EL APOCALÍPSIS DE JUAN
Ninguna parte de la Biblia ha sido
objeto de tanta controversia y tan variadas interpretaciones como el
Apocalipsis de Juan. Sin embargo, los principales sistemas de
exposición pueden reducirse a tres, conocidos generalmente con las
designaciones de Preterista, Continuo‑histórica, y Futurista. Los
preteristas sostienen que la mayor parte de la profecía de este libro
se cumplió con la caída de Jerusalén y de la Roma pagana. La escuela
continuo‑histórica halla la mayor parte de estas profecías cumplidas
en la historia del Imperio Romano y de la Europa moderna. Los
futuristas sostienen que el libro se refiere especialmente a
acontecimientos que aún están por producirse y que deben cumplirse
literalmente al final del mundo. Toda tentativa de discutir en detalle
estos sistemas y examinar sus numerosos métodos divergentes
significaría escribir una obra voluminosa. Nuestro plan es,
sencillamente, buscar la posición histórica del escritor y rastrear el
objeto y plan de su libro a la luz de los principios de hermenéutica
ya presentados. Especialmente hemos de considerar la analogía de las
escrituras apocalípticas y los principios generales del simbolismo
bíblico.
El escritor dirige el libro de
esta profecía a las iglesias de siete ciudades bien conocidas en el
Asia occidental y
declara, explícitamente, en los primeros versículos que su revelación
es acerca de "cosas que deben suceder presto". Al final, (22:12-20)
el Alfa y Omega, quien en persona testifica todas estas cosas y
manifiestamente se propone dar énfasis a la idea de su inminencia,
dice:
"He aquí, yo vengo presto".
"Ciertamente, vengo en breve". Además, se amonesta al profeta
diciéndole: "No selles las palabras de la profecía de este libro,
porque el tiempo está cerca" (22:10). Por cierto que si las palabras
tienen algún significado y los pensamientos alguna vez son
susceptibles de expresarse enfáticamente, en las expresiones citadas
se nos dice que los sucesos esperados eran inminentes, debían
acontecer en un futuro cercano al tiempo en que se escribió el libro.
El significado de todas estas expresiones concuerda notablemente con
la repetida declaración de nuestro Señor: "No pasará esta generación
sin que se cumplan todas estas cosas". Pero cuando Juan escribió, las
cosas esperadas se hallaban mucho más próximas que cuando el Señor
habló en el Monte Olivar.
A la manera de otros Apocalipsis, este
libro es divisible en dos partes principales que pueden designarse
como (1) Revelación de Cristo, el Cordero (caps. I-XI) y (2)
Revelación de la Esposa, la Esposa del Cordero (caps.
XII-XXII). Estas dos partes, de acuerdo con el sistema de las visiones
repetidas de Daniel, atraviesan el mismo campo de vista y cada una
termina con la caída de una gran ciudad y el establecimiento del reino
de Dios, pero cada una de estas dos partes, a su vez es divisible en
secciones menores, la primera en tres, la segunda en siete, en la
forma siguiente:
I. Revelación del Cordero
1. En las epístolas a la siete
iglesias, I-III.
2. Por la apertura de los siete
sellos, IV-VII.
3. Por el sonido de las siete
trompetas, VIII-XL
///.
Revelación de la Esposa
1. Visión de la mujer y el dragón, XII.
2. Visión de las dos bestias, XIII.
3. Visión del Monte de Sión, XIV.
4. Visión de las siete plagas, XV, XVI.
5. Visión de la Babilonia mística,
XVII-XVIII.
6. Visión de Manifestación, Milenio y
Juicio, XIX-XX.
7. Visión de la nueva Jerusalén,
XXI-XXII.
Debe observarse que el Apocalipsis de Juan, en su arreglo artificial y
sus toques finales, es la más perfecta de todas las profecías. Su
trazado y la correlación de sus varias partes manifiestan que sus
imágenes fueron muy cuidadosamente escogidas; y, sin embargo, apenas
hay en ella una figura o símbolo que no esté tomada del A. Testamento.
Especialmente se ha hecho uso de los libros de Daniel, Ezequiel y
Zacarías. Se destaca el número siete, —siete espíritus, siete
iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete cabezas, siete ojos,
siete cuernos, siete plagas. Los números tres, cuatro, diez y doce,
también se emplean en forma significativa; y donde se usan tan
frecuentemente los números simbólicos, debemos vacilar, al menos,
antes de insistir en el significado literal de ningún número especial.
En vista de lo dicho debemos, en la interpretación de este libro,
referirnos constantemente a las profecías análogas del A. Testamento.
Inmediatamente después de la
introducción, la salutación y la doxología de los vs. 4-6, se anuncia
el gran tema del libro en su verdadero estilo hebraico, lleno de
emoción: "¡He aquí que viene con las nubes y todo ojo le verá y los
que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán
sobre él" (1:7). Nótese muy particularmente que estas palabras han
sido tomadas, substancialmente, del discurso de nuestro Señor en Mat.
24:30. Las palabras "los que le traspasaron" son de Zacarías 12:10 y,
en esta conexión, deben considerarse no tanto con referencia a los
soldados que le enclavaron en la cruz y atravesaron su costado con la
lanza, sino con referencia a los judíos a quienes Pedro acusó de ese
crimen (Act. 2:23, 36; 5:30) y quienes habían clamado: "Su sangre sea
sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (Mat. 27:25). A éstos Jesús
mismo les había dicho: "Desde ahora habéis de ver al Hijo del hombre
sentado a la diestra de la potencia y que viene en las nubes del
cielo". (Mat. 26:64).
Habiendo anunciado su gran tema, el escritor procede a dejar
constancia escrita de su visión del Alfa y la Omega, el primero y el
último, —expresión tomada de Isaías 41:4; 44:6; 48:12. La descripción
del Hijo del hombre aparece principalmente en el lenguaje con que
Daniel describe al Anciano de días (Dan. 7:9) y el Hijo del hombre
(10:5-6), pero también se apropia expresiones de otros profetas (Isaías
11:4; 49:2; Ezeq. 1:26, 28; 43:2). Los siete candeleros nos recuerdan
el candelabro de oro de Zacarías, con sus siete lámparas (Zac. 4:2).
El significado de los símbolos es dado por el Señor mismo y el
conjunto forma una conmovedora introducción a las siete epístolas.
Estas epístolas, aunque escritas en una forma muy regular y
artificial, están llenas de alusiones individuales y demuestran que
había persecución de los fieles y que se acercaba una solemne crisis.
Las varias características de las siete iglesias pueden ser típicas de
fases variantes de la vida y el carácter eclesiástico de épocas
posteriores, pero no obstante eso, son descripciones claras de hechos
que entonces existían. La mención de los nicolaitas (2:6) el fiel
mártir Antipas (2:13) y la perversa profetisa Jezabel (2:20)
demuestra que las epístolas se ocupan de personas y acontecimientos
que eran de actualidad cuando aquellas se escribieron, aunque los
nombres usados probablemente son simbólicos. Las amonestaciones,
consejos y estímulos dados a aquellas iglesias corresponden, en
sustancia, con los dados por el Señor a sus discípulos en Mat. XXIV.
Los amonestó contra falsos profetas, les dijo que les sobrevendrían
tribulaciones y que algunos sufrirían muerte y que el amor de muchos
se enfriaría, pero que quien perseverase hasta el fin sería salvo. No
hay que suponer que a esta distancia de tiempo podamos sentir la
fuerza de las alusiones personales de estas epístolas tan bien como
las sentirían aquellos a quienes fueron dirigidas originalmente.
La profecía de los siete sellos se abre con una hermosa visión del
trono de Dios (cap. IV) y sus símbolos son tomados de las
correspondientes visiones de Isaías 6:1-4 y Ez. 1:4-28. Luego aparece
a la diestra de Aquél que está sentado en el trono un libro con cierre
sellado con siete sellos (5:1). El León de Judá, la Raíz de David, es
el único que puede abrir ese libro y ese se revela como "un Cordero,
como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos". Su posición era
"en medio del trono" (v. 6). Los ojos y cuernos, símbolos de la
protección de sabiduría y potencia, la apariencia de un cordero matado,
expresiva de todo el misterio de la redención y la posición en el
trono (que en el capítulo 22:1, se llama "trono de Dios y del
Cordero". (Comp. 3:21) sugerente de autoridad celestial, —todo tiende
a preconizar al Cristo como el gran Revelador de los misterios divinos.
Los cuatro primeros sellos corresponden, virtualmente, a los símbolos
de Zacarías 6:2, 3 y representan dispensaciones de conquistas,
derramamientos de sangre, hambre y grande mortandad. Estos juicios en
rápida sucesión y entremezclados, corresponden notablemente con las
predicciones de nuestro Señor acerca de guerras y rumores de guerras,
el caer a filo de espada, las hambres, pestilencias, terrores, días de
venganza y horrores inauditos. Las páginas de Josefo, descriptivas de
los horrores sin paralelo que culminaron en la completa ruma de
Jerusalén, suministran amplio comentario a estos símbolos y a las
palabras del Señor.
El quinto sello es una escena de martirio, —la sangre de almas que
claman desde abajo del altar, donde habían sido muertas por amor a la
Palabra de Dios (6:9-10). Esto corresponde con el anuncio del Señor de
que sus adeptos habían de sufrir muerte (Mat. 24:9; Lúc. 21:16). Las
vestiduras blancas y el consuelo dado a los mártires responde a la
promesa de Jesús de que en paciencia poseerían sus almas (Lúc. 21:19)
y de que "cualquiera que perdiere la vida por causa mía o del
Evangelio, la salvará" (Marcos 8:35). Pero estas almas sólo esperan
durante "un poco de tiempo" (v. 11), de acuerdo con la declaración
de Jesús de que "toda la sangre de mártires derramada desde la época
de Abel sería visitada con venganza sobre aquella generación, aun
sobre Jerusalén, la asesina de profetas (Mat. 23:34-38). Y después,
para mostrar cuan prestamente viene la retribución, como el "luego,
después de la aflicción de aquellos días" de Mat. 24:29, se abre el
sexto sello y éste exhibe los horrores del fin (vs. 12-17). No hay
para que detenernos a mostrar de qué manera los símbolos de este
sello corresponden con el lenguaje de Jesús y otros profetas cuando
describen el día grande y terrible del Señor. Pero debe notarse que
antes de la realización de este juicio, los escogidos de Dios son
sellados y aparecen dos multitudes, los escogidos de las doce tribus
(la iglesia Cristiano-judaica, —la circuncisión) y una muchedumbre
innumerable de todas las naciones y lenguas (la Iglesia Gentil, —la
incircuncisión) que habían lavado sus vestiduras en la sangre del
Cordero (capítulo VID. Esta es la reproducción apocalíptica de las
palabras de Jesús: "Enviará sus ángeles con gran voz de trompeta y
juntarán sus escogidos, de los cuatro vientos, de un cabo del cielo
hasta el otro". (Mat. 24:31).
La apertura del sexto sello nos trajo a
la orilla misma del abismo y pensaríamos, naturalmente, que el
séptimo nos introduciría a la consumación final, pero introduce la
visión de las siete trompetas que atraviesa una parte del mismo campo
y terriblemente describe los signos, prodigios y horrores indicados
por los símbolos del sexto sello. Estos ayes de las trompetas
entendemos ser una representación muy prolija de las espantosas vistas
y grandes señales del cielo de qué habló Jesús, la abominación de la
desolación, Jerusalén rodeada de ejércitos, "señales en el sol, la
luna y las estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la
confusión del sonido de la mar y de las ondas; secándose los hombres a
causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la
redondez de la tierra". (Lúc 21:25-26). Por consiguiente, los ayes de
las cuatro primeras trompetas caen, respectivamente, sobre la tierra,
el mar, los ríos, las fuentes y las luces del cielo; y sus imágenes
son tomadas del relato de las plagas de Egipto y de otras partes del
A. Testamento. Estas
plagas no lo arruinan todo sino que, como los símbolos
de Ezequiel, (Ez. 5:2) cada una destruye un tercio.
Las últimas tres trompetas son
señales de peores ayes (8:1.3). Las atormentadoras langostas del
abismo, introducidas por la quinta trompeta, toman la forma de un
ejército en movimiento, a la manera de la descripción de Joel (Joel
2:1‑11) y se les permite atormentar a quienes no tienen el sello de
Dios sobre sí. Pueden, apropiadamente, denotar los espíritus inmundos
de los demonios, a quienes se permitiera presentarse en esos tiempos
de venganza y posesionarse de los hombres y atormentar a los que se
habían entregado a la práctica de toda perversidad. Describiendo la
excesiva impiedad de los líderes judíos, Josefo hace la siguiente
observación: "Desde el principio del mundo, ninguna época engendró una
generación más fructífera que ésta, en iniquidad". "Supongo que si los
romanos hubiesen demorado más en venir contra estos villanos la
ciudad, o hubiese sido tragada por la tierra o sepultada bajo
avenidas de aguas, o, si no, destruida por los rayos, como Sodoma;
porque había producido una generación más atea que aquellos que
sufrieron tales castigos, pues por su locura fue que todo el pueblo
llegó a ser destruido". (Guerras lib. V) ¿No se ofrecería algún hecho
como éste a la mente del Señor, cuando habló del espíritu inmundo que
tomó otros siete peores que él y volvió y penetró en la casa de donde
había sido arrojado? "Así, ‑dijo él‑, acontecerá a esta generación
mala" (Mat. 12:43‑45).
La sexta trompeta es la señal para
desatar los ejércitos "atados en el gran río Eufrates" (9:14). Todos
los nombres propios de este libro parecen ser simbólicos. Así lo
entendemos de Sodoma y Egipto (11:8), Miguel (12: 7 ), Sión
(14:1), Armagedón (16:16 ), Babilonia (17:5) y la Nueva
Jerusalén
(21:2). Sería contrario a todas estas analogías el entender el
nombre
Eufrates (en 9:14 y 16: 12) en sentido literal. En el cap.
17:1 se
representa la Babilonia mística como sentada sobre muchas
aguas y en
el v. 15 se explica que estas aguas simbolizan pueblos,
multitudes y naciones y lenguas. ¿Qué cosa más natural, entonces,
explicando este
símbolo, que entender lo de los numerosísimos ejércitos que, a
su
debido tiempo, vinieron acompañados por su fama de proezas y
de
terror, rodearon a la capital judía y estrecharon el sitio
furiosamente hasta el terrible fin? El ejército romano estaba
compuesto por soldados de muchas naciones y encuadra
perfectamente
con la abominación de desolación de que habló nuestro Señor
(Mat.
24:15 y Luc. 21:20).
En este momento solemne de
la
revelación y cuando, naturalmente, esperaríamos que sonase la
séptima
trompeta, hay una pausa y, hé aquí "otro ángel fuerte
desciende del
cielo, cercado de una nube y el arco celeste (arcoiris) sobre
su
cabeza; y su rostro era como el sol y sus pies como columnas
de fuego"
(10:1). Los atributos de este ángel y su correspondencia con
la
sublime descripción del Hijo del hombre, en el cap. 1:13‑16,
le
señalan como nadie menos que el Señor mismo, y su voz,
semejante a la
del león y las voces acompañantes del los siete truenos, traen
a la
mente las palabras proféticas de Pablo "el mismo Señor, con
aclamación,
con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del
cielo" (1
Tesal. 4:16). Este no es sino "el Hijo del hombre viniendo en
las
nubes del cielo con poder y gran gloria", como él mismo
profetizó que
acontecería en aquella generación (Mat. 24:30‑34). Su gloriosa
aparición parece como un preludio al sonido de la última
trompeta,
pero la dilación no tiene por objeto diferir la catástrofe
sino para
dar una oportunidad de decir que con la voz del séptimo ángel
se
consumiría el misterio de Dios (vs. 6‑7). También el profeta
toma un
libro de manos del ángel que le hablaba y lo come (vs. 8‑11) a
la
manera de Ezequiel (2: 9; 3: 3 ) y se le dice que tiene que
profetizar
a "muchos pueblos y gentes y lenguas y reyes"; pues Juan
sobrevivió a
aquella terrible catástrofe y vivió mucho tiempo después para
hacer
conocer el testimonio de Dios. Fue algo más que una sugestión
aquello
de que este discípulo quedase hasta la venida del Señor (comp.
Juan
21: 24) (¿No cae en cierta confusión nuestro autor al hacer de
una
visión apocalíptica, que es esencialmente de carácter
profético, el cumplimiento de otra profecía? ¿Acaso Jesús profetizó, en
Mat.
24:30‑3, que sólo Juan habría de verle "viniendo en las nubes
del
cielo con poder y gran gloria"? ¿Cómo pudo la profecía citada,
de
Pablo a los tesalonicenses, cumplirse en una visión concedida a
Juan?
¿Y de qué consuelo podría ser para los enlutados
tesalonicenses la
promesa de una aparición visionaria, subjetiva, de Cristo a
Juan? La
referencia a Juan 21:22-24, es, también, algo rebuscada, pues
Juan
mismo dice que Jesús no hizo tal promesa de que él quedaría
hasta que
el Señor volviese. Parece que aquellas palabras del Señor no
fueron
más que una simple censura a la impertinente curiosidad de
Pedro. El
hecho de que un hombre de 1a piedad y erudición del Dr. Terry,
al tratar del Apocalipsis, se aparte tanto de la senda sencilla y
directa de la interpretación prudente y espiritual, debe servirnos a
todos como una amonestación contra interpretaciones dogmáticas del
libro del Apocalipsis, tan maravilloso y, a la vez, tan confuso.
‑Arturo
F. Wesley.)
La medición del templo, el altar
y los adoradores (11:1) y lo de hollar la ciudad durante cuarenta y
dos meses (tres años y medio; tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo),
significa que la totalidad será entregada a la desolación. Esto,
nuevamente notemos, corresponde con las palabras de nuestro Señor: "Jerusalén
será hollada por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles
sean cumplidos". (Luc. 21:24). Juzgando por la analogía del lenguaje
de Daniel. "los tiempos de los gentiles" (Kairoi, comp. Luc. 21:24,
con la Septuaginta y Theodotion de Dan. 7:25;12: 7) son el "tiempo,
tiempos y mitad de un tiempo", durante los cuales el sitio aniquilador
había de continuar y la ciudad ser hollada afuera y adentro. Durante
un período correspondiente profetizan los dos testigos. Estos, quizá,
sean mejor comprendidos como una descripción' simbólica de los
mártires que perecieron por la persecución judaica, imaginados aquí
como dos testigos (comp. Deut. 17:6; 19:15; Mat. 18:16; 2 Cor. 13:1)
garantizados por tales señales como los que demostraron que Moisés y
Elías eran verdaderos profetas, pero pereciendo en la ciudad donde
también su Señor fue crucificado después de haber realizado milagros "hoy
y mañana y pasado mañana" y haber declarado no ser posible que un
profeta muriese afuera de Jerusalén (Luc. 13:33).
Con esta revelación, que forma un
episodio entre la sexta trompeta y la séptima, estamos más plenamente
preparados para sentir la tremenda significación de la última trompeta.
En esa hora interminable de la sexta trompeta, pausa espantosa
precediendo a la catástrofe final‑, "hubo un gran terremoto y cayó la
décima parte de la ciudad". No sería difícil citar de las páginas de
Josefo un cumplimiento casi literal de estas palabras. Las imágenes
aluden a la caída de Jericó señalada por trompetas. Enseguida y
"presto" (11:14) suena la última trompeta y grandes voces en el cielo
dicen: "Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su
Cristo y reinará para siempre jamás" (v. 15). Terminó el ciclo antiguo;
ha comenzado el nuevo y las huestes celestiales entonan un cántico
triunfal. La sangre de las almas que clamaban desde abajo del altar ha
sido vengada (6:10) y aquellos profetas y santos reciben su galardón
(11:18). Desaparece el antiguo templo y el templo de Dios, que se
halla en el cielo, se abre, viéndose dentro de él el arca del pacto
(v. 19), ¡tanto tiempo perdida! en adelante accesible a todos los
lavados en la sangre del Cordero.
La segunda parte del Apocalipsis
(caps. XII‑XXII) no es una continuación cronológica de la primera sino
que recorre, nuevamente, el campo de ésta. Las dos partes se
relacionan entre sí, algo así como acontece con el ensueño acerca de
la gran imagen y la visión de las cuatro bestias, en el libro de
Daniel. Cubren el mismo campo de visión pero contemplan las cosas bajo
distintos aspectos. La parte primera exhibe la terrible venganza del
Cordero sobre sus enemigos, como contemplando todo con la idea de
aquel rey descrito en Mat. 22:7. La parte segunda presenta un vívido
bosquejo de la Iglesia en lucha, pasando por su primera crisis y
elevándose a la gloria al través de la persecución y del peligro. Las
mismas grandes luchas y la misma espantosa catástrofe aparecen en cada
una de las dos partes, aunque bajo distintos símbolos.
Por la mujer, en el cap. 12:1,
entendemos la iglesia apostólica; el hijo varón (v.5) representa a sus
hijos, los adherentes. y fieles adeptos del Evangelio. Las imágenes se
han tomado de Isaías 66:7‑8. Estos son los hijos de "la Jerusalén de
arriba", a la cual Pablo titula "madre de todos nosotros" (Gál. 4:26).
La declaración de que este niño había de regir a las naciones con vara
de hierro y ser arrebatado al trono de Dios, ha inducido a muchos a
suponer que representa a Cristo, pero el lenguaje de la promesa a la
iglesia de Tiatira (Apoc. 2:27) y la visión de los mártires que viven
y reinan con Cristo mil años (20:4‑6) demuestran que los
fieles mártires de Cristo, cuya sangre fue la semilla de lo. Iglesia,
están asociados a él en la autoridad y administración de su gobierno
mesiánico. El dragón es la antigua Serpiente, el Diablo, y
lo de estar listo para devorar al niño tan pronto como naciese
es una imagen tomada de la conducta de Faraón para con los varoncitos
de Israel (Ex. 1:16). Miguel y sus ángeles no son más que nombres
simbólicos de Cristo y sus apóstoles. La guerra en el cielo tenía
lugar en el mismo elemento en que apareció la mujer y el acto de
arrojar fuera los demonios, ejecutado por Cristo y sus apóstoles,
fue la realidad hacia la cual estos símbolos señalaban (comp. Luc.
10:18; Juan 12:31) . Los conflictos espirituales del cristiano son de
análogo carácter. (comp. Efes. 6:12). La huída de la mujer al desierto
fue el esparcimiento de la Iglesia a causa de las amargas
persecuciones (comp. Act. 8:1) pero especialmente aquella huída de
Judea que el Señor había autorizado cuando sus discípulos viesen las
señales del fin (Mat. 24:16; Luc. 21:21).
Derribado de los lugares
celestiales, el dragón se paró sobre la arena del mar y luego
revelose en una fiera la cual se ve subir del mar (13:1) y que
combinan en sí los aspectos de leopardo, de oso y de león, las
primeras tres bestias de la visión de Daniel (Dan. 7:4‑6) y el poder
que da el dragón, le comunica toda la malignidad, blasfemia y
violencia perseguidora que caracterizó a la cuarta bestia de Daniel,
a la aparición del cuernito. Entendemos que esta bestia es el Imperio
Romano, especialmente como representado por Nerón, bajo el cual
comenzó la guerra judía y por quien la simiente de la mujer, los
santos (comp. 12:17 y 13:7) fueron terriblemente perseguidos. El fue
la encarnación misma de la maldad, notable revelación del anticristo,
y corresponde en todo aspecto esencial con el hombre de pecado, el
hijo de perdición, de quien Pablo escribió a los tesalonicenses (2 Tes.
2: 3‑10) . Al mismo tiempo se ve otra bestia que sube de la
tierra (13:11) teniendo dos cuernos como los de cordero, pero no es
más que el satélite, el "otro yo", y representante de la primera
bestia y ejerce su autoridad. Esta segunda bestia es un símbolo
apropiado del gobierno romano en manos de procuradores y si buscamos
el significado de los dos cuernos podemos descubrirlo en los dos
procuradores especialmente distinguidos por su tiranía y opresión,
Albinus v Gessius Florus. Es cosa bien sabida que a los cristianos de
este período se les exigió adorar la imagen del emperador, bajo pena
de muerte; y los procuradores eran los agentes del emperador para
poner en vigencia estas medidas. Así, a la segunda bestia, muy
apropiadamente se le llama "el falso profeta" (16:13; 19:20) porque su
gran tarea consistía en pervertir los hombres a una idolatría blasfema.
El número místico de la bestia (13:18) estaría, entonces representado
tanto por el griego lateinos, como por el hebreo Kaiser
Nerón, letras de valor numérico, en cada caso, del 666) pues la
bestia era, a la vez, el reino latino y su representante y
cabeza César Nerón.
La visión del Monte de Sión, en el
cap. XIV, es un glorioso contraste a las precedentes revelaciones del
anticristo. Presenta el lado celestial de este período de
persecución y prueba y lo exhibe en siete formas: (1) Primeramente
se ve al Cordero en el Monte de Sión (la Sión celestial) y con él
están los millares de su redimido Israel, en gran gloria (vs. 1‑5) .
Estos no son otros que la simiente de la mujer que han sido
arrebatados al trono de Dios (12:5) pero a quienes se ve ahora desde
otro punto de vista. (2) Luego sigue la visión del ángel volador,
llevando la buena nueva eterna a toda nación (vs. 6 y 7) . Esto se
realiza a despecho del dragón y sus agentes. En tanto que el dragón,
manejando las fuerzas del Imperio, trata de aniquilar la Iglesia de
Dios, los verdaderos hijos de la Jerusalén celestial son arrebatados a
estar con Cristo en gloria, pero el Evangelio es aún predicado en todo
el mundo, acompañado por amonestaciones y promesas. Así los santos
triunfan "a causa de la sangre del Cordero y a causa de su testimonio
de ellos" (12:11) . (3) Entonces un ángel, como por anticipación,
anuncia la caída de Babilonia la grande (1 4: 8) y es seguido (4.)
por otro que amonesta a los hombres contra el culto a la bestia y a su
imagen (vs. 9‑12). (5) Después, una voz del cielo declara
bienaventurados a los que mueren en el Señor, de aquí en adelante,
(v. 13), corno si desde esa época tan llena de notables
acontecimientos, los muertos en Cristo entrasen inmediatamente a un
reposo que los muertos del ciclo anterior no pudieron conocer. (6) La
sexta escena es la del Hijo del hombre, representado como llevando una
corona de oro, teniendo en la mano una hoz afilada y acompañado por un
ángel (vs. 14‑16), y con ellos pronto aparece otro ángel con una hoz
afilada y la tierra fue segada y el lagar pisado; fuera de la ciudad
derramó ríos de sangre que parecían inundar toda la tierra. Esto no es
más que otra representación de la misma gran catástrofe contemplada
desde otro punto de vista.
La visión de la siete "copas" (en
griego: fialas, tazas, bols) llenas de la ira de Dios, a las
que también se llama las siete últimas plagas (caps. XV‑XVI) no es más
que otra simbolización de los siete ayes de las trompetas, de los
capítulos VIII‑XI, con las cuales minuciosamente corresponden. La
visión duplicada de estos juicios (un juicio de séptuple furia, com.
Dan. 3:19) es análoga a otras repeticiones del mismo asunto bajo
diferentes imágenes. Esta doble visión de ira, como el doble ensueño
de Faraón, sirvió para mostrar que éstas eran cosas resueltas por el
Altísimo y que pronto habían de acontecer (Gén. 41:32).
La visión de Babilonia la grande
(caps. XVII‑XVIII) es un elaborado cuadro apocalíptico de la
iglesia apóstata del antiguo pacto. La entonces existente Jerusalén,
en servidumbre con sus hijos (Gál. 4:25) está representada como una
ramera y el lenguaje e imágenes, en gran parte, están tomados de la
alegoría de Ezequiel, de la misma cuidad (Ez.
XVI; comp. XXIV.
Comp. Isaías 1: 21). Es contra esa
asesina de profetas que Jesús pronunció las terribles palabras de
Mat. 23:34‑36. Desde el principio del Imperio Romano Jerusalén buscó y
sostuvo una complicidad pagana con los césares, de modo que,
políticamente, el Imperio se hizo su sostén, del cual dependía. Había
constante lucha entre gobernantes ambiciosos por obtener el así
llamado "reino de Judea". Jerusalén era su principal ciudad y, por lo
tanto, es correcto el decir de ella "que tiene reino sobre los reyes
(no de la tierra y no sobre emperadores y monarcas del
mundo, sino) del país" (17:18). Es la misma tierra (ge)
las tribus de la cual se lamentan por la venida del Hijo del hombre
(1: 7) . (Comp. Salmo
2:2; Act. 4:27.
Josefo. Guerras lib. 114 3: 5) . Por consiguiente, consideramos que la
Babilonia mística es idéntica con la gran ciudad a la cual en el cap.
11:8, se llama "Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado".
La explicación del misterio de la
mujer y la bestia, dada en el cap. 17:7‑18, ha llenado de perplejidad
a todos los intérpretes. Se nota que es una explicación compuesta y,
evidentemente, se aplica en parte a la mujer y en parte a la bestia
que la transporta. Para su solución el misterio exige "mente que
tiene sabiduría" (v. 9) y puede haber tenido para Juan y sus
contemporáneos un significado y fuerza que nosotros, a tanta
distancia en el tiempo, no podemos sentir tan fácilmente. "La bestia
que fue y no es, y ha de subir del abismo e ir a perdición" (v.8) es
tina expresión de cautelosa reserva, muy semejante a la expresión
reservada de Pablo acerca del hombre de pecado (2 Tes. 2: 5‑7) . A la
bestia con siete cabezas y diez cuernos generalmente se le identifica
con la fiera del mar (13:1) y puede entendérsele por Roma y sus
príncipes aliados y tributarios que tomaron parte en la guerra contra
Judea y Jerusalén. La gran ciudad ramera, el santo templo de la cual
si había transformado en mercado y cueva de ladrones (Mat. 21:23; Juan
2:15), fue sostenida durante cien años por Roma y, al fin, aborrecida
y destruida por los mismos reyes con quienes había mantenido su
tráfico pagano. La relación de Jerusalén para con Roma y sus príncipes
tributarios se manifestó claramente en las palabras con que el pueblo
intimidó a Pilato contra Cristo, diciendo: "Si a éste sueltas, no
eres amigo del césar!... ¡No tenemos más rey que el césar!" (Juan
19:12‑1 5).
Pero en tanto que así se bosquejan
las relaciones entre Jerusalén y Roma, la bestia "que fue y no es y
vendrá" ( parestai, "estará presente", v. 8), puede simbolizar
un misterio más profundo. No es ello una combinación del león, el
leopardo y el oso, ni "sube del mar", como la bestia del cap. 13:1,
sino que es "una bestia vestida de escarlata" y "sube del abismo". ¿No
podría, entonces, con más propiedad, considerársela como una
manifestación especial del "gran dragón bermejo"? (12:3) Las siete
cabezas y diez cuernos del dragón indican asientos de poder y agentes
principescos o de la realeza, por medio de los cuales el real "ángel
del abismo" (9:11) realiza sus satánicos propósitos. No hemos pues
menester de mirar a las siete colinas de Roma, o a diez reyes
especiales, para la solución del misterio de la bestia vestida de
escarlata. El lenguaje del ángel intérprete, aun cuando ostenta
explicar el misterio es, manifiestamente, enigmático. Asi corno en el
cap. 13:18, se pide a quien tenga entendimiento, que "cuente el
número de la bestia", aquí la clave del misterio de las siete cabezas
y diez cuernos constituye, en sí misma, un misterio! "Las siete
cabezas son siete montes, sobre los cuales se asienta la mujer" (v.
9). Esto puede, realmente, referirse literalmente a siete montañas,
ora de Jerusalén, ora de Roma, pues ambas ciudades cubrían siete
alturas, pero puede, con igual probabilidad, referirse,
enigmáticamente, a múltiples apoyos o alianzas políticas, considerados
como otros tantos asientos de poder o reinos consolidados, a los que
se llama siete, a causa de arreglos pactados. Las palabras que
siguen
debieran traducirse: "Y siete reyes hay", no necesariamente como se
acostumbra traducirlas "son siete reyes", es decir, que las montañas
representan siete reyes. No nos ha satisfecho ninguna solución que
hayamos visto del enigma de estos siete reyes; y no osaremos añadir
una más a la legión de pretendidas soluciones existentes. Pero sí nos
aventuramos a sugerir que por la bestia "que fue y no es y ha de venir",
puede entenderse, primariamente, a Satanás mismo, bajo sus distintas
y sucesivas manifestaciones en la persona de duros perseguidores de
la Iglesia. Fue por la bestia del abismo que fueron muertos los dos
testigos (11:7; comp. 20:7). Arrojada por la muerte de un perseguidor
imperial, se va al abismo (comp. Luc. 8: 31) y, enseguida, resurge de
él y se apropia de las blasfemias, fuerzas y diademas del Imperio
para guerrear contra el Cordero y sus fieles adeptos. Como el Elías
que había de venir antes del día grande y notable de Jehová (Mal.
4:5), apareció en la persona de Juan el Bautista (Mat. 11:14) y fue
llamado así porque representaba el espíritu y poder de Elías (Luc.
1:17), así la bestia "que era y no es, es también el octavo, y es de
los siete (del mismo espíritu y poder) y va a perdición" (v. 11). No
es imposible que el rumor muy extendido de que Nerón había de aparecer
de nuevo, surgiese de un mal entendimiento de este enigma, en la
misma forma en que algunos intérpretes modernos aún insisten (véase
Alford, sobre Mat. 11:14.) que el Elías real, aún ha de venir
literalmente. Los primitivos milenarios (kiliastés), como sus
modernos adeptos, insistían frecuentemente en la interpretación
literal aun de los enigmas.
La caída de Babilonia la grande se
halla descrita en vivos colores en los caps. 18:1 a 19:10 y el
lenguaje e imágenes son tomados, casi por entero, de los cuadros
proféticos del A. Testamento acera de la caída de la antigua
Babilonia y Tiro. La visión es cuádruple: (1) Primeramente, un ángel
proclama la terrible ruina (18:1‑3) . Repite las palabras ya empleadas
en el cap. 14:8 pero que fueron usadas, antiguamente, por Isaías
(21:9) y Jeremías (51:8) al predecir la ruina de la capital caldea.
(2) Luego oyose otra voz celestial semejante a las palabras de Jesús
en Mat. 24:16 y como la palabra profética que largo tiempo antes había
llamado al pueblo escogido a "huir de en medio de Babilonia y librar
cada uno su alma" (Jer. 51:6; comp. 50:8; Isaías 48:20; Zac. 2:6‑7) y
esta llamada va seguida de una dolorosa endecha por la suerte de la
gran ciudad (18:4‑20) . Este oráculo de destrucción debe compararse
atentamente con el de Isaías y Jeremías sobre la antigua Babilonia (
Isaías 13:19‑22; Jer. L y LI) y con la de Ezequiel acerca de la caída
de Tiro (Ez. XXVI‑XXVIII). (3) La violencia de la catástrofe
está ilustrada, además, por el símbolo de un ángel poderoso arrojando
una enorme piedra al mar y la consecuente cesación de toda su anterior
actividad y ruido (18: 21‑24). (4) Después de estas cosas se oye en
los cielos un himno de victoria, notable contraste con la voz de los
arpistas y cantores de la caída Babilonia, y se advierte a todos los
siervos de Dios que se preparen para la cena de las bodas del Cordero.
A la caída de la gran
Babilonia
sigue una séptuple visión de la venida y reino de Cristo
(caps. 19:11
a 21:8) . Así como Mateo 2:29, "inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días" aparece en el cielo la señal del
hombre, así, también, inmediatamente después de los horrores de
la ciudad llena de dolores, el vidente de Patmos contempla el
cielo
abierto y al Rey de reyes y Señor de señores que viene a
juzgar las
naciones y vengar a sus escogidos. Este gran cuadro
apocalíptico
contiene: (1) La manifestación (parousia) del Hijo del hombre
en su
gloria (19:11‑1(i) . (2) La destrucción de la bestia y del
falso
profeta con todas sus fuerzas de impiedad (vs. 17‑21). Esta
derrota
está delineada en notable armonía con la del inicuo, en 2
Tesal. 2:8,
"al cual el Señor matará con el espíritu de su boca y
destruirá con
el resplandor de su venida"; y los agentes bestiales de
Satanás, como
los de las visiones de Daniel (Dan. 7:11) son entregados a las
llamas.
(3) A la destrucción de estas bestias, a las cuales el dragón
dio su
poder y autoridad (cap. 13:2, 11, 12), sigue, muy
apropiadamente, el
encadenamiento y prisión del antiguo dragón mismo (20: 1‑3) .
Los
símbolos empleados para presentar todos estos triunfos,
seguramente,
no hay que entenderlos literalmente como de una guerra
realizada con
armas carnales (comp. 2 Cor. 10:4; Efes. 6:11‑17) si no que
expresan
vívidamente hechos solemnes asociados para siempre con la
consumación
de aquella época, y crisis de épocas, cuando cayó el Judaísmo
y el Cristianismo surgió al mundo. Desde aquel entonces no puede
presentarse ningún caso de posesión demoníaca bien comprobado.
Con ese encierro ele Satanás
comienza el milenio, un período largo e indefinido, como el número
simbólico lo manifiesta, pero período de gran extensión par la
difusión y triunfo del Evangelio (vs. 4‑6). "La primera resurrección"
tiene lugar al principio de este período y se hace especialmente
notable como una resurrección de mártires; bendición de la cual parece
que no todos los muertos parecen haber sido "considerados dignos" (kataziodentes,
Luc. 20:35 ), pero que Pablo anhelaba alcanzar (Fil. 3:11).
Porque está escrito: "Bienaventurado y santo el que tiene parte en la
primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad en éstos"
pues de los tales Cristo dijo: "no pueden, ya, morir más" (Luc. 20:
36). Además, se sientan en tronos y se colocan en sus manos los
juicios (comp. Dan. 7:22; Mat. 19:28; Luc. 22: 28‑30; 1 Cor. 6:2) y
son constituidos en sacerdotes de Dios y de Cristo y reinan con él mil
años". Sin embargo, el lenguaje del versículo 4, indica que otros,
además de los mártires, pueden ocupar tronos y ejercer juicios,
juntamente con Cristo (comp. 2:26‑27; 3:21). (Nota del Traductor.‑El
no decirnos el Dr. Terry cuándo tuvo lugar "la primera
resurrección" es prueba de que lo ignora, y esto, a su vez, es prueba
de que no ha acontecido! Con todo respeto a su piedad y admirando su
notable erudición, el traductor hace suya la nota del Editor. Sr,
wesley, que aparece un poco más atrás. Al mismo tiempo, confiesa que
‑sin dogmatizar acerca de detalles que no entiende, pertenece al
número de los que están esperando la segunda venida personal del Señor
Jesucristo).
De otras cosas que puedan ocurrir durante el milenio, aquí no se nos
dice una sola palabra; sin embargo, sobre este breve pasaje se ha
edificado toda clase de fantasías. Los milenarios suponen que el
milenio tiene que ser un reinado visible de Cristo y sus santos en la
tierra, y a este reinado asocian un concepto literalísimo de otras
profecías. Las siguientes palabras de Justino Mártir constituyen
una de las primeras expresiones de esta especie. Dice él: "Yo y otros,
que somos cristianos de recto pensar, estamos persuadidos de que
habrá una resurrección de los muertos, y mil años en Jerusalén, la
cual, entonces, será edificada, adornada y agrandada, como lo declaran
los profetas Ezequiel, Isaías y otros... Y, además, hubo con nosotros
cierto hombre, cuyo nombre era Juan, uno de los apóstoles de Cristo,
quien profetizó, por una revelación que se le hizo, que los que
creyeran en nuestro Cristo, habitarían mil años en Jerusalén; y que
después de eso la resurrección general, en fin la eterna, y el juicio
de todos los hombres, tendrían, asimismo, lugar" (Dial. con Triphon,
LXXX, LXXXI). Habiendo adquirido importancia desde temprano esta idea
ebionita, ha infectado la interpretación apocalíptica con una
levadura perturbadora hasta el día de hoy; y hay poca esperanza de
mejor exégesis mientras no hagamos a un lado toda idea dogmática e
intrépidamente aceptamos lo que dicen las Escrituras.
La antigua idea milenaria de una
restauración de todo Israel a Jerusalén y de Cristo y sus santos
glorificados sentados, literalmente, en tronos y reinando sobre la
tierra, en gloria material y visible, no tienen fundamento en las
Escrituras. Nada se dice aquí de Jerusalén de judíos o de gentiles. Un
número indefinido de personas se sienta en tronos y recibe juicio;
entre ellos, los que habían sido ejecutados por dar testimonio a
Cristo, ocupan sitios más conspicuos y así reciben la recompensa
prometida en el cap. 6:9‑11. Estos ahora viven y reinan con Cristo,
no en la tierra, sino donde se halla el trono de su reino, es decir,
en los cielos. Esto concuerda con las palabras de Pablo, en 2 Tim.
2:11: "Si somos muertos con él, (es decir, por medio del martirio;
comp. Filip. 3:10) también viviremos con él; si soportamos, también
reinaremos con él". Una resurrección de mártires, que tiene lugar al
principio de la era del milenio, parece ser el significado más natural
y evidente de Apoc. 204‑6 y nada se gana con introducir otro
significado a esas palabras. Dice Stuart: "No veo cómo, sobre la base
de la exégesis, evitar correctamente la conclusión de que Juan ha
enseñado, en el pasaje que nos ocupa, que habrá una resurrección de
los santos martirizados al comienzo del período en que Satanás habrá
sido encerrado en el calabozo del gran abismo".
(5) A1 final del período milenario
hay un desatamiento de Satanás, un levantamiento de fuerzas hostiles,
simbolizadas por Gog y Magog (comp. Ezequiel, cap. 3839) y una
catástrofe terrible dando por resultado la derrota final y perpetua
del Diablo, la culminación de la profecía del Gén. 3:15. El vidente
pasa con rapidez por encima de este último conflicto el que pertenece
a un futuro lejano, y no se nos hace conocer detalles (vs. 7‑10). (6)
Luego se describe el último gran juicio (vs. 11‑15) que puede
considerarse como la culminación y remate de ese continuo juicio (representado
en Mat. 25:31‑46) que comenzó con la "parousia" y continúa hasta que
el Hijo del hombre entregue el reino al Padre (1 Cor. 15:24). (7) El
último cuadro de esta maravillosa serie apocalíptica es ,el de los
nuevos cielos y nueva tierra y el descenso de la Jerusalén celestial
(21:1‑8) . Corresponde con Mat. 25: 34, donde el rey dice a los que
están a su diestra: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo". Como allí, la
gloria de los justos se coloca en notable contraste con la maldición
y el fin de los impíos y se dice finalmente: "Irán éstos al
castigo eterno" (Mat. 25:46 ), así, aquí, después de bosquejar la
gloria de los redimidos, se añade, como resultado de un juicio eterno:
"Mas a los temores e incrédulos, a los abominables y homicidas, a los
fornicarios y hechiceros‑ y a los idolatras y a todos los mentirosos,
su parte será en el lago ardiendo con fuego y azufre, (comp. "el fuego
eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles", Mat. 25:41) que es la
muerte segunda".
Nótese la manera cómo esta séptuple visión
apocalíptica (cap. 19:11 a 21:8) cubre todo el campo de la "escatología"
(x) Bíblica. (x) No hallamos esta palabra en castellano. Viene del
griego eschalos, "lejos" y logos "discurso', y significa la
doctrina de las cosas finales, la muerte, el juicio y acontecimientos
relacionados con estas cosas.‑‑El Traductor).
Se bosqueja rápidamente el
conjunto, pues los detalles hubiesen sobrepasado el objeto de "la
profecía de este libro" (22:10), que era la de hacer conocer las cosas
"que deben suceder presto" (1: 1‑3). Pero a semejanza de la última
sección del discurso de nuestro Señor (Mat. 25:31‑46), que introduce
cosas que trascienden mucho más allá de los límites de tiempo de esa
profecía, pero que habían de comenzar "cuando el Hijo del hombre
viniera en su gloria", así esta séptuple visión comienza con la "parousia"
(19:11) y bosqueja en breves líneas los grandiosos triunfos y eternos
resultados del reinado del Mesías.
Sólo nos falta notar un gran
cuadro apocalíptico más, ‑la visión de la Nueva Jerusalén. Como
en el cap. 16: 19, bajo la séptima y última plaga, se bosquejó brevemente
la caída de la gran Babilonia (la antigua Jerusalén) y luego, en los
capítulos 17 a 19:10, se añadió otra descripción aún más detallada de
esa "madre de rameras y de las abominaciones de la tierra", repasando,
nuevamente, muchas de las mismas cosas, así también aquí, habiendo
dado, bajo la última serie de visiones una breve pero vívida
descripción de la Jerusalén celestial (21: 1‑8), el escritor
apocalíptico, siguiendo su artístico estilo y hábito de repetición,
nos cuenta cómo uno de los mismos siete ángeles (comp. 17:1‑4 y
21:9‑11) le condujo a una montaña elevada dándole una visión más
completa de la Esposa, mujer del Cordero. Esta mujer del Cordero no
es otra que la mujer del cap. 12:1, pero aquí se la revela en una
etapa posterior de su historia, después que el dragón ha sido
encerrado en el abismo. Después que la tierra ha sido librada del
dragón, la bestia y el falso profeta, la simiente de la mujer que huyó
al desierto, la simiente arrebatada al trono de Dios, se la ve
concebida como "descendiendo del cielo, de Dios", y todas las cosas
son hechas nuevas. El lenguaje y los símbolos usadas se toman,
especialmente, de Isaías 45:17 al 46:24 y los últimos capítulos de
Ezequiel. El gran pensamiento es: Babilonia, la sanguinaria ramera, ha
caído y aparece la Nueva Jerusalén, la esposa.
Si permitimos al autor de la Epístola a los
Hebreos guiarnos a un entendimiento correcto de la Nueva Jerusalén
observaremos que la comunión y el compañerismo de los santos del Nuevo
Testamento se consideran como el comienzo del cielo en la tierra. Es
sumamente probable que esta epístola haya sido escrita después del
Apocalipsis y en el siguiente pasaje se nos hace aparente una
directa alusión a él: "Os habéis llegado (proseleludate, ya
habéis venido) al monte de Sión y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial". El creyente cristiano, una vez que su vida se ha
escondido con Cristo en Dios ya ha ingresado a una comunión y a un
compañerismo que nunca cesa. Su nombre está registrado en el cielo.
Mora en Dios y Dios mora en él; y toda glorificación subsiguiente,
en el tiempo y en la eternidad no es más que una continua y creciente
realización de la bienaventuranza de la Iglesia y reino de Dios.
En la visión de la Nueva Jerusalén
tenemos la última revelación neotestamentaria de la bienaventuranza y
gloria espirituales y celestiales de las que el tabernáculo mosaico
fue un símbolo material "el tabernáculo (en hebreo la habitacióz)
del testimonio" (Ex. 38:21) y sus varios utensilios y servicios
eran "figuras de las cosas celestiales" (Hebr. 9:23) y Cristo ha
entrado en los lugares santos "por el más amplio y más perfecto
tabernáculo" (Hebr. 9:11), haciendo posible de esa manera para todos.
los creyentes el "entrar con libertad en el santuario" (Hebr. 10:19).
Esta entrada a los lugares santos y estos compañerismos se realizan
únicamente cuando "nos llegamos con corazón verdadero, en plena
certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y
lavados los cuerpos con agua limpia" (Hebr. 10:22) y este acceso
espiritual nos es posible ahora. De acuerdo con esto, el Alfa y Omega
nos dice: "Bienaventurados los que lavan sus vestidos, para que tengan
autoridad sobre el árbol de la vida y puedan entrar por las puertas en
la ciudad" (Apoc. 22:14). Esta ciudad está representada en la forma de
un cubo perfecto (Apoc. 21:16) y, por consiguiente, puede
considerársele como el "lugar santísimo" celestial, a cuya entrada
podemos ahora allegarnos. Todo esto concuerda con la voz del trono
que decía: "Hé aquí el tabernáculo (morada) de Dios con los hombres;
y morará con ellos; y ellos serán su pueblo y Dios mismo será con
ellos" (Apoc. 21: 3). En esto discernimos el verdadero antitipo del
antiguo tabernáculo y templo y de aquí que esa santa ciudad no admita
templo ni luz de sol ni de luna, porque el Señor Dios, el Todopoderoso,
y el Cordero son su luz y su templa ( Apoc. 21: 22‑23 ) .
Además, no aparecen querubines dentro de este lugar santísimo porque
estos antiguos símbolos de la humanidad redimida son ahora
suplantados por la muchedumbre innumerable de la raza de Adán, de sobre la cual se ha quitado la maldición Uatadema, Apoc.
22:.3), la que toma, alrededor del trono de Dios y del Cordero, el
lugar de aquellos, actúan allí como sus siervos, contemplan su faz y
tienen su nombre en sus frentes ( Apoc. 22: 3‑4 ).
La Nueva Jerusalén, pues, es la
descripción apocalíptica de la Iglesia del Nuevo Testamento y Reino
de Dios. Su simbolismo exhibe la naturaleza celestial de la comunión y
compañerismo de Dios y su pueblo, a las que se ingresa, aquí por media
de la fe pero que se abre a indecible plenitud de gloria por los
siglos de los siglos.
Hay lugar para diferencia de
opiniones en la interpretación de pasajes particulares y símbolos en
todas las Escrituras apocalípticas, pero la atención que se preste a
sus armonías generales y a un estudio cuidadoso del objeto y bosquejo
de cada profecía como un conjunto, nos será de gran auxilio para
salvarnos de la desesperada confusión y contradicción en que han
caído muchos por haber descuidado este método.
Del precedente estudio de
apocalípticos bíblicos podemos legítimamente, deducir las siguientes
conclusiones:
1. Es de la mayor importancia el
estudiar esta clase de profecías como un conjunto y que se las vea
constituir una serie bien contestada e interdependiente de
revelaciones divinas corriendo al través de toda la Escritura.
2. En los apocalípticos, los
elementos de forma no son de naturaleza tal que admitan interpretación
literal de todo el lenguaje empleado. En gran parte las varias
revelaciones se presentan en el lenguaje prolijo de la
metáfora y del simbolismo. La tarea del intérprete fiel consiste
en apoderarse del gran pensamiento esencial y distinguirlo de la mera
ornamentación de que pueda hallarse revestido. Se puede consentir en
perder algunas partes incidentales y reconocer francamente la
incapacidad de determinar el significado exacto de algún pasaje, tal,
por ej., como el de "la primera resurrección", con tal de que,
realmente comprenda el objeto, plan y significado de la profecía
tomada en su conjunto.
3. No es posible dar demasiado énfasis al hábito de las repeticiones,
tan conspicuo en todos los grandes Apocalipsis de la Biblia. A nuestro
juicio la falla de la mayor parte de las interpretaciones corrientes
acerca del Apocalipsis de Juan, en notar que su segunda mitad (caps.
XIIXXII), es, en gran parte, una repetición de la primera (I‑XI) bajo
otros símbolos y considerando las cosas desde otros puntos de vista,
ha sido un obstáculo fatal a la interpretación verdadera de este
maravillosísimo libro.
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