vía Ribla. Allí, Joacaz, también conocido por Salum, murió como había predicho el profeta Jeremías (22:11-12).
Joacim 609-598 a. C.
Joacim, otro hijo de Josías, comenzó su reinado por elección de Necao. No solamente el faraón egipcio cambió su nombre de Eliaquim a Joacim, sino que también exigió un fuerte tributo de Judá (II Reyes 23:35), y por once años continuó siendo el rey de Judá. Hasta que los babilonios desaloja­ron a los egipcios de Carquemis (605 a. C.), Joacim permaneció sujeto a Necao.
Jeremías se enfrentó con una severa oposición mientras que reinó Joa­cim. Hallándose en el atrio del templo, Jeremías predijo el cautiverio de Babilonia para los habitantes de Jerusalén. Cuando el pueblo oyó que el templo iba a ser destruido, apeló a los líderes políticos para matar a Je­remías (Jer. 26); no obstante, algunos de los ancianos salieron en su defensa, citando la experiencia de Miqueas un siglo antes. Aquel profeta también había anunciado la destrucción de Jerusalén, pero Ezequías no le hizo nin­gún daño. Aunque Urías, un profeta contemporáneo, fue martirizado por Joacim por predicar el mismo mensaje, la vida de Jeremías fue salvada. Ahicam, una figura política prominente, apoyó a Jeremías en aquella época de peligro.
Durante el cuarto año del reinado de Joacim, el rollo de Jeremías fue leído ante el rey. Mientras Joacim escuchaba el mensaje del juicio, rompió el rollo en pedazos y lo lanzó al fuego. En contraste con Josías —que se arrepintió y se volvió hacia Dios— Joacim ignoró y desafió despectivamente las profétícas advertencias (Jer. 36:1-32).
Jeremías demostró de forma impresionante el portentoso mensaje ante el pueblo, y anunció que estando bajo órdenes divinas, escondería su culto nuevo de lino en una hendidura del río Eufrates. Cuando quedó podrido por la acción de las aguas y ya no servía para nada, lo mostró al pueblo diciéndole que de la misma forma Jehová aniquilaría el orgullo de Judá (Jer. 13:1-11).
En otra ocasión, Jeremías condujo a los sacerdotes y ancianos al valle del hijo de Hinom, donde se ofrecían sacrificios humanos. Destrozando una vasija sacrificial ante la multitud, Jeremías, valientemente, advirtió que Je­rusalén sería roto en fragmentos por el propio Dios. Tan grande sería la destrucción que incluso aquel valle maldito sería utilizado como lu­gar de enterramiento. No es de extrañar que el sacerdote Pasur detuviese a Jeremías y lo tuviese encerrado por una noche (Jer. 19:1-20:18). Aunque desalentado, Jeremías fue advertido de la lección aprendida en la alfarería, de que Dios tendría que exponer a Judá a la cautividad con objeto de mol­dear la vasija deseada.
El cuarto año de Joacim (605) fue un momento crucial para Jerusalén. En la decisiva batalla de Carquemis, a principios del verano, los egipcios fue­ron dispersados por los babilonios. Nabucodonosor había avanzado lo bas­tante lejos dentro de la Palestina del sur para reclamar tesoros y rehenes en Jerusalén, Daniel y sus amigos siendo los más notables entre los cautivos de Judá (Dan. 1:1). Aunque Joacim retuvo su trono, la vuelta de los babi­lonios a Siria en el 604, y a Asquelón en el 603, y un choque con Necao en las fronteras de Egipto, en el 601, frustraron cualquier intento de termi­nar con el vasallaje babilónico. Ya que este encuentro egipcio no fue deci­sivo, con ambos ejércitos en retirada con fuertes pérdidas, Joacim pudo haber tenido la oportunidad de retener el tributo. Aunque Nabucodonosor no en­vió su ejército conquistador a Jerusalén durante varios años, incitó ataques sobre Judá por bandas de pillaje de caldeos apoyados por los moabitas, ammonitas y sirios. En el curso de este estado de guerra, el reinado de Joacim terminó bruscamente por la muerte, dejando una precaria política anti-babiló-nica a su joven hijo Joaquín.
La forma en que Joacim encontró la muerte, no está registrada ni en el Libro de los Reyes ni en el de las Crónicas. El haber quemado los trozos del rollo de Jeremías precipitó el juicio divino contra Joacim, y su cuerpo quedó expuesto al calor del sol durante el día y a la escarcha durante la no­che, indicando que no tendría un enterramiento real (Jer. 36:27-32). En otra ocasión, Jeremías predijo que Joacim tendría el enterramiento de un asno y que su cuerpo sería arrojado más allá de las puertas de Jerusalén (Jer. 22:18-19). Ya que no hay relato histórico de las circunstancias de la muerte de Joacim, ni siquiera se menciona su entierro, la conclusión es que este rey soberbio y desafiante de la ley de Dios, fue muerto en la batalla. En tiempo de guerra, resultaba imposible el proporcionarle un en­terramiento honorable.
Joacim, también conocido por Conías o Jeconías, permaneció solo por «es meses como rey de Jerusalén. En el 597 los ejércitos de Babilonia ro­dearon la ciudad. Dándose cuenta de que sería inútil toda resistencia, Joacim se rindió a Nabucodonosor. Esta vez, el rey babilonio no se limitó a tomar unos cuantos prisioneros y exigir una seguridad verbal del tributo mediante la correspondiente alianza. Los babilonios despojaron el templo y los tesoros reales. Joacim y la reina madre fueron tomados también como prisioneros. Acompañándoles a su cautiverio de Babilonia, se encontraban los oficiales de palacio, los grandes cargos de la corte, artesanos y todos los líderes de la comunidad. Ni siquiera entre aquellos miles, estaba Ezequiel. Matanías, cuyo nombre cambió Nabucodonosor por el de Sedequías, quedó a cargo del pueblo que permaneció en Jerusalén.
Sedequías 597-586 a. C.
Sedequías era el hijo más joven de Josías. Puesto que Joacim fue consi­derado con el heredero legítimo al trono de David, Sedequías fue considera­do como un rey marioneta, sujeto a la soberanía babilónica. Tras una década de política débil y vacilante, Sedequías perdió el derecho al gobierno nacional de Judá. Jerusalén fue destruido en el 586.
Jeremías continuó su fiel ministerio a través de los angustiosos años de aquel estado de guerra, de hambre y de destrucción. Habiendo sido dejado con los estamentos más bajos del pueblo en Jerusalén, Jeremías tuvo un apropiado mensaje para su auditorio basado en una visión de dos cestas de higos (Jer. 24). Los buenos higos representaban a los cautivos que habían sido llevados al destierro. Los malos, que ni siquiera podían ser comidos, eran las gentes que quedaron en Jerusalén. El cautiverio también les aguar­daba a su debido tiempo. Carecían del suficiente orgullo para haber escapado.
Jeremías escribió cartas a los exiliados de Babilonia, alentándoles a adaptarse a las condiciones del exilio. No podían esperar el retorno a Judá en setenta años (Jer. 25:11-12; 29:10).
Sedequías estuvo bajo la presión constantemente para unirse a los egip­cios en una rebelión contra Babilonia. Cuando Samético II sucedió a Necao (594), Edom, Moab, Anión, y Fenicia se unieron a Egipto en una coalición anti-babilónica, creando una crisis en Judá. Con un yugo de madera alrede­dor del cuello, Jeremías anunció dramáticamente que Nabucodonosor era el siervo de Dios a quien las naciones deberían someterse de buena voluntad. Sedequías recibió la seguridad de que la sumisión al rey de Babilonia evitaría la destrucción de Jerusalén (Jer. 27).
La oposición a Jeremías crecía conforme los falsos profetas aconsejaban una rebelión. Incluso confundían a los cautivos diciéndoles que los tesoros del templo pronto serían devueltos. Contrariamente al consejo de Jeremías, aseguraban a los exiliados la pronta vuelta al hogar patrio. Un día, Hananías tomó el yugo de Jeremías, lo rompió y anunció públicamente que de la mis­ma forma el yugo de Babilonia sería roto dentro de pasados dos años. Asombrado, Jeremías continuó su camino. Pronto volvió portador de un mensaje de Dios, Mostró un nuevo yugo, pero de hierro, en vez de madera, anunciando que las naciones caerían en las garras de Nabudoconosor donde no habría escape. Por lo que respecta a Hananías, Jeremías anunció que mo­riría antes de que finalizase aquel año, lo cual se cumplió. El funeral de
Hananías fue la pública confirmación de que Jeremías era el verdadero men­sajero de Dios.
Aunque Sedequías sobrevivió a la primera crisis, ayudó a los planes agre­sivos para la rebelión en el 588, cuando el nuevo faraón de Egipto organizó una expedición hacia Asia. Con Amón y Judá en rebelión, Nabucodonosor rápidamente se estableció en Ribla, en Siria. Inmediatamente su ejército puso sitio a Jerusalén. Aunque Sedequías no quiso rendirse, como Jeremías le había aconsejado, intentó hacer lo mejor en busca de una solución favorable. Anunció la libertad de los esclavos, que en tiempo del hambre, eran venta­joso a sus dueños, al no tener que darle sus raciones. Cuando el asedio a Jerusalén fue súbitamente levantado, al dirigirse las fuerzas de Babilonia hacia Egipto, los dueños de los esclavos les reclamaron inmediatamente (Jer. 37). Jeremías entonces advirtió que los babilonios pronto reanudarían su asedio.
Un día, mientras se dirigía a Anatot, Jeremías fue arrestado, apaleado y hecho prisionero con los cargos de que era partidario de Babilonia. Sede­quías mandó llamarle y en una entrevista secreta, Sedequías recibió una vez más el aviso de que no oyese a aquellos que favorecían la resistencia contra Babilonia, y a Nabucodonosor. Por su propia petición, Jeremías fue devuelto a la prisión, pero colocado en el cuerpo de guardia. Cuando objetaron en contra los oficiales de palacio, Sedequías dio su consentimiento de que matasen a Jeremías. Como resultado, los príncipes sumergieron al fiel pro­feta en una cisterna, con la esperanza de que perecería en el fango. La pro­mesa de Dios de liberar a Jeremías fue cumplida cuando un eunuco etíope le sacó y volvió a llevarle al patio de guardia. Pronto el ejército de Babilonia volvió a poner sitio a Jerusalén. Indudablemente muchos de los ciudadanos aceptaron al hecho de que la capitulación frente a Nabucodonosor era ine­vitable. En ese momento, Jeremías recibió un nuevo mensaje. Dada la opción de comprar un campo de Anatot, Jeremías, incluso estando encarcelado, compró inmediatamente la propiedad y tomó especial cuidado en ejecutar la venta legalmente. Esto representaba la devolución de los exiliados a la tierra prometida (Jer. 32).
En una entrevista secreta final, Sedequías escuchó una vez más la voz suplicante de Jeremías. La obediencia y la sumisión era preferible a cual­quier otra cosa. La resistencia solo traería el desastre. Temiendo a los lí­deres que estuviesen determinados a aguantar hasta el amargo fin, Sedequías falló en dar su consentimiento.
            En el verano del año 586 los babilonios entraron en la ciudad de Je­rusalén a través de una brecha abierta en sus murallas. Sedequías intentó escapar pero fue capturado y llevado a Ribla. Tras la ejecución de sus hijos, Sedequías el último rey de Judá, fue cegado y atado con cadenas para llevarlo a Babilonia. El gran templo Salomónico, que había sido el orgullo y Ja gloria de Israel por casi cuatro siglos, fue reducido a cenizas y la ciudad de Jerusalén quedó hecha un montón de ruinas.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Capítulo   XV
Los judíos entre las naciones
Desde los tiempos de David, Jerusalén había englobado las esperanzas nacionales de Israel. El templo representaba el punto focal de la devoción religiosa, mientras que el trono de David sobre monte Sión proporcionaba, al menos para el reino de Judá, el optimismo político para la supervivencia na­cional. Aunque Jerusalén había sido reducida desde su prominente posición de respeto y prestigio internacional en la era de la gloria salomónica, al es­tado de vasallaje en los días fatídicos del triunfo asirio, todavía se ergía como la capital de Judá cuando Nínive fue destruido en el 612 a. C. Por cuatro siglos, había continuado como la sede del gobierno del trono de David, mientras que Damasco, Samaría, y Nínive con sus respectivos gobiernos se habían levantado y hundido.
Jerusalén fue destruida en el 586 a. C. El templo fue reducido a cenizas y los judíos hechos cautivos. El territorio conocido como reino de Judá, fue absorbido por los edomitas en el sur y la provincia babilónica de Samaría en el norte. Demolida y desolada, Jerusalén se convirtió en el objeto de burla de las naciones.
Mientras que el gobierno de Jerusalén permaneció intacto, los anales fueron guardados. El Libro de los Reyes y el de las Crónicas, representan la historia continuada del gobierno davídico en Jerusalén. Con la termina­ción de una existencia nacionalmente organizada, es improbable que los anales pudieran guardarse, al menos no hay ninguno disponible hasta la fecha. En consecuencia, se conoce poco respecto al bienestar general del pueblo diseminado por Babilonia. Sólo algunas referencias limitadas de fuentes escriturísticas y extrabíblicas aportan alguna información concerniente a la fortuna de los judíos en el exilio.
El nuevo hogar de los judíos fue Babilonia. El reinado neo-babilónico reemplazó al control asirio en el oeste, fue el responsable de la caída Jerusalén. Los judíos permanecieron en el exilio tanto tiempo como los gobernantes babilonios mantuvieron una supremacía internacional. Cuando Babilonia fue conquistada por los medo-persas en el 539 a. C., a los judíos se les garantizó el privilegio de reestablecerse en Palestina. Aunque algunos de ellos comenzaron a reconstruir el templo y rehabilitar la ciudad de Jerusalén, el estado judío nunca volvió a ganar su completa independencia, sino que permaneció como una provincia del Imperio Persa. Muchos judíos se mantuvieron en el destierro, sin retornar jamás a su patria natal.
Babilonia —626-539 a. C.
Bajo la dominación asiría, Babilonia había constituido una provincia muy importante. Aunque se hicieron repetidos intentos por los gobernantes babilo­nios para declarar su independencia, no lo consiguieron hasta la muerte de Asurbanipal aproximadamente en el 633 a. C. Samasumukin llegó a ser gobernador de Babilonia de acuerdo con un tratado hecho por Esarhadón. Tras un gobierno de dieciseis años, Samasumukin se rebeló contra su herma­no Asurbanipal y pareció en el asedio e incendio de Babilonia (648 a. C.). El sucesor nombrado por Asurbanipal fue Kandalanu cuyo gobierno terminó muy probablemente en una fracasada rebelión (627 a. C.). La rebelión con­tinuó en Babilonia bajo la incertidumbre del gobierno asirio tras la muerte de Asurbanipal. Nabopolasar surgió como el líder político que continuó como campeón de la causa de la independencia de Babilonia.
Nabopolasar 626 - 605 a. C.
La oposición de Nabopolasar a las fuerzas asirías que marchaban con­tra Nipur, a 97 kms. al sudeste de Babilonia, precipitó el asalto asirio. La triunfante resistencia de Babilonia a este ataque, resultó en el reconoci­miento de Nabopolasar como rey de Babilonia en noviembre 22-23, del 626 a. C. Por el año 622, aparentemente era lo suficiente fuerte como para con­quistar Nipur, que era estratégicamente importante para el control del trafico sobre los ríos Tigris y Eufrates.
En el 616 a. C. Nabopolasar derrotó a los asirios hacia el norte a lo lar­go del Eufrates, empujándoles hasta Harán, volviendo con un lucrativo botín producto del saqueo y la rapiña antes de que el ejército asirio pudiese lanzar un contrataque. Esto fue la causa de que Asiría se aliase con Egipto, que nabia sido liberado de la dominación asiría por Samético I, en el 654 a. C.
Tras repetidos ataques sobre Asiria, la ciudad de Asur cayó en manos de los medos bajo Cyáxares en el 614 a. C. El resultado de los esfuerzos de Babilonia para ayudar a los medos en la conquista fue un pacto medo-babilónico confirmado por el matrimonio. En el 612 a. C. los medos y los babilonios convergieron sobre Nínive, devastando la gran, capital asiría y dividiendo el botín. Pudo muy bien haber sido que Sinsariskun, el rey asirio, pereciese en la destrucción de Nínive. 
Los asirios que se las arreglaron para escapar, se retiraron hacia el oes­te a Harán. Durante varios años los babilonios hicieron ataques por sorpresa y realizaron conquistas en varios puntos a lo largo del Eufrates, pero evi­taron cualquier conflicto directo con Assur-Uballit, el rey asirio de Harán. En el 609 a. C., con el apoyo de Umman-manda, y sus fuerzas, Nabopolasar marchó hacia Harán. Los asirios, que por aquel tiempo se habían unido a las fuerzas egipcias abandonaron Harán y se retiraron a las riberas occidentales del Eufrates. Consecuentemente, Nabopolasar ocupó Harán sin lucha, dejan­do una guarnición allí, cuando volvió a Babilonia. El ejército babilonio vol­vió a Harán cuando Assur-Uballit intentó recapturar la ciudad. En esta oca­sión, Assur-Uballit aparentemente escapó con sus fuerzas asirías hacia el norte, hacia Urartu ya que Nabopolasar dirigía su campaña en aquella zona, sin que haya ulterior mención en las crónicas de los asirios ni de Assur-Uballit.
Después de haber dirigido sus expediciones hacia el nordeste durante unos cuantos años, Nabopolasar renovó sus esfuerzos para rivalizar con las tropas egipcias a lo largo del Alto Eufrates. A finales del 607 y continuando en el año siguiente, los babilonios tuvieron varios encuentros con los egipcios y volvieron a su origen a principios del 605. Esta fue la última vez que Nabopolasar condujo su ejército a la batalla.
Nabucodonosor-605 - 562 a. C.
En la primavera del 605 a. C., Nabopolasar envió a Nabucodonosor, el príncipe coronado, y el ejército babilonio para resolver la amenaza egipcia sobre el Alto Eufrates. Con determinación, marchó directamente a Car-quemis, que los egipcios tenían en sus manos desde el 609, en ocasión que Necao fue para ayudar a las fuerzas asirías. Los egipcios fueron decisivamen­te derrotados en Carquemis a principios de aquel verano. En persecución de sus enemigos, los babilonios entablaron otra batalla en Hamat. Nabucodonosor tenía el control de Siria y Palestina y los egipcios se retiraron a su propio país. Wiseman observa correctamente que esto tuvo un decisivo efecto sobre Judá. Aunque Nabucodonosor pudo haberse establecido en Ribla, que más tarde se convirtió en su cuartel general, él, sin duda, envió su ejér­cito lo bastante al sur para expulsar a los egipcios de Palestina. Joacim, que era un vasallo de Necao, se convirtió entonces en subdito de Nabucodo­nosor. Los tesoros del templo de Jerusalén y los rehenes, incluyendo a Da­niel, fueron tomados y llevados a Babilonia (Dan. 1:1).
En agosto, el 15 ó 16 del 605 a. C. Nabopolasar murió. El principe co­ronado inmediatamente corrió hacia Babilonia. El día de su llegada, el 6 6 7 de septiembre, Nabucodonosor fue coronado rey de Babilonia. Habiendo asegurado el trono, volvió con su ejército al oeste para asegurar la posición de Babilonia y la recaudación de tributos. Al año siguiente (604) marchó con su ejército a Siria una vez más. Esta vez requirió de los reyes de varias ciudades que se presentasen ante él con tributos. Junto con los gobernantes de Damasco, Tiro y Sidón, Joacim, rey de Jerusalén, también se sometió permaneciendo sujeto a los babilonios durante tres años (II Reyes 24:1). Ascalón resistió la esperanza irreal de Babilonia de que Egipto viniese en su ayuda. Nabucodonosor dejó esta ciudad en ruinas cuando volvió a Babilo­nia en febrero del 603.
Durante los años siguentes, el control de Nabucodonosor sobre Siria y Palestina no fue seriamente desafiado. En el 601, el ejército babilonio desplegó una vez más su poder marchando victoriosamente en Siria y ayudando a los gobernantes locales en la recolección de los tributos. Aquel año, más tarde, Nabucodonosor tomó el mando personal del ejército y marchó a Egipto. Necao II mandaba las fuerzas reales para hacer frente a la agresión babilónica. La crónica babilonia declara francamente que por ambas partes se sufrió tremendas pérdidas en el conflicto. Es muy verosímil que este contra­tiempo contase para la retirada de Nabucodonosor y su concentración duran­te el año siguiente, en reunir caballos y carros de combate para reequipar sus ejércitos. Esto pudo también haber desalentado al monarca babilonio de invadir a Egipto en muchos años por venir. En el 599, los babilonios vol­vieron a Siria para extender su control del Desierto Sirio del oeste y para fortificar Ribla y Hamat como bases fuertes para la agresión contra Egipto.
En diciembre del 598 a. C., Nabucodonosor una vez más marchó con su ejército hacia el oeste. Aunque el relato de la crónica es breve, identifica definitivamente a Jerusalén como objetivo. Aparentemente Joacim había denegado el tributo de Nabucodonosor en dependencia sobre Egipto, incluso aunque Jeremías le había advertido constantemente contra tal política. De acuerdo con Josefo, Joacim fue sorprendido cuando la marcha de los babilo­nios estaba dirigida contra él en lugar de Egipto. Tras un corto asedio Jerusalén se rindió a los babilonios en marzo, los días 15 y 16 del año 597 a. C. Puesto que Joacim había muerto el 6-7 diciembre del 598, su hijo Joaquín, fue el rey de Judá que realmente hizo la concesión. Con otros miembros de la real familia y unos 10.000 ciudadanos sobresalientes de Jerusalén, Joaquín fue llevado cautivo a Babilonia. Además los vastos te­soros de Judá fueron confiscados para Babilonia. Sedequías, como tío de Joaquín, fue nombrado rey marioneta en Jerusalén.
Para los años 596-594, a. C., las crónicas de Babilonia informan que Nabucodonosor continuó su control en el oeste, encontrando alguna oposi­ción en el este y suprimió una rebelión en Babilonia. Las últimas líneas de las crónicas existentes, establecen que en diciembre del 594 a. C., Na­bucodonosor reunió sus tropas y marchó contra Siria y Palestina. Por los restantes treinta y tres años del reinado de Nabucodonosor, no se tiene registros oficiales, tales como esas crónicas, ni hay disponibles ningunos otros documentos históricos.
Las actividades de Nabucodonosor en Judá en la siguiente década, están bien atestiguadas en los registros bíblicos de los Libros de los Reyes, Cró­nicas y Jeremías. Como resultado de la rebelión de Sedequías, el asedio de Jerusalén comenzó en enero del 588. Aunque el sitio fue temporalmente le­vantado, conforme los babilonios dirigían sus esfuerzos contra Egipto, el reino de Judá finalmente capituló. Sedequías trató de escapar, pero fue cap­turado en Jericó y llevado a Ribla, donde sus hijos fueron muertos a su vista. Tras haber sido cegado, fue llevado a Babilonia donde murió. El 15 de agosto del 586 a. C., comenzó la destrucción final de Jerusalén en los tiempos del Antiguo Testamento. Desierta de su población mediante el exilio, la capital de Judá fue abandonada convertida en un montón de ruinas. Así acabó el gobierno davídico de Judá en los días de Nabucodosor.
Otra tablilla del Museo Británico que aparece ser un texto religioso y no una parte de la serie de las Crónicas Babilónicas, informa de una cam­paña de Nabucodonosor en su trigésimo séptimo año de su reinado (568-67) contra el faraón Amasis. Parece que Apries, el rey de Egipto, había sido derrotado por Nabucodonosor en el 572 y reemplazado en el trono por Arnasis. Cuando el último se rebeló en el 568-67, Nabucodonosor marchó con su ejército contra Egipto.
El extenso programa de construcciones de Nabucodonosor es bien cono­cido por las incripciones procedentes del propio rey. Habiendo heredado un reino firmemente establecido, Nabucodonosor durante su largo reinado, dedicó intensos esfuerzos hacia la construcción de diversos proyectos en Babilonia. La belleza y majestad de la real ciudad de Babilonia, no fue sobrepasada en los tiempos antiguos. La arrogante afirmación de Nabucodonosor de que él construyó aquella gran ciudad por su poder y para su gloria, está reconocido como históricamente precisa (Dan. 4:30).
Babilonia estaba defensivamente fortificada por un foso y una doble muralla. Por la ciudad, un vasto sistema de calles y canales fue construido para facilitar el transporte. Junto con la amplia calle procesional, y en el palacio, había leones, toros y dragones hechos de ladrillos de colores esmal­tados. La puerta de Istar marcaba la impresionante entrada a la calle. Los ladrillos utilizados en construcciones ordinarias, llevaban la marca impresa con el nombre de Nabucodonosor. A este famoso rey se le acredita !a exis­tencia de casi veinte templos en Babilonia y Borsippa. La más sobresaliente empresa en el área del templo fue la reconstrucción del ziggurat. Los jardines colgantes construidos por Nabucodonosor para complacer a su reina meda, fueron considerados por los griegos como una de las siete maravillas del mundo.
El estudio de unas trescientas tablillas cuneiformes encontradas en un edificio embovedado cerca de la puerta de Istar, ha dado como resultado la identificación de los judíos en la tierra del exilio durante el reinado de Nabucodonosor. En estas tablillas, fechadas en 595-570 a. C, están ano­tadas las raciones asignadas a los cautivos procedentes de Egipto, Filistia, Fenicia, Asia Menor, Persia y Judá. Lo más significativo es la mención de Joacim con sus cinco hijos o príncipes. Resulta claro de tales documentos que los babilonios, lo mismo que los judíos, reconocieron a Joaquín como heredero al trono judío.
La gloria del reino babilónico comenzó a desvanecerse con la muerte de Nabucodonosor en el 562 a. C. Sus triunfos habían agrandado el pequeño reino de Babilonia extendiéndolo desde el Próximo Oriente, de Susa hasta el Mediterráneo, desde el Golfo Pérsico hasta el alto Tigris y desde las Montañas de Taurus hasta la primera catarata en Egipto. Como constructor aventurero, hizo de la ciudad de Babilonia la más potente fortaleza conocida en el mundo, adornada con un esplendor y una belleza inigualados. El poder y el genio que caracterizaron su reinado de 43 años, nunca fueron igualados por ninguno de sus sucesores.
Awel-Marduc 562-560 a. C.
Awel-Marduc, también conocido como Evil-merodac, gobernó sólo dos años sobre el imperio que había heredado de su padre. Aunque Josefo le estima como un gobernante rudo, la Escritura indica su generosidad hacia Joaquín. Este rey de Judá que había sido conducido al exilio en el 597 a. C., fue entonces dejado en libertad a la edad de cincuenta y cinco años. El reinado de Awel-Marduc terminó bruscamente al ser asesinado por Neriglisar que fue entronizado el 13 de agosto del año 560 a. C. 560-556 a. C.
Neriglisar llegó al trono o bien con el apoyo de una revolución apoyada por los sacerdotes y el ejército, o como heredero por virtud de su matrimo­nio con la hija de Nabucodonosor Es muy posible que Neriglisar esté co­rrectamente identificado con Nergal-sarezer el "Rabmag" u oficial jefe que dejó en libertad a Jeremías en el 586 tras la conquista de Jerusalén (Jer. 39:3, 13). Popularmente conocido por Nereglisar es mencionado en contratos en Babilonia y en Opis como el hijo de un rico propietario de tierras. De acuerdo con otro texto que ha sido fechado en el reinado de Nabucodo­nosor, Neriglisar fue nombrado para controlar los asuntos de templo del Sol en Sippar. Si Neriglisar es el individuo mencionado por tal nombre en contratos allá por el año 595 a. C., entonces tuvo que haber sido un hom­bre de edad madura o ya viejo cuando se apoderó del trono de Babilonia.
Hasta recientemente, Neriglisar fue primeramente conocido por sus actividades en la restauración del templo Esagila de Marduc en Babilonia y el de Ezida de Nebo en Borsippa. Además volvió a construir la capilla del destino (punto focal del festival del Año Nuevo en Babilonia), reparó un viejo palacio y construyó canales como se esperaba de cualquier rey. La crónica de una nueva tablilla recientemente publicada, retrata a Neriglisar como agresivo y vigoroso en mantener el orden y el control por todo el imperio.
En el tercer año del reinado de Nereglisar, Appuasu, rey de Pirindu en el oeste de Cilicia, avanzó a través de la llanura costera hasta el de Cilicia este para atacar y rapiñar Hume. Nereglisar inmediatamente puso en movi­miento su ejército para rechazar al invasor y perseguirle hasta Ura, más allá del río Lamos. Appuasu escapó pero su ejército quedó disperso. En lu­gar de avanzar hacia Lidia, Neriglisar marchó hacia la costa para conquistar la isla rocosa de Pitusu con una guarnición de 6.000 hombres, exhibiendo su capacidad en el uso de las fuerzas de mar y tierra. Volvió a Babilonia en febrero-marzo del 556 a. C.
Cilicia había sido controlado anteriormente por los reyes asirios, pero volvió a ganar su independencia tras la muerte de Asurbanipal, ca. 631 a. C. Aunque no hay crónicas babilónicas disponibles concernientes al reino de Nabucodonosor tras su décimo año de reinado (594 a. C.), se ha sugerido que conquistó Cilicia entre el 595 y 570. En la lista de prisioneros reteni­dos en cautividad en Babilonia durante este período, aparecen referencias del exilio de Pirindu y Hume.
Tras Neriglisar muerto en el 556 a. C, su joven hijo, Labassi-Marduc gobernó por unos cuantos meses. Entre los cortesanos que depusieron y mataron el joven rey, se hallaba Nabónido que se hizo cargo del trono.
Nabónido 556-539 a. C. ,
Cuando Nabónido comenzó a reinar, afirmó que era el verdadero suce­sor del trono de Babilonia. Marduc fue sólo debidamente reconocido en el festival del Nuevo Año el 31 de mar/o del 555 a. C., con Nabónido no solo participando como rey, sino también proporcionando elaborados regalos para el templo de Esagila.
El interés religioso del nuevo rey no tuvo raíces en Babilonia, sino en Harán, donde sus padres devotamente prestaban culto al dios-luna Sin. Desde la destrucción del templo de Sin en Harán en el 610 a. C., que fue cuidadosamente atribuido a Medes, este culto no volvió a ser restaurado. Nabónido hizo convenientemente un tratado con Ciro, quien se rebeló contra los medos, de tal forma que el gobernante de Babilonia pudo restaurar el culto de Sin en Harán. Se concentró en su interés religioso con tal devoción, que por varios años suspendió las celebraciones del Año Nuevo en Babilonia, fallando en aparecer en la procesión de Marduc. Este anual culto ritual, siempre había llevado un lucrativo aporte de negocios y comercio para los hombres de negocios de Babilonia. Así la suspensión durante varios años ofendió no solo a los sacerdotes, sino a los grandes comerciantes en aquella gran ciudad. El resultado fue que en el 548 a. C., Nabónido se vio obligado a delegar su autoridad en Belsasar y retirarse a la ciudad de Tema en Arabia. Ahí Nabónido manifestó un interés en el negocio de las caravanas al igual que en la promoción, del culto del dios-luna.
Aunque Nabónido descartó a la ciudad de Babilonia, intentó mantener el imperio. En el 554 envió ejércitos a Hume y a las montañas de Amanus y hacia el sur a través de Siria, y por el fin del año 553 había matado al rey de Edom. Desde allí avanzó hacia Tema, donde construyó un palacio. Algún tiempo más tarde, Belsasar recibió el control de Babilonia, puesto que la crónica para cada año desde el 549 al 545 a. C., comienza con la declara­ción de que el rey estaba en Tema
Mientras tanto, Ciro había avanzado hacia Media. Por el 550 había ganado la partida y conquistado Ecbatana, reclamando el gobierno de Media sobre Asiría y más allá del Creciente Fértil. Tres años más tarde, marchó con su ejército a través de las puertas de Cilicia a Capadocia, donde se en­frentó con Creso de Lidia en una batalla indecisa. Aunque el equilibrio de poder había sido suficientemente perturbado cuando Ciro venció a los me­dos que Nabónido de Babilonia, Amasis de Egipto, y Creso habían formado una alianza, ninguno de estos últimos aliados estaba allí para ayudar. Creso se retiró a Sardis esperando que en la próxima primavera recibiría suficiente apoyo para arrollar al enemigo. Aún en pleno invierno, Ciro avan­zó al oeste hacia Sardis en un movimiento de sorpresa y capturó a Creso en la caída del 547 a. C. Con el mayor enemigo del oeste derrotado, Ciro volvió a Persia.
Indudablemente, estos acontecimientos perturbaron gravemente a Nabóaido y retornó a Babilonia. Por el 546 a. C. el festival anual del Año Nuevo no había tenido lugar durante un buen número de años debido a la ausencia del rey; había prevalecido la falta de gobierno y los
desfalcos y el pueblo estaba sometido a injusticias económicas. En los años siguientes, conforme Ciro iba extendiendo su imperio en territorio del Irán, ciudades tales como Susa, bajo el liderazgo de Gobrías, se rebelaron contra el pacto babilónico con Ciro. En su desesperación, Nabónido rescató a algunos dioses en tales ciudades y los llevó a Babilonia.
En el día de Año Nuevo, en abril del 539, Nabónido realizó el intento de celebrar el festival adecuadamente. Aunque muchos dioses de las ciudades circundantes fueron traídos, los sacerdotes de Marduc y Nebo no se unieron con entusiasmo en apoyo del rey. El 11 de octubre del 539, la ciudad de Sippar temió tanto a Ciro que se rindió sin presentar batalla. Dos días más tarde Gobrías tomó Babilonia con las tropas de Ciro. Mientras Belsasar era muerto, Nabónido pudo haber escapado; pero fue capturado y aparente­mente recibió un favorable trato después de puesto en libertad. Antes del fin del mes de octubre, Ciro entró en Babilonia como vencedor y conquis­tador.
Persia —539-400 a. C.
Al principio del primer milenio a. C., olas sucesivas de tribus arias invadieron y se establecieron sobre la planicie persa. Dos grupos surgieron eventualmente como históricamente importantes: los medos y los persas.
Bajo el dinámico gobierno y mandato de Cyáxares, Media se afirmó como una amenaza de la supremacía asiría durante la última mitad del siglo VII. En el 612 a. C., las fuerzas combinadas de Media y Babilonia destruye­ron a Nínive. El matrimonio de Nabucodonosor con la nieta de Cyáxares selló esta alianza estableciéndose un delicado equilibrio de poder a través de todo el período de la expansión babilónica y su supremacía.
EL IMPERIO PERSICO
ca. 500 A. C.
Ciro el Grande 559-530 a. C.
Persia se convirtió en un poder internacional de primer rango bajo Ciro el Grande. Llegó al trono en el 559 como vasallo de Media, teniendo bajo su control solamente a Persia y algún territorio elamita conocido por Anshan. para él, existían muchos territorios que conquistar. Astiages (585-550) ejercitó un débil gobierno sobre el Imperio Medo. Babilonia era todavía muy poderosa bajo Neriglisar, pero comenzó a mostrar signos de debilidad conforme Nabónido descuidó los asuntos del estado para dedicar su tiempo a la restauración del culto a la luna en Harán. Lidia, en el lejano oeste, se había aliado con Media, mientras que Amasis de Egipto, estaba nominalmente bajo el control de Babilonia.
Ya en época temprana de su reinado, Ciro consolidó a las tribus persas bajo su mandato.  Después hizo un pacto con Babilonia contra Media. Cuan­do Astiages, el gobernante de los medos trató de suprimir la revuelta, su propio ejército se rebeló e hizo que su rey se volviese hacia Ciro. En su resultante subyugación a Persia, los medos continuaron jugando un importan­te papel (ver Ester 1:19; Dan. 5:28, etc.).
Desde el oeste, Creso, el famoso rey colmado de riquezas de Lidia, cruzó el río Halys para desafiar el poderío persa. Atravesando Babilonia en la primavera del 547, Ciro avanzó a lo largo del Tigris y cruzó el Eufrates en Capadocia. Cuando Creso declinó las ofertas conciliatorias de Ciro, los dos ejércitos se enfrentaron en una batalla decisiva. Aproximándose el invier­no, Creso retiró a su ejército y se marchó a su capital en Sardis con una fuerza protectora mínima. Anticipando que Ciro le atacaría en la siguiente primavera, solicitó ayuda de Babilonia, Egipto y Grecia. En un movimiento de sorpresa, Ciro se dirigió inmediatamente sobre Sardis. Creso disponía de una caballería superior, pero le faltaba infantería para resistir el ataque. Ciro, astutamente, colocó camellos al frente de sus tropas. En cuando los caballos lidios olieron el hedor de los camellos, se sintieron atacados por el terror y se hicieron ingobernables. Por esta causa, los persas ganaron la ventaja de la sorpresa y dispersaron al enemigo. Asegurándose Sardis y Mileto, Ciro resolvió su encuentro con los griegos en la frontera occidental y se volvió hacia el este para conquistar otras tierras.
En el este, Ciro marchó victoriosamente con sus ejércitos por los ríos Oxus y Jaxartes, reclamando el territorio Sogdiano y extendiendo la sobe­ranía persa hasta las fronteras de la India. Antes de volver a Persia, había duplicado la extensión de su imperio.
La próxima empresa de Ciro fue el dirigirse hacia las ricas y fértiles «anuras de Babilonia, donde una población insatisfecha con las reformas de Nabónido estaba dispuesta a darle la bienvenida al conquistador. Ciro Presintió que el momento estaba maduro para la invasión y no perdió el tiempo en conducir sus tropas a través de las montañas, aprovechando sus pasos, y evitando los aluviones. Conforme varias importantes ciudades tales como Ur, Larsa, Erec, y Kish apoyaban a la conquista persa, Nabónido rescató a los dioses locales y se los llevó para salvaguardarlos a la gran, ciu­dad de Babilonia, que se suponía era inexpugnable. Pero los babilonios se retiraron ante el avance del invasor. Al poco tiempo, Ciro se establecía como el rey de Babilonia.
En Babilonia Ciro fue aclamado como el gran liberador. Los dioses que habían sido tomados de las ciudades circundantes fueron devueltos a sus templos locales. No solo reconoció Ciro a Marduc como el dios que le había entronizado como rey de Babilonia, sino que permaneció allí durante varios meses para celebrar el festival del Año Nuevo. Aquello fue un excelente comportamiento político para asegurarse el apoyo popular, conforme asu­mía el control del vasto Imperio Babilónico, extendiéndose al oeste a tra­vés de Siria y Palestina hasta las fronteras de Egipto.
Los asirios y babilonios fueron notorios por su política en llevar pueblos conquistados a territorios extranjeros. La consecuencia de semejante política distinguió a Ciro como un conquistador al que se le daba la bienvenida. Alentó a pueblos desarraigados a que volviesen a sus países de origen y a que restaurasen a los dioses en sus templos. Los judíos, cuya ciudad capi­tal y cuyo templo todavía yacían en, ruinas, se encontraron entre aquellos a quienes benefició la benevolencia de Ciro.
En el 530 Ciro condujo su ejército hasta la frontera del norte. Mientras invadía el país existente más allá del río Araxes al oeste del Mar Caspio, fue mortalmente herido en la batalla. Cambises llevó el cuerpo de su padre a Pasargade, la capital de Persia, para darle un adecuado enterramiento.
La tumba que Ciro había construido para sí mismo, se hallaba sobre una plataforma de una elevación de cinco mts. con seis escalones que conducían a un pavimento rectangular de 13 por 15 mts. Allí fue depositado en un sarcófago de oro descansando en una mortaja de oro labrado. Ornamentos adecuadamente elaborados, joyas costosas, una espada persa y tapices de Babilonia y otros lujosos adornos fueron cuidadosamente colocados en el lugar del eterno descanso del que había sido el creador de tan gran imperio. Rodeando el pavimento, existía un canal y más allá unos bellísimos jardines. Una guardia real montaba vigilancia cerca de su tumba. Cada mes se le sacrificaba un caballo al distinguido héroe. Dos siglos más tarde, cuando Alejandro Magno descubrió que los vándalos habían rapiñado la tumba, ordenó la restauración del cuerpo al igual que los demás tesoros. Todavía hoy, la tumba vacía es testigo de la grandeza de Ciro, que ganó para Persia su imperio, aunque eventualmente fue saqueado el lugar de eterno descanso que el gran Ciro había preparado tan elaboradamente.
Cambises 530-522 a. C.
Cuando Ciro abandonó Babilonia en el 538 a. C., nombró a su hijo Cambises para representar al rey persa en las reales procesiones del día del Año Nuevo. Debidamente reconocido por Marduc, Nebo y Bel y reteniendo a los oficiales y dignatarios de Babilonia, Cambises quedó bien establecido en Babilonia con su cuartel general en Sippar.
Con la súbita muerte de Ciro en el 530, Cambises se confirmó a sí mismo rey de Persia. Tras haber recibido el reconocimiento de varias provincias que su padre había sometido al poder del trono, Cambises volvió su atención a la conquista de Egipto, que todavía quedaba más allá de los lazos del imperio.
Amasis hacía años que se había anticipado a los sueños imperialistas de Persia. En el 547 pudo haber tenido una alianza con Creso. El también hizo amistades y buscó una coalición con los griegos.
En su camino hacia Egipto, Cambises acampó en Gaza, donde adquirió camellos de los nabateanos para la marcha de 88 kms. a través del desier­to. Dos hombres que traicionaron a Amasis, se unieron al grupo del con­quistador. Fanes, un jefe mercenario griego, desertó del faraón y proporcionó a Cambises una importante información militar. Polícrates de Samos rompió su alianza con Amasis para ayudar a Cambises con tropas griegas y con barcos.
Al llegar al Delta del Nilo, supo que el viejo Amasis había muerto. El nuevo faraón, Samtik III, hijo de Amasis, hizo frente a los invasores con mercenarios griegos y soldados egipcios. En la batalla de Pelusium (525 a. C.) los egipcios fueron definitivamente derrotados por los persas. Aunque Samtik III intentó ponerse a cubierto en la ciudad de Menfis, fue incapaz de escapar de sus perseguidores. Cambises concedió un trato favorable al rey, pero más tarde Samtik intentó una rebelión y fue ejecutado. El invasor victorioso se apropió de los títulos del reinado egipcio e hizo que se inscribiese su nombre en los monumentos dedicados al faraón.
Por los próximos años, Cambises cultivó la amistad con los griegos con objeto de promover el lucrativo comercio que tenían con Egipto. Esta acción extendió la dominación persa sobre lo más avanzado y lo más rico del mundo griego. Cambises también trató de expander su dominio por el oeste hasta Cartago y al sur de Nubla y Etiopía a base de fuerzas milita­res, pero en este propósito fracasó por completo.
Dejando a Egipto bajo el mando de Ariandes como sátrapa, Cambises emprendió la vuelta a Persia. Cerca de monte Carmelo le llegaron las noticias de que un usurpador, Gaumata de nombre, se había apoderado del trono de Persia. La afirmación de Gaumata de ser Esmerdis, otro hijo de Ciro a quien Cambises había previamente ejecutado, perturbó tan grandemente a Cambises que se suicidó. Por ocho meses Gaumata sostuvo las riendas del reino y del gobierno. El fin de su corto reinado precipitó las revueltas en varias provincias.
Darío I. 522-486 a. C.
Darío I, también conocido como Darío el Grande, salvó al Imperio Persa en aquel tiempo de crisis. Habiendo servido en el ejército bajo el mando de Ciro, se convirtió en el brazo derecho de Cambises en Egipto. Cuando el reinado de este último terminó bruscamente en ruta desde Egipto hasta Persia, Darío se precipitó hacia el este. Ejecutó a Gaumata en septiembre del 522 a. C. y se hizo cargo del trono. Tres meses más tarde, la Babilonia rebelada quedó bajo su dominio. Tras dos años de dura lucha, disipó toda oposición en Armenia y en Media.
Darío volvió a Egipto como rey en el 519-18. No es conocido el con­tacto que tuvo con los judíos establecidos en Jerusalén. Al principio de su reinado, garantizó el permiso para la construcción del templo (Esdras 6:1; Hageo 1:1). Puesto que fue completado en el 515 a. C. parece razonable asumir que el avance persa a través de Palestina no afectó a la situación de los asuntos de Jerusalén. En Egipto, Darío ocupó Menfis sin mucha oposición y reinstaló a Ariandes como sátrapa.
En el 513 Darío personalmente marchó con sus ejércitos hacia el oeste a través del Bosforo y el Danubio para encontrarse con los escitas que ve­nían de las estepas de Rusia. Esta aventura no tuvo éxito; pero retornó para añadir Tracia a su imperio, quedándose un año en Sardis. Esto inició una serie de compromisos con los griegos. El control persa de las colonias grie­gas dio lugar a un conflicto que últimamente se convirtió en un desastre para los persas. El avance hacia el oeste de los persas fue bruscamente dete­nido en una crucial derrota en Maratón, en el 490 a. C.
Darío había logrado éxitos suprimiendo rebeliones, pero donde fue un genio fue en la administración. Lo demostró organizando su vasto impe­rio en veinte satrapías. Para reforzar el imperio interiormente, promulgó leyes en el nombre de Ahuramazda, el dios zoroástrico simbolizado por el disco alado. Darío tituló su libro de leyes "La Ordenanza de las Buenas Regulaciones". Sus estatutos muestran la dependencia de la anterior codi­ficación mesopotámica, especialmente la de Hamurabi.
Para la distribución a su pueblo las leyes fueron escritas en arameo y en pergamino. Pasado un siglo, Platón reconoció a Darío como el más grande legislador de Persia.
Un excepcional talento para la arquitectura impulsó a Darío a empren­der la construcción de grandes y suntuosos edificios en las ciudades capitales y otras partes. Ecbatana, que había sido la capital media en tiempos pasados, se convirtió entonces en el lugar favorito real de verano, mientras que Susa sirvió por elección como residencia de invierno.
Persépolis, a cuarenta kms. al sudoeste de Pasárgadas, fue convertida en la ciudad más importante de todo el Imperio Persa. Darío preparó una tumba en la roca, elaboradamente construida para sí mismo, en un acantila­do cerca de Persépolis. En la distante tierra de Egipto, promovió la cons­trucción de un canal entre el mar Rojo y el río Nilo.
Susa, a 97 kms. hacia el norte de la desembocadura del Tigris, fue cen­tralizada para propósitos administrativos. La llanura entre Coaspes y Ulai, ríos del imperio, se convirtió en una rica y productiva zona de producción de frutas por medio de un eficiente sistema de canales. El elaborado palacio real, comenzando por Darío, y embellecido por sus sucesores, fue el más grande monumento persa en aquella ciudad. De acuerdo con una inscripción hecha por Darío, este palacio fue adornado con cedros del Líbano, marfil de la India, y plata de Egipto. Aún quedan hoy remanentes de esta es­tructura, aunque es poco más que algunos bosquejos de patios y pavimentos. A causa del excesivo calor del verano, Susa no era el lugar ideal para una capitalidad permanente.
Persépolis, la primera ciudad del Imperio Persa, era la más impresio­nante de las capitales. El palacio de Darío, el Tachara, fue comenzado por él, aunque engrandecido y completado por sus sucesores. Las columnas de esta tremenda estructura, todavía nos proporcionan el testimonio del arte y de la construcción de los persas. Persépolis estaba estratégicamente for­tificada con una triple defensa. En la cresta de la " montaña de la Miseri­cordia" sobre la cual fue construida esta gran capital, había una hilera de murallas y de torres. Más allá, estaba la inmensa llanura conocida actual­mente como Marv Dasht.
La más notable entre las inscripciones persas, es el monumento de roca labrada cerca de Bisitún. El gran relieve, representando la victoria de Darío sobre los rebeldes, está suplementado por tres inscripciones cuneiformes en persa antiguo, acadio o babilonio y elamita. Puesto que el panel de la victoria fue tallado sobre la superficie de un acantilado de 152 mts. por encima de la llanura, con sólo un estrecho borde bajo él. la inscripción ha permanecido sin leerse por más de dos milenios. En 1835, sir Henry C. Rawlinson copió y descifró este registro, asegurando a los modernos erudi­tos la clave para descifrar el lenguaje babilónico e incrementando la com­prensión de lo persa. Usa copia aramea de esta inscripción entre los pa­piros descubiertos en Elefantina en Egipto, indica que fue ampliamente di­fundida entre el Imperio Persa.
Jerges 486-465 a. C.
Jerges fue el heredero electo para el trono persa cuando murió Darío en el 486 a. C. Durante doce años había servido como virrey en Babilonia bajo el gobierno de su padre. Cuando se hizo cargo del Imperio, se encontró con Proyectos de edificios sin terminar, reformas religiosas y rebeliones en vanas partes del dominio, que esperaban su atención.
Entre las ciudades en rebelión que recibieron un severo castigo, bajo el mando de Jerjes, estaba Babilonia. Allí, en el 482 a. C., las fortificaciones erigidas por Nabucodonosor fueron destruidas, el templo de Esagila fue deshecho y la estatua maciza de oro de Marduc de 363 kilos de peso, fue quitada de su lugar y fundida en lingotes. Babilonia perdió su identificación al ser incorporada con Asiría.
Aunque vitalmente interesado en continuar el programa de construcciones de Persépolis, Jerjes condescendió a los insistentes consejos de sus asesores y contra su gusto dirigió sus esfuerzos y energías hacia la expan­sión de la frontera noroeste. A la cabeza de aquel enorme ejército persa, avanzó hacia Grecia con el apoyo de su armada naval compuesta por uni­dades fenicias, griegas y egipcias. El ejército sufrió reveses en las Termopilas, la flota fue derrotada en Salarais y finalmente los persas fueron decisivamente disgregados en Platea y en el cabo Micale. En el 479, Jerjes se retiró a Per-sia, abandonando la conquista de Grecia.
En su país, Jerjes acabó su programa de construcciones. En Persépolis completó el Apadana, donde trece de los 72 pilares que sostenían el techo de aquella espacioso auditorio, todavía siguen en pie. En la escultura, Jerjes desarrolló lo mejor del arte persa. Esto quedó patente al adornar la escali­nata del Apadana con figuras esculpidas de los guardias de Susia y Persia.
Aunque Jerjes fue inferior como caudillo militar y será siempre recordado por su derrota en Grecia, superó a sus antecesores como constructor. Hay que concederle el crédito de que Persépolis se convirtiese en la más sobresaliente ciudad de los reyes persas, especialmente por la escultura y la arquitectura.
En el 465 a. C., Jerjes fue asesinado por Artabano, el jefe de la guardia del palacio. Fue enterrado en la tumba tallada en la roca que había excavado cerca de la de Darío el Grande.
Artajerjes I 464-425 a. C.
Con el apoyo del asesino Artabano, Artajerjes Longimano se hizo cargo del trono de su padre. Tras hacer desaparecer a otros aspirantes al trono, suprimió con éxito diversas rebeliones en Egipto (460 a. C.) y una revuelta en Siria (448). Los atenienses negociaron un tratado con él mediante el cual, ambas partes convinieron en mantener un status quo. Durante su reinado, Esdras y Nehemías marcharon a Jerusalén con la aprobación del rey para ayudar a los judíos.
La dinastía cayó en declive bajo los reyes siguientes: Darío II (423-404 a. C.) y Artajerjes II (404-359). Artajerjes III (359-338) dio lugar a un resurgir de la unidad y la fuerza del imperio, pero el fin estaba próximo a llegar. Durante el gobierno de Darío III, Alejandro Magno, con tácticas militares superiores, deshizo el poderío del ejército persa (331) e incorporó el Cercano Oriente a su reino.
Condiciones del exilio y esperanzas proféticas
Los últimos dos siglos de los tiempos del Antiguo Testamento, repre­sentan una era de condiciones de exilio para la mayor parte de Israel. Durante la conquista por Nabucodonosor muchos israelitas cautivos fueron llevados a Babilonia. Tras la destrucción de Jerusalén, otros judíos emigraron a Egipto. Aunque algunos de los exiliados volvieron de Babilonia tras el año 539 a. C., para reestablecer un estado judío, en Jerusalén, nunca vol­vieron a ganar la posición de independencia y de reconocimiento interna­cional que Israel tuvo una vez bajo el gobierno de David.
La transición desde un estado nacional al exilio de Babilonia, fue gradual para el pueblo de Judá. Por lo menos, cuatro veces durante los días de Nabucodonosor hubo cautivos de Jerusalén que fueron llevados a Babilonia.
De acuerdo con Beroso, el rey babilonio Nabopolasar envió a su hijo Nabucodonosor, en el 605 a. C., para suprimir la rebelión en el oeste. Du­rante esta campaña, el último recibió noticias de la muerte de su padre. Dejando a los cautivos de Judá, Fenicia y Siria con su ejército, Nabucodo­nosor se dio prisa en volver para establecerse en el trono de Babilonia. La evidencia bíblica (Dan. 1:1) fecha lo sucedido en, el tercer año de Joacim, que continuó como gobernante en Jerusalén por ocho años más tras la crisis. La extensión de su cautiverio no está indicada, pero Daniel y sus amigos están entre la familia real y la nobleza, tomada en cautividad y lle­vada al exilio en aquel tiempo. De aquellos cautivos israelitas, jóvenes pro­cedentes de Israel fueron llevados a la corte para ser entrenados en el ser­vicio del rey. Algunas de las experiencias de Daniel y sus colegas en la corte de Babilonia, son bien conocidas en los relatos del libro de Daniel 1-5.
La segunda invasión babilonia de Judá ocurrió en el 597 a. C. Esta fue más crucial para el Reino del Sur. Al retener el tributo de Babilonia, Joacim invocó un estado de calamidad. Puesto que Nabucodonosor estaba ocupado en otros lugares, incitó a los estados circundantes a atacar a Je­rusalén. Aparentemente Joacim fue muerto durante uno de esos ataques, dejando el trono de David al joven de dieciocho años, hijo suyo, Joaquín. El reinado de este último de tres meses fue bruscamente terminado cuando se rindió a los ejércitos de Babilonia (II Reyes 24:10-17). Fuentes babilóni­cas confirman que esta invasión tuvo lugar en el mes de marzo del 597 a. C. Las cartas de Laquis igualmente indican una invasión judea por aquel tiempo. No solo el rey fue tomado cautivo, sino que con él fueron miles de personas importantes de Jerusalén, tales como artesanos, herreros, ofi­ciales jefes, príncipes y hombres de guerra. Sedequías, un tío de Joaquín, fue dejado para gobernar las clases más pobres de lo que quedaba en el país.
El cautiverio del rey Joaquín no impidió a los ciudadanos de Judá lo mismo que a los exiliados, de considerarle como su legítimo rey. Cerámica estampada excavada en la antigua Debir y Bet-semgs en 1928-1930, indican que el pueblo conservaba sus propiedades en el nombre de Joaquín, incluso durante el reino de Sedequías. Textos cuneiformes descubiertos en Babilonia, se refieren, a Joaquín como el rey de Judá.[79] Cuando Jerusalén fue des­truida más tarde, los hijos de Joaquín, tuvieron raciones asignadas bajo su­pervisión real, y con todo, los hijos da Sedequías fueron todos muertos. Aun­que Jerusalén retuvo una semblanza de gobierno por otros once años, la cautividad del 597 tuvo un devastador efecto sobre Judá.
En el 586 el país sufrió el brote de otra nueva invasión, con más drás­ticos resultados. Jerusalén con su templo fue destruida. Judá dejó de existir como estado nacional. Con Jerusalén en ruinas, la capital fue abandonada por las gentes que permanecieron en el país. Bajo el liderazgo de Gedalías, que había sido nombrado gobernador de Judá por Nabucodonosor, el rema­nente regresó a Mizpa (II Reyes 24:2; Jer. 40:14). A los pocos meses, Gedalías fue asesinado por Ismael y el desalentado grupo de los que que­daban, emigró a Egipto. Por aquel camino polvoriento caminó con ellos Jeremías, el profeta.
Una cuarta deportación se menciona en Jeremías 52:30. Josefo informa que fueron tomados cautivos más judíos y llevados a Babilonia en el 582 a. C., cuando Nabucodonosor subyugó a Egipto.
De acuerdo con Beroso, las colonias judías recibieron adecuado esta­blecimiento por toda Babilonia, según lo prescrito por Nabucodonosor. El río Quebar, cerca del cual el profeta Ezequiel tuvo su primera visión y su llamada profética (Ezeq. 1:1) ha sido identificado como el Nari Kabari, el canal existente cerca de Babilonia. Tel-abib (Ezeq. 3:15), otro centro de cautividad, presumiblemente estaba en la misma vecindad.
Nabucodonosor dedicó su interés a embellecer la ciudad de Babilonia, hasta tal extremo, que los griegos reconocieron en ella una de las maravillas del mundo antiguo. No hay razón para dudar que los judíos cautivos fueron asignados a los trabajos de la gran capital. Los textos Weidner mencionan nombres judíos junto a aquellos diestros trabajadores procedentes de otros estados que fueron utilizados por Nabucodonosor en una empresa de éxito al intentar hacer de su capital la más impresionante que cualquiera de que las que se habían visto en Asiría. En esta forma, el rey babilonio hizo un inteligente uso de los artesanos, especialistas y trabajadores hábiles y diestros, capturados en Jerusalén.
Los alrededores de Babilonia pudieron, al principio, haber sido el centro de los establecimientos judíos; pero los cautivos se extendieron por todo el imperio, al concedérseles más libertad por los babilonios y, más tarde, por los persas.
Las excavaciones en Nipur mostraron tablillas conteniendo nombres comunes al registro de Esdras y Nehemías, indicando que una colonia judía existía allí en el exilio. Nipur, a 97 kms. al sudeste de Babilonia, continuó como una comunidad judía hasta su destrucción aproximadamente sobre el 900 a. C. Otros lugares citados como comunidades judías son Tel-mela y Tel-harsa (Neh. 7:61), Ahava y Casifia (Esdras 8:15,17). Además, Josefo menciona Neerda y Nisibis situadas en algún lugar en el curso del Eufrates (Antiquities 18:9).
La ansiedad por volver al hogar patrio invadió a los exiliados, siendo una realidad mientras que el gobierno de Jerusalén permaneció intacto. Fal­sos profetas sembraron un espíritu de revuelta en Babilonia, con el resultado de que dos rebeldes perecieron a manos de los satélites de Nabucodonosor (Jer. 29). Poco después de la cautividad, en el 597, Hananías predijo que dentro de dos años los judíos romperían el yugo de Babilonia (Jer. 28). Ezequiel en esta época también encontró incitadores a la insurgencia (Ezeq. 13). Jeremías, que era bien conocido para los cautivos a causa de su largo ministerio en Jerusalén, escribió cartas avisándoles que se establecieran en Babilonia, construyeran casas y plantaran viñas e hiciesen planes para per­manecer 70 años en período de cautiverio (Jer. 29).
Cuando las esperanzas de un inmediato retorno se desvanecieron con la caída y destrucción de Jerusalén en el 586, los judíos en el exilio se resig­naron a la larga cautividad que Jeremías había predicho. Nombres babilonios tales como Imer y Querub (Neh. 7:61) sugirieron a Albright que los judíos adoptaron una vida pastoral y de trabajos en la agricultura en las fértiles llanuras del curso del Eufrates. Los judíos también se mezclaron en em­presas comerciales por todo el imperio. Informes del siglo V indican que se habían hecho muy activos en los negocios y en el comercio, centrado todo ello en Nipur.
Lingüísticamente el término medio de los judíos tuvo que encararse con un nuevo problema. Incluso con anterioridad a la época de Senaquerib las tribus arameas se habían infiltrado en Babilonia y eventualmente se convirtieron en el elemento predominante en, la población, por lo que el arameo llegó a ser el lenguaje de uso corriente. A principios del siglo VII era el lenguaje de la diplomacia internacional de los asirios (II Reyes 18: 17-27). Aunque esta transición a una nueva lengua creó un problema lin­güístico para la mayor parte de los judíos, es muy verosímil que muchos hablaran el arameo; de hecho, algunos tal vez habían estudiado el arameo en, Jerusalén. Además, los israelitas procedentes del Reino del Norte, que ya estaban en Babilonia, indudablemente se expresaban tan fácilmente en hebreo al igual que en arameo.
Aunque las referencias son limitadas, la evidencia disponible revela que los cautivos recibieron un tratamiento favorable. Jeremías dirigió su corres­pondencia a los "ancianos de la cautividad" (Jer. 29:1). Ezequiel se reunía con los "ancianos de Judá" (8:1), indicando que estaban en libertad para organizarse en cuestiones religiosas. En otras ocasiones, los "ancianos de Israel" iban a ver a Ezequiel (14:1 y 20ti). Ezequiel aparentemente goza-ba de libertad para llevar a cabo un amplio ministerio entre los cautivos. Estaba casado y vivía en su propio hogar y discutía libremente materias religiosas con los ancianos, cuando les encontraba o iban a visitarle a su casa. Mediante actos simbólicos en público, Ezequiel discutía el estado político y la condenación del Reino del Sur, hasta que Jerusalen fue destruido en el 586. Tras de aquellos, continuó alentando a su pueblo con las es­peranzas y proyectos de restaurar el trono de David.
La experiencia de Daniel y de sus colegas, igualmente evidencia el tratamiento acordado a los cautivos procedentes de Judá. De los primeros cautivos tomados en el 605 a. C., los jóvenes fueron seleccionados entre la nobleza y la familia real de Judá, para la educación y el entrenamiento de la corte de Babilonia (Dan. 1:1-7). Mediante la oportunidad de interpretar el sueño de Nabucodonosor, Daniel fue a la posición de jefe entre los hom­bres sabios de Babilonia. A su demanda, sus tres amigos fueron también as­cendidos a importantes posiciones en la provincia de Babilonia. A lo largo de todo el reinado de Nabucodonosor, Daniel y sus amigos ganaron más y más prestigio a través de las crisis registradas en el Libro de Daniel. Es razonable asumir que otros cautivos, de la misma manera, fueron premiados y se les confiaron puestos de responsabilidad en la corte de Babilonia. Da­niel fue nombrado segundo en el mando, durante la corregencia de Belsasar y Nabónido. Tras la caída de Babilonia, en el 539 a. C., Daniel continuó con su distinguido servicio de gobierno bajo el mando de Darío el medo, y Ciro, el persa.
El tratamiento que les fue dado a Joaquín y a sus hijos habla igualmente del cuidado benefactor previsto para algunos judíos cautivos. Joaquín tuvo sus propios criados con adecuadas provisiones suministradas para toda su familia, incluso mientras no fue oficialmente puesto en libertad de la prisión hasta el 562, a la muerte de Nabucodonosor (II Reyes 25:27-30). La lista de otros hombres de Judá en esas tablas indica que el buen tratamiento y el otorgamiento de tales provisiones no quedaron limitados a los miem­bros de la familia real.
La suerte de Ester en la corte persa de Jerjes I, tipifica el tratamiento acordado a los judíos por sus nuevos señores. Nehemías fue otro que sirvió en la corte real. Mediante su contacto personal con Atajerjes tuvo la opor­tunidad de aumentar el bienestar de aquellos que habían retornado a reconstruir Jerusalén.
Whitley justificantemente pone en duda las descripciones de algunos escritores que mencionan a los judíos cautivos en Babilonia como su­jetos al sufrimiento y a la cautividad. Ewald basó sus conclusiones to­mando como base trozos seleccionados de Isaías, los Salmos, y las Lamen­taciones, afirmando que las condiciones se hicieron gradualmente peores para los judíos cautivos. La evidencia histórica parece estar falta de apoyo en la idea de que los judíos cautivos fueron maltratados físicamente o suprimidos en sus actividades cívicas o religiosas durante la época de la supre­macía babilónica. La limitada evidencia que se extrae de las fuentes bíbli­cas o arqueológicas, apoyan la afirmación de George Adam Smith de que la condición de los judíos fue honorable y sin excesivos sufrimientos.
Los exiliados de Jerusalén, que fueron conscientes de las razones para la cautividad, tuvieron que haber experimentado un hondo sentido de la humillación y de angustia de espíritu. Durante cuarenta años, Jeremías ha­bía advertido fielmente a sus conciudadanos del juicio pendiente de Dios: Jerusalén sería devastada de tal forma, que cualquier transeúnte se horrori­zaría de su vista (Jer. 19:8). A despecho de sus advertencias, ellos habían confiado que Dios no permitiría que su templo fuese destruido. Como custodios de la ley, aquel pueblo no creyó nunca que tendrían que ir a la cautividad. Entonces, en comparación con la gloria de Salomón y su fama y gloria internacional, del gran rey de Jerusalén, y ante sus ruinas, muchos dieron rienda suelta a su vergüenza y a su tristeza. El libro de las Lamenta­ciones deplora vividamente el hecho de que Jerusalén se hubiese convertido en un espectáculo internacional. Daniel reconoció en su oración que su pue­blo se había convertido en un reproche y en un objeto de burla entre las naciones (Dan. 9:16). Tal sufrimiento fue más pesado para los cautivos a quienes importaba el futuro de Israel, que cualquier sufrimiento físico que tuviesen que soportar en la tierra del exilio.
Tanto Jeremías como Ezequiel predijeron que Dios restauraría a los judíos en su propia tierra. Otra fuente de consuelo y de esperanza para los exiliados, fue el mensaje de Isaías. En sus escritos, había predicho el exilio de Babilonia (Is. 39:6), y también aseguró que volverían bajo el mandato de Ciro (Is. 44:28). Comenzando con el capítulo 40, el profeta elabora un mensaje alentador que ya había declarado en capítulos anteriores. Dios era omnipotente. Todas las naciones se hallaban bajo su control. Dios utili­zaba a las naciones y a sus reyes para llevar el juicio sobre Israel y de igual manera podría utilizarlos para restaurar la suerte de su pueblo. La aparición de Ciro, como rey de Persia, tuvo que haber hecho surgir las esperanzas de los exiliados que ejercitaron su fe en el predictivo mensaje de los profetas.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Capítulo   XVI
La buena mano de Dios

Con la crisis internacional del 539 a. C., mediante la cual Persia ganó la supremacía sobre Babilonia, dio la oportunidad a los judíos para volver a establecerse en Jerusalén. Pero por la época, muchos de los exiliados estaban tan confortablemente situados junto a las aguas de Babilonia, que ignoraron el decreto que les permitía retornar a Palestina. Consecuentemente, la tierra del exilio continuó siendo el hogar de los judíos para las generacio­nes que habían de venir.
Las fuentes bíblicas tratan en primer lugar con los exiliados que retor­naron a su hogar patrio. Las memorias de Esdras y Nehemías, aunque bre­ves y selectivas, prestan los hechos esenciales que conciernen al bienestar del restaurado estado judío en Jerusalén. Ester, el único libro del Antiguo Testamento dedicado en exclusividad a los que no volvieron, también pertenece a este período. Con objeto de mantener una secuencia histórica, el presente estudio trata la historia de Ester junto con Esdras y Nehe­mías. Cronológicamente, esta materia se divide en cuatro períodos: (1) Jerusalén restablecido, Esdras 1-6 (ca. 539-515 a. C.); (2) Ester la Reina, Ester 1-10 (ca. 483); (3) Esdras el reformador, Esdras 7-10 (ca. 457); (4) Nehemías el Gobernador, Neh. 1:13 (ca. 444).
Jerusalén restablecido
De cara a la oposición y a los sufrimientos de Judea, los judíos que habían vuelto no estuvieron en condiciones inmediatamente de completar 'a construcción del templo. Transcurrieron aproximadamente veintitrés años antes de que lograran su primer objetivo.
El retorno de Babilonia
Cuando Ciro entró en la ciudad de Babilonia en el 539, afirmó que había sido enviado por Marduc, el jefe de los dioses babilónicos, quien buscaba un príncipe justo. Consecuentemente, la ocupación de Babilonia ocurrió sin ninguna batalla, ni la destrucción de la ciudad. Inmediatamente, Ciro anunció una política que era el reverso exacto de la práctica brutal de desplazar a los pueblos conquistados. Comenzando con, Tiglat-pileser III (745) los reyes asirios habían aterrorizado a las naciones subyugadas, tras­ladando a sus gentes a distantes tierras. Por tanto, los babilonios habían seguido el ejemplo asirlo. Ciro, por otra parte, proclamó públicamente que el pueblo desplazado podía volver a su hogar patrio y rendir culto a sus dioses en sus propios santuarios.
Hay dos copias de la proclamación de Ciro para los judíos que están pre­servadas en el libro de Esdras. El primer relato (1:2-4) está en hebreo, mien­tras que el segundo (6:3-5) está redactado en arameo. Un estudio reciente revela que el último representa un "dikrona", un término oficial arameo que denota un decreto oral dado por un gobernante. Esto no se hacía con la intención de ser publicado, sino que servía como un memorándum para que el oficial apropiado iniciara una acción legal. Esdras 6:2 indica que la copia aramea estuvo situada en los archivos del gobierno en Ecbatana, la residencia de verano de Ciro en el 538 a. C.
El documento hebreo fue preparado para su publicación en destino a los israelitas en el exilio. En las comunidades judías por todo el imperio, fue verbalmente anunciado en idioma hebreo. Adaptándolo a su religión, el rey persa afirmó que él estaba comisionado por el Señor Dios de los cielos para construir un templo en Jerusalén. De acuerdo con esto, permitió a los judíos que volviesen al país de Judá. Alentó a aquellos que permanecieron para ayudar a los emigrantes con ofrendas de oro, plata, bestias y otros suminis­tros para el restablecimiento del templo de Jerusalén. Incluso Ciro, lo mismo que había prestado reconocimiento a Marduc cuando entró en Babilonia, en aquella ocasión quiso prestar reconocimiento al Dios de los judíos. Aunque esto pudo haber sido solamente una cuestión de maniobra política por su parte, con todo, cumplió la predicción de Isaías de que después de su exilio, Dios utilizaría a Ciro para que los judíos volviesen a su hogar patrio (Is. 45:1-4).
En respuesta a esta proclamación, miles de exiliados prepararon el re­torno. Ciro ordenó a su tesorero que devolviese a los judíos todo lo que Nabucodonosor había tomado de Jerusalén. El tesoro, especialmente con­sistente en los vasos sagrados de Jerusalén, fue confiado a Sesbasar, un príncipe de Judá, para transportarlo. Únicos entre todas las naciones, los judíos no tenían ninguna estatua de su Dios que ser restaurada, aunque esta provisión queda incluida en el decreto dado por Ciro, al efecto. El arca del pacto, que era el objeto más sagrado de Israel, entre sus pertenencias, tuvo indudablemente que haberse perdido en la destrucción de Jerusalén. Con la aprobación y el apoyo del rey de Persia, los exiliados hicieron con éxito el largo y azaroso camino hacia Jerusalén, siempre con la idea de reconstruir el templo que había estado en ruinas por casi cincuenta años. Aunque no se sabe exactamente la fecha de este retorno, debió ocurrir muy verosímilmente en el 538 a. C., o posiblemente al año siguiente.
De acuerdo con lo registrado por Esdras, 50.000 exiliados aproximadamente retornaron a Jerusalén. De los once jefes mencionados, Zorobabel y Josué aparecen como los más activos en guiar al pueblo en su intento en restaurar el orden, en aquellas caóticas condiciones. El primero, siendo el nieto de Joaquín, representaba a la casa de David en el liderazgo político. El último sirvió como sumo sacerdote oficiando en cuestiones religiosas.
El establecimiento en Jerusalén
Por el séptimo mes del año de su retorno el pueblo se hallaba suficien­temente bien asentado en los alrededores de Jerusalén, para reunirse en masa y construir el altar del Dios de Israel y restablecer los sacrificios del fuego como estaba prescrito por Moisés (Ex. 29:38 ss.). En el décimo quinto día de ese mes, observaron la Fiesta de los Tabernáculos de acuerdo con los requerimientos escritos (Lev. 23:34 ss.). Con aquellas impresionantes fes­tividades, se restauró el culto en Jerusalén, de tal forma que la luna nueva y otras fiestas siguieron a su debido tiempo y en la época propicia. Con la restauración del culto, el pueblo proporcionó dinero y alimento para los albañiles y carpinteros quienes negociaron con los fenicios, para obtener materiales de construcción de acuerdo con el permiso otorgado por Ciro.
La construcción del templo comenzó en el segundo mes del próximo año, bajo la supervisión de Zorobabel y Josué. Los levitas de veinte años y mayores, sirvieron como capataces. Los cimientos del templo se pusieron durante una apropiada ceremonia con los sacerdotes vestidos con adecuados ornamentos y tocando las trompetas. Según las directrices dadas por David, rey de Israel, los hijos de Asaf ofrecieron alabanzas acompañadas por cím­balos. Aparentemente hubo un canto de antífonas, en donde un coro can­taba "Alabad a Dios porque es bueno" mientras que otro respondía con "Y su misericordia permanece para siempre". A partir de ahí la multitud reunida en asamblea se unió en una alabanza de triunfo. Pero no todos gri­taban con alegría, la gente anciana que todavía podía recordar la gloria y la belleza del templo de Salomón, lloraba amargamente dolorida.
Cuando los oficiales de Samaría oyeron decir que se estaba reconstru­yendo el templo, intentaron interferir, ya que aparentemente consideraban a Judá como parte de la provincia. Reclamando que ellos habían rendido culto al mismo Dios siempre, desde los tiempos de Esar-hadon (681-668 a. C.) que los había situado en Palestina, solicitaron de Zorobabel y de otros jefes que les permitiesen tomar parte en la construcción del templo. Cuando su solicitud fue denegada, se volvieron abiertamente hostiles y adoptaron una política de frustración y de desaliento a la colonia que luchaba entre sí. Y obstaculizaron el trabajo en el templo por todo el resto del reinado de Ciro y el de Cambises, incluso hasta el segundo año del reinado de Darío (520 a. C.).
Inserto en la narrativa de Esdras, en esta cuestión, está el informe de la subsiguiente oposición. Esdras 4:6-23 es el relato de la interferencia enemiga durante los días de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y el reinado de Artajerjes (464-424). Los forasteros, asentados en las ciudades de Samaría, apela­ron a Artajerjes para investigar los registros históricos concernientes a las rebeliones que habían tenido lugar en Jerusalén en tiempos pasados. Como resultado, se produjo un edicto real dando poderes a los samaritanos para detener a los judíos en sus esfuerzos para reconstruir la ciudad de Jerusalén. Puesto que Nehemías llegó a Jerusalén en el 444 a. C., autorizado por Ar­tajerjes para reconstruir las murallas, es verosímil que este decreto que fa­vorecía a los de Samaría fuese emitido en los primeros años de su reinado, presumiblemente con anterioridad a la llegada de Esdras en el 475 a. C.
El nuevo templo
En el año segundo de Darío (520 a. C.) los judíos acabaron el trabajo en el templo. Hageo, con el mensaje de Dios para la ocasión, conmovió a la gente y a los jefes recordándoles que habían estado tan absortos en reconstruir sus propias casas que habían descuidado el lugar del culto. En menos de un mes, Zorobabel y Josué llevaron al pueblo en un renovado es­fuerzo para reconstruir el templo (Hageo 1:1-15). Poco después, el profeta Zacarías colaboró con Hageo en estimular el programa de construcción (Zac. 1:1).
La reanudación de las actividades constructoras en Jerusalén captó inmediatamente la atención de Tatnai, el sátrapa de Siria, y de sus colegas, quienes representaban los intereses de Persia en aquella zona. Aunque ha­bían ido a Jerusalén para hacer una completa investigación, propusieron la acción, mientras aguardaron el veredicto de Darío. En una carta dirigida al rey persa, informaron de sus hallazgos concernientes al pasado y a los acontecimientos del presente, respecto a la erección del templo. Se ocupa­ron primeramente de la afirmación judía de que Ciro había garantizado el permiso para construir el templo.
Siguiendo esta advertencia, Darío ordenó una investigación en los ar­chivos de Babilonia en Ecbatana, capital de la Media. En esta última, se encontró un dikrona, anotándose en arameo el edicto de Ciro. Además de verificar este decreto, Darío emitió órdenes estrictas para que Tatnai y sus asociados se abstuvieran de interferir de ningún modo. También orde­nó que el tributo real de la provincia de Siria fuese entregado a los judíos para su programa de construcciones. También dio instrucciones para proporcionar un adecuado suministro que permitiesen sacrificios diarios de tal forma que los sacerdotes en Jerusalén pudiesen interceder por el bienes­tar del rey de Persia. Consecuentemente, la investigación de Tatnai que tenía intenciones injuriosas, providencialmente resultó no sólo en favor del apoyo político de Darío, sino también en la ayuda material de los distritos inmediatos oficiales, para el proyecto.
El templo fue completado en cinco años, 520-515 a. C. Aunque erigido en el mismo lugar, no podía tener la misma belleza ni el precioso acabado artesano que la estructura construida por David y Salomón, con la elaborada preparación que hizo el primero con sus infinitos recursos, Basándose en Macb. 1:21, y 4:49-51, se hace aparente que el resultado fue inferior. En el sagrado lugar del altar de los inciensos, se hallaban los sagrados orna­mentos y el candelabro de los siete brazos (Salomón en, su época había pro­visto generalmente al altar con diez candelabros). El arca del pacto se había perdido en el lugar más sagrado del templo. Josefo indica que cada ano, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote colocaba su incensario en la losa de piedra que marcaba la antigua posición del Arca.
Parrot, en sus estudios sobre el templo, concluye que los planes de Sa­lomón y del santuario, fueron seguidos probablemente por Zorobabel. Re­ferencias sueltas en Esdras y en los libros de los Macabeos, pueden servir solo como sugerencias. De acuerdo con Esdras 5:8, y 6:3-4, se emplearon grandes piedras con vigas de madera en la construcción de los muros. Las medidas dadas son incompletas en el presente texto. Una reciente interpre­tación de un decreto de Antíoco III de Siria (223-187) indica la existencia de un atrio interior y otro exterior. Todos eran admitidos al último, pero sólo los judíos que se habían conformado a la pureza de las leyes levíticas tenían permiso para entrar al atrio interior. Se hicieron también provisiones de habitaciones adecuadas donde almacenar los utensilios utilizados en el templo. Una de tales habitaciones fue apropiada por el amonita Tobías por un corto período, durante la época de Nehemías (Neh. 13:4-9).
Las ceremonias de dedicación para este templo tuvieron que haber sido algo impresionante. Complicadas ofertas consistentes en 100 toros, 200 carneros, 400 corderos y una ofrenda de 12 machos cabríos, representando las doce tribus de Israel. La última ofrenda significaba que este culto re­presentaba a la nación entera con quien se había hecho el pacto. Con este servicio de dedicación los sacerdotes y los levitas iniciaron sus servicios regulares en el santuario, según estaba prescrito para ellos, en la Ley de Moisés.
Al mes siguiente, los judíos observaron, la pascua. Con las adecuadas ceremonias de purificación, los sacerdotes y los levitas fueron preparados para oficiar en la celebración de esta histórica observancia. Los sacerdotes fueron así calificados para rociar la sangre mientras que los levitas mataban los corderos para la totalidad de la congregación. Aunque, originalmente, el cabeza de cada familia mata el cordero de pascua (Ex. 12:6), los levitas ha­bían sido asignados a esta obligación para toda la comunidad desde los días de Josías (II Crón. 30:17) cuando la mayor parte del laicado no estaba calificado para hacerlo. En esta forma, los levitas también aligeraban las extenuantes obligaciones de los sacerdotes, al ofrecer los sacrificios y rociaban la sangre (II Crón. 35:11-14).
Los israelitas que todavía estaban viviendo en Palestina, se unieron a los exiliados que volvían en esta alegre celebración. Separándose de las prácticas paganas a las cuales habían sucumbido, los israelitas renovaron su pacto con Dios a quien daban culto en el templo.
La dedicación del templo y la observancia de la pascua en la primavera del 515 a. C. marcaron una crisis histórica en Jerusalén. Las esperanzas de los desterrados se habían realizado al restablecer el templo como un lugar de culto divino. Al mismo tiempo, se les recordaba por la pascua la redención de la esclavitud de Egipto. También gozaron, con la realidad de volver a la patria procedentes del exilio en Babilonia.
La historia de Ester
El relato bíblico es casi completamente silencioso por lo que concierne al estado judío en Jerusalén desde el tiempo de la terminación del templo en el año sexto de Darío (515 a. C.) hasta el reinado de Artajerjes I, que comenzó en el 464 a. C. La historia de Ester constituye la principal fuente bíblica para este período. Históricamente está identificado con el reinado de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y está restringido al bienestar de los exiliados que no volvieron a Jerusalén.
Aunque el nombre de Dios no se menciona en el libro de Ester, la divina providencia y el cuidado sobrenatural aparecen por doquier. El ayuno está reconocido como una práctica religiosa. La fiesta del Purim conmemo­rando la liberación de los judíos, encuentra una razonable explicación, cuan­do los acontecimientos en el libro de Ester están reconocidos como el fon­do histórico. La referencia a esta fiesta en II Macab. 15:36, como el día de Mardoqueo, indica que era observada en el siglo II a. C. En los días de Josefo, el Purim era celebrado durante toda una semana (Antiquities, xi, 6:13). 
Susa, la capital de Persia, es el punto geográfico de interés en el libro de Ester. Desde los días de Ciro, había compartido la distinción de ser una ciudad real, como Babilonia y Ecbatana. El magnífico palacio de Jerjes ocupaba dos acres y medio de la acrópolis de esta gran ciudad elamita. Cro­nológicamente, los sucesos de Ester están fechados en el año tercero al duodécimo de Jerjes (ca. 483-471 a. C.).
Los judíos en la corte persa
De todo este vasto imperio que se extendía desde la India a Etiopía, Jerjes reunió a los gobernadores y oficiales en Susa por un período de seis meses, durante el tercer año de su reinado. En una celebración de siete días, el rey les atendió con banquetes y fiestas, mientras que la reina Vasti era la anfitriona en el banquete para las mujeres. Al séptimo día, Jerjes, intoxi­cado, solicitó la aparición de Vasti para mostrar su corona y belleza ante su festivo auditorio y los dignatarios del gobierno. Ella ignoró las órdenes del rey, rehusando con ello poner en peligro su real prestigio. Jerjes se puso furioso. Conferenció con los sabios, quienes le aconsejaron que depusiera a la reina. El rey actuó de acuerdo con este consejo y suprimió a Vasti de la corte real. Las mujeres de todo el imperio recibieron el aviso de honrar y obedecer a sus maridos a menos que quisieran seguir el ejemplo de Vasti.
Cuando Jerjes comprobó que Vasti había quedado relegada al olvido por su edicto real, dispuso la elección de una nueva reina. Se eligieron doncellas por toda Persia y fueron llevadas a la corte del rey en Susa. Entre ellas, estaba Ester, una huérfana judía que había sido adoptada por su primo Mardoqueo. A su debido tiempo, cuando las doncellas aparecieron ante el rey, Ester, que había escondido su identidad racial, fue favorecida por encima de todas las demás y coronada reina de Persia. En el séptimo año del reinado de Jerjes, ella recibió público reconocimiento y se celebró un banquete ante los príncipes.
El rey mostró su placer por el reconocimiento de Ester, como reina, al anunciar la reducción de tributos, al par que liberalmente distribuyó re­galos.
Con anterioridad a la elevación de Ester, Mardoqueo expresó su profun­da preocupación respecto al bienestar de su prima merodeando constante­mente por la corte real. De la misma forma, mantuvo estrecho contacto con Ester tras que hubo sido proclamada reina. Así es, como Mardoqueo, mientras que se hallaba cerca de las puertas de palacio, supo que dos guardias conspiraban para matar al rey. A través de Ester, el complot fue comunica­do a las autoridades competentes y los dos criminales fueron ahorcados. En la crónica oficial, Mardoqueo gozó del crédito de haber salvado la vida del rey.
Amenaza al pueblo judío
Aman, un miembro influyente de la corte de Jerjes, gozaba de un elevado puesto sobre todos los demás favoritos de la corte. De conformidad con la orden del rey, fue debidamente honrado por todos, excepto por Mardoqueo, que como judío rehusó prestar obediencia. Sabiéndolo, Aman no tomó ninguna medida para castigar a Mardoqueo. Sin embargo, Aman sabía que Mardoqueo era judío y en consecuencia desarrolló un plan para la ejecu­ción de todos los judíos. No solamente extendió el rumor y la sospecha sobre de que eran peligrosos para el imperio, sino que aseguró al rey de las enormes ganancias que se obtendrían de confiscar todos sus bienes y propiedades. El rey dio oídos a la sugerencia de Aman y prestó su sello real para dar la co­rrespondiente orden. En "consecuencia, en el décimo tercero día de Nisan (el primer mes) se publicó un edicto para la aniquilación de todos los judíos por todo el Imperio Persa. Aman designó el día décimo tercero de Adar (el mes duodécimo) como la fecha de la ejecución.
Por todas partes, este decreto al ser hecho público, hizo que los judíos respondiesen con ayunos y luto. Cuando el propio Mardoqueo apareció en las puertas del palacio vestido de saco y cubierto de cenizas, Ester le envió un traje nuevo. Mardoqueo rehusó la oferta y alertó a Ester de lo que concernía a la suerte de los judíos. Cuando Ester habló del peligro personal que implicaba el aproximarse al rey sin una invitación, Mardoqueo sugirió que ella había sido dignificada con la posición de reina para una oportunidad precisamente como aquella. Por lo tanto, Ester resolvió arries­gar su vida por su pueblo y solicitó que éste tuviera un ayuno de tres días.
Al tercer día, Ester apareció ante el rey. Ella invitó al rey y a Aman a cenar. En aquella ocasión no dio a conocer su preocupación verdadera, sino simplemente solicitó que el rey y Aman aceptasen la invitación para cenar al próximo día. En su camino a casa, Aman se enfureció de nuevo cuando Mardoqueo rehusó inclinarse ante él. Ante su esposa y a un grupo de amigos reunidos, se jactó de todos los honores reales que se le habían concedido, pero indicó que todas las alegrías se habían disipado por la actitud de Mardoqueo. Recibiendo el consejo de colgar a Mardoqueo, Aman inmediata­mente ordenó la erección de un cadalso para la ejecución.
Triunfo de los judíos
Aquella misma noche, Jerjes no pudo conciliar el sueño. Su insomnio pudo haber evocado en él el hecho de que algo había quedado sin hacer. No se le habían leído las crónicas reales. Inmediatamente, tras que supo para su sorpresa que Mardoqueo nunca había sido recompensado por descubrir el complot de palacio, hecho por los guardias, Aman llegó a la corte espe­rando tener la seguridad de la aprobación del rey para la ejecución de Mardoqueo. El rey preguntó en el acto a Aman qué debería hacerse por un hombre a quien el rey deseaba honrar. Aman, con la segura confianza de que se trataba de él, recomendó que tal hombre debería ser vestido con ropajes reales y escoltado por un noble príncipe a través de la plaza principal de la ciudad, montando el caballo del rey y proclamando como un alto oficial, como decisión del rey por tal alto honor. La sorpresa que re­cibió Aman fue indescriptible cuando supo que era Mardoqueo quien iba a recibir semejantes honores reales y que él mismo había sugerido.
Las cosas se precipitaron. En el segundo banquete, Ester no vaciló más. Valientemente y en presencia de Aman, la reina imploró al rey el que la salvara a ella y a su pueblo de la aniquilación. Cuando el rey inquirió quién había podido hacer tales proyectos para el pueblo de Ester, ella sin vacilar, señaló a Aman como el criminal instigador. Furioso el rey salió de la habitación real. Dándose cuenta de la seriedad de la situación, Aman rogó por su vida ante la reina. Cuando el rey volvió, encontró a Aman pos­trado en el diván real mientras que la reina permanecía sentada. Equivocan­do las intenciones de Aman, Jerjes ordenó la ejecución de Aman. Irónicamente, Aman fue colgado en la misma horca que él había preparado para Mardoqueo (Ester 7:10).
Tras la deshonrosa muerte de Aman, Mardoqueo se convirtió en un personaje influyente en la corte de Jerjes. El último edicto de matar a todos los judíos fue anulado inmediatamente. Además, con la aprobación del rey, Mardoqueo emitió un nuevo edicto estableciendo que los judíos pudieran vengarse por sí mismos de cualquier ofensa que se les hiciese. Los judíos se pusieron tan alegres con este anuncio, que muchos comenzaron a temer las consecuencias. No pocos adoptaron las formas exteriores de la religión judía con objeto de evitar la violencia.
La fecha crucial fue el décimo tercer día de Adar, que Aman había designado para la aniquilación de los judíos y la confiscación de sus propie­dades. En la lucha que siguió, miles de no judíos fueron muertos. Sin embargo, la paz fue pronto restaurada y los judíos instituyeron una celebra­ción anual para conmemorar su liberación. Purim fue el nombre que se dio a este día de fiesta porque Aman había determinado aquella fecha echándolo a suertes, o Pur.
Esdras el reformador
Cincuenta y ocho años pasaron en silencio entre Esdras 6 y 7. Se conoce muy poco respecto a los acontecimientos en Jerusalén desde la dedicación del templo (515 a. C.) hasta el retorno de Esdras (457) en el año séptimo de Artajerjes, rey de Persia.
Un breve informe de las actividades de Esdras en Jerusalén, y en el re­torno de los exiliados bajo su caudillaje, se da en Esdras 7:1-10:44.
I. Retorno de Esdras                                                                 Esdras  7:1-8:36
Cronológicamente, las fechas dadas en estos capítulos no cubren necesariamente más de un año. El siguiente parece ser el orden de los acontecimientos :
Nisán (primer mes)
1-3 acampamento junto al río Ahava.
4-11 preparación para la jornada.
12 comienzo de la jornada hasta Jerusalén.
Ab (mes quinto)
El primer día de este mes llegan a Jerusalén.
Kislev (mes noveno)
Asamblea pública convocada en Jerusalén tras de que Esdras es informa­do respecto a los matrimonios mixtos.
Tabeth (mes décimo)
Comienzo de la investigación sobre la culpabilidad de los grupos y final del primer día de Nisán.
El retorno de Esdras
Entre los exiliados de Babilonia, Esdras, un levita piadoso de la familia de Aarón, se dedicó al estudio de la Tora. Su interés en dominar la ley de Moisés, encontró expresión en un ministerio de enseñanza a su pueblo. Siempre dispuesto a volver a Palestina, Esdras apeló a Artajerjes para la aprobación de su movimiento de retorno a la patria. Para alentar a los exiliados a retornar a Jerusalén bajo el mando de Esdras, el rey persa emitió un decreto importante (Esdras 7:11-26), comisionando a Esdras para nombrar magistrados y jueces en la provincia judía. Además, Esdras recibió poderes para confiscar las propiedades y encarcelar o ejecutar a cualquiera de los que no estuviesen conformes.
Artajerjes hizo un generoso apoyo financiero aprovisionando la misión de Esdras. Generosas contribuciones reales, ofrendas hechas por libre vo­luntad de los propios exiliados y vasos sagrados para uso del templo, fueron dados a Esdras para el templo de Jerusalén. Artajerjes tenía tal confianza en Esdras que le entregó un cheque en blanco contra el tesoro real para cualquier cosa que estimara necesaria en el servicio del templo. Los gobernadores provinciales situados más allá del Eufrates, recibieron la orden de suministrar a Esdras en dinero y alimentos, bajo apercibimiento de que la familia real caería en el castigo de la ira del Dios de Israel. Para mayor ven­taja todavía, todos aquellos que estuviesen dedicados al servicio del templo, cantores, sirvientes, porteros, guardianes y sacerdotes, quedaron exentos de tributos.
Reconociendo el favor de Dios y alentado por el cordial y generoso apo­yo de Artajerjes, Esdras reunió a los jefes de Israel sobre las orillas del río <^hava en el primer día de Nisán Cuando Esdras notó que los levitas estaban ausentes nombró una delegación para llamar a iddo en Casifia. En respuesta, 40 levitas y 220 sirvientes del templo se unieron a la emigración. Ante el grupo expedicionario de 1.800 hombres y sus familias, Esdras con­fesó cándidamente que estaba avergonzado de pedir al rey protección de la policía. Ayunando y orando, apeló a Dios para su divina protección, al empezar el largo y traicionero viaje de casi 160 kms., hasta Jerusalén.
La marcha comenzó en el duodécimo día de Nisán. Tres meses y medio más tarde, en el primer día de Ab, llegaron a Jerusalén. Tras de que los sacerdotes y levitas comprobaran los tesoros y los vasos sagrados proceden­tes de Babilonia en el templo, los exiliados que habían retornado al hogar patrio ofrecieron elaboradas ofrendas en el atrio. A su debido tiempo, los sátrapas y gobernadores de toda Siria y Palestina aseguraron a Esdras el aporte de su ayuda y apoyo para el estado judío.
La reforma en Jerusalén
Un comité local de oficiales informó a Esdras de que ios israelitas eran culpables de haberse casado con habitantes paganos. Entre los participantes, incluso se hallaban jefes religiosos y civiles. Esdras no sólo se desgarró las vestiduras en señal de su profundo disgusto, sino que se arrancó los cabellos para expresar su indignación moral y su ira. Sorprendido y aturdido se sentó en el atrio del templo, mientras que el pueblo temía las consecuencias que se amontonaban en su entorno. AI tiempo del sacrificio del atardecer, Esdras se levantó de su ayuno y con los vestidos rotos, se arrodilló en oración, confesando audiblemente el pecado de Israel.
Una gran multitud se unió a Esdras mientras que oraba y lloraba públi­camente. Secanías, hablando por el pueblo, sugirió que existía la esperanza para ellos en una nueva alianza y aseguró a Esdras todo su apoyo para suprimir todos los males sociales. Inmediatamente, Esdras emitió un juramento de conformidad de los jefes del pueblo.
Retirándose a la cámara de Johanán por la noche, Esdras continuó ayu­nando, orando y llevando luto por los pecados de su pueblo. Mediante una proclamación por todo el país, el pueblo fue citado con urgencia, bajo pena de excomunión y pérdida de los derechos de sus propiedades, a reunirse en Jerusalén en el término de tres días. En el vigésimo día del mes de Kislev, se reunieron en la plaza cuadrada ante el templo.
Esdras se dirigió a la temblorosa congregación y le hizo saber la gravedad de su ofensa. Cuando el pueblo le expresó su buena voluntad a aceptar lo que ordenase, Esdras estuvo conforme en dejar a los oficiales que re­presentaban al pueblo que la congregación se disolviera, puesto que ya era la estación de las lluvias. Asistido por un grupo selecto de hombres y ayu­dado por representantes de varias partes del Estado judío, Esdras llevó a cabo un examen de culpabilidad de los grupos durante tres meses.
Una lista impresionante de sacerdotes, levitas y laicado, totalizando 114 personas, era culpable de haber contraído matrimonios mixtos. Entre los dieciocho sacerdotes culpables, había parientes próximos de Josué, el sumo sacerdote, que había retornado con Zorobabel. De hecho, una comparación de Esdras 10:18-22, con 2:36-39, indica que ninguno de los sacerdotes que habían vuelto estaba libre de haber contraído un matrimonio mixto. Sacrificando un carnero por cada ofrenda de culpabilidad, los grupos culpa­bles hicieron un solemne juramento de anular sus respectivos matrimonios.
Nehemías el gobernador
La historicidad de Nehemías no ha sido nunca puesta en duda por ningún erudito competente. Emergiendo como una de las figuras más destacadas en la era post-exílica, sirvió a su pueblo efectivamente desde el año 444 a. C. Perdió sus derechos a la posición que disfrutaba en la corte persa para servir a su propia nación en la reconstrucción de Jerusalén. Su desven­taja física como eunuco, se convirtió en un mérito en su devoto servicio y distinguido liderazgo durante los años que fue un activo gobernador del Estado judío.
Esdras había estado en Jerusalén trece años cuando llegó Nehemías. Mientras que el primero era un escriba instruido y un maestro, el último demostró una fuerte y agresiva capacidad de conducción política en los asuntos públicos. El éxito de la reconstrucción de las murallas a despecho de la posición del enemigo, proporcionó seguridad para los exiliados que retornaron, de tal forma, que podían dedicarse por sí mismos, bajo la jefatura de Esdras, a las responsabilidades religiosas que estaban prescritas por la ley. En esta forma, el gobierno de Nehemías procuró las más favora­bles condiciones para el engrandecido ministerio de Esdras.
Las fechas cronológicas dadas en Nehemías, suponen doce años para el primer término de Nehemías como gobernador, comenzando en el vigésimo año de Artajerjes (444 a. C.). En el duodécimo año de su término (Neh. 13: 6), Nehemías volvió a Persia (432). No se indica qué pronto volvió a Jerusa­lén o cuánto tiempo continuó como gobernador.
Los sucesos relatados en Neh. 1-12, pudieron todos haber ocurrido durante el primer año de su mandato. En el primer día del primer mes, Nisán, (444 a. C.), Nehemías recibió seguridad para su vuelta a Jerusalén (Neh. 2: 1). Siendo un hombre de acciones decisivas, indudablemente debió salir sin pérdida de tiempo. La reparación de las murallas fue completada en Elul, el mes sexto (Neh. 6:15). Puesto que este proyecto fue comenzado unos pocos días después de su llegada y completado en cincuenta y dos días, el tiempo permitido para su preparación y viaje es de aproximadamente de cuatro meses. Durante el mes séptimo (Tishri) Nehemías cooperó totalmente con Esdras en las observancias religiosas (Neh. 7-10), continuó su empadro­namiento y muy verosímilmente dedicó las murallas en el período inmediata­mente siguiente (Neh. 11-12). Excepto por unas pocas declaraciones que resumen la política de Nehemías, el lector queda con la impresión de que todos esos acontecimientos ocurrieron dentro del primer año después de su retorno.
Comisionado por Artajerjes
Entre los miles de judíos exiliados que no habían retornado a Judá, estaba Nehemías. En su busca del éxito, había sido especialmente afortunado en ocupar un alto cargo entre los oficiales de la corte persa, siendo copero de Artajerjes Longimano. Viviendo en la ciudad de Susa, aproximadamente a 160 kms. al nordeste del Golfo Pérsico, se hallaba confortablemente situado en la capital de Persia. Cuando le llegó el informe de que las mura­llas de Jerusalén estaban todavía en ruinas, Nehemías se sintió dolorosa-mente sorprendido. Durante días y días ayunó y llevó luto, lloró y rogo por su pueblo en Jerusalén.
La oración registrada en Neh. 1:5-11, representa la esencia de la inter­cesión de Nehemías durante este período de luto y de llanto. Refleja su familiaridad con la historia de Israel, el pacto del monte Sinaí, la ley dada a Moisés que había sido rota por Israel y la promesa de la restauración por los migrantes arrepentidos. Nehemías reconoció al Dios del pacto como al Dios de Israel y de los cielos, apelando a El para que fuese miseri­cordioso con Israel. En conclusión, pidió que Dios pudiera concederle a él el favor del rey de Persia, su dueño.
Tras tres meses de oración constante, Nehemías se hallaba encarado con una dorada oportunidad. Mientras esperaba, el rey se dio cuenta de la enorme tristeza de Nehemías. A la pregunta de su rey, Nehemías con, miedo y temblando expresó su dolor por la caótica condición de Jerusalén. Cuando Artajerjes, graciosamente, le pidió que declarase sus deseos, Nehemías se apresuró a orar en silencio y pidió, valientemente, al rey que le enviase a reconstruir Jerusalén la ciudad de los sepulcros de sus padres. El rey de Persia, no sólo autorizó debidamente a Nehemías para llevar a cabo tal misión, sino que envió cartas en su nombre a todos los gobernadores de más allá del Eufrates para que le suministrasen materiales de construcción para las murallas y las puertas de la ciudad, lo mismo que para su casa particular. 
La misión en Jerusalén
La llegada de Nehemías a Jerusalén, completada con oficiales del ejército y con caballería, alarmó a los gobernadores circundantes. Acompañado por un pequeño comité, Nehemías pronto hizo un plan para recorrer la ciu­dad de noche inspeccionando la condición de las murallas. Una vez allí, reunió al pueblo y lo enfrentó con el propósito de reconstruirlas. Entusiástica­mente encontró el más caluroso apoyo por parte de todos. Como eficiente organizador, Nehemías asignó al pueblo las diferentes puertas y secciones de las murallas de Jerusalén (3:1-32).
Tal súbita e intensa actividad, hizo surgir la oposición de las provincias circundantes. Jefes influyentes, tales como Sanbalat el horonita, Tobías el amonita, y Gesem el árabe, culparon a los judíos con la rebelión, tan pron­to como comenzó el trabajo. Cuando comprobaron que el proyecto de reparación iba desarrollándose con gran rapidez, se enfurecieron hasta el punto de organizar una resistencia. Sanbalat y Tobías, ayudados por los árabes, los amonitas y los asdoditas, hicieron planes para atacar a Jerusalén.
Por aquel tiempo, la muralla se hallaba completada hasta la mitad de su altura. Nehemías no solo oró, sino que nombró guardias, día y noche. A todo lo largo de la parte más baja de la muralla, el deber de la guardia fue confiado a varias familias. Con la comprobación de que los enemigos esta­ban fracasados en su proyecto, por este eficiente y efectivo sistema de la guardia, los judíos reunieron sus esfuerzos para la construcción. Una mitad del pueblo continuó con las reparaciones con, la espada dispuesta, mientras que la otra mitad permanecía en guardia permanente. Además de todo esto, al toque de la trompeta, todos los que estaban bajo órdenes se apresuraban a acudir inmediatamente al punto de peligro para resistir el ataque enemigo. No se permitió a ninguno de los trabajadores salir de Jerusalén. Trabajaron desde el amanecer hasta el crepúsculo y permanecían de guardia durante la noche.
El esfuerzo intensivo para completar la reparación de las murallas, fue especialmente difícil para las clases más pobres del pueblo. Económica­mente encontraron demasiado duro pagar tributos e impuestos, intereses, y socorrer a las familias mientras ayudaban a reconstruir las murallas. Algunos incluso se encararon con el propósito de hacer esclavos a sus hijos en lugar de aumentar sus deudas. Inmediatamente, Nehemías convocó una asamblea pública y exigió una promesa de los agresores de devolver al pueblo necesi­tado lo que les había sido tomado. Los pagos con intereses fueron cancela­dos. Como administrador el propio Nehemías dio el ejemplo. Dejó de perci­bir del pueblo sus derechos de gobierno en alimentos y en dinero durante los doce años de su primer período, como habían hecho sus antecesores. Además, 150 judíos y oficiales que visitaban Jerusalén fueron huéspe­des de la mesa de Nehemías gratuitamente. Ni él ni sus sirvientes adquirie­ron hipotecas sobre la tierra por préstamos de dinero y grano, al ayudar al necesitado. En esta forma, Nehemías resolvió efectivamente la crisis econó­mica durante los días cruciales de la reparación.
Cuando los enemigos de los judíos oyeron que las murallas se hallaban casi completas a despecho de la oposición que habían ofrecido, esbozaron planes para embaucar a Nehemías. Cuatro veces, Sanbalat y Gesem le invitaron a encontrarse con ellos en uno de los poblados del valle del Ono. Sospechando sus malas intenciones, Nehemías declinó la invitación, dando la razonable excusa de que estaba demasiado ocupado. La quinta tentativa fue una carta abierta de Sanbalat, acusando a Nehemías con planes para la rebelión y de tener la personal ambición de ser rey. Con la advertencia de que esto podría ser informado al rey de Persia, Sanbalat urgió a Nehe­mías, para que se reuniera con ellos y discutir la cuestión. Nehemías valientemente replicó a tal amenaza acusando a Sanbalat de utilizar su ima­ginación. Al misino tiempo, elevó una oración a Dios para que reforzase su responsabilidad.
El próximo paso de sus enemigos, fue reprochar a Nehemías ante su propio pueblo. Astutamente, Sanbalat y Tobías se valieron de un falso profeta, Semaías, para intimidar y engañar al gobernador judío. Cuando Nehemías tuvo ocasión de hablar con Semaías, que se había confinado en su residencia, el falso profeta sugirió que buscasen refugio en el templo, y advirtió a Nehemías del complot que se había urdido para matarle. Enfáticamente Nehemías contestó: ¡No! En primer lugar, él no quería huir a ninguna parte. Por lo demás, no quería refugiarse en el templo. Induda­blemente, Nehemías previo que tal acto le expondría a una severa crítica de parte de su propio pueblo y tal vez al juicio de Dios por entrar en el templo, puesto que él no era sacerdote. Se dio cuenta de que Semanías era un falso profeta que había sido alquilado por Sanbalat y Tobías. Puesto en ora­ción, Nehemías expresó su deseo de que Dios, no solamente recordase a los Jos enemigos suyos, sino también la falsa profetisa Nodías y oíros falsos profetas que trataban de intimidarle.
Añadido a todos esos problemas, estaba el hecho de que Tobías y su hijo Johanán estaban relacionados con familias prominentes en Judá. El suegro de Tobías, Secanías, era el hijo de Ara, quien retornó con Zorobabel (Esdras 2:5) y el suegro de Johanán, Mesulam, era un activo participante en la reconstrucción de las murallas (Neh. 3:4, 30). Incluso el sumo sacerdote Eliasib estaba aliado con, Tobías aunque esta relación no esté establecida. En consecuencia, había una frecuente correspondencia entre Tobías y aquellas familias de Judá. Este efectivo canal de comunicación hizo las cosas más difíciles a Nehemías, ya que sus acciones y planes eran constantemente puestas en conocimiento de Tobías. Aunque los parientes de Tobías dieron informes complementarios respecto a sus buenas acciones, Nehemías tenía la certeza de que Tobías sólo albergaba malas intenciones hacia el pueblo de Jerusalén.
A pesar de estas oposiciones y dificultades, la muralla de Jerusalén fue completada en cincuenta y dos días. Los enemigos quedaron frustrados e impresionados de las naciones circundantes, comprobando que de nuevo, Dios había favorecido a Nehemías. El éxito de la terminación del proyecto de reparación de Nehemías de cara a la oposición puesta por sus enemigos, estableció el respeto y el prestigio del estado judío entre las provincias al oeste del Eufrates.
La reforma bajo Esdras
Con Jerusalén segura dentro de sus murallas, Nehemías volvió su aten­ción a otros problemas. Un sistema de guardia esencial para prevenir ataques enemigos, fue confiado a Hanani, el hermano de Nehemías, y a Hananías, que ya estaba a cargo de la ciudad anexa a la zona del templo por el norte. Además de los guardianes de las puertas que eran responsables del atrio, Ne­hemías reclutó cantores y levitas, asignándoles a puestos en las puertas y murallas de la totalidad de Jerusalén.
El personal civil que vivía dentro de Jerusalén, fue encargado de mon­tar guardia durante la noche en las partes respectivas próximas a sus casas. Aunque habían pasado noventa años desde que la ciudad fue reedificada, existían zonas pobladas a grandes trechos que la defensa resultaba inadecua­da. Encarándose con este problema, Nehemías hizo un llamamiento a los jefes para registrar a todo el pueblo en la provincia con objeto de reclutar alguna parte de sus habitantes para establecerla en Jerusalén. Mientras con­templaba la ejecución de su plan, encontró el registro genealógico del pue­blo que había retornado del exilio en los días de Zorobabel. Con excepción de pequeñas variaciones, que podían ser atribuidas a errores cometidos por los escribas o a la trascripción, este registro en Neh. 7:6-73 es idéntico a la lista registrada en Esdras 2:3-67.
Antes de que Nehemías tuviera la oportunidad de ejecutar sus planes, el pueblo comenzó a reunirse para las actividades religiosas del séptimo mes. Tishri, durante el cual se observaban la fiesta de las Trompetas, el día de la Expiación y la fiesta de los Tabernáculos (Lev. 23:23-43). Nehemías apoyó completamente al pueblo en su devoción religiosa, su nombre aparece el primero en la lista de aquellos que firmaron el pacto (Neh. 10:1). Indu­dablemente, su programa administrativo dio precedencia a las actividades re­ligiosas durante este mes y fue resumido con renovado esfuerzo en el subsi­guiente período. Nehemías, que no era sacerdote, queda relegado durante las actividades religiosas, siendo solamente mencionado dos veces, en Neh. 8-10.
Esdras, el sacerdote y escriba, emerge como el líder más sobresaliente. Habiendo llegado antes como un maestro de fama en, la enseñanza de la ley, sin duda alguna, era bien conocido por la gente en toda la provincia. Aun­que no está registrado en Esdras o en Nehemías, es de lo más razonable asu­mir que Esdras había en años anteriores reunido al pueblo para la obser­vancia de las fiestas y las estaciones. Aquel año el pueblo tenía una podero­sa razón para hacer una celebración más importante que nunca. Tras las cerradas murallas de Jerusalén, pudo reunirse en paz y seguridad, sin temor a ningún, ataque enemigo. Indudablemente, la moral del pueblo tuvo que haberse reforzado mediante el liderazgo que con tanto éxito había ostentado Nehemías.
La fiesta de las Trompetas distinguía el primer día del séptimo mes, de todas las otras nuevas lunas. Conforme el pueblo se reunía aquel año en la puerta de las Aguas al sur del atrio del templo, unánimemente solicitaba de Esdras que leyese la ley de Moisés. Situado sobre una plataforma de madera, leyó la ley a la congregación que permaneció de pie desde el amanecer hasta el mediodía. Para ayudar al pueblo, a su comprensión, los levitas exponían, la ley intermitentemente mientras que Esdras leía. Cuan­do la lectura arrancó lágrimas de los ojos del pueblo, Nehemías, ayudado por Esdras y los maestros levitas, les amonestó a regocijarse y a hacer de aquella festiva ocasión, una oportunidad para compartir los alimentos pre­parados en una común camaradería.
El segundo día, los representantes de las familias, los sacerdotes y los levitas, se reunieron con Esdras para un cuidadoso estudio de la ley. Cuando comprobaron que Dios había revelado mediante Moisés que los israelitas tenían que habitar en casetas para la observancia de la fiesta de los Taber­náculos (Lev. 23:39-43), instruyeron al pueblo mediante una pública pro­clamación. Con entusiasmo, el pueblo salió a las colinas y trajeron ramas de olivo, mirtos, y hojas de palmera en abundancia, erigiendo casetas por todas partes, sobre los tejados de las casas, en, privado y en público, en los patios, y en las plazas públicas. Tan amplia fue la participación que resultó la más importante y festejada observancia de la fiesta de los Tabernáculos desde los días de Josué, que había conducido a Israel a la conquista de Canaán.
La ley fue leída públicamente cada día durante los siete días de esta fiesta (Tishri 15-21). En el octavo día hubo una sagrada convocatoria y se ofrecieron los sacrificios prescritos.
Tras dos días de tregua, el pueblo volvió a reunirse para la oración y el ayuno. Esdras y los levitas asistentes dirigieron los servicios públicos, conduciendo al pueblo en la lectura de la ley, la confesión del pecado y la ofren­da de gracias a Dios. En una larga y significativa plegaria (9:6-37) la justicia y la misericordia de Dios fueron debidamente reconocidas.
En un pacto escrito, firmado por Nehemías y otros representantes de [a congregación, el pueblo se ligó mediante un juramento obligándose a mantener la ley de Dios que había sido dada mediante Moisés. Dos leyes fueron escritas con especial énfasis: los matrimonios mixtos con paganos y la observancia del sábado. Esta última, no sólo impedía toda actividad comercial en el sábado, sino que incluía la observancia de otras fiestas y la promesa de barbechar las tierras cada siete años.
La implicación de este compromiso era realista y práctica. Cada in­dividuo estaba obligado a pagar anualmente un tercio de un siclo para la ayuda del ministerio del templo lo que aseguraba la constante provisión de los panes ácimos, y las ofrendas especiales diarias y las de los días festivos. La madera para las ofrendas se recaudaba en conjunto. El pueblo reconocía su obligación de dar el diezmo, los primeros frutos, el primogénito y otras contribuciones prescritas por la ley. Mientras que el primogénito y los primeros frutos eran llevados a los sacerdotes al templo, el diezmo podía ser recaudado por los levitas en toda la provincia y traído por ellos para ser depositado en las cámaras del templo. En esta forma, el pueblo hacía un compromiso público para no descuidar la casa de Dios.
El programa de Nehemías y su política
Nehemías concluyó la ejecución de su plan, para incrementar la población de Jerusalén, asegurando así la defensa civil. El estaba convencido de que aquello era una orden divina (Neh. 7:5). Indudablemente, puso el empadro­namiento al día utilizando el registro genealógico de la época de Zorobabel. Se consiguió que una décima parte de la población cambiase de residencia y fuese a vivir a Jerusalén. De este modo, las zonas escasamente habitadas dentro de la ciudad estuvieran suficientemente ocupadas para proporcionar una adecuada defensa de la ciudad.
El registro de que aquellos que vivían en Jerusalén y poblaciones circun­dantes (Neh. 11:3-36) representa la población como estaba en los días de y Nehemías. Los residentes en Jerusalén fueron catalogados por cabezas de familia, mientras que los habitantes de toda la provincia, lo eran simplemente anotados por poblaciones. El registro de sacerdotes y levitas (Neh. 12:1-26) en parte procede del tiempo de Zorobabel y se extiende al tiempo de Nehemías.
La dedicación de las murallas de Jerusalén implicó a la totalidad de la provincia. Los jefes civiles y religiosos y otros participantes fueron organizados en dos procesiones. Encabezados por Esdras y Nehemías, una procedía hacia la derecha y la otra hacia la izquierda, al marchar sobre las murallas de Jerusalén. Cuando los dos grupos se encontraron en el templo, se hizo un gran servicio de acción de gracias con música proporcionada por orquesta y coros. Se presentaron abundantes sacrificios como expresión de alegría y acción de gracias. Incluso las mujeres y los niños compartieron, el gozo de aquella festiva ocasión al participar en las fiestas que acompañaban a las ofrendas. Tan extensas y alegre fue la celebración, que el triunfante ruido fue oído desde muy lejos.
Como un eficiente administrador, Nehemías organizó a los sacerdotes y levitas para cuidarse de los diezmos y otros contribuciones hechas por el pueblo (Neh. 12:44 ss.). Desde varias poblaciones de la provincia, aquellos obsequios fueron apropiadamente canalizados hacia Jerusalén mediante le­vitas responsables, de tal forma que los sacerdotes y levitas pudieron efecti­vamente llevar a cabo sus deberes.
Los cantores y los guardianes de las puertas de la ciudad, también reci­bieron su regular apoyo, para que pudieran prestar sus servicios como estaba prescrito por David y Salomón (II Crón. 8:14). El pueblo se gozaba con el ministerio de los sacerdotes y levitas, y los apoyaba, de todo corazón, en la ministración del templo.
La lectura del libro de Moisés les hizo conscientes del hecho de que los amonitas y moabitas no deberían ser bienvenidos en la asamblea judía. Se hizo lo preciso para conformar todo aquello con la ley.
Durante su duodécimo año de gobernador de Judá (ca. 432 a. C.), Ne­hemías hizo un viaje de vuelta a Persia. La duración de su estancia no está indicada, pero tras algún tiempo Artajerjes de nuevo le dio permiso para volver a Jerusalén.
Durante el tiempo de la ausencia de Nehemías, prevaleció la laxitud religiosa. Eliasib, el sumo sacerdote, había concedido a Tobías el amonita, una cámara en el atrio del templo. No se habían pagado las retribuciones a los levitas y los cantores del templo. Y desde que el pueblo había descuidado en llevar las ofrendas diarias, para lo cual se había acordado el diezmo y los primeros frutos a los levitas, éstos salieron al campo a hacer su vida.
Nehemías se indignó cuando descubrió que la cámara dedicada a alma­cenar las provisiones levíticas, había sido ocupada por Tobías el amonita. Inmediatamente, arrojó fuera el mobiliario y los adornos, ordenó la reno­vación de las cámaras, restauró los utensilios sagrados y restituyó las ofrendas y el incienso.
El siguiente paso fue llamar a los oficiales a que dieran cuenta de sus actos. Valientemente, Nehemías les acusó de haber descuidado el templo fallando en recaudar el diezmo. Los hombres a quienes consideró dignos de confianza, fueron nombrados tesoreros de los almacenes. Los levitas volvie­ron a recibir sus asignaciones. Nehemías nuevamente expresó mediante una plegaria su deseo de que Dios recordase las buenas acciones hechas ante­riormente respecto del templo y su personal.
La observancia del sábado fue el paso siguiente. No solamente los judíos habían trabajado en el sábado, sino que habían permitido a los tirios resi­dentes en Jerusalén, el que promovieran negocios en, ese día. Advirtió a los nobles de Judá que aquel había sido el pecado que precipitó a Judá en el cautiverio y la destrucción de Jerusalén. En consecuencia, Nehemías ordenó que las puertas de Jerusalén fuesen cerradas en el sábado. Ordenó a sus servidores y a los guardias que detuvieran el tráfico comercial. Una adver­tencia personal de Nehemías terminó con la llegada en el sábado de merca­deres y comerciantes que tuvieron que esperar a que se abrieran las puertas de la ciudad, al final del día sagrado.
Los matrimonios mixtos fueron el mayor problema con que Nehemías tuvo que enfrentarse. Algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, Níoab, y Amón. Puesto que los niños hablaban la misma lengua que sus ma­dres, es muy probable que aquella gente viviese en los extremos del estado judío. De aquellos hombres que se habían casado con mujeres paganas, Ne­hemías obtuvo el juramento para desistir de tales relaciones recordándoles que incluso Salomón había sido conducido al pecado por sus esposas ex­tranjeras.
Con el nieto de Eliasib, el sumo sacerdote, Nehemías tomó drásticas medidas. Se había casado con la hija de Sanbalat, gobernador de Sama­ría, quien había causado problemas sin fin a Nehemías durante el año en que los judíos restauraban las murallas de Jerusalén. Nehemías lo expulsó inmediatamente de Judá.
Con un breve sumario de las reformas religiosas y provisiones para el adecuado servicio del templo, Nehemías concluye el relato de sus actividades. Celoso y entusiasmado siempre por la causa de Dios, pronuncia una oración final: "Acuérdate de mí, Dios mío, para bien".



No hay comentarios:

Publicar un comentario