CITAS BIBLICAS EN LA BIBLIA
A1 comparar Escritura con
Escritura y rastrear los pasajes paralelos y análogos de las varios
escritores sagrados, el intérprete continuamente tropieza con citas,
más o menos exactas que un escritor hace de otros. Estas citas pueden
distribuirse en cuatro clases: 1) Pasajes paralelos del A. Testamento
y citas hechas por escritores recientes de otros libros más antiguos;
2) citas neotestamentarias del A. Testamento; 3) citas en el N.
Testamento, de origen neotestamentario; y 4) citas de escritos
apócrifos y tradición oral. Las variantes verbales de muchas de estas
citas, las fórmulas y métodos para citar y las ilustraciones que
suministran de los propósitos y maneras de las Santas Escrituras, son
todos asuntos de gran importancia para el exegeta bíblico.
Como ejemplos de cada una de estas
clases de citas, mencionamos, primeramente, tablas genealógicas, como
en Gén. 11:10‑26, comparado con 1 Crón. 1:17‑27 y Gén. XLVI compar.
con Núm. XXVI. El Salmo VIII es substancialmente idéntico con 2 Sam.
XXII. Lo mismo es cierto de 2 Rey. XVIII‑XX e Isaías XXXVI‑XXXIX, 2
Rey. XXIV, XXV y Jer. LII. Hallamos grandes porciones de los libros de
Samuel y Reyes, en los libros de Crónicas; y existen numerosos
paralelos textuales como el Salmo 42: 7 y Jonás 2:3.
Las citas
del A. Testamento que se hallan en el Nuevo son numerosas en
carácter
y en forma. En la mayoría de los casos están tomados al pie de
la
letra, o casi al pie de la letra, de la Septuaginta; en
algunos casos
son una traducción del texto hebreo, más exacta que la de la
Septuaginta (Mat. 2:15, compár. con el hebreo y la Septuaginta
de
Oseas 11:1; Mat. 8:17, comp. con Isaías 53:40. Algunas de las
citas
difieren notable mente tanto del hebreo como de la
Septuaginta, en
tanto que otros fueron, al parecer, construidos usando las dos
fuentes. A veces varios pasajes del A. Testamento están
mezclados, como en 2 Cor. 6:16‑18, donde se hace uso de Éxodo
29:45;
Lev. 26:12; Isaías 52:11; .Ter. 31:1, 9, 33; 32:38; Ezeq.
11:20;
36:28; 37:27; Zacar. 8:8. Algunas veces el pasaje del A.
Testamento
está meramente para fraseado, o se da únicamente la idea o la
sustancia, mientras que en otros casos se hace meramente una
referencia o insinuación del pasaje (comp. Prov. 18:4; Isaías
12:3;
4,4:3, con Juan 7:38. Isaías 40: 1‑3, con Efes. 5:14. Oseas
14:2, con
Hebr. 13:15 ). En el N. T. es evidente que las muchas
porciones
paralelas de los evangelios de ben haberse derivado de algunas
fuentes
común, oral o escrita, o de ambas cosas. En Act. 20:35, Pablo
cita un
dicho del Señor que no se halla en ninguna parte. Pedro
demuestra un
conocimiento de las epístolas de Pablo (2 Pedro 3:15‑16), y en
el
segundo capítulo de su segunda epístola se apropia mucho de la
Epístola de
Judas. Finalmente, las citas de apócrifos y otras fuentes, y
alusiones a los mismos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, son numerosas. Así, en el A. T. se nos habla de
"El libro
de las Batallas de Jehová" ( Núm. 21:14 21:14), "El libro de
Jasher" (Josué
10:13), "El libro de los Hechos de Salomón" (1 Rey. 11:4.1),
"El libro
de Semeías" (2 Crón. 12:15 ) y numerosos otros, citados o
mencionados.
Judas, al parecer, cita del libro
pseudo‑epigráfico (x) de Enoch 3T también alude a tradiciones acerca
de la caída de los ángeles y a la disputa de Miguel con el Diablo
acerca del cuerpo de Moisés, (Judas 6, 9, 14.). A los magos que se
opusieron a Moisés Pablo los llama "Jannes y Jambres" (2 Tim. 3: 8),
nombres transmitidos, probablemente, por tradición oral. Muchas
tradiciones semejantes se abrieron paso a los Targums, el Talmud y la
literatura judía apócrifa y pseudo‑epigráfica. El hecho dé citar
tales obras o de hacer alusión a ellas, no les da autoridad canónica.
Un apóstol u otro escritor bíblico, dirigiéndose a auditorios
familiarizados con tales tradiciones, podía, correctamente, referirse
a ellas con objetos homiléticos, sin que con esa conducta tuviese la
idea de suponer su veracidad o de declararla. En forma análoga Pablo
usa citas de los poetas griegos Aratus. Menander y Epimenides (Act.
17:28; I Cor. 15: 33; Tito 1:12). El gran número de pasajes paralelos,
tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, es evidencia de una
armonía y relación orgánica de Escritura a Escritura, de un género lo
más notable. Una vez escritos, los oráculos de Dios se convirtieron en
tesoro público y privado de su pueblo. Todo pasaje que se considerase
útil para un objeto dado fué usado por profetas y apóstoles como
posesión común. Entendidas estas cosas, hay poco en la materia o
estilo de las citas de las Escrituras en las Escrituras que pueda
inquietar al intérprete. Como ya lo hemos visto, la comparación de
pasajes paralelos es un gran auxilio en la exposición, y algunos
pasajes se hacen claros y se llenan de fuerza únicamente cuando se les
lee a la luz do sus paralelos. Las discrepancias que se alegan
entre estas diserta) esos pasajes las trataremos en otro capítulo;
aquí sólo tratamos, en forma especial, de las citas del A. T. en el
Nuevo. Como hemos dicho, éstas son tan numerosas en carácter y en
forma que debemos examinar (1) las fuentes de la cita, (2) las
fórmulas y los métodos para la cita, y (3 ) los propósitos de las
varias citas.
I. Hoy se admite generalmente que
las fuentes de donde los escritores del N. T. traen sus citas son, el
texto hebreo del A. T. y la versión del mismo, llamada Septuaginta.
Antiguamente algunos sostenían que sólo habían hecho uso de la
Septuaginta; otros, considerando que semejante opinión era poco
honorable para las Escrituras hebreas, sostenían, con la misma
vivacidad, que los apóstoles y los evangelistas deben siempre haber
citado del hebreo, y aunque las citas se hallaban en las palabras
exactas de la Septuaginta se creyó que dos traductores podrían haber
empleado el mismo lenguaje, pero un estudio más tranquilo ha relegado
esas discusiones a una posición anticuada. Es un hecho bien conocido
que la Septuaginta estaba en uso general entre los hebreos helenistas.
Los escritores del N. T. la siguen en algunos pasajes donde difiere
ampliamente del hebreo. Una comparación crítica de todas las citas del
N. T. tomadas del Antiguo demuestra, sin dejar lugar a dudas, que en
la gran mayoría de los casos la Septuaginta y no el texto hebreo fue
la fuente de donde citaron los escritores.
Pero se nota que esos escritores
no siguen uniformemente ninguna de las dos fuentes. La versión
Septuaginta de Malaquias 3:1, es una traducción exacta del hebreo,
pero Mateo, Marcos y Lucas armonizan literalmente en una versión que
es notablemente diferente. En pacas palabras: es imposible descubrir
regla alguna que explique el motivo de todas las variantes entre las
citas y los textos Hebreo y Septuaginta. A veces la variante es un
mero cambio de persona, número o tiempo; a veces consiste en una
transposición de palabras; otras veces en la omisión o adición de
palabras. En muchos casos sólo se da el sentido general y
frecuentemente la cita no es más que una alusión o referencia, no una
cita formal. En vista de todos estos hechos, parece mejor entender que
los escritores sagrados no siguieron ningún método uniforme al citar
las antiguas Escrituras. Ambos textos, el Hebreo y la Septuaginta
les eran familiares, pero la exactitud textual no tenía peso especial
para ellos. Desde la niñez se les había enseñado, pública y
privadamente, el contenido de las Escrituras (2 Tim. 3:15) y estaban
acostumbrados a citarlos en conversaciones familiares sin tratar de
hacerlo con exactitud verbal. Con ellos, como pasa entre nosotros, una
cita incorrecta podía generalizarse en labios del pueblo y aunque
muchos supieran que difería del texto verdadero podía, para todo
objeto práctico, considerársela suficientemente correcta. ¡Cuán pocos
hoy recitan el Padre Nuestro con exactitud! De la misma manera, sin
duda, los escritores sagrados, en muchos casos, hicieron uso de las
Escrituras sin cuidarse de confrontar la cita con la letra exacta del
texto Hebreo o de la común versión Septuaginta. Probablemente, en la
mayoría de los casos, citaron de memoria guardándoles el Espíritu
Santo de errores vitales (Juan 14:26>. La idea de que la inspiración
divina necesariamente obliga a que haya uniformidad verbal entre los
sagrados escritores es una suposición innecesaria e insostenible. La
variedad marcó tanto las porciones como las relaciones sucesivas de
Dios (Hebr. 1:1).
II. Las fórmulas introductorias
mediante las cuales es introducen las citas del A. T. son muchas y
variadas y algunos las han considerado como una especie de índice o
clave dirigida al objeto particular de cada cita, pero hallamos
distintas fórmulas empleadas por distintos escritores para introducir
un mismo pasaje, así que no podemos suponer que en todos los casos la
fórmula usada vaya a dirigirnos al objeto especial de la cita. Las
fórmulas más comunes son: "Está escrito", "Así está escrito", "Según
lo que está escrito", "La Escritura dice", "Fue dicho", "Según lo que
está dicho", pero también se usan muchas otras. Los escritores
rabínicos usan las mismas fórmulas. En ocasiones se menciona el lugar
de donde se toma la cita, como en Marc. 12:26; Act. 13:33 y Rom. 11:2;
pero con mayor frecuencia sólo se menciona a Moisés, la Ley, Isaías,
Jeremías o algún otro profeta, como escribiendo o diciendo lo que se
cita; se presume que las personas a quienes se dirigían estaban
tan familiarizadas con los escritos sagrados que no necesitaban
referencias más minuciosas.
"Además de las citas introducidas
por estas fórmulas, hay un número considerable esparcidas en los
escritos de los apóstoles, insertadas en la estructura de sus propios
pensamientos y observaciones sin anuncio alguno de que se esté citando
a alguien. Al lector poco observador, los pasajes así citados le
parecen formar parte de las propias palabras del escritor apostólico y
es sólo mediante un conocimiento profundo del A. T. y una cuidadosa
comparación de él con el Nuevo como se descubren esas citas. Y tanto
menos se notan estas citas cuanto que nuestra versión (la castollana,
lo mismo que la inglesa) está tomada directamente del original hebreo,
en tanto que los apóstoles, siguiendo la versión Septuaginta, (griega)
a veces no dejan rastro quo el lector vulgar pueda discernir. Por ej.
2 Cor. 8:21 es una cita de Proverbios 34, en ley Septuaginta. De la
misma manera 1 Pedro 4.:1 8 es cita, palabra por palabra, de
Proverbios 11:31 en la misma Versión griega.
Los escritores del N. T.
necesariamente estaban familiarizados con los métodos corrientes
entre los rabinos de interpretación del A. T. y a veces, empleaban
argumentos e ilustraciones derivados de las Santas Escrituras no
adaptados para convencer a personas que no han sido instruidas en la
misma manera de pensar. Por ej., un cuidadoso estudio de la Epístola
a los Hebreos mostrará muchos casos en los que el uso que se hace de
citas del A. T. no es de una naturaleza que pueda influir en el
criterio de quien no esté familiarizado con la disciplina del culto
hebreo. De aquí que para fijar principios de hermenéutica general no
debemos estudiar los métodos del N. T. al citar del Antiguo, sino que
hemos de recordar siempre que aquellos escritores obraban bajo
condiciones especiales de instrucción mental y religiosa. Reconocemos
su profunda reverencia por la palabra escrita y el uso, divinamente
inspirado que de ella hacían con un objeto especial; pero, sin
embargo, sostenemos que en muchos pasajes la cita particular, así como
el argumento construido sobre ella no suministran ley alguna de
exégesis bíblica conveniente para una aplicación universal.
No parece existir razón suficiente
para sostener que la referencia a un libro del A. T. por el nombre de
la persona que se supone ser el autor, comprometa a la persona que
así lo cita en el N. T. en un juicio autorizado respecto a la
autenticidad y genuinidad del libro. Tal indiferencia es innecesaria,
salvo en el caso de que el objeto de la referencia haya sido el de
expresar un juicio sobre el particular. Si se puede demostrar,
mediante una exégesis sana, que la manera de citar, o el empleo hecho
de la cita misma envuelve, necesariamente, una opinión personal del
escritor, o del que habla, acerca de la autoridad del pasaje, entonces,
naturalmente, el carácter de la cita misma determina el asunto. Pero
la mera alusión a un libro bien conocido, o la mención de su supuesto
autor de acuerdo con las opiniones corrientes de la época,
evidentemente no puede tomarse como una afirmación ni como una
negación de la corrección de la opinión corriente.
Existe una fórmula peculiar a
Mateo y Juan que merece algo más que una mención pasajera. Ocurre
primeramente en Mat. 1:22: "Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta". Esto es
en su forma más completa. En otras partes es sólo ina plerode, para
que se cumpliese (Mat. 2:15; 4:14; 21:4; Juan 12:38; 13:18; 15:25;
17:12; 18:9, 32; 19:24, 36) pero en el Evangelio de Juan estas
palabras varían en su conexión, como "para que se cumpliera la palabra
de Isaías", "para que se cumpla la Escritura", "para que se cumpliese
el dicho de Jesús". A veces está escrito opos plerode (Mat.
2:23; 8:17; 12:17) y ocasionalmente, tote eplerode, entonces fue
cumplido. El gran asunto con los intérpretes ha sido el determinar
la fuerza de la conjunción ina (y opos) en estas fórmulas. ¿Es
"télica" esa conjunción, es decir, expresiva de causa
final, propósito o designio? ¿O es "ecbática", vale decir
que meramente, denota la consecuencia, el resultado de
algo? Si la conjunción es "télica" debe traducirse "a fin de que";
si es "ecbática", su traducción es "de
modo que".
No hay por qué negar que en
algunos pasajes la traducción "ecbática" de ina puede presentar más
claramente el sentido del autor. Debe concederse a la partícula,
cierta medida de su original significado "télico" y, no obstante eso,
concebirse la causa final como un resultado cumplido o alcanzado más
bien que como un objetivo que sea menester alcanzar. La posición de
Ellicott puede aceptarse como muy sana y satisfactoria: "Los usos de
ina en el N. T., parecen ser tres (1) Final, o sea,
indicativo del fin, propósito u objeto de la acción, significado
principal, que nunca debe abandonarse, a no ser en el caso de contra‑argumentos
irrefutables. (2) Sub‑final en ocasiones, especialmente
después de verbos que expresan ruegos (no de los que expresan órdenes),
estando el sujeto de la oración mezclado con ella, y hasta, en
algunos casos, obscureciendo el propósito de hacerla.
(3) Eventual, o indicativo
de resultados, aparentemente en pocos casos y debido, acaso, más a lo
que se llama `Teología hebrea (es decir el aspecto reverencial con
que los judíos consideraban la profecía y su cumplimiento) que a
corrupción gramatical".
Pero cuando las palabras ina
plerode se usan en conexión con el cumplimiento de profecías, no
debemos vacilar en aceptar la fuerza "télica" de ina. Las
Escrituras mismas reconocen una especie de necesidad divina del
cumplimiento de toda predicción o tipo acerca del Cristo. Como era
necesario (edei) que el Cristo padeciera (Luc. 24:26), así,
Cristo mismo dice: "era necesario que se cumpliesen todas las cosas
que están escritas de mí en la ley de Moisés y en los Profetas y en
los Salmos" (Luc. 24: 44; comp. el edei plerodenai de Act.
1:16) . La objeción de que sea absurdo el suponer que todas estas
cosas acontecieron meramente para que se cumpliesen profecías está
basada en una noción errónea y una mala representación acerca del
evangelista. La declaración de que se realizara este especial
propósito divino no implica que eso era lo único que se realizaba.
Dice Whedon: "Todas estas cosas ocurrieron en orden a que, entre
otros propósitos, se cumpliese aquella profecía, tanto como el
cumplimiento de aquella profecía, era, al mismo tiempo, la realización
de la encarnación del Salvador y la verificación de la predicción
divina. No hay en todo esto nada de predestinación fatalista. Dios
predice lo que prevé que los hombres van a hacer y luego los hombres,
a su vez, en uso de su albedrío, haciendo esas cosas, realizan lo que
Dios previó, verificando inconscientemente la verdad divina. Además,
no hay fatalismo en suponer que Dios tiene planes grandiosos los que,
con sabiduría infinita, lleva a cabo mediante la voluntad de los
hombres, voluntad libre, expedita, pero prevista por él. Tal es su
inconcebible sabiduría que le es posible colocar dentro de un sistema
de prueba lleno de libertad a agentes libres que en cualquier
dirección que se muevan dentro de su albedrío no harán más que
prosperar los grandes planes genéricos de su Creador y verificar su
presciencia. De manera que, en un sentido correcto, puede ser cierto
que todas estas cosas sean hechas por agentes libres en orden a
un fin tan deseable como el de cumplir lo previsto por Dios".
El pasaje en Mat. 2:15 ha sido
considerado por muchos como un ejemplo seguro del uso "ecbático" de
ina. Allí está escrito que José se levantó y tomando al niño y a
su madre, de noche, huyó a Egipto y permaneció allí hasta la muerte de
Herodes, "para que se cumpliese Una plerode, en orden a) lo
que fue dicho por el Señor, por el profeta que dijo: De Egipto llamé a
mi hijo". La cita es una traducción literal de Oseas 11:1, y el
profeta se refería a Israel. El verso completo dice así: "Cuando
Israel era muchacho, yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo". En esto
alguien querría ver un doble sentido en la profecía y otros un texto
del A. T. acomodado a un uso neotestamentario, pero la verdadera
interpretación de este pasaje reconocerá el carácter típico de Israel
como "primogénito de Dios", pensamiento familiar en el A. T. (Véase
Éxodo 4: 22; Jer. 31:9; comp. Isaías 49: 3) . Reconociendo este‑carácter
típico de Israel como hijo primogénito de Dios, el evangelista vio
claramente que el antiguo éxodo de Israel, de Egipto, fué un tipo de
este acontecimiento en la vida del Hijo de Dios, en su niñez. Entre
los otros propósitos (y, sin duda, hubo muchos) que fueron servidos
por esta ida a Egipto, y la salida de allí, estaba el cumplimiento de
la profecía de Oseas. Este cumplimiento de acontecimientos típicos,
como ya lo hemos demostrado, no autoriza la creencia de un doble
sentido en las profecías. Las palabras de Oseas 11:1 no tienen más que
un solo significado, y anuncia en forma práctica un hecho de la
historia antigua de Israel. Aquel hecho era un tipo que se cumplió en
el acontecimiento registrado en el capítulo II de Mateo, pero el
lenguaje del profeta no tuvo cumplimiento previo, pues no era una
predicción sino una mera alusión a un hecho ocurrido seiscientos arios
antes que naciera Oseas.
III. Nos falta notar los
propósitos con que cualquiera de los escritores sagrados citaron las
antiguas Escrituras o se refirieron a ellas. La atención a este punto
será una ayuda importante que nos capacite para entender y apreciar
los varios usos de los escritos santos.
1. La cita de muchas antiguas
profecías, evidentemente tuvo por objeto el demostrar su cumplimiento
y dejar constancia de él. Esto es cierto de todas las profecías
introducidas con la fórmula "a fin de que se cumpliese". Y el mismo
pensamiento se halla implicado en el contexto de citas introducidas
por otras fórmulas. Estos hechos ponen en evidencia la
interdependencia y conexión orgánica de todo el cuerpo de las Santas
Escrituras. Es un todo, un conjunto, divinamente elaborado y nunca
deben olvidarse las relaciones esenciales de sus diversas partes.
2. Otras citas están hechas con el
objeto de establecer una doctrina. Así, Pablo, en Rom. 3:9‑19, cita
las Escrituras para demostrar la depravación universal del hombre; y
en Rom. 4:3, cita el registro de la fe que Abraham tuvo en Dios, para
demostrar que el pecador es justificado por la fe y no por obras, y
que la fe le es imputada por justicia. Esta manera de usar el A. T.
demuestra que para los apóstoles y sus lectores las declaraciones del
libro eran concluyentes: lo que allí estaba escrito o lo que pudiera
confirmarse por medio de él, era inapelable y debía aceptarse como
revelación divina.
3. A veces se citaban las
Escrituras con objeto de refutar y censurar a opositores e incrédulos.
Jesús mismo apeló a sus opositores judíos sobre la base de la
reverencia que tenían por las Escrituras y les demostró su falta de
consecuencia al negarse a recibirle cuando tan abundante testimonio
daban de él las Escrituras. Para con los que aceptaban las Escrituras
como la Palabra de Dios, tales argumentos eran de mucho peso. Cuán
eficazmente el Señor supo emplearlos puede verse en sus respuestas a
los saduceos y fariseos (Mat. 22:29‑32, 4.1‑46. Comp. Juan 10: 34‑36)
.
4. Finalmente, se citaron las
Escrituras o a ellas se hizo referencia en sentido general, como libro
de autoridad divina, con objetos retóricos y para ilustración. Sus
múltiples tesoros eran heredad del pueblo de Dios. Era natural que se
echase mano de su lenguaje para expresar cualquier pensamiento o idea
que un escritor u orador deseara revestir de formas sagradas y
venerables. De ahi las maneras, referencias, alusiones y citas que
sirven, principalmente, para acrecentar la fuerza o belleza de una
declaración o para ilustrar algún argumento o apelación. Dice Torne:
"Los escritos de los profetas judíos, que abundan en hermosas
descripciones, imágenes poéticas y dicción sublime, fueron los
clásicos de los judíos más modernos; y en épocas posteriores todos
sus escritores afectaron alusiones a ellos, usaron sus imágenes y
descripciones y, con mucha frecuencia citaron sus propias palabras al
registrar algún acontecimiento o circunstancia acontecidos a las
personas cuyas vidas estaban relatando, siempre que fuese análogo y
paralelo de alguno ocurrido antiguamente y descrito por los antiguos
profetas".
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